Luis Marín de San Martín

(Subsecretario del Sínodo de los Obispo)

 

 

 

Parafraseando a san Juan XXIII cuando hablaba del Concilio, podemos decir que también nosotros somos novicios en lo que se refiere al Sínodo y a la sinodalidad, aun tratándose de una realidad tan antigua y, al mismo tiempo, tan actual como la Iglesia. Desde que san Pablo VI lo instituyó en 1965, sí nos hemos ido familiarizando con el Sínodo de los Obispos, cuya asamblea se celebra periódicamente para tratar argumentos de importancia eclesial. Esta institución, en la que se concreta un modo de ejercer la colegialidad, ha estado abierta a renovación y al cambio por lo que se refiere a su organización y estructura. En esta línea se expresaron y actuaron tanto san Juan Pablo II como Benedicto XVI.

Pero ha sido el Papa Francisco quien ha dado un paso enorme al poner el foco en la sinodalidad de toda la Iglesia. Un primer intento lo encontramos en el Sínodo sobre la Familia, cuando Francisco promovió en la Iglesia una consulta sobre la familia según la orientación y el espíritu del proceso sinodal y celebró el Sínodo de los Obispos en dos momentos: una Asamblea extraordinaria en 2014 y una Asamblea ordinaria en 2015. Las experiencias en la sucesiva Asamblea ordinaria de 2018 sobre los jóvenes y en el Sínodo Especial Panamazónico de 2019 desembocaron en la decisión del tema para la siguiente Asamblea: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». El llamado «Sínodo sobre la sinodalidad» implicaba un gran cambio, no entendido como originalidad sino como revitalización de la que es una esencial dimensión de la Iglesia, hasta entonces tal vez no suficientemente considerada. Eso suponía:

  • Desarrollar y revitalizar la dimensión sinodal de toda la Iglesia. Porque es toda la Iglesia (no solo los obispos) la que es sinodal en su esencia y, por tanto, en el ser, el actuar y el estilo.
  • Renovar la propia institución del Sínodo de los Obispos, sin que esto suponga anular esta expresión de la colegialidad, sino contribuyendo a potenciarla.

Por eso, el proceso sinodal iniciado en octubre de 2021 es ya Sínodo (caminar juntos) y no solo un modo de preparar la Asamblea del Sínodo de los Obispos, fijada para octubre de 2023. Ni tampoco esta Asamblea puede considerarse como punto de llegada, sino como un elemento más del proceso para hacer realidad una Iglesia toda ella sinodal, que vive la comunión, impulsa la participación corresponsable y se orienta a la misión evangelizadora

 

El impulso inicial

La primera etapa ha sido la diocesana, iniciada desde abajo: parroquia-diócesis-Conferencia Episcopal. En ella se han clarificado algunos aspectos:

  • Hemos precisado de qué se trata, debiendo superar equívocos muy arraigados: el término Sínodo(camino que se hace juntos, comunión en el camino) hace referencia a la entera Iglesia y no puede identificarse únicamente con el Sínodo de los Obispos. De hecho, en la Iglesia han existido y existen diversas estructuras sinodales, varias de ellas recogidas en el Código de Derecho Canónico (concilios, sínodos, consejos pastorales, consejos económicos, capítulos conventuales, etc.).
  • Nos hemos abierto a la unidad pluriforme de la Iglesia. No hay un único camino para seguir a Cristo, sino tantos como personas existen, ya que cada uno es llamado a seguirle según una vocación específica (laical, sacerdotal, consagrada) y cada uno responde según su propia personalidad, formación, cultura, sensibilidad. Pero, eso sí, todos integrados, formando parte de la única Familia de Dios. En esta unidad de amor es donde encontramos la posibilidad de enriquecimiento mutuo.
  • Hemos ido comprendiendo que la sinodalidad es para vivir y no solo para pensar. La propuesta se orienta a la autenticidad, a la coherencia de nuestra fe y no, prioritariamente, al intercambio de opiniones, al crecimiento numérico, a la clarificación teológica o a la actualización de las estructuras, por importantes que sean. Es la vivencia de Cristo, la participación y la experiencia en el Resucitado lo que da sentido y posibilidad a todo ello. No olvidemos que la Verdad no es una idea, sino una persona viva.

El riesgo de seguir a Cristo

Algunos pueden insistir en la irrelevancia del proceso sinodal. Otros en su peligro. Algunos otros en su ineficacia. Una mentira varias veces repetida no se convierte en verdad. No fomentemos las caricaturas ni trivialicemos algo serio, una posibilidad que Dios nos ofrece. La soberbia y la dureza del corazón puede frustrar la acción divina, que no se impone, sino que se propone. Esta oferta de gracia debe ser acogida con humildad y gratitud, con disponibilidad. A través de nuestra participación, puede llegar a otros y contribuir a revitalizar la Iglesia. A los que miran con suspicacia, a los que se limitan a criticar desde sus atalayas ideologizadas, a los que ven siempre el vaso medio vacío, a los que tienen miedo a dejar seguridades, yo les digo, de corazón: participa, dialoga, aporta luz, no tinieblas; ya está bien de individualismo y soledad; superemos el anonimato y la indiferencia; vamos a ayudarnos unos a otros como hermanos que somos: tenemos necesidad unos de otros para poder vivir a Cristo. Solo si abrimos las puertas de nuestro corazón, podrá obrar el Espíritu, Señor y dador de vida. La sinodalidad es una gracia, no una amenaza. Estamos ante una excelente oportunidad para profundizar en la experiencia de Cristo Resucitado, robustecer el sentido comunitario de la fe e impulsar el testimonio evangelizador. Esto es la sinodalidad. Los medios son la oración, la escucha y el diálogo, la implicación corresponsable, siempre abiertos al Espíritu Santo, en las circunstancias concretas de tiempo, lugar y cultura. Desde ahí vendrán los necesarios cambios personales, comunitarios, estructurales, como consecuencia y expresión de vida en Cristo, que nos orienta a la felicidad y a la alegría participada y compartida.

Y esta experiencia de Jesús Resucitado debe comunicarse. Los cristianos tenemos aquí una gran responsabilidad. El proceso de secularización en todo el occidente ha llegado a cotas alarmantes y la misma fe cristiana se torna irrelevante en muchos países. Ante este panorama, esta urgencia de revitalización evangelizadora que requiere un testimonio claro y creíble, los cristianos, con demasiada frecuencia, nos perdemos en divisiones, discordancias, particularidades, intereses de grupo; insistimos hasta la saciedad en lo que nos separa, en las discrepancias, y no en lo que nos une. El proceso sinodal está abierto a todas las voces, a todas las sensibilidades. Nadie sobra, todos somos necesarios en esta unidad pluriforme, como bellamente señalaba san Juan Pablo II. Parecemos olvidar que el eje de la vida cristiana es el amor y que la Iglesia es comunión. Solo desde el amor fundante, el amor primero, las diferencias son posibilidad de enriquecimiento mutuo; de lo contrario se tornan en motivo de enfrentamiento. El mundo no puede creer si no damos testimonio de Cristo. En efecto, si no somos comunidad de amor, nos convertimos en agresivas bandas sectarias o en individualidades egoístas, cansadas, hedonistas y desmotivadas. La mundanización, que supone la pérdida del sentido religioso y la adopción de los criterios del mundo, se manifiesta en gran medida en la defensa de las seguridades, en la ideologización de la fe, en la profesionalización de los ministerios, en la adopción de un cristianismo a la carta del que solo se acepta lo que coincide con los propios criterios.

Dos hechos significativos: el primero es que el sector más entusiasta y el más implicado es el de los laicos y el segundo es que el clero tiene una gran capacidad para condicionar el proceso: el párroco o el obispo puede potenciarlo, comunicando ilusión y ganas, o dejarlo languidecer y frustrar así la acción del Espíritu. Ninguno de nosotros es el dueño de la Iglesia. Se impone una serena reflexión entre todos y de todos. Como punto de partida creo necesario:

  • Asumir que es consustancial a la fe cristiana la profundización vivencial en el misterio de Cristo y el dinamismo evangelizador. Y que la vida cristiana es peregrinación, camino de santidad, vía hacia la plenitud.
  • Asumir que Cristo es el único redentor; que Cristo resucitado está indisolublemente unido a su Iglesia (a toda la Iglesia); que el Cristo Total ni está dividido ni es divisible. El Bautismo, siempre en conexión con los otros dos sacramentos de iniciación cristiana e inserto en la realidad sacramental de la Iglesia, es el sacramento básico porque nos incorpora a Cristo, con todo lo que conlleva.
  • Asumir que el Espíritu Santo, Espíritu de Amor, suscita en la Iglesia diversidad de carismas y ministerios que no deben homogeneizarse, sino desarrollarse e interrelacionarse. Todos ellos se orientan siempre al bien de la Iglesia.
  • Asumir que no es el poder, sino el servicio, lo que determina la actividad en la Iglesia, lo que debe caracterizar a todos los cristianos y orientar todas sus estructuras.
  • Asumir que el Papa es el centro de unidad (cum Petro et sub Petro). Como ha indicado Joseph Ratzinger de forma precisa, la comunión con el Papa es comunión con la totalidad, sin la cual es imposible la comunión con Cristo. Y hoy el Papa es Francisco.

Se hace camino al andar

Concluye la etapa diocesana pero el proceso continúa también a nivel parroquial, diocesano y nacional. Se trata de continuar avanzando con paciencia y perseverancia, de ir tomando decisiones fruto del discernimiento. Ya tenemos magníficos materiales a disposición en las síntesis que se han realizado a todos los niveles: grupal, parroquial, diocesano (en su caso, congregacional), nacional. No se trata de documentos que se archivan una vez redactados, sino de puntos de partida, documentos de trabajo que ofrecen espléndidas oportunidades de renovación.

 

Propongo algunas acciones prioritarias:

  • Considerar cómo seguir avanzando en todo lo conseguido. Las síntesis y las asambleas no son un punto de llegada, sino una etapa en un proceso dinámico que no termina. Por tanto, deben continuar los equipos sinodalespara realizar una doble tarea: seguir coordinando el trabajo sobre lo expresado y recogido en las síntesis diocesanas o nacionales; ser punto de enlace en la sucesiva etapa continental.
  • Reflexionar sobre las carencias. Poner nombre a los fantasmas que algunos perciben cuando se habla de sinodalidad. No obviarlos. Un camino por recorrer es el del encuentro con estos sectores que menos participan en el proceso sinodal, que se sienten marginados o que manifiestan más dudas o recelos. Es preciso saber el porqué de su ausencia, escucharlos y dialogar con ellos.
  • Cuidar la comunicación, tanto en lo que se refiere a los canales y cauces como al lenguaje. Se trata de llevar a cabo una «pedagogía» sinodal sólida, pero al mismo tiempo comprensible e inteligible. Es necesario desarrollar una correcta comunicación si queremos evitar que sectores fuertemente ideologizados condicionen el proceso sinodal o lo vinculen a criterios políticos o ideológicos de distinto signo, frecuentemente en escasa sintonía con la Iglesia. No podemos limitarnos a enunciar los tres o cuatro temas recurrentes que a menudo se utilizan solo como bandera de enganche. También me parece necesario un mayor contacto con los profesionales católicos de la comunicación, una mayor escucha y diálogo con este sector tan importante. Y favorecer una mayor interrelación entre ellos.
  • Prestar una particular atención a varios aspectos, entre los que destacan cinco:
  • La dimensión espiritual, orante.
  • La práctica del discernimiento. No se trata solo de resumir y sintetizar opiniones.
  • La escucha e inclusión de los márgenes, de todos los márgenes.
  • La corresponsabilidad y participación. También la interconexión e interrelación de los diferentes carismas y ministerios.
  • La común dimensión evangelizadora.
  • Robustecer los fundamentos teológicos de la sinodalidad. No debe ser percibida solo como una opción pastoral, un quehacer sociológico o una mera reestructuración administrativa. Se trata de profundizar en el ser de la Iglesia, en su identidad. Y para ello debemos desarrollar mucho más, entre otras, las referencias bíblicas, eclesiológicas, sacramentales, ecuménicas, históricas y patrísticas.
  • Revisar las estructuras sinodales de participación a todos los niveles. Son muchas y, como ya he indicado, muy variadas (desde los consejos pastorales a los sínodos diocesanos, pasando por los consejos presbiterales, de consultores, económicos, etc.). Detengámonos en todas ellas, evaluemos su organización, su funcionamiento, su eficacia; preguntémonos cómo mejorarlas, como potenciarlas, partiendo de la corresponsabilidad de todos los cristianos, según los diferentes carismas y vocaciones. Seamos creativos y abrámonos también a otras posibilidades.

 

Una mirada al futuro

A mediados de agosto recibiremos en la Secretaría del Sínodo todas las síntesis; en septiembre procederemos al estudio y discernimiento que nos permita preparar el documento sobre el que se trabajará en la sucesiva etapa continental. Esperamos que pueda estar listo en octubre. Ya estamos en diálogo con las Conferencias Episcopales Internacionales con vistas a un trabajo coordinado. La Secretaría General del Sínodo ha consultado también a las Conferencias Episcopales sobre la organización de la fase continental. Emerge la necesidad de implicar en ella a los representantes de todo el Pueblo de Dios. Por eso, se piensa en dos momentos: una Asamblea eclesial continental seguida de un encuentro de obispos para releer colegialmente la experiencia sinodal vivida.

Enviaremos también indicaciones e informaciones que puedan ser de ayuda. Por mi parte quiero expresar mi profundo agradecimiento al Señor que, en su infinita misericordia, me ha llamado a participar activamente en este momento histórico, en este evento de la gracia. Mi gratitud también a todos los hermanos y hermanas, tan diferentes, que tengo la alegría de encontrar y con los que comparto camino, es decir: fatigas, dudas, ilusiones, gozos búsqueda. Y, siempre, una inmensa esperanza.

 

 

 

 

 

Rafael C. García Serrano

(Conferencias de San Vicente de Paúl de Guadalajara)

 

 

 

 

Donde estáis,

años aquellos, sueños aquellos

              - hoy tan lejanos -

 

aquella primavera interminable,

              aquel vivir

siempre con luz de amanecida;

 

aquel volver de cada noche

              con un cansancio

que apenas se notaba;

 

aquel no temer al otro día,

               y tener siempre delante

un horizonte, un camino,

alguien que espera.

 

Donde estáis

               ¡en que rincón,

            en que lugar del olvido

años que fuisteis y se fueron!

 

Tercera y última entrega de visita guiada a la exposición en la catedral seguntina, hoy con los principales contenidos de sus capítulos quinto y sexto

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

«ATEMPORA, Sigüenza 2022. Segontia entre el poder y la gloria», ante el 900 aniversario de la reconquista de Sigüenza y restauración de la histórica diócesis de Sigüenza.  Este el título y el tema de la nueva exposición que la catedral de Sigüenza, en iniciativa conjunta con el gobierno regional, alberga desde la tarde del pasado viernes 22 de julio.

La exposición se puede visitar todos los días de la semana en horario de 10:30 a 14 horas y de 16 a 19 horas. El precio por persona es de 8 euros. Se puede reservar la entrada en el teléfono 662 1875 08.

La primera entrega de esta visita guiada a la exposición en la catedral se publicó el 29 de julio y la segunda, el 5 de agosto, en esta misma página de Religión de NUEVA ALCARRIA. Hoy es la tercera y última entrega.

 

Siglos XV y XVI, la edad de oro seguntina

 

El bloque E o capítulo 5 de la exposición está dedicado al periodo de mayor esplendor de la ciudad, al que algunos historiadores han denominado como la Edad de Oro seguntina. Se trata de los siglos XV y XVI, es decir el final de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento en España. Este momento de esplendor estará representado por el obispo don Pedro González de Mendoza, conocido como «el tercer rey de España» por su gran poder e influencia.

Aquí vemos su retrato, y tan solo algunos metros su escudo, que encontramos repetido en innumerables ocasiones por el edificio, singularmente en el coro catedralicio. Fue bajo su mandato cuando se construyeron en la ciudad la Plaza Mayor, el Acueducto o la Universidad, pero también cuando se impulsó la transformación de la catedral.

 

Retablo de San Juan y de Santa Catalina

 

Aunque son muchas las piezas de arte que se pueden admirar en este bloque, una parada obligatoria es frente al antiguo retablo de la familia de La Cerda, que fue la propietaria de la que luego pasará a ser la capilla de la familia Arce.  Nos hablamos en el brazo sur del crucero, en la capilla del Doncel y entorno.

 

 

Se trata de un retablo del siglo XV, de factura gótico-flamenca, de extraordinaria calidad, en el que se representan las vidas de San Juan Bautista y de Santa Catalina de Alejandría. Lo que se puede ver es una recomposición ideal del retablo, ya que una parte de sus tablas fueron desmembradas y vendidas por separado a diversos museos y particulares.

Gracias a la generosa colaboración del Museo del Prado, donde actualmente se conservan cinco tablas de este retablo, ha sido posible plantear como debió ser su aspecto original, algo nunca antes mostrado y el visitante de la exposición tiene el privilegio de ver por primera vez. 

 

El Doncel, siempre el Doncel

 

Destaca en este espacio la capilla de don Martín Vázquez de Arce, el Doncel de Sigüenza, muerto en la guerra de Granada en 1486, con tan solo 25 años, que nos recibe con un libro en las manos, vivo y despierto, a diferencia de todas las esculturas de personas que podemos ver en la catedral o en esta misma capilla, que se nos muestran sin vida o dormidas. La prodigiosa escultura del Doncel en estilo gótico flamígero o isabelino, data del año 1493, de autor anónimo. Sobrecoge de que autor de la obra halla representado vivo y semiyacente al Doncel, la belleza, compostura (ojos vivos, libro en las manos, vestido de comendador de la Orden Militar de Santiago, a la que perteneció), simbolismo (un anticipo del ideal renacentista) y mensaje del personaje, muerto en la guerra de Granada, en junio de 1486. Es de autor anónimo.

Además de contemplar la figura del Doncel, en este excepcional espacio se ha instalado un árbol genealógico presidido por un escudo recién restaurado del Doncel, a partir del que podremos entender las relaciones familiares de las personas aquí enterradas.

 

 

Capilla Mayor y Púlpitos

 

Al fondo de la capilla mayor, en un plano elevado sobre el nivel de la capilla por medio de tres escaleras y rodeado por el gran retablo tardo renacentista, que hizo Giraldo de Merlo, por disposición del prelado fray Mateo de Burgos, a comienzos del siglo XVII, vemos el altar mayor, el lugar donde se hace presente el sacrificio de Cristo. El altar mayor es el centro espiritual de la catedral, la fuente de donde brota la gracia. En el altar mayor se encuentra también la sede y la cátedra del obispo, donde éste ejerce su triple ministerio: enseñar, santificar y regir.

El retablo fue recientemente restaurado (2009) por el Ministerio de Cultura, al igual que su reja y púlpitos. La capilla mayor de la catedral es coronada en su bóveda por una extraordinaria clave con un Pantocrátor medieval como figura decorativa.

La capilla mayor de la mayor está en la cabecera del templo, al este, y es prolongada por el crucero -también de belleza extraordinaria-, en la nave central, y el coro, espléndida obra del siglo XVI con dos magníficos órganos musicales.

Custodian la capilla mayor de la catedral seguntina dos magníficos púlpitos: el púlpito de la Epístola o Predicatorio, de finales del siglo XV, mandado erigir por el ya citado cardenal Mendoza; y el púlpito plateresco del Evangelio, de mitad del siglo XVI.

 

El coro gótico-renacentista

 

El coro de la catedral es un espacio reservado para la oración cantada del cabildo catedralicio que, en nombre de toda la comunidad diocesana, reza la liturgia de las horas. Se comunica con el Altar Mayor, cuyo retablo de Giraldo de Merlo acabamos de narrar, a través de la denominada Vía Sacra, ubicada en la nave central de la catedral, y así denominada porque atraviesa la nave central del templo, de tres a imitación de Cruz de Jesucristo y comunica el palo vertical (el servicio a Dios) de la cruz con el palo horizontal (el servicio al prójimo).

Su fábrica es de sillar y el interior va revestido de una excelente sillería de nogal de estilo gótico castellano. La planta es rectangular, con tres lados y 84 sitiales distribuidos en dos órdenes. Terminado en 1491, fue completado posteriormente añadiendo sillas en la parte inferior, destinadas a beneficiados y cantores.

Las sillas superiores, asignadas a canónigos y seglares invitados, se muestran más trabajadas, sobre todo en sus respaldos. Destaca la elegante silla episcopal que muestra la influencia del gótico flamígero. Su respaldo está decorado con las figuras de dos profetas. Dos ángeles sostienen el escudo heráldico del cardenal Mendoza, obispo de Sigüenza y arzobispo de Toledo, mecenas de este coro. Corona la silla episcopal un pináculo aéreo, que asemeja una mitra, signo episcopal. La autoría decorativa de la silla del obispo parece pertenecer al maestro Rodrigo Duque Alemán.

Sobre el doselete corrido de la sillería se emplaza una balaustrada plateresca del siglo XVI, elaborada por los entalladores Calderón y Juan de Amores y por el pintor Juan de Arteaga.

 

Nave del Evangelio

 

La exposición continua por la nave del Evangelio de la catedral, donde se pueden ver algunas obras de arte de los siglos XIV y XVI, entre las que destacan dos pequeñas esculturas recién restauradas (respectivamente, dos representan a los apóstoles Simón y Judas, y las otras dos  representan las virtudes de la fe y de la prudencia; que proceden del primitivo retablo mayor y del relicario, también respectivamente; y varios enterramientos, como el sepulcro doble de don Juan González de Monjúa y don Antón González, que nos sorprende por su curioso montaje con una figura casi colocada sobre la otra. También se puede ver el Arca de la Misericordia, recientemente recuperada, donde los fieles depositaban limosnas para los más pobres.

Si avanzamos unos pasos, en una de las capillas laterales, podremos admirar el extraordinario retablo gótico dedicado a San Marcos y Santa Catalina, que dan nombre a esta capilla, junto al sepulcro del fundador de la misma, Juan Ruiz de Pelegrina.         

Cierra el bloque E o capítulo 5 un pequeño apartado dedicado a la figura de San Cristóbal, cuya popularidad y devoción entre los siglos XV y XVIII llevó a muchos templos y catedrales a pintar su figura con desproporcionadas dimensiones, ya que se pensaba que aquel que contemplaba la imagen de San Cristóbal podía evitar la muerte súbita, al menos por ese día.

 

Siglos XVII y XVIII

 

El sexto y último bloque de la exposición está dedicado a los siglos XVII y XVIII. Como apertura de este apartado, se ha elegido el retablo barroco del siglo XVII que está presidido por la talla medieval de la Virgen de la Mayor, patrona de la ciudad. Los dos arcángeles que nos dieron la bienvenida al entrar en la exposición, coronaban originalmente este retablo, como podemos ver en la postal y grabado que se exponen en el lateral derecho del propio retablo.

A continuación, y según se avanza en el recorrido por este bloque, y ya en la nave de la epístola, se muestra, en tres apartados, algunos aspectos de la vida civil, religiosa y económica de la época.

Además, este espacio de la catedral cuenta con algunos interesantes retablos de los siglos XVII y XVIII, uno de ellos dedicado a San Pascual Bailón, fraile franciscano del siglo XVI, natural de Torrehermosa, entonces dentro del territorio de la histórica diócesis seguntina.

También se pueden ver varios cuadros y tallas de temática religiosa que han sido restaurados para la ocasión; pero, sin duda, la pieza más sorprendente la encontramos en el centro de la sala: un catafalco mortuorio procedente de la localidad de Atienza, que, a través de diversas frases escritas, recuerda que la muerte, antes o después, a todos alcanza.

 

Agua y sal 

 

Desde el mundo romano, la posibilidad de disponer de agua potable en cantidad y calidad suficiente siempre fue una de las grandes preocupaciones de las ciudades. Sigüenza, con su estatus de ciudad, contó con un acueducto propio ya a finales del siglo XV, que fue necesario modificar en el siglo XVII, tal y como muestran los dibujos que se pueden ver aquí, junto a dos arcaduces o tuberías de cerámica que servían antaño para canalizar el agua por la ciudad.

Finaliza la visita frente a una impresionante noria, procedente de las salinas de Imón, que se encuentran al norte de Sigüenza. Junto a ella podemos ver unas imágenes de cuando estaban en funcionamiento, a principios del siglo XX, y varios planos que nos recuerdan la importancia que la sal tuvo para toda la comarca, pues no en vano, las salinas de estas tierras fueron las más rentables e importantes del reino. La sal, el oro blanco de la historia, es el motor económico que explica y da sentido a todo lo que hemos podido ver a lo largo de nuestro recorrido por la exposición, pues gracias a su comercialización, la catedral y la diócesis estuvieron en condiciones de acometer muchas de sus obras y proyectos. Con ella terminamos un viaje de 2.300 años de historia por una comarca que hoy aspira a convertirse en Patrimonio Mundial.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 26 de agosto de 2022

Un querido consocio español me hizo llegar este bonito artículo que me pareció bueno para que lo conozcan mis amigos. Gracias, José María (Nota de José Ramón Díaz-Torremocha - email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.)

 

 

Por José María Vera

(Conferencia Virgen Milagrosa de Madrid)

 

 

 

Tedio: del latín “Taedius”, producir tedio – repugnancia, fastidio, molestia

Aburrimiento: acción o efecto de aburrirse, cansancio, no saber que hacer

Soledad: Carencia, voluntaria o involuntaria de compañía – melancolía que se siente por la   ausencia de alguna persona o cosa.

 

Tedio y aburrimiento, tienen una cierta similitud. Mas bien relación.

Resulta posible aburrirse sin tener conciencia de ello, como también lo es aburrirse sin saber el motivo o explicación de dicho aburrimiento. 

El tedio, tiene una cierta similitud en ocasiones, con la melancolía, tristeza o depresión que hace que el que la padece no encuentra gusto ni diversión en ninguna cosa. El tedio suele surgir cuando nos resulta imposible hacer lo que queremos o lo que nos gusta hacer. 

Hay que tener en cuenta que todas las curas que se recomiendan como apropiadas para combatir el tedio, como dedicarse al arte, al deporte, a viajar, lo más importante para un católico su relación con Dios, todo ello lo debemos hacer por nosotros mismos. En realidad, no podemos asegurar si el mundo se nos presenta carente de sentido porque nos aburrimos o si nos aburrimos porque el mundo no tiene sentido. La palabra aburrimiento, se ha convertido en uno de los usos lingüísticos más frecuentes. 

No es el tedio la enfermedad del aburrimiento, de no tener nada que hacer, sino la enfermedad más grave es sentir que no vale la pena hacer nada. Recuerdo que, en la época de mi niñez, era difícil aburrirse: nos entreteníamos con cualquier cosa (jugando al aro, a las canicas, al escondite etc) Actualmente a pesar del número de artilugios que han surgido, mas que entretener les subyugan no saben estar sin ellos, todavía se oye la palabra aburrimiento. 

Voy a dejar el tedio y el aburrimiento, para concentrarme en la soledad, que es la situación personal más frecuente. Es cierto que la soledad se suele experimentar como una carga. Sin embargo, todo ser humano ha estado solo en alguna ocasión, unas veces más que otras. 

Quizás sea que el número de personas de más de setenta años, ha aumentado de manera considerable y por lo tanto el número de personas que se encuentran solas ha crecido; y a pesar de la Televisión y el teléfono móvil, lo que se echa de menos es la comunicación interpersonal. 

En épocas anteriores nos entreteníamos con las tertulias después del café, las meriendas más frecuentes entre mujeres. Actualmente el aumento de personas mayores, la forma de trabajo de los seres queridos ha llegado a considerarse como una enfermedad (tristeza, melancolía), esto se ha pretendido paliar con las residencias de mayores y los centros de día. Finalmente, la aparición de la enfermedad del “corona virus”, que obligó a permanecer confinados en nuestros domicilios, ha hecho que haya aumentado la soledad y el aburrimiento, difícil de superar a no ser que demos a nuestra vida un sentido de dejar la oscuridad con la idea de gozar de la luz, para crear un espacio propicio para llegar a Dios.

 

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

Laudado seas, Señor, en todas tus criaturas.
Alabado por el sol, la luna y las estrellas,
Ungido por el viento seas y las nubes bellas.
Den loas a ti el agua, el fuego, tierra y alturas.

 

ALABADO, por hacer apero de perdón,
DIOS SEAS, al humano capaz de perdonar.
Obra grande será pues será capaz de amar.
SEAS, SEÑOR, modelo en tal sacra misión.

 

EN donde haya discordia, que ponga yo la unión,
TODAS las vidas sepan sentir mi corazón.

 

TUS palabras sirvan para darnos la esperanza,
CRIATURAS de la fe, la cual todo en la vida alcanza.

 

Y que sepa amar incluso aunque no sea amado,
que sepa consolar, aun sin ser yo consolado.

 

Que el otro sea por mí ayudado y comprendido,
y lo que esté separado sepa hacerlo unido.

 

Porque dando es como más consuelo se recibe,
y amando más es como más amor se percibe.

 

Y sea incluso la hermana muerte corporal,
habiendo de venir, puerta a vida y no a otro mal.

 

Que el Espíritu nos guíe a Ti, Señor soñado,
y sea humilde y sin soberbia incluso el papado.

 

 

Juan Pablo Mañueco

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016.

Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

Vídeo autor:

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

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