Por Rafael Amo

(Delegación de Ecumenismo)

 

 

Todos los años, en el mes de enero, se convoca a las iglesias y comunidades eclesiales a rezar por la unidad de los cristianos. La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos se celebra tradicionalmente del 18 al 25 de enero. Estas fechas fueron propuestas en 1908 por Paul Watson para coincidir con la conversión de san Pablo, que tienen un significado simbólico. Él pasó de ser un judío perseguidor, a ser un defensor y un misionero infatigable de la Buena Noticia. Es el gran momento del ecumenismo espiritual. 

La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de 2017 tiene lugar en el año en que se conmemora el 500 aniversario de la Reforma. Según muchas crónicas, el 31 de octubre de 1517 el monje agustino alemán Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, dando así inicio a un proceso que llevó tristemente a la división del cristianismo occidental. 

El pasado 31 de octubre de 2016, en el marco de la Comisión conjunta Luterano-Católico Romana sobre la unidad, se firmaba una declaración conjunta que concluye con las siguientes palabras: “Aunque estamos agradecidos profundamente por los dones espirituales y teológicos recibidos a través de la Reforma, también reconocemos y lamentamos ante Cristo que luteranos y católicos hayamos dañado la unidad visible de la Iglesia. Las diferencias teológicas estuvieron acompañadas por el prejuicio y por los conflictos, y la religión fue instrumentalizada con fines políticos. Nuestra fe común en Jesucristo y nuestro bautismo nos piden una conversión permanente, para que dejemos atrás los desacuerdos históricos y los conflictos que obstruyen el ministerio de la reconciliación. Aunque el pasado no puede ser cambiado, lo que se recuerda y como se recuerda puede ser trasformado. Rezamos por la curación de nuestras heridas y de la memoria, que nublan nuestra visión recíproca. Rechazamos de manera enérgica todo odio y violencia, pasada y presente, especialmente la cometida en nombre de la religión. Hoy escuchamos el mandamiento de Dios de dejar de lado cualquier conflicto. Reconocemos que somos liberados por gracia para caminar hacia la comunión, a la que Dios nos llama constantemente”.

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

No me mueve, mi Dios, para quererte 
el cielo que me tienes prometido.

 

Anónimo. Siglo XVI

 

 

 

No para amarte es, Jesús, que me mueve

la promesa futura de tu cielo,

ni tampoco el infierno, sin consuelo.

El amor hacia Ti mismo es quien me eleve.

 

Me mueves Tú mismo a Ti, desde el suelo

verte en cruz, clavo en leño tu relieve.

Vejado, herido, ultrajado,  remueve

a ascender hasta Ti, a darte consuelo.

 

Muévenme las afrentas que han herido

tu cuerpo sangrante, que señalara

el amor que tu ofrenda demostrara

a cada golpe de martillo unido. 

 

Tu amor obra en modo que igual  te amara

sin cielo, y sin infierno igual temido;

que el tuyo amor y reino es que ha venido

a enseñarnos Amor. Y eso sobrara.

 

Y más, que tu naturaleza humana

ante el clavo que a carne ha desgarrado,

-hálito alado que lanza ha sacado

tras última sangre, ya lo que mana,

saliendo, es tu divinidad hermana-.

 

 

Juan Pablo Mañueco

Del libro "La sombra del sol" (2017)

 

Por Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio de Buenafuente del Sistal)

 

 

Queridísimos amigos y hermanos en Cristo: Han concluido las fiestas por el nacimiento del Hijo de Dios,  a pesar de que en nuestra casa perduren algunos de los adornos navideños; en otros queda la nostalgia de esos días y algunos piensan “¡por fin se han acabado!”. 

Para nosotras, que vivimos a ritmo litúrgico, desde el pasado lunes 9 hemos comenzado el Tiempo Ordinario. La rutina, el día a día… En apariencia lo que más disgusta o de lo que se intenta huir. Por este tópico, en el locutorio, nos interpelan a menudo: “¿No se aburren haciendo siempre lo mismo?” Nuestra respuesta es clara: “¡¡NO!!” La verdad es que gozamos haciendo siempre lo mismo, el Amor siempre es nuevo y todo lo hace nuevo. Esta respuesta, pueden pensar que es estereotipada y sin embargo, es real; ahora bien: igual que no nos sirve la fe de otro, tampoco nos sirve la relación enamorada de otro, es personal e intransferible.  Lo que nosotras queremos resaltar con esta reflexión, es que en apariencia se rechaza lo rutinario, y no obstante, durante las fiestas navideñas, algunas personas deseaban que se terminasen. ¿Por qué? Para retomar el día a día. Vivimos en esta contradicción social, posiblemente consumista, cuando nuestra biología es totalmente rítmica, nuestras células hacen siempre lo mismo. Tal vez, este sea el motivo por el que la rutina nos serena, y nos da la oportunidad de entusiasmarnos en la voluntad del Señor, que siempre es fuente de Paz y Alegría.

Esto mismo es lo que hemos pedido toda la Iglesia en la oración colecta de este 2º Domingo: ”Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz”.  Es decir, seamos verdaderos discípulos de “Jesús, rostro de la misericordia del Padre” (MV 1), que con su muerte en la cruz construyó la Paz y destruyó la enemistad (P. Franciscus, JM de la Paz). Si la muerte de Jesús construyó  la Paz para toda la humanidad, también nosotros podemos colaborar con Jesucristo, constructor de paz, aprovechando todas las oportunidades que tenemos para morir a nosotros mismos (sta. Isabel de la Trinidad). 

“La Paz es posible”, dijo san Juan Pablo II;  y sta. Teresa de Calcuta: “El fruto del amor es el servicio; y el fruto del servicio es la paz". El Papa Francisco en su deseo más profundo de invitarnos a vivir “misericordiosos como el Padre” (MV) publicó el 20-XI-2016, al finalizar el Año de la Misericordia, la carta apostólica Misericordia et Misera, para que la misericordia sea siempre vivida y celebrada. Carta que os invitamos a meditar para que se integre en nuestra vida.

 

"Estar en paz consigo mismo, es el medio más seguro de comenzar a estarlo con los demás"  (F. Luis de León)

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl de Guadalajara)

 

 

En el pequeño grupo de las Conferencias de Guadalajara, con el que comparto con alguna frecuencia ratos de charla con los consocios que las forman, difícilmente me refiero a ellos calificándolos de Voluntarios. Algún buen amigo que conoce sobradamente cómo pienso en este asunto, pensará a su vez que ya "estoy con el tema". No le faltará razón, pues es asunto al que me refiero a veces con machacona insistencia. Pero es que me preocupa y lo que preocupa, antes o después, aparece siempre en las conversaciones entre amigos. Pero: ¿cómo voy a referirme a Voluntarios en las Conferencias, si estimo que entre los cristianos no puede haber voluntarios, en lo que se refiera a todo lo relativo a su servicio en la Iglesia? 

Para empezar debo aclarar que, en las Conferencias, no hay más que cristianos católicos. No se unen habitualmente ateos, mulsumanes o miembros de otras religiones, para ayudarnos en nuestras tareas de ayudas materiales ya que, como es fácil entender, sería imposible su concurso en las espirituales que para nosotros son las fundamentales. Cuando lo hacen, cuando en algún caso podemos contar excepcionalmente con personas no cristianas en alguna de nuestras obras materiales, no tengo el menor problema en llamarlos Voluntarios. Realmente lo son, pues no tienen la menor obligación de colaborar con una Institución cristiana. 

Pero para los católicos, para los bautizados, para los cristianos en general, entiendo que no podemos hablar de voluntariado cuando nos unimos a una obra eclesial. Tenemos que hablar, en mi opinión, de cristianos que lo que hacen es dar respuesta a un compromiso grave, personal y adquirido legítimamente. Asumiendo que después de adquirido ese compromiso personal, ya no está sujeto a su voluntad trabajar o no para el Pueblo de Dios. Es un compromiso aceptado como bautizado y más tarde como confirmado, al que tenemos que dar respuesta. ¿Pensamos alguna vez en ello? Sinceramente creo que pocas veces. Con frecuencia parece que estamos trabajando para cualquier ONG. Ya nos advirtió el Santo Padre en cuanto a lo que no somos, al principio de su Pontificado. No somos ONG´s. 

Tampoco hay solidaridad que valga en lo que hacemos desde las Instituciones eclesiales si se me permite una afirmación tan tajante, pero para mí absolutamente cierta. 

Tengo que hablar con mis consocios, que lo que están haciendo,  que lo que estamos haciendo juntos, de manera imperfecta sin duda, lo hacen, lo hacemos, deseando corresponder al Amor de Dios: Al Amor que Dios nos ha manifestado previamente y que intentamos devolverle de la imperfecta manera a la que antes me he referido. Pero devolverle algo que es Suyo, cumpliendo un compromiso gozosamente adquirido. 

Ese ejercicio, además de partir de la Fe y que la simple solidaridad no tiene por qué exigirnos, se llama Caridad y no Solidaridad. 

Me entristece ver cómo hemos dejado que nos venzan las palabras y nos alcancen aquellas que no son nuestras y podamos perder lo más profundo del lenguaje espiritual que tenemos y nos quedemos con las que, vuelvo a señalar, no son nuestras: son de otros. Palabras que se utilizan frecuentemente para socavar, ya sea consciente o inconscientemente, la propia manifestación de la Fe que proclamamos nos alumbra en nuestros trabajos por lo demás. Para dejar nuestras acciones en una respuesta puramente humana a las necesidades de otros, pero alejada de toda manifestación de espiritualidad cristiana, de respuesta presidida por la Fe en Jesucristo. Presidida por la Caridad: por el amor. 

La solidaridad no es una definición adecuada para un cristiano. Nuestra palabra es la Caridad como aquella que preside y nos empuja en nuestras acciones. Caridad, nada menos que aquello que se hace por amor a/y de Dios. Esa palabra, que parece avergonzarnos a veces pronunciar, tan injustamente empleada con frecuencia, es la  que habremos de volver a utilizar y dignificar con nuestro trabajo bien hecho y en el que pongamos, repito que aún de manera imperfecta, el Amor de Dios que se derrama por el mundo. Aunque nos cueste tantas veces verlo. Esa debe ser la aspiración del consocio en las Conferencias. No puede ser otra. 

Es mi convencimiento íntimo, querido lector que me siguiera hasta este punto. No soy un experto en nada. Sólo me gustaría que todos tuviéramos las ideas claras y defendiéramos y utilizáramos la palabra que define lo hecho por Amor a Dios y de Dios: Caridad. Una de las virtudes teologales y la que, de las tres, la única que permanecerá viva y operante en el Reino de los Cielos. 

Habremos de hacer, seguramente, un ejercicio de enseñanza entre nuestro propio Pueblo de la diferencia de lo realizado por Caridad o por Solidaridad. Sin desmerecer como es natural, ésta última, lo nuestro, lo cristiano, es el actuar por amor a Dios y al prójimo como a nosotros mismos a lo largo de toda nuestra vida. No la "adhesión circunstancial a la causa o empresa de otros", como define la Real Academia de la Lengua a la Solidaridad propia del ejercicio del voluntario. 

Más bien somos enviados, mandatados, "comisionados". Hemos recibido un encargo, una comisión: la de llevar al mundo el mandato de amarnos los unos a los otros como Él, que entregó su vida por nosotros, nos indicó. El mandato de evangelizar, de llevar la Buena Nueva, nunca puede ser para nosotros los cristianos, una "adhesión circunstancial". Algo voluntario. Es una feliz y grave obligación para toda nuestra vida creyente. 

Ni quiero ser pedante, ni presumir de conocimientos que son, por otra parte, harto pobres y limitados. Pero sí permítaseme recomendar una relectura de los artículos  209-2; 211 y 222 del Código de Derecho Canónico o el artículo 900 del Catecismo. Quizás, nos ayuden a recordar hasta qué punto estamos obligados a ser eficaces colaboradores en la misión encomendada al Pueblo de Dios. La de llevar a buen puerto, esa "comisión de servicio por Amor" que el mismo Amor nos solicitó  hace más de dos milenios. 

Podremos ser comisionados, mandatados, incluso pequeños o grandes apóstoles. Pero, en ningún caso, entiendo, deberemos atribuirnos una voluntariedad, que hemos de emplear para otros casos y causas

Información

Obispado en Guadalajara
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Teléf. 949231370
Móvil. 620081816
Fax. 949235268

Obispado en Sigüenza
C/Villaviciosa, 7
19250 Sigüenza
Teléf. y Fax: 949391911

Oficina de Información
Alfonso Olmos Embid
Director
Obispado
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Tfno. 949 23 13 70
Fax: 949 23 52 68
info@siguenza-guadalajara.org

 

BIZUM: 07010

CANAL DE COMUNICACIÓN

Mapa de situación


Mapa de sede en Guadalajara


Mapa de sede en Sigüenza

Si pincha en los mapas, podrá encontrarnos con Google Maps