La Editorial CCS, de los Salesianos, acaba de publicar un nuevo libro del sacerdote de nuestra diócesis Ángel Moreno Sancho, cura de Buenafuente del Sistal y vicario episcopal para la Vida Consagrada. “Orar con santa Teresa de Jesús. A la luz de la imagen de Cristo” es su título. Ángel Moreno, que es, además, el delegado episcopal en nuestra diócesis para el Año Jubilar Teresiano, realizó su tesis doctoral en Teología Espiritual precisamente sobre este tema.

En las últimas semanas se han constituidos tres nuevas Conferencias de San Vicente de Paúl en la diócesis. Como es sabido, las Conferencias de San Vicente de Paúl promovidas desde el siglo XIX por el beato Federico Ozanam, tienen como carisma principal el ejercicio y servicio de la caridad.

Las tres nuevas Conferencias de San Vicente de Paúl en la diócesis son la de Nuestra Señora de la Antigua de Guadalajara, la de Santa Águeda de Galápagos y la de Santa Cecilia de Almoguera.

El 11 de abril, y organizado por la Delegación de Apostolado Seglar de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara, tendrá lugar un Vía Lucis en la parroquia Beata María de Jesús. Será a las 9.00 horas, con llegada al Monasterio de San José (Carmelitas).

A finales de febrero, concretamente el sábado 28, la Pastoral Obrera diocesana tuvo la jornada anual, que en este caso llegaba al décimo año de funcionamiento de este departamento dentro de la Delegación de Apostolado Seglar. Por ello, el encuentro discurrió según un clima excepcional. Y como consecuencia de ello, el equipo responsable ha sacado una nota en que resume la jornada y los principales puntos y llamadas de atención que se trataron en la ponencia, en los grupos de trabajo y en las propuestas que en la clausura ofreció el obispo, mons. Atilano Rodríguez

 

 

 RESUMEN DE LA IX JORNADA DE PASTORAL OBRERA

El pasado 28 de Febrero celebramos en la parroquia de San Antonio de Padua la IX Jornada diocesana de Pastoral Obrera, bajo el título: “Dignidad y esperanza en el mundo del trabajo”.

Comenzamos la jornada con una oración y luego tuvimos dos comunicaciones: una sobre la Pastoral Obrera en la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara hablando sobre los 10 años que llevamos recorridos y otra de la Delegación de Pastoral Obrera de la Diócesis de Burgos donde mediante un vídeo nos mostraban el trabajo que vienen realizando y sus diversas actividades.

Tras un breve descanso escuchamos la ponencia: “La Pastoral Obrera de toda la Iglesia. A los 20 años: Balance y perspectivas” a cargo de Fernando-Carlos Díaz Abajo, director del Departamento de Pastoral Obrera de la CEE). Nos habló de la nueva situación que estamos viviendo, del cambio del modelo social y la nueva situación del trabajo humano. Vivimos todo desde la clave individualista, de competición, donde todo es elegible, prescindible…pero como estamos creados por Dios que es comunión estamos llamados a la comunión. Nos expuso como la economía actual no responde a las necesidades humanas y en la sociedad actual el consumismo nos hace sentirnos integrados, esta función integradora antes la realizaba el trabajo. Como vivimos como normales situaciones que en ningún caso se podrían aceptar como normales, vivimos la “globalización de la indiferencia”. Nos transmitió la necesidad de una nueva comprensión de la evangelización y una nueva comprensión de nuestro ser Iglesia, de una Pastoral Obrera encarnada, de escucha, compasiva, portadora de misericordia, transformadora y profética. Y nos animó a ser suscitadores de esperanza, en medio de esta nueva situación.

Por la tarde, tuvimos un diálogo abierto contestando a las preguntas que nos había planteado el ponente:

1ª - ¿Cómo afecta toda esta nueva configuración del trabajo humano a las personas? ¿Qué consecuencias tiene para las familias? Miremos la vida de los parados, de los trabajadores precarios, de los empobrecidos.

- La persona no llega a realizarse en su trabajo como hijo de Dios por: rotación de compañeros en la misma empresa, rotación del trabajador por varias empresas y  actividades diferentes. Se ha pasado del trabajo vocacional que duraba una vida laboral al trabajo mercenario para sobrevivir (contando que se tenga, claro).

- En aquellas personas, y por tanto en aquellas familias, que su identidad social está basada en el consumo (gastar y comprar) se quiebran al no poder mantener el tren de vida ante el desempleo y la precariedad laboral. Otras, donde el ejemplo generacional de la solidaridad transmitido por los abuelos ha corregido errores en los hábitos de consumo de sus miembros, no sólo ha conexionado física (viven todos juntos en casa del abuelo) sino espiritualmente, incrementándose su solidaridad con personas ajenas a su círculo.

- En demasiadas ocasiones se mira al parado, al que duerme en la calle como responsable de su situación y no como víctima de una economía que fomenta la competencia de exclusión, el individualismo y la ceguera social (las víctimas, vecinos y familiares muchas veces, son invisibles para la mayoría de nosotros).

2ª – Si nos acercamos a las víctimas y escuchamos, ¿qué piden y necesitan hoy de nuestra Iglesia, de nosotros, como Iglesia? ¿Cómo tendríamos que estar presentes hoy junto a ellos?

3ª - ¿Qué tenemos que hacer? ¿Qué podemos hacer? En concreto, en nuestra comunidades, en nuestra diócesis, ¿Qué pasos podemos ir dando?

- Promover en las parroquias espacios abiertos donde se puedan reunir para: desahogarse, reflexionar, elaborar alternativas laborales y actuar.

- Concienciar al clero, seminaristas, religiosos y laicos que el conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia y más concretamente la Pastoral Obrera de Toda la Iglesia es indispensable para la creación de estructuras económicas y laborales afines a Dios.

- Plasmar con gestos públicos y proféticos las injusticias (círculo del Silencio, desahucios, regulaciones laborales, deslocalizaciones de empresas,…)

- Seguir invitando a que los diferentes movimientos integrados en Apostolado Seglar se impliquen en una Pastoral que afecta a todos (todos somos obreros) dejando de lado prejuicios religiosos, políticos y sociales.

Tras esta puesta en común, Don Atilano señaló unas orientaciones:

Nos invitaba a mantener lo que tenemos, a continuar y a revisar, para ver si responde a lo que queremos. Nos decía que en Evangelii Gaudium: el tema social está muy marcado, pero también el de la alegría del Evangelio. Nos invitaba a cuidar la oración, para no perder la perspectiva, cuidar la espiritualidad y darnos cuenta del momento que vivimos: hemos pasado de una Iglesia de cristiandad a una Iglesia misionera.

También nos expuso que en Evangelii Gaudium dice que a los pobres y excluidos, lo primero es darles de comer y lo segundo, buscar nuevas estructuras de tipo económico-social, para que vuelvan a ser incluidos en la sociedad y que otros no caigan en esta exclusión (desde el compartir con el que tiene menos, planteamiento cooperativo, precio justo de las cosas).

Don Atilano nos recordó la pérdida del sentido de Dios y la pérdida de planteamientos éticos: la persona no cuenta, y cuenta solo para utilizarla en una determinada actividad. Nos decía que estos criterios éticos han de marcarse desde el respeto a los Derechos Humanos, desde el respeto a la persona y que si faltan esos valores donde tienen que estar sustentados los principios de la sociedad, podemos salir de la crisis pero volveremos a caer.

También nos indicó que hay que ir por pasos, llegar donde es posible, ir con paciencia, valorar lo que estamos haciendo, y que el estar coordinados es importante, porque nos ayuda a conocernos y dar apoyo en determinadas acciones, teniendo en cuenta la comunión.

Nos indicaba la necesidad de volver a ser pueblo, para llegar a ser Pueblo de Dios, según Evangelii Gaudium, “gusto espiritual de ser pueblo”. Nos invitaba a ser pueblo con el pueblo, acercarnos a nuestros vecinos, no quedarnos en ser “gueto”, no quedarnos en la especialización aislada y llegar a todos, sabiendo que la realidad ha cambiado, revisarnos y no anclarnos en el pasado. Y nos animaba a continuar con la invitación y a hacer alguna actividad unidos todos: Apostolado Seglar, Vicaría social, etc.

Para finalizar la Jornada tuvimos una oración donde le pedíamos al Padre valentía, humildad e imaginación para continuar la tarea de llevar la alegría del Evangelio al mundo del trabajo.

La celebración del quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús y del año de la vida consagrada, convocado por el papa Francisco para dar gracias a Dios por el tesoro de la vida consagrada para la Iglesia y la sociedad, ocupan una buena parte de las reflexiones y actividades de la Iglesia universal.

 

En comunión con los consagrados y con los cristianos laicos de nuestra diócesis, los miembros del presbiterio renovamos hoy los compromisos sacerdotales y participamos también en la oración de consagración del santo crisma y de los óleos, que cuidaremos con especial esmero en nuestras parroquias para utilizarlos en la celebración de los sacramentos, mediante los cuales el Señor derramará de un modo especial su gracia sobre nosotros y sobre los restantes miembros del Pueblo de Dios.

 

Al renovar un año más las promesas sacerdotales, asumidas con gozo ante Dios y ante la Iglesia el día de nuestra ordenación sacerdotal, es justo y necesario que volvamos nuestra mirada y nuestro corazón al pasado con la finalidad de agradecer a Dios el don del ministerio y para dar gracias también por las infinitas gracias recibidas y derramadas por nuestro medio a los hermanos a lo largo de estos años.

 

En estos momentos, con la concelebración de la Eucaristía expresamos la unidad del sacerdocio de Cristo con la pluralidad de sus ministros, así como la unidad del sacrificio y del único Pueblo de Dios. La concelebración eucarística nos ayuda a consolidar y dinamizar la fraternidad sacerdotal existente entre los presbíteros en virtud de la ordenación y nos abre también a la vivencia y celebración de la comunión fraterna con los restantes miembros del Pueblo de Dios.

 

Cada presbítero, unido a sus hermanos en el presbiterio diocesano por particulares vínculos de caridad pastoral, de ejercicio del ministerio y de fraternidad apostólica, está llamado a colaborar en la construcción de una verdadera familia entre todos los miembros del presbiterio y de  la Iglesia. En esta familia, como nos indica el apóstol Pablo, los vínculos que nos unen no proceden de la carne ni de la sangre, sino del amor de Dios y de la gracia recibida en el sacramento del orden.

 

Desde la vivencia consciente de esta comunión eclesial, los presbíteros, actuando en nombre de Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, no debemos regatear esfuerzos por la extensión del Evangelio, entregando cada día la vida en el servicio generoso a la comunidad cristiana y amando a cada hermano con toda la mente y con todo el corazón. Este amor, que ha de identificarse con el de Cristo a su Iglesia, exige de cada uno capacidad de perdón y disponibilidad para ver lo positivo de cada hermano, sabiendo disculpar sus errores y sus contradicciones.

 

Desde la vivencia de la fraternidad entre nosotros y desde la preocupación por edificar la comunión con los restantes miembros del Pueblo de Dios, los sacerdotes y los demás bautizados debemos vivir en tensión misionera. Como nos recuerda el Papa Francisco, la intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante y la “comunión esencialmente se configura como comunión misionera”. Fieles al mandato del Maestro, es vital que los hombres y mujeres de Iglesia salgamos a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo”. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie.

 

En nuestro Plan Pastoral Diocesano, partiendo de las enseñanzas evangélicas y de los documentos de los últimos Papas, planteamos también la necesidad de planificar la actividad pastoral en salida misionera contando con todos los miembros de nuestra Iglesia diocesana. Con ello pretendemos que la fe en Jesucristo y su amor incondicional se difundan por toda la diócesis para que todos encuentren plenitud de sentido en sus vidas y se incorporen con gozo a la misión evangelizadora de la Iglesia.

 

Ahora bien, para permanecer en tensión misionera, cada uno debe discernir los caminos que Dios le pide recorrer y, además, debe vencer los miedos, los cansancios y desánimos con la fuerza del Espíritu para llegar de este modo a todas las periferias que necesitan ser iluminadas con la luz del Evangelio (EG 19-20). Cada uno de los miembros de la comunidad cristiana, profundizando en el origen de la misión y avanzando hacia la meta de la misma, debe permanecer en actitud de verdadera conversión al Señor y a los hermanos. Es más, desde la conversión a Dios, debe dar pasos también para avanzar en la conversión pastoral para superar las rutinas pastorales, para no caer en la indiferencia misionera y para buscar con ahínco nuevos métodos y nuevos caminos para la presentación de la Buena Noticia a nuestros semejantes.

 

En el recorrido del camino hacia las periferias humanas, morales y espirituales, en las que viven y sufren tantos hermanos nuestros, será preciso que de vez en cuando detengamos el paso para mirar a los ojos a los tristes, desanimados y cansados; en otros casos, nos tocará dar la mano a quien está tirado al borde del camino y espera ayuda para levantarse de su postración. No hay misión verdadera sin caridad pastoral.

 

La experiencia nos dice que, en nuestros días, son muchas las personas malheridas, desorientadas, angustiadas, cansadas de la vida y dominadas por el relativismo. Todas necesitan ser bien acogidas, escuchadas y acompañadas para encontrar una verdadera orientación de su existencia. Pero, sobre todo, necesitan que les ayudemos a ponerse en contacto con Jesucristo, el único camino que conduce a la verdad y que colma la vida de sentido y de esperanza.

 

Al contemplar esta realidad de sufrimiento, tristeza y desolación, el papa Francisco nos recuerda que la Iglesia hoy debe ser como un hospital de campaña, en donde sea posible diagnosticar las enfermedades y brindar curación a los heridos. Por eso, acaba de convocarnos a la celebración de una año jubilar, en el que sea posible ahondar en la misericordia de Dios y en la práctica de las obras de misericordia espirituales y corporales. La Iglesia,  contemplando la infinita misericordia de Dios, manifestada especialmente en la relación con los pecadores, enfermos y marginados, debe practicar la misericordia y la compasión con todos los hombres.

 

Sé que todos vosotros estáis desempeñando el ministerio con tesón y con alegría, con entrega generosa y sacrificio. Un año más quiero agradeceros vuestra colaboración y vuestra entrega a la misión evangelizadora que es fascinante y ardua, que exige como nunca confianza en quien nos envía y fidelidad a sus promesas. No olvidemos nunca que en la comunión con Cristo reside el secreto de la fecundidad espiritual, de la fecundidad del discípulo que quiere ser misionero.

 

Para afrontar los desafíos y los retos del momento presente, hemos de dar primacía a la vida espiritual que nos permita estar siempre con Cristo y nos ayude a vivir la caridad pastoral desde la comunión con los hermanos y desde la vivencia gozosa de la fraternidad sacerdotal. En el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros de la Congregación para el Clero se nos dice: “La relación con Cristo, el coloquio personal con Él es una prioridad pastoral fundamental, es condición para nuestro trabajo con los demás. La oración no es algo marginal: precisamente rezar es “oficio” del presbítero, no sólo por sí mismo, sino como representante de la gente que no sabe rezar o no encuentra el tiempo para rezar”.

 

Invoquemos sobre nosotros, sobre todos los miembros de nuestras comunidades y, especialmente, sobre los cristianos perseguidos la especial protección de la Santísima Virgen. Que Ella nos muestre siempre a Jesús, como camino para el conocimiento y para la vivencia de la misericordia y de la compasión de nuestro Padre Dios.

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