Por Javier Bravo

(Delegación de Medios de Comunicación Social)

 

 

 

Una vez más nos encontramos, queridos amigos, en mi artículo dedicado a la evangelización en el mundo de la internet y las redes sociales.

El objetivo de estos artículos no es otro que ayudar a mejorar buena nuestras labores pastorales en el mundo digital. Así lo asumí desde el primer momento en que me invitaron a colaborar en esta sección. Pues bien, después de varios de mis artículos echando balones fuera de la diócesis y aportando nuevas opciones para transmitir la fe a través del mundo digital, volvemos otra vez al punto de partida y en esta ocasión vamos a poner la mirada en una web que ya lleva bastante recorrido, la web del Obispado de Sigüenza-Guadalajara (www.sigüenza-guadalajara.org) y en otra con menor recorrido que merece atención estando en pleno año dedicado a San José por el Papa Francisco y en el mes de marzo fecha en que celebramos su fiesta. Es la página web de la parroquia de San José de El coto (www.parroquiaelcoto.es).

"/A simple vista, la página de El Coto es más llamativa, sale de lo corriente dado que hay un fondo con una imagen, algo inusual o poco visto. Analizando ambas paginas a fondo tienen las dos sus cosas buenas y otras mejorables. En cuanto a la web del obispado algo a destacar son las noticias relacionadas con una imagen. Ayudan sí, hacen más atractiva la página, aunque yo no pondría en primera plana ni tantas noticias ni todas con imágenes, sólo las más destacables. En cuanto a la mejora, se hace muy extensa, es difícil la navegación, sobre todo, si hablamos en un móvil o Tablet; que ya de por si hay que bajar mucho con el ratón en el ordenador. Los iconos del ‘banner’ derecho son muy poco atractivos a la vista; los pondría más dinámicos. Algo destacable de la web es el apartado del Sínodo Diocesano.

En cuanto a la web de El Coto se refiere, se debe evitar poner todo en muchos iconos para acceder y en la página de inicio.  Deberían estar los iconos principales y que a partir de ahí se pueda acceder a los demás. Otra apreciación es que son muy poco llamativos. Hay formas de hacer iconos más actuales y más atrayentes, aunque es más corta en extensión una navegación más fácil. Sin embargo, echo en falta un apartado especial dedicado al año de San José de forma destacada en la página de inicio. Oportunos, sin embargo, los anuncios de la adoración y la Santa Misa en directo cada semana.

Esto simplemente son sugerencias. Cada cual después haga lo que crea verdaderamente oportuno. Aunque sí me gustaría señalar que aquellas webs que están desactualizadas desde hace mucho tiempo, mejor que no estén en las redes. Es preferible crear una página o perfil de Facebook para anunciar actos puntuales sí es lo que deseamos.

Hasta una próxima ocasión.

 

Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer; cita que anteriormente se celebraba con el nombre de Día de la Mujer Trabajadora. Una conmemoración anual que en Estados Unidos lleva celebrándose más de cien años y que, poco a poco, ha ido calando en el resto del mundo. Es una jornada para reconocer el valor de la mujer en la sociedad, en la familia y en el resto de los ámbitos sociales, culturales o laborales; también en la Iglesia.

De las mujeres se puede aprender mucho. Podemos echar una ojeada a la Biblia para rescatar el nombre y las virtudes, o defectos, de algunas mujeres de la Sagrada Escritura y lo que de ellas debemos, de una forma u otra, aprender todos.

Sin ánimo de aturdir con citas bíblicas, miro al Antiguo Testamento y me encuentro, al comienzo con Eva, la primera que menciona la Biblia, y descubro el pecado, el peligro de alimentar los deseos incorrectos. Veo, además, la sensatez y la humildad de Abigail o la traición de Dalila. Veo cómo Dios utilizó a Débora, la profetisa, para revelarse a los israelitas. Contemplo a la reina Ester y su influencia y valentía para evitar la matanza de su pueblo, siempre con humildad y modestia. Jael, mujer valiente que se puso de parte del pueblo de Dios y, sin embargo, Jezabel, corrupta y sin escrúpulos.

Algunas de las mujeres de la Biblia ni siquiera tienen nombre o, al menos, no lo conocemos. En la primera parte del texto sagrado nos encontramos con dos de ellas muy distintas: la mujer de Lot, que desobedece el mandato de Dios, y la sulamita, humilde, modesta y leal.

También Lea y Raquel, hermanas y mujeres las dos de Jacob, que sufrieron las dificultades familiares de la poligamia vigente. Rajab, que fue una prostituta convertida a Dios y que experimentó la misericordia del que no mira, ni recuerda, el pasado de las personas. Rebeca, esposa de Isaac, que vivió siempre cumpliendo la voluntad de Dios, incluso en las dificultades más extremas, siendo modesta, trabajadora y hospitalaria. Rut, nuera ejemplar de Noemí y mujer trabajadora por excelencia o Sara, esposa de Abrahán, que dejó la vida cómoda de la ciudad de Ur porque tenía fe en las promesas de Dios, consciente de que él siempre cumple sus promesas.

Ya en el Nuevo Testamento destaca, cómo no, María, la madre de Jesús, la humilde nazarena: obediente, dispuesta, sacrificada, dolorosa y fiel. La mujer del sí. Nuestra madre. Bendita entre todas las mujeres.

También aparecen muy unidas a Jesús las otras “Marías”: la de Cleofás y Salomé, María la hermana de Lázaro, mujer ejemplo de fe, de recogimiento y adoración, y María la Magdalena, la discípula del Señor, generosa y ferviente; entregada a la causa de Cristo; testigo de su resurrección. De este grupo de las cercanas al Señor debemos añadir a Marta, la otra hermana de su buen amigo de Betania, hospitalaria, sentida y fiel. También a Isabel, la madre del precursor, familia de la Virgen, depositaria de la bondad de Dios y protagonista de la visita de su prima, en la que esta entonará el Magníficat como acción de gracias.

En el libro de los Gálatas (3, 28) se nos dice que Jesús no hace distinciones: “no hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer”. Es por eso que no tiene inconveniente en comer con pecadores y prostitutas, ni de encontrarse y acercarse a mujeres, muchas también sin nombre, como la pecadora, a la que finalmente no juzgan, la hemorroísa que fue curada, las viudas con sus diversos problemas o con otras como la Samaritana, que le espeta con franqueza sus inquietudes, la cananea que le muestra su tenacidad como “madre coraje” o la Verónica que, en el momento extenuante de su pasión, recibe como premio a su valentía y a su fe, su imagen en el paño con el que le enjuga el rostro.

La humildad, la reconciliación y la caridad son los otros tres ejes vertebradores de la verdadera Cuaresma, tres miradas a Jesús y a la misión, también en pandemia

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

La pasada semana, al hilo de la Cuaresma como tiempo aptísimo para volver, para dirigir la mirada y la vida hacia Jesucristo, esta página de NUEVA ALCARRIA ofrecía tres primeras miradas cuaresmales al Señor Crucificado y Resucitado. Fueron la oración, el examen de conciencia y la escucha de la Palabra de Dios, Hoy completamos estas miradas con otras tres, con otros tres ejes y claves irrenunciables para vivir la Cuaresma, máxime en pandemia.

 

(1) Una mirada más humilde en y desde la verdad de la humildad

 

Y la verdad de la humildad significa que no hay humildad sin humillación. Y que la soberbia, sobre todo la interior, la espiritual, de las élites cristianas y espiritual, es muy peligrosa, sobre todo, porque se envuelve, se reviste y se disfraza de humildad.

“¡Puras como ángeles, soberbias como demonios!”; “Yo soy muy humilde, mire usted, padre, pero el callo que no me lo pisen que yo no se lo piso a nadie”; la moviola después de recibir una humillación que aparentemente hemos acogido con humildad y virtud… hasta que luego, cuando menos te lo esperas, se desata la tormenta repleta de nubarrones, rayos, truenos y centellas…; o “el perdono, pero no olvido”.

“Para seguir a Jesús hemos de dar tres pasos: acercarnos a Él para conocerlo; confesar -con la fuerza del Espíritu Santo- que es el Hijo de Dios; y aceptar el camino de humildad y humillación que eligió para redimir a la humanidad” #HomilíaSantaMarta (Papa Francisco, Twitter, 20-2-2020).

Jesucristo no solo fue humilde, sino que se humilló, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz (Filipenses, 2, 6-11). El que se humilla, será enaltecido y el que se enaltece (aunque sea solo en el fondo de su corazón como la parábola del fariseo y del publicano –Lucas 18, 9-14- en el templo), será humillado (Eclesiástico, 3, 17-18; Lucas 14, 7-11). Y es que un corazón quebrantado y humillado, nunca lo desprecia el Señor (Salmo 50), y sí hace frente al corazón orgulloso y arrogante.

“«Con la medida con que midáis, seréis medidos» (Mc 4,24). Pidamos al Señor la gracia de no tener miedo de la cruz, pidamos la capacidad de soportar alguna humillación, porque este es el camino que Él eligió para salvarnos. #HomilíaSantaMarta” (Papa Francisco, Twitter, 30-1-2020).

El hombre más grande nacido de mujer -Juan el Bautista- y el Hijo de Dios eligieron el camino de la humillación. Este es el camino que Dios muestra a los cristianos para seguir adelante. No se puede ser humilde sin humillaciones. #HomilíaSantaMarta” (Papa Francisco, Twitter, 7-2-2020).

 

Nuestro Padre Jesús de la Pasión, parroquia de Santiago de Guadalajara

 

(2) Una mirada reconciliada y reconciliadora

 

La Cuaresma es tiempo especialmente oportuno para pedir perdón por nuestros errores, negligencias, omisiones,  excesos y defectos. Y debemos pedir perdón con sinceridad y humildad. Un corazón que experimenta el perdón es un corazón sanado y es un corazón evangelizado y evangelizador. Es tener un corazón y una mirada que sabe de verdad que es verdad aquello de que quien esté libre de pecado tire la primera piedra (Juan 8, 1-7).

Pedir perdón y recibir el perdón nos hace mejores, más libres, más humanos, más cristianos, mejores discípulos misioneros del Señor. Y nos evita la lacra del juicio sobre los demás, el compararnos a ellos y amortiguar el pequeño y gran fariseo que todos llevamos dentro.

Tener este corazón y esta mirada reconciliada nos lleva, además, a vivir la verdad plena e integral del perdón: ser perdonados y perdonar. Es hacer realidad la quinta petición del Padre Nuestro: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mateo 6, 12).

Porque si el ser perdonados nos hace grandes, no menos grandes nos hace el perdonar. Porque si el pedir y recibir el perdón nos evangeliza y es semilla y dinamismo evangelizador, no menos lo es el perdón. “Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto” (Salmo 129). Pues entonces, ¿vamos llevar nosotros cuentas de los males que nos infringen los demás?, ¿para qué?, ¿para cavar un pozo negro de rencor, de resentimiento y hasta, tarde o temprano, de odio?

No podemos permitir que nuestro corazón se emponzoñe y enfangue en este pozo negro y que nuestra mirada su turbe,  se enturbie y se nuble por un horizonte retrospectivo (a veces incluso hasta preventivo…) de las ofensas, injusticias y maldades recibidas. No es fácil perdonar, incluso cuando nos ofenden sabiendo lo que hacen… (Lucas 23, 34).  Incluso cuando nos tomen por tontos, por desasistidos y por débiles. Y cuando, en modo alguno, recibamos ninguna recompensa.

Si ser perdonados nos hace libres, no menos libres nos hace ofrecer el perdón a quienes nos ofenden. Si recibir el perdón es fuente de nuestra alegría, no es fuente de menor alegría el perdonar.

Pero, ¡ojo!, normalmente es aquí donde el demonio en tantísimas ocasiones nos pondrá a prueba, con el engaño –el demonio es el príncipe de la mentira- de la autoestima, del amor propio y de tantas sutilezas que nos impiden perdonar y que, incluso, cuando pensábamos que ya habíamos perdonado la cicatriz de la herida infringida vuelve a abrirse, a supurar y a sangrar. Nunca podemos dar por ganada del todo esta batalla, pues el diablo acecha, de modo que debemos invocar continuamente la ayuda de Dios.

Pedir perdón y perdonar nos ayudan, pues, a experimentar mejor el don de la verdad integral de la reconciliación (“En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”, 2 Co 5,20). Recibir y otorgar el perdón es tener un corazón y una mirada reconciliados y reconciliadores,  y, de este modo, poder testimoniar y servir humildemente el Evangelio de la reconciliación y de la misericordia. Y como no es fácil, el corazón y la mirada reconciliados y reconciliadores experimentan mejor la gratuidad de recibir el perdón y de ofrecer el perdón. Y así vivir y servir la paz, el don de los dones del Señor que es nuestra paz (Efesios 2, 14) y nuestra alegría. Y la paz (tener y ofrecer paz), recordemos a san Ignacio de Loyola, es el gran criterio de discernimiento para nuestra vida cristiana cotidiana.

 

Cristo del Amor y de la Paz, parroquia de San Ginés de Guadalajara

 

(3) Una mirada de misericordia y de caridad  

 

Porque ser perdonados y perdonar, porque el fruto de la oración, de la conversión y de la escucha de la Palabra y porque la humildad verdadera y completa son siempre don de Dios,  este don de Dios, el Dios siempre rico en misericordia (Efesios 2, 4-8: “Porque Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo —estáis salvados por pura gracia—; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con Él, para revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”), ha de ser también don para los demás y visibilizar, de este modo, la vocación cristiana, vocación de don para los demás, vocación de misericordia y de caridad. Y ello desde el misterio pascual es un absoluto imperativo categórico y una necesidad.

Escribió el Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de 2020: “Poner el misterio pascual en el centro de la vida significa sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los bienes de la tierra, de la trata de personas en todas sus formas y de la sed desenfrenada de ganancias, que es una forma de idolatría”.

Y prosiguió: “Hoy sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía”.

Los pobres nos molestan, en el fondo y en la forma.  Tenemos organizada la caridad y queremos servirles, porque sabemos que debemos hacerlo, solo y exclusivamente desde nuestros servicios organizados de caridad, con sus horarios, sus normas y requisitos, que nadie duda que sean necesarios. Pero los pobres nos molestan: que huelen mal, que se gastan el dinero en vino, que si pueden nos roban los lampadarios –y hasta puede ser verdad-, que si ellos mismos no quieren cambiar de vida…, que estamos dispuestos a servirles pero como a nosotros nos gusta servirles… Humanamente es comprensible todo esto, no lo dudo.

Pero, ¿dónde quedan Mateo 25 (Bienaventuranzas) y Mateo 25 (el juicio final)?, ¿dónde queda aquella frase, que es verdad, según la cual “los pobres son el mayor tesoro de la Iglesia” y esas otras dos que dicen que “los pobres nos evangelizan” y que “los pobres son la escalera y el camino hacia el cielo”? Por supuesto que necesitamos organizar la caridad, pero nunca a costa de que sea un silenciador y justificador de nuestra conciencia, un amortiguador que desdibuje de nosotros una mirada de misericordia y de caridad hacia ellos.

Dios nos ama apasionadamente a todos y nos ama a todos hasta el extremo (Juan 13, 1, 15) y su obra redentora es para todos, también para quienes la rechazan, la minimizan o se olvidan de ella. Y también para ellos, nuestros hermanos los pobres. Porque “lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Y si no, fijaos en vuestra asamblea, hermanos: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor” (I Corintios, 1, 25-29).

No hay Cuaresma, ni hay Pascua, ni hay vida cristiana si no hay una mirada por nuestra parte de misericordia y de caridad. Porque nuestro Dios, el Dios que hace salir su sol a buenos y malos (Mateo 5, 45), a justos e injustos, a ricos y pobres, nos reviste de sus entrañas de amor y de misericordia para que también nosotros  tengamos de entrañas de misericordia ante toda miseria humana (Joel 2,12-18).

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 5 de marzo de 2021

Por Ralph Middlecamp

(Presidente del Consejo Nacional de los Estados Unidos - Sociedad de San Vicente de Paúl)

 

 

 

Queridos amigos vicentinos,

Serviens in spe - Sirviendo con esperanza. Este es el lema de la Sociedad de San Vicente de Paúl en latín, y ha sido la expresión que utilizo para terminar mis cartas. La frase se encuentra dos veces en nuestra Regla. La primera instancia se encuentra en la descripción inicial del "Propósito y alcance de nuestro servicio". Leemos que “los miembros demuestran su compromiso a través del contacto de persona a persona. Los vicentinos sirven con esperanza ”. Sabemos que este contacto de persona a persona es muy difícil en este momento, pero la necesidad de que seamos personas de esperanza es más importante que nunca.

Estamos completando el tiempo litúrgico de Adviento. La temporada está marcada por la espera con esperanza. Es un tiempo en el que recordamos los eventos de la historia de Navidad y anticipamos la promesa de la Segunda Venida. Este ha sido un año de espera diferente a cualquier otro que haya experimentado. Gran parte de la forma en que hemos conducido nuestras vidas en el pasado está ahora en un estado de suspensión mientras esperamos.

Esperamos con la esperanza de una vacuna y tratamientos efectivos para el coronavirus, pero esperamos sabiendo que una vacuna no curará la pobreza, el hambre y la falta de vivienda. No curará las divisiones políticas y no curará el racismo. Una vez que el virus haya sido domesticado, estos males seguirán ahí. Los vicentinos deben trabajar para encontrar soluciones a sus causas fundamentales, y seguiremos profundamente involucrados en brindar alivio a sus efectos a través de nuestros esfuerzos caritativos.

Las lecturas de las Escrituras de Adviento nos animan a reflexionar sobre las esperanzas pasadas que se han cumplido en Cristo, así como nuestras esperanzas de un futuro aún más prometedor. Podemos hacer de este un período de renovación para nosotros personalmente si encontramos oportunidades en la temporada navideña para sentarnos en silencio en oración. Eso se puede hacer tarde en la noche con las luces del árbol de Navidad encendidas o en la oscuridad de la mañana antes de que otros se despierten. Si tiene actividades canceladas, ese tiempo puede usarse para orar con las lecturas de la Misa de ese día. Podemos aprovechar este tiempo de actividad suspendida y aprovechar al máximo el presente mientras miramos hacia atrás recordando bendiciones anteriores y confiando en la providencia de Dios.

Considere el estímulo que San Pablo ofreció a los primeros cristianos en Roma: “Estad gozosos en la esperanza, pacientes en la aflicción, fieles en la oración. Comparta con el pueblo del Señor que está en necesidad. Practica la hospitalidad. Bendice a los que te persiguen; bendice y no maldigas. Alégrate con los que se alegran; llorar con los que lloran. Vivir en armonía unos con otros."

Les ofrezco mi deseo de una Navidad muy bendecida. Que la temporada fortalezca su Fe y su compromiso con la práctica de la Caridad como miembro de nuestra Sociedad que sirve en Esperanza.

Serviens in spe,

Ralph Middlecamp

 

 

INGLÉS

 

Dear Vincentian Friends,

Serviens in spe – Serving in hope.  This is the motto of the Society of St. Vincent de Paul in Latin, and it has been the expression I use to end my letters to you. The phrase is found twice in our Rule. The first instance is in the opening description of the “Purpose and Scope of our Service.” We read that “Members show their commitment through person-to-person contact. Vincentians serve in hope.” We know that this person-to-person contact is very difficult right now, but the need for us to be people of hope is more important than ever.

We are completing the liturgical season of Advent. The season is marked by waiting in hope. It is a time in which we remember the events of the Christmas story and anticipate the promise of the Second Coming. This has been a year of waiting unlike any I have experienced. Much of how we have conducted our lives in the past is now in a state of suspension as we wait.

We wait in hope for a vaccine and effective treatments for the coronavirus, but we wait knowing that a vaccination will not cure poverty, hunger and homelessness. It will not heal political divisions, and it will not cure racism. After the virus has been tamed, these ills will still be there. Vincentians must work toward solutions to their root causes, and we will remain deeply involved in providing relief from their effects through our charitable efforts.

Advent’s scripture readings provide us with encouragement to reflect on past hopes that have been fulfilled in Christ – as well as on our hopes for an even more-promising future. We can make this a period of renewal for ourselves personally if we find opportunities in the Christmas season to sit quietly in prayer. That could be done late at night with Christmas tree lights on or in the dark of the morning before others awake. If you have activities that are canceled, that time can be used to pray with that day’s Mass readings. We can use this time of suspended activity and make the most out of the present as we look backward remembering previous blessings and forward trusting in God’s providence.

Consider the encouragement St. Paul offered the early Christians in Rome: “Be joyful in hope, patient in affliction, faithful in prayer. Share with the Lord’s people who are in need. Practice hospitality. Bless those who persecute you; bless and do not curse. Rejoice with those who rejoice; mourn with those who mourn. Live in harmony with one another.” [1]

I offer you my wish for a very blessed Christmas. May the season strengthen your Faith and your commitment to the practice of Charity as a member of our Society serving in Hope.

Serviens in spe,

Ralph Middlecamp

 

[1] Romanos 12: 12-16

 

 

AUNQUE YA PASADAS LAS NAVIDADES, NOS GUSTO TANTO EL ARTÍCULO DE NUESTRO CONSOCIO Y PRESIDENTE DE LAS CONFERENCIAS EN LOS ESTADOS UNIDOS, QUE HEMOS OBTENIDO SU PERMISO, DADO CON TODA CORDIALIDAD, PARA PODER PONERLO A DISPOSICIÓN DE NUESTROS AMIGOS Y CONSOCIOS EN EL MUNDO.

GRACIAS RALPH MIDDLECAMP

"ALTHOUGH CHRISTMAS IS OVER, WE LIKED SO MUCH THE CHRISTMAS LETTER TO THE CONFERENCES WRITTEN BY OUR FELLOW MEMBER AND PRESIDENT OF THE CONFERENCES IN THE UNITED STATES THAT WE HAVE OBTAINED HIS PERMISSION, WHICH HE HAS KINDLY GIVEN, TO MAKE IT AVAILABLE TO OUR FRIENDS AND FELLOW MEMBERS THROUGHOUT THE WORLD.

THANK YOU RALPH MIDDLECAMP"

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