Por Jesús Montejano

(Delegación de Piedad Popular)

 

 

El pasado día 21 de enero tuvo lugar en Roma el Jubileo del Trabajadores de las peregrinaciones a los santuarios. Con este motivo el papa Francisco tuvo un discurso en el Aula Pablo VI, en el que reflexionó sobre la importancia del santuario y de la peregrinación en el contexto del Año de la Misericordia.

El papa afirma que la religiosidad popular (piedad popular o espiritualidad popular) “es una forma genuina de evangelización, que necesita ser siempre promovida y valorada, sin minimizar su importancia”.

La peregrinación a un santuario expresa el deseo profundo de cada persona de ser acogida, comprendida y sostenida. Así el santuario es realmente un espacio privilegiado para encontrar al Señor y tocar con la mono su misericordia”.

De ahí la importancia de cuidar la a cogida de los peregrinos en los santuarios. Acogida que ha de ser afectuosa, festiva, cordial y paciente porque, en definitiva, se está acogiendo al mismo Cristo. Acogida tanto en lo material como en lo espiritual y es un lugar de gracia donde toda persona puede sentirse comprendida y amada.

El sacramento de la Penitencia ha de ser el medio sacramental de la acogida y el abrazo que Dios da al pecador arrepentido que se acerca al confesonario. De ahí que los sacerdotes que realizan este ministerio en los santuarios “deben tener el corazón impregnado de misericordia, su actitud ha de ser la de padre”.



 

Alfonso Olmos

(Director de la Oficina de Información)

 

 

En unos días vamos a celebrar la campaña anual que Manos Unidas lleva a cabo para intentar erradicar el hambre en el mundo. Un trabajo iniciado hace casi seis décadas en el que muchas personas, principalmente mujeres cristianas, dedican su tiempo, su ilusión y podríamos decir que también su vida, en esta encomiable labor.

Es escalofriante escuchar que más de 800 millones de personas pasan hambre en el mundo, es decir que una de cada nueve personas que habitan este planeta tiene precariedad alimentaria. También llama la atención que, además, muchas de estas personas habiten en lo que hemos denominado comúnmente primer mundo. En los países desarrollados en torno al 10% de la población padecen desnutrición.

No quiero abundar en datos que muchos ya conocen sobre las causas de la pobreza. Creo que lo importante en estos días, es concienciarse de que entre todos es posible acabar con esta lacra, que es un estigma de nuestra sociedad contemporánea tan aparentemente desarrollada y tecnificada.

Plántale cara al hambre es el lema genérico de la campaña trienal que este año inicia la organización católica Manos Unidas. Durante los próximos ejercicios se reflexionará sobre tres aspectos: sembrar, recoger y compartir. Invertir en el inicio de la cadena alimentaria es fundamental: proporcionar semillas y herramientas para trabajarlas, procurar tierra para que fecunde la simiente, ayudar a gestionar la utilización del agua, facilitar la investigación agrícola y proveer de las infraestructuras necesarias, serán los primeros pasos a dar.

Por todo esto Manos Unidas quiere este año llamar la atención de todos nosotros en la importancia de sembrar. Sembrar es dedicar esfuerzo y tiempo, sembrar es concienciarse, sembrar también es ayunar y ser solidarios con nuestra pequeña aportación económica. Porque todo esto ayuda, en el lugar del mundo que sea, a que muchos puedan tener acceso a los alimentos básicos necesarios, que aportan el equilibrio y la nutrición oportuna para la vida de las personas. Pero eso será la segunda parte del proceso.

Jesús de las Heras Muela

(Sacerdote y periodista)

 

 

“Conocí” a san Juan Bosco en mis años de seminarista, cuando íbamos al Colegio Salesiano de Guadalajara a representar las obras de teatro que, llenos de ilusión y de más ganas que oficio, hacíamos por santo Tomás en el seminario seguntino y un domingo por la tarde, de comienzos o mediados de febrero, era una tradición ir a Guadalajara a volver a escenificar la obra en cuestión.

“Conocí” a san Juan Bosco a través de lo que veía y me contaban de lo bien que trabajan los salesianos en su parroquia de Guadalajara –hasta me daba y nos daba un poco de sana envidia su “gancho” con los jóvenes- y en sus colegios.

“Conocí” a san Juan Bosco cuando, de 1984 a 1989, fui profesor de Instituto de Formación Profesional, primero en Cifuentes y después en Azuqueca y entonces –creo que ahora ya no o como si no lo fuera…- él era el patrono de los estudios de Formación Profesional, y, claro, el 31 de enero, no teníamos clase, teníamos fiesta y eso de la fiesta se agradece tanto, o más, siendo profesor como siendo alumno...

 Y, sobre todo, “conocí”, “descubrí” y quedé fascinado por este simpático santo italiano cuando en 1988, con ocasión del primer centenario de su muerte, en el mismo salón de actos donde años atrás representábamos nuestras obras de teatro del viejo, entrañable e inolvidable seminario seguntino, los salesianos pusieron en escena un preciso musical, titulado “Don Bosco. Comedia musical”, del que, además, me hice con su disco –un casete de la época-, que devoré y desgasté, sobre todo, en los siempre tan frecuentes viajes en coche.

Entretanto, en los llamados Quinquenios de Formación Permanente de los curas jóvenes, varios salesianos vinieron a hablarnos de catequesis, de pastoral juvenil y hasta de moral. Creo que fueron Álvaro Ginel, Alfonso Francia y Eugenio Alburquerque y quizás algún otro, cuyo nombre no logro recordar ahora.

 Ya en Madrid, entablé buena amistad con el segundo de ellos, con Alfonso Francia, que, siendo superior de la comunidad salesiana de calle Alcalá (la de la Librería) hasta me invitó un año a que les presidiera y predicara la misa de la fiesta del santo, el 31 de enero. ¡Qué osadía la mía! Recuerdo el sonrojo que aquella invitación me produjo: “¡Pero, qué les voy yo a decir a los salesianos de su don Bosco!”. Bueno, creo que salí airoso o, al menos, como pude del trance…

Y me volví a “encontrar” con don Bosco en Roma, durante mis años de estudios superiores y de la mano de algunos amigos y compañeros que eran alumnos de su dinámica Universidad, el mal llamado PAS…

Y hará un par de años que vi una preciosa y completa película sobre su vida, gracias a los oficios y la gentileza de otro salesiano, amigo y casi paisano, José Antonio Santos, de Barahona y antiguo seminaristas nuestro.

Un santo de la “Evangelii gaudium”

Ya era papa Francisco cuando vi esta película, “San Juan Bosco, la misión del amor”. Recordé que el adolescente Jorge Bergoglio había sido alumno salesiano y, sobre todo, pensé que precisamente en él, en don Bosco, se habría inspirado el actual Santo Padre para escribir y para testimonio su emblemática y programática exhortación apostólica “Evangelii gaudium” (“La alegría del Evangelio”). No solo él, claro, porque pensaría asimismo en san Felipe Neri, por ejemplo, pero seguro que también él, san Juan Bosco, fue uno de los inspiradores de tan hermoso e interpelador documento papal, verdadera brújula de su ministerio apostólico petrino y carta de navegación para toda nuestra Iglesia.

Sí, la alegría del Evangelio. San Juan Bosco la vivió desde niño, a pesar de las penurias de su familia, de la muerte su padre y de su humilde origen. Y la conservó, la alegría, durante toda su vida, que no estuvo exenta, ni mucho menos, de contrariedades, complejidades y dificultades.

 Esa alegría que era vitalidad, que eran ganas de darse a los demás, que era sensibilidad hacia los marginados y los preteridos. Esa alegría que aprendió también de su buen cura que le llevó al seminario.

Esa alegría que le hacía y le hace sintonizar como nadie entre los chavales y los jóvenes, singularmente entre los más necesitados, abandonados y rebeldes con causa o sin ella. Esa alegría que le acompañó durante toda su vida. Una alegría sin canas ni arrugas y sin marchitarse jamás que solo es posible para quienes han descubierto, viven y se nutren de la alegría de Dios, de la alegría del Evangelio. Esa alegría que ha hecho y hace –como rezó el himno del reciente bicentenario de su nacimiento- que, con el paso de los años, don Bosco sea más fuerte, más vivo, más vital y más alegre.

Con el paso de los años, más alegre y vivo todavía

A los santos, a estos santos de una pieza como él, a estos auténticos gigantes y de la mejor humanidad –pensemos también y como nuevos ejemplos en san Francisco de Asís y en nuestra santa Teresa de Jesús-, les suele ocurrir lo mismo: que siempre son jóvenes, frescos y lozanos, que siempre están –si queremos, si nos dejamos- entre nosotros, que siempre tienen algo nuevo y bueno que decirnos y que aportarnos, que siempre su vida, su mensaje, su legado, su presencia actual llega a nosotros como bocanada fresca, como soplo del Espíritu, como gracia renovada.

A nuestros actuales tiempos eclesiales, marcados por la impronta postmoderna, relativista, secularista y descristianizada, ¡qué bien le vienen testimonios y gente como Juan Bosco, santo de la alegría del Evangelio!

¡Buenos días, alegría!, ¡buenos días, Evangelio!

Nuestro ministerio, nuestras personas y nuestras mismas iniciativas pastorales parecen muchas veces responder a aquel existencialista, quejumbroso y conformista  “Buenos días, tristeza”, emblemática novela de hace más de medio siglo de François Sagan y que ha acompañado a tantas y tantas generaciones. ¡Qué mejor antidepresivo que santos como Don Bosco!

¿Qué nuestros tiempos son duros y recios? Sí, pero en absoluto son peores que los suyos.

¿Qué mejor inyección en vena que el Evangelio y la fuerza irradiadora y expansiva de su alegría y la verificación y comprobación, con testimonios como el de Juan Bosco, de que ni Evangelio ni alegría son utopías?

Respiremos hondo y fuerte. Respiremos don Bosco. Respiremos y exhalemos la alegría del Evangelio. Su onda expansiva, además, comenzará a difundirse. Y, poco a poco, aunque, eso sí, no sin esfuerzo –nada se logra sin esfuerzo, que se lo pregunten al santo de hoy-, el resto se nos dará por añadidura.

Juan José Plaza

(Delegación de Misiones)

 

 

Paso a paso nos vamos introduciendo en la espesura del Año de la Misericordia.

El Papa Francisco titulaba la Bula de convocatoria del Año Santo con estas palabras: “Misericordiae vultus”, aludiendo a que Jesucristo es el rostro de la Misericordia del Padre (nº 1).

Tan cercana ya la Cuaresma, creo es importante poner atención a lo que  se nos dice respecto a ella en la Bula M.V.: “La cuaresma de este año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la Misericordia de Dios…” (nº 17).

El rostro del Señor no cambia, siempre nos expresa que su Misericordia es eterna. Pero esa Misericordia se hace como más visible en la Cuaresma a la que aplican estas palabras de la Sagrada Escritura: “Este es el día del Señor, este es el tiempo de la misericordia” (Salmo 123).

Sí, acerquémonos a la Misericordia de Dios en este tiempo cuaresmal:

a/ A través de la meditación de la Palabra de Dios, pues, como decimos en un cántico: “ Tu palabra me da vida, confío en Ti , Señor” ( Salmo 18).

b/ A través de la recepción del Sacramento de la confesión, donde se hacen realidad las palabras del profeta: “ Aunque vuestros pecados sean rojos como la escarlata, quedarán más blancos que la nieve”( Isaías 1,18).

c/ Y a través de la adoración asidua del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, fuente inagotable de la Misericordia de Dios, que purifica nuestros pecados.

Así como se derrite la escarcha al contacto de los rayos del Sol, de la misma manera desaparecen nuestros pecados ante los rayos de gracia que salen  de Jesús Sacramentado, pues, como dice Simeón en el Benedictus, Jesús es el Sol que nace de lo alto (Luc 1, 78).

Recuerdo también haber escuchado un ejemplo muy parecido a éste.  Dice así: Lo mismo que cuando nuestras madres tendía al sol  las prendas que lavaban , para que las manchas más persistentes desaparecieran  con sus rayos, de la misma manera el que se pone delante del Señor en adoración  sus rayos de gracia purifican nuestras almas de las manchas de los pecados.

¡Qué hermosa forma de decir que Jesús Sacramentado, rostro de la Misericordia de Dios, derrama su gracia sobre nuestras almas de manera especial cuando nos postramos en adoración ante su presencia!

Esto nos debe llevar a hacer esta reflexión  o consideración. ¿Por qué en este Año Santo de la Misericordia no se  promueve de manera especial la exposición solemne de Santísimo en las parroquias…, como fuente preciosa de la Misericordia de Dios? (Sabiendo, además, que está establecido que quien haga media hora de adoración ante Santísimo puede conseguir la indulgencia plenaria).

No nos olvidemos tampoco en esta Cuaresma, como cristianos (como otros cristos que somos), de ser el rostro misericordioso de Dios para con nuestros hermanos.

Por Ana I. Gil Valdeolivas

(Delegación de Apostolado Seglar)

 

Las catequesis ofrecidas por la diócesis, nos están ayudando a profundizar en nuestra vocación bautismal, una vocación vivida en la comunión y la corresponsabilidad.

Me voy a detener en la comunión, nos ofrecían un conjunto de prácticas y hábitos para conseguir la comunión:

 

  • ACOGIDA AL OTRO:

            Se trata del arte de amar al hermano, amar a todos, amar a cada uno, empezar por ser los primeros en amar, amar hasta el perdón, amar hasta dar la vida unos por otros.

 

  • ENTRAR EN COMUNIÓN CON LOS OTROS

            Sentir la necesidad del otro, sentir la necesidad de tener compañía, de una palabra, consejo, colaboración...

            Darnos cuenta, que no estamos solos, y que necesitamos al otro.

 

  • SOLIDARIDAD

            Solidaridad es saber estar todos en la barca, incluso cundo hay tempestad. Ser solidario es decir “cuenta conmigo”, “estoy contigo”.

            Solidaridad quiere decir que no nos hacemos la guerra unos a otros, que nos sentimos un solo cuerpo.

 

  • IDENTIFICACIÓN

            Sentir el nosotros eclesial. Esta identificación solidaria significa que yo pierdo mi yo en el otro, en los otros, que yo renuncio a mis pequeños planes por los grandes planes, que son de Dios, que son de la Iglesia.

 

  • PARTICIPACIÓN

            Quiere decir estar involucrado de manera responsable. Aportando el propio carisma, uniendo todas nuestras fuerzas.

            Cuenta más participación hay, mayor sentido de responsabilidad, existe.

            Cuando cada uno pone lo mejor de sí mismo salen cosas extraordinarias.

            No podemos pretender todo, porque todo no lo podemos tener, si nos ponemos en comunión con los demás, tendremos todo.

 

Pongámonos en manos del Espíritu, porque El crea cosas nuevas, personas nuevas, comunidades nuevas, cuando nos dejamos hacer por El, como hizo María dando un SI sin condiciones.

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