> Un artículo de José Luis Albares

> Delegación Diocesana de Migraciones

 

 

 

El pequeño libro bíblico de Rut representa, por un lado, una perfecta radiografía del fenómeno de las migraciones y, por otro, el gran manifiesto a favor de la promoción de las personas que deben emigrar, en todo tiempo y lugar.

En efecto, el libro de Rut nos ofrece una primera cara: la de la emigración. Y presenta un limpio análisis de la desventura que supone siempre tener que emigrar, también hoy. La necesidad obliga a Elimélec y Noemí a marcharse de Belén junto con sus hijos, que llegan a establecerse en el extranjero. Pero las cosas no van bien y, al final, quedan solamente tres mujeres, Noemí y sus dos nueras, viudas y sin hijos. Orfá se quedará allá en Moab, su tierra, mientras que Noemí y Rut se vuelven fracasadas a Belén. En esta historia, repetida en cada emigrante, la Biblia nos anima a ver rostros humanos allí donde todos hablan de cifras y oportunismos electorales.

Pero hay también un segundo aspecto del que habla el libro de Rut: la inmigración. Rut, la extranjera que ha llegado a Belén, se encuentra con Booz. Él no la conoce de nada y de ella no se dice que fuera especialmente atractiva. Pero, cuando a Booz le explican que se trata de una extranjera, le facilita el trabajo y las condiciones de descanso. Y, evidentemente, Rut se extraña: «¿Por qué te interesas con tanta amabilidad por mí, que soy una simple extranjera?», le dice (Rut 2,10). En respuesta, Booz hace gala de un comportamiento ejemplar de cara a promover la integración y el futuro de esa «simple extranjera»:

  • En primer lugar, admira la grandeza y la fortaleza de una persona que ha sido capaz de dejar su patria y su familia: «Me han contado –le dice– cómo has dejado a tus padres y tu tierra natal para venir a un pueblo que no conocías» (Rut 2,11b), palabras que consuelan y alivian el corazón de Rut.
  • Y, en segundo lugar, Booz no se queda en palabras y admiración. Se constituye en intermediario del favor divino hacia la mujer moabita: le ofrece comida, le facilita el trabajo de espigadora e incluso pide a los trabajadores que la socorran más allá de lo estrictamente legal.

Nada más. Nada menos.

Un día, Jesús dijo: «fui forastero y me hospedasteis» (Mt 25,35). Él conocía muy bien la historia de su familia: sabía que Rut, aquella extranjera inmigrante, fue antepasada suya (cf. Mt 1,5).

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

Cuando se sale del lugar de residencia habitual, todo se convierte en impacto novedoso y, de no estar ensimismado, se percibe la realidad social, cultural, económica, religiosa con mayor sensibilidad. 

En uno de mis últimos viajes a Alemania, me ha impactado la percepción del contraste que pude observar entre una exposición de arte abstracto, en el obispado de Colonia, y en la misma ciudad las construcciones más clásicas del románico y del gótico; y en Aquisgrán, la diversidad entre la música renacentista que escuché en la catedral, y la actuación de cantautores en las plazas. Ante estas escenas, de pronto, me descubrí un tanto consumista de instantáneas, al registrar con el móvil las estampas que más me impresionaban. Me ha sucedido especialmente, al fotografiar algunos cuadros abstractos, en los que se desbordaba la luz, y las torres góticas de la catedral; también al contemplar el esplendor de la bóveda y el ábside de La-Chapelle, y la austeridad del trono de Carlomagno, que según el guía, fue construido con planchas de mármol blanco, traídas de Jerusalén. 

Al visitar la catedral de Aquisgrán, acompañado de una religiosa del Amor de Dios, nos encontramos con un guía de Tenerife, escuchamos atentos sus conocimientos, a la vez que compartíamos la posible interpretación del cúmulo de signos, que contenía la arquitectura del recinto octogonal del templo. El joven guía canario, que nos atendió, excusándose al principio porque solo tenía quince minutos, permaneció con nosotros más de una hora, y nos deleitamos sumergidos en el arte, en la historia, en el misterio que guardaba el lugar sagrado. ¡Qué distinto es ver algo solo, o poderlo compartir con alguien de tu tierra! ¡Qué distinto caminar anónimo, que de la mano amiga! 

Al pasear por las calles, en medio de todo el universo de peatones, vestidos con trajes de corte, o con el mayor desenfado, es llamativo el contraste entre los escaparates de los comercios en carnaval, y las siluetas serenas de edificios emblemáticos. Ante tanta barahúnda, en un momento oportuno, accedí al interior de un templo, y experimenté la calma, la serenidad, la trascendencia, el arte, la armonía, el orden, la piedad, que invitaban a permanecer un tiempo en silencio y en oración. 

Guardo memoria de uno de mis primeros viajes a Alemania, cuando estando en Olpe, dando Ejercicios Espirituales, decidí dar una vuelta por la ciudad totalmente solo, sin que nadie me conociera. Aquella sensación de anonimato, en medio del ir y venir de las gentes del lugar, me impactó. Caminaba envuelto en una burbuja de pensamientos. En aquella ocasión, al ver la silueta de la iglesia parroquial, me dirigí hasta el templo, y cuando entré, al encontrarme con que en el altar mayor estaba expuesto el Sacramento en la custodia, sentí, sobrecogido, el impacto de saberme reconocido. Alguien allí sabía mi nombre, conocía mi historia, a Quien podía hablarle en mi propia lengua. Es muy hermoso tener la experiencia de saberse conocido en un lugar extranjero. 

Reconozco el bien que se recibe al sentir el arte, la música, la belleza, la luz, la diversidad de personas con las que te cruzas por las calles, itinerancia abierta, enriquecedora, reencuentro con los valores eternos y con la perspectiva trascendente. Es momento de percibir que uno pertenece a la humanidad, que peregrina hacia la ciudad de Dios, como aparece en la bóveda central del deambulatorio de la catedral de Aquisgrán, y que nunca va solo.

Por la Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio de Buenafuente del Sistal)

 

 

 

Muy queridos en el Señor:

Iniciamos el mes de febrero en el corazón del Tiempo Ordinario, en este invierno de 2019. Estamos en el momento cotidiano, la hora de vivir “arraigados en Cristo” (Cf. Col 2, 7), como les dijo el Papa Benedicto XVI a los jóvenes en Madrid. Siempre nuestra alma necesita vivir arraigada en Cristo. Hay tiempos como el de Navidad o de Pascua…que nos ofrecen alicientes especiales que nos ayudan: la familia o las costumbres populares. Pero ahora estamos en un día normal y en nuestro orden del día, está: el trabajo de casa que nadie hace, estudiar, sacar adelante los proyectos menos llamativos, estar solos… En definitiva, es el tiempo de recorrer con Jesús los caminos de la vida que vivió “pasando por uno de tantos” (Flp 2, 7b): Esperó en la cola el bautismo de Juan, en la sinagoga de Nazaret lo quisieron despeñar, se rindió a los deseos de su Madre y adelantó el inicio de sus grandes manifestaciones en la boda de Caná. Tiempo de dejarnos guiar por el Espíritu, como Él lo hizo: “Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu” (Lc 4, 14a). 

Nosotras, desde el comienzo de este año litúrgico, hemos retomado la práctica de compartir en Comunidad la oración particular de cada una con la Palabra.  El hecho de alargar un poquito la Lectio Divina, no parece tan relevante y lo es. Acostumbrarnos  a comunicar nuestra vivencia con Cristo en el día a día, nos arraiga en Él, a la Comunidad entera, no sólo a cada una.  Esta es una buena práctica para todos. Nos recuerda la propuesta de un movimiento eclesial actual que, invita a sustentar el seguimiento de Cristo en el siguiente trípode: Palabra, Eucaristía y Convivencia, es decir, compartir la fe. Es muy probable que todos los cristianos digamos que nos alimentamos del Pan de la Palabra y del Pan Eucarístico, pero compartir la fe, es un paso que no siempre damos. Nos cuesta salir de nosotros mismos, nos da miedo hablar de nuestras limitaciones y debilidades. Y sólo desde nuestras pobrezas, fallos y dificultades es posible la comunión con los hermanos,  a la Luz de la Palabra de Dios y de los Sacramentos. 

Nos despedirnos, con el entusiasmo de la reciente celebración del día de la Vida Consagrada, copiamos la oración del día, con el deseo de que el Señor la lleve a término en todos nosotros: “Dios todopoderoso y eterno, te rogamos humildemente que, así como tu Hijo unigénito, revestido de nuestra humanidad, ha sido presentado hoy en el templo, nos concedas, de igual modo, a nosotros la gracia de ser presentados delante de ti con el alma limpia.

Por Juan José Plaza Domínguez

(Delegación de Migraciones)

 

 

 

(Sacerdote –misionero diocesano en Brasil durante  30 años)

 

SUS ORÍGENES:

Las raíces  de D. Leandro  provienen de  Balconete, donde nació   un  13 de Marzo de 1927, en la familia formada por D. Tomás y Dª Teresa. Fue el quinto  de seis hijos.

 

VOCACIÓN  Y MINISTERIO SACERDOTAL:

Marchó al seminario de Toledo en 1943 y fue ordenado sacerdote el 7 de Junio de 1952.

En la diócesis de Sigüenza-Guadalajara (recién reestructurada) ejerció su ministerio sacerdotal  en diversas parroquias. Desde 1952 en Escariche, Escopete y Hueva. Desde 1956 fue formador del Seminario y capellán del Asilo de Guadalajara. Desde 1961 se encargó primero de las parroquias de Peralveche y el Recuenco. Ese mismo año pasó a regir la parroquia de Tórtola.

 

SU VOCACIÓN Y MINISTERIO MISIONERO:

En 1968 parte a Brasil, integrado en el grupo pionero de sacerdotes diocesanos que van a misiones, formado por D. Antonio Molina,  Miguel Clemente, Mariano Martínez Plácido Cerrada, Francisco Juarez y él mismo. Su destino fue la diócesis de Amargosa, que después se dividió en dos: Amargosa y Yequie. 

Tras terminar su contrato de cinco años, en 1973 vuelve a España por causas familiares, ejerciendo, de nuevo, en la diócesis diversos trabajos pastorales: en S. Pascual Bailón… 

En 1982 vuelve por segunda vez a Brasil junto con otros sacerdotes diocesanos: Práxedes, Ricardo y Lucas. En esta ocasión su destino fue  la diócesis de Yequie, encargándose de la parroquia de Maracás con varios municipios, poblados y caseríos, que ocupaban una gran extensión. En esta parroquia se le une posteriormente el sacerdote Miguel Torres Esteban (1993), compartiendo con él todos los trabajos que demandaba la acción pastoral y social; sobre todo la atención a las comunidades en que se dividió la parroquia y también llevando adelante un  proyecto social estrella, la atención a los niños más pobres con la ayuda que recibía de España a través del apadrinamiento de niños, en que contó con la colaboración inestimable de Sor Marina, religiosa de las Reparadoras del Sagrado  Corazón (las Francesas) y de la Delegación de Misiones. También recibió cuantiosa ayuda de su pueblo natal, Balconete, para llevar adelante este hermoso proyecto. Él fue el que construyó la primera guardería y el primer centro de día para los mayores en la ciudad. Además construyó muchas casas y pozos para los más pobres.

Don Leandro fue un misionero que amó a Dios y al hombre, conforme lo que  dice  la S. Escritura: “El que no ama a su hermano a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve (I Jn. 4,20). D Leandro, en su impresionante labor misionera, tuvo como máxima  lo que dice el Concilio Vaticano II: “Que hay que salvar al hombre completo, cuerpo y alma” (Gaudium et Spes, 3). 

De lo que acabamos de decir da fe el testimonio que, desde la parroquia de Maracás, nos ha llegado: “D. Leandro fue ejemplo de fe, humildad, caridad, amor y sencillez…Hombre que desbordaba el amor del Padre por donde pasaba y en todas sus acciones evangelizadoras. Estaba listo para ayudar a los más necesitados, cumpliendo siempre de manera ejemplar el mandamiento principal dejado para todos. Amaba verdaderamente al prójimo, como a sí mismo y nos enseñó a amar a Cristo y a la Iglesia”.

 

EL REGRESO A ESPAÑA:

En 2007 regresa definitivamente a España; pero todos los años vuelve a Brasil, donde permanece varios meses para seguir ejerciendo su vocación misionera, prestando su apoyo en las labores parroquiales; pero desde un segundo plano.

Cuando por la edad y salud ya no puede viajar, reside definitivamente en la Casa Sacerdotal, en la  que se encargaba de sensibilizar y promocionar las Jornadas  y las colectas misioneras entre los residentes.

 

SU MUERTE Y ENTIERRO:

La muerte le sobrevino el 4 de Febrero. Su funeral, presidido por el Sr. Obispo, D. Atilano, se celebró el 6 de Febrero en la Concatedral de Santa  María; en la Santa Misa concelebraron unos cincuenta sacerdotes. También asistieron gran número de sus antiguos feligreses, mostrando así su agradecimiento y  que no le había olvidado. Posteriormente sus restos fueron trasladados a su pueblo natal, donde se celebró un nuevo funeral y su inhumación en el cementerio.

 

EL MES MISIONERO EXTRAORDINARIO (OCTUBRE DE 2019):

Este año de 2019, en que ha fallecido  nuestro hermano D. Leandro, el papa Francisco ha convocado un mes misionero extraordinario (en Octubre). Invocamos la intercesión de D. Leandro (y de todos los misioneros diocesano que ya están  en el Cielo) para que por su intercesión se  consigan en  nuestra diócesis los frutos que el papa desea produzca su celebración, que no son otros que:” Reconocer, vivir y convencerse de que la misión es y debe ser cada vez más el paradigma de la vida y de la obra de la Iglesia y de todo cristianos. Es volver a poner la misión ad Gentes en el centro de la vida de la Iglesia.”

 

DESCANSE EN PAZ:

Que D. Leandro, descanse en Paz y que el Señor le premie con el denario de la Gloria, con que paga a los que ha llamado a trabajar en su viña”. Así sea.

 

 

Información

Obispado en Guadalajara
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Teléf. 949231370
Móvil. 620081816
Fax. 949235268

Obispado en Sigüenza
C/Villaviciosa, 7
19250 Sigüenza
Teléf. y Fax: 949391911

Oficina de Información
Alfonso Olmos Embid
Director
Obispado
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Tfno. 949 23 13 70
Fax: 949 23 52 68
info@siguenza-guadalajara.org

 

BIZUM: 07010

CANAL DE COMUNICACIÓN

Mapa de situación


Mapa de sede en Guadalajara


Mapa de sede en Sigüenza

Si pincha en los mapas, podrá encontrarnos con Google Maps