> Un artículo de JESÚS FERRERAS

> Delegación Diocesana de Migraciones

 

 

 

Al celebrar estos días de Semana Santa los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, me es inevitable pensar en la mía. En mi vida, muerte y resurrección, me refiero. Porque la fe me asegura que me espera una resurrección y, después de ella, una vida mejor.

A los cristianos, el Evangelio nos da unas pautas muy claras de lo que al final va a ser una victoria o una derrota. Se nos señala claramente cuáles van a ser las preguntas del examen. Se nos indica qué avales vamos a necesitar: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme (Mt 15,35-37).

Para encontrarnos con el Salvador hemos de acudir a esos «lugares» donde nos ha dicho que Él estará. Porque de lo que se trata no es de ganarnos la salvación, sino de que se produzca un encuentro con Aquel que puede salvarnos y seamos capaces de abrirnos a su acción transformadora.

  • Como Iglesia, es un reto enriquecedor abandonar nuestra zona de confort y acoger al otro, que se acerca a celebrar la misma fe, pero que ha aprendido a hacerlo con formas diferentes.
  • Como Iglesia, sentimos la llamada de acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes y refugiados en este momento en que lo necesitan, así como levantar la voz profética en una sociedad tentada a mirar hacia otro lado.
  • Como Iglesia, hemos de señalar a toda persona dónde puede encontrarse con su Salvador, cómo identificar a Jesús en quien llama a nuestra puerta, en quien nos necesita y está próximo a nosotros.
  • Como Iglesia, hemos de saber y gritar que hoy es tiempo de Pascua, tiempo de resurrección.

Hoy es tiempo de buscar y ofrecer otra Vida. Lo de menos es qué hambriento, sediento o extranjero nos trae hoy al Resucitado; en qué desnudo o preso o enfermo nos encontremos con la Nueva Vida.

¡Feliz Pascua 2019!

 

 

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

Siempre, decía mi amigo y consocio Jacinto, con el que coincidí varios años en las Conferencias y en muy diferentes situaciones, que los jóvenes fundamentalmente descubrían y los viejos, los mayores, fundamentalmente recordábamos. Ahora que a toda velocidad ya me va alcanzado la etapa de “recordar” y enredando un poco en los recuerdos en esta Semana Santa, me vienen a la memoria muchos pequeños sucedidos, muchas pequeñas emociones, muchas sensaciones placenteras, otras no tanto que de todo hay, evocaciones de otras épocas de hace solo unas décadas y que, sin embargo, parecen perderse en el tiempo. Recuerdos de otras Semanas Santas, alguno de los cuales, no me resisto a contar a mis lectores. 

Hace solo unos días, un buen amigo, bastante más joven que yo, está todavía oficialmente entre la edad de descubrir y la de recordar, me hablaba de su preocupación por lo que observa en sus hijos respecto a su pertenencia y vivencia de la Fe. Estaba realmente desconcertado: sus hijos, educados en Colegios “católicos”, parecían no recordar y por lo tanto no encontrar necesaria, la asistencia a la Misa dominical. Decía, con pesar, que ya no estaban en edad de ser obligados a acompañar a sus padres los domingos a la Iglesia, al Templo, para las celebraciones. Jacinto, seguramente, habría hecho la pregunta con la que contesté a su aseveración: ¿Pero has creado la costumbre alguna vez de que te acompañaran? Recordaba a mis padres camino de la celebración dominical, acompañados de sus hijos. Ninguno dudábamos era algo perfectamente asumido para todos los domingos y días de fiesta. Como el comer: llegaba la hora y nos sentábamos a la mesa. Nadie lo dudaba. Llegaba el domingo e íbamos a Misa. 

Es verdad que con mucha frecuencia, aquella asistencia nos producía el desasosiego de lo que parecía triste y desde luego en principio era no deseada. Pero se adquiría una costumbre, repito que a veces pesada, pero a la que con el tiempo íbamos encontrando la sal que, al menos algunos sermones, dejaban en nuestras almas: que nos hacían el bien. 

El buen amigo, argumentó muy digno, que jamás obligó a sus hijos a ir a Misa. Que había que respetar su libertad y no obligarles a realizar lo que no quisieran. 

Ahora el desconcertado fui yo al recibir aquella lección de “respeto” al deseo de los hijos. Sólo le respondí (hoy mi interlocutor es un brillante Abogado del Estado), que ya imaginaba que él había elegido el Colegio al que acudir al borde de cumplir los cuatro o cinco años y que asistiría con la natural complacencia y sin deseo alguno de quedarse a jugar con los amigos a la puerta del Colegio, como yo quería hacer cada domingo cuando atravesaba el atrio de mi Parroquia acompañado de mis padres. Gracias al Buen Dios, mis padres no “respetaron” mi libertad y me acercaron al Culto. 

También gracias a Él, mis hijos han llevado la misma pauta con mis nietos que mis padres conmigo y tengo buena seguridad, que en ocasiones, les resultará pesadísima la asistencia al Templo. Pero ya encontraran como encontré yo, el buen sabor de lo escuchado con el oído para ir más allá y comenzar en algún momento a escuchar con el alma. 

No me dio la razón el brillante amigo – seguramente, algún día, me la den sus hijos - al que aseguré, con toda la desvergüenza del mundo, que encomendaría a María su preocupación.

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

(VIERNES SANTO POR LA MAÑANA)

 

 I. El milagro del río Henares

 

Estaba andando el Henares

y, de pronto, se ha parado,

que hasta sus aguas ha llegado

clarín, trompeta y timbales…

 

Guadalajara sonando

y el río, que oye cantares,

saliendo de sus pilares

por ver lo que está pasando

 

ha empezado a subir cuestas

hasta donde está escuchando

a la ciudad, que atronando

ve a Jesús, que lleva acuestas

 

los pecados. Y clavando

-en cruz ya las tiene puestas

sus manos- nos da respuestas,

va su mensaje enseñando.

 

Del Henares la saeta

a un Cristo ya clavado

con miembros ensangrentados

le contempla la silueta.

 

Vestido de hábito blanco

y capuchón encarnado.

 

cíngulo igual colorado,

con un madero colgado,

 

va Henares encapuchado,

junto a los demás hermanos

 

de Dios el himno escuchando

mientras va procesionando.

 

II. La saeta

 

Oh, que está viendo el Henares

al Cristo de Amor y Paz

salir a procesionar

en medio de sus cofrades.

 

¡Saeta de Amor y Paz!

¡Oh, si todos te escucharan

como oye Guadalajara

los sones de este cantar!

 

¡Saeta en Guadalajara,

que el río viene a escuchar

y oye que “Amor y Paz”

son las palabras más claras!

 

¡Haz que, al verte desfilar,

Cristo de Guadalajara,

estas palabras trazaran

futuro de Humanidad!

 

¡Cristo de Guadalajara

el del Amor y la Paz,

que, junto con perdonar,

son palabras que sembraran

 

el bien de la Humanidad!

¡Cristo de Guadalajara,

si todos ya te escucharan

sabrían qué es la Verdad!

 

Yo. Yo bebo esa agua clara.

Yo no las quiero olvidar,

pues el Amor y la Paz

son la mejor alfaguara.

 

Nunca las quiero olvidar,

que este Cristo castellano

enseña a sentirse hermanos

entre el Amor y la Paz.

 

Es el mensaje cristiano

que aún está por sembrar

y que el del Amor y Paz

a todos nos ha enseñado.

 

Del Henares la saeta

sólo las ha recordado,

pues Cristo, el ensangrentado,

su veraz Dios fue. Y profeta.

 

III. El retorno

 

El Henares que ya está

a su cauce regresado

el mensaje ha meditado,

y lo quiere propagar.

 

Ooooh, Cristo de la Paz

y del Amor deseado

que Jesús ha enseñado

y en Guadalajara da.

 

Tú eres, Jesucristo amado,

la Verdad: Amor y Paz.

Henares te lleva ya,

hacia rumbos muy lejanos.

 

Tú también así llévala

y añádele la Piedad

 

para que esté completado

el mensaje de un cristiano.

 

Tú también, que esta saeta

ahora la has escuchado,

 

haz que en ti igual ella crezca

y que igualmente florezca

 

la Verdad clara y completa

que te cantó esta saeta.

 

La Verdad completa y clara

de Cristo, en Guadalajara.

 

Juan Pablo Mañueco.

 

Cantil de Cantos V. Saetas a las Semanas Santas de España:

 

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Por la Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio de Buenafuente del Sistal)

 

 

Queridos amigos y hermanos en la fe:

“Vamos caminando al encuentro del Señor”. Ojalá sea así, en esta Cuaresma de 2019, sin perder de vista nuestra meta. Una Cuaresma primaveral: ya han brotado los narcisos y jacintos. Los rosales con sus brotes rojizos, los almendros con las primeras flores y los campos verdean. El suave sol de este invierno, ha puesto en marcha el ciclo de la vida en todo nuestro entorno, a pesar de la ausencia de lluvia y nieves en estas tierras del Alto Tajo. 

Disfrutar esta eclosión de vida, llena de esperanza el alma. Sí, como cantamos en un himno de Tercia: “Con esperanza caminamos, que, si arduos son nuestros caminos, sabemos bien a dónde vamos”. Damos gracias a Dios, que nos provee de lo necesario y con su generosidad suple todas nuestras miserias y pecados. Desde el ecuador de  este periodo cuaresmal, nos resuenan con fuerza las palabras del Santo Padre al comienzo de la Cuaresma: “No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable”. 

Sí, a pesar de nuestras resistencias, es tiempo de conversión, es tiempo de reconciliación y perdón. La Palabra de Dios, nos va dejando en el corazón sus pinceladas. Y en las tinieblas de nuestro egoísmo escuchamos otra vez la pregunta de Pedro a Jesus: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?” Pedro, como nosotros, se siente generoso y ofrece: “¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18 21s). Como a Pedro, a nosotros también nos descoloca esta respuesta de Jesús. Podríamos volver a preguntarle algo parecido a la pregunta de la Virgen María al ángel Gabriel: “¿Cómo será esto?” (Cf Lc 1, 34). Y Jesús nos podría responder con sus palabras en tierras de Judea: “Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera” (Lc 13,5). Porque sin conversión nos alejamos de Jesús, la vida pierde su sentido y nos morimos. Necesitamos conversión para abrir el oído del corazón a las palabras de Jesús a Pedro: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. 

“Convertíos y creed la Buena Noticia” (Mc 1, 15b) son las palabras que nos dijo el sacerdote al imponernos la ceniza. Año tras año escuchamos la misma invitación, y nuestra vida sigue más o menos igual. Entonces, ¿qué nos pasa? ¿Por qué no cambiamos? Compartimos con vosotros este comentario que hemos escuchado al p. José Mª Simón, tc.: Conversión es un concepto emparentado con el griego metanoia, que supone cambiar nuestra mentalidad. Cambiamos nuestros actos, cuando cambian nuestros pensamientos. Y ¿cómo dejamos atrás nuestra mentalidad burguesa para seguir a Jesús? Dice este religioso sacerdote: Viviendo el Evangelio en Comunidad, ayudándonos unos a otros a crecer en santidad y en verdad. Cavando y dejándonos cavar, a nuestro alrededor, para que, como la higuera, demos los buenos frutos que el Señor espera de nosotros.

 

Unidos en el camino hacia la Pascua

vuestras hermanas de Buenafuente del  Sistal

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