(Por la Comunidad religiosa del Monasterio de Buenafuente del Sistal)
Muy queridos amigos y hermanos en Cristo:
En este caluroso mes de julio, el día 11 hemos celebrado a nuestro padre san Benito. San Benito, abad, a quien todos invocamos como patrono de Europa, junto con los santos Cirilo y Metodio, Santa Brígida, San Catalina de Siena y Santa Teresa Benedicta.
A mediados del s. VI, San Benito recogió la tradición monástica de occidente y la unificó en la Regla que lleva su nombre. Tal vez todos conozcan más su famosa máxima “Ora et labora”, que resume de forma ejemplar la vida monástica, y por tanto, también la nuestra. Sí, vivimos recluidas en el claustro de nuestro monasterio y tenemos por oficio buscar a Dios, en la oración y en el trabajo, es decir, siempre. En nuestra diócesis somos tres los monasterios femeninos que vivimos esta Regla: El Monasterios Benedictino san Juan Bautista, de Valfermoso de Las Monjas, el Monasterio Cisterciense de santa Ana, en Brihuega, y nosotras, el Monasterio de la Madre de Dios de Buenafuente del Sistal.
El día de san Benito, en nuestro Monasterio, las hermanas del noviciado nos dieron los buenos días a la Comunidad con esta frase de la regla: “Jamás desesperar de la misericordia de Dios”. Una expresión muy en sintonía con la predicación del Papa Francisco. Y es que los santos han conocido el amor de Dios, su corazón misericordioso y no pueden anunciarnos otra cosa.
Ahondando en el regalo que nos han hecho las hermanas, si no desesperamos es que esperamos, sean las que sean las circunstancias que estemos viviendo. Ésta es nuestra experiencia de fe, que no estamos solas: “El ángel de Dios acampa en torno a sus fieles y los protege” (sal 31). Esto nos conforta y anima porque sabemos que la victoria es de nuestro Dios y del Cordero (cf Ap 7,10), y por eso estamos dispuestas a seguir al Cordero adondequiera que vaya. Que el Señor nos conceda su gracia y lleve a término la obra comenzada en nosotras y en toda la humanidad.



Por Álvaro Ruiz Langa
María y sus padres. Como todos los meses, julio trae también una fiesta mariana señalada. En el centro del mes llega la Virgen del Carmen, tradición que enlaza con el ya citado profeta Elías en el monte Carmelo. Y a los diez días, el 26, la memoria cristiana evoca a los santos padres de María de Nazaret, Joaquín y Ana. Dos “amigos de Dios” muy reconocidos por la devoción popular a lo largo de los siglos, según prueba el incontable número de obras de arte que reproducen escenas de la casa familiar, desde la concepción de la hija hasta variados episodios de la vida hogareña en que creció la que iba a ser madre de Jesús. Mucha iconografía y mucha literatura en torno a los padres de María.













