Guía para el trabajo sinodal en grupos del tema segundo, sesión primera, del cuaderno primero, "Llamados", de nuestro Sínodo de Sigüenza-Guadalajara

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Ofrecemos hoy la cuarta entrega del retorno en la diócesis al trabajo de los grupos para nuestro Sínodo. Nuestra primera entrega, de NUEVA ALCARRIA del 4 de febrero, hacía memoria del camino sinodal recorrido desde mayo de 2018 hasta enero de 20221 y del camino que ahora se abre y de sus etapas siguientes.

En los números de este periódico de los viernes 18 y 25 de febrero, abordábamos las dos primeras sesiones o apartados, respectivamente, del cuaderno de trabajo número 1, titulado “Llamados”.  La vocación universal a la santidad y las vocaciones para un seguimiento especial y más consagrado (la vocación sacerdotal y la vocación a la vida consagrada en sus distintos modos y formas de consagración) fueron sus contenidos.

Este viernes y el próximo nos adentramos en el segundo tema de este cuaderno primero de trabajo sinodal en grupo. Los fundamentos de la fe cristiana son sus ejes, divididos en dos nuevos apartados: Jesucristo, fundamento de la fe (tema de nuestro artículo de hoy) y el papel tan importante que en la fe desempeñan la familia, la parroquia, la escuela y los medios de comunicación (que comentaremos la próxima semana).

        

Lo que es y significa la fe cristiana

 

El autor del libro del Nuevo Testamento de la Carta a los Hebreos (capítulo 12, versículo 2) nos llama al respecto a tener la mirada fija en Jesucristo, “que inició y completa nuestra fe”. Esto significa, en primer lugar, que Jesucristo es el quicio fundamental de nuestra fe.

No hay fe cristiana sin encuentro, adhesión y seguimiento a Jesucristo. En Él, encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación.

Benedicto XVI, en su primera encíclica “Deus caritas est” (Dios es amor), fechada en la Navidad de 2005, escribía: “…No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

El tema de la fe fue uno de los ejes principales del ministerio de Benedicto XVI (2005-2013). Por ello, el 11 de octubre de 2011, convocó a toda la Iglesia a celebrar un año santo especial, el Año Santo de la Fe, con ocasión de los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II.  Los documentos “Porta fidei” (La puerta de la fe), “Lumen fidei” (La luz de la fe) y “Evangelii gaudium” (La alegría del Evangelio), son los tres textos de los papas Benedicto XVI y Francisco en aquel año de la fe, que discurrió del 11 de octubre de 2021 al 24 de noviembre de 201, ya con Francisco como Papa.

 

 

Decálogo de lo esencial de la fe cristiana

 

De los tres documentos papales recién citados, entresacamos las siguientes reflexiones, en forma de decálogo, son los fundamentos de la fe cristiana:

(1) La fe cristiana necesita y es inseparable del encuentro personal con Jesucristo. Es una fe esencialmente cristológica.

(2) La fe cristiana es creer en Jesucristo y con Él en Dios Padre y en el Espíritu, La fe es, de este modo, una fe trinitaria. Es creer en Dios uno y trino.

(3) Estas verdades de fe se expresan en el Credo Apostólico y en el Credo Nicenoconstantinopolitano.  Son los credos “corto” y “largo” que se recitan en las misas dominicales y de las solemnidades litúrgicas. Son también y respectivamente el Credo o Símbolo de los Apóstoles, el más antiguo símbolo bautismal; y el Credo formulado en el siglo IV, tras los Concilios de Nicea, año 325, y de Constantinopla, el primero de ellos, del año 381.

(4) La fe cristiana se nutre en la Palabra de Dios.  De modo que debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios. Una Palabra de Dios tal y como en el depósito de la fe nos custodia y transmite siempre viva la Iglesia y su magisterio auténtico.

(5) Por todo ello, la fe cristiana es asimismo inseparable e indisociable de fe en la Iglesia. La fe nace, crece y se difunde y testimonia en, con y desde la Iglesia.

(6) Y una de las derivadas y consecuencias del quinto punto recién glosado es la dimensión pública de la fe, también esencial a la misma. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con Él. Y este “estar con Él” nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.

(7) La fe cristiana es siempre indisociable e inseparable de la caridad y viceversa. La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda.

(8) La fe cristiana crece creyendo y se fortalece mediante las pruebas y dificultades que la aquilatan y robustecen. Y las dificultades (pensemos en la experiencia vivida con ocasión de la pandemia del coronavirus) ponen a prueba la fe para aquilatarla y para robustecerla.

(9) La fe cristiana encuentra en María Santísima y en los santos su modelo, su cumplimiento, su viabilidad. María y la historia de los todos los santos de todos los tiempos es también la historia del fruto de la fe. Un santo canonizado es aquel cristiano que, antes de ser examinado en su intercesión posible en un milagro, ha recibido el reconocimiento oficial de la Iglesia de haber vivido las virtudes cristianas de modo eminente y heroico.

(10) Y para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica (1992) un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.

 

Iluminación bíblica

 

El apóstol san Pedro, en su primera carta (libro del Nuevo Testamento), capítulo 1, versículos 6 al 9 nos habla de cómo las dificultades ponen a prueba nuestra fe y la robustecen:

“Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas”.

 

Catecismo de la Iglesia Católica

 

El Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 168, afirma lo siguiente, donde presenta la indisociable unidad entre la fe cristiana y la pertenencia eclesial:

“La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor (Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia, -A Ti te confiesa la Santa Iglesia por toda la tierra- cantamos en el himno Te Deum), y con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar también: "Creo", "creemos". Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo. En el Ritual Romano, el ministro del bautismo pregunta al catecúmeno: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" Y la respuesta es: "La fe". "¿Qué te da la fe?" "La vida eterna".

 

Obispo diocesano

 

Don Atilano Rodríguez, nuestro obispo, con fecha 1 de mayo de 2020, publicó la carta pastoral “Con gratitud y esperanza” en la que compartía con todos los diocesanos su experiencia durante la pandemia; en ella nos dice:

“El Dios, que se ha hecho uno de nosotros, que ha querido compartir nuestra existencia y que nos amó hasta el extremo de dar la vida por nosotros, es el único que puede fundamentar la esperanza humana. Solo el amor de Dios, manifestado en Jesucristo, permite mantener la esperanza en un mundo que, por naturaleza, es imperfecto. El amor de Dios, que es un amor absoluto y sin límites, puede garantizarnos la participación de la vida plena, de la vida eterna, que todos anhelamos. Cuando tomamos conciencia de nuestra finitud y de nuestra pobreza, podemos acoger al Resucitado y dejarle entrar a formar parte de nuestra existencia”.

Y añade nuestro obispo diocesano. “La fe en la persona de Jesucristo y la confianza en sus promesas nos ofrecen la luz que necesitamos para avanzar en el presente y nos capacitan para afrontar el futuro a pesar de las dificultades del camino. Es más, la fe nos impulsa a dar frutos de buenas obras y a mantener fija la mirada en la herencia eterna que, anhelantes, esperamos alcanzar un día. Jesucristo resucitado nos atrae a todos hacia sí y nos convierte en sarmientos de la vid, que es Él mismo, por medio del sacramento del bautismo y de los restantes sacramentos (Cfr. Juan 12, 32)”.

“Por eso –concluye-, como en su día le dijo a Marta, la hermana de Lázaro, hoy nos dice a nosotros: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Juan 11, 25-27). Estas palabras de Jesús, podrían ayudarnos a reflexionar sobre nuestra fe y responder a preguntas como estas: ¿En quién o en qué creemos? ¿Qué lugar ocupa Dios en nuestra existencia? ¿En quién ponemos nuestra fe y nuestra esperanza, en la ciencia y en la técnica o en el Dios revelado en Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra salvación?”.

 

Preguntas y propuestas para el trabajo en grupos

 

Tras estos y otros materiales, y desde un clima explícito de escucha, diálogo y oración, nuestro cuaderno sinodal 1, tema 2, sesión 1, formula, para el trabajo de los grupos, cinco preguntas, cuyas respuestas, en su momento, se estudiarán y formarán parte de los siguientes pasos del camino sinodal.  Las preguntas han de ser respondidas, preferentemente, en grupo y recogidas las distintas respuestas. 

 

Estas son las preguntas:

 

1.- ¿Cómo nos resuena la afirmación de que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”?

2.- ¿Qué es para cada uno de los miembros del grupo la Palabra de Dios y cuál es su experiencia real de ella?

3.- ¿Cómo resuena la afirmación según la cual la fe cristiana no es nunca un hecho privado, sino que conlleva necesariamente una responsabilidad y dimensión social y pública?

4.- ¿Qué hacer en nuestras parroquias para pasar de una “fe sociológica” y heredada a una “fe personalizada, iluminada y testimonial”?

5.- La fe se purifica y robustece ante las pruebas y dificultades, ¿cómo has sentido y transmitido tu fe cristiana durante el confinamiento y pandemia?

Asimismo, se formulan estas dos propuestas: (1) Releer en grupo el Credo apostólico y el Credo nicenoconstantinopolitano y aclarar algunos de sus conceptos y lenguaje. (2) Una lluvia de ideas sobre la Virgen María y los santos como modelos e intercesores de la fe cristiana.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 25 de marzo de 2022

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

Menos que nada soy, aun menos nada

En relación a ti, Jesús, el Cristo.

No puedo pensar que siquiera existo,

Otra cosa no que por Ti soñada.

 

Sólo en Ti soy, de tu materia visto,

Queriendo imitarte entre tu sagrada,

Unica sustancia nunca creada.

Encimado a Ti, a mí ya desprovisto.

 

Nada más que Tú ya soy, amigada

Aura divina que me envuelve, ansiada.

 

Dame tu mano que si en Ti y contigo me amisto,

SOY la afortunada brizna de mi Dios, el Cristo.

 

 

Juan Pablo Mañueco

http://www.aache.com/alcarrians/manueco.htm

 

Poema del libro "Saetas a las Semanas Santas de España".

Cantil de Cantos. V. Saetas a las Semanas Santas de España  

 

Para conocer la definición y ejemplos de la estrofa nueva denominada "castellana":

https://aache.com/tienda/es/645-cantil-de-cantos-iii-las-estrofas-castellanas.html

 

 

Juan Pablo Mañueco

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016.

Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

Vídeo autor:

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

El 19 de marzo, fiesta de San José, es el Día del Seminario; y en las comunidades autónomas en que no es festivo, como la nuestra, se celebra el domingo 20

 

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

En el entorno de la fiesta de san José, llega también el Día del Seminario. «Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino» es su lema para este año, un lema claramente en clave sinodal.  Este curso 2021-2022. hay 1.028 seminaristas mayores en España, una cifra, de nuevo, en descenso en relación con los anteriores años. El número de seminaristas menores, también a la baja, es de 818. En 2021, hubo en toda España 125 ordenaciones sacerdotales, una menos que en 2020.

El Día del Seminario es una veterana jornada eclesial, con más de 80 años de trayectoria, destinada a suscitar vocaciones sacerdotales.  Es, por ello, jornada de oración, de sensibilización y de animación vocacional y de presentación de testimonios de los propios seminaristas. Asimismo, el Día del Seminario da a conocer la vida, en sus dimensiones humana, formativa, espiritual, pastoral y material, de nuestros seminarios y llama, mediante colecta imperada, a colaborar económicamente con su sostenimiento.

La jornada del Día del Seminario es un momento propicio para poner de manifiesto la solicitud de cada parroquia por el seminario y por las vocaciones sacerdotales. La Iglesia en este día nos propone mostrar nuestra cercanía y aprecio por cada seminarista y orar por ellos, por sus formadores y por todas las vocaciones sacerdotales.

 

 

Tres seminaristas en Sigüenza-Guadalajara

 

Nuestra diócesis de Sigüenza-Guadalajara mantiene sus tres seminaristas mayores: Enrique López Ruiz, ya diácono desde el verano pasado y quien será ordenado presbítero esta primavera; Emilio Verada Cuevas, que el sábado 20 de marzo de 2021 recibió asimismo el lectorado y el acolitado y quien podría ser ordenado diácono en este verano; y Diego Gonzalo Moreno, que, en celebración, presidida por el obispo y llevada a cabo en la iglesia del seminario diocesano “San José” de Guadalajara, recibió, el sábado 12 de marzo, los ministerios de lector y acólito.

Nuestros tres seminaristas diocesanos estudian y residen en Madrid, aunque los fines de semana vuelven a nuestra diócesis y colaboran con la pastoral. Diego Gonzalo, el más joven de los tres, vecino de Azuqueca de Henares (parroquia de La Santa Cruz), con raíces familiares en Torrebeleña y Casasana, y de 23 años, colabora pastoralmente en la parroquia de Santa María Micaela de Guadalajara; Emilio, que es de Guadalajara (parroquia de Santiago Apóstol), con raíces en Pareja y en Budia, de 25 años, colabora con la parroquia de San José Artesano de Guadalajara. Enrique, que es el mayor en edad, 32 años y natural de Guadalajara (parroquia de Santa María), sirve pastoralmente en las parroquias de San Pascual Baylón y Beata María de Jesús, con la colaboración de estas a la unidad pastoral de Jadraque. Enrique cursa estudios de licenciatura en Catequética y Evangelización, y Diego y Emilio, 6º de Teología, incluido el primer curso de licenciatura en Teología Litúrgica y Teología Moral, respectivamente.

Entre otras actividades para el Día del Seminario 2022, junto a testimonios vocacionales en parroquias y el envío de la propaganda correspondiente a estas, el viernes 18 de marzo, a las 21 horas, la capilla del Seminario de Guadalajara acoge una vigilia de oración vocacional, promovida por las delegaciones diocesanas de Pastoral Vocacional y de Apostolado Seglar y Nueva Evangelización.

 

«Sacerdotes…»

 

El objetivo del seminario es acompañar a jóvenes llamados por Dios para ser sacerdotes, ayudándolos en el discernimiento de su vocación y formándolos para servir al pueblo de Dios. Del mismo modo que Jesucristo los llamó para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, en el seminario nos encontramos una comunidad que escucha su palabra, la interioriza y se pone en camino para seguir sus pasos.

A semejanza del Señor, que reunió al grupo de los apóstoles, en el seminario se vive en comunidad, estableciendo relaciones de fraternidad y lazos de amistad sincera. La relación personal con el Maestro no excluye, sino que se enriquece con la presencia de compañeros y la vivencia en comunidad de la fe y de la vocación. Esto es preparación y anticipo para un estilo de ser sacerdote y de estar presente en medio de la Iglesia y del mundo.

Por ello, el lema de este año empieza con la palabra «sacerdotes» en plural, recordándonos el sentido del seminario y llamándonos a acrecentar la fraternidad. Los sacerdotes no son llamados para estar solos. El seminario nos enseña la importancia de la comunidad y la necesidad de vivir una sana fraternidad.

Además, los sacerdotes han de saberse unidos a un presbiterio, llamados a trabajar en común y a acrecentar la fraternidad sacerdotal. Una fraternidad sacerdotal que es querida por Dios, igual que la que vivieron los apóstoles, y que por ello no es algo opcional, sino esencial en nuestra vocación.

 

«…al servicio...»

 

El lema de este año nos presenta también la vocación sacerdotal como servicio. Desde el principio, los cristianos estamos llamados a imitar a aquel a quien seguimos, que nos aseguró que él «está en medio de nosotros como el que sirve». Por eso el sacerdocio solo puede entenderse desde el servicio. Esto supone una gramática elemental de la vida como don recibido que tiende, por propia naturaleza, a convertirse en un bien que se dona; nuestro ser es «ser para los demás» y toda vocación auténtica es servicio a los otros.

En el seminario, los seminaristas aprenden a vivir el servicio y a servir a los hermanos, como parte integrante y fundamental de la vocación. Los intereses egoístas y el provecho propio han de desterrarse y deben dejar lugar al desarrollo de una vocación recibida para ser entregada. Solo desde la entrega la vocación recibe todo su sentido.

El sacerdocio, junto con la Palabra de Dios y los signos sacramentales, a cuyo servicio está, pertenece a los elementos constitutivos de la Iglesia. El ministerio del presbítero está totalmente al servicio de la Iglesia. El desempeño del ministerio sacerdotal conlleva saber servir a las comunidades a las que los sacerdotes son enviados. En el servicio discreto y silencioso, alejado de protagonismos, pero rico en experiencias y alegrías, los sacerdotes descubren unidos a quien no vino a ser servido, sino a servir, encontrando en ello la razón de nuestra vocación.

 

«…de una Iglesia…»

 

El servicio al que se llama a los sacerdotes (al igual que a todo el pueblo de Dios) se desempeña en el seno de la Iglesia, esposa de Cristo. La formación es, por tanto, fundamentalmente eclesial y comunitaria.

El futuro sacerdote proviene de la Iglesia particular y a ella regresa para servirla como pastor, con un nuevo envío y un carácter sacramental. Este regreso ministerial se refiere a la comunidad diocesana en la que quedará incardinado, para representar sacramentalmente a Cristo Cabeza, Siervo, Sacerdote, Esposo y Pastor, poniéndose al servicio de la comunión y de la misión confiada a la Iglesia: la evangelización.

El seminario es una etapa crucial en la vida del sacerdote, puesto que allí se aprende que la Iglesia, en su desvelo por cada uno de sus hijos, necesita de hombres dispuestos a servir y entregar su vida en todo tiempo y en cada circunstancia. Un servicio y una entrega de la vida que es también respuesta a las necesidades concretas de la Iglesia. El servicio que implica la vocación sacerdotal se debe llevar a cabo en la Iglesia tal y como esta necesita y espera ser servida.

Por eso, el seminario supone un momento de despojamiento, no solo porque introduce en la dinámica del servicio, sino también de la renuncia a los propios planes y proyectos en aras a una entrega total y sin reservas.

El sacerdote debe ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, con una ternura que incluso asume matices del cariño materno.

La Iglesia a la cual los sacerdotes se entregar y sirven, que acoge y cuida, tiene unas necesidades que deben ser atendidas. Jesucristo amó y se entregó por su Iglesia, y los sacerdotes están llamados a actuar del mismo modo. Aunque en la misma Iglesia hay diversidad de carismas, y el seminario es siempre ocasión de conocerlos y apreciarlos, todos están dados por el Espíritu para la edificación de aquella. La etapa del seminario sirve para comprender también que la diversidad no debe ser disgregación, sino cooperación al bien común.

Los sacerdotes, cada uno desde la misión confiada y contando con los distintos carismas presentes en la Iglesia, están llamados a servir a todo el pueblo de Dios. Por eso, el sacerdote debe ser hombre de comunión en una pastoral comunitaria, valorando y potenciando la aportación específica del laicado y de la vida consagrada, y aprendiendo a descubrir, discernir y promover los distintos carismas, ministerios e iniciativas evangelizadoras suscitados por el Espíritu en la Iglesia en orden a una fructífera colaboración.

 

«… en camino...»

 

La Iglesia está en camino constantemente, puesto que sigue a Jesucristo, su esposo, que es el camino, la verdad y la vida. La Iglesia militante a la que pertenecemos y a la que estamos llamados a servir, se pone toda ella en camino tras las huellas de su esposo.

La Iglesia peregrina en este mundo y busca caminos para llegar a todos los pueblos anunciando el Evangelio. Toda la Iglesia es misionera, toda la Iglesia sale a los cruces de los caminos para proponer a los hombres de buena voluntad la buena noticia.

Y en su peregrinar por este mundo, la Iglesia se muestra solícita buscando ser mensajera de la verdad, anunciando el Evangelio, en diálogo con un mundo tan necesitado de escuchar la buena nueva. Los futuros sacerdotes han de prepararse para vivir en una Iglesia en salida que disponga todos sus medios y estructuras en orden al anuncio del Evangelio, en una permanente conversión pastoral y misionera.

La Iglesia en camino enseña a los seminaristas en su etapa de formación que el anuncio del Evangelio es una misión que atañe a todo cristiano, y por supuesto, a los sacerdotes. En el seminario, con toda la ilusión de un corazón joven que quiere entregarse, los seminaristas tendrán ocasión de conocer que, en este anuncio, el sacerdote experimentará los gozos y las fatigas de una tarea irrenunciable de su vocación. El sacerdote está al servicio de la Iglesia, caminando con todo el pueblo de Dios y haciéndose eco de la llamada dirigida a cada hombre de cualquier época a formar parte de ella.

El Sínodo universal (en nuestro caso, también diocesano) en el que nos encontramos nos hace a todos ponernos en camino juntos. También los sacerdotes están llamados a caminar con todo el pueblo de Dios, poniéndonos a su servicio. El ejemplo de los sacerdotes, que salen de sus comodidades y de lo que ya conocen, para esforzarse en evangelizar y aportan su presencia y compañía a los bautizados, es un poderoso testimonio para los seminaristas.

Y aunque, en ocasiones, debido al estilo de vida propio de los seminarios, el contacto con las parroquias se vea reducido durante un tiempo en el que los seminaristas están aparentemente desconectados, sin embargo, la Iglesia, que es madre y cuida de todos sus hijos y custodia sus vocaciones, se mantiene en oración y en vela y hace partícipes a los seminaristas de todas sus inquietudes, retos y misiones.

 

Estampa del Día del Seminario 2022 (PDF)

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 18 de marzo de 2022

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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Lo observo con frecuencia y me entristece. Un día, hoy o hace cien años, uno o algunos cristianos tocados por el Espíritu Santo, por el “Orfebre de los Santos”, regalan al mundo y al Pueblo de Dios, el nacimiento de una obra cualquiera que sea pero que viene justificada por hacer el bien. Que viene a cubrir, la mayoría de las veces, una necesidad específica y que justifica por sí misma, el nacimiento de ese nuevo servicio Eclesial. De ese nuevo llevar a Cristo al mundo que nos rodea.

También a veces, la polvareda del camino que andamos, que anda ese nuevo regalo en forma de concurso para aliviar o servir a otros, el polvo que se nos adhiere va poco a poco, desviándonos de los objetivos fundacionales. De aquellos para los que nos soñaron. Los sucesores de aquellos fundadores desean aportar su propia visión y aumentar los objetivos o reformar las prioridades de la primera hora. Siempre con la mejor intención ¡faltaría más! Pero……… ¡no siempre se hace el bien, aunque se crea que se está haciendo! No siempre. A veces se propone frente a la propia filosofía de los primeros años.

Con más frecuencia que la debida y creo que todos sabemos y pondríamos ejemplos exactamente de lo contrario, de cómo nos olvidamos de practicar como básicos las aspiraciones de la primera hora y las cambiamos por otras más fáciles. Más llevaderas, más cómodas y frecuentemente menos exigentes para nosotros. Santa Teresa de Ávila es un buen ejemplo de cómo tuvo que rebelarse contra esas prácticas.

Unas prácticas que a veces, ni tan siquiera están entre los objetivos acordes con la filosofía del fundador o fundadores de la Obra en cuestión, o con su carisma, pero sí parece que son muy atractivos para “venderse”. Para vender que la obra en cuestión, se “moderniza”. Para venderse, a veces, añadiría venderse a sí mismos, los promotores de esos cambios tantas veces innecesarios y en contra del mismo espíritu fundacional.

Con frecuencia lo que hacemos es desvirtuarla. Es crear otra cosa y no siempre mejor que la anterior. Hay veces que dejamos lo bueno para simplemente optar por lo mediocre, pero que consideramos más visible.

Seamos conscientes de que en un mundo cada día más alejado de los conceptos morales básicos no digo ya de los religiosos, estos cambios lo que logran es hacernos menos útiles a la extensión del Reino y con frecuencia, nos alejan de la oración, la meditación de la Sagrada Escritura, de la lectura apropiada, de la búsqueda del buen consejo, por encontrar todo ello, “pasado de moda y casi inservible frente a la modernidad”. Olvidándonos con frecuencia de lo que nos ha enseñado siempre la Iglesia y como nos lo recuerda y enseña el Concilio Vaticano II en la “Lumen Gentium” (10):

“Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (Cf. 1 Pe 2, 4-10). Por ello, todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (Cf. Act 2, 42.47), han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rom., 12,1), han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se la pidiere, han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (Cf. 1 Pe 3, 15)”.

Roguemos y estemos siempre vigilantes para qué a estos peligros, no sucúmbanos nunca en las Conferencias ni en aquellas obras cuya filosofía católica, nos es grata.

 

Por María, siempre a Cristo con y por María.

 

 

 

MODERNISATIONS?

 

I often observe it and it saddens me. One day, today or a hundred years ago, one or a few Christians touched by the Holy Spirit, by the "Goldsmith of the Saints", give to the world and to the People of God, the creation of a work, whatever it may be, but which is motivated by doing good. Most of the time it meets a specific need and justifies in itself the birth of this new ecclesial service, of this new way of bringing Christ to the world around us.

Sometimes, too, the dust of the road we walk, that this new gift walks in the form of support to relieve or serve others, the dust that sticks to us, diverts us little by little from our foundational objectives. From those for which we were dreamed. The successors of those founders wish to bring their own vision and increase the objectives or reform the priorities of the first period. Always with the best intentions, of course! But ......... we do not always do good, even if we think we are doing it! Not always. Sometimes there are propositions against the very philosophy of the early years.

More often than we should, and I think we all know it and would give examples of exactly the opposite, how we forget to practice as fundamentals the aspirations of the first hour and replace them with easier ones. More bearable, more comfortable and often less demanding for us. Saint Teresa of Avila is a good example of how she had to rebel against such practices. 

These practices are sometimes not even among the objectives in line with the philosophy of the founder or founders of the Work concerned, or with their charisma, but they do seem to be very attractive in order to "sell themselves". To sell that the work in question is "being modernized". I would add that sometimes the promoters of these changes seek to sell themselves. Changes that are so often unnecessary and contrary to the founding spirit itself.

Often what we do is to distort it. It is to create something else and not always better than the previous one. There are times when we leave aside the good simply to choose the mediocre, which we consider more visible.

Let us be aware that in a world increasingly distant from basic moral concepts, let alone religious ones, these changes make us less useful for the spread of the Kingdom and often move us away from prayer, meditation on the Holy Scripture, appropriate reading and the search for good advice. Because we find all this "out of fashion and almost useless in the face of modernity". We often forget what the Church has always taught us, and what the Second Vatican Council reminds us and teaches us in “Lumen Gentium” (10):

"The baptised are consecrated as a spiritual house and a holy priesthood by the regeneration and anointing of the Holy Spirit, so that through all the works of the Christian man they may offer spiritual sacrifices and proclaim the wonderful deeds of him who called them out of darkness into a wonderful light (cf. 1 Pet 2:4-10). Therefore, all Christ's disciples, persevering in their prayers and praise of God (cf. Acts 2:42,47), are to offer themselves as a living sacrifice, holy and acceptable to God (cf. Rom. 12:1). They are to bear witness to Christ everywhere and to those who ask them, they are also to give an account of their hope of eternal life (Cf. 1 Pe 3, 15)”.

Let us pray and be ever vigilant so that we never fall prey to these dangers in the Conferences or in those works whose Catholic philosophy is pleasing to us.

 

Through Mary, always to Christ with and through Mary.

 

(1) Vincentians pray that the Holy Spirit will guide them in their encounters with those who suffer and make them channels of the peace and joy of Christ (Rule S.S.V.P. art.

Rafael C. García Serrano

(Conferencias de San Vicente de Paúl de Guadalajara)

 

 

 

 SAL DE TI

 

Sal de ti,

rompe la cáscara

de tu ceguera,

desanuda la cuerda

que aprisiona

tu generosidad

a tu egoísmo.

 

Sé menos tú

para empezar a ser

más de tu prójimo.

Serás más de Dios

que está en tu prójimo

esperándote.

 

No te niegues

a quien verdaderamente eres

y recibe al Señor

con tus egoísmos

atenuados

y tu corazón abierto.

 

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