1. Introducción

 

Cualquier exorcista nos podría hablar de la eficacia que tienen en el rito del exorcismo las letanías de los santos y las reliquias de los santos. Hace tan sólo una semana pasó por mi casa el exorcista de una diócesis española, hombre bien formado, prudente y ponderado, y me habló de cómo Satanás se revuelve, y no precisamente de alegría, ante la presencia de los santos. Es la eficacia medicinal o sanante de los santos, bien a través de sus letanías o bien a través de sus reliquias.

 

Conozco, además, personas buenas que viven no precisamente en el claustro, sino “en la mitad de las ocasiones” (cf. F 5, 15), que diría Santa Teresa, personas que tienen verdaderos deseos y sólida determinación de ir adelante en la vida espiritual, que todas las mañanas recitan a primera hora las letanías de los santos para recorrer así, bien acompañados, la nueva etapa diaria de su peregrinación cristiana, pues saben que la cercanía de los santos es garantía de acierto y de progreso espiritual. Es la eficacia elevante de los santos, bien, como en la situación anterior, a través de sus letanías o bien a través de sus reliquias,.

 

Se comprueba así la rica eficacia de los santos, la eficacia completa de su compañía, tanto la eficacia sanante como la eficacia elevante. Al fin toda gracia tiene esa doble propiedad benéfica, la eficacia medicinal y la eficacia santificadora.

 

La presentación del calendario propio actualizado de los santos de nuestra diócesis nos sirve para actualizar también la consoladora verdad de la cercanía, el ejemplo y la intercesión de los santos y muy particularmente de “nuestros” santos. Nos dice el Catecismo: “Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria e los mártires y los demás santos “proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con Él; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos” (SC 104; cf. SC 108 y 111) (CCE1173).

 

  1. Ocasión para integrar el culto a los santos

 

La actualización de nuestro calendario propio diocesano nos ofrece la ocasión estimulante para integrar el culto a los santos, especialmente a “nuestros” santos en nuestra vida cristiana ordinaria, corriente y común. Hemos de vivir el culto a nuestros santos y la relación con ellos como una “instancia interna” de nuestra vida cristiana y no sólo como un apéndice ocasional, externo y rutinario.

 

La integración del culto a los santos en nuestra vida ordinaria común es un acto de sabiduría, un acto de sintonía con los modos divinos de obrar, un acto de eficacia santificadora y un acto de veracidad.

 

Es un acto de sabiduría. La elección de los amigos es un tema de capital importancia, ya que su influjo es más que notable, para bien o para mal. “Si pudiéramos cuantificar las principales causas influyentes en los extravíos morales de los jóvenes, señalaríamos que en el noventa por ciento de los casos son las malas compañías” (A. Navarro, Conferencia en Pastrana a mitad del año teresiano). Recordemos, ya que estamos en el año teresiano, el ejemplo de Santa Teresa y cómo el primero de sus tres retrocesos se debió, precisamente, a las malas compañías; por eso dejó escrito en el libro de su Vida: “Espántame algunas veces el daño que  hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por ello, no lo pudiera creer” (Vida 5). Por el contrario, muchos han dado pasos decisivos hacia la santidad por encontrar al amigo justo, en el momento justo y con la propuesta justa. Escribe la misma Santa Teresa en el último capítulo de las séptimas moradas: “Si acá dice David que con los santos seremos santos (Sal 17, 26), no hay que dudar sino que estando hecha una cosa con el fuerte por la unión tan soberana de espíritu con espíritu, se le ha de pegar fortaleza” (7M 4, 10). Otro gran santo español del siglo de oro, San Ignacio de Loyola, da fe del acierto que supone tomar a los santos como referencia y compañía. En la provechosa segunda lectura que leemos en el Oficio de su fiesta, San Ignacio, que se hizo amigo de San Francisco y de Santo Domingo durante la convalecencia de las heridas recibidas en la ciudadela de Pamplona, nos da un buen criterio para valorar las compañías y, por tanto, para estimar o desestimar dichas compañías. Le contaba al propio San Ignacio a Luis Consalves de Cámara que “cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría” (Hechos de San Ignacio 1, 5-9). Las buenas compañías, como es el caso de los santos, nos dejan siempre con deseos de ser mejores. Hacerse amigo de los santos es un acto de gran sabiduría.

 

Es, además, un acto de sintonía con los modos divinos. Dios ha querido salvar a la Humanidad por la Humanidad. Dios ha salvado y salva “per viam Incarnationis”, por la vinculación de las criaturas a su obra de salvación. Las criaturas, de esta forma, no sólo son salvadas sino que se convierten en “salvadoras-con-el-Salvador”. Cuando decimos, por ejemplo, que “el mundo se salvará por María”, no estamos pensando en alternativas a la salvación de Cristo o insuficiencias de la salvación de Cristo o de usurpación de funciones propias de Cristo, sino de una vinculación de la santísima Virgen a la obra de la salvación de Cristo, vinculación querida, dispuesta y ordenada por Dios mismo. “Así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la misma fuente. La Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fieles” (LG 62). En similar sentido, salvadas las lógicas distancias, hay que hablar de los santos y su vinculación a la obra de nuestra santificación: hay una vinculación, un compromiso y una misión santificadora por su especial unión con Cristo, el Redentor del hombre.

 

Es, además, un acto de eficacia santificadora. El culto a los santo es culto eficaz. Nos dice el Catecismo en uno de sus números: “Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores (cf. LG 40; 48-51). “Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia” (CL 16, 3). En efecto, “la santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero” (CL 17, 3) (CCE 828).

 

Es, además, un acto de veracidad. El culto a los santos, aprobado y regulado por la Iglesia, nos hace “andar en verdad” (cf. 6M 10, 7) y, por tanto, nos hace humildes. La veracidad que lleva consigo el culto a los santos tiene tres notas: veracidad espiritual, veracidad histórica y veracidad jurídica. Precisamente estas tres notas son las que han servido para articular las tres intervenciones en esta jornada de Formación: la veracidad espiritual, que está desarrollando un servidor, la veracidad histórica, que desarrollará Don Julián García y la veracidad jurídica que desarrollará Don José Luis Perucha.

 

  1. La triple veracidad

 

Primero, veracidad espiritual. Andar en verdad espiritual significa reconocer que las realidades sobrenaturales o espirituales no son enunciados abstractos sino personas vivas e influyentes. Los ángeles y los santos son personas vivas, ejemplares e influyentes. Hay que pasar de lo pintado a lo vivo. Los santos no son sólo conceptos elevados o principios básicos o valores apreciados o cuadros bien pintados o estatuas bien esculpidas sino personas vivas. Se ha de pasar “de lo pintado a lo vivo”, por emplear una de las expresiones más queridas por Santa Teresa. Podríamos añadir como complemento que también hay influjo negativo de otras personas angélicas. Hay determinados signos en algunos modos de pensar y de actuar que son indicadores de una clara influencia diabólica. “La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama “homicida desde el principio” (Jn 8, 44) (CCE 394).  En tal caso lo que hay que hacer es salir de esos ambientes. “Salid de ella, pueblo mío, no sea que os hagáis cómplices de sus pecados” (Ap 18, 4), dice una voz desde el cielo más alto del Apocalipsis. “Sal de ella, hijo mío, sal de ese modo de pensar y de obrar”, nos dice muchas veces una voz amante y paternal desde el centro más profundo del cielo de nuestra alma, es la voz de Dios nuestro Padre, voz que hacen suya sus ángeles y sus santos.

 

Segundo, veracidad histórica. Andar en verdad histórica es reconocer que la presencia y la acción de Dios Uno y Trino y de sus santos acontece en el realismo histórico, común, ordinario y cotidiano del “aquí” y el “ahora” de nuestro ser y de nuestro existir. Con la Encarnación, Dios ha entrado en la historia y se ha quedado en ella, de tal manera que los santos vienen a ser la confirmación de la presencia y de la acción de Dios en la historia. Este realismo histórico, concreto y veraz, hace que la Iglesia esté empeñada en la verdad objetiva de las vidas de los santos. Advertía el último Concilio: “Devuélvase su verdad histórica a las pasiones o vidas de los santos” (SC 92c). De este trabajo de la veracidad histórica en nuestro calendario propio se ha ocupado Don Julián García, en un trabajo paciente y minucioso, lleno de amor a la vez a nuestra tierra y a la verdad.

 

Tercero, veracidad eclesial. Andar en verdad eclesial significa reconocer que todo ha de pasar por el organismo romano pertinente para que así la vida en nuestra Iglesia particular vaya sobre seguro. También aquí debemos aplicar la regla decimotercera que da San Ignacio en los Ejercicios para sentir con la Iglesia: “Debemos siempre tener para en todo acercar que lo blanco que yo veo creer que es negro si la Iglesia jerárquica así lo determina” (EE 365). Lo espiritual y lo jurídico han de andar a la par. Recordemos, por ejemplo, que en Plan de Estudios Eclesiásticos están en la misma área (la cuarta) y en la misma sección (la segunda) tanto la asignatura de Derecho Canónico como de Teología Espiritual. Lo espiritual y lo jurídico se benefician mutuamente. Ninguno de los dos niveles se basta por sí mismo. Lo espiritual encuentra en lo jurídico solidez y seguridad; lo jurídico encuentra en lo espiritual vitalidad y atracción. Del nivel jurídico de nuestro calendario propio se ha ocupado Don José Luis Perucha; él ha tramitado todo el proceso de reconocimiento y ajuste de nuestro santoral a los dictámenes que nos llegaban de Roma, en un trabajo igualmente paciente y detallado, lleno asimismo de amor a nuestra tierra y a la verdad del ordenamiento jurídico eclesial.

 

  1. El calendario propio, obra sinfónica

 

El resultado final del trabajo que nos llegará no tardando en forma de cuaderno o pequeño libro impreso, viene a ser como una obra sinfónica. Son varios los que han intervenido, a algunos de los cuales escucharemos en esta misma jornada de formación. Mis palabras, por tanto, tienen sólo la función de las oberturas en las grandes obras musicales. Saben que la obertura es una introducción instrumental en la que se anticipan brevemente los temas o pasajes esenciales que irán apareciendo después, ya desarrollados con más amplitud, en los distintos movimientos o actos de la obra. A medida que se desarrolla la obra, se va olvidando la obertura; así deseo que ocurra con mis palabras: a medida que vayamos escuchando las próximas intervenciones en la jornada de hoy y, sobre todo, a medida que vayamos celebrando a nuestros santos en las jornadas de nuestro calendario cristiano, vayan quedando en el olvido estas palabras introductorias.

 

Intervendrá, como en un primer movimiento de la sinfonía, Don Julián García con el relato breve y veraz de los distintos santos de nuestro calendario. Justo es reconocer su trabajo y el del resto de colaboradores, que ha sido mayor que el de un servidor. Es preciso que ellos crezcan y yo mengüe (cf. Jn 3, 30).

 

Intervendrá, como en un segundo movimiento de la sinfonía, Don José Luis Perucha con la narración de los pasos dados hasta la aprobación del propio por parte de la Congregación Romana para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Justo es reconocer su trabajo, un trabajo de alta precisión, como el del resto de colaboradores, que ha sido ciertamente un trabajo mayor que el que un servidor haya podido realizar. Es preciso que ellos crezcan y yo mengüe (cf. Jn 3, 30).

 

El tercer movimiento de esta obra sinfónica que es el propio de la diócesis le corresponde al grupo de sacerdotes y también a algunas comunidades religiosas que redactaron hace ya bastantes años las introducciones a cada uno de los santos. De varios de ellos recuerdo los nombres, pero de otros no podría hacerlo y habrían de quedar forzosamente omitidos; por tanto, los dejamos a todos en el anonimato ante los hombres y en el recuerdo ante Dios. Les podemos aplicar a ellos los versos del poeta Manuel Machado, el hermano de Antonio, menos conocido que su hermano pero igualmente gran poeta: “Procura tú que tus cantos/ vayan al pueblo a para/ aunque dejen de ser tuyos/ para ser de los demás./ Tal es la gloria, Guillén,/ de los que escriben cantares:/ oir decir a la gente/ que no los escribe nadie./ Que al fundir el corazón/ en el alma popular/ lo que se pierde de nombre/ se gana de eternidad”. Aunque hayamos perdido sus nombres, ellos han hecho posible que nuestro libro cuente con unas magníficas introducciones; su trabajo ha sido más importante que el mío y, por tanto, es preciso que ellos crezcan y yo mengüe (cf. Jn 3, 30).

 

Toda sinfonía tiene cuatro movimientos y el cuarto, por simpatía, se lo asignamos al grupo de seis sacerdotes que forman parte de la Delegación de Liturgia para todo lo que haga falta. Son ellos los que están sacando adelante en estos últimos años las principales celebraciones diocesanas: José Luis, Alfonso, Julio, Sergio, Ángel y Raúl. Siempre a punto, siempre dispuestos, siempre sonando bien. El guitarrista Narciso Yepes introdujo en los conciertos la guitarra de diez cuerdas y cuando le preguntaban que por qué había añadido esas cuatro cuerdas a las seis habituales si apenas las podía pulsar, respondía que aunque no las pulsase sonaban por simpatía. Así ocurre con este grupo de buenos colaboradores: siempre disponibles y colaborando para lo que haga falta, para trabajos previos a la celebración, para trabajos posteriores a la celebración, para quehaceres litúrgicos visibles y para otros quehaceres litúrgicos ignorados. Ahora que ya no está lejano el día en que, como le dice San Pablo a Timoteo, yo vaya a ser derramado en libación (cf. 2Tm 4, 6), es un gozo grande para mí el ver la entrega de estos seis sacerdotes y su buen espíritu al servicio del culto divino. Puesto que son ellos los que últimamente están llevando el peso de las celebraciones y otros trabajos de la Delegación, es preciso que ellos crezcan y que yo mengüe (cf. Jn 3, 30).

 

  1. Es preciso que él crezca

 

En el esquema sinfónico que hemos elegido para ilustrar los trabajos y la presentación del calendario, venimos acabando el párrafo de cada uno de los cuatro movimientos con la evocación de la frase joánica de que es preciso que ellos crezcan y que yo mengüe. En realidad, mejor que decir que ellos crezcan, hemos de decir que Él crezca.

 

Todo el sentido de nuestros trabajos está en que Él, Jesucristo, crezca. Este es el sentido de la celebración de los propios de la diócesis y de los trabajos que van a hacer posible una celebración de calidad. El objetivo es que Él crezca.

 

El objetivo último y sentido final de todos nuestros trabajos sacerdotales es que Él, Jesucristo, crezca. El término de todo es nuestra transformación en Cristo. Y nuestro único deseo es poder decir con verdad lo que con verdad decía el apóstol San Pablo: “Vivo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

 

Ese es el sentido de todo, Jesucristo, nuestra transformación en Cristo, el seguimiento de Cristo, la imitación de Cristo, “pues esta vida, si no es para imitarle, no es buena” (San Juan de la Cruz, Carta 25).

 

Comenzábamos esta breve intervención con el saludo litúrgico recordando a los santos. Justo es que la finalicemos con algunos de los elementos de la bendición solemne de la solemnidad de Todos los santos:

 

V/ El Dios, gloria y felicidad de los santos, que nos concede celebrar en la tierra sus fiestas, os otorgue sus bendiciones eternas. R/ Amén.

 

V/ Que por intercesión de los santos os veáis libres de todo mal, y, alentados por el ejemplo de su vida, perseveréis constantes en el servicio de Dios y de los hermanos. R/ Amén.

 

V/ Y que Dios os conceda reuniros con los santos en la felicidad del reino, donde la Iglesia contempla con gozo a sus hijos entre los moradores de la Jerusalén celeste. R/ Amén.

 

El Señor nos bendiga y nos guarde, nos muestre su rostro y nos conceda la paz. Amén.

Tu mutaberis in me

 

Esta frase que significa “tu te transfomarás en Mi” la escribió Hugo de San Victor en el año 1134 en su obra De Sacramentis Christianæ Fidei y la pone en labios de Jesús como dirigida, por una parte, al pan y al vino en la celebración de la Eucaristía y, por otra, al cristiano que come y bebe el Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

En el siglo XII, cuando muchos cristianos empezaron a considerar poco importante la Eucaristía porque no creían en la presencia real de Cristo en ella se instituyó la fiesta que hoy celebramos. Se decidió sacar la Eucaristía a la calle ya que la gente no iba a la Iglesia a participar en ella… la situación no era muy distinta a la de este comienzo del siglo XXI.

 

A la vez que se instituyó esta fiesta, los mejores pensadores de la Iglesia prepararon himnos y textos para explicar con palabras sencillas por qué es importante este trozo de pan que paseamos por la calle en procesión. ¿Qué le hace tan importante como para mandar construir las magnificas y valiosísimas custodias y movilizar a tanta gente?

 

El pan que hoy adoramos de forma especial, es el que cada día repartimos en la misa y comemos con devoción. Pero ¿por qué es tan importante este pan? Porque sobre él, con el poder recibido por el mismo Cristo, el sacerdote -al igual que lo hizo Jesús en la última cena - ha pronunciado las palabras: “esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”.

 

En estas palabras se oculta la intención de Cristo: su palabra  que es poderosa -que hace lo que dice, como cuando manda resucitar a un muerto- está ordenando al pan que se convierta en Él. Como cuando al mar le dijo que se calmase, y se calmó.


Al pan le está diciendo: tú te transformarás en Mi. Y el pan se convirtió en su cuerpo y el vino en su sangre. El pan se convirtió en aquel cuerpo flagelado, torturado, crucificado por amor a los hombres que después resucitó. De tal modo que cuando el sacerdote repite las palabras de Jesús: esto es mi cuerpo, esta es mi sangre; Cristo está realmente presente entre nosotros, porque el pan se ha convertido en su cuerpo, el vino en sus sangre. Y donde está el cuerpo está Él. Del mismo modo que donde está nuestro cuerpo estamos nosotros.

 

Ahora bien, el cuerpo de Cristo resucitado, como sabemos por los relatos de los evangelios, conserva las heridas de la pasión y el agujero de los clavos donde Tomás metió el dedo para poder creer. Heridas que nos hablan de su sacrificio en la cruz por nosotros, de su entrega por amor, de los golpes, latigazos insultos, del sufrimiento de Dios. Del abajamiento de un Dios que se hace hombre para que los hombres alcancemos el perdón de los pecados y lleguemos a Él.

 

Se trata de un sacrificio que no ha terminado ni en su dimensión celeste, donde no existe el tiempo y todo es un eterno presente; ni los miembros de la Iglesia que sufren, a los que también llamamos el Cuerpo de Cristo.

 

Pero esto no es todo. Sólo por esto no se justificaría la celebración de la Eucaristía y esta fiesta. Tampoco la celebración de la Eucaristía termina en lo que llamamos consagración. Ese pan debe ser comido por los cristianos. En este gesto se oculta la misma intención de Cristo que cuando se repiten las palabras de la última cena sobre el pan. Cristo dice al que le come: tú te transformarás en Mi.

 

De tal modo que cuando comulgamos se produce una doble transformación. Por una parte, los que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo nos transformamos en otros cristos, plenamente cristianos. Esto nos nos lleva a actuar como él: ofrecer nuestro cuerpo –nuestra vida – en el sacrificio diario del amor a los hermanos, en la cruz nuestra de cada día. Por otra parte, esa presencia real de Cristo en el pan se transforma en presencia espiritual en nuestro espíritu: Él se queda en nosotros y nosotros nos transformamos en Él y sólo perdemos la nueva forma por el pecado.

 

Sacar el Cuerpo de Cristo a la calle en procesión, oculta de nuevo la misma intención que venimos comentando. Ahora Cristo dice a nuestro mundo, a nuestra sociedad: tu te transformarás en Mi. Cristo tiene poder también para instaurar y llevar a plenitud el Reino de Dios. Los valores de este mundo son transformados por los valores del Reino: el amor, la justicia, la paz y la libertad. Él puede arrancar de este mundo el mal y transfórmalo en el Reino de Dios.

 

Este alimento del pan de la Eucaristía oculta la fuerza poderosa de Cristo, la fuerza que todo lo transforma y lo lleva a Dios.

 

Por Rafael Amo Usanos

La dignidad de las personas y sus derechos, el trabajo por la justicia y el papel fundamental y trascendente de la comunidad cristiana en la transformación real de nuestra sociedad, tanto en su dimensión nacional como internacional, son los ejes principales de esta campaña que desde el anuncio de la Esperanza también quiere denunciar todas las situaciones de injusticia que viven la personas más vulnerables de nuestro entorno.

  

¿QUÉ HAS HECHO CON TU HERMANO?

 

“Él nos amó primero”. Como dice el Papa Francisco en su exhortación Evangelii Gaudium, la aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que El mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: “desear, buscar y cuidar el bien de los demás”.

 

Esta experiencia es la que nos posibilita y habilita para amar, para salir de nosotros y abrir los ojos y el corazón al encuentro de todo lo creado, en especial, del ser humano. Es el motor que nos impulsa a fijarnos en lo que pasa en nuestro entorno y en lo que pasan muchos de los que están en

nuestro entorno. Como expresa V. Altaba, es la llamada a observar bien, a estar atentos, a mirar conscientemente, a darnos cuenta de la realidad social, económica y política que nos envuelve, porque en ella podemos escuchar el susurro de Dios que se nos manifiesta y habla en sus criaturas y en lo que el Concilio Vaticano II llamó los signos de los tiempos.

 

Hoy, estos signos, claman al cielo, como la sangre derramada por Caín, y nos interpelan: ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué has hecho?

“Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí” (Mt 25,40). Lo que hagamos a los demás tiene una dimensión trascendente: “Con la medida con que midáis, se os medirá” (Mt 7,2).

 

Tenemos la libertad de elegir. Responder a nuestra vocación de fraternidad, manteniendo así el vínculo de reciprocidad y de comunión, o traicionarla, dejando paso al egoísmo y a la indiferencia en nuestra vida.

 

Pero resulta difícil mirar hacia otro lado. No podemos vivir ajenos al drama de los cerca de 6 millones de personas que no tienen trabajo, a lo eres o a los cierres de cientos de empresas, a los jóvenes excluidos del mercado de trabajo y con horizonte incierto, al 1.770.000 familias con todos sus miembros en paro y que no llegan a fin de mes con escasas posibilidades de procurar alimento y bienestar básico a sus hijos.

 

Es imposible no sentir, no escuchar, no querer ver. La respuesta de Caín, “¿soy acaso guardián de mi hermano?”(Gen 4,), se convierte hoy en una pregunta homicida que tiene que interpelarnos porque nos hace cómplices. Nuestra dignidad humana no nos permite ocuparnos sólo de lo nuestro, ni dejarnos indiferentes ante el derroche de los poderosos y el hambre de los pobres. Hoy también, miles de años después, el dolor del pueblo de Dios, el dolor de la gran familia humana llega a nosotros como a Moisés: “Ve, pues yo te envío al Faraón para que saques a mi pueblo de Egipto”.

 

Ha llegado el momento de conmovernos y movernos, de salir de nuestra tierra, nuestra casa, a otra tierra de paz y prosperidad, y a otra casa que sea hogar de comunión, pero para llegar allí antes deberemos cargar los unos con los otros, acompañarnos y acogernos, y estar dispuestos a transitar caminos y lenguajes nuevos de justicia, austeridad, de trabajo y bienestar para todos, más allá de nuestro intereses personales e individuales.

 

Soy guardián de mi hermano, soy guardián de sus derechos, de los nuestros, de los que nos hacen persona. Sin los derechos humanos no podemos abrir la puerta de un orden civil acorde a la dignidad humana. Todos, somos guardianes de la verdad, de la libertad, de la justicia, del amor.

 

Todos somos convocados por Dios a vivir la fraternidad, la mesa compartida, construyendo y rehabilitando la vida desde una nueva forma de relación con el otro.

 

Porque el ejercicio universal de la dignidad humana es posible (V.Renes), estamos llamados a vivir con una mirada alternativa, creadora, que es capaz de hacer posible lo imposible.

 

 

MENSAJE DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL SOCIAL CON MOTIVO DEL DÍA DE LA CARIDAD

 

«La Eucaristía, antídoto frente a la indiferencia»

 

El papa Francisco ha denunciado con frecuencia la indiferencia como uno de los grandes males de nuestro tiempo. El olvido de Dios y de los hermanos está alcanzando dimensiones tan hondas en la convivencia social que podemos hablar de una “globalización de la indiferencia”.

Ante esta dolorosa realidad, los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social os invitamos a contemplar, celebrar y adorar a Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía como el medio más eficaz para vencer y superar la indiferencia. La Eucaristía tiene el poder de trasformar el corazón de los creyentes, haciendo así posible el paso de la “globalización de la indiferencia” a la “globalización de la caridad”, impulsándonos a la vivencia de la comunión fraterna y del servicio a nuestros semejantes.        

 

  1. La Eucaristía, sacramento de comunión con Dios y los hermanos: «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1Cor 12,26)

El apóstol Pablo les decía a los cristianos de Corinto que la recepción del Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene el poder de establecer una comunión tan fuerte entre quienes creen en Él que aleja del corazón humano la indiferencia y la división: «El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1Cor 10,16-17).

Esta comunión eucarística, que nos transforma en Cristo y nos permite crecer como miembros de su cuerpo, nos libera también de nuestros egoísmos y de la búsqueda de los propios intereses. Al entrar en comunión con los sentimientos de Cristo, muerto y resucitado por nuestra salvación, se nos abre la mente y se ensancha el corazón para que quepan en él todos los hermanos, especialmente los necesitados y marginados. «Quien reconoce a Jesús en la Hostia santa, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es extranjero, que está desnudo, enfermo o en la cárcel; y está atento a cada persona, se compromete, de forma concreta, en favor de todos aquellos que padecen necesidad».     

"Nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo sólo tiende a convertirnos en aquello que recibimos" (San León Magno): cuerpo de Cristo entregado y sangre derramada para la vida del mundo. Desde la comunión con Cristo llegamos a ser siervos de Dios y de los hombres. De este modo, la Eucaristía constituye, en palabras de Benedicto XVI, «una especie de antídoto» frente al individualismo y la indiferencia, y nos impulsa a lavar los pies a los hermanos.

 

  1. La Eucaristía, sacramento que nos compromete con los hermanos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9).

De la Eucaristía derivan el sentido profundo de nuestro servicio y la responsabilidad  en la construcción de una Iglesia fraterna y esperanzada, así como de una sociedad solidaria y justa. Esta sociedad  no se construye ni se impone desde fuera, sino a partir del sentido de responsabilidad de los unos hacia los otros. Como miembros del Cuerpo de Cristo descubrimos que el gesto de compartir y la vivencia del amor es el camino más adecuado para superar la indiferencia y globalizar la solidaridad.         

En este mismo sentido,  la campaña de Cáritas nos plantea este año una pregunta muy directa y concreta: «¿Qué haces con tu hermano?». A esta pregunta, no podemos responder como Caín: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9).  Hoy y siempre estamos llamados a preguntarnos dónde está el hermano que sufre y necesita nuestra presencia cercana y nuestra ayuda solidaria. 

La solidaridad, como nos recuerda el papa Francisco,  es «más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de  comunidad (…), es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra, la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales».

Ante esa multitud de hermanos que sufren, debemos mostrar nuestra especial cercanía y afecto hacia quienes claman y esperan de nosotros una mayor solidaridad. No podemos ser indiferentes:

Ante la muerte violenta de miles de cristianos, en distintos países de la tierra, por el simple hecho de mostrar el amor de Dios a sus hermanos y por confesar a Jesucristo como único salvador de los hombres. 

Ante la situación de tantos cristianos y no cristianos que, a pesar de la corrupción y de las dificultades de la vida diaria, actúan con honestidad, trabajan por la justicia y se esfuerzan por atender a las necesidades más inmediatas de los empobrecidos. Hemos de colaborar en la promoción de su desarrollo integral y en la transformación de las estructuras sociales injustas.

No podemos ser indiferentes ante los millones de hermanos nuestros que siguen sin acceso al trabajo, tienen puestos de trabajo que no les permiten vivir con dignidad y se ven abocados a la emigración. Pensamos de manera especial en los jóvenes, en los parados de larga duración, en los mayores de 50 años a los que se les cierra el  acceso a un puesto de trabajo y en las mujeres víctimas de discriminación laboral y salarial.

Tampoco podemos pasar por alto a los que no tienen vivienda o se ven privados de ella por los desahucios. Ésta es otra de las muchas heridas sociales que acentúa la precariedad y la desesperación de miles de personas y familias.

Nos duele y nos debe seguir doliendo la pobreza y el hambre en el mundo, sobre todo cuando la humanidad dispone de los medios y recursos necesarios para acabar con ella, como nos recuerda Cáritas Internationalis en la campaña “Una sola familia. Alimentos para todos”.

No queremos acostumbrarnos a las historias de sufrimiento y de muerte que se repiten en nuestras fronteras. A las de los miles de hombres y mujeres que huyen de las guerras, del hambre y la pobreza y no ven respetados sus derechos ni encuentran en el camino políticas migratorias que respeten su dignidad y su legítima búsqueda de mejores condiciones de vida.

Particular preocupación deben suscitar entre nosotros los miles de personas que en nuestra propia tierra son objeto de trata, así como las que se ven abocadas a situaciones de prostitución, en su mayoría mujeres, y que constituyen la nueva esclavitud del s. XXI.

 

  1. Transformados en Cristo, globalicemos la misericordia

Ante los planteamientos culturales y sociales del momento presente, que generan tanta marginación y sufrimiento, estamos llamados a dejarnos afectar por la realidad y por la situación social que sufren nuestros hermanos más débiles y necesitados. Es urgente romper el círculo que nos aísla llevándonos a un individualismo que hace difícil el desarrollo del amor y la misericordia en nuestro corazón. Como nos recuerda Jesucristo, la salvación y la realización personal y comunitaria pasan por el riesgo de la entrega: «El que quiera ganar su vida la perderá y el que esté dispuesto a perderla la ganará» (Mc 8,35).    

La clave para salir de la indiferencia está en entregarse a los demás como lo hace Jesús. Él sigue partiendo su Cuerpo y derramando su Sangre en la Eucaristía para que nadie pase hambre ni tenga sed. Por eso, mientras veneramos y adoramos solemnemente en nuestros templos, plazas y calles a Jesús Eucaristía en la fiesta del Corpus Christi, le decimos:

 

Gracias, Señor, por este don admirable,

sacramento de tu presencia viva entre nosotros

y de comunión con Dios y los hermanos.

No permitas que nos dejemos vencer por la indiferencia.

Que nadie tenga la tentación de estar contigo,

de amarte y de servirte,

sin estar con los pobres,

amar a los que sufren

y servir a los necesitados.

Que nuestra contemplación, adoración 

y participación en el misterio de la Eucaristía

nos identifique contigo,

nos ayude a superar la indiferencia

y a globalizar tu amor y tu misericordia.

 

 Comisión Episcopal de Pastoral Social

 

OBJETIVOS DE LA JORNADA PRO ORANTIBUS

1. Orar a favor de los consagrados y consagradas en la vida contemplativa, como expresión de reconocimiento, estima y gratitud por lo que representan, y por el rico patrimonio espiritual de sus Institutos en la Iglesia.

2. Dar a conocer la vocación específicamente contemplativa, tan actual y tan necesaria en la Iglesia y para el mundo.

3. Promover iniciativas pastorales dirigidas a incentivar la vida de oración y la dimensión contemplativa en las Iglesias particulares, dando ocasión a los fieles, donde sea posible, para que participen en las celebraciones litúrgicas de algún monasterio, salvaguardando, en todo caso, las debidas exigencias y las leyes de la clausura.

 

NUESTRA DIÓCESIS

La diócesis de Sigüenza-Guadalajara cuenta con 12 monasterios de monjas contemplativas: Benedictinas en Valfermoso de las Monjas; Carmelitas Descalzas en Guadalajara e Iriépal; Cistercienses en Brihuega y Buenafuente del Sistal; Clarisas Capuchinas en Cifuentes; Clarisas Franciscanas Molina de Aragón y Sigüenza; Concepcionistas Franciscanas en Guadalajara y Pastrana, Jerónimas en Yunquera de Henares y Ursulinas de la orden de San Agustín en Sigüenza. En estos monasterios habitan cerca de un centenar de monjas profesas, siendo una docena de ellas de diversas nacionalidades, habiendo también un grupo de novicias, junioras y postulantes preparándose para la profesión solemne. Los monasterios con mayor número de monjas actualmemente son el de Clarsas de Sigüenza, el de las Carmelitas de Guadalajara y el de las Benedictinas de Valfermoso de las Monjas.

El día 30 de mayo, coincidiendo con la celebración del 400 aniversario de la fundación del Carmelo Descalzo de la capital provincial, se celebrará una eucaristía de acción de gracias en la iglesia del mismo, presidida por el vicario episcopal para la vida consagrada de la diócesis, Ángel Moreno, que servirá además, para agradecer la vida entregada de las monjas contemplativas de la diócesis, coincidiendo con la Jornada Pro Orantibus.

 

PRESENTACIÓN DE LA JORNADA

COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA VIDA CONSAGRADA

 

Solo Dios basta

El domingo 31 de mayo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad y la Jornada Pro Orantibus. La Jornada de este año acontece en el marco del Año de la Vida Consagrada proclamado por el papa Francisco para toda la Iglesia y dentro del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. Es una celebración gozosa para dar gracias a Dios por el don de la vida de los monjes y monjas, que se consagran enteramente a Dios y al servicio de la sociedad en los monasterios y claustros. Es un día también para que todo el Pueblo de Dios ore al Señor por esta vocación tan especial y necesaria, despertando el interés por las vocaciones a la vida consagrada contemplativa. La exhortación apostólica de san Juan Pablo II Vita consecrata, citando al Decreto Perfectae caritatis, n. 7, del Concilio Vaticano II, describe así la naturaleza y finalidad de la vida consagrada contemplativa: «Los Institutos orientados completamente a la contemplación, formados por mujeres o por hombres, son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el seño-río de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura. En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios»(VC, n. 8). El lema de este año es: «Solo Dios basta». Este verso del conocido poema teresiano es como una composición sapiencial, al estilo de los salmos. Es el resumen esencial de las personas contemplativas. Mientras peregrinamos por este mundo entre luces y sombras, las personas contemplativas nos recuerdan que también hoy Dios es lo único necesario, que hay que buscar primero el Reino de Dios, que la vida nueva en el Espíritu preanuncia la consumación de los bienes invisibles y futuros. En este Año Jubilar Teresiano la santa doctora mística nos exhorta a comprender: «el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad (…), que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). En esta presentación transcribo un pasaje de la carta del papa Fran-cisco al Sr. obispo de Ávila, con motivo del Año Jubilar Teresiano (15.X.2014), que se refiere al camino de la oración. «Cuando los tiempos son recios, son necesarios amigos fuertes de Dios para sostener a los ojos (Vida 15, 5). Rezar no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se trata al Señor, amigo verdadero y compañero fiel de viaje, con quien todo se puede sufrir, pues siempre ayuda, da esfuerzo y nunca falta (Vida 22, 6). Para orar no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho (Moradas IV, 1, 7), en volver los ojos para mirar a quien no deja de mirarnos amorosamente y sufrirnos pacientemente (cf. Camino, 26, 3-4). Por muchos caminos puede Dios conducir las almas hacia sí, pero la oración es el camino seguro (Vida 21, 5). Dejarla es perderse (cf. Vida, 19, 6). Estos consejos de la santa son de perenne actualidad. ¡Vayan adelante, pues, por el camino de la oración, con de-terminación, sin detenerse, hasta el fin! Esto vale singularmente para todos los miembros de la vida consagrada. En una cultura de lo provisorio, vivan la fidelidad del para siempre, siempre, siempre (Vida 1, 5); en un mundo sin esperanza, muestren la fecundidad de un corazón enamorado (Poesía 5); y en una sociedad con tantos ídolos, sean testigos de que solo Dios basta (Poesía 9)».

Vivamos con alegría en este año de gracia la Jornada Pro Orantibus y demos gracias a Dios por el don de la vida consagrada contemplativa, que tanto embellece el Rostro de Cristo, que resplandece en su Iglesia.

 

 Vicente Jiménez

Arzobispo de Zaragoza y Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

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