Los niños de toda la diócesis que acaban de hacer la primera comunión y los que se están preparando para hacerla tienen cita importante el sábado 13. Se trata de un encuentro de Infancia extraordinario para celebrar el Jubileo de la Misericordia. Será en Guadalajara a partir de las 10.30, hora señalada para congregarse en el parque de La Concordia. Allí lo primero que harán será repartir materiales y disponer el orden de marcha con la mochila y la camiseta emblemáticas. En peregrinación bajarán hasta Santa María, en cuya plaza habrá una catequesis sobre el jubileo, los actos y los símbolos que van a realizarse en la puerta y en el interior del templo, donde tendrán “una celebración gozosa de la Misericordia”.

Acompañador de sus catequistas y familiares, volverán a La Concordia para comer, seguir conviviendo y realizando una gimkana temática que servirá para preparar tres gestos de misericordia: uno con los ancianos de la Residencia de la Hermanitas, otro con los enfermos de la Clínica Sanz Vázquez y el tercero con Manos Unidas en forma de pequeño donativo. Estos gestos culminarán la jornada hacia las 18.30 horas.

El papa Francisco llevará a cabo hoy, Miércoles de Ceniza, el envío de los Misioneros de la Misericordia. En el mundo hay 1142 misioneros, de ellos 726 están estos días en Roma para recibir el encargo de Francisco de sean “en primera persona testigos de Cristo y de su forma de amar". Entre estos misioneros se encuentra Ángel Moreno, sacerdote de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara. 

Durante estos días los misioneros han realizado la peregrinación a las cuatro Basílicas Mayores de Roma, han orado ante los restos de San Pío de Pietrelchina y San Leopoldo Mandic, han orado y recibido el perdón y se han encontrado con el papa en audiencia privada. Los misioneros recibieron su credencial y el título que los acredita como tales. 

El Delegado Pontificio para el Año Santo, Mons. Rino Fisichella, escribió una carta para los más de mil misioneros de la misericordia en la que se explica cuáles son los pecados que podrán absolver estos sacerdotes.

En el texto entregado a los misioneros de la misericordia se explica cuáles son algunos de los pecados, usualmente reservados a la Sede Apostólica, que podrán perdonar estos sacerdotes. 

Los misioneros de la misericordia estarán “limitados exclusivamente” a absolver estos cuatro pecados graves:

 

1.- La profanación de las especies de la Eucaristía, robándolas o guardándolas para algún propósito sacrílego.

2.- El uso de la fuerza física contra el Romano Pontífice.

3.- La absolución de un cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento.

4.- La violación del secreto de confesión por parte del confesor.

 

Como todos los demás sacerdotes en ocasión del Año Jubilar, los misioneros de la misericordia también podrán absolver el pecado del aborto.

El Miércoles de Ceniza, estos misioneros de la misericordia son enviados por el Santo Padre para realizar su misión en todo el mundo.

 

El 10 de febrero es Miércoles de Ceniza, fecha de inicio del tiempo cuaresmal, etapa especialmente significativa en el calendario católico. Desde entonces y hasta el Jueves Santo, 24 de marzo este año, fieles y comunidades dedican cuarenta días a preparar la celebración de los misterios centrales del cristianismo: la pasión, muerte y resurrección redentoras de Jesucristo, que se conmemoran en el “triduo pascual”, que culmina con el domingo de Pascua, 27 de marzo.

Señales externas de esta espiritualidad son el ayuno y la abstinencia, que aplican limitación de comidas y alimentos como ejercicio de penitencia. El primero se guarda tan sólo el miércoles de ceniza y el viernes santo. Y la segunda se observa todos los viernes del período cuaresmal. Otros comportamientos que también se intensifican como prácticas de larga tradición son la limosna, la oración del vía crucis, las celebraciones de la penitencia y las obras de misericordia. Precisamente estas últimas centran la atención y el interés del mensaje que el papa Francisco ha escrito para todos los fieles católicos del mundo, como refleja el título y el lema elegidos: “Misericordia quiero y no sacrificio”, completado por el subtítulo “Las obras de misericordia en el camino jubilar”.

En la tarde del viernes 12 de febrero, las parroquias de Guadalajara celebran la Peregrinación Jubilar Arciprestal con motivo del Año de la Misericordia. Al coincidir con el día del ayuno voluntario que propone Manos Unidas en la Campaña contra el Hambre, el arciprestazgo y la ONGD católica se asocian sumando objetivos, propuestas y actividades: ganar la gracia jubilar en comunión arciprestal y dar testimonio de obras de misericordia según el espíritu de Manos Unidas.

Todos los peregrinos iniciarán una marcha desde su respectiva parroquia con vistas a reunirse a las siete de la tarde en la Plaza de Santo Domingo. Cada grupo llevará un cartel identificativo y un cesto de pan. Congregados todos en Santo Domingo, Manos Unidas animará la lectura del manifiesto contra el hambre en el mundo, que proclamará un misionero. Tras la lectura, las parroquias entregarán los cestos de pan, recibiendo al tiempo un cirio jubilar y haciendo un reparto de agua simbólico.

El segundo episodio será la marcha en peregrinación hacia el templo jubilar de Santa María, recorrido que ira jalonado por cantos, lecturas bíblicas y silencios. En el atrio de la concatedral, el obispo, mons. Atilano Rodríguez, se unirá a los peregrinos para encabezar la entrada procesional en la iglesia a celebrar la eucaristía jubilar. A la salida de la celebración, los asistentes recibirán un recuerdo conmemorativo.

 

Misericordia quiero y no sacrificios (Mt 9,13)
Las obras de misericordia en el camino jubilar

 

  1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada

En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios.

María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, María canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.

  1. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia

El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.

Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.

Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.

  1. Las obras de misericordia

La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.

Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.

La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.

No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).

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