Por Jesús de las Heras

(periodista y sacerdote)

 

 

 

Es la Virgen que mira al pueblo. Es la Virgen que sonríe y bendice a sus fieles, que la veneran con amor filial desde el siglo XII.

             Es la Virgen elegante y señorial que porta al Niño Jesús y que muestra, en catequesis de talla, la verdad y la hermosura de su humanidad y divinidad.                    

 

 

Es la Virgen florecida, en claveles, gladiolos y nardos, que exhala el inconfundible buen olor de Cristo. Es la Virgen que enseña la grandeza del misterio y de la misión de María Santísima, la Intercesora y la Modelo. Es la Virgen compañera de camino y de afanes, transmisora de fe, de esperanza y de caridad. Es la Virgen Eucarística, que guarda en su regazo materno a Jesús Sacramentado y nos lleva siempre a El. Es la Virgen solidaria, que con su mejilla herida y abierta, se une al dolor de toda la humanidad, al grito y al llanto de los que sufren. Es la Virgen del perdón y de la misericordia, que nos llama siempre a reconciliarnos con Dios a través del sacramento de la confesión y a reconciliarnos con los hermanos. Es la Virgen que se enraíza con la historia de nuestra fe y guía e interpela a todos sus devotos para que sean fieles a esta misma historia de fe.

Es la Virgen de la Palabra, que, dichosa Ella, que escuchó la Palabra de Dios y al puso por obra, que tanto se adhirió a la Palabra que la Palabra se  hizo Carne en sus entrañas de Virgen y de Madre y habitó entre nosotros. Es la Virgen coronada que nos indica que la mejor corona es la vida cristiana coherente, apostólica y comprometida de los hijos de la Iglesia. Es la Virgen procesionada con faroles y antorchas, con cirios y velas, que nos llama a correr bien la carrera y a dar el relevo para que todas las generaciones sigan proclamándola Bienaventurada en el Nombre del Señor y para Gloria suya.

Es la Virgen de la catedral, la Virgen de la iglesia principal de nuestra ciudad y de nuestra diócesis, “caput et mater ecclesiarum”. Es la Virgen de la Iglesia, la Virgen de nuestra Iglesia que peregrina, con su pastor al frente, en las tierras de Sigüenza-Guadalajara. Es, sí, la Virgen de la Mayor de Sigüenza, su Patrona, su Señora, su Madre, su Abogada, su Orgullo, su Corona, clave inequívoca y fecunda de su identidad más cierta.

 

Imagen románico-gótica que mira y bendice al pueblo

 

La Virgen de la Mayor es una imagen originariamente románica, de madera de ciprés, traída a Sigüenza por el obispo Bernardo de Agén, reconquistador y restaurador de la diócesis, en el año 11243. Su emplazamiento primero fue la capilla mayor de la catedral, de donde procede su nombre popular: Virgen de la Mayor.

En las Actas de la catedral de Sigüenza del año 1197 consta que el entonces obispo Rodrigo mandó que ardieran día y noche ante la imagen de la Virgen de la Mayor siete lámparas, de plata grabada, llenas de aceite.

Artísticamente, es una imagen que representa el misterio de la Coronación de María. Es efigie "socia belli" ("compañera de batalla"), ya que acompañaba al obispo Bernardo en sus intervenciones en pro de la reconquista del antiguo territorio diocesano. Es también imagen eucarística: tiene una concavidad con portezuelas al dorso, en donde se guardaban reliquias y el viático o Santísimo Sacramento.

En el año 1313, hallándose muy deteriorada la imagen, el obispo Simón Girón de Cisneros mandó revestirla de plata. Por ello, durante un tiempo fue llamada "La Blanca", título que no prevaleció ya que el pueblo seguía llamándola la Virgen de la Mayor. Durante la citada restauración de la talla, se procede también a otras acciones, que le dotan de una presencia más gótica -ágil, risueña, señorial, benedicente-, como actualmente puede contemplarse.

 

Procesión vespertina desde 1493

En 1493, según relatan las Actas de la Catedral de Sigüenza, comienzan la procesión anual de la imagen de la Virgen de la Mayor, cuya fiesta venía ya celebrándose en el domingo siguiente a la Asunción de María (entre los días 17 y 24 de agosto). Era obispo de Sigüenza Pedro González de Mendoza, el guadalajareño cardenal Mendoza.

El año 1522 el obispo de Sigüenza Fadrique de Portugal funda la Cofradía de la Virgen de la Mayor, cuyos primeros estatutos datan de 1598, siendo obispo de Sigüenza Lorenzo Suárez de Figueroa y Fernández de Córdoba.

En 1609 se construye un nuevo retablo para la capilla mayor de la catedral. Es obra de Giraldo de Merlo. Era obispo de Sigüenza fray Mateo de Burgos. La imagen de la Virgen de la Mayor experimenta entonces distintos emplazamientos: en 1610 en la Iglesia de Santa María de Medina o Santa María de los Huertos -actual Iglesia de las Hermanas Clarisas y perteneciente al patrimonio catedralicio- y en 1617 y hasta 1673, en la capilla de la Anunciación de la catedral de Sigüenza, a cuyo efecto el artista Juan de Orihuela labra altar y retablo, que desde 1904 es ocupado por una imagen de la Inmaculada.

 

La Virgen del Trascoro

Entre 1666 y 1673, por mandato del obispo Andrés Bravo de Salamanca, el artista Juan de Lobera construye en el transcurro de la catedral un altar-retablo barroco destinado a la Virgen de la Mayor. Es desde entonces su sede. 

En 1809, la imagen de la Virgen de la Mayor se libra milagrosamente de ser quemada por los franceses, en plena guerra de la Independencia. Con todo, un soldado francés deja huella de lo acontecido mediante un sablazo en la mejilla derecha de la imagen de la Virgen, que todavía permanece hoy. 

En el año 1871, siendo obispo Francisco de Paula Benavides y Navarrete, se renuevan los Estatutos de la Cofradía de la Virgen de la Mayor, que han permanecido en vigor hasta 2005.

 

Coronada en 1906   

El 18 de marzo de 1906 es robada la corona de la Virgen de la Mayor y un anillo. Inmediatamente después, por suscripción popular y ayudas del Cabildo Catedralicio, se labra una nueva corona para la Virgen y las Religiosas Ursulinas bordan un manto de raso blanco para la fiesta de la coronación, que tiene lugar el 17 de agosto de 1906, presidida por el obispo de Sigüenza fray Toribio de Minguella y Arnedo. 

Asimismo, en el anochecer de aquel día, se celebró una procesión especial por las calles Medina, Seminario, San Roque, Puerta de Guadalajara, Valencia, Fuerte, Mayor y Plaza. En los últimos treinta años no se había realizado esta procesión, cuyos orígenes datan de 1493. 

En 1926 comienzan las gestiones para dotar de un rosario de faroles con los misterios del Rosario para esta procesión, que sale, por primera vez, a las calles seguntinas el 17 de agosto de 1928. Era obispo de Sigüenza Eustaquio Nieto Martín.

 

Rosario de faroles desde 1928              

En octubre de 1936, en plena guerra civil española, el rosario de faroles es gravemente dañado. Tras el final de la guerra, se emprende su restauración y mejora y en la fiesta de la Virgen de la Mayor de 1943 sale el nuevo rosario de faroles. En sede vacante tras el martirio el 27 de julio de 1936 del obispo Nieto Martín, la diócesis era regida por el canónigo arcediano Hilario Yaben Yaben como vicario capitular. 

Entre 1941 y 1946 -años de la restauración de la catedral, gravemente dañada durante la guerra civil- la imagen de la Virgen de la Mayor es ubicada en la capilla parroquial de San Pedro, dentro de la catedral. 

En 1974, el obispo Laureano Castán Lacoma promueve una nueva restauración de la imagen, que además es despojada de los mantos que la revestían. Desde entonces la imagen ofrece la belleza cipresina de su original creación bajomedieval.

En 1998, la Cofradía de la Virgen de la Antigua de Guadalajara ofrece a la Cofradía de la Virgen de la Mayor de Sigüenza dos faroles de los misterios gozosos y dieciocho faroles de mano.

 

Fiesta de interés turístico regional

En 2000, la Cofradía hace entrega de un cuadro de la Virgen de la Mayor a la Casa de Guadalajara en Madrid y restaura el histórico trono barroco de la Virgen de la Mayor.

En 2005, con fecha 24 de junio, el obispo José Sánchez González aprueba los nuevos Estatutos de la Cofradía de la Virgen de la Mayor y, con fecha 15 de noviembre, la Dirección general de Turismo y Artesanía de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha declara fiesta de interés turístico regional a la procesión de los faroles. En el año 2006, se celebra el centenario de su coronación y en 2008 se inaugura una nueva iluminación de su hornacina.

  

Tres grandes actos en el día de su fiesta

En el día de la festividad de la Virgen de la Mayor, que es, desde finales del siglo XV, el domingo siguiente a la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, los actos conmemorativos se desarrollan en tres grandes momentos. El primero de ellos comienza a las ocho de la mañana. Varios cientos de fieles participan en el tradicional Rosario de la Aurora, que recorre las travesañas y las murallas de la ciudad. A continuación, en el altar de la Virgen de la Mayor se oficia una Eucaristía. 

A las 12 horas, el obispo diocesano preside la Eucaristía central y principal de la Jornada. Más de medio millar de fieles acuden a la misma. Cantará la Coral Santa Cecilia de Sigüenza. 

El momento más esperado del día llega a partir de las nueve de la tarde. Comienza con el rezo del rosario ante el altar de la Virgen de la Mayor, mientras va saliendo la procesión en su honor, que media hora más tarde está ya en las calles de la ciudad. 

Es la procesión de los faroles en honor de la Virgen de la Mayor, que recorre las principales vías de la ciudad, acompañada de varios miles de fieles. 

El tañido de las campanas catedralicias, el desgranar del Santo Rosario y los sones de la banda de música aportan el sonido inconfundible de la más bella noche seguntina, iluminada por los cirios de los faroles procesionales y las luces artísticas y monumentales de la ciudad, mientras que los nardos, los gladiolos y las rosas en honor de María Santísima de la Mayor esparcen sus mejores olores y fragancias al igual que del corazón y de los labios de los seguntinos salen las más hermosas y conmovidas plegarias y oraciones en la fiesta anual de su Madre y Señora.

 

                     

Por Agustín Bugeda Sanz

(Vicario general)

 

 

Al pensar el acontecimiento principal de este mes de agosto para comentar en estas líneas, continuamente me viene a la mente la partida a la casa del Padre de sacerdotes venerables de nuestra Diócesis que nos dejan un gran vacío en el presbiterio diocesano.

 

En el pasado mes de julio fallecía D. Luciano Ruiz, siempre misionero incansable tanto en tierras lejanas como cercanas. Y en el mes de agosto nos han dejado D. Félix Ochayta, nuestro rector y profesor, punto de apoyo para tantas generaciones de sacerdotes, y D. Ángel Chicarro, incansable y buen pastor por tantas parroquias y sobre todo durante muchos años en su querida Mondejar donde ha dejado en muchos sentidos una huella imborrable.

 

Todos ellos son como los padres de una familia, que aunque últimamente estaban mayores y enfermos, seguían aportando su presencia callada, su oración, su mirada, su consejo.

 

Con otros sacerdotes hemos comentado que al irse muriendo estas personas venerables que han sido punto de referencia para muchos de nosotros, notamos lo mismo que en las familias:  que una parte de la misma, los que siempre han estado ahí, ya no están y que su vacío difícilmente se llenará.

 

Personalmente cuando veo estos sacerdotes mayores, entregados, con ilusión, apoyándonos y preocupados por la Diócesis, por la Iglesia, por el mundo… siento admiración y el deseo de que cuando llegue a esos años también sea como ellos, no pierda, no perdamos la frescura, la pasión de la juventud y de los primeros años ministeriales.

 

Por ellos pedimos, y por eso nuestro recuerdo, memoria, se hace Memorial, unido al Sacrificio de Jesucristo en la Eucaristía que ellos tantas veces celebraron, implorando su descanso eterno. A la vez les pedimos encarecidamente que cuando lleguen al cielo intercedan para que muchos niños y jóvenes escuchen la llamada del Señor y sean generosos en la entrega.

 

Siempre los recordaremos, siempre agradeceremos su entrega y dedicación plena al Señor, siempre serán para nosotros ejemplo y estímulo en nuestro camino vocacional.

 

            Gracias, Señor, por esas vidas fecundas.

GRANITOS DE MOSTAZA

  

Por Álvaro Ruiz Langa

(Delegado diocesano de MCS)

 

 

 

La expresión “hacer el agosto” da pie al título de esta columna usando uno de tantos juegos que permiten las palabras, el inacabable lenguaje. “Hacer agosto” significa otra realidad. El primer dicho, casi proverbial, da la idea de hacer un buen negocio por referirse a la recolección agrícola que acopia cereales y semillas. Se comprende mejor todavía este valor en la doble expresión de otros siglos, como escribe Cervantes en La Gitanilla: “hacer su agosto y su vendimia”. El título ahora empleado se queda en los escaños discretos de la expresión. De las muchas acepciones que el diccionario recoge para el verbo hacer, aquí se aplica la directa y llana, la primera, que alude a producir o dar el ser. Hacer agosto será, por tanto, vivir el mes según lo que le es genuino. Darle al tiempo, la sucesión de días y los momentos con su circunstancia, lo que el mes guarda en su alforja.

El mes de más fiestas. Fiestas populares y fiestas religiosas llenan los agostos de nuestras geografías mediterráneas. En los 31 días del octavo mes del año, el calendario católico oficial sitúa más celebraciones litúrgicas que en ningún otro mes: un total de 22 memorias y fiestas. En desglose, una solemnidad mariana, tres fiestas, diez memorias y ocho memorias libres. En la mente de todos están. La Asunción de María, titular de la diócesis y de más de cien parroquias. San Bartolomé y santo Domingo, que lo son de ocho cada uno, además de patrones de fiesta mayor, como el inalcanzable san Roque, que mueve más fiestas que ningún otro santo o santa. Y san Agustín y san Benito y san Lorenzo…

Hacer tradición. Lo primero que implican las fiestas, junto al sentido jubiloso y lúdico, es revivir y fortalecer la tradición. Nadie se para a preguntar la razón de unos días de fiesta en el pueblo. Se siente así puesto que así se ha heredado de los antecesores; y aunque las modas traigan nuevos modos, lo sustancial del hecho festivo se repite, permanece. Como una raíz demasiado profunda, imposible de arrancar. Y si en algún caso esa raíz muriera, algo mucho mayor estaría feneciendo en la comunidad humana en cuestión. Hacer tradición es comulgar con los antepasados.

Hacer pueblo. Agosto es el mes que mayor número de fiestas populares reúne por haberse convertido en el período en que más habitantes se juntan en los pueblos. Lo uno va con lo otro, como el haz y el envés. Semejante condición solicita el empeño positivo de todos, o al menos de la mayoría, por contribuir en cuanto enriquezca a la comunidad. Lograr que se hable bien de “mi pueblo”. Ahí puede estar la clave del hacer pueblo. Y para ello hay que aportar. A veces serán ideas y sugerencias para el programa; en otros momentos, colaboraciones de diverso género; y algún rato, en tantos ratos, aportar la presencia y el ánimo festivo. Con estos comportamientos enlaza otro más complicado pero posible: el de volver al pueblo de continuo, cuando se pueda, para la fiesta…   

Hacer parroquia. En los pueblos está claro. En verano hay más gente y a las misas acuden muchas más personas; de todas las edades. La comunidad parroquial se modifica. En consecuencia, también varían las celebraciones religiosas; al menos, el ambiente. Por eso, y como yendo en paralelo al párrafo anterior, cabe pensar en planes de “hacer parroquia”. ¿Que el propósito y las propuestas tienen un fuste y la realidad contante y sonante otro? Nadie va a montar discusión a este propósito. Sin embargo, sí que debería admitir la posibilidad de algunas vías “de nueva evangelización” que sirviesen y ayudasen a hacer parroquia en agosto y durante todo el tiempo vacacional del estío.

 

(Por la Comunidad religiosa del Monasterio de Buenafuente del Sistal)

 

Estimados amigos y hermanos en Cristo, reflexionando acerca de qué escribir hemos caído en la cuenta de como la Iglesia, nuestra Madre, nos cuida siempre, también en este tiempo de estío, de ocio y descanso. En nuestra lógica, tantas veces mundanizada, pensamos que hasta la Iglesia está de vacaciones y por lo tanto todo es rutinario, sin mucho valor. Sin embargo, el calendario litúrgico está salteado de fiestas y solemnidades muy importantes, la última el pasado día 15, La Pascua de María, más conocida como La Asunción de María al cielo, la famosa Virgen de Agosto que tantas poblaciones invocan como patrona. También para nosotras cistercienses es nuestra fiesta grande, ya que es patrona del Cister junto con san Bernardo, que celebraremos el próximo día 20. Además, en los evangelios dominicales se está proclamando el discurso del Pan de Vida, del Evangelio de san Juan, del que se puede decir tanto….., salvo que es rutinario y sin valor.

La Iglesia, como cualquier madre se preocupa de sus hijos. Sabe que en verano, necesitamos igual el alimento que nos da vida, a Cristo, y aunque nosotros acudamos a la Eucaristía en clima de relax, el Señor sale a nuestro encuentro y nos dice: “Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Este versículo fue el final del evangelio del Domingo XIX y el principio del evangelio de este domingo. Y durante tres domingos repetiremos el mismo verso en el salmo responsorial: “Gustad y ved que bueno es el Señor” (sal 33, 9a).

Pensábamos nosotras que para las personas de nuestro entorno que no conocen a Jesús, lo han de conocer por nosotros, ser Cristos hoy, ser carne para la vida del mundo. Tal vez para esta misión nos hace mucha falta experimentar cada uno el versículo del salmo que vamos a repetir 3 semanas seguidas, saber a ciencia cierta que el Señor ha sido bueno conmigo, siempre, en toda circunstancia, en las que me alegraron y también en aquellas tan dolorosas, o que truncaron nuestros planes. Cada uno sabemos que es lo que en su día nos hubiese gustado que sucediera de otro modo y hoy damos gracias por la gran ayuda que ha sido en nuestra vida.

Hermanos aprovechemos el alimento que nos da la Iglesia y rompamos un poco la dinámica social buscando ratos de encuentro e intimidad con Jesucristo, ahora que tenemos tiempo, “Pues bien, este es el tiempo propicio, este es el día de la salvación.” (2ª Co 6,2).

 

Unidos en la oración, vuestras hermanas de Buenafuente del Sistal

Por Sandra Pajares

(maestra)

 

 

“Dicen que hace unos años, un hombre cualquiera, preparaba su equipaje para partir de vacaciones. Cuidadosamente fue introduciendo en la maleta todo aquello que preveía iba a necesitar: pantalones, camisetas, libros de lectura, cámara de fotos… Cuando terminó de colocar cada cosa en su compartimento, todavía tuvo el tiempo suficiente y la paciencia de repasar, de nuevo, la  lista que había confeccionado días atrás.

¡Creo que está todo! Se decía. El secreto para pasar unas buenas vacaciones está en la correcta elección del lugar y en procurarse lo necesario para disfrutar a tope… cueste lo que cueste.

Temprano, de madrugada, para evitar el calor, partió nuestro hombre cualquiera hacia un lugar cualquiera, seguro de disfrutar de unos días maravillosos. Nada más llegar al apartamento, en primera línea de playa, comenzó a colocar cada cosa en su sitio. Aquí, la ropa, aquí mis libros, aquí el reproductor de música, aquí la tablet…

Conforme pasaban los días, y a pesar de ir cumpliendo cada uno de los planes programados, se iba dando cuenta de que no lograba sentirse lo bien que había imaginado en la lejanía. Algo le faltaba y no sabía lo que era. Comenzó a repasar de nuevo aquella lista y a comprobar todas y cada una de las cosas que minuciosamente había estudiado y apuntando esperando encontrar aquello que le faltaba y que creía olvidado.

De repente sonó el móvil, y escuchó al otro lado la voz familiar de un amigo recordándole quién era, entonces pudo percatarse de que no había hecho la maleta correctamente, que había sido él mismo el que se había quedado olvidado en casa.”

Todos los veranos me gusta recordar este cuento, me ayuda a vivir con los pies en la tierra y a valorar mejor mi tiempo. Hoy quiero compartirlo. Muchas veces sentimos la necesidad de marchar en nuestros días de vacaciones con la intención de escapar de la rutina del curso o con el objeto de descansar de la frenética actividad del trabajo, las obligaciones, la familia… Y como el hombre cualquiera buscamos un lugar donde “huir”, intentando dejar todo lo que nos pesa.

Hace tiempo, leí una reflexión en una sencilla revista parroquial que viene ahora al hilo de nuestro cuento. Hablaba sobre la diferencia que existe entre la palabra VACACIÓN y la palabra VOCACIÓN. A primera vista distan en una sola letra. Pero hay mucho más. Vocación significa llamada y vacación equivale a vaciar, a dejar espacio.

Si la vocación es una llamada, nos exige una respuesta. Debemos responder también en verano. Si vacación es dejar espacio, que no se nos olvide vaciarnos de aquello que nos aleja de nosotros mismos, de los demás y de Dios.

¿Y tú, cómo vives tus vacaciones?

Las vacaciones no deberían ser tiempo de vagancia, de vacío, de apartar el espíritu. Deberían ser un tiempo ocioso de convivencia, de encontrarse con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Disfruta de tu tiempo de vacaciones y vive la vocación también en vacaciones.

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