Por el Equipo de Apostolado Seglar

(Diócesis de Sigüenza-Guadalajara)

 

 

“El Espíritu del Señor está sobre mí para sanar los corazones afligidos”. Lucas 4,18

 

Cada persona es una historia y lleva en su seno el deseo de ser feliz. Cada hombre y cada mujer está viviendo de una manera personal el tiempo de pandemia, y es desde esa experiencia personal que se van tejiendo las vivencias humanas. Nos hemos acercado al equipo de Apostolado Seglar de nuestra Diócesis de Sigüenza-Guadalajara, para que nos compartan el cómo, donde y cuando han percibido ellos al Espíritu del Señor que sana los corazones afligidos. Desde el respeto a la vivencia personal de cada uno, Ana, Delegada de Apostolado Seglar nos dice que “Lo que intento es que cada día sea nuevo, y esa novedad me la da El Espíritu desde La Palabra “Haced nueva todas las cosas”, y hoy por hoy tengo mucho que estrenar: los abrazos cuando podamos, nuestras eucaristías, nuestras relaciones familiares y de amigos.”.

En plena línea de frente ha estado y sigue estando Marta, enfermera en el Hospital Provincial de Guadalajara y desde su trabajo-vocación nos dice que: En este tiempo extraño para todos he sentido muy presente el Espíritu en mi vida, alentándome a no decaer y a tener fuerzas para ir cada día al hospital a trabajar sabiendo que lo que allí me iba a encontrar no iba a ser fácil. He sentido que me impulsaba a transmitir esperanza en medio de esta situación en la que muchas veces hay mucho miedo y desilusión. Es precisamente ese miedo y desilusión de muchas personas que, desde su Misión de Párroco ha estado acompañando el padre Miguel, en el tramo final de la experiencia de Pandemia, esto es, acompañando a 26 familias en otros tantos entierros en estos dos meses. “Intentar acompañar a las escasas tres personas que han podido ir al cementerio en el entierro de un familiar, y orar con ellos, lo he vivido como una presencia de un Dios que ha sufrido la muerte y ha llorado sus llantos y sus lágrimas. Nos dice este sacerdote.

Desde su visión de esposa, madre de familia y trabajadora en el gremio de la construcción, Esther señala su experiencia vivida en estos días durante el confinamiento tele-trabajando. Nos dice: “Fui al congreso Nacional de Laicos, lo viví como un verdadero renovado Pentecostés. Se nos pedía ser la Iglesia en Salida, y a los pocos días, todo el mundo, recluidos en casa, había algo que reflexionar y pensar. El Espíritu de Dios no deja de sorprendernos. Así que, todos los días al salir de casa para trabajar, invocaba al Espíritu Santo, para que me abriera caminos de evangelización en mi trabajo, en mi familia, con mis amigos, sobre todo, me quitara ese miedo a contagiarme o poder contagiar a los de mi casa.”

Desde su visión de educador Pepe, ha estado trabajando virtualmente, se define como maestro y como cristiano y destaca que: “Dios está siendo la única voz fiable y con plenas garantías a la que me puedo acoger. Al igual que Jesús tuvo una relación personal e intransferible con sus discípulos, enfatiza que “desde el empeño de algunos de reducir la educación a una artificial relación humana a través de pantallas y redes virtuales, alegando que esto es el futuro, escucho la Voz clara y limpia de un Dios encarnado que se mezcló y se relacionó cara a cara con sus semejantes”. 

También desde su experiencia profesional en un comercio de distribución de alimentos, Ana señala que “en estos meses de confinamiento por la pandemia, mi trabajo me ha permitido seguir con una rutina distinta, rutina porque día a día he ido a trabajar, distinta porque no es lo mismo, no te cruzas con gente, ni con coches, y surgen preguntas ¿dónde estás Señor? Y lo ves en esas miradas que se cruzan entre mascarilla y mascarilla, en la sensibilidad entre vecinos, donde el ayudarnos pone caras a vecinos que viven junto a nosotros y no nos conocíamos, rutinas distintas a la hora de comprar y vender donde ser solidario es respetar al otro como nunca, manteniendo distancias y siendo solidarios unos con otros.

 Esa misma solidaridad y caridad cristiana la ha experimentado Padre Miguel en el servicio de Caritas parroquial señalando que “han sido multitud de gestos de compromiso cristiano vividos en la Parroquia, desde la confección de mascarillas, la entrega de donativos para alimentos, jóvenes que se han ofrecido a hacer la compra a personas mayores, teléfono de la esperanza, comida ya preparada llevada a personas necesitadas, y un sin fin de amor derramado que muestra la talla de nuestros cristianos”. En cada persona hay una historia, y un tejido social que nos conecta a todos, así lo está viviendo Marta en su servicio de enfermera, pues “me he sentido acompañada y fortalecida por el Espíritu Santo y he experimentado que me decía que yo ahí podía aportar algo positivo: un mensaje de ánimo para no desfallecer a mis compañeros, una sonrisa con los ojos, cariño y cercanía a los pacientes tan solos... Doy gracias por el don de la fe y por poder vivir esto desde la certeza de que nuestro buen Padre Dios no nos va a dejar abandonados y nos envía su Espíritu para ayudarnos e impulsarnos SIEMPRE allí donde estemos.”

¿Dónde está el Espíritu del Señor consolando y curando los corazones abatidos? Nos responde Pepe: “Nos puede faltar la capacidad de acción, pero nunca la oración. Nos puede faltar la libertad, pero nunca la capacidad de amar”.  Y está siendo en esa experiencia de oración y de contacto con el Señor que Él se está manifestando, hasta por la creatividad de una Iglesia que se está haciendo presente, con mayor o menor acierto en las Redes sociales, pues como dice el padre Miguel: “Desde el inicio del estado de alerta, cuando tuvimos que cerrar los templos, los miembros de mi comunidad me pidieron para celebrar la Eucaristía vía redes sociales. Así lo sigo haciendo desde la Iglesia Domestica en Capilla improvisada en la casa de mi padre, unas celebraciones cercanas, comentadas, incorporando cantos u oraciones vía audio de los fieles de la parroquia y seguida por hermanos de varios países. Un Don de un Dios cercano, familiar, hogareño”.  Así de familiar lo ha vivido también Esther pues “Todos los días hacia una o dos llamadas de teléfono a mi madre de 79 años, viuda y sola en casa, confinada sin salir para nada de casa, rezaba al Espíritu Santo para que me diera la palabra apropiada, para darle ánimo, ¡y funcionaba!, experimenté esa presencia de Dios en cosas sencillas”.

Cada uno según el don que Dios le ha dado, pues mientras Ana reparte alimentos en la vecindad en el poco tiempo que le sobra después de su trabajo, aún nos dice que “también soy consciente de las muchas necesidades de nuestra ciudad y veo como nuestras Caritas se desviven y ahí está Dios y su Espíritu y es posible gracias al granito que todos podemos aportar. En este sentido añade Esther: “En estos dos meses que llevamos de confinamiento, muchas de mis acciones han sido por los demás, ponerme mascarilla, desinfectar ropa, la casa, comprar alimentos, todo por amor a ellos y a Dios que me los ha puesto en mi camino.”

Son vivencias, llenas de humanidad y espiritualidad cristiana. Es vivir lo cotidiano, inclusive en estado de alerta y en pandemia generalizada, pero sabiendo responder con la universalidad de la oración y con el contagio de la esperanza. Esperanza en un Dios que se hizo hombre y que llorando nuestras lágrimas nos envía todo su Espíritu con sus dones: fortaleza, piedad, sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia y temor de Dios. Con ellos tenemos armas para vivir este tiempo con un sentido y una dirección. Quizás el Espíritu del Señor haya estado cercano como nos dice Esther: “Pues he conocido más a Dios y le siento cercano, mi escala de valores ha cambiado y sé que estoy aguantando y seguiré aguantando, gracias a Dios, que me sostiene.”  Sí, el Espíritu del Señor está sobre nosotros para sanar los corazones.

Ana I. Gil Valdeolivas

(Delegación de Apostalado Seglar)

 

 

Este pasado febrero, hace unos meses un grupo de nuestra diócesis junto con nuestro obispo al frente vivíamos el congreso nacional de laicos “Pueblo de Dios en salida” en este congreso se nos animaba a vivir nuestra vocación bautismal y misión.

Se nos lanzaba un reto, lograr todo lo vivido en el congreso después dependía de cada uno de nosotros, de creernos de verdad que hemos sido llamados y enviados.  Nadie esperábamos vivirlo en estas circunstancias actuales, mucho ha cambiado en dos meses nuestra sociedad.

Este PENTECOSTÉS se sitúa en continuidad con el Congreso de Laicos, en el cual hemos sentido la llamada a vivir como Iglesia un renovado Pentecostés. ¿qué entiendo por renovado? Renovar es hacer como de nuevo algo o volverlo a su primer estado, para mí sería hacer nuevas todas las cosas, hacer nueva cada Eucaristía, cada Pentecostés, cada saludo con mi vecino, cada día en mi trabajo, cada día la amistad con Dios y con mis hermanos, familia, comunidad, renovar es poner a Dios en el centro y desde ahí surge la novedad en nuestro día a día y desde ahí surge una actitud de esperanza en Cristo resucitado en estos momentos donde tantas personas, familias están siendo golpeadas por un virus invisible pero que ha sido capaz de parar a toda la humanidad. Renovar es volver al amor primero al que nos cautivó, el que nos dejó embelesados, con mariposas en el estómago…

El Congreso nacional de laicos ha sido un encuentro de comunión, un ejercicio de discernimiento, escucha, dialogo y puesta en práctica, a través de una gran variedad de experiencias y testimonios, riqueza y pluralidad de nuestra iglesia, imagen de Iglesia en salida.

Un deseo surgía de este congreso trabajar como Pueblo de Dios, valorando la vocación laical y lo que cada uno aportamos a nuestra Iglesia en nuestro hoy. Se trata de redescubrir la importancia del sacramento del bautismo, como fuente de donde brotan los diversos carismas para la comunión y la misión.  Cada carisma es un Don del Espíritu y está para construir Iglesia, seamos fieles al carisma recibido y seremos fieles a nuestra misión en la Iglesia.

En el congreso hicimos un recorrido por cuatro itinerarios: primer anuncio, acompañamiento, procesos formativos y presencia en la vida pública. Estos itinerarios se nos marcaban como hitos que habremos de desarrollar en los próximos años en la pastoral con el laicado. En nuestro hoy el primer anuncio es indispensable, las personas necesitan sentirse queridas, saber que hay todo un Dios que les quiere con locura, necesitan sentirse acompañados por las personas que han sentido ese AMOR y Dios les cambio su vida, necesitan de sacerdotes, religiosos, consagrados y laicos que viven día a día un renovado Pentecostés. Este sueño de un renovado Pentecostés se irá haciendo realidad en la medida en que incorporemos en todas nuestras acciones un estilo de trabajo pastoral que venga marcado por dos ejes transversales: la sinodalidad y el discernimiento, como veis dos palabras que llevamos también trabajando en nuestro Sínodo diocesano.

Todos nos necesitamos para ser Iglesia en salida que anuncia el gozo del Evangelio en medio del dolor y las heridas con las que hemos sido marcados por la pandemia que estamos viviendo. Esta experiencia nos ha servido como dicen nuestros obispos para tomar conciencia de que no solo a nivel de Iglesia, sino también de sociedad, todos nos necesitamos, porque de la conducta de uno depende el destino de los otros.

 

                                                                                                        Feliz Pentecostés.

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

Vivo sin vivir en mí,

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.

 

 Estribillo tradicional

(datado al menos en el siglo XV) 

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I. Desde que a Dios conocí.

 

Vivo sin vivir en mí

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.

desde que a Dios conocí.

A Él mis cancelas abrí,

de un modo ya tan entero

que aguardo a tan gran Viajero.

 

Vivo tan fuera de mí

desde que sentí su Amor

que ya vivo en mi Señor

con quien vida y alma uní.

Y es tanto a Él que me así

tan alta en Él vida espero,

que muero porque no muero.

 

 II. Tan bello es lo venidero

 

No es Dios para mí prisión,

sí lo es ya esta dura vida,

pues, según tengo veída

la causa de mi pasión,

lo tengo en mi corazón

y le siento tan frontero,

que muero porque no muero.

 

Estando falto de Ti,

¿qué vida habré de querer,

la dura de acometer

o la de amor que en Ti vi

donde es dulce amanecer?

Tan bello es lo venidero

que muero porque no muero.

 

III. Cuán larga se hace esta vida

 

Cuán larga se hace esta vida

donde andamos desterrados,

que siglos hay caminados

en cada hora sucedida,

¿cuándo vendrá la salida

del liberar venidero

muriendo como ya muero?

 

Es la espera tan amarga

de venirse a mí el Señor,

con su dulzura de Amor

que cada hora se alarga.

¡Quíteme Dios sobrecarga

y castigo tan severo!,

pues muero porque no muero.

 

 IV. La alta vida que espero

 

Aquella vida futura

es la vida verdadera.

Tendré vida cuando muera.

Por eso mi voz murmura

¡quiero vivir en la altura

del vivir más verdadero!,

pues muero porque no muero.

 

¡Vida falsa, que a la vida

de Dios que ya vive en mí,

y con quien yo ya me uní,

restas sólo mejor vida!

Quiero verte convertida

en la alta vida que espero,

que muero porque no muero.

 

 V. Su rostro es amor

 

Él su rostro me ha enseñado

y ya no quiero otro bien,

viendo ojos cuanto ven

a la gloria se ha llegado,

el sumo bien alcanzado,

por ser del sol un lucero

ya muero porque no muero.

 

Es pura luz y blandura

que en el corazón me toca,

ya toda la dicha es poca

a quien sintió tal hondura,

volverla a sentir procura

siendo al Señor escudero,

y muero porque no muero.

 

 VI. Lumbre de serena fuente y goce

 

Su mirada irradia fuego

de serena fuente y goce,

de felicidad solloce,

ante tal paz y sosiego.

Estarme ya con Él luego

es cuanto deseo y quiero,

pues muero porque no muero.

 

A su lado, el tiempo para

y no existe ya ninguno,

entre sus brazos me acuno

todo lo demás sobrara,

con tal de que me mirara.

Si es a la gloria frontero

ya muero porque no muero.

 

VII. Tal placer el venidero

 

La serenidad de amor

el éxtasis mismo lo entrega

cuando sin lucha ni brega

alma ingresa en su Señor,

siendo ventura mayor.

Tal placer el venidero

que muero porque no muero.

 

Venga mi Dios hasta mí

y envuélvame con su suerte

que nunca tema a la muerte

quien siente su Dios en sí.

Y si a veces ya morí

y tal morir lo prefiero

ya muero porque no muero.

 

Autor: Juan Pablo Mañueco.

 

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016

 

 Poema publicado en el libro:

 “Cantil de Cantos VIII. Los poemas místicos” (2017).

http://aache.com/tienda/654-cantil-de-cantos-viii.html

 OBRAS DE MAÑUECO

 

http://aache.com/tienda/es/47-obras-de-manueco

 

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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ATENCION: Al finalizar el artículo que sigue en español, está su traducción al idioma inglés. Si alguno deseara que se le enviaran estos artículos a algún otro consocio, en cualquiera de los dos idiomas, indíquelo a la dirección electrónica Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. facilitándome la dirección electrónica del consocio. Al igual que aquellos que no quieran seguir recibiéndolos. Muchas gracias por su atención 

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Para atender las peticiones recibidas, a partir del próximo mes de junio, el artículo procuraremos enviarlo también traducido al francés.

To meet the requests received, from next June, we will try to send the article also translated into French.

Pour répondre aux demandes reçues, à partir de juin prochain, nous essaierons d’envoyer l’article traduit aussi en Français.

 

 

Ocurrió cuanto voy a contar, hace tiempo y lo viví acompañando a una querida consocia que visitaba nuestras Conferencias de Guadalajara y Alcalá, y que hacia una preciosa y muy bien estructurada presentación de las Bienaventuranzas como complemento de la formación para los miembros de cada una de ellas. Iba dirigida la charla de la consocia, a profundizar en este esencial mensaje de Cristo, apoyándose en el texto de Mateo que parece, para este fin de reflexionar en ellas, más apropiado que el de Lucas. 

Después de comentar cada Bienaventuranza, los consocios, animados por la consocia experta que tutelaba la sesión, opinaban sobre cómo conseguir todo aquello con lo que Cristo identifica a los Bienaventurados o exponían sus dudas sobre cualquiera de ellas. Dudas en cuanto a poder llegar a alcanzar el preciado título de “Bienaventurado”. Las opiniones eran diversas, pero lo fundamental en aquella pequeña Conferencia, lo que se buscaba, como en todas las demás, era dar la oportunidad a todos de escucharse unos a otros sin atribuirse nadie protagonismo alguno. Era solo expresar lo que la Palabra de Dios había inspirado a cada miembro y era también, ocasión para profundizar en la comunidad que debe ser cada Conferencia. Ahondar en el conocerse y así poder ayudarse mejor entre ellos y a los que sufren para servirles. 

No debemos olvidar nunca, esa aspiración fundamental en cada Conferencia, como lo fue en la primera, y que han alcanzado tantos santos ignotos pero que ya están en el Cielo. Nuestro objetivo de siempre, aún sin prestarle mucha atención en ocasiones, ha sido llegar a ser una auténtica Comunidad de oración y acción. Comunidad: preciosa palabra si la vivimos bien. Y cuanto bien nos haremos a nosotros y haremos a los demás con ella. Pues bien, ese es el camino, (el) meditar la palabra de Dios o algún asunto importante a los ojos de la Fe. ¿Qué dice el Evangelio? Pues a aplicarlo. Lo hacia muy bien la Conferencia. Mucho de su buen caminar, estaba en la actitud del Párroco que actuaba con la cercanía del padre y la modestia sapiencial del mejor maestro. 

Se atragantaron con el trabajar por la Paz. ¿Quiénes eras aquellos bienaventurados que trabajaban por la Paz? Se embarulló un poco el intercambio de opiniones, nunca discusión que no debe haber en las Conferencias, pero no encontraban el ejemplo correcto de lo que debía ser trabajar por la paz. Podía hacerse decía uno, el trabajar por la paz si se era muy importante y con mucho poder. Otra, aseguraba que solo desde grandes instituciones o desde puestos políticos de importancia. ¿Qué cosa podría exigirles a ellos, pobres personas corrientes? Esa era la conclusión que poco a poco parecía que iba a imponerse.  La consocia que tutelaba, que había permanecido en silencio, preguntó ¿Nada nos inspirará el Espíritu Santo que nos han regalado a los simples cristianos? 

Animada, una consocia, contó lo que para ella había sido trabajar por la paz: eran muchos hermanos y entre ellos siempre encontraban motivo más o menos importante para pelearse.  La consocia, contaba que ella procuraba intervenir en esos conflictos y trabajaba para procurar que se evitaran y no quedaran heridas entre los hermanos. 

Se hizo un pequeño silencio. Un silencio sonoro. Ya no se hablaba de lo importante que se había de ser. Solamente había que ser. Que ser cristiano. Seguidor de Cristo. Sólo había que tener claro que trabajar por la paz, era ya un comienzo el guardarla personalmente y ayudar a hacerla guardar por el hermano. Por el prójimo. 

Fue una bonita lección adquirida en aquella pequeña Conferencia. 

Con María, siempre a Cristo por María

 

José Ramón Díaz-Torremocha

De las Conferencias de San Vicente

Guadalajara (España)

 

Nota: Para atender las peticiones recibidas, a partir del próximo mes de junio, procuraremos enviar el artículo traducido también al francés.

 

                         

 

Please find below the text in english 

 

WORKING FOR PEACE

 

What I am going to tell happened long time ago. I was going with a dear fellow member who was visiting our Conferences of Guadalajara and Alcalá, and who made a beautiful and very well structured presentation about the Beatitudes as a complement to the training for the members of each of these Conferences. Her talk was aimed at deepening this essential message of Christ, based on Matthew’s text which seems more appropriate than Luke’s one for the purpose of reflecting on it. 

After commenting on each Beatitude, the fellow members, encouraged by the expert sister that was leading the session, gave their opinion on how to achieve everything with which Christ identifies the blessed, or they presented their doubts about any of them. Doubts about being able to reach the precious title of "Blessed”. There were different views. However, what was crucial in that small Conference, what they sought, as in the rest of Conferences, was to give everyone the opportunity to listen to each other without any one having the main role. It was just about expressing what the Word of God had inspired in each member and it was an opportunity to deepen the community that each Conference should be. To know better oneself in order to better help each other and those who suffer in order to serve them. 

We must never forget this essential aspiration in every Conference, which was the aspiration of the first Conference, and which has been achieved by so many unknown holy men that are now in Heaven. Our objective, even when sometimes we do not pay much attention to it, has always been to become an authentic Community of prayer and action. “Community”: a beautiful word if we experience it in the right way. How much good we will do to ourselves and to others with it! Well, that is the path, to meditate on the word of God or on some important matter in the light of Faith. What does the Gospel say? Then, let us apply it. The Conference was doing it very well. Much of its good course lay on the attitude of the Parish Priest who behaved with the closeness of the father and the wise modesty of the best teacher. 

They were challenged by this “working for Peace”. Who were those blessed people who worked for Peace? The exchange of opinions became a bit heated without being an argument, which should never exist in the Conferences, but they did not find the right example of what should be to “work for peace”. One member said that a person could work for the peace if he/she was very important and had a lot of power. Another member stated that it could only be carried out by large institutions or at important political levels. What could they be demanded, poor ordinary people? That was the conclusion that gradually seemed to prevail. The fellow member chairing the session, who had remained silent, asked, ‘will the Holy Spirit, which has been offered to us, inspire nothing to us, simple Christians?’ 

A fellow sister felt encouraged to explain what working for peace had been for her: they were many siblings and they always found a more or less important reason to fight among them. She told that she sought to intervene in these conflicts and struggled to avoid them so that there were no injuries among the brothers. 

There was a short silence. A resonant silence. It was no more about how important one had to be. We just had to be. To be a Christian. A follower of Christ. It was enough to be clear that for working for peace, it was already a beginning to keep peace at personal level and help your brother, your neighbour keep it. 

It was a beautiful lesson learned in that small Conference 

With Mary, always towards Christ through Mary

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conferences of Saint Vincent

Guadalajara (Spain)

 

Note: to meet the requests received, from next June, we will try to send the article also translated into French.

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