Introducción 

Queridos hermanos y hermanas:

El papa Francisco, con motivo de la celebración de la 101 Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, del año 2015, ha dirigido a toda la Iglesia un mensaje estimulante, luminoso y profético. Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones, siguiendo el surco abierto por el santo padre, queremos, por nuestra parte, invitaros a acoger su palabra, a releerla desde nuestras realidades concretas y a llevarla a la práctica.

Nos invita el santo padre, en primer lugar, a contemplar a Jesús, «el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona»[1], a dejarnos sorprender por su solicitud en favor de los más vulnerables y excluidos, a reconocer su rostro sufriente en las victimas de la nuevas formas de pobreza y esclavitud, a acoger su palabra, tan clara, tan contundente: «Fui forastero y me hospedasteis» (Mt 25, 35-36).

  1. - Iglesia sin fronteras, Madre de todos

La Iglesia, heredera de la misión de Jesús, a la vez que anuncia a los hombres que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16) abre sus brazos para acoger a todos, sin discriminaciones. Ya en Pentecostés, los discípulos, empujados por el Espíritu, vencen miedos, superan dudas, se arriesgan al encuentro con quienes los judíos conocían como nacionalidades diversas, y, a pesar de las diferencias de lenguas, se entendían. Los hombres podemos entendernos cuando hablamos el lenguaje de Dios, que es el amor. Y cuando nos encerramos en nuestra torre, para evitar al que consideramos extranjero, pretendiendo preservar así nuestras seguridades, no hay entendimiento, sino división, violencia y marginación.

Hoy, como ayer, hemos de salir al encuentro de los hermanos emigrantes, haciendo visible la maternidad de la Iglesia, que, superando razas y fronteras, a todos acoge y «abraza con amor y solicitud como suyos»[2]. Es lo que resume admirablemente el lema elegido para esta Jornada del Emigrante y del Refugiado: «Iglesia sin fronteras, Madre de todos». La Iglesia en su conjunto y cada cristiano en particular hemos de practicar y difundir la cultura del encuentro, de la acogida, de la reconciliación, de la solidaridad.

Para una madre ningún hijo es inútil, ni está fuera de lugar, ni es descartable. Las madres, cuando se trata de los hijos, no saben de fronteras, como no lo sabía Jesús, al que vemos pasar al otro lado del lago, país extranjero, adentrarse en territorio sirio-fenicio, atravesar el país de los samaritanos, comer con publicanos y pecadores. No son las fronteras lo que le detiene, sino, más bien, los reencuentros, donde las diferencias son asumidas y transformadas en una acogida enriquecedora recíproca. Admira la fe de la sirio-fenicia (Mt 15, 21-28), hace que la samaritana se encuentre consigo misma y se convierta en evangelizadora para sus convecinos (Jn 4, 1-26). Al hilo de sus reencuentros Cristo reacciona, y a veces se irrita por el uso duro e ideologizado de las diferencias (Mc 1, 40-45; Mt 15, 1-20, Mt 9, 9-13).

  1. - Por un mundo nuevo, superando desconfianzas y rechazos

Las migraciones son un signo de nuestro tiempo, que está cambiando la faz de los pueblos. En España había a principios de 2014 cinco millones de personas extranjeras empadronadas. Entre ellas, son numerosas las que emprenden viajes muy arriesgados con la esperanza de encontrar un futuro mejor para ellos y sus familias. También ha vuelto a repuntar el número de españoles que emigran, para quienes las Misiones Católicas en Europa son una gran referencia.

«No es extraño, sin embargo —advierte el santo padre— que estos movimientos migratorios susciten desconfianza y rechazo, también en las comunidades eclesiales, antes incluso de conocer las circunstancias de persecución o de miseria de las personas afectadas. Esos recelos y prejuicios se oponen al mandamiento bíblico de acoger con respeto y solidaridad al extranjero necesitado»[3].

Hay que ponerse dentro de la piel del otro para entender qué esperanzas y deseos le mueven a dejar su tierra, su familia, los lugares conocidos; de qué situaciones busca escapar. Clama al cielo constatar las abismales desigualdades de renta media per capita o de esperanza media de vida entre muchos de los países de origen y los países de destino de los emigrantes. ¿Quién de nosotros no buscaría escapar del hambre, de la persecución o de la guerra, cuando no de la muerte?.

El mapa de la desigualdad entre países es una afrenta clamorosa a la dignidad de millones de seres humanos. Con el agravante de que las migraciones forzosas e irregulares dan lugar frecuentemente a la aparición de las mafias, a que surjan viejas y nuevas formas de pobreza y esclavitud (mujeres víctimas de la prostitución, menores no acompañados y en situaciones de riesgo, refugiados…). Son llagas por las que el Señor sigue sangrando.

  1. - «Salir del propio amor, querer e interés. Unir esfuerzos»

El santo padre ha invitado reiteradamente:

  • a la renuncia de sí mismos: «Jesucristo nos llama a compartir nuestros recursos y, en ocasiones, a renunciar a nuestro bienestar»[4]. A causa de la debilidad de nuestra naturaleza humana, sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor»[5].
  • a unir esfuerzos. No podemos contentarnos con la mera tolerancia. En la comunidad cristiana no caben reticencias que impidan o dificulten acoger apersonas de procedencias y culturas diferentes. Las comunidades educativas tienen un gran papel que jugar al respecto.
    Reiteramos, a este respecto, la llamada, que ya ha sido secundada en bastantes casos, a que delegaciones o secretariados diocesanos de Migraciones, organizaciones de caridad, congregaciones religiosas, universidades de la Iglesia y organizaciones no gubernamentales se brinden con generosidad
  • a ofrecer espacios de intercambio para compartir líneas de trabajo y experiencias  desde la identidad y misión propia;
  • a reflexionar juntos para realizar más eficazmente la tarea y para diseñar camino de futuro;
  • a avanzar en la coordinación y la colaboración trabajando en comunión. Esta es una dimensión integrante y un testimonio muy significativo, en medio de un mundo dividido, de nuestra identidad eclesial.

Consuela el hecho de que en los últimos años hayan sido un millón largo de personas las que han conseguido la nacionalidad española por residencia. Pero nos duele que, a pesar de los planes de integración, sigan siendo numerosos los que se ven obligados a vivir en asentamientos inhumanos o hacinados en viviendas indignas.

Nos preocupa la llamativa caída en cooperación internacional a niveles tan bajos como los actuales, porque mientras no cambien las condiciones inhumanas de vida en los países pobres y sea factible el derecho a no emigrar, nada ni nadie detendrá las migraciones.

Reconocemos el derecho de los Estados a regular los flujos migratorios y de las dificultades que ello implica. Sabemos y valoramos  las muchas vidas salvadas por las patrullas de vigilancia y los servidores del orden público en las proximidades de nuestras costas. Pero hay derechos que son prioritarios. Por eso, qué tristeza se siente cuando nos llegan noticias de muertes y de violencia, o que se adopten medidas como las devoluciones sumarias. También nos duele que no se sigan buscando alternativas más dignas que los Centros de Internamiento. En este sentido, nos adherimos a la denuncia contra cualquier actuación en que no se tengan en cuenta los derechos humanos. Pedimos que se cumplan los tratados internacionales y  se verifique, al menos,  si las personas pudieran ser acreedoras del asilo político, ser víctimas de la “trata” o necesitadas de asistencia sanitaria urgente.

El santo padre nos ha recordado recientemente hablando de Europa que «no se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio». Y que «la ausencia de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales»[6]. Las políticas migratorias no pueden depender solo de nuestras necesidades, sino de la dignidad de sus protagonistas y del vínculo que nos une como miembros de la familia humana. Nuestra responsabilidad con ellos continúa siendo urgente en materias de cooperación internacional, acogida, integración y cohesión social. Estas deben ser atendidas también desde la dimensión ética de la política y de la vida social. Porque la ausencia de esta dimensión afecta negativamente a nuestros hermanos extranjeros migrantes.

  1. - «Globalizar la caridad»

El santo padre, tras recordar, una vez más, la vocación de la Iglesia a superar fronteras, reitera la invitación a que trabajemos en pro del «paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación, a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno»[7].

Dadas las dimensiones de los movimientos migratorios y los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscitan hemos de seguir abogando, con el santo padre,  como vía imprescindible para regularlos, por una «colaboración sistemática y efectiva que implique a los Estados y a las Organizaciones internacionales». 

Queremos sumarnos, desde nuestras Iglesias, a tantos organismos e instituciones internacionales, nacionales y locales, que ponen sus mejores energías al servicio de los emigrantes. Se necesita, dice el papa, «una acción más eficaz e incisiva (…), una red universal de colaboración» que tenga como centro la protección de la dignidad de la persona humana, frente al «tráfico vergonzoso de seres humanos, contra la vulneración de los derechos y contra toda forma de violencia, vejación y esclavitud». Trabajar juntos, dice el papa, «requiere reciprocidad y sinergia, disponibilidad y confianza».

Se lo hemos escuchado reiteradamente tanto al papa Francisco como a sus antecesores: «A la globalización del fenómeno migratorio hay que responder con la globalización de la caridad y de la cooperación». Ello implica intensificar los esfuerzos para crear condiciones de vida más humana en los países de origen, y una progresiva disminución de las causas que originan las migraciones, sobre las que hay que actuar. Implica «desarrollar mundialmente un orden económico-financiero más justo y equitativo».

Conclusión

Agradecemos su generoso trabajo a las delegaciones diocesanas, congregaciones religiosas, voluntarios, etc. Terminamos con una palabra para vosotros, los emigrantes y refugiados: queremos, que ocupéis, como nos dice el papa, un lugar especial en el corazón de la Iglesia. Deseamos que esto sea realidad en cada una de nuestras Iglesias; vosotros sois un estímulo más para que estas manifiesten su maternidad y ensanchen su corazón para hacer suyas vuestros gozos y vuestras esperanzas, vuestras tristezas y angustias. Os encomendamos a la protección amorosa de la Sagrada Familia, que, como muchos de vosotros, tuvo que superar muchos tipos de frontera, y que supo lo que es la emigración forzosa sin perder la confianza en Dios.

Madrid, 18 de enero de 2015

Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

 

[1] Francisco, Evangelii gaudium, n. 209.

[2] Concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen gentium, n. 14.

[3] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2015.

[4] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2015.

[5] Francisco, Evangelii gaudium, n. 270.

[6] Francisco, Discurso al Parlamento Europeo de Estrasburgo (25.XI.2014).

[7] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2015.

Texto completo de las palabras del Papa  

"Como ha sido anunciado, el próximo 14 de febrero tendré la alegría de celebrar un Consistorio, durante el cual voy a nombrar 15 nuevos Cardenales, quienes proviniendo de 14 Naciones de cada continente, manifiestan el vínculo inseparable entre la Iglesia de Roma y las Iglesias particulares presentes en el mundo.

El domingo 15 de febrero presidiré una celebración solemne con los nuevos Cardenales, mientras que el 12 y 13 de febrero celebraré un consistorio con todos los Cardenales para reflexionar sobre las orientaciones y propuestas para la reforma de la Curia romana.

Los nuevos Cardenales son:

1 – Mons. Dominique Mamberti, Arzobispo titular de Sagona, Prefecto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica.

2 – Mons. Manuel José Macário do Nascimento Clemente, Patriarca de Lisboa (Portugal).

3 – Mons. Berhaneyesus Demerew Souraphiel, C.M., Arzobispo de Addis Abeba (Etiopía).

4 – Mons. John Atcherley Dew, Arzobispo de Wellington (Nueva Zelanda).

5 – Mons. Edoardo Menichelli, Arzobispo de Ancona-Osimo (Italia).

6 – Mons. Pierre Nguyên Van Nhon, Arzobispo de Hà Nôi (Vietnam).

7 – Mons. Alberto Suárez Inda, Arzobispo de Morelia (México).

8 – Mons. Charles Maung Bo, S.D.B., Arzobispo de Yangon (Birmania).

9 – Mons. Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, Arzobispo de Bangkok (Tailandia).

10 – Mons. Francesco Montenegro, Arzobispo de Agrigento (Italia).

11 – Mons. Daniel Fernando Sturla Berhouet, S.D.B., Arzobispo de Montevideo (Uruguay).

12 – Mons. Ricardo Blázquez Pérez, Arzobispo de Valladolid (España).

13 – Mons. José Luis Lacunza Maestrojuán, O.A.R., Obispo de David (Panamá).

14 – Mons. Arlindo Gomes Furtado, Obispo de Santiago de Cabo Verde (Archipiélago de Capo Verde).

15 – Mons. Soane Patita Paini Mafi, Obispo de Tonga (Islas de Tonga).

Uniré también a los miembros del Colegio de Cardenales a cinco Arzobispos y Obispos Eméritos que se han destacado por su caridad pastoral en el servicio de la Santa Sede y de la Iglesia. Ellos representan a muchos obispos que, con la misma solicitud de pastores, han dado testimonio de amor a Cristo y al Pueblo de Dios sea en las Iglesias particulares, sea en la Curia romana, tanto como en el Servicio Diplomático de la Santa Sede.

Ellos son:

1 – Mons. José de Jesús Pimiento Rodríguez, Arzobispo emérito de Manizales. (Colombia)

2 – Mons. Luigi De Magistris, Arzobispo titular de Nova, Pro-Penitenciario Mayor emérito.

3 – Mons. Karl-Joseph Rauber, Arzobispo titular de Giubalziana, Nunzio Apostolico.

4 – Mons. Luis Héctor Villalba, Arzobispo emérito de Tucumán.

5 – Mons. Júlio Duarte Langa, Obispo emérito de Xai-Xai.

Recemos por los nuevos Cardenales para que renovando su amor a Cristo, sean testigos de su Evangelio en la ciudad de Roma y en el mundo, y con su experiencia pastoral me sostengan más intensamente en mi servicio apostólico".

 

Presidente de la Conferencia Episcopal Española

Ricardo Blázquez, hijo de humildes agricultores de Villanueva del Campillo, en la provincia de Ávila, tiene 73 años y es doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Después de ejercer muchos años la docencia en la Pontificia de Salamanca, de la que llegó a ser gran canciller, Juan Pablo II le nombró en 1988 obispo auxiliar del entonces arzobispo de Santiago de Compostela, Antonio María Rouco Varela.

Ya en 1992 fue promovido a titular de Palencia y tres años después trasladado a la diócesis de Bilbao. Desde el 13 de marzo de 2010 es arzobispo de Valladolid. El pasado 12 de marzo de 2014 fue elegido presidente de la CEE, cargo que ya ocupó durante el trienio 2005-2008. Antes había sido vicepresidente durante dos trienios consecutivos (2008-2011 y 2011-2014).

 

Cardenales españoles

Forman parte del Colegio Cardenalicio diez cardenales españoles, de los que solo tres son electores en un posible cónclave, es decir, menores de 80 años. Siete de ellos residen en España: Antonio María Rouco Varela, arzobispo emérito de Madrid; Francisco Álvarez Martínez, emérito de Toledo; Carlos Amigo Vallejo, emérito de Sevilla; Antonio Cañizares Llovera, cardenal arzobispo de Valencia; Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona; José Manuel Estepa Llaurens, emérito Castrense; y Fernando Sebastián Aguilar, emérito de Pamplona y Tudela.

Los otros tres pertenecen o han pertenecido a la curia romana: Eduardo Martínez Somalo, prefecto emérito de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y camarlengo emérito del Colegio Cardenalicio; Julián Herranz Casado, presidente emérito del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y presidente de la Comisión Disciplinar de la Curia Romana; y Santos Abril y Castelló, todavía en activo y actual arcipreste de la Basílica de Santa María la Mayor.

 

Otro español en el cónclave

Entre los elegidos hoy por Francisco se encuentra también otro español, el agustino recoleto José Luis Lacunza Maestrojuán, actual obispo de la diócesis de David (Panamá). Nacido el 24 de febrero de 1944 en Pamplona, es obispo desde 1986 y presidió la Conferencia Episcopal del Panamá entre 2000 a 2004 y de 2007 a 20013.

El cardenal más joven es el Obispo de Tonga, Mons. Soane Mafi, de 53 años, y el de mayor edad es el emérito de Manizales (Colombia), Mons. José de Jesús Pimiento, que en febrero cumplirá 94 años.

 

Es costumbre al acabar el año, revisar nuestra vida y plantearnos metas y propósitos para el Año Nuevo. Muchos se esfuerzan por realmente cumplir y vivir según los propósitos trazados. Otros tantos -los más- suelen quedarse en el camino. Sus buenos propósitos se quedaron tan solo en buenas intenciones. Pero alguien dice por ahí -y quizás diga bien- que de buenas intenciones, está empedrado el camino del infierno.

Los hijos de Dios debemos ser hombres y mujeres de palabra. Jesús nos enseñó a decir “Sí” cuando sea sí, y a decir “No” cuando sea no. En esta línea, es preciso al definir nuestros propósitos para el año que comienza, tomárnoslos en serio. Y hacer de ellos un verdadero compromiso.

Hay quienes optan por plantearse propósitos materiales: nuevo auto, el viaje jamás realizado, una casa más grande, un mayor sueldo. Esto está bien si es que estos objetivos no se definen como una mera meta -lo cual sería simplemente materialista- sino más bien como medios para algo más importante, como dar un mayor bienestar a la familia.

Unos más, prefieren definir propósitos que les ayuden a ser mejores personas. En esta línea, lectora, lector querido, quisiera compartir contigo una lista de 12 propósitos que pueden ayudarnos a ser sobre todo, mejores cristianos. Se trata de hacer ciertas cosas y dejar de hacer otras. También de asumir ciertas actitudes y dejar de lado otras tantas.

1. Acercarnos más a Dios. Es innegable que de esto se desprende todo lo demás. Incluso el éxito al lograr cumplir con el resto de nuestros objetivos depende en gran medida de la cercanía a Dios. Pues sin Cristo, nada podemos hacer. Es importante aumentar nuestro tiempo de oración y participar de manera más consciente en los sacramentos.


2. Confiar más en Dios. Muchos se frustran porque Dios no les habla. ¿Quieres escuchar a Dios? Abre tu empolvada Biblia y léela. Te garantizo que si lo haces con la frecuencia debida -es decir, diario- escucharas de Dios las palabras que necesitas. No le exijas ni demandes favores, pídele todo pidiendo siempre que se haga su voluntad, pues Él sabe cuándo, cómo y en qué medida. Y al tener frente a ti las oportunidades que necesitas, acéptalas. Deja de cuestionar cada oportunidad, quedarte inmóvil y dejar de actuar. Dios te ayuda, pero necesita de tu parte. Dios te inspira, pero necesita de tu inteligencia. Dios te cuida, pero necesita tu confianza. Este año confía más en Dios, acepta lo que te envía y actúa en consecuencia.

3. Dejar de murmurar y de ver la paja en ojo ajeno. Es increíble lo rápida que es nuestra lengua para desatarse y correr cual caballo desbocado en contra de alguien más. Y lo peor es que muchas veces murmuramos en contra de alguien según nosotros en aras de la justicia divina: porque éste peca mucho, porque ésta gasta mucho dinero, porque este otro es muy sucio y descuidado, porque esta otra es una chismosa, porque este va a misa pero se pelea con todos al salir y entrar en su automóvil, porque esta otra también va a misa pero se queda dormida… La lista es inacabable. ¿Qué tal como propósito de este año dejar de murmurar y mejor mirar a nuestro interior cada vez que algo nos parece mal? Porque es un hecho irrefutable que casi siempre que nos disgusta algo que vemos que otro hace, ¡es porque en el fondo nos disgusta que nosotros hacemos lo mismo! Por eso advertía Jesús que es fácil ver paja en el ojo ajeno y no la viga que se lleva en el propio. Hagámonos el propósito de que al sentir la tentación de murmurar, cerrar la boca, ver a nuestro interior y en justicia decidir qué actitud debemos nosotros mismos cambiar, qué debemos dejar de hacer o que debemos comenzar a hacer.

4. Ser portadores de ayuda y generadores de cambio. Es fácil criticar lo que no nos gusta. Pero eso rara vez sirve de algo. A lo largo de este año, hagámonos el firme propósito de que cada vez que algo nos parezca malo, pensemos cómo ayudar para corregirlo o cambiarlo y actuemos en consecuencia. Si nada podemos hacer, mejor no estorbemos. Igualmente, seamos solícitos para ayudar a todo aquél que lo necesita.

5. Dejar de ofendernos por todo y de pelear contra todos. Jesús declaró bienaventurados a los mansos, porque heredarán la tierra. La mansedumbre es una virtud que nos ayuda a dejar de lado la violencia. Cuántas personas se ofenden por la forma en que los saluda el empleado de una tienda. Cuántos más se indignan porque el mesero no los vio al pasar frente a ellos. Cuántos estallan porque el conductor de adelante no va más de prisa. Cuántos se encolerizan porque su hija no guardó el cepillo y el espejo. Y en consecuencia agreden, gritan, insultan, ofenden, se vengan, toman represalias y lo peor, ¡se amargan la vida y se la amargan a los demás! “¿Y cómo no me voy a enojar?” es su típica justificación. Pero esa actitud no es digna de un hijo de Dios. Este año hagámonos el propósito de evitar pleitos y riñas. Desarrollemos mejor la virtud de la mansedumbre. Además de vivir en paz con los demás, seremos bienaventurados y heredaremos la tierra que el Señor nos tiene prometida.

6. Desarrollar la pulcritud. Esto a muchos les cuesta trabajo. Pero es necesario reconocer que no podemos comprender el concepto de un “alma limpia” si no somos capaces de vestir una camisa limpia. El desaliño no es virtud, es por el contrario, un vicio terrible. No hay que confundir no ser vanidosos con ser sucios y desaliñados. Ir despeinados, con la ropa sucia y arrugada no es propio de un hijo de Dios. Porque nuestro cuerpo es un templo vivo del Espíritu Santo. Y ese templo debe siempre ser digno, tanto en su interior como en su exterior.

7. Ser más laboriosos. Sobre todo a los laicos, Dios nos ha confiado el orden de la creación. Debemos trabajar para hacer del mundo que Dios nos ha regalado, uno mejor. Debemos también trabajar para crecer como personas, en talento y dignidad. Para el hijo de Dios, es inaceptable el trabajo a medias, entregado tarde o mal hecho. El hijo de Dios debe poner su sello en todas sus obras. Este año propongámonos hacer nuestro trabajo con pasión y calidad.

8. Ser limpios de corazón. Jesús prometió que los limpios de corazón verán a Dios. Sin embargo, los programas de TV cada vez más vulgares, las conversaciones con amigos y compañeros de trabajo cargados de palabras soeces, los chistes en doble sentido son fuertes barreras para mantener limpio el corazón. Este año que comienza, comprometámonos a mantener una diversión sana, conversaciones en la línea del respeto y un humor blanco que siempre divierte sin ofender ni contrariar a nadie más.

9. Dar más tiempo a nuestra familia. Bien que lo sabemos. Pero bien que fingimos excusas para no cumplirlo. Necesitamos trabajar mil horas extras para pagar más horas de guardería y más maestros privados y más cursos de qué se yo para que nuestros hijos estén en un lugar seguro para poder trabajar más para tener más dinero para pagar más guarderías, maestros privados y cursos mientras trabajamos más… El ridículo torbellino que termina por destruir las familias mientras alguien escala peldaños y amasa fortunas. Basta ya. Este año fijemos bien nuestras prioridades: Dios, familia y trabajo. En ese orden. El resto, Dios nos lo dará por añadidura.

10. Disfrutar más la vida que Dios nos da. Ya basta de quejarnos de todo. Es suficiente de encontrarle peros a todo. Es hora de dejar de encontrarle a todo su lado malo. Acepta por el contrario con gozo todo lo que Dios te da, agradécelo y alaba al Señor por su bondad.
Encuentra la mano de Dios en todo lo que tienes. Mira a cuántos más les hace falta. Alaba a Dios por cada mañana, por la frescura del agua que corre en la ducha, por el desayuno que te da energía, por el sol que te calienta. Alábalo por la taza de café que te devuelve el buen ánimo, por la galleta dulce que lo acompaña, por quien te hace compañía mientras la bebes. Disfruta al “perder el tiempo” con tus hijos, pues son una de las mayores bendiciones que Dios te ha dado. Disfruta tus ratos de enfermedad, pues te dan tiempo para leer aquél libro pendiente y hasta para acercarte más a Dios. Que este sea uno de nuestros propósitos más firmes para este año. Pues así viviremos en paz, llenos de gozo y siendo infinitamente agradecidos a nuestro Dios.

11. Bajar de peso. ¿Y por qué no? Este casi siempre es un propósito de Año Nuevo de casi todas las personas adultas. Y curiosamente, es el propósito menos cumplido. Sin embargo, para los hijos de Dios resulta importante porque bajar de peso va más allá que una cuestión de vanidad corporal. El exceso de peso en gran parte se debe al pecado capital de la gula. Y bajo esa óptica es que los cristianos debemos afrontar esta situación. Los pecados capitales se llaman así porque de ellos se desprenden muchos más hasta poner fuertemente en riesgo la integridad de la persona. Quien come demás, desarrolla usualmente otro pecado: la pereza, manifestada en la falta de ejercicio. El exceso al comer suele acompañarse en excesos al beber. Y tras las comidas, al fumar. La cadena puede no tener fin y los riesgos para la salud corporal e innegablemente para la salud del espíritu son muchos. Hagámonos pues el propósito para este año, de declara la guerra a la gula que nos ha esclavizado. Dejar atrás este pecado y mejorar la salud del cuerpo que Dios nos ha dado.

12. Ser portadores de la bendición de Dios. Las personas que necesitan de la bendición de Dios no precisan de un momento de éxtasis en que Jesús o la Virgen se les manifiesten y con su mano en la frente los bendigan. Necesitan más bien de cariño, de alguien que los escuche, de alguien que los ayude, de alguien que les dé trabajo, de alguien que les dé pan. Siendo hijos de Dios, hagámonos el propósito este año de ser portadores de las bendiciones de Dios para los demás: con nuestro tiempo, con nuestra ayuda, con nuestras manos, con nuestros labios y con nuestros bienes materiales.

Que esta lista te ayude a definir tus propósitos para el año que comienza. Que Dios te bendiga y sostenga con su mano providente, bendiga todos tus sueños y te ayude a alcanzar cada una de tus metas.

Por: Mauricio I. Pérez | Fuente: www.semillasparalavida.com

 

"La Navidad suele ser una fiesta ruidosa: nos vendría bien un poco de silencio, para oír la voz del Amor.

Navidad eres tú, cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu alma.

El árbol de Navidad eres tú, cuando resistes vigoroso a los vientos y dificultades de la vida.

Los adornos de Navidad eres tú, cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida.

La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir.

Eres también luz de Navidad, cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, la alegría y la generosidad.
Los ángeles de Navidad eres tú, cuando cantas al mundo un mensaje de paz, de justicia y de amor.

La estrella de Navidad eres tú, cuando conduces a alguien al encuentro con el Señor. Eres también los reyes Magos, cuando das lo mejor que tienes sin importar a quién.

La música de Navidad eres tú, cuando conquistas la armonía dentro de ti.

El regalo de Navidad eres tú, cuando eres de verdad amigo y hermano de todo ser humano.

La tarjeta de Navidad eres tú, cuando la bondad está escrita en tus manos.

La felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y restableces la paz, aun cuando sufras.

La cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado.

Tú eres, sí, la noche de Navidad, cuando humilde y consciente, recibes en el silencio de la noche al Salvador del mundo sin ruidos ni grandes celebraciones; tú eres sonrisa de confianza y de ternura, en la paz interior de una Navidad perenne que establece el Reino dentro de ti.

Una muy Feliz Navidad para todos los que se parecen a la Navidad".
Papa Francisco

 

Y recuerden: "Que Santa Claus no ocupe el lugar del Niño Dios en la Navidad".

 

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