> Un artículo de María Adell y Concha Carrasco

> Delegación Diocesana de Migraciones

 

 

 

Casi el 60% de los españoles, según sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas, se muestra convencido de que los migrantes reciben del Estado más de lo que aportan: absorben más prestaciones sociales (pensiones y desempleo, son buenos ejemplos), abusan de la sanidad pública, bajan el nivel educativo... Y creen, además, que la balanza no se compensa porque se piensa que la gran mayoría de los migrantes no cotizan a la Seguridad Social y no pagan impuestos. Estas afirmaciones son muy severas y muy alejadas de la realidad…

 

Ayudas sociales

Comencemos por las ayudas sociales. El acceso a los servicios sociales es un derecho que depende de la situación socioeconómica personal o familiar y no de la nacionalidad española. Hay que aclarar que las personas extranjeras apenas representan el 1% de los beneficiarios de pensiones en España y más de la mitad de ese porcentaje proceden de la Unión Europea.

En la provincia de Guadalajara, de los beneficiarios de las prestaciones por desempleo tan solo un 17% eran extranjeros en el año 2017 (un total de 1457 personas), de los cuales casi el 50% lo fueron porque habían cotizado a la Seguridad Social el tiempo suficiente para tener derecho a esta prestación. La proporción es mucho más baja si se trata de la Renta Mínima de Inserción: solo el 1,3% de los beneficiarios es extranjero.

 

Sanidad

Continuemos con la sanidad (derecho universal). La población extranjera tiene una media de edad inferior a la población de la provincia de Guadalajara, y es un hecho que las consultas médicas son frecuentadas en mayor medida por población de edades avanzadas. De hecho, el gasto sanitario de personas extranjeras sólo supone un 6,5%.

 

Educación

Y finalicemos con la educación, otro derecho universal de todo ser humano. Los bajos resultados académicos y el fracaso escolar no dependen de la procedencia de la persona, sino de su situación socioeconómica y el nivel educativo familiar, además de factores como la incorporación tardía al sistema educativo o el desconocimiento del idioma.

La presencia de la población escolar inmigrante favorece la interculturalidad y varias de las competencias clave presentes en la LOMCE (competencias sociales y cívicas y conciencia y expresiones culturales). Según las estadísticas del Ministerio de Educación, en Educación Infantil, Primaria y Secundaria hay 700 000 alumnos inmigrantes, frente a los algo más de 8 millones de alumnos nativos españoles, por lo que solo representan el 7% del alumnado, porcentaje similar en la provincia de Guadalajara. 

¿Por qué, si los datos van en dirección contraria a las percepciones, seguimos culpabilizando a la persona migrante? ¿Será que necesitamos un chivo expiatorio al que odiar? Seamos optimistas en la respuesta, porque «nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su historia o religión. La gente aprende a odiar. Y, si pueden aprender a odiar, pueden aprender a amar, pues el amor le resulta más natural al corazón humano» (Nelson Mandela).

 

Por Raúl Pérez Sanz

(Delegación de Liturgia)

 

 

Terminando ya el primer mes del año nuevo vamos también avanzando en nuestro aprendizaje sobre la Misa. El tema en el cual nos centramos hoy es el lugar de la celebración. respondemos pues a la pregunta ¿Dónde celebrar?

Jesucristo con su muerte y resurrección, destruyó el viejo templo y edificó el templo nuevo. Así pues, Cristo es la nueva presencia del Dios vivo en donde Dios y el hombre entran en contacto y permanecen en contacto.

Ya tenemos claro que el punto de partida es Cristo. Así el misterio de Cristo es reflejado en la Iglesia. Está, sacramento de Cristo, nos ofrece los mismos rasgos del Maestro: una, jerarquizada, dinámica, activa, festiva, vivificante y escatológica. Estos mismos rasgos han de reflejarse en el templo cristiano.

El templo es el lugar especial de gracia. Y con ello no ignoramos el valor sagrado de la creación, sino que dentro de ella reconocemos espacios especialmente consagrados a Dios. Al hablar de lugares sagrados no lo hacemos por la vía de la exclusión, sino por la vía de la excelencia, para completar este estudio mirar los números 288 y 294 de la Ordenación General del Misal Romano.

Al entrar en un lugar sagrado (templo cristiano) ha de visualizarse que está compuesto por: un espacio, dos zonas y tres elementos. Un espacio, como una sola es la Iglesia de Cristo en donde caminamos todos hacia una misma santidad. Dos zonas, en donde hay cabida para personas de muy diversa procedencia, la universalidad de la Iglesia, la catolicidad, expresada en dos zonas: nave y presbiterio, unidad en la santidad, pero diferenciadas en las misiones encomendadas a cada uno dentro de la Iglesia. Tres elementos, en el presbiterio, encontraremos el altar, la sede y el ambón. La Iglesia pues no está descabezada, sino que Cristo es la cabeza, que es a la vez, sacerdote, rey y profeta. Esta capitalidad de Cristo se prolonga visiblemente por los Apóstoles y sus sucesores ahí la cuarta nota de la Iglesia, la apostolicidad.

Como vemos a partir de la arquitectura del templo podemos adentrarnos en el misterio de Cristo, el templo recibe de Él, su vida, valor, luz y hermosura. De ahí nos adentramos en un misterio mayor pues “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn14,9). Por tanto, al contemplar el templo contemplamos a Cristo y en él también a la Santísima Trinidad.

Hoy nuestra lección, aunque más larga, es pura mistagógica: pasar de lo visible a lo invisible, del signo al significado, de los “sacramentos” a los “misterios”.

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

-Aunque me vaya voy a permanecer contigo,

porque mi pensamiento pondrá alas donde estés

por llegar de inmediato mucho antes que los pies.

De forma que aunque vaya, aún junto a ti prosigo.

 

-Eres mi antes, mi ayer, mi hoy y eres mi después.

Es en tu recuerdo el calor más en que me abrigo.

El fervor vehemente en el cual más me prodigo.

El mundo que quiero recorrer todo a través.

 

En tu pecho, el dolor lo calmo, templo y mitigo.

En tu corazón, recta flecha ante lo al revés.

En tu pan del amor en hogazas me desmigo.

 

En tu cáliz de sangre, esperanza hay tras ciprés.

En tu palabra, el verbo no es resto ni es mendigo.

En tu parábola, hay respuestas a mis porqués.

 

 

Juan Pablo Mañueco, del libro "Los poemas místicos y otras estrofas novicias. Cantil de Cantos VIII" 

 

http://aache.com/tienda/532-castilla-este-canto-es-tu-canto-parte-ii.html

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

Quienes nos leen a los que escribimos algo, aunque sea tan poco y tan pobremente como lo hago yo, agradecemos, como es humano, las felicitaciones o las palabras amables para con nuestros artículos y opiniones. Pero, siendo esto absolutamente cierto, en mi caso y sé que en otros muchos, aprecio más cuando me señalan errores que me hacen cuidar futuros escritos y repensar en lo mal escrito y en su porqué. 

Después de publicar el artículo del mes de septiembre 2018 titulado “Jacinto y él recoge colillas” un querido lector del otro lado del mar, me hizo llegar una severa crítica a través de un correo electrónico por otro lado muy amable y que agradecí mucho por lo señalado en el párrafo anterior. Como recordarán los que siguen estos artículos mensuales, en aquel, en el de septiembre, se trataba de contar cómo un consocio, llamado Jacinto, viendo a un ser humano en necesidad recoger colillas del suelo para fumárselas, acabó suministrándole un paquete cada día, para evitar que siguiera fumando los recogidos del suelo. Me señalaba mi crítico lector, que “sobraba el contar que le daba todos los días el paquete de tabaco que, sin duda, le dañaba”. Lo agradecí mucho, - el correo – pues me daba la ocasión como he indicado más arriba para releer y repensar lo escrito. Si lo volviera a escribir, me pregunté: ¿me influiría la opinión del lector y lo haría diferente? 

Posiblemente lo escribiría exactamente igual y no por “sostenella y no enmendalla”. No. No quiero caer en el defecto en el que seguramente tantas veces he incurrido y en el que se incurre con tanta frecuencia cuando se pretende ayudar a otro: decidir nosotros qué es lo que necesita sin ocuparnos de lo que él realmente desea y siente su falta. Sin preguntar al protagonista: al que sufre la carencia. 

Es cierto que fumar mata. Como tantas veces se nos dice hoy cuando huimos de alguien que lo hace a nuestro rededor. Es verdad. Pero ¿es así como hemos de actuar? ¿Somos nosotros llamados a obligar al que lo necesita a que su necesidad sea la que nosotros estimamos necesaria, buena y oportuna? 

Sin duda, será muy sano para su salud, que el amigo Jacinto y su compañero de Conferencia, (en las Conferencias de San Vicente siempre vamos en pareja a encontrarnos con el que sufre), será bueno que aconsejen a Roberto para que disminuya y hasta si es posible que suprima, el hábito del tabaco y así, seguramente, se lo aconsejaran. Pero ¿imponérselo? 

Si el Buen Dios no nos impone nada, si Él respeta hasta que le traicionemos, si Él no hace más que indicarnos el camino y nos invita a seguirlo: ¿quiénes somos nosotros para imponer nada al hermano, con frecuencia caído, que necesita cualquier tipo de ayuda? Es a su necesidad a la que tenemos que atender. Tal y como él la sienta. No como a nosotros nos gustara o quisiéramos que la sintiera. 

A veces, al que sufre y al que nos acercamos con intención de ayudarle, de acogerle, lo único que le queda es su derecho a equivocarse. ¡No se lo neguemos también! 

No le neguemos el buen consejo, desde luego, al que estamos en conciencia obligados, como nos recuerdan las Obras de Misericordia espirituales. Pero dejemos que sea él quien decida. Recordemos cómo me recordaba a su vez hace solo unas semanas en una magnífica intervención pública una buena amiga que: "no pretendamos tanto cambiar a los demás pues a la única persona a la que realmente podemos cambiar, es a nosotros mismos".  

Si me encontrara en la misma situación, intentaría actuar como mi consocio Jacinto. Le aconsejaría lo que considerara lo mejor para él, pero no se lo impondría. 

Pediría a María fuerzas para vencerme y ver al que sufre y no verme a mí mismo y sólo con mis valores.

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