Guía para el trabajo sinodal en grupos del tema quinto, sesiones primera y segunda, del cuaderno primero, "Llamados", de nuestro Sínodo de Sigüenza-Guadalajara

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Es muy importante aclarar, aunque parezca una obviedad, que la comunión eclesial no es la recepción de la Eucaristía (aunque sí sea esta una de sus fuentes, medios, consecuencias y exigencias), sino el modo propio de ser y de vivir en la Iglesia

La Iglesia es misterio, comunión y misión. La Iglesia es para evangelizar, es misionera en su misma raíz e identidad. La Iglesia –nos lo han recordado reiteradamente tanto desde el Vaticano II como desde la enseñanza de los papas y los obispos- no es un fin en sí misma: la Iglesia es para evangelizar. Y si la Iglesia no evangelizara, dejaría de ser la luz y la sal a la que está llamada.

La Iglesia es asamblea, reunión, congregación. La Iglesia es común unión (común-unión, comunión). La Iglesia es la familia de Dios, el pueblo santo de Dios, el cuerpo místico de Cristo, la grey de Jesucristo, el grupo estable y unido en la diversidad de los discípulos misioneros del Señor crucificado y resucitado.

 

Iglesia es comunión

 

La Iglesia es, en palabra griega y muy común en el lenguaje eclesial, koinonía, que significa comunión; como concepto teológico alude a la comunión eclesial y a los vínculos que esta misma genera entre los miembros de la Iglesia y Dios, revelado en Jesucristo y actuante en la historia por medio del Espíritu Santo”.

Y la koinonía es una de las cuatro dimensiones fundamentales de la identidad y misión de la Iglesia: (1) COMUNIÓN (koinonía), (2) TESTIMONIO (martyria), (3) SERVICIO o CARIDAD (diakonia), y (4) CELEBRACIÓN (leitourgía).

 

 

Concilio Vaticano II

 

Y para seguir aclarando y explicando lo que es la comunión eclesial, he aquí dos textos del documento del Concilio Vaticano II sobre la identidad y misión de la Iglesia. “Lumen Gentium” (LG) es el nombre de este documento, frase latina, que, en español, se traduce como “Luz de las gentes”:

«La Iglesia es en Cristo como un sacramento, es decir, como signo e instrumento de la comunión íntima con Dios y de la unidad del género humano» (LG 1).

«La comunión eclesial se difunde en todos los niveles, tanto en la dirección vertical de la comunión de la Iglesia peregrina con la Iglesia celestial, como en la dirección horizontal, hacia toda la familia humana, para quien la Iglesia constituye un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación» (LG 9).

Todo esto, que técnicamente es lo que se denomina eclesiología de comunión, no puede reducirse a puras cuestiones de organización y menos aún de ámbitos o esferas de decisión o de poder (menos aún entendido el poder al modo mundano) y conlleva una correcta relación entre la unidad y la pluriformidad en esta, y reclama la participación y la corresponsabilidad en todos los niveles.

 

La Iglesia, casa y escuela de la comunión

 

El Papa San Juan Pablo II el 6 de enero de 2001, hizo pública su carta apostólica “Novo millennio ineunte“(Al comienzo del nuevo milenio). En su capítulo cuarto, titulado “Testigos del amor”, desarrolla el tema de la comunión eclesial, y lo hace de un modo tan hermoso y completo que sus ideas son verdaderas brújulas y carta de navegación en relación con la comunión.

"Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión -afirma San Juan Pablo II-: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo".

"… Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios; un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber dar espacio al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias…".

La comunión eclesial se traducirá en corresponsabilidad, en que cada uno ponga sus propios dones y talentos para el bien de los demás, en que cada uno haga lo que tenga que hacer. La comunión no es confusión de carismas, de servicios y de tareas, sino coordinación y conjunción. Es unir fuerzas, es remar juntos.

La comunión no resta, sino suma, no divide sino multiplica.   Y todo ello en todos y cada uno las realidades eclesiales: el Papa es el principio y el fundamento de la comunión. Los obispos han de vivir la comunión con el Papa hacia los demás obispos y hacia cada uno de sus presbíteros y fieles laicos. La comunión, además, es un camino de ida y vuelta. Requiere reciprocidad afectiva y efectiva desde el propio carisma dentro de la Iglesia.

Los laicos encuentran su identidad y su misión en la Iglesia mediante la comunión y el servicio, como expresión de corresponsabilidad. Son Iglesia. Están en su misma entraña. Hacen Iglesia a través de su participación activa y comprometida en los consejos pastorales y de economía diocesanos y parroquiales, mediante el ministerio de la catequesis, en la prestación de servicios a las instituciones sociales y caritativas de la Iglesia, en la colaboración en coros musicales o en los distintos equipos parroquiales, en grupos de oración y de vida, en su participación en las escuelas de Teología y de sus distintas ramas para todo el pueblo de Dios, colaborando en la limpieza y en el ornato del templo y de las sedes eclesiales...

 

La comunión, base y expresión de la sinodalidad

 

La Comisión Teológica Internacional en el documento titulado “La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia(2-3-2018) nos ofrece cuatro pensamientos claves acerca de la comunión eclesial:

 

1.- La eclesiología del Pueblo de Dios destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios.

2.- La fidelidad a la doctrina apostólica y la celebración de la Eucaristía bajo la guía del obispo, sucesor de los apóstoles, el ejercicio ordenado de los diversos ministerios y el primado de la comunión en el recíproco servicio para alabanza y gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo: estos son los rasgos distintivos de la verdadera Iglesia.

3.- Primaria y fundante, en la vida de la Iglesia, es la dimensión de la comunión que implica una ordenada práctica sinodal en varios niveles, con la valorización del sensus fidei fidelium (el sentido de la fe de los fieles) en intrínseca relación con el ministerio específico de los obispos y del Papa.

4.- La Iglesia participa, en Cristo Jesús y mediante el Espíritu Santo, en la vida de comunión de la Santísima Trinidad destinada a abrazar a toda la humanidad. En el don y en el compromiso de la comunión se encuentran la fuente, la forma y el objetivo de la sinodalidad en cuanto que expresa el específico modus vivendi et operandi (modo de vivir y de actuar) del Pueblo de Dios en la participación responsable y ordenada de todos sus miembros en el discernimiento y puesta en práctica de los caminos de su misión.

 

Parroquia y comunión eclesial

 

Con fecha 20 de junio de 2020, el Papa Francisco autorizó e hizo suya la publicación de una instrucción pastoral de la Congregación vaticana para el Clero, titulada “La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia”.  Recogemos algunas frases, ideas y pensamientos claves de la misma sobre la comunión eclesial:

La Iglesia, «fiel a su propia tradición y consciente a la vez de la universalidad de su misión, puede entrar en comunión con las diversas formas de cultura; comunión que enriquece al mismo tiempo a la propia Iglesia y a las diferentes culturas».

Los diferentes componentes en los que la parroquia se articula están llamados a la comunión y a la unidad.

El párroco y los demás presbíteros, en comunión con el obispo, son una referencia fundamental para la comunidad parroquial, por la tarea de pastores que les corresponde.

Los fieles laicos deben estar en plena comunión con la Iglesia católica, haber recibido la formación adecuada para la función que están llamados a realizar, así como tener una conducta personal y pastoral ejemplar, que les dé autoridad para llevar a cabo el servicio.

El sentido teológico del consejo pastoral se inscribe en la realidad constitutiva de la Iglesia, es decir, su ser “Cuerpo de Cristo”, que genera una “espiritualidad de comunión”.

La acción pastoral debe ir más allá de la mera delimitación territorial de la parroquia, para trasparentar más claramente la comunión eclesial a través de la sinergia entre ministerios y carismas e, igualmente, estructurarse como una “pastoral de conjunto” al servicio de la diócesis y su misión.

 

Texto del obispo diocesano

 

“Al contemplar el momento presente y vislumbrar el futuro con la mirada de la fe, considero que es una verdadera gracia de Dios el experimentar este momento de comunión y corresponsabilidad entre todos los miembros del Pueblo de Dios. Cada uno, desde su propio carisma, es llamado a colaborar activamente con los demás para renovar la esperanza de tantas personas heridas y para encontrar nuevas respuestas evangelizadoras, teniendo en cuenta la misión de toda la Iglesia.

La vivencia de la comunión, iluminada y alimentada por la espiritualidad de comunión, tiene que renovar en todos los bautizados “la capacidad para sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que nos pertenece, para saber compartir con él sus alegrías y sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad” (NMI 43), (Carta pastoral “Con gratitud y esperanza”, página 19).

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 24 de junio de 2022

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

 

Inmaculada María,

que llevó a Dios en su vientre,

propicia que yo me adentre

en divina compañía.

 

Sé mi luz y sé mi guía

hasta que con Él me encuentre.

¡Dichoso quien reencuentre

a Jesús, que da alegría!

 

Te ofrendo esta poesía

porque Dios, en ti, me encuentre

cuando el orbe en Él se centre.

 

Como el sol de mediodía

eres hacia Dios la vía.

Quien te siente su voz siente

y siente a Dios en su mente,

 

que eres la unitiva vía

hacia Cristo, realmente,

luminiscente María.

 

 

 

Juan Pablo Mañueco

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016.

Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

Poema del libro 'Los versos del cardenal'.

https://aache.com/tienda/es/655-cantil-de-cantos-ix.html

 

Vídeo autor:

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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Pensaba: ¿Nos habremos dejado llevar por un engaño? Tenía mis dudas, pero como el resto, me he dejado llevar por un impulso de mi corazón y empiezo a preguntarme si estaba en lo correcto. ¿Dudarán los demás? Pero no lo parece. Claro que ellos podrán pensar de mí lo mismo. Tampoco yo me atrevo a dudar abiertamente y que se me note la desconfianza.

De momento, a pesar del tono de autoridad del mandato, no se ha movido, como debe ser y parece que no va a hacerlo. Creo que habrá que esperar para ver cómo termina todo esto pues él parece un hombre de creencias firmes. No, no creo que nos halla engañado.

Ahora parece que algo va a contestar a la mujer. ¿cómo va a dejarse dirigir por una simple mujer? Tendré el oído atento:

“¿Qué quieres de mí, mujer? (Jn 2. 1-11) Aún no ha llegado mi hora”. ¡Eso es! como buen varón le ha respondido adecuadamente, con firmeza, aunque no entiendo muy bien el sentido de lo que le dice en cuanto a su hora. Pero ella con mucha dulzura, no parece hacerle caso y ha dado instrucciones a los criados: “hagan lo que él les diga” Estoy asombrado, no sé cómo va a terminar esto. Pues los criados, le han escuchado, han llenado de agua las tinajas de la purificación como él ha ordenado y ahora pide que le lleven algo de beber al encargado y lo han hecho y parece que está alabando el vino que han sacado de la tinaja. ¡Pero si no había más que agua! He de probarlo. ¡A mí también me parece muy bueno! Comenta para sí mismo asombrado.

Va a tener razón Andrés cuando asegura que “hemos encontrado al Mesías (Jn 1.41) o Natanael cuando le llamaba “Hijo de Dios” (Jn 1.49)

Años más tarde, el discípulo, recordaría horrorizado este momento cuando viviera en su memoria, el abandono en el que dejó, que dejamos, al Hijo de Dios camino del más terrible, inhumano e injusto de los castigos.

¿Con cuánta frecuencia también nosotros hoy - dos mil años después de las imaginadas dudas del discípulo - abandonamos a los que sufren? A aquellos que han aparecido en nuestro camino para que les ayudemos: para que hagamos nuestra aquella parte del sufrimiento que pudiéramos evitar. A esos “cristos rotos” de los que a veces nos cansamos tan pronto y huimos.

A tantos que pretendemos ayudar y a los que con tanta frecuencia no hacemos otra cosa que intentar lavar nuestra conciencia. Cuando continuamos el camino después de depositar en un semejante que sufre, una modestísima limosna, ciertamente alejada de nuestro poder económico y moral, real creyendo haber hecho algo grande.

El discípulo, posiblemente escondiéndose, se alejó dolorido de aquella cobardía. Sintió que al Maestro lo había crucificado también el, por su cobardía. Sí, Andrés y Natanael tenían razón, verdaderamente era el Hijo de Dios.

Sí, se alejaría, pero volvería a ocupar su sitio e incluso a dar la vida por Cristo como tantos de los Discípulos del Maestro en aquellos primeros tiempos y en los actuales.

¿Hacemos nosotros lo mismo perseverando en nuestra Conferencia, sin cansarnos al cabo de pocos días atendiendo al que sufre?

Yo sé que yo no llego hasta donde debiera ¿Y tú?

 

A Cristo siempre por María, por nuestra Madre.  

 


 

 

THE DOUBT

 

I was thinking: Are we being deceived? I had my doubts, but like the rest, I let myself be carried away by an impulse of my heart and I begin to wonder if I was right. Will the others doubt? But it doesn't seem so. Of course, they may think the same of me. I don't dare to doubt openly and let my mistrust be noticed.

So far, despite the authoritative tone of the mandate, he has not moved, as he should, and it seems he is not going to. I think we will have to wait and see how this ends, as he seems to be a man of firm beliefs. No, I don't think he has fooled us.

Now it seems that he is going to answer to the woman. How can he let himself be led by a mere woman? I will be all ears:

"What do you want from me, woman? (Jn 2. 1-11) My hour has not come yet". That's right! As a proper man, he has replied correctly, with firmness, although I don't quite understand the meaning of what he is saying to her about his time. But she, with great gentleness, doesn't seem to pay any attention to him and has given instructions to the servants: "do what he tells you". I am amazed, I don't know how this is going to end. Well, the servants have listened to him, they have filled the purification jars with water as he has ordered and now, he asks the attendant to bring something to drink and they have done so and he seems to be praising the wine that they have taken out of the jar. But there was only water! I must try it. I think it's very good too! he says to himself in awe.

Andrew will be right when he assures us that "we have found the Messiah" (Jn 1.41) or Nathanael when he called him "Son of God" (Jn 1.49)

Years later, the disciple would recall with horror this moment when he lived in his memory the abandonment in which he left, which we left, the Son of God on the way to the most terrible, inhuman and unjust of punishments.

How often do we also today - two thousand years after the disciple's imagined doubts - abandon those who suffer? Those who have appeared on our path for us to help them: to make our own that part of the suffering we could avoid. Those "broken Christs" of whom we sometimes get tired so quickly and run away. 

So many people we pretend to help and so often do nothing more than try to wash our conscience. When we continue on our way after having given to a fellow sufferer some modest alms, certainly far away from our economic and moral power, believing that we have done something great.

The disciple, possibly hiding, turned away in pain from his cowardice. He felt that he too had crucified the Master by his cowardice. Yes, Andrew and Nathanael were right, he really was the Son of God.

Yes, he would move away, but he would return to take his place and even give his life for Christ like so many of the Master's Disciples in those early days and today.

Do we do the same by persevering in our Conference, without tiring after a few days of caring for the suffering?

I know that I don't go as far as I should, do you?

 

To Christ always through Mary, through our Mother.

 

 

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Guía para el trabajo sinodal en grupos del tema cuarto, sesión segunda, del cuaderno primero, "Llamados", de nuestro Sínodo de Sigüenza-Guadalajara

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

En el tema cuarto del cuaderno primero, “Llamados (Mirada hacia dentro)”, del Sínodo diocesano de Sigüenza-Guadalajara, dedicado al tema de la coherencia entre la fe y la vida, vamos a reflexionar sobre la eucaristía relacionándola con la coherencia entre la fe y la vida, porque, como afirma el Concilio Vaticano II, en su constitución dogmática sobre la Iglesia “Lumen gentium” (LG), en castellano, “Luz de las gentes”, la Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG, 11).

Y en el decreto “Presbyterorum ordinis” (PO), en español, “El orden de los presbíteros”, sobre la vida y ministerio de los sacerdotes, leemos: "Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO, 5). 

El Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 1327, afirma: “En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe. «Nuestra manera de pensar armoniza con la eucaristía, y a su vez la eucaristía confirma nuestra manera de pensar»".

Y hemos querido ofrecer esta entrega de nuestro recorrido por el Sínodo diocesano precisamente en estas vísperas del gran día de la eucaristía y de la caridad, que es la fiesta del Corpus Christi de pasado mañana domingo, 19 de junio.

Por otro lado, esta entrega del material de trabajo de nuestro Sínodo será ya la penúltima por este curso. El próximo viernes ofreceremos la última entrega, dedicada al tema de la comunión eclesial.

 

Escucha de la Palabra de Dios

           

El Nuevo Testamento nos explica cómo ya los primeros cristianos vivían la eucaristía y la misa, aunque entonces el término misa no era el usado. Era llamada “fracción del pan” o “la cena del Señor”. Leemos primero un texto de san Pablo en su primera carta a los Corintios, capítulo 19, versículos 16 a 21):

“La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (…) No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios”. (1 Cor 10, 16-21).

En segundo lugar, esta breve cita del libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 2, versículo 41: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”.

Y, por último, he aquí el relato de la institución de la eucaristía, que la Última Cena realizó Jesús. Así lo narra san Lucas, en su evangelio, capítulo 22, versículos 14-20:

“Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con Él y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios». Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios». Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros»”.

 

 La asistencia dominical demuestra la coherencia entre la fe y la vida

 

Breve decálogo sobre la misa o eucaristía

 

1.-La Eucaristía es Asamblea, Comunidad, Congregación, Pueblo, Iglesia.

2.- La Eucaristía es perdón impetrado, ofrecido y recibido. Es reconciliación y es paz. 

3.-La Eucaristía es Palabra de Dios.     

4.-La Eucaristía es profesión de fe, expresada en la recitación de Credo.   

5.-La Eucaristía es ofrenda.

6.-La Eucaristía es la cruz y la pascua

7.-La Eucaristía es oración y compromiso de fraternidad.  

8.-La Eucaristía es comunión. Es comunión con Dios y con los hermanos.

9.-La Eucaristía es acción de gracias

10.-La Eucaristía es misión permanente.   

 

Diez actitudes de vida cristiana y de eucaristía desde la misa

 

(1) Una actitud orante. A la Eucaristía vamos a rezar, a tratar de amistad con quien sabemos nos ama.

Esta actitud orante se traduce en la misa a la alabanza (el Gloria), es impetración e intercesión (preces u oraciones de los fieles). Es acción de gracias (doxología final). Es Padre Nuestro. Es diálogo de intimidad (oración de postcomunión).

(2) Una actitud, un estilo comunitario, eclesial. En la Eucaristía nunca estamos ni vamos solos. Ni siquiera en las llamadas misas privadas. La Eucaristía es la fiesta de la Iglesia.

(3) Una actitud, un estilo humilde y penitente. Toda celebración de la Eucaristía –a través de sus distintas formas y ritos- comienza por el rito penitencial. Nos hace sentirnos humildes, pequeños, pecadores, necesitados del perdón y de la gracia de Dios.

(4) Una actitud escuchante. Es la Palabra de Dios la que se proclama en la Eucaristía. Dios nos habla a través de los textos bíblicos elegidos por la liturgia para las distintas ocasiones.

(5) Una actitud confesante. La Palabra proclamada, sentida, escuchada, dispuesta a traducir en vida nos lleva a confesar y a proclamar nuestra fe. Es el Credo.

(6) Una actitud oferente. El ofertorio de cada Eucaristía nos enseña a ser también nosotros ofrenda viva y permanente. 

(7) Una actitud sacrificada, abnegada, entregada, generosa, hecha oblación. Es la consagración.

(8) Una actitud pacífica y pacificadora. Tiene su emblema en el momento del rito de la paz.

(9) Una actitud comulgante, un estilo de cristianos de comunión. No de cristianos por libre, sino de cristianos de comunión con el Señor a quien recibimos sacramental en la Eucaristía de su Iglesia.

(10) Una actitud y un estilo misioneros.  La Eucaristía es para la vida. La Eucaristía es vida y nos pone al servicio incondicional de la vida, de toda vida y de toda la vida.

          

Domingo y Misa por san Juan Pablo II

 

En 1998 el Papa Juan Pablo II escribió la carta apostólica sobre el domingo "Dies Domini" (Día del Señor). La glosamos en el siguiente decálogo:

 

1.- El domingo celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Es el día de su resurrección, anuncio y anticipo de nuestra futura pascua.

2.- El domingo es por excelencia el día de la fe, subrayado con la recitación del Credo.

3.- El domingo es el día de la esperanza cristiana.   

4.- El domingo es la gran escuela de la caridad, de la fraternidad, de la justicia, de la solidaridad y de la paz.

5.- El domingo es el día de la alegría. La alegría de la resurrección del Señor, la alegría de la fraternidad cristiana.

6.- El domingo es día de descanso sagrado. Día de paz del hombre con Dios, consigo mismo y con sus semejantes.

7.- El domingo es el día de la creación y de la naturaleza.

8.- El domingo nos revela el sentido del tiempo. Es el día de los días.

9.- Los cristianos no debemos convertir el domingo en un día más del fin de semana, como tiempo de mero descanso y diversión. Es mucho más. Es el día imprescindible e irrenunciable.

10.- Por todo ello, el domingo es el día de la Iglesia, el día de la misión, el día de los días.

 

Texto de la Conferencia Episcopal Española (CEE)

 

“El Pueblo de Dios ha vivido un sorprendente ayuno eucarístico que ha avivado el deseo del encuentro con el Señor en la escucha de la Palabra, en la oración doméstica y en el servicio a los pobres. Incluso las celebraciones a través de los medios nos han ayudado a reconocernos como pueblo de la eucaristía que experimenta que sin el Domingo no puede vivir.

Por ello, finalizado el estado de alarma y modificadas las circunstancias, conviene animar al Pueblo de Dios a la celebración presencial de la eucaristía, especialmente el Domingo, con las prudentes medidas de prevención de contagios.

Este nuevo impulso, prudente por la pandemia que permanece entre nosotros, ha de recordar la llamada a todo fiel católico a participar, de manera presencial, en la celebración común de la eucaristía dominical como testimonio de pertenencia y fidelidad a Cristo y a su Iglesia”. (Comisión Permanente de la CEE, 8 de julio de 2020).

 

Texto don Atilano, el obispo diocesano

 

“La celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo nos ofrece la posibilidad de entender nuestra peregrinación por este mundo de forma totalmente distinta a lo que, en ocasiones, pensamos.

El Resucitado, cumpliendo sus promesas permanece vivo en medio de nosotros, comparte nuestras pobrezas y sostiene todo lo bueno y bello que nace cada día en nuestros corazones y en nuestras relaciones con los demás. El Señor, para concretar su amor y salvación a todos los hombres ha querido quedarse en medio de nosotros a través de su Palabra para que le escuchemos; en los sacramentos para que entremos en comunión con Él; y en tantas personas buenas que nos hacen tangible el amor de Dios a través de sus obras.

Es más, Jesucristo ha querido no solo quedarse, sino identificarse con los más pobres, con los últimos: “En verdad os digo que cada vez que los hicisteis con uno de estos, mis hermanos más humildes, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40)”.  (Carta pastoral “Con gratitud y esperanza”, 1 de mayo de 2020, páginas 10 y 11)

 

Canción “La Misa es una fiesta” de Cesáreo Gabaráin

 

“La misa es una fiesta muy alegre. La misa es una fiesta con Jesús. La misa es una fiesta que nos une. La misa es una Fiesta con Jesús.

Cada Domingo Celebramos que nuestro amigo nos salvó, que, por amarnos, dio su vida y resucito... (2 veces el estribillo)

Con su palabra nos enseña, nos alimenta con su pan, nos compromete a ser amigos y a caminar... (2 veces el estribillo)

 

Preguntas y propuestas para el trabajo en grupos

 

Tras estos y otros materiales, y desde un clima explícito de escucha, diálogo y oración, nuestro cuaderno sinodal 1, tema 4, sesión 2 formula, para el trabajo de los grupos, tres preguntas, cuyas respuestas, en su momento, se estudiarán y formarán parte de los siguientes pasos del camino sinodal.  Las preguntas han de ser respondidas, preferentemente, en grupo y recogidas las distintas respuestas.  

 

Estas son las preguntas:

1.- Ventajas e inconvenientes de las misas por los medios de comunicación, incluidas redes sociales como Facebook y YouTube.

2.- ¿Piensas de verdad que la eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida cristiana y de la misión evangelizadora, es de verdad un barómetro de la coherencia entre fe y vida?

3.- ¿A qué razones achacas el descenso generalizado y creciente, no hablamos ahora del tiempo de pandemia, en la asistencia a la misa dominical?

 

Asimismo, se formulan estas dos propuestas:

(1) Señalar entre todos tres o cuatro propuestas para robustecer y testimoniar que la coherencia fe-vida nace y lleva a la eucaristía y muy singularmente a la participación activa y fructuosa, como pidió el Concilio Vaticano II, en la misa.

(2) ¿Cómo mejorar nuestras misas dominicales? Lluvia de ideas práctica, realista y sincera en relación primero a los sacerdotes y después al pueblo fiel.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 17 de junio de 2022

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