Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

"/Cada día me llegan noticias dolorosas. En el desierto en el que vivo, intento leerlas y orarlas a la luz de la Palabra. Hoy, se acumulan las llamadas de quienes se han sentido aludidos y a la vez acompañados por la reflexión dominical, en la que aplicaba la radicalidad evangélica no solo a cuando libremente decidimos dejar todo por seguir a Jesús, sino también cuando aceptamos, no sin dolor, el despojo de seres queridos y la pérdida de bienes materiales.

Ante el zarpazo de la soledad, en el obligado aislamiento que impone la pandemia, mirando a Quien fue crucificado y está vivo, me ha venido al corazón y a la mente el recuerdo de las promesas de Dios a los patriarcas, comprometiéndose a ir con cada uno de ellos.

Destacan las alianzas que Dios pactó con Noé, con Abraham, con Isaac, con Jacob, con Moisés, con Josué. En todos los casos, la Palabra de Dios formula una expresión comprometida: “Yo voy contigo” (Gn 17, 1-2. 7; 21, 22). “Yo concertaré una alianza contigo”. “No temas” (Gn 26, 23). “Yo te guardaré dondequiera que vayas” (Gn 28, 15). “El Señor irá delante de ti. Él estará contigo, no te dejará ni te abandonará. No temas ni te acobardes».” (Dt 31, 8). Y sobre todo resuena la promesa profética de que Dios mismo se hará Emmanuel, compañero nuestro: “El Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel” (Is 7, 14).

Si hay que dar crédito a las promesas divinas, cumplidas en el Antiguo Testamento, cuánto más deberemos acoger las que nos asegura el Evangelio: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”» (Mt 1, 23).

En momentos recios, cuando los discípulos sentían el misterio de la misión del Maestro, viéndoles asustadizos, Jesús les aseguró: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14, 27).

Puede parecer mi reflexión un ejercicio de concurrencias, y que se quede a una distancia insalvable de quienes sufren los arañazos de la pandemia, la intemperie de la quiebra, y hasta parezca ofensivo, en tiempos tan recios, querer sublimar el dolor con palabras más o menos amables.

Pero estoy seguro de que si se deja entrar en el corazón la despedida de Jesús a los suyos, aunque cueste dar crédito a su promesa, se abrirá un portillo de luz en medio de tanta oscuridad. No es mía esta despedida, sino del Señor: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz, pues el Señor, vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores” (Dt 10, 16-17).

 

"/Cuando leemos o escuchamos la reacción de los primeros discípulos de Jesús de dejar la barca, las redes y la familia, solemos interpretar que tal exigencia corresponde a los que son llamados al seguimiento de Jesús más de cerca. “Jesús les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él” (Mc 1, 17-20).

El texto, en general, se aplica de manera exclusiva a los consagrados, a todos los que dejan la familia por seguir una vocación especial. Pero ¿cabría extender el sentido del texto a situaciones en las que se siente y se sufre el despojo de los seres queridos?

Sin duda que es un acto de generosidad, de oblación y de obediencia a la llamada el seguir los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, y ofrendar el legítimo deseo de tener descendencia en aras a dedicarse enteramente al culto divino y a los demás. Pero cuando se ha recibido el don de formar una familia y acontece el desprendimiento de los hijos, porque siguen una vocación especial, o cuando de manera inesperada y a veces dramática se pierde a un ser querido -a los padres, al esposo, a la esposa, a algún hijo, a un amigo- ¿significará también radicalidad evangélica, si se acepta, aun con dolor, el arrancón de aquellos a los que amas?

Esta reflexión me ha surgido al comprobar la selección de lecturas que hace la Iglesia en el tercer domingo del Tiempo Ordinario “B”, en el que a la vez que se proclama el evangelio de san Marcos, donde se alude a la llamada de Jesús a los primeros discípulos, se lee el texto paulino en el que el apóstol aconseja: “Digo esto, hermanos, que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina” (1Cor 7, 29-31)-

En tiempo de pandemia, cuando cada día acosan las noticias de fallecimientos de personas queridas, amigos, familiares, miembros de comunidad, ¿será momento de asumir el consejo paulino? Sentimos que se desnaturalizan las relaciones con la exigencia a la distancia, a la mascarilla, con el confinamiento; la soledad de los enfermos en los hospitales, la de los ancianos en sus casas, son despojos que obligan a circuncidar el corazón o a sentir el terrible zarpazo del aislamiento solitario. Estas circunstancias ¿se podrán aplicar las palabras de Jesús: “Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna”? (Mt 19, 29)

El Evangelio nos llama a formar la familia de los hijos de Dios, a las nuevas relaciones interpersonales, que no tienen fronteras, a superar los vínculos de la carne y de la sangre, y a sentir la comunión con Dios y con todos, en una referencia espiritual, con gestos entrañables. De lo contrario, viviremos este momento entristecidos, deprimidos, angustiados, cuando podríamos percibir la alegría del Evangelio.

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

"/Uno no cree en las maldiciones, ni en que se conjuran los astros con efectos malignos contra la humanidad. Sin embargo, vivimos momentos, tanto sociales como personales, que nos invitan a trascender los hechos, o de lo contrario quedamos sumergidos en la fatalidad.

La pandemia, la borrasca Filomena, los efectos devastadores en la ciudad y en el campo, la pérdida de seres queridos y los accidentes diarios producen una sensación apocalíptica, ante la que cabe, a pesar de la experiencia de fragilidad y de tocar el límite, reaccionar desde la fe.

En estas circunstancias, me han ayudado algunos textos bíblicos; no apelo a ellos como recurso especulativo, sino existencial: “Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi salvador. El Señor soberano es mi fuerza, él me da piernas de gacela, y me hace caminar por las alturas” (Hbc 3, 17-19).

Es momento de confesar la bondad de Dios y su misericordia; de atreverse a bendecirlo y a proclamar su fidelidad. Yo mismo he recurrido, ante hechos familiares, al ejemplo de Job, quien a pesar de un cúmulo de malas noticias, no dejó salir de su boca maldición alguna, sino que “dijo: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor». A pesar de todo esto, Job no pecó ni protestó contra Dios” (Job 1, 8-22).

Necesitamos afianzar nuestra confianza en palabras auténticas. Nos duele la mentira, el engaño, la manipulación, el encubrimiento de la realidad, hasta el extremo de pensar que estamos sometidos a noticias falsas y especuladoras.

Ante el riesgo de perder el ánimo, las palabras del apóstol san Pablo son una inyección de confianza: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8, 35-39).

Comparto contigo lo que yo mismo me digo, ante el acoso de circunstancias aparentemente adversas, pero que vislumbramos un sentido purificador, humanizador, trascendente, que haga nacer o reavivar lo más noble y solidario de cada ser humano.

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

“AGNUS DEI”, DE ZURBARÁN,

para tacto pintado, Zurbarán.

 

Para tacto pintado, Zurbarán.

Para cordero blanco, que no mudo,

su “Agnus Dei”, ya anudado, aún lanudo,

que presenta salvífico su pan. 

 

Dios en prueba del solo capellán

que acude entero, límpido y desnudo

a ofrecernos verídico saludo

de inmolarse en su carne y dar la paz. 

 

El cordero es dulzura entre su faz.

Tal lo hallaréis pintado, en Zurbarán.

Cesa aquí, ya salvado, desde Adán

el pecado de muerte. Llega haz

 

a cuyo tacto pinta Zurbarán,

que se toca con vista… A Dios zaguán.

 

 

 

Juan Pablo Mañueco

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016.

Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

Vídeo autor:

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

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