Por Jesús de las Heras

(periodista y sacerdote)

 

 

 

Se han cumplido en mayo cuarenta años de mi presencia y colaboración ininterrumpida en EL ECO, nuestra veterana y entrañable hoja diocesana. “Algo sobre la fe” se titulaba aquel artículo mío, cuyo subtítulo contextualizaba aun más el contenido del escrito: “Reflexiones de un joven de 16 años”.

Aquel artículo fue el inicio de mi presencia en los medios de comunicación diocesanos y provinciales. Desde entonces, EL ECO ha sido y sigue siendo mi casa y rara ha sido y es la semana desde entonces que con firma y, sobre todo sin ella, no haya alguna línea en EL ECO escrita por mí.

Pronto, en 1982, comencé también a colaborar muy asiduamente –ahora semanal y fielmente- en Nueva Alcarria. De 1987 a 2009 fui el delegado diocesano de Medios de Comunicación Social.  En 1989 puse en marcha un programa de radio semanal en RNE-Guadalajara. También, y siempre junto a Álvaro Ruiz, emprendimos pronto andaduras radiofónicas en Radio Sigüenza y en Arco Iris Radio Guadalajara. Desde 2000, estoy y estamos en los programas diocesanos de Cope Sigüenza y de Cope Guadalajara. Desde 1997 dirijo el Boletín Oficial de nuestra diócesis, a la que he servido y sirvo con colaboraciones y corresponsalías de su vida y quehacer en medios de ámbito nacional, amén de prestar presencia habitual en la página web diocesana desde hace, aproximadamente, una decena de años. Y todo por referirme solo a los medios de comunicación y a nuestra diócesis.

¿Y esto a cuento de qué viene, qué tiene que ver esto con la muerte de un misionero, a la que alude al título de este artículo? Muy sencillo: si alguien me preguntara cuáles han sido y son las noticias y los protagonistas de las noticias que más veces he abordado y que, en el fondo y en la forma, han sido y son mis preferidos, respondería sin duda que las misiones y los misioneros. ¡Tantas informaciones, tantas entrevistas, tanto seguimiento…! Y siempre, además, recibiendo mucho más de lo que yo pudiera pensar que podía estar dando. Recuerdo aquella vez que no lográbamos conectar por teléfono –en pleno directo en la radio- con un misionero nuestro en Indonesia y él, impaciente al ver que la llamada no entraba, nos llamó directamente al estudio y pudimos mantener la entrevista con toda su riqueza y valor. Recuerdo cuando, hace catorce, Argentina quebró y entró en el llamado “corralito” económico, cómo desde la radio pudimos colaborar modesta, pero eficazmente, con los comedores para pobres –que eran casi todos sus feligreses- de dos nuestros misioneros en Argentina. Y de la mano y de la voz de nuestros misioneros, hemos estado en los cuatro continentes y nuestra pequeña Iglesia local se hizo entonces más grande, más hermosa y más fecunda.

Por ello, ahora, ante la virtual capilla ardiente de Luciano Ruiz Ruiz, misionero durante más de tres décadas consecutivas en Perú, solo puedo que expresar mi agradecimiento y reconocimiento hacia él y hacia todos nuestros misioneros.

Luciano se ido ya a cruzar el charco definitivo y eterno, con 86 años y medio, cargado de méritos y de pruebas. Luciano cruzó, por primera vez, el charco en 1968 y la sierra andina del Perú se convirtió en su nueva tierra de provisión, en su nuevo Traid natal, en su nuevo Baides ministerial. Escribió, durante algunos años, para EL ECO artículos y poemas y vivió y se desvivió por aquellos a quienes el Señor y la Iglesia le habían enviado.

A su regreso a nuestra diócesis, siguió en la brecha y en la brega, paseando y sirviendo su humanidad, su bondad y su celo pastoral. Y poco a poco los años y sus achaques fueron acercándole al atardecer de la vida, donde todos seremos juzgados por el amor.  ¿Y cómo dudar que un misionero, que lo dio todo por amor, no vaya a resultar repleto de amor y de obras de amor en este juicio de amor, que ahora le ha llegado a Luciano?

A primera hora de la tarde de este lunes 29 de junio de 2015, he dejado escrita, por hoy, por ahora, mi última noticia diocesana. Ha sido la de la muerte de Luciano Ruiz. Ha sido, de nuevo, un misionero su protagonista. El charco de la eternidad es tan inmenso y abismal que ya no podré redactar la siguiente noticia sobre él, sobre este querido hermano sacerdote, sobre este humilde, sencillo y benemérito misionero. Sería esta: que Luciano es ya Pascua. No podré escribir esta noticia, no. Pero estoy  seguro de que es ya una realidad. Y, por eso, siquiera a título privado, me encomendaré a él para pedirle que no dejemos jamás en nuestra Iglesia diocesana de escribir y de hablar de los misioneros y con los misioneros.

Sor María de Cortes

(Delegación de Pastoral Penitenciaria)

 

 

Hola a todos/@s, os hago partícipes de nuestra encuentro formativo, que tuvo lugar el pasado sábado día 20 en Alcalá de Henares, allí nos encontramos los tres Centros: Madrid-I-II-VII. Comenzamos con una oración dirigida por D. Juan Antonio Reig Plá (Obispo de la Diócesis de Alcalá de Henares) sobre la parábola del “joven rico”  el contenido de la reflexión fue muy valioso y enriquecedor, aprovecho para darle una vez más las gracias, por su perenne disponibilidad.

A continuación nuestro compañero Julio  Yagüe (Salesiano), voluntario del CIS Melchor Rodríguez, realizó una excelente exposición sobre la PRISIONALIZACIÓN, y los efectos que produce en la persona tanto a nivel personal, como social. Nos presentó las diversas herramientas que los voluntarios debemos de saber utilizar, para que los internos recuperen su personalidad propia; no sean esclavos del interior; tengan control interno; recuperen su propia imagen; adquieran nuevas habilidades… etc. Diversos  fueron los términos para combatir esta realidad. Como bien dijo Viktor Frankl “Cuando no somos capaces ya de cambiar una situación, nos enfrentamos al reto de cambiar nosotros mismos.

Informo y al mismo tiempo expreso  mi agradecimiento a cuantos os ponéis en comunicación conmigo para poder visitar, acompañar y estar con nuestros hermanos internos. Que entre todos consigamos hacer una Pastoral nuestra, de la Diócesis, de la parroquia, de entre todos. La certeza de que Dios camina con nosotros nos puede ayudar a vencer miedos y incertidumbres. En nombre de esos hermanos privados de libertad ¡¡¡ GRACIAS!!!!

Por Agustín Bugeda Sanz

(Vicario General)

 

 

            Queridos amigos:

 

            Al escribir estas líneas en el 19 de junio, necesariamente he sentido la necesidad y la alegría de hablar un poco de la fiesta que hoy celebramos en toda la Diócesis: La Dedicación de la Catedral.

 

            La Iglesia como madre y maestra nos va guiando a todo el Pueblo de Dios a lo largo del Año litúrgico con una pedagogía muy en el Espíritu para que vayamos entrando en el Misterio Pascual de Jesucristo poco a poco.

 

            Ese entrar en el Misterio Pascual no lo podemos hacer sino en comunión, unidos en aquel que nos preside en la caridad y asintiendo gozosamente la Verdad Revelada con la ayuda del Magisterio eclesial.

 

            Celebrar la fiesta de la Dedicación de la Catedral es dar gracias a Dios por una Diócesis concreta, en este caso, la nuestra, la de Sigüenza-Guadalajara que es presidida, guiada, cuidada, alentada por un obispo, en este caso D. Atilano, que tiene su Cátedra en la Iglesia “madre y cabeza” de toda la Diócesis, la Catedral.

 

            Celebrar esta fiesta es profesar y vivir la comunión con todo el Pueblo de Dios que peregrina en Sigüenza-Guadalajara, que tiene una casa común en Sigüenza, en su Catedral donde se celebran los acontecimientos más significativos de la Diócesis, como signo, realidad y expresión de la comunión en torno al pastor diocesano que nos hace a todos mirar en la misma dirección, mirar al Mismo, a Jesucristo el Señor. Por eso nuestra Catedral y casi todas las Catedrales están orientadas hacia el sol naciente, Cristo el Señor, “Sol que nace de lo alto”.

 

            Celebrar este fiesta es celebrar la maternidad eclesial, maternidad recia, firme, amplia, hermosa, siempre antigua y siempre joven… como es nuestra imponente Catedral, a la que todos acudimos como los hijos que acuden a la madre en cualquier alegría o necesidad, en cualquier momento.

 

            Un grupo de sacerdotes, el cabildo catedralicio, se ha ocupado siempre con dedicación y esmero del cuidado tanto de la Catedral en sí misma, como de las celebraciones y otras actividades evangelizadoras que allí se pueden realizar. Para ellos un reconocimiento y gratitud a su fiel labor y perseverante oración.

 

            Celebremos en este día todos con gozo esta fiesta renovando nuestra comunión en la Iglesia diocesana unidos a nuestro gran pastor D. Atilano, que desde la Catedra episcopal nos preside en la caridad, nos guía con su palabra y nos alimenta con los sacramentos.

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