Por Santiago Moranchel

(Delegación de Enseñanza)

 

Lo hemos visto estos días por TV. En una clase, entra un grupo de jóvenes animando a sus compañeros para que fueran a votar el pasado domingo. Interrumpen la clase. Leen un manifiesto. Todo esto sucede con las quejas de la profesora que les invita  a salir de clase, a que no pueden hacer lo que están haciendo, llama a las fuerzas de seguridad de la Universidad. Incluso algunos compañeros les recriminan su actitud. Pero aquellos jóvenes hasta que no hacen lo que tenían pensado no cejan en su empeño. 

Han pasado varios días de esto. ¿Qué ha ocurrido? ¿Han oído ustedes alguna queja? ¿Algún partido político ha puesto el grito en el cielo por este abuso? ¿Alguna otra Universidad ha escrito un manifiesto por el respeto en las aulas? ¿Alguien se ha quejado que la Universidad es lugar de aprendizaje y enseñanza y no de adoctrinamiento, por la vulneración de derechos fundamentales..?

Nadie. 

Y sobre todo, quisiera subrayar, por eso he puesto en negrita la palabra adoctrinamiento. Más datos:

  • Los profesores dejan que los alumnos salgan a manifestarse a favor de la independencia…
  • Los directores de los centros entregan las llaves de sus colegios a las autoridades políticas en señal de que pueden utilizarlos como colegios electorales….
  • Utilizan a niños para que hagan pintadas a favor de la independencia…
  • Un numeroso grupo de estudiantes asalta el Parlamento…

Y no pasa nada. 

Cuando veía estas situaciones, temiendo siempre la manipulación televisiva, me preguntaba: si esto lo hicieran los profesores y alumnos de Religión. ¿Qué pasaría? Imaginémoslo por unos momentos…

Igualmente, me preguntaban: estos niños, jóvenes, incluidos los padres, ¿cuántas horas han vivido, soportado, aguantado o querido escuchar este adoctrinamiento? ¿O a esta manera de pensar, actuar, a esta filosofía de vida no lo podemos llamar así? ¿Por qué no? Perdón, se me olvidaba, es que las cosas dependen de quien las haga o quien las diga. Dependiendo de eso tendremos derechos oo no, será verdad o mentira, será excluida o habrá que acogerlo con los brazos abiertos. Depende… ¿de que depende? 

Y sigo con las preguntas: ¿Y si podemos estar continuamente atacando a la clase de Religión, intentando echarla de las escuelas por que es una clase para el adoctrinamiento?

Ahora cambiemos a la imaginación:

  • ¿Se imaginan a los profesores dejando a los chavales salir a una manifestación en favor de los pobres, de los marginados, de los excluidos?
  • ¿Se imaginan a los directores de los colegios entregando sus llaves para acoger a los refugiados?
  • ¿Se imaginan a profesores, padres, alumnos en una manifestación a favor del respeto, de la solidaridad, en contra del paro, en contra de los malos tratos?
  • ¿Se imaginan a todos los niños sin distinción de credos, raza, sexo o edad manifestándose a favor de una mayor igualdad en el trato a las asignaturas, sin que hubiera materias de primera, segunda o tercera división?

¿Y porque iban a manifestarse sobre esto? Pues porque esto es lo que aprenden en clase de religión tomando como punto de partida a un personaje central de la historia de la humanidad llamado Jesús de Nazaret. Personaje que es patrimonio de la humanidad, no solo de los cristianos o de los católicos. Es de todos.

No saldrían a una procesión, sino a una manifestación pública, sin preguntar a nadie su credo, en favor de un mundo mejor, más agradable, menos desigual, en defensa y tomando conciencia de los desfavorecidos. Creo que de nada de esto se ha hablado en estos últimos días….

Pero no pasa nasa. Nunca pasa nada. Solo depende de quién lo diga y quien lo haga.

¿Seguimos hablando de adoctrinamiento?

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

Porque son el bienestar supremo con que saciar el hambre y deseo humano,

Ante lo que todo lo demás es sed seca y fría sombra que importa menos,

Zaguán imprescindible que pone proa a la dicha, a la gloria y a dar serenos

Pasos hacia dentro del gozoso silo de soles que colmen el anhelo cotidiano…

 

Intima clemencia ten contigo y todos. Que la paz nos lleve a los valles plenos

En los que la piedad, compasión e indulgencia contigo mismo y el hermano

Demuestren la arcillosa bondad fructífera del fértil y fecundo grano

Ante el que tales sentimientos nos hacen ser, con nosotros y el entorno, buenos.

 

Demos al amigo, al adversario y a la naturaleza la viva y abierta mano

Para que ellos nos devuelvan instantes, tiempos y actos libres de cienos,

En armonía, consonancia, cordialidad, perdón y en acuerdos plenos,

Rindiendo y desterrando la desafección y la enemistad a un lugar lejano.

 

Deseo que camines, amigo, siempre por estos vitales y luminosos terrenos,

Ondeando la bandera de la paz, la piedad y el perdón, como un lozano

Navío que singla hacia un tiempo de abrazos ya casi sobrehumano.

AMOR, PAZ, PIEDAD, PERDÓN, en suma, te desea con ánimos nazarenos

LO MÁS PROFUNDO del tañido de este humilde hermano franciscano.

 

 



Del libro "Los versos del cardenal" de Juan Pablo Mañueco (2017)



http://aache.com/tienda/655-cantil-de-cantos-ix.html

José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl de Guadalajara)

 

 

a I. con mi agradecimiento

por los detalles facilitados

para poder escribir este artículo

 

La sexta acepción de la palabra “tutor” en la RAE nos hace conocer que, además de otras varias, el tutor es la “caña o estaca que se clava al pie de una planta para mantenerla derecha en su crecimiento”. Aplicándonos la definición a los seres humanos, a nosotros mismos, todos, somos el resultado de los “tutores” de aquellos que nos han querido y han tenido alguna parte en nuestra formación y nos los han puesto en algún momento de nuestra vida con sus consejos y siempre con sus ejemplos. No seríamos como somos sin aquellas normas, sin aquellos límites, sin aquellos consejos, sin aquellas enseñanzas, sin aquella moral, sin aquellos valores, que han ido poco a poco conformando nuestro carácter, nuestra forma de ser. Que en definitiva: somos resultado de todo aquello que nos habían regalado a través de los “tutores”. Al menos los que han tenido la suerte de tenerlos. 

Hace muy pocas semanas, comentaba con un muy querido consocio, hasta qué punto las Conferencias de San Vicente de Paúl, habían estado llenas de grandes hombres, de grandes consocios que habían sido también grandes “tutores” para los que habíamos tenido privilegio de encontrarnos con ellos en el pequeño grupo de nuestras Conferencias. Decía el amigo, también viejo amigo y consocio, que ya era difícil encontrar esos sabios maestros en las actualmente existentes. Que a veces, observaba que la vulgarización que a tantos lugares había llegado, también se había colado un poco en las Conferencias. Recordábamos que esos tutores tan necesarios para los niños en su crecimiento, se sentía ahora su falta incluso para los más mayores. Para “tutorizar” criterios que a veces observamos cuanta falta hace. Comentábamos, hasta qué punto estamos a veces desorientados. Claro que para ello, hace falta que se tome el consejo y la crítica a veces necesaria y la enseñanza que se quiere prestar, como una ayuda fraterna y no como un ataque contra la libertad individual de quien se trate. Ese bien tan preciado y tantas veces tan mal entendido. 

Recuerdo al querido lector el pequeño cuento publicado en estas páginas de Opinión al título de “Don Miguel y el muchacho” el pasado mes de noviembre del 2016 Don Miguel, aquel anciano militar, sirvió de “tutor” al muchacho que le acompañaba y le indico una serie de valores que, bien seguro, sería muy difícil que los hubiera olvidado aún hoy. 

Hace unos meses, fallecía otro de esos grandes “tutores” que hemos tenido en las Conferencias. Descendía nuestra nómina” de grandes consocios, de grandes personas para ayudar a los otros, a sus próximos y pasaba a engrosar la lista de los consocios que nos contemplan desde esa segunda vida, la de Verdad y que adquirimos al dejar este mundo por la infinita misericordia del Buen Dios. 

He tenido la enorme suerte, de haber conocido a ese consocio hoy ya en la “segunda vida” y puedo escribir casi a su dictado cuando comentaba de sus grandes preocupaciones casi al final de su vida. Lo que sigue, lo que el querido lector que tenga la caridad de seguirme hasta el final encontrará, ya no es mi palabra. Es la suya. La de aquel admirado consocio al que llamaremos Don Alejandro. Palabras que afortunadamente he podido recuperar. Será muy bueno para todos, sin duda, pero van dedicadas muy especialmente a mis queridos consocios de las Conferencias de Guadalajara de las que formo parte y en las que me gustaría encontrar consocios a los que les fueran útiles estos pensamientos y los pusiéramos en práctica con la misma intensidad que él lo intento. Déjenme callar y que nos hable él utilizando mis palabras, exclusivamente, para guiar al lector por su pensamiento. Llamémosle Don Alejandro, como hemos convenido. 

Don Alejandro decía, para comenzar, que le gustaría mantener la lealtad de un cristiano honrado. Así comenzaba. 

Alguna vez, que se le preguntó cómo querría ser recordado. No tenía la menor duda y contestaba: Como una persona que dedicó su vida al servicio de los demás. 

¿Pero cuál era su lema? ¿Cuál sus aspiraciones más íntimas? ¿Qué le movía cada mañana al levantarse? ¿Cuál lo que él definía como su lema? El mismo nos contesta: 

** Amar a Dios

** Vivir una vida cristiana 

También llegué a conocer como querría ser recordado cuando pasase a lo que yo llamo “segunda vida”: 

** Que fue un buen cristiano

** Que fue un buen padre y esposo

** Que fue un buen amigo de sus amigos

** Que le gustaría haber hecho algo por los demás 

Aquel hombre bueno, decía con absoluta modestia de la buena, de la realmente sentida: “Llegué a comprender que era un tanto soberbio e hice unos Ejercicios y comprendí lo mucho que Dios me había dado y lo poco que me había aprovechado de ello y prometí que habría de servirle desde ese momento con todas mis fuerzas. Supe que tenía una obligación de servir”. 

Seguimos recogiendo sus opiniones. Piense el querido lector al que acudo de nuevo, que quien nos habla, quien nos habla desde su segunda vida, de la Vida de verdad, es un miembro de las Conferencias como cualquiera de los que acudimos cada semana a nuestra reunión con los consocios, pero a diferencia de muchos de nosotros, tenía las ideas muy claras del cómo y para que Él nos había llamado. 

Hablando sobre la libertad, decía: “La libertad es elegir entre dos cosas que son buenas, elegir una mala ya no es libertad pues está prohibido por la Ley Natural y por la Ley de Dios. Para ser hombre completo, hay que tener libertad pues así lo ha querido Dios”. 

“El hombre, esté en las condiciones que esté, tiene libertad para amar, para pensar, para sentir. La libertad intelectual no te la puede quitar nadie”. 

Uno de sus párrafos que me parecieron más brillantes, no solo por la verdad que encierra, además por la bondad del ser humano que las recita y por su convencimiento, fue: “La envidia, es tristeza del bien ajeno y eso no suele suceder, otra cosa es que se desee ser mejor cada día”. 

Añadía: “Las pasiones, son buenas salvo cuando se desbordan” 

Refiriéndose a su familia decía: “Hay que intentar tener unos ideales nobles y procurar servir a los demás. Siempre he intentado inculcar a mi familia, las virtudes cristianas pues te ayudan muchísimo. Si tienes oración y contacto con Dios, no cabe duda que será mucho más fácil la vida. Quisiera ser una persona (sigue refiriéndose a su familia), que respetase la libertad de cada uno y solo darles unas orientaciones. A los árboles, hay que ponerles tutores, pero son ellos los que crecen” 

Un día le pedimos algunas palabras a modo de epílogo de su propia vida y de los valores que la había presidido. No lo dudo: 

“El servicio a los demás, es la principal misión que tiene el hombre, centrada en el principal mensaje de Dios de “amaos los unos a los otros”. “Mi mayor ideal sería que todos los hombres se amasen y la Tierra fuera un vergel como que el Reino de Dios estuviera entre nosotros”. 

No dejó de trabajar por ello. Era ya un venerable anciano y seguía yendo todas las semanas a su Conferencia a encontrarse personalmente con aquellos amigos que sufrían y a los que consolaba material y espiritualmente. Era todo un ejemplo de vida para los que le rodeaban. Era un ejemplo de vida para cada uno de nosotros sus sucesores.  ¿Sabremos imitarle? ¿Sabremos obtener toda la riqueza de vida cristiana que contienen todas las líneas que hemos recogido de nuestro amigo Don Alejandro, nuestro consocio? ¿Sabremos convertirnos para los que nos sucedan en otros consocios como Don Miguel o Don Alejandro? 

¿Sabremos con sus enseñanzas, ser para otros el “tutor” que representó para el muchacho nuestro amigo Don Miguel? 

Pienso con frecuencia cuando parece que le estoy oyendo recitar cuanto antecede a Don Alejandro, cuanto bien haría a sus consocios simplemente con sus comentarios y su oración. 

Es verdad que la Santa Iglesia en general y nosotros en particular, tenemos poca entrada de jóvenes en las Conferencias. Es cierto. Pero algunos se nos unen y pretenden acompañarnos en nuestra entrega. ¿Sabremos entender nuestra misión de servicio para con ellos? Una misión como manifestaba Don Alejandro para con su propia familia: La necesidad de ofrecerles unos “tutores”, unos valores, que les ayudaran a centrarse a crecer derechos pero sabiendo, aceptando, la libertad de ese crecimiento que había de ser personal y de cada uno. 

Con la intercesión de María y la gracia del Buen Dios, sin duda avanzaremos por el camino.

Por Javier Bravo

(Delegación de Medios de Comunicación Social)

 

 

Otra vez nos encontramos, estimados lectores-amigos, inmersos en un nuevo artículo sobre la evangelización por las redes sociales.

Seguramente muchos de nosotros hemos recibido alguna vez, ya sea vía móvil o vía e-mail un mensaje como el que ilustramos debajo. Por eso hoy vamos a profundizar un poco en las cadenas de oración que nos bombardean y que no sabemos cuáles son creíbles y cuáles no.

Pues bien, nos dice Jesús en el Evangelio: “Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 19).

Jesús nos hace ver la importancia de unirnos en la oración por una intención particular; y Él no pone condiciones a la hora de invitar a sus discípulos a ponerse de acuerdo al orar.

Por eso, hay que saber distinguir la diferencia entre unirse en oración por una intención concreta y real, aunque las personas no se conozcan, y hacer parte de una cadena de oración.

Hoy más que nunca, gracias a internet y a las redes sociales, se ha incrementado la difusión de cadenas de oración que para lograr unos fines determinados amenazan con un castigo a quien no las siga o tratan de imponer algo.

La Iglesia no acepta que se instrumentalice la oración, quitándole valor e importancia, con fines que no sean santos.

En este sentido las cadenas de oración son censurables, y lo son por dos motivos. En primer lugar, garantizan desgracia a quien no las haga, o las interrumpa temporal o definitivamente, o no las reenvíe. Y sustentan esta amenaza citando, obviamente, falsos ejemplos o testimonios. Nadie puede ponerse a amenazar en nombre de Dios. En segundo lugar, estas cadenas engañan pues obligan a la gente a hacer mal uso de la oración, desvirtuándola o banalizándola. Este es el verdadero objetivo de este tipo de cadenas de oración. Y este objetivo se logra con el supuesto gancho del beneficio personal si se participa. En este sentido las cadenas de oración son superstición.

Estas cadenas de oración son una superstición pues se le atribuye a la simple materialidad de dichas oraciones una eficacia que no tienen. La superstición va contra el primer mandamiento de la ley de Dios y es señal clara de que la verdadera fe es inexistente. Donde decae la religión, crece la superstición. Así, no solo comete falta quien envía y difunde estas cadenas de oración sino también quien cree en ellas.

Todo se centra en dos errores: A Dios no se le ponen plazos, ni Él responde a las exigencias que le hacemos; exigencias que le hacemos desconociendo sus planes para con nosotros a través de su divina providencia y sabiduría.

La motivación de la oración a favor de alguien deber ser el amor. Se ora por verdadero amor al hermano o hermana en la fe que sufre.

Y se ora sin olvidar que la oración se debe acomodar a la voluntad de Dios. Nunca podemos presionar a Dios para que Él realice lo que deseamos; la oración simplemente es para ponernos en sus manos, para poner en su corazón amoroso nuestra vida y nuestros destinos, “como un niño en brazos de su madre”. Debemos tener presente que no podemos manipular a Dios. Él no actúa de acuerdo a la voluntad humana. Dios no es un dispensador de milagros y la relación con Él se basa en la confianza.

Por tanto hay que decir: “No a estas cadenas de oración”. Y que nadie se sienta mal o culpable o en pecado si ignora dichas cadenas. Sigamos, pues, mejor en una vida de discipulado, de obediencia a los mandamientos, de fe, oración y de amor a Dios y a los demás.

Información

Obispado en Guadalajara
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Teléf. 949231370
Móvil. 620081816
Fax. 949235268

Obispado en Sigüenza
C/Villaviciosa, 7
19250 Sigüenza
Teléf. y Fax: 949391911

Oficina de Información
Alfonso Olmos Embid
Director
Obispado
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Tfno. 949 23 13 70
Fax: 949 23 52 68
info@siguenza-guadalajara.org

 

BIZUM: 07010

CANAL DE COMUNICACIÓN

Mapa de situación


Mapa de sede en Guadalajara


Mapa de sede en Sigüenza

Si pincha en los mapas, podrá encontrarnos con Google Maps