Por Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio de Buenafuente del Sistal)

 

 

Muy queridos hermanos en el Señor Resucitado! Nos alegra enormemente compartir la Eucaristía y alimentarnos del mismo Pan, recibir la vida del costado abierto de Cristo, la  única fuente que nos salva. 

Todos los Domingos de Cuaresma, en las segundas Vísperas, hemos rezado el cántico de la primera epístola de san Pedro: “Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado”(1ª Pe 2, 24). Con este deseo en el corazón, de vivir para la justicia, y dando a cada uno lo que le corresponde, damos todo honor y gloria a Dios. Así estamos viviendo esta cincuentena pascual, que llegará a su plenitud en Pentecostés; cuando, igual que los apóstoles reunidos con María, recibiremos el Espíritu Santo.    

La Vigila Pascual comenzó invocando tres veces la Luz de Cristo, es decir siempre. En muchas ocasiones, a lo largo de la cuarentena pascual, hemos escuchado referencias a que Cristo es la Luz del mundo, nuestra Luz: “Cristo ha resucitado y con su claridad ilumina al pueblo rescatado con su sangre. Aleluya”. Ojalá esta reiteración litúrgica  nos ayude a reconocer la oscuridad de nuestros egoísmos, de nuestra ansia de reconocimiento y tantas cosas similares. Como dice san Juan en su primera carta: “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna” (1ª Jn 1, 5b). Por tanto, hermanos, acerquémonos a la Luz, a Cristo en los Sacramentos, en la Palabra y en todos los que viven cerca de nosotros. 

Aprovechamos esta carta para reconocer que la participación tan asidua en el Misterio de nuestra salvación, de la muerte y resurrección de Cristo, en la Eucaristía, es en la vida cotidiana una poderosa arma frente a la tribulación, frente a la tentación de vivir según nuestra voluntad. Por esto, escuchar el final del Evangelio de san Mateo: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20), nos inunda de seguridad y fortaleza para el camino. 

Finalmente, queremos dar gracias a Dios con todos vosotros por la vida de nuestra hermana y amiga Carmen Taberné, que el Viernes Santo nos dejó para ir a su morada definitiva, junto a Dios;  que ahora interceda por todos nosotros. También queremos desearle a Robel, nuestro hermano de Senegal que ha trabajado en la Acogida los últimos 7 años,  lo mejor en su nuevo camino. Recemos para que pronto pueda reunir a su familia aquí, en España.

 

“El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8, 26)

 Unidos en la oración, vuestras hermanas de Buenafuente del Sistal

Por Jesús Montejano

(Delegación de Piedad Popular)

 

 

El mes de mayo los cristianos lo dedicamos de manera especial a María. El rezo del rosario, el ejercicio de las flores, las peregrinaciones y otras devociones de la piedad popular están presentes en las parroquias y en numerosos lugares de la diócesis.

El Directorio de Piedad Popular y Liturgia nos habla de tener en cuenta varios factores importantes: las exigencias de la liturgia, las expectativas de los fieles, la maduración de la fe y la pastoral de conjunto de la diócesis.

La devoción mariana es una de las más bellas expresiones de la fe de los creyentes, apoyados en la experiencia humana del amor de la madre.

Y añade el Directorio: durante el mes de Mayo, que en gran parte coincide con los cincuenta días de la Pascua, los ejercicios de piedad deberán subrayar la participación de la Virgen en el misterio pascual (cfr. Jn 19,25-27) y en el acontecimiento de Pentecostés (cfr. Hech 1,14), que inaugura el camino de la Iglesia: un camino que ella, como partícipe de la novedad del Resucitado, recorre bajo la guía del Espíritu. Y puesto que los "cincuenta días" son el tiempo propicio para la celebración y la mistagogia de los sacramentos de la iniciación cristiana, los ejercicios de piedad del mes de Mayo podrán poner de relieve la función que la Virgen, glorificada en el cielo, desempeña en la tierra, "aquí y ahora", en la celebración de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía.” (n.191)

En este año jubilar de la Misericordia, en que se nos invita a descubrir que Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre, que también descubramos en el rostro de María, de esa imagen que conocemos y a la que rezamos desde nuestra infancia y que nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida, el rostro del amor entrañable de Dios, como es el amor de nuestra madre, María.

Por Alfonso Olmos

(Director de la Oficina de Información)

 

 

El que no tiene pueblo lo busca. De eso somos testigos los curas rurales. Encontrar un lugar donde poder compartir la vida, el ocio y la fe, es algo muy importante. Por eso nuestras pequeñas comunidades rurales se enriquecen con tantas personas y familias recientemente incorporadas al devenir de su historia.

Los pueblos mantienen sus tradiciones populares como signo de su riqueza cultural y de fe. De entre estas costumbres, en este tiempo de pascua y especialmente en el mes de mayo, destacan las romerías. Los de siempre y los nuevos habitantes o visitantes de los pueblos, son los que mantienen y potencian estos ritos que vinculan y estrechan lazos.

Tanto es así que los pueblos o lugares que no cuentan con estas prácticas buscan fomentar estos encuentros de fe. El elemento religioso impregna las costumbres, pero no puede quedarse solo en acompañar la costumbre, porque se corre el peligro que se convierta también en elemento costumbrista y de tradición. La fe es algo más que una expresión pintoresca: debe conllevar el componente testimonial, vivencial y de compromiso.

La religiosidad popular hay que cuidarla y purificarla de todo lo que la desvirtúa. El que no tiene pueblo lo busca, y el que no tiene fe, pero busca algo, se puede encontrar con Dios desde esta religiosidad sencilla y ancestral, que siempre manifiesta la espontaneidad de nuestras creencias.

Las ermitas y los santuarios son lugares de encuentro con Dios, que nos llevan a descubrir la bondad de la Virgen María y de los santos, que a lo largo de la historia han sido testigos de la fe. Que nos impregnemos de tantos buenos ejemplos que tenemos los cristianos, y que lo celebremos dignamente y con amor en las distintas romerías y peregrinaciones, produzca en nosotros frutos abundantes.

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote)

 

Ante la 52 Marcha Diocesana a su santuario, templo jubilar, domingo 8 de mayo de 2016

 

Virgen Santísima Señora Nuestra de la Salud,

un año más nos hemos vuelto a poner en camino,

en camino de Iglesia, de familia, de pueblo, hasta tu santuario.

Un año más, venimos cargando de plegarias,

que son necesidades del cuerpo y del alma.

 

Un año queremos que vuelvas a nosotros

esos tus ojos misericordiosos,

y un año más, una vez más, te pedimos

nos ayudes a entender que somos nosotros

quienes, humildemente, desnudamente, sinceramente,

tenemos que dejarnos mirar por ti,

y que el esplendor y de la belleza de tu mirada,

de esos tus ojos misericordiosos,

recubran y revistan de esperanza nuestra humanidad siempre herida.

 

¡Tantas lágrimas, tantas intenciones, tantas oraciones, 

tantos ruegos, tantas expectativas,

tantos dolores y angustias,

tantas también esperanzas, alegrías y acciones de acciones de gracias,

tantos sueños, tantas esperanzas!

¡Ay, querida Madre, si hablarán las piedras de tu santuario,

si los recodos del camino pudieran hablar!,

¿qué no nos dirían de cuánto espera y confía en ti y de ti

este pueblo fiel, siempre necesitado y menesteroso,

siempre inconstante, acomodaticio y hasta ingrato?

 

Enséñanos, María de la Salud de Barbatona,

que es verdad que la Misericordia de Dios

llega a su fieles de generación en generación.

Enséñanos que es posible vivir y servir la misericordia,

que no es imposible ser misericordiosos como lo es el Padre del cielo.

 

“Pues te que tú, Reina del cielo, tanto vales,

da remedio, sí, a nuestros males”.

Son los males que nos agarrotan y llenan de egoísmos;

son males de creernos mejores de lo que somos

y, por supuesto, siempre mejores que los demás.

Son los males de nuestros miedos, temores y fantasmas,

son los males de las ausencias que tanto nos duelen,

son los males de la superficialidad y la banalidad,

son los males de los siete pecados capitales que siempre nos asechan,

son los males de una religiosidad caprichosa y a la carta,

son los males de que querer vivir como si Dios no existiera

y de acordarnos solo de Él,

como de santa Bárbara, cuando truena.

Son los males de la secularización externa e interna,

que también afecta a nuestra Iglesia;

son los males de la mundanización,

que nos urge a medirlo todo por el beneficio económico

y licúa los valores,

evidencia que no es lo mismo predicar que dar trigo

 y nos deja, tantas veces,

sin las precisas entrañas de misericordia,

más exigibles todavía a los pastores de la grey santa de Dios.

 

Escúchanos, Virgen Santísima,

Sé tú quien nos visite un año más

y no permitas que no nos atrevamos a dejar mirar por ti

y por esos tus ojos misericordiosos. Amén.

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