Sublime testimonio de perdón de un sacerdote Copto-católico de Egipto
Por Juan José Plaza
(Delegación de Misiones)
Muchas cosas nos vino a enseñar Jesucristo, el Hijo de Dios, a los hombres. Pero estoy seguro de que la que más nos cuesta aprender a sus discípulos es el perdonar.
Tanto insistía el Señor en que sus seguidores tenían que perdonar, que Pedro le pregunta: “¿Y hasta cuantas veces tengo que perdonar a mi hermano, si me ofende? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: No digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mat. 18,21).
Y en la suprema cátedra de la Cruz, antes de morir, nos dio Jesús su última lección sobre el perdón, pidiendo al Padre perdonara a sus verdugos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” ( Luc. 23,34).
Esta lección de perdón dio sus frutos de conversión en el buen ladrón y en el centurión, que estaba al pie de la Cruz, pues cuando Cristo expiró exclamó: “Este era verdaderamente Hijo de Dios” (Mat. 27,54). La Misericordia, el perdón verdaderamente revela a Dios, lo que es en sí mismo, su presencia.
El perdón fue uno de los distintivos de los primeros cristianos. Los paganos no comprendían cómo podían perdonar a los que les hacían mal. Sobre todo, cuando eran llevados al martirio.
A veces nos viene a la cabeza esta pregunta: ¿Quedan aún hombres que vivan esta obra de misericordia, al nivel de los primeros cristianos? Pues sí. Ahí están nuestros hermanos cristianos perseguidos de Siria, del Irak, Egipto…
Los días 6,7 y 8 de Junio tuvimos la Asamblea nacional de delegados de misiones y directores de las OMP en el Escorial. El tema que centró nuestra reflexión fue: “Los misioneros en tierra de conflicto”. En el programa de las asambleas siempre existen testimonios respecto al tema tratado.
¡Que Dios sea bendito y alabado! Nunca jamás he oído un testimonio tan sublime de perdón como le escuché en nuestra asamblea al Padre Atef Tawadrous, sacerdote copto-católico de Egipto.
Y no era solamente sublime lo que decía, sino cómo lo decía: la piedad, la unción espiritual, la humildad, etc., que inundaban sus palabras. Se percibía que todas sus expresiones estaban ungidas por el Espíritu Santo.
Atef vivía en un pueblo. Su padre era el encargado de traer al sacerdote todos los meses para que dijese la misa a la comunidad cristiana. Fue amenazado de muerte por ese motivo. Pero él dijo que seguiría trayéndole, aunque le costara la vida, como efectivamente ocurrió. Una noche llegaron los musulmanes a su casa y delante de su mujer y de sus cuatro hijos le mataron a puñaladas. Antes de morir dijo a sus hijos: “No renunciéis nunca a nuestra fe”. Él era el hijo menor, tenía en aquel momento 8 años.
La madre, con sus cuatro hijos, se trasladaron a vivir a otro lugar. Atef entró seminario. El día de su ordenación, en el besamanos se presentó delante de él un señor y le dijo: “Vengo a que me mates”. Atef le contestó: ¿Qué dices? Y le respondió el señor que tenía delante: “Yo fui el que maté a tu padre y estoy atormentado desde ese día”, (según sus costumbres es el hijo menor el que tiene que vengar la muerte del padre) A Atef se les saltaron las lágrimas y también al Patriarca, que le había ordenado y estaba presente. Pero inmediatamente le dijo: “Yo te perdono”, pero vete no sea que alguien de mi familia se entere y pueda hacerte daño.
Algún tiempo después se presentó el asesino de su padre en la parroquia donde servía y le dijo: “Yo quiero ser cristiano y también mi familia”.(Esto nos revela que le evangelización y la conversión de los hombres a Dios no es cuestión de palabras, sino de vida, de testimonio ).Y él les comenzó a dar la catequesis de preparación durante el tiempo correspondiente, pero de forma oculta.
Mientras tanto ejercía su sacerdocio entre los cristianos, que se reunían en casas a celebrar la santa Misa. Recibieron amenazas de que si seguían celebrando las misas se les quemarían. Lo que hicieron en algunas ocasiones. Los cristianos querían vengarse, pero el padre Atef los contuvo y les dijo que había que perdonar. Los musulmanes estaban en el mes del Ramadán y les propuso a los cristianos ir a la puerta de la mezquita. Al salir, los musulmanes del servicio religioso creían que estaban allí para vengarse, pero no, se acercaban a ellos para felicitarles por el Ramadán que estaban celebrando. Aquello desconcertó y admiró de tal manera a los musulmanes, que ya no los volvieron a molestar.
Llegó el momento de bautizar a la familia del asesino de su padre, cosa que hizo el mismo Atef. Pero, al enterarse de ello lo musulmanes les amenazaron con la cárcel, si se declaraban cristianos ante los demás y a Atef matarle, si no se marchaba.
Es lo que tuvo que hacer y lo que le mantiene fuera de su patria. Si vuelve en alguna ocasión, regresa totalmente magullado por las palizas que recibe.
Yo doy gracias a Dios por haber conocido a un “verdadero confesor de la fe”, a un testigo de Jesucristo, que como los primeros cristianos, y actualmente los cristianos del oriente medio y en otros continentes, entienden y practican las palabras de Jesús (Es decir la obra de misericordia de perdonar): “Habéis oído que fue dicho: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, orad por los que os persiguen” (Mat. 5,43).