Por Rafael Amo

(Director de la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas | Delegación de Ecumenismo de la Diócesis)

 

 

Un homenaje a los sacerdotes en el 25 y 50 aniversario de su ordenación sacerdotal

 

No corren buenos tiempos para los sacerdotes. Son muchas las dificultades presentes y todavía más oscuro su futuro. Parece que se hubiera formado la tormenta perfecta sobre sus cabezas.

 

1.- La tormenta perfecta

 

A mi juicio, serían al menos cuatro vectores los que confluyen sobre la vida de los sacerdotes y que pueden atormentarles.

 

a.- “No pido que los saques del mundo” (Jn 17,15).

 

En primer lugar, ejercer el sacerdocio en medio de un cambio cultural como pocos ha habido en la historia. Los cambios culturales no son de un día para otro, ni se producen unos cuantos por siglo. Todo parece indicar que, ahora sí, lo que se había venido fraguando en el siglo XX, ha culminado en un cambio de época en estos comienzos del siglo XXI. Sería largo de describir, pero a efectos del sacerdocio ministerial creo que son dos los puntos que más le afectan: la vieja secularización que no afloja y la fuerza de la autonomía. Entendiendo aquí por secularización la pérdida de relevancia social de la religión y con ella de los sacerdotes. No es que se añoren los tiempos del nacionalcatolicismo en los que el sacerdote era venerado, yo no los he conocido; pero es verdad que la pérdida de relevancia de lo religioso provoca la sensación de vivir en un mundo al que no le importas para nada o para el que eres una reliquia de otros tiempos. Por otra parte, todos somos hijos de nuestra cultura que empuja al individualismo y a la búsqueda de tu camino en solitario. Es el malestar de la cultura de nuestro tiempo. Pero ser hijo de la Iglesia es aceptar vivir en una familia en la que la Tradición es fundamental. Conjugar el mandato cultural de ser tú mismo y elegir tu vida con la naturaleza eclesial no es sencillo.

 

b.- “En persona de Cristo Cabeza” (LG 10).

 

El segundo elemento son los vaivenes en la comprensión teológica de la relación entre sacerdocios. En mis años de seminario, quienes me formaron venían de la lucha por aclarar la naturaleza de la identidad sacerdotal. Todavía resonaban hace veinticinco años los casos de sacerdotes que habían trabajado en el mundo obrero u otras actividades propias de laicos para acercar la imagen del sacerdote a la gente. Sin embargo, ahora el péndulo está en la otra parte, y algunos se empeñan en que los laicos asuman el papel de los sacerdotes. En ambos casos lo que no se tiene claro es la naturaleza del sacerdocio ministerial y su relación con el sacerdocio común; y en medio de estos vaivenes los sacerdotes nos vemos un tanto zarandeados.

 

c.- “Uno de vosotros me va a entregar” (Mt 26, 21).

 

El tercer elemento lo conforma la traición de algunos y el encubrimiento de otros. Es muy duro oír los actos de abuso de muchos sacerdotes sobre niños y niñas. Estos abusos han minado la confianza del Pueblo de Dios, y de la sociedad en general, sobre los sacerdotes. En algunos casos se siente la mirada punzante de quien generaliza y piensa que todos los sacerdotes somos iguales. También duele el encubrimiento; quizá duela más. Todos somos débiles, pecadores y podemos tener enfermedades mentales que nos impulsen a los más abyectos actos y pecados. Incluso puede que en algunos casos hayan sido encubiertos con la voluntad de no dañar la imagen de santidad de la Iglesia, pero también ha habido encubrimientos culpables. Todo esto pesa como una losa sobre los sacerdotes, porque si para un cristiano es doloroso, más lo es para otro sacerdote. Es tanto como si descubrieras que tu hermano es un depravado y parte de tu madre la Iglesia, a quien has dado la vida, una consentidora del mal.

 

d.- “La mies es mucha y los obreros pocos” (Mt 9, 37).

 

El cuarto elemento es la falta de vocaciones que oscurece el futuro de la vida de los sacerdotes. Entristece bastante saber que la forma de vida que te ha hecho feliz no está de moda y que el trabajo que has hecho en toda tu vida se puede quedar sin continuidad. Además, los sacerdotes más mayores sienten que no tienen jóvenes a los que tratar como hijos y transmitir el acervo de sabiduría de su experiencia. A este panorama general de la Iglesia hay que añadir que en nuestra diócesis el elevado número de abandonos del sacerdocio por muchos compañeros en los últimos años ha dejado el presbiterio muy mermado.

 

2.- Os daré pastores según mi corazón (Jr 3, 15)

 

A pesar de estos indicadores más o menos sombríos sigue vigente la profecía de Jeremías que Juan Pablo II puso en el centro de la formación sacerdotal hace veintinueve años: “Os daré pastores según mi corazón” (Jr 3, 15). Para quienes entonces estábamos en el seminario estas palabras se hicieron cotidianas y con ellas una forma de entender el ministerio sacerdotal que estos veinticinco años no han hecho más que confirmarme.

El sacerdocio ministerial es un don de Dios, pero para el Pueblo de Dios; para quien recibe la llamada es más bien una tarea exigente. Por eso en los relatos de vocación los profetas siempre ponen excusas (Jeremías dice que no sabe hablar porque es un niño [Jr 1, 6]; Amós dice que es un simple pastor y cultivador de higos [Am 7, 14]).  Todos rehúsan inicialmente la llamada porque saben que Dios “recoge donde no siembra” (Mt 25, 24).

Nunca he compartido la insistencia desmedida en que el sacerdocio ministerial es un don, un regalo, para el individuo que lo recibe, porque creo que conlleva la idea de una predilección de Dios sobre el sacerdote difícilmente justificable y el peligro de generar una psicología que puede parecerse a la del fariseo frente al publicano: “Te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás hombres” (Lc 18, 11). No tengo que embarrarme en las tareas de formar una familia y afrontar las dificultades de la convivencia con mi mujer, ni educar a mis hijos. Tampoco tengo que vérmelas en un mundo laboral competitivo y cruel. Gracias porque me has elegido para una vida tranquila.

El sacerdocio ministerial es un don de Dios a su Pueblo por muchos motivos. Fundamentalmente porque sin él no habría Eucaristía, el sacramento que hace a la Iglesia y que es centro y culmen de la vida cristiana. Pero en estos veinticinco años de ejercicio del sacerdocio ministerial no me ha abandonado la convicción del carácter cuasi sacramental de la vida diaria del sacerdote, tal y como afirma la oración de ordenación: “Renueva en sus corazones el espíritu de santidad; reciban de Ti el segundo grado del ministerio sacerdotal, y sean, con su conducta, ejemplo de vida” (Ritual de órdenes, Ordenación de presbíteros, n. 22). Dicho de otro modo, la sola existencia de un sacerdote y su día a día, desde lo más humilde a lo más sublime, es signo de la presencia de Dios en su Pueblo. Esto es posible porque, “Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y así dan testimonio constante de fidelidad y amor” (Prefacio I de las ordenaciones). La entrega al Pueblo en el día a día, en la sencillez de la vida diaria -como María en Nazaret- va configurándolo como otro Cristo; y la configuración con Cristo le empuja a la entrega al Pueblo.

 

3.- Las razones del elogio

 

Estas exigencias, logradas en mayor o menor medida, en cada uno de los sacerdotes, son las que hacen elogiable el sacerdocio ministerial, son las que lo hacen que admirable.

 

a.- “Tomado de entre los hombres y puesto al servicio de Dios en favor de los hombres” (Hb 5,1).

 

El sacerdote antes que nada debe ser un hombre, un hombre íntegro, un hombre maduro. La madurez psicológica es fundamental para el ejercicio de sacerdocio. Tiene entre manos cosas sagradas: la Eucaristía, la Palabra de Dios, etc. y también la conciencia de las personas que se la confían. Ha de entrar en el terreno sagrado de las personas, y hacerlo como aquel en el que Moisés se descalzó (Cfr. Ex 3, 5); y no entrar por pura curiosidad sino porque las personas le invitan. Por eso debe ser una persona madura, y no es fácil. Su modo de vida, incluida su opción por el celibato, en este momento cultural -aunque también en todos- le hace ser una persona contracultural, y madurar contracorriente no es sencillo.

Y es un hombre para el Pueblo. El sacerdocio nunca es para uno mismo, siempre es para el Pueblo de Dios. Su existencia está expropiada: “Recibe la ofrenda del Pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor” (Ritual de órdenes, Ordenación de presbíteros, n. 26). Este mandato recibido en la ordenación sacerdotal obliga a la encarnación en el Pueblo, pero sin olvidar que ha sido tomado de entre los hombres. Obliga a conocer y comprender los modos de vida y los problemas reales de las personas para poder hablar en su nombre delante de Dios. No podemos estar hablando del cielo sino conocemos bien la tierra, y viceversa. El papa Francisco lo ha resumido metafóricamente en su célebre expresión de ser pastor con olor a oveja que, en nuestra diócesis, además puede ser real.

 

b.- “Los llamó para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 14-15).

 

La vida de un sacerdote tiene estas dos caras inseparables porque es imposible predicar, hablar de la alegría del Evangelio, si no vives cerca de Jesús. La predicación de la Palabra que se hace de muchas formas (homilías, catequesis, clases, gestión parroquial, el testimonio, etc.) supone ver más allá de las miradas sociológicas o científicas de la realidad y descubrir la historia de salvación que Dios prepara para su Pueblo. Una mirada que se ejercita en muchas horas de oración litúrgica y personal. Solo con esta mirada, como la de Balaam “el varón de los ojos abiertos” (Num 24, 2), el sacerdote ve donde otros no ven, y puede ser el pastor que guía al Pueblo por las cañadas oscuras de la historia.

Esta visión se alimenta de una especial intimidad con Jesús, como la que narran las páginas de la Última Cena entre Cristo y sus discípulos. Intimidad de amistad en la que Jesús comparte lo que le ha dicho su Padre (Cfr. Jn 15, 15). Pero no es una intimidad intimista, es una intimidad misionera: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?” (Jn 13, 12), les dice tras lavarles los pies: haced vosotros lo mismo (Cfr. Jn 13, 14). Que es tanto como repetir las palabras de la parábola del buen samaritano “anda y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37): sirve a tus hermanos y enséñales el camino de la misericordia. Es la caridad pastoral de la que hablaba la Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis (Cfr. n. 23).

 

c.- “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hech. 20, 35).

 

Por la vivencia de estas exigencias, en la vida del sacerdote se hace realidad la paradoja del amor cristiano: que olvidándose de sí mismo, cargando con su cruz y caminando tras las huellas de Jesús (cfr. Mt 16, 24), viviendo por y para los demás, con las evidentes dificultades de todo tipo de llevar una vida expropiada; se recibe el don -este sí, personal- de una serena y profunda alegría.

Darse a los demás es compartir su caminar, poner sus problemas en primer lugar, hacer propio el horizonte del otro, compartir sus angustias, hacerse uno con su llanto. Vivir dándose a los demás, como exige el sacerdocio ministerial, es fuente de una profunda, serena y, para muchos, extraña alegría.

 

3.- La oración del Pueblo de Dios

 

En conclusión, la exigencia de vida que conlleva la llamada de Dios al sacerdocio ministerial, y la tarea consiguiente, necesitan del esfuerzo del llamado. Pero no podemos olvidar que el sacerdocio ministerial es un don para el Pueblo de Dios y que sin la oración de la Iglesia nunca podrían llevarla a cabo. María, la madre de los sacerdotes, y José, custodio de Jesús, son los intercesores eficaces que lograrán del Padre los pastores según su corazón.

 


 

Oh María,

Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes:

acepta este título con el que hoy te honramos

para exaltar tu maternidad

y contemplar contigo

el Sacerdocio de tu Hijo unigénito y de tus hijos,

oh Santa Madre de Dios

Pastores davo vobis

 

[Para San José], “como para todo sacerdote que se inspira en él para su propia paternidad”, “custodiar significa amar con ternura a quienes nos han sido confiados, pensando ante todo en su bien y en su felicidad, con discreción y con perseverante generosidad”.

 

Francisco, Audiencia al Pontificio Colegio Belga, 18 de marzo 2021

El 1 de mayo, Jornada Mundial del Trabajo, es también en la Iglesia la fiesta de san José considerado como trabajador y como modelo e intercesor de los trabajadores

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Este sábado, 1 de mayo, es la memoria litúrgica de san José considerado, contemplado como obrero, como trabajador. Fiesta instituida por el Papa Pío XII en 1955, haciéndola coincidir con el Día Internacional del Trabajo, y proponiendo a san José como un ejemplo y mediador para todos los trabajadores. Y en este contexto celebrativo de san José,  y máxime dentro de su año santo (ver artículos de NUEVA ALCARRIA de los viernes 12, 19 y 26 de marzo), y ahora, el día 1, como trabajador, como obrero, Pastoral Obrera de la diócesis organiza una misa, presidida por el obispo, el sábado 1 de mayo, a las 12:30 horas, en la parroquia de San José Artesano de Guadalajara.

 

Orígenes y sentido de la fiesta de san José Obrero

 

San José Obrero, en latín «Sancti Joseph opificis», celebración litúrgica de la Iglesia católica, establecida por Pío XII, en 1955, el 1 de mayo, coincidiendo así con el día que el mundo del trabajo tenía y tiene ya fijada como su fiesta propia.

El evangelio se refiere a José como el artesano (en el original griego, «τεχτων», Mateo3, 55)​ y que con él trabajó Jesús, que era conocido como  también como «artesano» (Marcos 6,3)​.Los primeros escritores cristianos suelen hablar de él como carpintero. Así, en el siglo II, san Justino, hablando de la vida de trabajo de Jesús, afirma que hacía arados y yugos; y quizás, basándose en esas palabras, san Isidoro de Sevilla (siglo VI) concluye que José era herrero. En todo caso, se trata de «un obrero, de un trabajador, que trabajaba en servicio de sus conciudadanos, que tenía una habilidad manual, fruto de años de esfuerzo y de sudor», concluye en el santo autor del libro de «Las Etimologías», considerado la mejor enciclopedia del saber en su tiempo y un libro todavía muy válido.

El Papa Pío IX en 1847 estableció para la Iglesia universal la fiesta de san José como patrono de los trabajadores, fijándola para el tercer domingo de Pascua. León XIII, en su encíclica «Quamquam pluries», resaltó el papel del trabajo en la vida de San José y su ejemplo para los trabajadores; y Pío X, trasladó esta fiesta al miércoles anterior. Y ya fue Pío XII quien en 1955, estableció su fiesta propia el 1 de mayo y suprimió la anterior.

 

San José, carpintero, trabaja una viga delante de Jesús. Óleo de Georges de Latour (1593-1652)

 

Fiesta civil

 

En Estados Unidos, la Federación Americana del Trabajo, convocó para el 1 de mayo de 1868 una huelga general pidiendo que se estableciese la jornada máxima de trabajo de 8 horas, la huelga fue especialmente seguida en Chicago, donde se prolongó durante los días 2 y 3, con numerosos heridos y muertos.​  Y desde entonces, en algunos países, se empezó a conmemorar aquella reivindicación cada 1 de mayo A lo largo del siglo XX, se extendió por la mayor parte de los países la celebración de ese día como fiesta del trabajo, con un carácter reivindicativo, aunque suavizado por la propias conquistas sociales, y su consideración como una fiesta laboral. Y ya en la segunda década del siglo XX se extiende el Día Internacional del Trabajo en la práctica totalidad del mundo.

En ese contexto reivindicativo en el que Pío XII decisión establecer la fiesta litúrgica de San José Obrero el 1 de mayo. Así lo comunicó en el discurso dirigido a la Asociación Cristianos de Trabajadores Italianos (ACLI)​ el 1 de mayo de 1955. Su discurso  comenzó recordando que desde el origen de la ACLI, el mismo papa había puesto a esta asociación bajo el patrocinio de san José. Se refirió después a la labor que los cristianos han de realizar para dar un sentido cristiano al trabajo, y hacer que la justicia reine en las relaciones laborales. Y en este sentido afirmó, textualmente que «como Vicario de Cristo, queremos reafirmar [estos valores], aquí, en esta jornada del 1 de mayo que el mundo del trabajo se ha otorgado a sí mismo como celebración propia, con la intención de que todos reconozcan la dignidad del trabajo, y que este inspire la vida social y las leyes, basadas en el reparto equitativo de derechos y deberes». Y añadió: «Así el 1 de mayo, acogido por los obreros cristianos, y casi recibiendo el crisma cristiano, lejos de ser un despertar de la discordia, el odio y la violencia, es y será una invitación recurrente a la sociedad moderna a hacer lo que aún falta a la paz social. Fiesta cristiana, por tanto; es decir, un día de júbilo por el triunfo concreto y progresivo de los ideales cristianos de la gran familia del trabajo».

Y en el oficio litúrgico de la fiesta, se añadió la siguiente introducción: «Para que la dignidad del trabajo humano, y los principios que la sustentan sean grabados profundamente en las almas, Pío XII instituyó la fiesta de San José obrero, a fin de que brinde su ejemplo y protección a todas las uniones de trabajadores. A imitación suya, aquellos que ejercen profesiones laboriosas deben aprender con qué espíritu y enfoque llevar a cabo su cargo para que, obedeciendo el principio del orden de Dios, sometan la tierra y contribuyan a la prosperidad económica, obteniendo, al mismo tiempo, las recompensas de la vida eterna».

Introducción que concluía con esta frase: «Y el guardián previsor de la Familia de Nazaret no abandonará a los que son sus compañeros de oficio y de trabajo: los cubrirá con su protección y enriquecerá sus hogares con riquezas celestiales».

 

San José con el Niño Jesús (San Pedro de Sigüenza)

 

El Papa Francisco en su carta «Patris corde»

 

Por decisión del Papa Francisco, la Iglesia católica dedica, desde el 8 de diciembre al próximo 8 de diciembre, un año especial, lucrado de indulgencias plenarias especiales. Es con ocasión del 150 aniversario de la proclamación de san José como patrono universal de la Iglesia, declaración efectuada por el beato papa Pío IX el 8 de diciembre de 1870.

Francisco promulgó este año santo, como ya ha contado NUEVA ALCARRIA, mediante la carta apostólica «Patris corde». En ella, el Santo Padre dedica un apartado especial a la condición de san José como trabajador. Reproducimos, a continuación, íntegro el texto del Papa al respecto.

«Un aspecto que caracteriza a san José y que se ha destacado desde la época de la primera Encíclica social, la “Rerum novarum” de León XIII, es su relación con el trabajo. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo.

En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aun en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del trabajo que da dignidad y del que nuestro santo es un patrono ejemplar.

El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?

La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos una llamada a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!».

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 30 de abril de 2021

Guía para recorrer bien el tiempo litúrgico pascual, que comienza este domingo, Domingo del Buen Pastor, su segunda parte y se prolongará hasta Pentecostés

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Durante cincuenta días la Iglesia celebra a Jesucristo Resucitado. Son ocho semanas completas. Pasado mañana, 25 de abril, será ya el cuarto domingo de Pascua, además Domingo del Buen Pastor. De este modo, comienza  ya la segunda parte de la Pascua, cuyo final, precedido de la Ascensión del Señor (domingo séptimo pascual, este año, el 16 de mayo), es Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, acompañados de María, lo cual significa el comienzo ya de la misión evangelizadora de los discípulos de Jesús, el germen de la Iglesia. Asimismo, cada domingo del año es también el día de la resurrección.

Y la riqueza de la Pascua es tan grande y hermosa que la liturgia, la espiritualidad y la pastoral pascuales están cuajadas de signos que nos muestran el rostro del Resucitado y su presencia interpeladora entre nosotros.

Porque la Pascua no es un sentimiento, una creencia, una celebración el Domingo de Resurrección, sino una tarea, un compromiso, una misión. Y en aras a no olvidar la importancia decisiva de la Pascua para un cristiano, he aquí una guía, en forma de decálogos, que nos pueda ayudar a ser cristianos de Pascua y  a vivir su reto y tarea.

 

Decálogo de los signos y símbolos de la Pascua:

 

1.- Las flores: Son el fruto del jardín del Calvario, del jardín de la resurrección. Las flores son el fruto temprano la primavera radiante en su primer plenilunio. Las flores, frescas y primerizas, no pueden faltar en las celebraciones de pascua. Las flores hablan siempre por sí solas de fragancia, de belleza, de fruto, de pureza, de vida.

2.- La luz: Jesús es la luz del mundo. Su resurrección es la luz que disipa definitivamente las tinieblas del pecado y de la muerte. La luz es para alumbrar, para guiar, para calentar. La liturgia de la Iglesia recrea este misterio de la luz con el fuego de la vigilia pascual y con el cirio, su simbólica imagen resucitada, su nuevo y definitivo icono pascual.

3.- La palabra: La resurrección estaba presente en la entraña misma de las Escrituras, de la Palabra de Dios. Jesucristo es la Palabra de Dios encarnada. La vigilia pascual tiene por ello una liturgia especial de la palabra y el lugar de la palabra -el ambón, el atril- aparece florecido en pascua.

4.- El agua: Jesucristo es el agua viva, el manantial de la vida, la fuente de esperanza, el hontanar de la felicidad. Quien la bebe nunca más tendrá sed. El agua es signo de vida, de limpieza, de purificación, de fecundidad. Con el agua y en agua renacemos a la vida nueva por el bautismo. La liturgia pascual venera de modo especial el agua bendecida en la noche santa y en esta agua renueva su fe y promesas bautismales.

5.- El pan: Jesucristo es el pan vino bajado del cielo. El pan se convierte en su cuerpo, llagado y resucitado, y quien lo come tiene ya en prenda la vida eterna.

6.- El vino: Jesucristo nos dejó su sangre derramada como bebida para la remisión de los pecados y encomendó a su Iglesia, a sus sacerdotes, hacer memoria de ella. Jesús Resucitado es el vino nuevo y definitivo, que sacie y no embriaga.

7.- El incienso: El incienso era en la cultura pagana uno de los símbolos de la divinidad. En la liturgia cristiana es también expresión de adoración y veneración. El incienso es usado especialmente en las liturgias pascuales. “Suba nuestra oración, Señor, como incienso en tu presencia”.

8.- El aleluya: Jesucristo, en sus apariciones, llama a sus apóstoles y discípulos a la alegría. La palabra alegría en griego es “aleluya”. El “aleluya” es utilizado en la liturgia pascual de manera permanente. La alegría, el aleluya, debe ser una de las consignas y de las características de los cristianos de todas las épocas. Su resurrección es la alegría que nadie nos podrá arrebatar.

9.- La paz: Jesucristo es nuestra paz, es el príncipe de la paz. Con su muerte y resurrección ha hecho la paz y la reconciliación para siempre. Su saludo, en las apariciones tras la resurrección, es una invitación a la paz. Las escenas neotestamentarias de la resurrección están transidas de paz. La paz es don de los dones del Señor. La paz es credencial de la resurrección.

10.-La misión: “Id a Galilea…”, “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? “Id y predicad el evangelio a todas las gentes…”. La pascua no puede esperar. La gloria en nosotros y para nosotros del Resucitado no puede esperar. El cielo no puede esperar. Pero el cielo sólo se gana en la tierra: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo.

 

Los símbolos de la Pascua

 

Decálogo de los lugares y los caminos de la resurrección

 

También en los lugares y hasta caminos de la resurrección de Jesucristo encontraremos la certeza de su gloria y el camino para hacerla nuestra un día. Como pinceladas, como aproximaciones y sugerencias para contemplar el misterio las ofrecemos ahora:

 

1.- El jardín, el huerto: La resurrección tiene lugar en el entorno del Calvario, en un pequeño huerto o jardín, que contenía una tumba nueva, propiedad de José de Arimatea, discípulo clandestino del Señor. Tiene lugar en el primer plenilunio de primavera, cuando la vida arranca en su esplendor, en su fecundidad, en su belleza y en su fuerza. El jardín, el huerto joanneo, evoca el misterio amoroso y nupcial del Cantar de los Cantares. Jesucristo será ya para siempre el Amor y el Amado.

2.- La piedra corrida: Es afirmación común de los evangelistas que la piedra con había sido cerrado el sepulcro estaba corrida al rayar el alba de la pascua. La fuerza de la resurrección -el terremoto del que habla Mateo- ha podido con ella, con peso y su volumen. La tierra se ha abierto. El grano de trigo, enterrado en ella, da fruto y fruto para siempre. La resurrección es también la puerta abierta a la eternidad y a la felicidad que tanto anhela nuestro corazón.

3.- El sepulcro vacío: Es también otro de los argumentos más reiterados en todos los relatos de la resurrección. El sepulcro vacío es signo de la resurrección. Es signo de que la resurrección de Jesucristo ha vencido a la muerte para siempre. El sepulcro vacío evidencia que no existe el cuerpo muerto del Señor. Verdaderamente ha resucitado en cuerpo glorioso. También nosotros resucitaremos en la carne. También quedarán vacíos nuestros sepulcros.

4.- La sábana y el sudario: Con ellos fue amortajado y embalsamado el cuerpo muerto del Señor. Son así testigos de su resurrección. Son testimonio inequívoco de que quien estaba yacente y cubierto con ellos se había levantado de la muerte para siempre. Se ha despojado de los ropajes de la muerte y se ha revestido de gloria para la eternidad. La pascua es la cruz transfigurada; el crucificado, el transfigurado.

5.- El cuerpo glorioso y llagado: La resurrección de Jesucristo es la resurrección de su cuerpo llagado y glorioso. Jesús Resucitado mostrará las llagas de sus manos y de sus pies y la herida abierta del costado, de la que brotó sangre y agua, símbolos sacramentales y de la misma Iglesia. Los testigos de las apariciones del Resucitado lo verán en cuerpo glorioso y llagado, el mismo cuerpo y, a la vez, distinto. No es un fantasma. Los fantasmas no tienen cuerpo como Jesús Resucitado. Con la resurrección la encarnación y la cruz se hacen definitivas: Jesucristo es para siempre es el Dios encarnado y el Dios entregado. Su cuerpo resucitado es presencia definitiva de Dios: su Templo verdadero.

6.- El cenáculo: El cenáculo fue el lugar de la última cena. Fue el escenario del lavatorio de los pies, de la entrega del mandamiento del amor y de la institución de la Eucaristía y del orden sacerdotal. El cenáculo rezuma atmósfera de intimidad, de misterio, de prodigio, de gracia a raudales, de plegaria, de comunidad fraterna. El cenáculo era la “guarida” de los apóstoles y demás discípulos cuando el Señor es crucificado. El cenáculo será testigo de las apariciones a los Apóstoles en grupo, en colegio. El cenáculo será también el lugar de la venida del Espíritu Santo, el don pascual por excelencia del Resucitado.

7.- El camino: Toda la vida y misión de Jesús fue un camino. Él es el camino, la verdad y la vida. En el camino, Jesús se apareció a Cleofás y al otro discípulo de Emaús. No lo reconocieron al comienzo. Tras el camino, en el que desglosó las Escrituras, y tras la fracción del pan, sus ojos se abrieron al Resucitado. Jesucristo, haciendo camino con nosotros, se introduce en nuestros caminos de “vuelta” y de frustración y los transforma en caminos hacia la vida y la misión, hacia Jerusalén, a donde regresan los de Emaús. La fe es siempre camino. La vida de la Iglesia es siempre camino, es el camino de la humanidad. El hombre es, a su vez, el camino de Jesucristo y de la Iglesia.

8.- Las Escrituras: Los relatos bíblicos están cuajados de alusiones, más o menos explícitas, al misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Los ángeles de la mañana de la resurrección invocan la Escritura como argumento de la Resurrección. Jesús Resucitado, en sus apariciones, alude también reiteradamente a la Escritura que había de cumplirse. El corazón de los dos discípulos de Emaús ardía en gozo y en esperanza mientras Jesús les explicaba las Escrituras. Las Escrituras, la Palabra de Dios, son siempre verdad continuada e irrefutable de la resurrección. Jesucristo es la Palabra.

9.- La fracción del pan y el pez asado: Los dos de Emaús reconocieron al Señor en la fracción del pan. Los apóstoles, en la mañana de una nueva pesca en Tiberíades, serán invitados por el Señor Resucitado a sumar los 153 peces que habían pescado por su mediación al pez que él mismo había dejado, junto al pan, en unas brasas, a la orilla del mar grande de Galilea. Jesús es reconocido por los apóstoles y discípulos al compartir la comida. Es expresión nueva de intimidad, de fraternidad, de amistad. La fracción del pan es asimismo símbolo de la Eucaristía celebrada, partida, compartida y repartida. El pez, en las siglas de su nombre griego, fue signo muy usado por los cristianos de la primera hora. Era el mismo nombre de Jesús. El pez es símbolo, pues, de la confesión del nombre de Jesús y de la misión de quienes profesan su Nombre.

10.- Galilea y el mar de Tiberíades: Los relatos evangélicos de la resurrección aluden a Galilea y al mar de Tiberíades como lugares donde el Señor se habría de manifestar vivo y resucitado. Galilea había sido el microcosmos donde Jesús vivió, predicó, convivió con los apóstoles y discípulos, hizo milagros, anunció el Reino. Galilea es símbolo de la vida y del afán de cada día, de la primera misión apostólica. Galilea será, tras la resurrección, el macrocosmos de la misión universal de los apóstoles. Galilea es ya el mundo entero, la historia y la humanidad enteras. Y Galilea, su mar grande -Genesaret, Kineret, Tiberíades- es la imagen por excelencia de la Iglesia, sacramento de Jesucristo: “Echad la red y encontraréis”.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 23 de abril de 2021

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

Creí, más fue infundada mi creencia.

Pensé, pero fue errado el pensamiento.

Sentí, más fue confuso el sentimiento.

Juzgué, pero fue incierta mi conciencia.

 

Razoné, mas vagué en mi pensamiento.

Convine, y descarrié mi conveniencia.

entendí y se engañó mi inteligencia.

cavilé hasta perder casi el aliento.

 

Creí en dogmas de encubierto misterio.

Pensé en velos de secreto criterio.

 

Sentí el sentimiento igual falseaba,

juzgué inviable aquello que pensaba.

 

Razoné, convine al fin: Jesucristo.

Cavilé y entendí: eras la luz, Cristo.

 

 

 

Juan Pablo Mañueco

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016.

Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

Nota: El concepto de estrofa "castellana", en la que está escrito el poema, puede teclearse en un buscador de internet y se encontrará la descripción de la misma.

 

Vídeo autor:

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

Información

Obispado en Guadalajara
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Teléf. 949231370
Móvil. 620081816
Fax. 949235268

Obispado en Sigüenza
C/Villaviciosa, 7
19250 Sigüenza
Teléf. y Fax: 949391911

Oficina de Información
Alfonso Olmos Embid
Director
Obispado
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Tfno. 949 23 13 70
Fax: 949 23 52 68
info@siguenza-guadalajara.org

 

BIZUM: 07010

CANAL DE COMUNICACIÓN

Mapa de situación


Mapa de sede en Guadalajara


Mapa de sede en Sigüenza

Si pincha en los mapas, podrá encontrarnos con Google Maps