Por Ángel Moreno

(Monasterio de Buenafuente)

 

 

Según consta en los archivos del Monasterio de la Madre de Dios de La Buenafuente del Sistal, el primer documento que se conserva está fechado en 1177 y hace referencia a la presencia de Canónigos Regulares, asentados en Alcallech, lugar monástico situado en Aragoncillo, cerca de Molina de Aragón. No sabemos si la razón por la que este documento está en Buenafuente es porque los canónigos dependían de este monasterio, o porque se trasladaron a él. 

La estrategia real de aquellos siglos era repoblar las tierras reconquistadas, y parece más lógico que el lugar de Buenafuente, por su cercanía al Tajo, línea fronteriza, fuera una de las presencias que aseguraban la marca cristiana, al igual que se constatan los vestigios de asentamientos monásticos en los márgenes de los ríos Gallo, Arandilla, Tajo. 

Sabemos que el Arzobispo de Toledo intercambió con los canónigos la propiedad de Buenafuente por otra de su propiedad, situada en Francia, y poco después D. Rodrigo Ximénez de Rada donó el lugar de Buenafuente a los Señores de Molina, quienes se lo vendieron a su suegra Dña. Sancha para que allí fundaran monjas del Císter. Este hecho queda registrado en el pergamino fechado en 1245, en el que se aprueba la fundación, razón de celebrar este año de 2020 el 775 aniversario de la llegada de la Orden Cisterciense, que es el motivo de apellidar a la Buena Fuente “del Sistal”, o del Cister. 

Consta que el nombre del lugar se debe a su manantial, y que debió acontecerle alguna gracia notoria a D. Alonso de Molina, por lo que se edifica una primera iglesia que englobaba la fuente, donde se veneraba una imagen de Cristo con el apelativo “de la Salud”. 

Durante muchos siglos la abadía del Sistal gozó de favores reales y de privilegios, según consta en la amplia documentación original. Es de señalar que después del Concilio de Trento, se obligó a las comunidades femeninas a trasladarse a lugares poblados, y a las monjas de Buenafuente se les permitió permanecer en su sitio, agreste y aislado, por su fama de santidad. 

Hubo a lo largo de la historia algunas interrupciones de la presencia de las monjas en el Sistal. Así sucedió cuando la crisis de los monjes de Santa María de Huerta, que rechazaron al abad impuesto por el Duque de Medinaceli, y que se vinieron al Sistal, teniéndose que trasladar las monjas a Alcallech. Posteriormente, las repuso en Buenafuente una bula papal. También en el momento de la francesada y en los años de la confrontación civil hubo interrupción de la presencia, aunque durante el tiempo de la guerra siempre hubo alguna monja. 

A mediados del siglo XX, la despoblación rural, la pobreza, el mal estado de las comunicaciones y el deterioro del monasterio, hacían pensar que Buenafuente llegaba a su fin como lugar monástico. Y, sin embargo, por una providencia un tanto inexplicable, gracias a la suma de muchos amigos, que se volcaron en ayudar a la Comunidad de monjas, hoy celebramos agradecidos a Dios y a tantos, esta historia casi milenaria de vida contemplativa en las estribaciones del Alto Tajo, hoy declarado Parque Natural. 

Es un deber reconocer el paso de generaciones orantes y que hoy siga siendo Buenafuente un recinto austero, donde la oración, la naturaleza, el silencio y la acogida, son los dones que se desean compartir en torno a la Comunidad Monástica.

Por la Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio de Buenafuente)

 

 

 

Queridos amigos en el Señor:

Hoy queremos compartir la carta, del mes de mayo, de nuestro capellán D. Ángel Moreno Sancho. Informa de nuestra situación  y trasmite la entrega orante de la Comunidad en favor de la Humanidad. 

Nuestra oración y saludo fraterno, desde Buenafuente del  Sistal

 

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Juan Fogué

(Delegación de Piedad Popular, Cofradías y Hermandades)

 

 

La epidemia del coronavirus está haciendo tambalearse la economía mundial. Los distintos gobiernos pelean frente al virus, unos con más acierto y otros con menos. Por desgracia, cientos de miles de personas están falleciendo por todo el orbe y por primera vez en la historia más de mil millones de seres humanos son confinados en sus hogares para tratar de frenar la pandemia. Son tiempos recios, no cabe duda.

Y mientras tanto, en este tiempo Pascual tan excepcional, las familias se erigen, de nuevo, en pilar fundamental de nuestra sociedad. Las familias han cuidado de los niños durante estos largos días de encierro, les han entretenido, les han contado cuentos, les han ayudado con las tareas del colegio, los han alimentado, han orado con ellos y les han quitado los miedos cuando el insidioso coronavirus se colaba en sus sueños.

Las familias están sosteniendo emocional, psicológica e incluso físicamente a todos sus miembros. Las llamadas y videollamadas entre padres e hijos, hermanos, etc. se han vuelto más emocionantes y necesarias que nunca y suponen un bálsamo para los momentos en los que el ánimo decae.

Las familias se han organizado rápidamente para ayudar y proteger a los más mayores, los más vulnerables, llevándoles comida y cualquier cosa que necesitasen, evitando que salieran a la calle y se expusiesen al contagio.

Y las familias se convertirán de nuevo en soporte y refugio de los millones y millones de seres humanos que están perdiendo sus empleos y su esperanza.

Las familias, al fin y al cabo, están dando ejemplo de entereza, de saber estar, de educación y de amor. Y sin ellas, nuestro mundo, sencillamente, no sería posible.

Estamos en mayo, mes de la Virgen y de manera muy especial de su advocación de Fátima. Sor Lucía, una de las videntes, escribió que la batalla final entre el Señor y Satanás será sobre la familia y sobre el matrimonio. Y todos somos conscientes de que, efectivamente, existe ahora mismo una corriente que dirige sus esfuerzos en socavar y destruir la familia y el matrimonio. Pero ¡qué paradójico! ¿se imaginan una epidemia como la actual sin el apoyo familiar?... ¿quién arropó a los millones de desempleados de la anterior crisis? ¿y quién los volverá a arropar y proteger en la crisis que se acaba de desatar? evidentemente la FAMILIA.

Cuando la economía va bien, unos cuantos, en su mayoría personas acomodadas e influyentes, prefieren el nihilismo, el orgullo y el relativismo de vidas dedicadas al más desatado egoísmo y lo intentan imponer al resto de la sociedad a través de los medios más diversos. Pero cuando vienen mal dadas, como ahora, todos buscan refugio en los más cercanos, en su núcleo familiar… y lo encuentran.

Seamos sensatos y meditemos durante este tiempo de júbilo por la resurrección del Señor, sobre la importancia real que la familia tiene en nuestras vidas. Protejámosla y dediquémosle el tiempo y la atención necesarias para que sea el germen de una nueva sociedad y de una nueva vida basada en el verdadero y desinteresado AMOR que Cristo nos enseñó.

Laura Lara y María Lara

(Profesoras universitarias, escritoras y académicas de la Televisión) (*)

 

 

 

En el primer Día de la Madre en confinamiento, dedicamos este artículo a nuestra madre, Mª Isabel?, y a nuestra abuela Pilar, quien el 29 de mayo celebrará su cumpleaños?.

 

Desde millares de años antes de que apareciera la escritura, el devenir del hombre sobre nuestro planeta ha estado marcado por el duelo entre la naturaleza y la creatividad, entre el carácter silvestre de los frutos y la domesticación, entre el impulso del instinto y la calma del artificio.

De la organización de los recursos saben bastante las madres y, por ello, traemos esta historia pictórica a colación en este mes de mayo, dedicado a la Virgen María.

Hace unos años, paseando por Francia durante una de nuestras estancias docentes e investigadoras, una instantánea captaba poderosamente nuestra atención. Se trataba de una obra de Jean-Francois Millet pintada hacia 1860, justo después de que la tercera oleada de revoluciones liberales sembrara en Europa el concepto de “primavera de los pueblos”.

Conservada en el Palacio de Bellas Artes de Lille, el título de la obra, “Dando de comer”, ya hace pensar. Pero cuando uno mueve las pupilas por cada uno de los personajes comprueba la destreza con la que este exponente del realismo supo transmitir la inocencia del campesino en contraste con la desolación que acompañaba al individuo abocado al anonimato en la sociedad industrial.

"Me gustaría que, en la mujer que preparaba el desayuno de sus hijas, imaginemos una cría de pájaros... El hombre trabaja para alimentar a estos seres”. Así de conmovedor se expresaba Millet tras componer este lienzo en la campiña de Barbizon, donde la luz que inunda el jardín  hace palpable el abanico de actitudes.

La narración sentimental de una anécdota se convierte en lazo del mundo y, así, sentadas en el umbral de la casa, tres niñas con el mismo babero azul se disponen a tomar el almuerzo. La mayor de ellas acuna a una muñeca. La mediana sostiene la mano de la hermana pequeña para que coma sin poner excusas. La madre inclina la banqueta para acercarle a la boca la cuchara de madera. El perro duerme. Las gallinas curiosean la escena. El padre trabaja al fondo, en los quehaceres agrícolas de la granja. Y la yedra sigue creciendo adherida a las paredes de piedra.

Sin duda, que en la iglesia cercana se habrían escuchado multitud de veces las palabras de Jesús a los discípulos: “dadles vosotros de comer”. Las pronunció Cristo al poco de enterarse de la muerte de Juan el Bautista, cuando se marchó en barca a un sitio tranquilo y apartado, y al saberlo las multitudes se desplazaron por tierra desde los pueblos (Mt. 14, 13-21). Y también se habría leído en misa el pasaje de las bodas de Caná, cuando es la Madre quien pide la intercesión del Hijo: “No tienen vino” (Jn. 2, 1-12).

En lo relativo al cuadro de Millet, no sabemos los nombres de los intervinientes. El artista no dejó constancia ni del municipio ni del apellido de esta familia. Aunque más que por este requisito, su universalidad deriva del carácter cotidiano del contexto y de la espontaneidad de los gestos.

Como la Historia que, en sí misma, es recipiente y alimento, coraje y entrega, musa y libro, madre e hija, hermana y amiga…, por los corredores del tiempo y los laberintos de la memoria.

 

(*) Las Doctoras Laura Lara y María Lara son Profesoras de la UDIMA, Primer Premio Nacional de Fin de Carrera en Historia del Gobierno de España, académicas de la Televisión, historiadoras del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire y Escritoras, con el Premio Algaba entre otros galardones.

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