Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

No solo el verano hace que suba la temperatura, es decir que no son solo los muchos grados que en estos días nos agobian, lo que hace que muchos termómetros sanguíneos vean el mercurio ascender. Muchos se sofocan por otros motivos.

El ambiente está caldeado por las decisiones tomadas por algunos representantes de instituciones públicas, que no entienden la laicidad del estado como corresponde, privando a los creyentes del amparo institucional en algunas celebraciones.

También sube la temperatura del ánimo cuando llegan noticias de violencia contra cristianos en muchos lugares del mundo, atemorizados, amordazados y, en algunos casos, martirizados por odio a la fe cristiana.

La incongruencia en la vivencia de la fe de muchos que se consideran “católicos, apostólicos y romanos”, también altera la temperatura de la convivencia social, amenazando con denuncias por discriminación. Está a la orden del día cuando se pide autenticidad y coherencia a la hora de elegir padrinos de bautismo.

Las palabras y los gestos del papa también calientan a muchos. Hay algunos que se hacen cruces e invocan censuras caducas o crean corrientes de opinión adversas, que son poco constructivas.

Siempre hay polémica servida cuando se pronuncia la palabra Iglesia, recurriéndose a viejos argumentos contestatarios sobre la licitud o conveniencia de tratados internacionales vigentes, que a veces se incumplen o que son despreciados y vilipendiados.

Juan José Plaza

(delegado diocesano de Misiones)

 

 

San Juan María Vianney, el cura de Ars, como popularmente se le conoce, nació en Dardilli, en el Noroeste de Lyon, el 8 de Mayo de 1786.

A los 26 años ingresa en el Seminario  para cursar los estudios eclesiásticos; su capacidad  intelectual era bastante limitada; pero como el Señor elige a quien quiere, (“No me elegisteis vosotros a mí, yo os elegí a vosotros”,  Jn 15,16), al final, fue ordenado sacerdote un 13 de Agosto de 1818. Murió el 4 de Agosto de 1859 y fue canonizado el 31 de Mayo de 1925.

El epicentro de su ministerio sacerdotal fue Ars, una parroquia de 250 habitantes, “último pueblo de la diócesis y bastante frío espiritualmente”. Al darle el nombramiento,  el Obispo de la diócesis le dijo: “No hay mucho amor de Dios en esa parroquia; usted lo pondrá".

S. Juan María, sin muchos títulos ni doctorados humanos, pero con una verdadera conciencia de lo que era ser sacerdote, tenía claro que su misión principal era trabajar por convertir a sus feligreses (evangelizarlos, diríamos en estos tiempos).

Él estaba convencido de que sólo había dos maneras de conseguirlo: por medio de la exhortación (es decir, la predicación del evangelio y su testimonio de vida) y por medio de la penitencia.

Años más tarde, cuando por la gracia de Dios y sus oraciones se hubo convertido la parroquia y  el amor de Dios floreció en ella, como le profetizó  su obispo,  dijo a un sacerdote que se lamentaba por la tibieza de sus fieles: “¿Ha predicado? ¿Ha rezado usted? ¿Se ha disciplinado? ¿Ha dormido sobre una tabla? Mientras no haya hecho  usted todo esto no tiene derecho a quejarse”.

Comprometidos interrogantes que nos vendrá muy bien meditar a los obispos y sacerdotes actuales, que, a veces, tanto nos quejamos de la tibieza y frialdad de nuestras feligresías y de no encontrar un método evangelizador efectivo para  nuestros días.  Pues bien, el Santo cura de Ars nos ofrece uno bien experimentado y contrastado.

Hace unos años, con motivo del 150 aniversario de la muerte de nuestro santo,  Benedicto XVI  escribió una preciosa carta a los sacerdotes, en la que nos ofrecía  interesantes enseñanzas sacerdotales de S. Juan María Vianney.

El papa nos recordó en esa carta cómo definía el cura de Ars lo que era ser sacerdote. “El sacerdote es el amor del Corazón de Jesús”. Es el hombre que hace presente el amor de Dios a la humanidad de distintas  maneras; un amor infinito “pues nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn, 15,13).

Pero el sacerdote  también se podría decir que es  “el rosto misericordioso de Dios”, como lo fue Jesucristo y ha expresado el papa Francisco en la Bula de convocatoria del Año Jubilar (Misericordiae vultus).

En el  cura de Ars  se descubre verdaderamente el rostro misericordioso de Dios. Pasaba muchas horas del día administrando  del Sacramento de la Misericordia o Confesión, atendiendo a los que en interminables filas acudían a su confesonario, de tal manera que se decía que Ars era “el gran hospital de las almas”.

En la  Nueva Evangelización, que tanto nos preocupa hoy a la Iglesia y sacerdotes,  como San Juan María Vianney:

1/ Hemos de mostrar  a los hombres,  en la predicación y a través de nuestras vidas, a un Dios amor, “pues sólo el amor es digno de fe”.

2/ En segundo lugar, hemos de  suscitar  en los hombres la confianza en un Dios misericordioso, capaz  de perdonar todos nuestros pecados por muchos, reiterados y graves  que sean. En el diario de Santa Faustina Kowalska leemos estas palabras que le dirige Jesús: “Cuando un pecador  se dirige a Mí misericordia, aunque sus pecados sean negros como la noche, Me rinde la mayor gloria y es un honor para Mí Pasión (Diario 378).

Hablando del Sacramento de la confesión decía el  santo cura de Ars.:” No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver”. “El buen Salvador está tan lleno de amor que nos busca por todas partes” (Jn 10. 1-16).

La Nueva Evangelización nos exige presentar  el sacramento de la confesión no desde su aspecto jurídico, que tanto mal ha hecho y sigue haciendo en la actualidad, sino desde el aspecto sanador y salvífico de la persona, como lo consideraba Jesús, que, muchas veces, antes de curar  físicamente a los hombres los  curaba  espiritualmente, perdonando sus pecados, para que su sanación fuera completa.

Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

1.- Viviré la fiesta como “lugar” de encuentro. Es tiempo de compartir.

2.- Recordaré a los 5.000 jóvenes europeos que en Ávila se encontrarán en estos días con Santa Teresa de Jesús, para celebrar el V Centenario de su nacimiento. Conviene recordar su vida y su doctrina.

3.- Celebraré que haya buenas cosechas: de ello depende nuestro sustento corporal y el pan de cada día.

4.- Moderaré mis conversaciones: me morderé la lengua, si es necesario, antes que criticar. El corazón se queda encogido y  no merece la pena.

5.- Recurriré a la oración: el verano es tiempo oportuno. El descanso ayuda a explayar el corazón.

6.- Acudiré frecuentemente a la parroquia, o a la iglesia del lugar donde en estos días me encuentre. Estar de vacaciones no implica abandonar la eucaristía dominical o diaria. Nuestra fe también crece en el tiempo estival.

7.- Me encomendaré a la Virgen. El día 15 se celebra una de las cuatro solemnidades que la Iglesia le dedica al año: la Asunción de la Virgen. Es la titular de la catedral de la diócesis y de la mayoría de las parroquias de la provincia.

8.- Tomaré ejemplo de los santos que se celebran en este mes: San Alfonso Mª de Ligorio; San Juan Mª Vianney; Santo Domingo de Guzmán; San Lorenzo, Santa Clara; San Maximiliano Kolbe; San Roque; San Bernardo; San Pío X, Santa Rosa; San Bartolomé; San Luis; San José de Calasanz; Sata Teresa de Jesús Jornet; Santa Mónica; San Agustín, San Juan Bautista y San Ramón son algunos de ellos. Cada uno desde su estado de vida nos ofrece un perfil de santidad que todos podemos imitar. Sus carismas perviven en la Iglesia.

9.- Prepararé mi corazón y mi vida para el nuevo curso. Tenemos que reflexionar sobre nuestra implicación en la vida de la Iglesia.

10.- Amaré a los que me encuentre por los caminos de la vida y de la geografía visitada durante este verano.

Por Jesús de las Heras

(Periodista y sacerdote)

 

 

 

La Iglesia no quiere privilegios, ni trato de favor. Durante los años finales del anterior régimen político en España, trabajó denodadamente por la concordia, por la integración, por la reconciliación y la democracia. Y contribuyó como pocas otras instituciones a superar la funesta “cuestión religiosa”, que tanto dolor y sangre había ocasionado décadas atrás y había helado tantos corazones. La Iglesia, manteniendo sus principios morales y sociales, no hace banderías políticas y quiere servir a la sociedad y la bien común, el bien de todos.

Sin embargo, sobre lo que a continuación glosaré entraba, sí, en lo previsible. Triste, innecesariamente. Aconteció ya en Galicia, recién constituidos, el 13 de junio pasado, los ayuntamientos. Ahora acaba de repetirse en Santiago de Compostela y se ha anunciado situación similar en Barcelona. En su momento, algo de ello se habló en Toledo a propósito de la procesión del Corpus Christi. Y quizás puede ocurrir también en esta tierra nuestra. Ojalá no y nuestra tierra de cristianos recios y de otros ciudadanos de creencias o increencias varias no se deslice por la senda de la confrontación.

Me refiero a algunos casos de vacío institucional de ayuntamientos en las celebraciones religiosas especialmente significativas. Todo ello –se esgrime- es en aras a la laicidad del Estado. Todo ello como consecuencia del resultado, en algunos municipios, provincias y regiones, de las elecciones locales y autonómicas del pasado 24 de mayo. Y todo ello –y lo que vendrá…- merece una respuesta cargada de razones, mesura, sentido común y de verdadero talante democrático y al servicio del bien común y de la concordia.

El sábado 25 de julio, en la fiesta del apóstol Santiago, patrono de España, de Galicia y de la capital compostelana, el alcalde de la ciudad, Martiño Noriega, decidió no participar en la correspondiente misa solemne, en la que se incluye la Ofrenda Nacional al apóstol. ¿Será preciso recordar a este primer edil que ya no representa solo a las siglas políticas que le auparon a la alcaldía, sino a todos los santiagueses? ¿Podrá alguien en duda, incluido Noriega, que el alma de esta ciudad es cristiana, con se visibiliza hasta en su nombre y apellido? ¿Cómo ignorar que Santiago de Compostela ha crecido y es lo que es gracias a su tradición cristiana y a los millones de peregrinos que desde hace más de un milenio acuden a ella precisamente en la búsqueda y encuentro de su identidad? ¿Desconoce el alcalde compostelano que la Ofrenda Nacional al Apóstol no fue, por poner un ejemplo…, un invento del franquismo sino que halla su primer precedente histórico en el año 845 con el Rey Ramiro I, quien estableció entonces ya el llamado «Voto a Santiago», que en 1642, mediante real cédula de Felipe IV, quedó definitivamente formalizada e institucionalizada?

El 23 de julio, el arzobispado de Barcelona hizo público un comunicado en relación al contenido del programa oficial de las fiestas de la Merced. La alcaldesa local, Ada Cola, unos días antes, ya había escrito en twitter que no asistiría a la misa de la patrona barcelonesa. Pero el programa oficial de fiestas fue más allá y excluyó del mismo y del conjunto de la programación la misa en honor de Nuestra Señora de la Merced, del 24 de septiembre.

«Esta decisión –respondió, con lógica, el arzobispado barcelonés- rompe con la tradición multisecular que siempre ha reflejado el programa oficial de las Fiestas de la Merced, respetando las diferentes sensibilidades de los barceloneses y barcelonesas, dado que muchos ciudadanos de Barcelona son católicos y aprecian esta celebración dentro de los actos de la fiesta». Y añade la nota: «Es bonito ver a los representantes del pueblo en actos culturales, religiosos y sociales que los ciudadanos valoran, organizan y celebran».

El patronazgo de la Virgen de la Merced sobre la ciudad condal data del siglo XIII, cuando, el 24 de septiembre de 1218, nació en Barcelona la orden religiosa de la Merced, de los Mercedarios, cuyo carisma es rescatar a cautivos y presos. Siglos más tarde, en 1687, Barcelona fue atacada por una plaga terrible de langostas y el pueblo invocó la protección a Nuestra Señora de la Merced. Superada esta grave situación, la proclamaron patrona de la diócesis y se instituyó la celebración en la ciudad, establecida, con rango oficial, en 1868, con el Papa Pío IX.

La Iglesia católica en España no quiere privilegios, ni fórmulas explícitas o implícitas de confesionalidad del Estado. Nuestra Iglesia se siente bien y cómoda en el vigente marco constitucional de a confesionalidad y de laicidad positiva. Nuestra Iglesia no tiene miedo ni prevención hacia los denominados partidos emergentes y no está nerviosa ante el resultado de las próximas elecciones generales. Nuestra Iglesia, presente en España desde hace dos mil años y con un arraigo y vitalidad más que notables y evidentes, quiere dialogar y colaborar con todos. Y hacerlo desde la verdadera tolerancia y respeto hacia quienes no lo son. Tolerancia y respecto que, claro, pedimos también para nosotros y para las señas de identidad de nuestro pueblo, señas de identidad.

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