Laura Lara y María Lara

(Profesoras de la UDIMA, escritoras Premio Algaba, historiadoras de 'Todo es mentira' en Cuatro) (*)

 

 

 

"/Icono de los tres arcángeles en Saxum (Abu Gosh /Israel)El tránsito del mes de septiembre al de octubre está marcado por la celebración de los ángeles. El 29 de septiembre el calendario católico sitúa la fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Sus etimologías dan cuenta de su especialidad: Miguel, “¿Quién como Dios?”, por su lucha contra el demonio al defender el nombre del Creador ante las asechanzas del mal; Gabriel, “fortaleza de Dios”, encargado de comunicar a la Virgen María el misterio de la Encarnación y a Zacarías el nacimiento de Juan el Bautista; y Rafael, “medicina de Dios”, compañero de viaje y “sanador” en el libro de Tobías. La climatología colabora y, cuando están a punto de caerse las hojas, del verano de san Miguel pasamos al 2 de octubre, día del ángel custodio, que ahora ejerce de patrón del Cuerpo Nacional de Policía.

Las religiones abrahámicas presentan a los ángeles como embajadores de Dios. En el judaísmo hay jerarquías angélicas y, en el cristianismo, su devoción está atestiguada desde los primeros tiempos.  En el siglo XVII Clemente X instituyó la fiesta con carácter universal para toda la Iglesia. En el Islam son entidades celestiales creadas por Alá a partir de un origen luminoso.

“En verdad os digo, que veréis abrirse los cielos y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre” leemos en el evangelio de san Juan (1, 51).

El ángel custodio es el “amigo” personal que cada persona tiene como “dulce compañía”, según rezábamos de niños. Al tratarse de los seres más perfectos de la Creación, los ángeles llegan donde el ser humano no puede.

Los ángeles iluminan, previenen, guían y protegen. Según rememora el salmo 90, los ángeles “te llevarán en sus manos para que no tropiece tu pie en piedra alguna”. Su comportamiento con respecto al sujeto que tienen encomendado es como el de un hermano mayor y, en muchas ocasiones, ha de exhortarlo, mediante la imaginación o con hechos, para provocar un cambio en la existencia. Fue un ángel quien, en el primer libro de los Reyes, advirtió a Elías: “levántate y come porque te queda todavía mucho camino”. Al final de la vida, el custodio llevará al fiel a la contemplación de María, como Reina de los Ángeles, festejando por la eternidad.

Nuestras biografías están llenas de ángeles: nuestro abuelo materno es Ángel, y los dos hijos de Laura se llaman Pilar Elizabeth y Ángel Eduardo. María será la madrina de sus dos sobrinos en el bautizo, que tendrá lugar el 24 de octubre, en la fecha en que en Córdoba se conmemora a san Rafael. A este arcángel en la infancia se lo invoca, entre otros asuntos, para resguardar de las pesadillas. Antes del Concilio Vaticano II a san Gabriel se lo situaba en el almanaque el 24 de marzo, en la víspera de la Anunciación, pero desde 1970 se reunió a los tres arcángeles en el 29 de septiembre. El arte oriental y occidental está lleno de estatuas, lienzos e iconos sobre los Protectores. En el Museo de Guadalajara se conserva una serie de san Miguel y compañeros, obra de Bartolomé Román, de la escuela madrileña, y datada en el siglo XVII.

En la iglesia de san Miguel de Azuqueca de Henares (Guadalajara), hemos recibido Laura y yo los sacramentos y, en nuestra andadura, los ángeles están omnipresentes; a ellos pedimos ayuda y confiamos las jornadas.

Para recitar en la parroquia azudense renacentista, en la misa de una tarde del 29 de septiembre, compuso María este poema dedicado a san Miguel, arcángel al que sentimos tan familiar que a menudo las Hermanas Lara lo llamamos “Michael”.

En 2020, ante la pandemia de coronavirus, le rogamos protección mientras declamamos los versos de María desde la columna del Obispado.

 

San Miguel de la Victoria

Ángel es el espíritu que ejerce de mensajero de lo Alto.

El Creador hizo el mundo
derramando alabanzas,
mas la paz no fue posible
y lloró la retaguardia.

Los querubines benévolos
aprisa buscaban armas
y, entre las nubes, echaron
fuegos de sales doradas.

Con el escudo en el pecho
y las sandalias aladas,
San Miguel vuela hacia el frente
a vertebrar la vanguardia.

Diadema argéntea ostenta,
coraza plúmbea engastada,
del Padre defiende el nombre
ante alianzas macabras.

Ninguna tiniebla espesa
al lucero borra el alba,
los cielos andan revueltos
por la causa más sagrada.

"Quien como Dios" aclama
el guerrero que alza lanza.
Arcángel, inmortal la hueste,
dulce faz de la templanza.

 

 


(*) Las Doctoras Laura Lara y María Lara son Profesoras de la UDIMA, Primer Premio Nacional de Fin de Carrera en Historia del Gobierno de España, académicas de la Televisión, historiadoras del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire y Escritoras, con el Premio Algaba entre otros galardones.

 

 

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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Eran amigos de muchos años. Desde que se conocieron en su Conferencia y se hizo realidad entre ellos, el conseguir realmente ser miembros de una comunidad cristiana y vivir en una fraterna relación amical. Aspiración que debe tener todo consocio de Conferencia o simplemente, no existe Conferencia de San Vicente de Paúl (1).

Un día, uno de los dos amigos, el mayor, cayó enfermo y cuando los médicos investigaron, se encontraron con un cáncer que, en la consiguiente operación, ya estaba muy extendido, de manera que indicaron que no se podía hacer nada. Era a finales de los sesenta del siglo pasado y no se había logrado aún combatir la enfermedad con la eficacia que se ha logrado en estos últimos años.

Ambos amigos, eran conscientes de que el final de la existencia de uno de ellos, estaba próxima. Sin embargo y durante la poca mejoría que alcanzó el consocio mayor tras la operación, que sólo duró unos pocos meses, intensificaron su proximidad y la visita de ambos a Jesús Eucaristía. Siempre salían fortalecidos y alegres de esas visitas al Misericordioso. La enfermedad y sus señales, no eran temas frecuentes de conversación. Había temas más importantes, como el intentar vivir con más entrega que nunca en presencia de Dios con aquellos que sufrían.

Un día el consocio enfermo, cuando ya empezaba a sentir algunas molestias que anunciaban el próximo final, le comentó: “amigo, esto se acaba. Estoy llegando al final. Esto se acaba”. El consocio sano, no se dejó arrastrar por el dolor y la melancolía que sentía en su alma. Respondió rápido: No, amigo. No vamos a empezar a dudar ahora: esto no se acaba estás llegando al comienzo. Al comienzo de la Vida, de encontrarte con el Creador, de vivir con Él y en Él. Al comienzo de iniciar una nueva Vida pletórica y a la que el salmista no sabiendo cómo definir toda la grandeza de esa vida en la Gloria, la gloso así: “El Señor es mi pastor; nada me falta. En verdes praderas me hace descansar, a las aguas tranquilas me conduce, me da nuevas fuerzas y me lleva por caminos rectos, haciendo honor a su nombre” (2).

Callaron ambos y contemplaron el bonito atardecer que se anunciaba allá a lo lejos. Era el regalo que, quizás, el Creador había dispuesto para ellos dos solos. Para aquellos dos buenos amigos, consocios y creyentes. Para aquellos dos hermanos en la Fe compartida y vivida en la comunidad de la Conferencia y más allá.

Hablaron de lo que cada uno entendía que sería el Cielo de los hijos de Dios, mientras iban de una Visita a la siguiente que no dejaron nunca de realizar. Se divertían imaginando los mayores “disparates” que les facilitaría el Señor para hacerles felices. Sólo les faltaba imaginar que habría un “tiovivo”. Sabían que ellos no serían capaces de imaginar todas las bondades de aquel lugar. Pero en medio de su oración compartida, alejaban la melancolía.

La enfermedad avanzaba hasta hacerse ya patente en el aspecto físico del querido consocio. Ya no salía de casa y era el amigo quien le visitaba a diario y ambos, rezaban el rosario juntos.

Todo fue muy rápido. Una mañana, el hijo mayor de aquel consocio enfermo, llamó al amigo y consocio de su padre para contarle que éste, su padre, había empeorado durante la noche y había fallecido.

Le dijo emocionado, que su padre había dejado un recado para él en sus últimos momentos:

“Estoy en paz. Decidle a mi querido amigo que emprendo el viaje de vuelta a casa del que tanto hemos hablado. Allí nos veremos un día.”

Con alguna lágrima, el consocio más joven dijo en silencio al Creador: Trátalo con Tu Misericordia Señor, pues ha intentado vivir con alegre entrega a los que sufrían y “sirviendo en Esperanza”.

Con María, siempre a Cristo en y con María.

 

José Ramón Díaz-Torremocha

de las Conferencias de San Vicente

Guadalajara, España

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(1) “La aceptación del Plan de Dios, en cada uno, hace creer las semillas del amor, la generosidad, la reconciliación……. Los Vicentinos tienen el privilegio de animar estas señales de la presencia de Cristo resucitado en los pobres y entre ellos mismos” (Regla S.S.V.P. art. 1.11)

(2) Salmo 23

 

 

TO FINISH OR TO START

 

They had been friends for many years, since they met in their Conference and made a reality their dream of really being members of a Christian community and living in a fraternal and friendly relationship. Any fellow member of a Conference should have this aspiration; otherwise, there is no Conference of St. Vincent de Paul. (1)

One day, the eldest of the two friends fell ill. When the doctors examined him, they found a cancer that, as they saw in the ensuing surgery, was already quite widespread. Therefore, they said that nothing could be done. It was in the late sixties of last century, and the disease was not treated as effectively as in recent years.

Both friends were aware that one of them was close to the end of his existence. However, during the short improvement of the eldest fellow member after the surgery, which lasted only a few months, they intensified their closeness and their visit to Jesus Eucharist. They always left strengthened and joyful after these visits to the Merciful. The illness and its symptoms hardly came in their conversation. There were more important topics, such as trying to live with more dedication than ever, in God’s presence, to those who suffer.

One day the sick fellow member, already feeling some discomfort that heralded the forthcoming end, said to him, “my friend, this is over; I am coming to the end. This is over”. The healthy fellow member was not swept away by the pain and the melancholy that his soul was feeling. He quickly replied, “No, my friend. We are not going to start doubting now: this is not over; you are getting to the beginning. To the beginning of Life, of meeting the Creator, of living with Him and in Him. You are at the beginning of starting a new thriving Life, which the Psalmist, not knowing how to define the greatness of this life in the Glory, described it thus: “The Lord is my shepherd, I shall not want. He makes me lie down in green pastures, he leads me beside the still water, he restores my soul and leads me in the paths of righteousness for his name’s sake”. (2)

Both kept silent and contemplated the beautiful sunset that could be seen far in the distance. That was the gift that, perhaps, the Creator had prepared only for them. For those two good friends, fellow members and believers. For those two brothers in the Faith shared and lived in the community of the Conference and beyond.

On their way from one Visit to the next, visits that they never stopped paying, they talked about what each understood to be the Heaven of God’s children. They had fun imagining the greatest “nonsensical things” that the Lord would provide to make them happy. They were only short of imagining that there would be a “merry-go-round”. They knew that they would not be able to imagine all the goodness of that place. But in the midst of their shared prayer, they kept the melancholy away.

The disease was progressing to become obvious in the physical aspect of that beloved fellow member. He no longer left home, his friend visited him every day and both said together the rosary.

Everything went very fast. One morning, the eldest son of that sick fellow member called his father’s friend and fellow member to tell him that his father had worsened during the night, and that he had died.

Overcome by emotion, he told him that his father, in his last moments, had left a message for him:

“I am at peace. Tell my dear friend that I set off on my trip back home, of which we have talked so often. We will meet there one day.”

With some tears, the younger fellow member silently said to the Creator, Lord, be merciful with him, for he has tried to live with a joyful dedication to those who suffer, and he has “served in Hope”.

With Mary, always towards Christ in and with Mary.

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conferences of Saint Vincent

Guadalajara, Spain

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(1) The acceptance of God’s Plan leads each one to nurture the seeds of love, generosity, reconciliation……. Vincentians are privileged to foster these signs of the presence of the Risen Christ in the poor and among themselves” (Rule S.S.V.P. art. 1.11)

(2) Psalm 23

 

 

FINIR OU COMMENCER

 

Ils étaient amis depuis de nombreuses années. Depuis qu’ils se sont rencontrés au sein de leur Conférence, devenir membres d’une communauté chrétienne et vivre dans une relation fraternelle amicale furent une réalité pour eux. Tout confrère de Conférence doit avoir cette aspiration ou, tout simplement, il n’y a pas de Conférence de Saint Vincent-de-Paul (1).

Un jour, l’aîné des deux amis est tombé malade et quand les médecins l’ont examiné, ils ont trouvé un cancer qui, lors de l’opération qui a suivi, s’était avéré être déjà très répandu. C’est pourquoi, ils ont communiqué qu’il n’y avait rien à faire. C’était à la fin des années soixante du siècle dernier et on n’avait pas encore réussi à combattre la maladie avec l’efficacité qui existe ces dernières années.

Les deux amis étaient conscients que la fin de l’existence de l’un d’eux était proche. Cependant, au cours de la légère amélioration du confrère plus âgé après l’opération, qui n’a duré que quelques mois, ils ont intensifié leur proximité et leur visite à Jésus Eucharistie. Ils sortaient toujours renforcés et joyeux de ces visites au Miséricordieux. La maladie et ses signes n’étaient pas des sujets fréquents de conversation. Il y avait des questions plus importantes, comme essayer de vivre avec plus de dévouement que jamais vers ceux qui souffrent, en présence de Dieu.

Un jour, le confrère malade, alors qu’il commençait déjà à ressentir un malaise qui annonçait une fin proche, lui dit : « Mon ami, c’est fini. J’arrive à la fin. C’est fini ». Le confrère sain ne s’est pas laissé emporter par la douleur et la mélancolie qu’il ressentait dans son âme. Il a répondu rapidement : Non, mon ami. Nous n’allons pas commencer à douter maintenant : ce n’est pas la fin, tu es en train d’arriver au début. Au début de la Vie, de la rencontre avec le Créateur, de vivre avec Lui et en Lui. Au début de commencer une nouvelle Vie pléthorique que le psalmiste, ne sachant pas définir toute la grandeur de cette vie dans la Gloire, la décrivit ainsi : « le Seigneur est mon berger ; je ne manquerai de rien. Il me fait reposer dans de verts pâturages, il me dirige près des eaux paisibles. Il me donne une nouvelle force et me conduit dans les sentiers de la justice, en honorant son nom » (2).

Les deux sont restés en silence et contemplaient le beau coucher de soleil qui s’annonçait au loin. C’était le don que le Créateur avait peut-être préparé pour eux seuls. Pour ces deux bons amis, confrères et croyants. Pour ces deux frères dans la foi partagée et vécue dans la communauté de la Conférence, et au-delà.

Ils ont parlé sur ce que chacun entendait par le Ciel des enfants de Dieu, quand ils allaient d’une visite à l’autre, visites qu’ils n’ont jamais cessé de rendre. Ils s’amusaient à imaginer les plus grands « non-sens » que le Seigneur fournirait pour les rendre heureux. Il ne leur manquait qu’imaginer qu’il y aurait un « manège ». Ils savaient qu’ils ne seraient pas capables d’imaginer toutes les bonnes choses de cet endroit. Mais en étant plongés dans leur prière commune, ils éloignaient la mélancolie.

La maladie progressait pour devenir évidente dans l’aspect physique du confrère bien-aimé. Il ne quittait plus la maison et c’est l’ami qui lui rendait visite tous les jours, pour réciter ensemble le chapelet.

Tout se passa très rapidement. Un matin, le fils aîné du confrère malade, appela l’ami et confrère de son père pour lui dire que celui-ci, son père, s’était aggravé pendant la nuit et était décédé.

Très ému, il lui dit que son père avait laissé un message pour lui dans ses derniers moments :

« Je suis en paix. Dis à mon cher ami que je commence le voyage de retour à la maison dont on a tant parlé. On se rencontrera là-bas un jour ».

Avec quelques larmes, le confrère plus jeune dit en silence au Créateur : Traitez-le avec Votre Miséricorde, Seigneur, car il a essayé de vivre avec un dévouement joyeux envers ceux qui souffraient et a « servi dans l’Espérance ».

Avec Marie, toujours vers le Christ en et avec Marie.

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conférences de Saint Vincent

Guadalajara, Espagne

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(1) « L’acceptation du Dessein de Dieu en chacun d’eux, les conduit à faire croître les germes d’amour, la générosité, la réconciliation……. Les Vincentiens ont le privilège d’encourager les signes de la présence du Christ ressuscité chez les pauvres et parmi eux » (Règle S.S.V.P. art. 1.11).

(2) Psaume 23

 

"La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo" escribió san Jerónimo, de cuya muerte se cumplen ahora 1.600 años y quien nos interpela a vivir de la Palabra de Dios

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

El próximo miércoles, día 30 de septiembre, es la memoria litúrgica obligatoria de san Jerónimo, el gran difusor de la Palabra de Dios, como luego veremos. Se cumplirá ese día, además, el XVI centenario de su muerte. En medio de la pandemia, todavía más si cabe -¿quién no tiene una Biblia en su casa y hasta en el ordenador y el teléfono?- y siempre, la Iglesia ha de ser Iglesia de la Palabra, ha de vivir de la Palabra de Dios

En este artículo, vamos a recordar figura de san Jerónimo y facilitar una serie de materiales para que nuestras comunidades católicas y todos y cada uno de los católicos seamos Iglesia de la Palabra. Porque, como afirmó el santo, «la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo», y, por ello, ignorancia también de la identidad y misión de la Iglesia.

 

San Jerónimo, el santo de la Palabra de Dios

 

"/Padre de la Iglesia latina y doctor de la Iglesia, Eusebio Jerónimo de Estridón (por la localidad dálmata, en la actual Croacia, donde nació en el año 340), recibió el Papa  san Dámaso I, en el año 382, el encargo de traducir al latín la Biblia a partir de su versión original en griego y hebreo. Su traducción, conocida como la Vulgata de san Jerónimo, será normativa en toda la Iglesia durante cuatro siglos,  desde el año 1546, en el Concilio de Trento, y hasta el Concilio Vaticano II. Para poder este trabajo de traducción, se trasladó a vivir a Belén, donde falleció el 30 de septiembre del año 420. Fue ordenado sacerdote a los 40 años.

Junto a su estudio y trabajo de las Sagradas Escrituras, san Jerónimo llevó durante décadas una vida eremítica y ascética (pintores y artistas como GhirlandaioLeonardo da Vinci, El Bosco, Durero, Patinir, Caracci, El Greco, Velázquez, Alonso Cano, Martínez Montañés, Caravaggio, RiberaSalzillo, Torgiano,… legaron espléndidas obras de arte sobre él y su vida dedicada a la Palabra de Dios, a la oración y a la penitencia).

Desde el 30 de septiembre de 2019 al 30 de septiembre de 2020, la Orden Jerónima, celebra el XVI centenario de la muerte de san Jerónimo, el gran apóstol y difusor de Palabra de Dios (por cierto, que desde 2020, por decisión del Papa Francisco, quedó establecido en toda la Iglesia el Domingo de la Palabra de Dios, a celebrar el tercer domingo del tiempo ordinario, en 2020, el día 26 de enero; y en 2021, el día 24 de enero).

 

San Jerónimo y nuestra diócesis

 

Junto a santa Paula de Roma (347-404), promovió la creación de monasterios en Tierra Santa, germen de lo que después, desde el siglo XIV en el monasterio de San Bartolomé de Lupiana, en nuestra tierra, gracias al guadalajareño Pedro Fernández Pecha,  será la orden monástica jerónima u Orden de San Jerónimo, con ramas masculina y femenina.

Nuestra diócesis cuenta con un monasterio de monjas jerónimas, el de Nuestra Señora de los Remedios, en Yunquera de Henares, y de origen, en el siglo XVI, en Brihuega. En 2021 se cumplirán 50 años de la presencia jerónima en Yunquera.

 

Diez definiciones de la Palabra de Dios

 

A la luz del Sínodo de los Obispos de 2008 dedicado a la Palabra de Dios, he aquí diez definiciones de la Palabra de Dios.

 

1/«La Biblia es el libro de un pueblo y para un pueblo».

2/«El amor es las plenitud de las Escrituras Santas».

3/«La Palabra de Dios es una brújula que indica el camino a seguir»,

4/«La escucha amorosa de la Palabra de Dios lleva al servicio desinteresado hacia los demás».

5/«La escucha auténtica de la Palabra de Dios es obedecer y actuar, es hacer florecer en la vida la justicia y el amor».

6/«La Biblia nos presenta el soplo del dolor, sale al encuentro del grito de los oprimidos y del lamento de los infelices».

7/«Mediante el amor y la veneración a la Palabra de Dios, las Iglesias y comunidad«es cristianas viven una unidad real, aunque imperfecta».

8/«La Sagrada Escritura se ha convertido en una especia de inmenso vocabulario… Es el atlas iconográfico… El Evangelio fue la lengua materna de Europa…La Biblia es el gran código de la cultura universal».

9/«La Sagrada Escritura tiene pasajes adecuados para consolar todas las condiciones humanas».

10/«Es necesario traducir a gestos de amor la Palabra de Dios escuchada y orada, porque solo así se convierte en creíble el anuncio del Evangelio».

 

La dulce y amorosa voz de Dios en la Biblia

 

La Palabra de Dios, la Biblia, está es el libro más traducido –en más de 2.450 lenguas distintas- y más vendido –unos veinte millones de ejemplares al año- de toda la historia y también del presente.

«La Palabra de Dios –dice el libro santo del Deuteronomio- está muy cerca de ti. Está en tu boca y en tu corazón para que la cumplas».

En el prólogo de su evangelio, el cuarto, el apóstol San Juan nos habla de que la Palabra existía desde el principio, que estaba con Dios, que era Dios, y que, en la plenitud de los tiempos, la Palabra de hizo carne y puso su morada entre nosotros.

También el Nuevo Testamento, el autor de la Carta a los Hebreos, nos recuerda que la Palabra de Dios, es viva, enérgica y eficaz. Es más cortante que espada de doble filo. «Penetra hasta las fronteras del alma y del espíritu, hasta las articulaciones y médulas y escruta los sentimientos y los pensamientos del corazón».

La Palabra de Dios, de este modo, es la biblioteca viva de un pueblo –el Pueblo de Dios- reunida, celebrada, anunciada y vivida en el transcurso de miles de años. No es un libro de historia. No es un código cerrado de leyes o un curso de moral o de religión. Es un libro de vida y para la vida.

Contienen, sí, preceptos legales, enseñanzas morales y contenidos catequéticos. Pero no reduce a Dios a una fórmula única, a un pensamiento único.

Es una carta. Una carta de amor y de salvación. La Palabra de Dios es susurro, propuesta, invitación,  frescor, novedad. Es un libro para todos. No está reservado a iniciados, a expertos o a creyentes. Es el libro de todos y para todos.

El escritor y poeta Paul Claudel, que se convirtió al catolicismo el 25 de diciembre de 1886 oyendo los cánticos de Navidad, murió el año 1955 y dejó sobre su mesa de trabajo, junto a sus gafas y su pluma, un pliego de papel con estas palabras: «Amo la Biblia». Y es que, «en la Biblia –había escrito Claudel con anterioridad-, oí por primera vez la voz dulce y amable de Dios, que ya nunca se extinguiría. En verdad, Dios me amaba». 

Emma Dessewfy, otra conversa conocida en Hungría por su vida social y caritativa, quebrantada física y espiritualmente y sumida en la soledad, encontró en la Biblia consuelo y refugio: «Ante mis ojos -confiesa- se manifestó el Evangelio de Jesús como un milagro».

 

Decálogo de claves para leer la Palabra de Dios

 

1.-Lee el texto lenta y atentamente, con el corazón y la inteligencia abiertos, estando pendiente a las palabras que más repiten, a los que hacen y cómo reaccionan los personajes.

2.-Mira el contexto. Aquello que precede y aquello que sigue en la Biblia, y a hacia dónde nos quiere dirigir.

3.-Pregúntate de qué género se trata: una narración, una historia, un texto legal, una relato épico, una oración, un canto, una parábola, una enseñanza catequética, una reflexión sapiencial, un anuncio profético…

4.-Trata de situar el texto en la historia bíblica. Para ello, mira las notas o introducciones de las distintas ediciones de la Biblia. Y relaciónalo con otros textos bíblicos conocidos.

5.-Recrea el marco y el contexto de la sociedad concreta para la que fue escrito originariamente el texto y cómo reaccionó ante él.

6.-Confronta e interpela el texto ante tu vida y ante el mundo que te rodea. Mira a ver qué te dice y qué le dice a nuestro mundo.

7.-Intenta sintetizar el mensaje del texto, desde sus contenidos y personajes. E incluso piensa que título le podría poner si con él tuvieras que hacer un comentario, una información.

8.-Empieza a orar. ¿Qué rostro de Dios se descubre en este texto? Contempla y alaba ese rostro, esa voz, esa presencia de Dios en su Palabra.

9.-Sumérgete en la espuma de las olas de esta oración, llena tus oídos de su música, tu mente de sus palabras, tu corazón de sus sentimientos. Descansa y reza con paz con todo ello.

10.-Una vez bien impregnado del texto y de todas estas sensaciones, intenta extraer algunas conclusiones prácticas para tu vida y busca llevarlas a la vida. 

 

Cinco criterios de Benedicto XVI para leer la Palabra de Dios

 

(1) Hay que leer la Sagrada Escritura en su unidad e integridad. Cada una de sus partes lo es de un camino único y sólo viéndolas en su integridad como un camino único, en el que una parte explica la otra, podemos comprender el todo y las partes.

(2) La lectura de la Sagrada Escritura debe ser siempre una lectura a la luz de Cristo. La Sagrada Escritura es un camino con una dirección: Jesucristo. Quien conoce el punto de destino, puede también, una vez más, volver sobre sus pasos y aprender de manera más profunda el misterio del Señor.

(3) Desde su unidad e integridad, desde su unidireccionalidad hacia Jesús, la Sagrada Escritura nos muestra su tercera gran riqueza: la eclesialidad. Estos caminos, estos pasos del camino que nos va mostrando y vamos recorriendo en la lectura de la Palabra de Dios,  sin pasos de un pueblo. Es el Pueblo de Dios que sigue adelante. El propietario auténtico de la Palabra es siempre el Pueblo de Dios, guiado por el Espíritu Santo. Para leer bien la Escritura, para percibir y recibir su belleza y su riqueza, hay que caminar dentro de ese sujeto vivo que es el Pueblo de Dios, en y desde la Tradición de la Iglesia.

(4) La liturgia -ámbito celebrativo propio de la lectura común y orante de la Palabra y «espacio" permanente del Pueblo de Dios en camino- es el lugar privilegiado para la comprensión de la Palabra, precisamente también porque en ella la lectura se convierte en oración y se une a la oración de Cristo en la plegaria eucarística.

(5) Por fin, la Palabra de Dios requiere de otras dos actitudes básicas: la humilde perseverancia y la sabiduría de saber llenarse progresivamente de ella.

«La Palabra de Dios sigue siendo mucho más grande -escribía San Efrén- de lo que podemos pensar y entender». La Palabra de Dios es siempre más grande que cualquier comentario exegético por brillante que sea, que cualquier percepción nuestra. Es un tesoro inagotable, siempre superior a nosotros, siempre más grande. Es la fuente del agua viva y cada uno debe beber de ella según su capacidad y su necesidad y volver a ella siempre, especialmente cuando más lo necesite desde las dimensiones y actitudes glosadas en este comentario.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 25 de septiembre de 2020

Por Rafael Amo

(Director de la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas | Delegación de Ecumenismo de la Diócesis)

 

 

 

Sobre la base de la parábola del Buen Samaritano, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado el día 22 de septiembre una Carta titulada Samaritanus Bonus sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida, para “reafirmar el mensaje del Evangelio y sus expresiones como fundamentos doctrinales propuestos por el Magisterio” y “proporcionar pautas pastorales precisas y concretas, de tal manera que a nivel local se puedan afrontar y gestionar estas situaciones complejas”.

El Documento tiene un dulce sabor evangélico. Utiliza la parábola del Buen Samaritano y la de contemplación de Cristo en la Cruz para tratar temas especialmente delicados y complejos, vital y técnicamente hablando, como los del final de la vida. Esta orientación bíblica es lo que sitúa a la carta en su justa dimensión: se trata de dar un mensaje de esperanza a la oscuridad del dolor y de la muerte. Pero con una preciosa definición de esperanza alejada del ingenuo todo saldrá bien: “La esperanza no es solo esperar un futuro mejor, es una mirada sobre el presente que lo llena de significado”. 

Lo mejor de la carta son sus elementos éticos, antropológicos, espirituales y magisteriales, sobre la base de un análisis realista de la cultura.  

Desde el punto de vista de la ética, Samaritanus Bonus, ofrece una articulación de principios éticos que sientan las bases de una ética del cuidado. El punto de partida de la Carta de la Congregación es el mismo que el de la Declaración de Barcelona, la vulnerabilidad humana, la finitud y el límite. Este es el fundamento de una ética del cuidado entendida “como solicitud, premura, coparticipación y responsabilidad hacia las mujeres y hombres que se nos han confiado porque están necesitados de atención física y espiritual”. A su vez, el cuidado es el gozne entre la vulnerabilidad y la justicia.

La Carta maneja una antropología integral en la que el ser humano no es solo cuerpo físico lleno de enfermedades y llamado a la muerte, sino un ser corpóreo y espiritual -al mismo tiempo- que debe afrontar la aventura del sentido de la vida.

Son especialmente brillantes las páginas dedicadas a la espiritualidad del sufrimiento en la que hace una contemplación de Cristo en la Cruz, que “parece tan semejante, en su carga simbólica, a aquellas enfermedades que clavan a una cama”. Dibuja la escena completa e incluye en la contemplación a aquellas que estaban junto a la Cruz de Jesús que son el prototipo de las personas que “están” con el enfermo.

La Carta ofrece un buen elenco clarificador del Magisterio anterior sobre las diversas situaciones del final de la vida: eutanasia, suicidio asistido, ensañamiento terapéutico, cuidados básicos, cuidados paliativos, terapias analgésicas, etc. 

El Documento no tiene el tono de una Bula de excomunión, no insiste en la condena de nada ni de nadie. El Documento, en línea con el Magisterio precedente recuerda que la eliminación directa e intencionada de la vida humana en su fase terminal no responde a la exigencia de la dignidad de la persona humana que ha recibido el don de la vida. A mi juicio, en este capítulo quinto, lo mejor del documento es la claridad con la que afronta los temas y los avisos a navegantes para que el ambiente cultural no nuble la vista del cristiano.

La carta tiene tono evangélico y un trasfondo teológico: “El misterio de la Redención del hombre está enraizado de una manera sorprendente en el compromiso amoroso de Dios con el sufrimiento humano. Por eso podemos fiarnos de Dios y trasmitir esta certeza en la fe al hombre sufriente y asustado por el dolor y la muerte”. Este es su mensaje profundo.

 

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