Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

El término es relativamente moderno y de una actualidad pasmosa. Responde a una forma de ser religioso, especialmente en el ámbito juvenil, donde todo vale. Los que asumen desde esta perspectiva su fe primero viven abocados al relativismo, para después tener que huir de él. El término teoplasma, definiría la religiosidad como una especie de pasta dúctil, el plasma, a partir de la cual se daría forma a sus propios dioses. 

Que todo vale significa que se cree en las propias fuerzas personales, que no se tiene fe en aquello que va más allá de las propias potencialidades y que se hace del cuerpo, del consumismo, de la ecología, de la tecnología, de las vibraciones internas, de la meditación sin Dios o de la brujería una religión. 

Se critica la institución en sí misma, ya no es necesario que algún miembro de la Iglesia de mal testimonio de su compromiso vital para apartarse de ella, porque la Iglesia en sí ha perdido la influencia que en otro tiempo pudo tener entre los jóvenes  y estos ahora ya no confían en el mensaje que presenta al mundo como Buena Noticia. La Iglesia ya no es necesaria, según su percepción, para relacionarse con Dios. Tampoco la recepción de los sacramentos. 

En un reciente informe sobre los jóvenes, que cada cierto tiempo realiza la Fundación SM, queda patente que estos se sienten cada vez más alejados del hecho religioso y que la religión ocupa uno de los últimos lugares en la escala de las cosas importantes para los jóvenes (16 %).  No obstante un 40 % de los jóvenes españoles todavía se define como católico. 

Estos datos deben interpelarnos, especialmente ahora que la Iglesia se prepara para celebrar la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que estudiará el tema: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Esto implica cambiar el chip y descubrir nuevas fórmulas de acercamiento a los jóvenes del mundo de hoy, que viven en un espacio muy cambiante, que busca modelos normales y que se expresa como generación híper conectada. 

No debemos tirar la toalla puesto que, según indica el documento preparatorio de la próxima sesión del sínodo "en la búsqueda de caminos capaces de despertar la valentía y los impulsos del corazón no se puede dejar de tener en cuenta que la persona de Jesús y la Buena Noticia por Él proclamada siguen fascinando a muchos jóvenes". Esta realidad y el deseo de que el evangelio transforme el corazón de muchos, provocando una conversión de vida, debe motivar nuestro trabajo pastoral y nuestro propio testimonio.

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

El Señor habló a Moisés: «Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz” (Núm 6, 22-26).


BENDECIR A DIOS
Tobías: «Bendito seas, Dios misericordioso, | y bendito sea tu nombre por siempre; | que tus obras te bendigan por los siglos. (Tb 3, 11) «Bendito sea su gran nombre; | benditos todos sus santos ángeles. | Que su gran nombre nos proteja. (Tb 11, 24)

Job: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor». (Job 1, 21)

El salmista: “Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica | ni me retiró su favor” (67, 20). Bendito sea el Señor, Dios de Israel, | el único que hace maravillas; bendito por siempre su nombre glorioso; | que su gloria llene la tierra. |¡Amén, amén! (73, 18-19)

Daniel: «Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres: | a ti gloria y alabanza por los siglos. | Bendito tu nombre, santo y glorioso: | a él gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres en el templo de tu santa gloria: | a ti gloria y alabanza por los siglos” (Dn 3, 52-57)

Zacarías: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, | porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación | en la casa de David, su siervo (Lc 1, 68-69)


BENDICIÓN DE DIOS
Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra». (Gn 12, 3). Los de Ismael bendicen a Isaac: Que el Señor te bendiga ahora (Gn 26, 29)

Que Dios te conceda el rocío del cielo, | la fertilidad de la tierra, | abundancia de trigo y de vino. Que te sirvan los pueblos, | y se postren ante ti las naciones. | Sé señor de tus hermanos, | que ellos se postren ante ti. | Maldito quien te maldiga, | bendito quien te bendiga». (Gn 27, 28-29). Que Dios todopoderoso te bendiga, te haga fecundo y te multiplique, hasta que llegues a ser una multitud de pueblos” (Gn 28, 3)

“El Dios en cuya presencia caminaron | mis padres Abrahán e Isaac, | el Dios que me ha pastoreado | desde mi nacimiento hasta hoy, | el ángel que me ha librado de todo mal, | bendiga a estos muchachos”. (Gn 48, 15). “Que el Señor, Dios de vuestros antepasados, os haga crecer mil veces más y os bendiga” (Dt 1, 11).


BENDECIDOS DE DIOS
“Bendito quien confía en el Señor | y pone en el Señor su confianza” (Jr 17, 7).

“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. (Mt 25, 34-36).

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl de Guadalajara)

 

 

Estaban solos en la estancia. Una madre orgullosa de su hijo y un hijo pletórico de amor por aquella que le había concebido. Cada uno estaba a su obligación pero, de vez en cuando, levantaban la mirada uno u otra de su quehacer y miraba con ternura a su compañero de estancia. 

¡Cómo te quieren todos, hijo! dijo por fin la madre. Me lo dicen muchos cuando me piden que a la vez te pida algo a ti. 

El hijo, como en alguna otra ocasión, la miró y calló Era la criatura perfecta. La que mejor y con más confianza se había entregado a los servicios que él necesitaba. Era su madre. Siempre pendiente de él. Desde que recordara, siempre estaba ella allí para lo que necesitara. Recordó, como si ello hubiera sido posible, cuánto reforzó su amor cuando despareció el hombre de la casa: aquel al que había llamado padre. Siempre la madre. Ayudándole, curándole en ocasiones, las pequeñas heridas producidas en sus juegos de muchacho. Pero siempre estaba ella allí. Hasta el final. Hasta vivir el mayor sufrimiento que puede sentir una madre: dejar el mundo después del hijo querido. 

Pensó en la afirmación de su madre: ¿Era cierto que todos le querían? Sabía por propia y dolorosa experiencia cuánto y con cuánta saña le habían hecho sufrir cuando terminó su trabajo. Aquel trabajo para el que había nacido. No. No todos le habían comprendido. Incluso surgió la traición entre algunos de los más queridos. 

Pero no dijo nada. Sólo mantuvo su mirada en ella con ternura y calló.  

Pensó en el mundo que él había ayudado a ser mejor. Pensó en su nacimiento y en todas las señales que le acompañaron al salir del vientre de su madre. Pensó en su propio sufrimiento. En lo injusto que habían sido con él, los que se llamaban sus amigos. Lo poco que le habían comprendido a pesar de sus explicaciones y fundamentalmente de sus ejemplos. Como en una película, como en el presente, todo para él ya lo era, visionó toda su vida entre aquellos a los que había venido a salvar. ¡Lo recordaba tantas veces! ¡Tantas veces los que se decían sus amigos y seguidores lo celebraban cada día en cada rincón del mundo para recordarle! Pero ¿eran sus seguidores de verdad o sólo de boca? 

Allí abajo, muy abajo, vio a tantos de los que se llamaban sus seguidores, a veces de manera no consciente, hacer lo contrario de aquello que él, con mansedumbre, les había enseñado. Se apenó. 

Pero también encontró a muchos que querían seguirle y que con sus limitaciones humanas, sin embargo se empeñaban en hacerlo y así lograr hacer un mundo mejor. Y vio que lo conseguían. Que poco a poco, el mundo mejoraba. Que poco a poco, aunque más despacio de lo que él deseaba, todo mejoraba. Bueno todo, todo no… pero mucho sí. Se alegró. 

Recordó de nuevo aquella pequeña aldea en Judá. Recordó todo su sufrimiento. Recordó la cruz. Pero también, recordó su gozo de haber salvado a cada uno de los seres humanos. Los nacidos antes, los de su época en la tierra y los que vendrían más tarde. Nos recordó a todos. A cada uno de nosotros por los que se sacrificó llevando el amor y la misericordia al límite, tal y como le había pedido su padre. A cada uno, por nuestros nombres. Individualmente conocidos. 

Aquel milagro, se inició con el nacimiento de un niño en Belén de Judá. Dentro de unos días lo celebraremos los hombres. Daremos gracias a aquel que todo lo puede, por conocernos individualmente y por amarnos singularmente. Algunos también, nos dejaremos arrastrar por el espíritu festivo que, sin duda tiene tal efemérides, pero lo llenaremos de cosas en lugar de sentimientos. 

¡Sin embargo, nos haremos el firme propósito de ser mejores! De corresponder mejor a su Amor que fue donado primero que el imperfecto nuestro por él. 

Gracias a su madre que un día dio el “fiat” y que nos sigue acompañando pendiente de lo que nos pueda faltar para comentárselo a su hijo, como en Caná de Galilea. Todo a él, sin duda. Desde la alabanza debida, hasta la suplica por aquello que nos preocupa. Pero siempre, siempre, a través de la madre. Es garantía de que nos escuchará con la mayor ternura ¡se lo pide su Madre! 

Lo celebraremos con alegría. ¡Pues estamos salvados, liberados de la muerte! De la muerte, en Él, vencedores. Una Navidad que nos lleve, como nos pide el Papa Francisco a “amar de verdad”:

  «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3-16)   (del  MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO en la I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES)

Queridos amigos: ¡FELIZ Y SANTA NAVIDAD!

 

José Ramón Díaz-Torremocha

de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalara

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

(Dieciocho rogativas al cielo por la lluvia, siguiendo las directrices de la diócesis)

 

Gota ya antes de nacer rota, gota.

Diáfano vive siempre el cielo, diáfano.

Ignota idea de la nube, ignota.

Pájaro siempre con pico en sed, pájaro.

 

Azota la aridez al suelo, azota.

Párpado celeste agotado, párpado.

Mota de polvo que entre polvo es mota.

Páramo de soledad, lacio páramo.

 

Rota, ajada, sin barro tierra, rota.

Relámpago ausente, inerte relámpago.

Derrota de la lluvia ya, derrota.

 

Cántaro que nunca ha de romper, cántaro.

Remota la esperanza, muy remota.

Párrafo mustio aguarda rosas, párrafo.

 

Cota de nieve sin nieve en la cota.

Lluvia, que esta prez por la viva lluvia

brota en el aire, por si  lluvia brota.

Música de agua en pentagrama, música.

 

Juan Pablo Mañueco, del libro "Cantil de Cantos IX"

 

http://aache.com/tienda/655-cantil-de-cantos-ix.html

Por Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio de Buenfuente)

 

 

Muy queridos en el Señor: En la puerta de la Navidad, del Nacimiento de nuestro Salvador, nos encontramos en la oración y en la celebración de la Eucaristía,  pero no como el año pasado por estas fechas, ¡no!; ¡ojalá nuestra vida sea como un tornillo, que cada vez que da una vuelta, se introduce un poquito más en el corazón de Dios! Tal vez, sea más acertado decir: ¡ojalá en cada vuelta abramos un poco más la puerta de nuestro corazón a Cristo! De esta manera, podemos dejar salir todo lo que estorba, entretiene los afectos y no deja entrar a Dios. Y así, con sincero corazón cantar con el salmista: “¡Portones alzad los dinteles! Que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria” (sal 24, 7). 

A lo largo de todo el Adviento, que está a punto de finalizar, la Iglesia nos ha ayudado a prepararnos para acoger al Redentor. En la liturgia de la Palabra del Domingo pasado escuchamos a Juan Bautista decir de si mismo: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor” (Jn 1, 23). “Allanad el camino del Señor”, esta frase ha resonado muy particularmente en nosotras. Allanar en la convivencia cotidiana, facilitar que el Señor llegue al corazón de quienes viven cerca de nosotros, de quienes Él pone en nuestro camino. Allanar un camino significa quitar las piedras, rellenar los baches, en definitiva facilitar el tránsito por él. A esto nos llama el Señor: a remover las piedras de nuestro orgullo, a rellenar los baches de nuestro egoísmo, en definitiva a vaciarnos, a renunciar a nosotros mismos, al menos no poner resistencia a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. 

Con el Evangelio mencionado, resonando en el alma, hemos tropezado con la siguiente frase de la Madre Maravillas de Jesús: “Mi Cristo está en mí y Él es el que lo hace todo”; que nos aclara muy bien lo que dice san Pablo a los gálatas: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga. 2-20).  Esta expresión de san Pablo, también podría narrar la vivencia de la Virgen María tras la Encarnación del Verbo de Dios en su seno, por obra del Espíritu Santo. Con este anhelo en el corazón: “dejar a Cristo que lo haga todo en nuestra vida”, escuchemos la recomendación de la Virgen María a los pastorcitos Lucía, Jacinta y Francisco, en Fátima hace un siglo:

 

“El santo Rosario constantes rezad y la paz al mundo el Señor dará”

Y esperemos la Salvación de Dios, porque como dice el profeta Isaías: “los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse” (Is 40, 31).

 

Unidos en la oración ¡Feliz Navidad!

 vuestras hermanas de Buenafuente del  Sistal   

Información

Obispado en Guadalajara
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Teléf. 949231370
Móvil. 620081816
Fax. 949235268

Obispado en Sigüenza
C/Villaviciosa, 7
19250 Sigüenza
Teléf. y Fax: 949391911

Oficina de Información
Alfonso Olmos Embid
Director
Obispado
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Tfno. 949 23 13 70
Fax: 949 23 52 68
info@siguenza-guadalajara.org

 

BIZUM: 07010

CANAL DE COMUNICACIÓN

Mapa de situación


Mapa de sede en Guadalajara


Mapa de sede en Sigüenza

Si pincha en los mapas, podrá encontrarnos con Google Maps