MONICIÓN INTRODUCTORIA ---------

 

Jesucristo, Aquel en quien reside toda la plenitud de la divinidad (cf. Col 1, 19) y Aquel a quien el Padre nos mandó escuchar en la montaña santa (cf. Mt 17, 5) celebra en toda la Iglesia, que se reúne un domingo más en asamblea litúrgica y que se extiende como vid fecunda por toda la tierra, su Misterio Pascual.

 

“Toda celebración eucarística –nos dice la Iglesia- actualiza el sacrificio único, perfecto y definitivo de Cristo que salvó al mundo en la cruz de una vez para siempre” (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros 69). Así que estamos ahora, espiritualmente, al pie de la cruz de Cristo.

 

Y démonos cuenta de quién hay junto a la cruz. Está la madre, la de Jesús y la nuestra, y está Juan el discípulo enamorado. Nuestro corazón participe de los sentimientos de ambos: de los sentimientos corredentores de María y de los puros sentimientos del corazón limpio de san Juan. La misericordia de Dios, que invocamos un día más al comenzar la celebración, nos disponga para participar dignamente en el más sagrado de los misterios.

 

PETICIÓN -------------------

 

En este Año de la Vida Consagrada tenemos muy presentes a todos los consagrados de nuestra diócesis. De forma muy particular en esta semana oramos por  las Benedictinas de Valfermoso, por las Carmelitas Descalzas de Guadalajara e Iriépal, por las Cistercienses de Brihuega y Buenafuente, por las Clarisas Capuchinas y Franciscanas de Cifuentes, Molina y Sigüenza, por las Concepcionistas Franciscanas de Guadalajara y Pastrana, por las Jerónimas de Yunquera y por las Ursulinas de Sigüenza. Por estas comunidades nos pide la diócesis que oremos en esta semana y lo hacemos con gusto. Roguemos al Señor.

 

AVISOS FINALES -------------------

 

En esta segunda semana de Cuaresma, tratemos de mantenernos fieles a las tres prácticas que la Iglesia, nuestra madre, nos recomienda para este tiempo de gracia y conversión y que venimos recordando cada domingo.

 

Primera práctica, la oración. Una oración mejorada. “Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6).

 

Segunda práctica, el ayuno. Un ayuno sereno. “Cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 17-18).

 

Tercera práctica, la limosna. Una caridad cordial y discreta. “Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; y así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 3-4).

 

Vayamos todos adelante en este camino cuaresmal que nos llevará hasta la Pascua del Señor. Avancemos con un corazón orante, un corazón penitente y un corazón caritativo.

 

Lema y cartel

Celebrar la eucaristía es hacer presente el amor de Dios a la humanidad. Habitualmente la actualización de este Misterio salvador se celebra en los templos especialmente dedicados a la celebración de la fe. Sin embargo, el cartel del Día de Hispanoamérica muestra otro templo y otro contexto: la altura de los Andes y la naturaleza que evoca el poder creador de Dios. Al contemplar el cartel se descubre a:

  • Dios Padre, creador de la naturaleza, de la vida, de la existencia humana… El conjunto de la creación es el medio ordinario para llegar a Dios.
  • Dios Hijo que se hace presente en la celebración de la eucaristía y en la persona del sacerdote misionero que ha salido al encuentro de este pequeño grupo de personas que previamente han sido evangelizados con la Palabra.
  • Dios Espíritu Santo que con su fuerza santificadora se hace presente en el interior de estas personas, recogidas en oración.

 

Objetivos

  1. Reconocer que de nuestras comunidades cristianas partieron para América muchos misioneros que llevaron la fe a aquel continente, donde hoy están el 50% de los católicos del mundo.
  2. Tomar conciencia de que la cooperación misionera con América Latina debe seguir fortaleciéndose con el envío de nuevas vocaciones misioneras para colaborar con aquellas Iglesias en formación.
  3. Recordar a los misioneros españoles que permanecen en la misión en el continente americano y colaborar con ellos a través de la oración de la ayuda económica.
  4. Promover entre los fieles diversos cauces de cooperación para ayudar a las Iglesias más necesidades de América a crecer y madurar en la fe recibida.

 

 

«Fortalezcan sus corazones» (St 5,8)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos.

Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra.

Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres.

Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen "parte" con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos.

Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.

En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia.

La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31).

Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: "Haz nuestro corazón semejante al tuyo" (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

 

FRANCISCUS PP.

MONICIÓN INTRODUCTORIA -------------

 

Jesucristo, la roca de nuestro refugio, el baluarte donde nos ponemos a salvo (cf. Sal 30, 3-4), celebra por deseo del Padre y bajo la dirección del Espíritu Santo su Misterio Pascual: la más grande obra de amor que han conocido y conocerán los siglos.

 

Lo celebra Él porque es suyo, pero nos asocia a todos nosotros, los bautizados, a su celebración y nos manda que lo realicemos, que lo exterioricemos, en conmemoración suya. Lo celebra en este domingo sexto del Tiempo Ordinario, domingo de mediados de febrero, pasados ya los días más duros del invierno, cuando ya se intuye y se presiente por el deseo el rebrote de la nueva primavera. Sea cada celebración eucarística como un rebrote y un incremento calificado de la vida divina en nuestras almas.

 

Al acercarnos a un misterio tan grande y tan santo, seamos conscientes de nuestra pequeñez y pecaminosidad. Por eso, hacemos ahora un sincero y humilde reconocimiento de nuestros pecados, es decir, un acto de la virtud de la penitencia que incluye el deseo de acudir a su tiempo al sacramento de la Penitencia.

 

PETICIÓN -------------

 

En este Año de la Vida Consagrada tenemos muy presentes a todos los consagrados de nuestra diócesis. De forma muy particular en esta semana oramos por las Religiosas Scalabrinianas de Guadalajara, por las Ursulinas de la Unión Romana de Guadalajara y Molina, por los Padres Agustinos de Guadalajara, por los Padres Franciscanos de Guadalajara, por los Padres Josefinos de Azuqueca y Sigüenza, por los Padres Salesianos de Guadalajara y por los Hermanos Maristas de Guadalajara. Por estas comunidades nos pide la diócesis que oremos en esta semana y lo hacemos con gusto. Roguemos al Señor.

 

AVISOS FINALES -----------

 

La semana cristiana que hoy comienza nos trae una fecha destacada, la única que vamos a anticipar en el día de hoy: el miércoles, día 18, es miércoles de de ceniza.

 

Con el miércoles de ceniza comienza la Cuaresma, tiempo que precede y dispone para la celebración de la Pascua. El comienzo de la Cuaresma se caracteriza por el austero símbolo de las cenizas, propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica. El gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios.

 

El espíritu cuaresmal tiene tres expresiones destacadas: la oración, el ayuno y la limosna. El miércoles de ceniza es día de ayuno y abstinencia. “La ley de la abstinencia obliga a todos los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años” (CIC. c. 1252).

 

Entremos todos en este tiempo santo de Cuaresma con sinceros deseos de reforma de vida. Oremos de forma especial por los catecúmenos y por la conversión de los pecadores.

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