Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

Ser humano malvado y execrable,

maléfico, nocivo y peligroso,

perverso, vil, canalla y espantoso

perjudicial, aciago, miserable.

 

Espectro ya espantable o malicioso,

combinado de vicios lamentable,

conjunto de maldades formidable,

fantasmal ente falso y alevoso.

 

¿La fortuna con seso pediríais

porfiando en que no es justa vuestra suerte?

Una hora en la que todos recibíais

 

Justicia y Equidad… fuese tan fuerte

que Fortuna sin seso reclamaríais.

Pues recto fallo -a todos- fuese… muerte,

 y Fortuna cuestión buena aún alguna os vierte. 

Sólo Dios desde dentro de vuestro indigno pecho

transformar puede en recto lo que lleváis deshecho.

 



Juan Pablo Mañueco

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016. 

Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

Vídeo autor: 

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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No puedo dejar de pensar con frecuencia en mi nieta y sus bonitos diecisiete años, cuando rezo el Ángelus. Seguramente, alguno de los lectores, se preguntarán ¿qué me lleva a ese pensamiento y a unir el recuerdo de mi nieta con el Ángelus? La explicación es muy sencilla: a esa edad aproximada, parece que aún un poco más joven, Gabriel, el ángel del Señor, anunció a María que el Espíritu Santo la cubriría con su sombra y sería la madre de Dios.  

“La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf Jn 16, 14-15) El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es “el Señor que da la vida”, haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya” (C.I.C. 485)

Sé que los tiempos son distintos, pero cuando pienso en aquel embarazo y veo la niñez de mi nieta, no puedo dejar de sentir cierta angustia y admiración por aquella joven virgen que aceptó, sin dudarlo, los designios que venían de lo Alto. No lo dudó, pero otra cosa es lo que pudo removérsele en su alma. En ese punto, en ese tiempo, siempre me detengo y trato de sumergirme en su contemplación y cada vez me admiro más.

Seguro que pensaría en José que aún no la había recibido en su casa. Seguro que pensó en sus conocidos, en sus parientes. Ella sabía que era Él quien la había escogido, pero ¿y los demás? ¿Cómo recibirían la noticia de su embarazo? ¿Qué pensarían?

Aquella niña, acababa de aceptar el mayor reto que ningún ser humano ha recibido a lo largo de la Historia: nada menos que haber escuchado del enviado del Dios Altísimo, un mensaje para ella y creérselo: creer y aceptar que iba a ser madre pues había sido elegida desde el principio de los tiempos por Él para serlo del Hijo amado. Sin duda, su alegría en el tiempo en que veía como cambiaba su cuerpo para acogerle, era sólo comparable al sufrimiento de aquellos tres días, vividos muchos años más tarde, mientras esperaba la vuelta a la vida de Aquel que era la Vida. De Aquel al que la maldad de los hombres pretendía haber eliminado. Aquel que lo había aceptado todo, que había cargado con los pecados del mundo por todos y cada uno de nosotros. Aquel que nos acompaña cada día, cada minuto, cuando le dejamos espacio para ello.

¿Somos capaces de aceptar, de valorar y de agradecer, que el perdón y la salvación del mundo, por los inabarcables designios del mismo Dios, estuvo por unos instantes en las manos de una niña? ¡De la libertad, respetada por el mismo Dios, para aceptarlo o no de una niña! ¡De una niña de la edad de mi nieta!

Iniciamos un nuevo curso lleno de incertidumbres. De conocidas y desconocidas amenazas. Salvando todas las distancias, tal y como debió vivir María, la Virgen, aquellas primeras semanas de su embarazo.  

Pongamos nuestra confianza en ella y vayamos caminando, sabiendo que Él, su Hijo, siempre nos acompaña cuando le dejamos ir a nuestro lado como señalaba antes. Cuando le damos espacio junto a nosotros. A ella, a María, encomiendo siempre el cuidado de mi nieta.

En la festividad de la Asunción de María del año 2021.

A Cristo, siempre en y con María.

 

 

THE FREEDOM OF A YOUNG GIRL

 

When I pray the Angelus, I can't help thinking often of my granddaughter and her beautiful seventeen years of age. Surely, some of the readers will wonder what makes me unite the memory of my granddaughter with the Angelus. The explanation is very simple: approximately at that age, it seems that even a little younger, Gabriel, the angel of the Lord, announced to Mary that the Holy Spirit would cover her with his shadow and she would be the mother of God.

"The mission of the Holy Spirit is always united and linked to that of the Son (cf. Jn 16, 14-15). The Holy Spirit was sent to sanctify the womb of the Virgin Mary and to make her fruitful by divine work, he who is "the Lord who gives life", making her to conceive the eternal Son of the Father in a humanity taken from her own" (C.I.C. 485).

I know that the present times are different, but when I think of that pregnancy and see my granddaughter's childhood, I cannot help but feel a certain anguish and admiration for that young virgin who accepted, without hesitation, the designs that came from Above. She did not hesitate, but it is quite another thing what might have been stirred in her soul. At that point, at that moment, I always stop and try to immerse myself in her contemplation, and each time I admire her more and more.

She must have thought of Joseph, who had not received her yet at his home. She must have thought of her acquaintances, her relatives. She knew that it was He who had chosen her, but what about the others? How would they receive the news of her pregnancy? What would they think?

That little girl had just accepted the greatest challenge that any human being has ever faced in history: nothing less than to have heard a message for her from the One sent by God Most High, and to believe it: to believe and accept that she was going to be a mother, for she had been chosen by Him from the beginning of time to be the mother of the Beloved Son. No doubt, her joy at the time when she saw her body change to welcome Him, was only comparable to the suffering of those three days, lived many years later, as she waited for the return to life of the One who was Life. Of the One whom the wickedness of men claimed to have destroyed. The One who had accepted everything, who had borne the sins of the world for each and every one of us. The One who walks with us every day, every minute, when we give Him the space to do so.  

Are we capable of accepting, appreciating and being grateful that the forgiveness and salvation of the world, by the unfathomable designs of God himself, was for a few moments in the hands of a young girl? Depending on the freedom of a girl, respected by God himself, to accept it or not! A girl the age of my granddaughter!

We begin a new year full of uncertainties, full of known and unknown threats. Relatively speaking, just as Mary, the Virgin, must have lived those first weeks of her pregnancy. 

Let us put our trust in her and walk our journey, knowing that He, her Son, is always with us when we let Him walk next to us, as I have pointed out before. When we give Him a space beside us. To her, to Mary, I always entrust the care of my granddaughter.

On the feast of the Assumption of Mary in the year 2021.

To Christ, always in and with Mary.

 


José Ramón Díaz-Torremocha
Conference of Santa Maria la Mayor
Guadalajara, Spain
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Reflexiones sobre el papel de la Virgen María en la vida cristiana, al hilo de los dos últimos Papas y del Concilio Vaticano II y más allá de su ciclo festivo y principales celebraciones

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Aunque las principales citas del ciclo festivo y celebrativo en honor de la Virgen María haya ya pasada, mientras aguarda a la llegada del mes de octubre, el mes del Rosario, y a los cultos de preparación y fiesta, en diciembre, de la Inmaculada Concepción, María Santísima, la Madre de Jesús y la Madre de la Iglesia y de todos los hombres, continúa presente como una de las principales fuerzas y tesoros de la vida del cristiano y de la comunidad eclesial.

María es la madre que siempre permanece, guía, intercede y ama.  Y en este sentido, recuperamos hoy su figura mediante textos de los dos últimos Papas y del Concilio Vaticano II, que ofrecemos tras hacer un recorrido por los doce meses del año para comprobar cómo en todos ellos está muy presenta la Virgen María.

 

Todo el año celebra a María Santísima

Y es que todo tiempo, todo el año cristiano está salpicando de su presencia. Así, por recorrer los doce meses del año, en enero nos encontramos, ya su día primero, con la fiesta de Santa Madre de Dios. El 2 de febrero es la Virgen de las Candelas, festividad litúrgica de la Presentación del Niño Jesús en el templo y de la purificación de su santísima madre. El 25 de marzo es la Anunciación a María de la encarnación en sus purísimas entrañas.

En abril, al hilo de la Pascua de resurrección, emerge con fuerza la figura de María la virgen de la Alegría y de la Pascua. Mayo es el mes de las flores a María y son numerosas las advocaciones locales que celebran fiesta en este mes, al igual que en junio, en honor de Ella.

 En julio destaca la fiesta de la Virgen del Carmen (día 16). En agosto, el día 15 es la Asunción de María, amén de tantas y tantísimas celebraciones locales, bajo distintas y numerosas advocaciones. Lo mismo que acontece en septiembre, con cuatro grandes citas en el calendario de la Iglesia universal: día 8, Natividad de María; día 12, Dulce Nombre de María; día 15, Virgen de los Dolores; y día 24, Virgen de las Mercedes.

Octubre es el mes del Rosario de María Santísima y el día 12 es la fiesta de la Virgen del Pilar. El 21 de noviembre es la memoria litúrgica de la Presentación de la Virgen María (la Virgen Niña) en el templo. Y en diciembre, el día 8 es la Inmaculada Concepción y el 25, la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo.

 

 

María en 10 pinceladas del Papa Francisco

1.- Bajo su guía maternal nos conduce a estar cada vez más unidos a su Hijo Jesús.

2.- María nos da la salud, es nuestra salud. María es madre y una madre se preocupa sobre todo por la salud de sus hijos, sabe cuidarla siempre con amor grande y tierno.

María es la mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más fecundos en el bien, en la alegría, en la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar vida a los demás, vida física y espiritual.

3.- Es una mamá ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la pereza -que también se deriva de un cierto bienestar – a no conformarse con una vida cómoda que se contenta sólo con tener algunas cosas. Es la mamá cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales. La Virgen hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia lo alto.

4.- Es una mamá además que piensa en la salud de sus hijos, educándolos también a afrontar las dificultades de la vida. No se educa, no se cuida la salud evitando los problemas, como si la vida fuera una autopista sin obstáculos. La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo los problemas de la vida y a no perderse en ellos, sino a afrontarlos con valentía, a no ser débiles, y saberlos superar, en un sano equilibrio que una madre "siente" entre las áreas de seguridad y las zonas de riesgo. Y esto una madre sabe hacerlo.

5.- Es una madre que lleva al hijo no siempre sobre el camino “seguro”, porque de esta manera no puede crecer. Pero tampoco solamente sobre el riesgo, porque es peligroso. Una madre sabe equilibrar estas cosas. Una vida sin retos no existe y un chico o una chica que no sepa afrontarlos poniéndose en juego ¡no tiene columna vertebral!

6.- María ha vivido muchos momentos no fáciles en su vida, desde el nacimiento de Jesús, cuando para ellos "no había lugar para ellos en el albergue" y hasta el Calvario. Y como una buena madre, está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades de la vida, ante nuestra debilidad, ante nuestros pecados: nos da fuerza, nos muestra el camino de su Hijo.

7.- Jesús en la cruz le dice a María, indicando a Juan: "¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!" y a Juan: "Aquí tienes a tu madre”. En este discípulo todos estamos representados: el Señor nos confía en las manos llenas de amor y de ternura de la Madre, para que sintamos que nos sostiene al afrontar y vencer las dificultades de nuestro camino humano y cristiano.  A no tener miedo de las dificultades. A afrontarlas con la ayuda de la madre.

8.- Una buena mamá no sólo acompaña a los niños en el crecimiento, sin evitar los problemas, los desafíos de la vida, una buena mamá ayuda también a tomar las decisiones definitivas con libertad.

9.- María es maestra de la verdadera libertad. Donde reina la filosofía de lo provisorio, ¿qué significa libertad? Por cierto, no es hacer todo lo que uno quiere, dejarse dominar por las pasiones, pasar de una experiencia a otra sin discernimiento, seguir las modas del momento. Libertad no significa, por así decirlo, tirar por la ventana todo lo que no nos gusta. La libertad se nos dona ¡para que sepamos optar por las cosas buenas en la vida!

10.- Toda la existencia de María es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo.

 

El Magníficat de María en 7 apuntes de Benedicto XVI

(1) Después de la Anunciación, cuando el Ángel desapareció de su presencia, María se encontró con un gran misterio en su seno; sabía que algo extraordinariamente único había ocurrido; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación. Pero todo, junto a Ella, había permanecido como antes y, para el pueblo de Nazaret, todo lo que le había acontecido a Ella, lo desconocía completamente.

(2)  Antes de preocuparse de Ella misma, María piensa en la anciana Isabel, que ha sabido estaba encinta de manera avanzada, y, empujada por el misterio de amor que apenas había acogido en sí misma, se pone en camino a prisa para ir a ofrecer su ayuda. ¡He aquí la grandeza sencilla y sublime de María!

(3) Cuando llega a la casa de Isabel, ocurre un hecho que ningún pintor podrá jamás retratar con la belleza y la profundidad de lo ocurrido. La luz interior del Espíritu Santo envuelve a sus personas. E Isabel, iluminada de lo Alto, exclama: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, el niño saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!”.

(4) Las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza, que es una auténtica y profunda lectura teológica de la historia. Una lectura que nosotros debemos aprender continuamente de Ella, cuya fe está libre de sombras y es inquebrantable: “¡Proclama mi alma la grandeza del Señor!”.

(5) María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de la fe, el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y la libera del miedo, incluso en medio de los avatares de la historia.

(6) Su fe le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son todos provisionales, mientras el trono de Dios es la única roca que no cambia y no cae. Su Magníficat, a distancia de siglos y milenios, permanece como la más verdadera y profunda interpretación de la historia, mientras que las lecturas hechas por tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el curso de los siglos».

(7) Volvamos a casa con el Magníficat el corazón. Llevemos con nosotros los mismos sentimientos de alabanza y de acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza. Su dócil abandono en las manos de la Providencia. En efecto, solamente acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor.

 

María en el Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II señaló y subrayó con las palabras siguientes los cuatro grandes rasgos de la verdadera devoción mariana: veneración, amor, oración e imitación.Venerar a María es reconocer y aplaudir su grandeza y los prodigios que Dios obró en ella. Es tributar culto a la “llena de gracia”, a la “bienaventurada de todas las generaciones”. Como exclamara su prima Isabel, en la Visitación, fiesta litúrgica que hoy celebramos, la visita y la presencia de María en nuestras vidas es siempre tiempo de gracia y de alabanza: “¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?… ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!”

Amar a María es amar a nuestra Madre, es amar al orgullo de raza, es amar a la Madre de Jesucristo, de quien nos viene la salvación. El culto a María Santísima requiere un amor efectivo y afectivo, tierno, filial, adulto y generoso. Y es que ¿hará falta decirle a un hijo que ame a su madre?

Invocar a María es acudir en ayuda de quien nos ama y nos socorre perpetuamente. “Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído que ninguno de los que ha acudido a Vos, implorando vuestra asistencia ha sido desamparado de Vos”, exclamaba san Bernardo de Claraval. Y, por su parte, san Francisco de Asís, oraba “Santa María, valedme”. “Ora pro nobis”, “ruega por nosotros”, rezamos constantemente el pueblo fiel.

Imitar a María es la consecuencia lógica de todo lo anterior y la exigencia de nuestra condición de cristianos. Nos miramos en María. Su vida es un evangelio abierto. “¡Madre, que quien me mire, te vea!”

 

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 17 de septiembre de 2021

Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

“Ahora me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro” (Col 1, 24).

Yo no puedo completar la Cruz de Cristo, todo está consumado y con la ofrenda del Crucificado se ha llevado a plenitud la Redención. No falta nada para que el mundo se sepa redimido, reconciliado, transfigurado, elevado a los ojos de Dios como ofrenda grata, gracias a la oblación de su Hijo amado.

La expresión paulina: “completo en mi carne los dolores de Cristo”, no significa que yo perfeccione a Cristo, sino que Él me permite experimentar algo de lo que sufrió y padeció por mí y por toda la humanidad.

La Cruz asumida me asemeja al Crucificado, la prueba me unge, me cristifica, y me permite comprender mejor lo que el Señor ha padecido por mí. Muchos santos han pedido la gracia de compartir con Jesús sus dolores, y si uno no tiene valor para pedir la Cruz, puede, sin embargo, aceptar y trascender la prueba y abrazar los acontecimientos adversos, como el Señor los abrazó por mí.

La naturaleza huye de la Cruz, del sufrimiento y de lo que siente contrario, mas si la contrariedad se reinterpreta como privilegio de poder compartir la suerte del Nazareno, cabe, en medio del dolor, sentir el privilegio de unirse al Crucificado, y de acompañarlo en su ofrenda.

El discurso sobre el sufrimiento no puede ser especulativo, ni cabe hacer demagogia con él. El dolor es sagrado, y será el título más noble que presentemos ante Dios, cuando nos reciba, una vez atravesada nuestra existencia. La unción de la Cruz nos identifica con Cristo. Quienes puedan presentarse ante el Señor, habiendo llevado en vida las heridas y llagas de su Pasión, recibirán el título de bienaventurados, como dice el Evangelio de san Lucas: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado” (Lc 16, 25).

Sin que quiera dulcificar el dolor ni relativizar la angustia; sin caer en el discurso evasivo ante el drama que padecen tantas personas, desde la fe es posible cargar, a manera del Cirineo, con el peso que otros llevan sin consuelo ni esperanza, bebiendo el sorbo de hiel que significa el sufrimiento mirando al Crucificado.

Si no se puede tener una interpretación del dolor tan luminosa, nunca se perderá haber participado de la Cruz de Cristo. Él mismo reivindicará como título noble haber sufrido: “Ven, bendito de mi Padre, porque tú sufriste mucho en vida”. Pero si desde la contemplación del Crucificado asumimos la prueba, además de ser un mérito para el día del encuentro definitivo con Dios, será una experiencia de gracia, al poder compartir con Jesús sus padecimientos.

No deja de ser significativo el gesto litúrgico de bendecir trazando una cruz sobre los fieles. Un cristiano reconoce en el Crucificado a su Salvador, a su Redentor, a su Señor, y desde esta certeza le agradece su ofrenda y hasta cabe que desee unirse a ella, en favor de toda la humanidad.

 

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