Cuatro de ellos, españoles: san Isidro labrador, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y santa Teresa de Jesús; y el quinto, italiano, san Felipe Neri

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

El 22 de enero de 1588 el Papa Sixto V creó, mediante la constitución apostólica “Inmensa aeterni”, la Sagrada Congregación para los Ritos con el doble objetivo de regular el culto divino y tratar las causas de los santos. A partir de entonces, empieza a homologarse los procesos de canonización y de beatificación, que se sistematizan y regularizan, de una manera ya más común, estable y definitiva con el Papa Urbano VIII, mediante sendos documentos al respecto de los años 1634 y 1642.

Entre ambos pontificados y en medio de las fechas citadas, el 12 de marzo de 1622, en Roma, tuvo lugar una de las celebraciones de canonización más significativas e importantes de la historia: san Isidro ladrador, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, santa Teresa de Jesús y san Felipe Neri, de quienes ofrecemos, tras una breve introducción y contextualización historia, sus semblanzas biográficas.

El papa era Gregorio XV (1554-1623), quien rigió la Iglesia universal durante dos años (1621-1623).  El contexto histórico es la reforma católica o contrarreforma, mediante la cual la Iglesia católica quiso responder a los efectos del protestantismo (la llamada reforma luterana o protestante).  Una de las claves de la reforma católica o contrarreforma era potenciar el valor de la santidad y del ejemplo e intercesión de los santos.

De hecho, de las cinco canonizaciones del 12 de marzo de 1622, cuatro fueron de otros y bien significativas y relevantes cristianos que habían abanderado la reforma católica y sus principios y valores (el único que no vivió en el siglo XVI fue san Isidro). Resulta muy significativo que cuatro de ellos sean españoles. Y es que fue precisamente España el adalid fundamental de la causa de la reforma católica, que produjo también extraordinarios frutos de santidad en otros países como Francia e Italia, entre otros.

 

San Isidro labrador (1082-1172)

 

Nacido en Madrid hacia el año 1082 y cuando esta ciudad era todavía territorio de la ocupación musulmana, según el poeta Lope de Vega, los padres de Isidro de Merlo y Quintana se llamaban Pedro e Inés, y su vida inicial fue en el arrabal de San Andrés de la villa de Madrid. San Isidro nace de una familia de colonos mozárabes que se encargó de repoblar los terrenos ganados por el rey Alfonso VI. Es posible que procediera de una familia humilde de agricultores que trabajan en campos arrendados, propiedad de Juan de Vargas.

A causa de las invasiones árabes de Madrid, Isidro pasó parte de su juventud en Torrelaguna (Madrid), donde conoció y casó con María Toribia (santa María de la Cabeza), natural de Caraquiz, en Uceda (Guadalajara). El matrimonio tuvo un hijo, Illán, también santo.

Una vez regresó a Madrid, de nuevo a su barrio natal del arrabal de San Andrés, continuó trabajando como agricultor y como labrador, dedicado al cuidado de su familia, al ejercicio de la piedad cristiana y a las obras de caridad.

Tras una piadosa, laboriosa y hasta milagrosa larga vida, san Isidro falleció en el año 1172, su cadáver se enterró en el cementerio de la Iglesia de San Andrés dentro del arrabal donde había vivido. Su cuerpo permanece incorrupto y se encuentra actualmente en la Real Colegiata de San Isidro, en la calle Toledo, la primera catedral de la diócesis de Madrid.

 

San Ignacio de Loyola (1491-1556)

 

El 31 de julio es la fiesta de san Ignacio de Loyola. Allí, en el castillo de Loyola, en la localidad guipuzcoana de Azpeitia, nació Íñigo López de Loyola, conocido después y para la eternidad como Ignacio de Loyola.

Nació a la vida terrena el 4 de junio de 1491 y su “dies natalis”, su muerte, aconteció en Roma el 31 de julio de 1556. Una veintena larga de años antes, el 15 de agosto de 1534, en París, había fundado en París una Compañía bien formada y bien dispuesta para “la mayor gloria de Dios”, “para abrir caminos al Evangelio” y para “en todo amar y servir”. El Papa Paulo III, en Roma, en 1540, aprobó definitivamente esta Compañía, la Compañía de Jesús.

Con voluntad inicial de peregrinar, servir y evangelizar en Tierra Santa, la imposibilidad de regresar a Tierra Santo, acompañado por los seis primeros jesuitas y la providencia de Dios, hizo que Ignacio descubriera que la Iglesia universal, el mundo entero, era la nueva y definitiva Jerusalén.

De caballero (celebramos también ahora el quinto centenario del comienzo de proceso de conversión, tras ser herido en una batalla en Pamplona, el 20 de mayo de 1521) a peregrino (con etapas en Manresa, Montserrat, Barcelona y Tierra Santa) y de peregrino a apóstol, el fundador de los Jesuitas e inspirador de tantas otras congregaciones religiosas es también el “padre” de los ejercicios espirituales y del ideal de ser contemplativos en la acción para servir solo al Señor y a su esposa la Iglesia bajo el estandarte de la cruz.

San Ignacio de Loyola -uno de los mayores timbres de gloria de la Iglesia- fue ordenado sacerdote en Venencia el 24 de junio de 1536.

 

        San Ignacio de Loyola, de Rubens

 

 

San Francisco Javier (1506-1552)

 

Al alba del 3 de diciembre de 1552 fallecía en la isla de Sanción, frente a las costas de China continental, Francisco de Jasso y de Azpilicueta (más conocido por Francisco Javier o Francisco de Javier, en relación al lugar de su nacimiento), el apasionado por Jesucristo, el plusmarquista de Dios, el divino impaciente, el misionero encarnado desde el más acá en el más allá y más lejos, el aventurero del Evangelio. el patrono universal de las misiones.

Nacido en el castillo navarro de Javier el 7 de abril de 1506, anhelaba fama, gloria y poder hasta que se encontró en París con Ignacio de Loyola y descubrió que solo se gana la vida “perdiéndola” por el amor y el servicio a los demás en el nombre del Señor.  Porque “¿de qué le sirve al hombre ganar su vida si pierde su alma?

Fue ordenado sacerdote en Venecia en 1536. Y pronto el mundo –siempre “más allá, más lejos”- se le hizo pequeño. Olvidado de sí mismo e inflamado en el amor a Cristo y en el paulino “¡ay de mí si no evangelizare!”, recorrió mares y caminos predicando la Palabra de Dios. Y cuando estaba a punto de llegar al gran y enigmático imperio chino, murió en una pequeña isla mientras el Cristo de su castillo de Javier sangraba de amor. También su vida había sido Cristo y el anuncio ardiente de su Reino.

"Madre de Dios, ten misericordia de mí... Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí" fueron sus últimas palabras. Concluía así la vida de quien había recorrido 120.000 kilómetros, como tres veces la tierra entera, para predicar y servir el Evangelio.

 

San Francisco Javier, de Murillo

 

 

Santa Teresa de Jesús (1515-1582)

 

El 28 de marzo de 1515 nació en Ávila Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada. A los 18 años entró en el Carmelo, pero hasta los 39 años no comenzaría la etapa definitiva de su vida: el miércoles de ceniza de 1554, se produce la conversión ante la imagen de un Cristo muy llagado. Es entonces cuando funda el convento carmelitano de San José de Ávila y cuando inicia su obra reformadora comienza a escribir obras capitales de la historia de la espiritualidad (El libro de la vida, Camino de perfección, Castillo interior, Las moradas) y que en 1970 la llevarían a ser declarada doctora de la Iglesia.

Emprende la reforma del Carmelo, al compás de la reforma católica del siglo XVI, y funda conventos –hasta quince– ya del Carmelo Descalzo, en distintas localidades como Medina del Campo, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Malagón, Burgos, Segovia, Beas de Segura y llega hasta Sevilla.

Maestra de vida y oración, fémina inquieta y andariega, reformadora, ascética y mística, fuerte y sensible, apasionada por Jesucristo y fiel hija de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús falleció en Alba de Tormes en 1582. Su fiesta es el 15 de octubre.

Con san Juan de la Cruz, quien le acompañó y secundó en la reforma del Carmelo masculino se la considera la cumbre de la mística experimental cristiana y una de las grandes maestras de la vida espiritual. La espiritualidad teresiana ha dado fruto de santidad tan notables como santa Teresita de Lisieux, santa Isabel de la Trinidad, santa Edith Stein y santa Teresa de los Andes.

 

Santa Teresa de Jesús, de fray Juan de la Miseria

 

 

San Felipe Neri (1515-1595)

           

Nacido en Florencia el 21 de julio de 1515, pronto quedó huérfano de madre. En la abadía benedictina de Montecasino, descubrió su vocación a la educación y a la caridad. En 1533, decidió marchar a Roma, donde comenzó a educar como tutor a los hijos de un aduanero florentino, mientras él completaba sus estudios.

Consciente de la situación de descristianización y también de desigualdad y de pobreza existente en Roma, siendo aún laico, comenzó a predicar en las plazas y a visitar y socorrer a enfermos. Fue llamado ya entonces el apóstol de Roma y el santo de la caridad y de la alegría.

Conoció y entabló amistad con Ignacio de Loyola e incluso pensó hacer jesuita e ir como misionero a Asía. Finalmente desistió, y continuó con la labor iniciada en Roma, constituyendo el núcleo matriz de la Hermandad del Pequeño Oratorio, que en 1577 fue aprobada como Congregación del Oratorio, un instituto de vida consagrada y apostólica.

El 23 de julio de 1551 fue ordenado sacerdote y en su ministerio promovió la vida común y en pobreza y caridad con otros sacerdotes y a la atención a los niños y adolescentes de la calle.

Dotado de grandes cualidades para la poesía y la música y de una personalidad muy alegre y carismática, puso estos dones al servicio de su misión evangelizadora. Junto con el ejercicio constante de la caridad, fomentó la adoración eucarística continuada durante 40 horas, las peregrinaciones a las siete principales iglesias de Roma y la piedad mariana.  Renunció al cardenalato. Falleció en Roma el 26 de mayo de 1595.

 

San Felipe Neri, de Guido Reni

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 11 de marzo de 2022.

 

Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

 

Estamos viviendo momentos confusos en el planteamiento social, político, económico y hasta religioso en Europa y el mundo occidental. Todo lo vivimos en este momento de la historia a tiempo real, por eso todo nos afecta más.

Cuando nos llegan las noticias de esta locura de guerra que Putin, que será recordado como un comunista frío, bárbaro y calculador, ha iniciado contra la sociedad occidental y, especialmente, contra sus vecinos más próximos de Ucrania, como nos llegan en tiempo real, es como si nosotros mismos estuviéramos en la batalla.

Una vez más la ideología del mandatario ruso siembra el terror y riega de sangre la tierra de Europa. Una vez más la perversión de algunos, con el apoyo ideológico y logístico de otros, va a dejar miles de muertos, también civiles, y eso es una inmoralidad y un delirio.

Putin se ampara en el criterio de unidad y hasta en la religión para defender su afán expansivo y opresor, que no sabemos todavía hasta dónde alcanza. Son muchos los pueblos y naciones del entorno históricamente soviético que tienen que temer las pretensiones invasoras de Rusia.

La religión no puede ser nunca un motivo para alentar la guerra ni una excusa para perpetrarla. Por eso los líderes católicos y ortodoxos en Europa han apelado al patriarca ortodoxo ruso Kirill de Moscú, instándolo a convencer al presidente ruso, Vladimir Putin, de que ponga fin al derramamiento de sangre en Ucrania. Aunque ha rezado por la seguridad de los civiles y el rápido fin de los combates, el patriarca Kirill ha sido criticado por su estrecha relación con Putin y su falta de apoyo a la independencia y la integridad territorial de Ucrania.

Mientras tanto, en todo el mundo siguen multiplicándose iniciativas para solidarizarse con el pueblo ucraniano y pedir la paz. Una paz que todos tenemos que buscar y generar: paz en el corazón, paz en nuestras relaciones interpersonales, paz en los hogares paz social y paz en el mundo.

 

Guía para el trabajo sinodal en grupos del tema primero, sesión segunda, del cuaderno primero, “Llamados”, de nuestro Sínodo de Sigüenza-Guadalajara

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Ofrecemos hoy la tercera entrega del retorno en la diócesis al trabajo de los grupos para nuestro Sínodo. Ya esta página de Religión de NUEVA ALCARRIA estuvo dedicada el 4 de febrero a una primera entrega para seguir el compás del Sínodo diocesano, una vez, que, a partir del 20 de enero, comenzaron a retornar los trabajos de los grupos sinodales. Entonces, hacíamos memoria del camino sinodal recorrido hasta ahora y del camino que ahora se abre y sus etapas siguientes. También hace dos semanas informábamos que se había editado y distribuido el cuaderno de trabajo número 1, titulado “Llamados”.

La pasada semana nos adentrábamos en la primera sesión del primer tema del primer cuaderno. Fue la sesión de trabajo, oración y reflexión dedicada a la vocación universal a la santidad. Este primer tema se completa con una segunda sesión con las vocaciones para un seguimiento especial y más consagrado a la vocación a través de lo que es la vocación sacerdotal y la vocación a la vida consagrada en sus distintos modos y formas de consagración, lo que generalmente entendemos por vocación a la vida religiosa y a otros modelos de vida consagrada.

Esto es, el Señor nos llama a todos a la santidad a través de los distintos estados y en la vida cotidiana; y llama asimismo a los que Él quiere a un seguimiento más de cerca y a una vida de entera consagración a Él y a la misión evangelizadora. Es lo que entendemos como vocaciones de especial consagración (sacerdotes y consagrados).

 

 

Datos y análisis de la realidad vocacional diocesana

Siguiendo el análisis de nuestra encuesta sinodal, las respuestas a las preguntas sobre este tema se pueden resumir así: una gran mayoría de los encuestados dice que no se ha planteado la posibilidad de consagrar su vida a Dios, ni en el sacerdocio ni en otras formas de vida consagrada. Mayoritariamente se considera a los sacerdotes buenos guías evangelizadores y se valora bastante positivamente la actividad de la vida consagrada.

Estos ecos de las encuestas se plasman o reflejan en la realidad de una gran penuria vocacional que arrastra nuestra Iglesia y nuestra diócesis desde hace dos décadas. Tenemos, a día de hoy, tres seminaristas mayores. Desde 2010, solo ha habido cuatro ordenaciones sacerdotales (esta primavera, podría haber una).

En la actualidad, el número de sacerdotes diocesanos se sitúa ya por debajo de los 200, de ellos unos 160 residentes en el territorio diocesano. Más de un tercio de estos sacerdotes diocesanos y residentes en la diócesis están ya jubilados; y más de la mitad de este total de sacerdotes viven en la ciudad de Guadalajara. Colaboran directamente con la pastoral diocesana otros 21 sacerdotes, ya la mayoría de ellos extranjeros e incluidos algunos religiosos de nacionalidad española con ministerio pastoral en la diócesis. Otros 20 sacerdotes más permanecen incardinados en nuestra diócesis, aunque realizan su ministerio en otras diócesis españolas.

En la actualidad, hay tan solo 3 sacerdotes diocesanos en misiones, en otros tantos países de América Latina. Eran cuatro hasta hace dos semanas, pero falleció uno de ellos, tras 55 años misiones.

 

Vocaciones específicas en la Sagrada Escritura

En el Antiguo Testamento, la primera persona en recibir una llamada especial en el sentido al que nos estamos refiriendo fue Abraham. Leemos en el libro del Génesis (Gn 12, 1-5), el primer libro de la Biblia: “El Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré”. Junto a él, podemos descubrir muchos más llamados por el Señor: Jacob, José, Moisés, Josué… Todas ellas, vocaciones con una misión, con la garantía de asistencia de Dios y con la exigencia de fidelidad en la respuesta por parte del llamado.

Preciosos son igualmente los relatos de las vocaciones de Samuel (1 Sam 3, 1-10) y las de los profetas Isaías (Is 6,1-13) y Jeremías (Jer 1,1-10.17-19).

Y si el Antiguo Testamento presenta preciosos relatos y episodios de vocación-misión, en el Nuevo Testamento es ya el mismo Jesucristo quien llama directamente y confía y dota la misión. Mateo, en su capítulo 4, versos 18-22, narra la primera de estas vocaciones: la llamada de Simón y de su hermano Andrés, los dos primeros llamados.

El Evangelio de San Marcos, capítulo 3, versículos 13 a 20, relata la vocación de los Doce Apóstoles. Este relato vocacional añade, de nuevo, la llamada a la misión y, con el cambio de Simón (por Pedro) y en el enunciado concreto de los nombres e incluso sobrenombres de los llamados se anuncia el singularísimo ministerio que iba a serles confiado.

Podemos también mencionar las llamadas a Mateo, al ciego de Jericó, a Zaqueo e incluso a la mujer samaritana, además del encuentro, llamada fallida en la respuesta, entre Jesús y el joven rico.  Y en nuestro recorrido por las llamadas y los llamados (discípulos misioneros, llamados enviados) del Nuevo Testamento no podemos olvidar la llamada a Saulo de Tarso (desde su vocación y conversión, Pablo; adviértase, de nuevo, el cambio de nombre al compás del cambio de vida tras la conversión y la llamada y misión).

Y, por supuesto, la mujer de la llamada, de la más excelsa vocación-misión, el modelo de todas las virtudes y la intercesora universal, María de Nazaret, junto a su esposo, el varón prudente y justo, el hombre también del “sí”, el custodio del Redentor, el patrono universal de la Iglesia, José de Nazaret.

 

Dos textos de la Palabra de Dios

Tras la llamada de Dios a través de la zarza ardiendo y cuando Moisés se postra ante el Señor reconociendo estar en lugar sagrado, este le muestra cual es la misión a la que quiere destinarlo. Leemos en Éxodo 3, 7-12):

“El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos. El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora marcha, te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel». Moisés replicó a Dios: «¿Quién soy yo para acudir al faraón o para sacar a los hijos de Israel de Egipto? Respondió Dios: «Yo estoy contigo; y esta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña»”.

Y, como queda dicho, si el Antiguo Testamento presenta preciosos relatos y episodios de vocación-misión, en el Nuevo Testamento es ya el mismo Jesucristo quien llama directamente y confía y dota la misión. Mateo narra las primeras de estas vocaciones (los hermanos Simón y Andrés y Santiago y Juan). Dice así el texto:

“Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron”.

 

Otras célebres vocaciones en la historia de la Iglesia

Dentro de las propuestas de esta segunda sección del tema 1 del cuaderno, 1, se evocan también a muchos llamados a lo largo de los siglos. Basten como ejemplo: Mónica de Tagaste y Agustín de Hipona, Francisco de Asís y Clara de Asís, Ignacio de Loyola y Francisco Javier, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Teresa de Calcuta y Josefina Bahkita…, todos ellos santos, y tantos y tantos más.

Asimismo, se recomiendan estas cuatro películas: “El hombre que supo amar” (Miguel Picazo, 1978, sobre san Juan de Dios), “La misión” (Roland Joffe, 1986), “Conspiración para matar un cura” (Agnieszka Holland, 1988, sobre el beato Jerzy Popielusko) y “Don Bosco” (Ludovico Gasparini, 2004, sobre san Juan Bosco).

 

Textos de Benedicto XVI y de nuestro obispo

Con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones del 21 de abril del año 2013, el Papa Benedicto XVI, antes de su renuncia, hizo público el mensaje correspondiente a la jornada, del que entresacamos estas palabras:

Las vocaciones sacerdotales y religiosas nacen de la experiencia del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para entrar en su voluntad. Es necesario, pues, crecer en la experiencia de fe, entendida como relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz, que resuena dentro de nosotros. Este itinerario, que hace capaz de acoger la llamada de Dios, tiene lugar dentro de las comunidades cristianas que viven un intenso clima de fe, un generoso testimonio de adhesión al Evangelio, una pasión misionera que induce al don total de sí mismo por el Reino de Dios, alimentado por la participación en los sacramentos, en particular la Eucaristía, y por una fervorosa vida de oración”.

Por su parte, nuestro obispo, Atilano Rodríguez Martínez, en su carta pastoral de septiembre de 2018 “¿Para qué un Sínodo?” nos pide ofrece estas reflexiones sobre la vocación sacerdotal y consagrada: “A los sacerdotes os agradezco vuestro entusiasmo y servicio generoso, a los consagrados os animo a aportar la riqueza de vuestros carismas, a los cristianos laicos a proponer vuestra experiencia de fe y vuestra alegría evangelizadora en la Iglesia y en el mundo. Finalmente, todos hemos de agradecer la oración, sacrificios y reflexiones de las queridas monjas de clausura y de todos los miembros de la vida consagrada por los frutos del sínodo” (Carta pastoral “¿Para qué un Sínodo?”, pág. 60).

 

Preguntas y propuestas para el trabajo en grupos

Tras estos y otros materiales, y desde un clima explícito de escucha, diálogo y oración, nuestro cuaderno sinodal 1, tema 1, sesión 2, formula, para el trabajo de los grupos, cinco preguntas, cuyas respuestas, en su momento, se estudiarán y formarán parte de los siguientes pasos del camino sinodal.  Las preguntas han de ser respondidas, preferentemente, en grupo y recogidas las distintas respuestas.   

Estas son las preguntas y propuestas: (1) ¿Has captado bien el concepto vocación-misión, como una realidad unida? (2) ¿Observas alguna diferencia sustantiva entre la vocación-misión del Antiguo Testamento y las del Nuevo Testamento?

(3) ¿Qué opinas de las palabras de Benedicto XVI, recién citadas, “las vocaciones sacerdotales y religiosas nacen de la experiencia del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con Él, para entrar en su voluntad”?

(4) ¿A qué misión sientes que te empuja el Espíritu Santo en este momento y en esta diócesis?  (5) Señalar entre todos tres o cuatro propuestas para impulsar la pastoral vocacional en nuestra diócesis.

(6) ¿Qué piensas qué sucede hoy en nuestros hogares cristianos para que surjan tan pocas vocaciones de especial consagración? (7) Y todo esto, ¿qué te dice a ti para tu vida cristiana y eclesial, y para tu contribución al Sínodo?

 

 

PUBLICADO EN NUEVA ALCARRIA 25 FEBRERO 2022

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, consecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos», tema propuesto por el Papa Francisco para este año.

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Anteayer, miércoles, día 4 de marzo, ha sido Miércoles de Ceniza, día del comienzo de la Cuaresma, que se prolongará hasta la tarde del Jueves Santo, 14 de abril (la Semana Santa de 2022 será del 10 al 17 de abril).

Así, pues, durante cuarenta días –imagen de los cuarenta días de Jesucristo en el desierto antes de comenzar su predicación y misión y los cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto hasta llegar a la tierra prometida-, los cristianos nos encontraremos en el tiempo litúrgico de la Cuaresma, un bien hermoso y caracterizado tiempo de preparación a los misterios centrales del cristianismo: la pasión, muerte y resurrección redentoras de Jesucristo.  

El ciclo cuaresmal tiene seis domingos, incluido el Domingo de Ramos, pórtico solemne de la Semana Santa. La espiritualidad de estas semanas mira a preparar la vivencia de la Pascua de Resurrección con mayor intensidad religiosa en las celebraciones litúrgicas y en prácticas como la oración, los retiros, la limosna, el ayuno y la penitencia. El ambiente cuaresmal se aprecia también en las celebraciones: los ornamentos son de color morado, se suprime el Gloria y el Aleluya y el templo aparece más sobrio. Todo ello hasta el Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, que será el 17 de abril.

 

Invasión de Ucrania y llamada del Papa

 

Por otro lado, en las vísperas de esta Cuaresma 2022, Rusia ha invadido Ucrania, dejando abierto un devastador escenario bélico, de conculcación de derechos fundamentales y de amenazas para toda la seguridad, bienestar, libertad y paz de la humanidad.

El día previo a la invasión rusa de Ucrania, el Papa Francisco hizo público el siguiente llamamiento: «Tengo un gran dolor en el corazón por el empeoramiento de la situación en Ucrania. A pesar de los esfuerzos diplomáticos de las últimas semanas se están abriendo escenarios cada vez más alarmantes. Al igual que yo, mucha gente en todo el mundo está sintiendo angustia y preocupación. Una vez más la paz de todos está amenazada por los intereses de las partes.

Quisiera hacer un llamamiento a quienes tienen responsabilidades políticas, para que hagan un serio examen de conciencia delante de Dios, que es Dios de la paz y no de la guerra; que es Padre de todos, no solo de algunos, que nos quiere hermanos y no enemigos. Pido a todas las partes implicadas que se abstengan de toda acción que provoque aún más sufrimiento a las poblaciones, desestabilizando la convivencia entre las naciones y desacreditando el derecho internacional.

Y quisiera hacer un llamamiento a todos, creyentes y no creyentes. Jesús nos ha enseñado que a la insensatez diabólica de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno. Invito a todos a hacer del próximo 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, una Jornada de ayuno por la paz. Animo de forma especial a los creyentes para que en ese día se dediquen intensamente a la oración y al ayuno. Que la Reina de la paz preserve al mundo de la locura de la guerra».

 

Mensaje cuaresmal papal y pandemia

 

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a) es la frase de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas que el Papa Francisco ha elegido como tema y lema para esta Cuaresma, todavía en tiempos de pandemia, la tercera consecutiva, una pandemia ahora, eso sí, mucho más leve que la vivida en 2020 y en 2021.

Y todo ello, adquiere especial resonancia e interpelación también porque estamos todavía en pandemia. De ahí, la necesidad de elevar la mirada, como nos pide el Papa, y no perder la perspectiva, que no es otra que Jesucristo encarnado, crucificado y resucitado por nosotros.

 

Señas de identidad cuaresmal

         

Durante la Cuaresma, según la legislación vigente de la Iglesia, es preciso abstenerse de comer carne durante todos los viernes de estos cuarenta días. Junto a la abstinencia, la Iglesia nos llama también al ayuno (abstinencia y ayuno constituyen la dimensión penitencial de la Cuaresma) el ayuno obliga tan solo para el Miércoles de Ceniza, el pasado miércoles, día 2 de marzo, y para el Viernes Santo, este año, el día 15 de abril.

Y hay otros dos caminos cuaresmales por excelencia: la limosna o la caridad es también espléndido y necesario camino cuaresmal. Esta limosna cuaresmal puede nutrirse del importe de aquello de lo que nos privemos a través del ayuno. Y hay otro camino cuaresmal más, que es la oración, y, de modo transversal, la formación cristiana.

 

         

Sembrar y cosechar

         

Y ahora, esta página de RELIGIÓN de hoy de NUEVA ALCARRIA ofrece una selección de 25 frases del mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2022:

 

(1) La Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado.

(2) Para nuestro camino cuaresmal de 2022 nos hará bien reflexionar sobre la exhortación de san Pablo a los Gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad (kairós), hagamos el bien a todos».

(3) En este pasaje, el Apóstol evoca la imagen de la siembra y la cosecha, que a Jesús tanto le gustaba. San Pablo nos habla de un kairós, un tiempo propicio para sembrar el bien con vistas a la cosecha.

(4) ¿Qué es para nosotros este tiempo favorable? Ciertamente, la Cuaresma es un tiempo favorable, pero también lo es toda nuestra existencia terrena, de la cual la Cuaresma es de alguna manera una imagen.

(5) La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poseer cuanto en el dar, no estén tanto en el acumular cuanto en sembrar el bien y compartir.

(6) Durante la Cuaresma, estamos llamados a responder al don de Dios acogiendo su Palabra «viva y eficaz». La escucha asidua de la Palabra de Dios nos hace madurar una docilidad que nos dispone a acoger su obra en nosotros, que hace fecunda nuestra vida.

(7) ¿Y la cosecha? ¿Acaso la siembra no se hace toda con vistas a la cosecha? Claro que sí. El vínculo estrecho entre la siembra y la cosecha lo corrobora el propio san Pablo cuando afirma: «A sembrador mezquino, cosecha mezquina; a sembrador generoso, cosecha generosa».

(8) Pero, ¿de qué cosecha se trata? Un primer fruto del bien que sembramos lo tenemos en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas, incluso en los más pequeños gestos de bondad. En Dios no se pierde ningún acto de amor, por más pequeño que sea, no se pierde ningún «cansancio generoso».

(9) Al igual que el árbol se conoce por sus frutos, una vida llena de obras buenas es luminosa y lleva el perfume de Cristo al mundo. Servir a Dios, liberados del pecado, hace madurar frutos de santificación para la salvación de todos.

 

Jesucristo, nuestra esperanza definitiva

 

(10) La resurrección de Cristo anima las esperanzas terrenas con la «gran esperanza» de la vida eterna e introduce ya en el tiempo presente la semilla de la salvación.

(11) Frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios, tenemos la tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista y refugiarnos en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás.

(12) Efectivamente, incluso los mejores recursos son limitados, «los jóvenes se cansan y se fatigan, los muchachos tropiezan y caen». Sin embargo, Dios «da fuerzas a quien está cansado, acrecienta el vigor del que está exhausto. […] Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, vuelan como las águilas; corren y no se fatigan, caminan y no se cansan».

 

 «No nos cansemos de hacer el bien»

 

(13) La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor, porque solo con los ojos fijos en Cristo resucitado podemos acoger la exhortación del Apóstol: «No nos cansemos de hacer el bien»,

(14) No nos cansemos de orar. Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse». Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa.

(15) No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal y la abstinencia que la Iglesia nos piden en Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado.

(16) No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar.

(17) No nos cansemos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa hacia el egoísmo y a toda clase de mal, y que a lo largo de los siglos ha encontrado modos distintos para hundir al hombre en el pecado.

(18) No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma, practiquemos la limosna, dando con alegría. Dios, «quien provee semilla al sembrador y pan para comer», nos proporciona a cada uno no solo lo que necesitamos para subsistir, sino también para que podamos ser generosos y hacer el bien a los demás.

(19) La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar y no evitar a quien está necesitado; para llamar y no ignorara quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar y no abandonar a quien sufre la soledad. Hagamos el bien a todos.

 

«Si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos»

 

(20) La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día».  Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor para no desistir en hacer el bien.

(21) Quien caiga, tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que «es rico en perdón».

(22) En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien. El ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda.

(23) Sepamos que «si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos» y que, con el don de la perseverancia, alcanzaremos los bienes prometidos para nuestra salvación y la de los demás. 

(24) Practicando el amor fraterno con todos nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros y empezamos a saborear la alegría del Reino de los cielos, cuando Dios será «todo en todos».

(25) Que la Virgen María, en cuyo seno brotó el Salvador y que «conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón», nos obtenga el don de la paciencia y permanezca a nuestro lado con su presencia maternal, para que este tiempo de conversión dé frutos de salvación eterna.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 4 de marzo de 2022

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

DESPUÉS QUE PASES, LUEGO QUE TE HAYAS IDO,
Entonces, cuando el mundo ni conozca siquiera
Sino que ya no eres, porque tu efímera carrera
Por las sendas caminó que conducen silenciosas al olvido…

Una presencia brillará en lo alto y lo hará de tal manera
En que no haya nación que no siga analizando el sonido
Sosegado de su son sonoro, y del mensaje en él sumido,
Que perdura cuando todo ya ha pasado, cayendo afuera.

Un hombre es que pervive vivo -más que nadie- y ha reunido
En torno a sí mayores controversias y esperanzas a su vera.
Padre de la confianza, agua para la gente en viaje -aún romera-
A la que da fortaleza, coraje y brío en un futuro a Él asido.

Su nombre es Jesús, el Cristo, y la misericordia es la escalera
En la que nos alza e iza y enarbola al mundo por él esclarecido…
Será Él quien perdure y siga, después que pases, ya dormido,
LUEGO QUE TE HAYAS IDO a gozar en otro lugar de su pradera,

hayan sido tus hazañas u escritos o esfuerzos, en este mundo… cualesquiera.

 

Juan Pablo Mañueco

 

 Poemas del libro "Cantil de Cantos IX. Los versos del cardenal" de Juan Pablo Mañueco

 

 

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