Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

(Dieciocho rogativas al cielo por la lluvia, siguiendo las directrices de la diócesis)

 

Gota ya antes de nacer rota, gota.

Diáfano vive siempre el cielo, diáfano.

Ignota idea de la nube, ignota.

Pájaro siempre con pico en sed, pájaro.

 

Azota la aridez al suelo, azota.

Párpado celeste agotado, párpado.

Mota de polvo que entre polvo es mota.

Páramo de soledad, lacio páramo.

 

Rota, ajada, sin barro tierra, rota.

Relámpago ausente, inerte relámpago.

Derrota de la lluvia ya, derrota.

 

Cántaro que nunca ha de romper, cántaro.

Remota la esperanza, muy remota.

Párrafo mustio aguarda rosas, párrafo.

 

Cota de nieve sin nieve en la cota.

Lluvia, que esta prez por la viva lluvia

brota en el aire, por si  lluvia brota.

Música de agua en pentagrama, música.

 

Juan Pablo Mañueco, del libro "Cantil de Cantos IX"

 

http://aache.com/tienda/655-cantil-de-cantos-ix.html

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl de Guadalajara)

 

 

Estaban solos en la estancia. Una madre orgullosa de su hijo y un hijo pletórico de amor por aquella que le había concebido. Cada uno estaba a su obligación pero, de vez en cuando, levantaban la mirada uno u otra de su quehacer y miraba con ternura a su compañero de estancia. 

¡Cómo te quieren todos, hijo! dijo por fin la madre. Me lo dicen muchos cuando me piden que a la vez te pida algo a ti. 

El hijo, como en alguna otra ocasión, la miró y calló Era la criatura perfecta. La que mejor y con más confianza se había entregado a los servicios que él necesitaba. Era su madre. Siempre pendiente de él. Desde que recordara, siempre estaba ella allí para lo que necesitara. Recordó, como si ello hubiera sido posible, cuánto reforzó su amor cuando despareció el hombre de la casa: aquel al que había llamado padre. Siempre la madre. Ayudándole, curándole en ocasiones, las pequeñas heridas producidas en sus juegos de muchacho. Pero siempre estaba ella allí. Hasta el final. Hasta vivir el mayor sufrimiento que puede sentir una madre: dejar el mundo después del hijo querido. 

Pensó en la afirmación de su madre: ¿Era cierto que todos le querían? Sabía por propia y dolorosa experiencia cuánto y con cuánta saña le habían hecho sufrir cuando terminó su trabajo. Aquel trabajo para el que había nacido. No. No todos le habían comprendido. Incluso surgió la traición entre algunos de los más queridos. 

Pero no dijo nada. Sólo mantuvo su mirada en ella con ternura y calló.  

Pensó en el mundo que él había ayudado a ser mejor. Pensó en su nacimiento y en todas las señales que le acompañaron al salir del vientre de su madre. Pensó en su propio sufrimiento. En lo injusto que habían sido con él, los que se llamaban sus amigos. Lo poco que le habían comprendido a pesar de sus explicaciones y fundamentalmente de sus ejemplos. Como en una película, como en el presente, todo para él ya lo era, visionó toda su vida entre aquellos a los que había venido a salvar. ¡Lo recordaba tantas veces! ¡Tantas veces los que se decían sus amigos y seguidores lo celebraban cada día en cada rincón del mundo para recordarle! Pero ¿eran sus seguidores de verdad o sólo de boca? 

Allí abajo, muy abajo, vio a tantos de los que se llamaban sus seguidores, a veces de manera no consciente, hacer lo contrario de aquello que él, con mansedumbre, les había enseñado. Se apenó. 

Pero también encontró a muchos que querían seguirle y que con sus limitaciones humanas, sin embargo se empeñaban en hacerlo y así lograr hacer un mundo mejor. Y vio que lo conseguían. Que poco a poco, el mundo mejoraba. Que poco a poco, aunque más despacio de lo que él deseaba, todo mejoraba. Bueno todo, todo no… pero mucho sí. Se alegró. 

Recordó de nuevo aquella pequeña aldea en Judá. Recordó todo su sufrimiento. Recordó la cruz. Pero también, recordó su gozo de haber salvado a cada uno de los seres humanos. Los nacidos antes, los de su época en la tierra y los que vendrían más tarde. Nos recordó a todos. A cada uno de nosotros por los que se sacrificó llevando el amor y la misericordia al límite, tal y como le había pedido su padre. A cada uno, por nuestros nombres. Individualmente conocidos. 

Aquel milagro, se inició con el nacimiento de un niño en Belén de Judá. Dentro de unos días lo celebraremos los hombres. Daremos gracias a aquel que todo lo puede, por conocernos individualmente y por amarnos singularmente. Algunos también, nos dejaremos arrastrar por el espíritu festivo que, sin duda tiene tal efemérides, pero lo llenaremos de cosas en lugar de sentimientos. 

¡Sin embargo, nos haremos el firme propósito de ser mejores! De corresponder mejor a su Amor que fue donado primero que el imperfecto nuestro por él. 

Gracias a su madre que un día dio el “fiat” y que nos sigue acompañando pendiente de lo que nos pueda faltar para comentárselo a su hijo, como en Caná de Galilea. Todo a él, sin duda. Desde la alabanza debida, hasta la suplica por aquello que nos preocupa. Pero siempre, siempre, a través de la madre. Es garantía de que nos escuchará con la mayor ternura ¡se lo pide su Madre! 

Lo celebraremos con alegría. ¡Pues estamos salvados, liberados de la muerte! De la muerte, en Él, vencedores. Una Navidad que nos lleve, como nos pide el Papa Francisco a “amar de verdad”:

  «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3-16)   (del  MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO en la I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES)

Queridos amigos: ¡FELIZ Y SANTA NAVIDAD!

 

José Ramón Díaz-Torremocha

de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalara

Por Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio de Buenfuente)

 

 

Muy queridos en el Señor: En la puerta de la Navidad, del Nacimiento de nuestro Salvador, nos encontramos en la oración y en la celebración de la Eucaristía,  pero no como el año pasado por estas fechas, ¡no!; ¡ojalá nuestra vida sea como un tornillo, que cada vez que da una vuelta, se introduce un poquito más en el corazón de Dios! Tal vez, sea más acertado decir: ¡ojalá en cada vuelta abramos un poco más la puerta de nuestro corazón a Cristo! De esta manera, podemos dejar salir todo lo que estorba, entretiene los afectos y no deja entrar a Dios. Y así, con sincero corazón cantar con el salmista: “¡Portones alzad los dinteles! Que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria” (sal 24, 7). 

A lo largo de todo el Adviento, que está a punto de finalizar, la Iglesia nos ha ayudado a prepararnos para acoger al Redentor. En la liturgia de la Palabra del Domingo pasado escuchamos a Juan Bautista decir de si mismo: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor” (Jn 1, 23). “Allanad el camino del Señor”, esta frase ha resonado muy particularmente en nosotras. Allanar en la convivencia cotidiana, facilitar que el Señor llegue al corazón de quienes viven cerca de nosotros, de quienes Él pone en nuestro camino. Allanar un camino significa quitar las piedras, rellenar los baches, en definitiva facilitar el tránsito por él. A esto nos llama el Señor: a remover las piedras de nuestro orgullo, a rellenar los baches de nuestro egoísmo, en definitiva a vaciarnos, a renunciar a nosotros mismos, al menos no poner resistencia a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. 

Con el Evangelio mencionado, resonando en el alma, hemos tropezado con la siguiente frase de la Madre Maravillas de Jesús: “Mi Cristo está en mí y Él es el que lo hace todo”; que nos aclara muy bien lo que dice san Pablo a los gálatas: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga. 2-20).  Esta expresión de san Pablo, también podría narrar la vivencia de la Virgen María tras la Encarnación del Verbo de Dios en su seno, por obra del Espíritu Santo. Con este anhelo en el corazón: “dejar a Cristo que lo haga todo en nuestra vida”, escuchemos la recomendación de la Virgen María a los pastorcitos Lucía, Jacinta y Francisco, en Fátima hace un siglo:

 

“El santo Rosario constantes rezad y la paz al mundo el Señor dará”

Y esperemos la Salvación de Dios, porque como dice el profeta Isaías: “los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse” (Is 40, 31).

 

Unidos en la oración ¡Feliz Navidad!

 vuestras hermanas de Buenafuente del  Sistal   

Por Javier Bravo

(Delegación de Medios de Comunicación Social)

 

 

Además de una costumbre con siglos de historia, montar el belén representa cada Navidad una gran oportunidad para pasar un agradable y divertido rato en familia. El belén aporta a la decoración invernal de tu hogar un toque de calidez y tradición. En casa solemos hacerlo, entre mi hermana y yo, en torno a la Inmaculada.

Por eso el artículo de este mes no podrá ser otro: Montando el Belén. Para ello, en mi artículo,  os propongo algunos pasos fundamentales que, a mi juicio, hay que seguir para que nuestro nacimiento sea la envidia de todo el vecindario. ¿Me acompañas?

Lo primero que yo haría o aconsejaría es fijar en nuestra mente el Belén antes de llevarlo a la práctica. ¿Qué espacio dispongo para él? ¿Cuántas figuras tengo? ¿Qué presupuesto piensas gastar, si es que quieres seguir completándolo? Cuestiones previas que no debes obviar antes de ponerte manos a la obra.

Realiza un boceto en papel, donde aparezcan las distintas zonas o escenas que quieres representar. Los tipos de pesebre son infinitos, desde el tradicional y sencillo misterio hasta extensos montajes que incluyen la llegada de los Reyes Magos, el castillo de Herodes o escenas que pueden dar mayor lucimiento al pesebre, como la huida a Egipto o la anunciación del ángel Gabriel. Todo ello dependerá de los factores que hayamos visto en el paso 1.

Ahora tendrás que empezar a preparar el terreno. Acondiciona la superficie sobre la que vayas a montar el portal. Si es una mesa, fórrala de plástico o papel resistente para que no se estropee. Si vas a montar simplemente el misterio, busca un buen lugar y acondiciónalo bien con algún paño o brocado.

El relieve de nuestro nacimiento ya va en cuestión de gustos. Los más expertos y estrictos, históricamente hablando, estudian cómo era la orografía de la antigua Palestina para conseguir un nacimiento lo más fiel posible a la realidad. Pero no tenemos que complicarnos tanto, puedes diseñar tu propia base sobre la que asentar el resto del pesebre. El "porexpán" es el material más extendido, pero también puedes hacer el terreno y las montañas con escayola, corcho, madera o, incluso, papel y cola de carpintero.

Seguidamente habrá que cubrir la superficie del portal. Una vez moldeado el terreno, el siguiente paso será cubrirlo para simular la arena del desierto, la hierba de los prados o la nieve de las montañas. En cualquier tienda especializada encontraremos el material necesario para ello. Los árboles podemos fabricarlos utilizando trozos de ramas o arbustos que encontremos por el campo. ¡Cuidado con las especies protegidas, como el musgo! Infórmate bien antes de arrancar cualquier planta.

Ahora empezaremos a situar las construcciones. Si eres muy mañoso, puedes hacerlas tú mismo con los mismos materiales que la base del belén. En caso contrario, las casas, edificios públicos, puentes y otros complementos se venden ya terminados, listos para colocar en el lugar deseado. La distribución de los edificios será otro de los puntos clave del montaje, pero cuidando siempre las proporciones. Y, por supuesto, ¡no te olvides del misterio!

La iluminación, asunto delicado y que dará a tu belén el toque de profesionalidad que siempre has buscado. Existen numerosas opciones, desde una iluminación sencilla y simple hasta antorchas, conectores, controladores automáticos, etc. Conviene que sean bombillas e iluminación de bajo consumo.

Una vez que tengas el “poblado”, tendrás que colocar las figuras, la parte humana del belén. Existen muchas alternativas en cuanto a tamaños, materiales o precios. Escoge las que más te gusten e intenta ir adquiriendo más cada año, para ampliar la colección y seguir sorprendiendo a tus amigos. Para arle una visión de lejanía debes colocar las figuras de mayor tamaño, más delante; y las de menor, atrás. Puedes también seguir la cronología navideña e ir moviendo los personajes, como avanzar a los Reyes Magos hacia el pesebre a medida que se acerca el nacimiento de Cristo.

Los complementos: animales dentro del establo, montones de paja, kioscos con fruta en el mercado, etc. ¡Hasta donde la imaginación te lleve!

El punto final a un buen belén es disfrutarlo con tus amigos y vecinos. Difunde tu creación y enséñaselo a todo el que quiera verlo. Poco a poco irás ganando experiencia y conseguirás que tu belén vaya ganando popularidad y majestuosidad. Y, en todo caso, siempre será un buen argumento para pasar un buen rato mientras lo montas.

En internet, de todos modos hay muchas páginas de orientación. Entre ellas, la de la Asociación de Belenistas de Guadalajara [http://www.belenistasguadalajara.es], que a mi juicio es clara, sencilla y tiene los componentes que ha de tener una página, la información básica. Por eso, a partir de ahora, permitidme que valore positiva o negativamente, siguiendo unos criterios y  con vistas a mejorar, las webs que yo vaya analizando- para hacer que nuestros belenes mejoren. A esta de la Asociación de Belenistas y, como están tan de moda los iconos, le voy a dar un 

Desde estas líneas, os deseo una Feliz Navidad y os invito a poner un Belén en vuestro hogar.

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