El obispo tiene el encargo de orar cada día por el pueblo que le ha sido confiado. Por eso, durante el tiempo de confinamiento en nuestros domicilios para frenar la propagación del virus, cada día he dado gracias a Dios por la entrega heroica del personal sanitario, por los miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad, por el personal de los servicios esenciales, por los trabajadores de los medios de comunicación, por los responsables y voluntarios de Caritas, por los sacerdotes, consagrados y cristianos laicos. De un modo especial, he pedido al Señor por la recuperación de los enfermos, por el eterno descanso de los difuntos y por la paz de sus familiares.

Además de orar, he mantenido comunicación frecuente con los sacerdotes, especialmente con aquellos que estaban infectados por el virus. Esta misma relación telefónica la he tenido también con nuestras queridas monjas de clausura y con las religiosas de vida activa que, a pesar de la enfermedad y de la falta de medios, no han dejado de ofrecer su generoso servicio a los ancianos en las residencias. También he podido compartir el dolor y el sufrimiento con aquellas personas conocidas y queridas que perdieron a alguno de sus seres queridos como consecuencia de la pandemia.

Finalmente, he plasmado por escrito algunas reflexiones de estos días para compartirlas con todos los diocesanos por medio de una sencilla carta pastoral. En ella, además de dar gracias a Dios por tantas personas de bien, que nos iluminan con su testimonio creyente, reflexiono brevemente sobre la finitud humana, sobre el sentido de la vida y la concepción de la libertad. Al pensar en algunas acciones pastorales para el futuro, propongo la necesidad de la oración para renovar la esperanza y la caridad y la urgencia del silencio para escuchar y acompañar el sufrimiento y el dolor de nuestros semejantes, especialmente de los pobres. En este camino, los cristianos contamos siempre con el ejemplo, la intercesión y la protección de la Santísima Virgen.

Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara  

 

#10de10 #SomosIglesia24Siete

El Boletín Oficial del Obispado publica en su último número, aparecido a comienzos de junio, la relación de colectas obligatorias o imperadas que en 2019 hicieron las parroquias, en las que los fieles destinaron los donativos más cuantiosos a Misiones, Cáritas y Manos Unidas. Así, entre Domund, Iglesia Misionera y Epifanía sumaron 124.657,90 euros; la campaña de Manos Unidas superó los 60.000 euros; y las campañas normales de Cáritas recaudaron más de 38.000. Según la Administración Diocesana, la suma de las diez colectas imperadas alcanzó la cantidad de 320.995, 23 euros. Las colectas de Iglesia Diocesana y Seminario se situaron sobre los treinta mil; y Santos Lugares y Óbolo o Caridad del Papa superaron los diez mil, mientras que MCS no llegó al millar de euros.  

Entre otras informaciones, dicho número 2.573 del BOO, primero del año en curso, también incluye el Decreto de Aprobación del Balance económico de 2019 y Presupuesto para 2020, que el obispo firmó con fecha de 10 de marzo de 2020.

El Boletín del Obispado surgió por iniciativa del obispo Francisco de Paula Benavides y Navarrete y publicó su primer número el 2 de abril de 1859. El BOO de Sigüenza-Guadalajara sale en papel para las parroquias y comunidades de la diócesis y también en formato digital dentro del portal diocesano. Desde 1997 lo dirige el sacerdote y periodista Jesús de las Heras Muela.

Éramos conscientes de la pandemia que comenzaba a extenderse por todas partes. Aunque cerramos las puertas, antes de darnos cuenta, la teníamos metida en nuestra querida residencia.

Comenzaron los síntomas, los aislamientos, nos sentimos invadidas e indefensas ante algo tan dañino e invisible. ¡Qué impotencia!

En la casa reinaba un silencio desgarrador. Sentíamos la ausencia de nuestros ancianos por sus  lugares habituales: capilla, comedor o salas de estar. También los paseos  habituales por los patios. Todos, de alguna manera, luchábamos contra esta dura  situación: ancianos, trabajadores y hermanitas. Hasta mediados de abril, a pesar de la insistencia, no llegaron los primeros test, algún grupito pequeño después y el resto no  se han realizado hasta mitad de junio…

Lo más triste era ver como nuestros mayores se iban apagando. Ya no tenían fuerzas para seguir luchando. Nuestra casa era totalmente un hospital. Llegó el que “creyeron” era el primer caso de coronavirus. Nos quedamos sin enfermeras ni médicos, por haber estado en  contacto con esta anciana. Decíamos a nuestro médico “¿qué vamos hacer sin  ustedes?”. Luego resultó ser falsa alarma. Tuvimos la suerte de que dos médicos de Guadalajara, vinieron a ayudarnos en esta dura situación, prestándonos incondicionalmente sus servicios. Para ellos no había días de fiesta, lo único que  contaba era la situación de la casa. Tarea  que  a  día  de  hoy, continúan  ejerciendo.

Nos sentíamos impotentes ante los acontecimientos, pero siempre cercanas a todos nuestros  ancianos, muy especialmente a aquellos por los que, por desgracia, nada más podíamos hacer. Estar cerca, arroparles en esos últimos momentos con nuestra  presencia, era nuestra última misión. Muchos ancianos fueron falleciendo, también dos hermanitas que tampoco pudieron superar el Covid-19.

En medio de tanto dolor, nunca nos ha faltado la CONFIANZA en Dios. Aunque no teníamos eucaristía, podíamos recibirle, escuchar todos los días su palabra de aliento tan necesaria para mantenernos en pie en estos momentos.

Hemos sentido el apoyo y la cercanía de mucha gente buena. Nuestro obispo nos  llamaba casi a diario. Hemos sentido ese soporte y esa oración de la gente que nos  quiere. También muchas personas, en su confinamiento, nos han hecho mascarillas, pantalla o batas. Todo eso nos ha reconfortado y alentado a seguir.

Muy grabado queda en nuestro corazón todo lo vivido, nuestra oración y recuerdo a  todos nuestros queridos ancianos que tan silenciosamente se han ido en este tiempo  y nuestra inmensa gratitud a todos por su cercanía. Damos las gracias, además, a  todos esos trabajadores de Infocam que han desinfectado, todas las semanas, nuestra  casa para intentar erradicar el virus que tanto dolor ha sembrado en nuestra tierra.

 

#10de10 #SomosIglesia24Siete #quedan2

 

Madre Paula Hernández Soria

Superiora de las Hermanitas de Ancianos Desamparados de Guadalajara

Permitidme que me presente: soy Andrés Centenera, el Coronel Subdelegado de Defensa en la Provincia de Guadalajara.

La vocación de las Fuerzas Armadas (FAS), al igual que el sacerdocio o el personal sanitario, es el servicio a los demás, aunque cada colectivo de una u otra forma.

En el caso de la Subdelegación, una unidad puramente administrativa y con capacidades muy limitadas -10 personas entre militares y civiles-, hemos intentado llevar el consuelo y atender las necesidades de todo el personal dependiente de nosotros (viudas, retirados, personal civil dependiente del Ministerio, etc.).

Las que hemos podido atender con nuestros medios así lo hemos realizado; para las que no podíamos atender se han establecido los contactos necesarios para que quien pudiese facilitar la atención la realizara (Caritas, acción social de los Ayuntamientos, etc.).

Vuestra Subdelegación ha permanecido a pleno funcionamiento durante todo el tiempo del estado de alarma. Aunque nuestras puertas han estado cerradas, tanto telefónicamente como telemáticamente se ha atendido, no solo al personal del Ministerio, también a quien ha solicitado cualquier tipo de información o petición con nuestra mejor voluntad y esa voluntad de servicio que es una de nuestras señas de identidad.

Pero esta pandemia no solo me ha afectado por mi trabajo; también he sufrido la perdida de un ser querido. La madrugada del pasado 21 de abril falleció nuestra madre a la edad de 89 años. Aquella noche se había acostado pronto, desorientada. Y mi hermano la descubrió fría, en la misma postura en la que la había arropado de madrugada. Falleció de infarto en su cama, lo que nos permitió, a mi padre y a sus tres hijos, poder despedirnos. Sus restos quedaron en depósito en el tanatorio, cerrado por el estado de alarma, hasta que se pudo enterrarla a primera hora del día 22 solamente acompañada por sus tres hijos, debido a las limitaciones impuestas.

El golpe, aunque esperado, siempre es duro. La perdida de una madre o un padre es irremplazable. Aunque es ley de vida que eso ocurra y que debemos estar preparados para ello, nunca nos viene bien y debemos hacer frente al duelo que la pérdida nos produce. Dos meses después, todavía me despierto por las noches sin poder creerme que haya fallecido.

A pesar de la pérdida, la vida continúa y para sus hijos lo más importante es el ocuparnos de nuestro padre. Él, con 95 años y después de 74 años con ella, toda una vida, no debe sufrir y su dolor no puede afectar de tal manera que tengamos otra desgracia. Gracias a Dios, el acompañarle, ayudarle y atenderle nos está ayudando y reconfortando tanto a él como a nosotros para superar y llevar su pérdida y falta mucho mejor.

Mamá, tu marido e hijos te echan de menos. Un beso muy grande.

 

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Andrés Centenera

Coronel Subdelegado de Defensa en la Provincia de Guadalajara

Reviso las celebraciones dominicales que  aún están colgadas en el canal de Youtube y, emocionado, me doy cuenta que son el fruto de un proceso de escucha atenta y activa. Por un lado, búsqueda entre las muchas iniciativas llevadas a cabo en otras comunidades y por otro, una escucha atenta de las necesidades que nuestra Iglesia manifestaba en el confinamiento.

Recuerdo haber optado, al inicio del Estado de Alarma, por invitar a los feligreses a unirse a las misas del papa o del obispo en internet o en televisión. Era la mejor manera de que les llegara la Palabra de Dios en este tiempo de dificultad. También recuerdo que cada día sentía que los miembros de mi comunidad me transmitían que les faltaba algo, algo importante.

Un día encontré una misa emitida en internet, en la que en algún momento se conectaba con el coro que cantaba desde sus casas. Entendí que junto a la sacramentalidad de la Palabra era necesaria la sacramentalidad de la Participación, e inmediatamente le empezamos a dar forma. Este fue un momento maravilloso: personas mayores que quieren aprender a grabar vídeos, una comunidad que no se rinde ni conforma, que se va llenando de ilusión y de ideas. De pronto ya no era yo quien buscaba dar un servicio, éramos un nosotros buscando la mejor manera de ofrecerlo.

Aún faltaba algo para que todo fuera completo, la sacramentalidad de la Comunicación muy necesaria y urgente en el confinamiento. Me dieron la idea y la “compré” enseguida. Cada domingo haríamos un “Reto”: un marco en el que poder mandar un mensaje, una flor, un brindis, un "te quiero" o una oración, a la persona que cada uno quisiera.

Familias que se reúnen en casa a celebrar el domingo, personas que preparan su colaboración y esperan ilusionados la llegada del domingo, comprobar en el vídeo que esa persona está bien, acercar un poco más la acción pastoral de las seis parroquias que formamos la Udap… son solo algunos indicativos de que la Iglesia y la celebración del domingo han seguido siendo fuente de esperanza, de luz, de encuentro, de oración para la comunidad. Y yo, como espectador privilegiado, no puedo sino decir un gran GRACIAS.

 

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Jesús Ferreras Somolinos

Párroco de la Udap. Virgen del Perpetuo Socorro

Alcocer, Castilforte, Córcoles, Escamilla, Millana y Salmerón

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