Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodismo)

 

(Breve fragmento)

  

I. La Tierra en soledad

 

¿Adónde te has ido, Cristo

que de vista de todos te marchaste,

sin ya habérsete visto,

después que te fugaste

de aquellos seres a quienes llamaste?

 

Dinos adónde entraste,

tras de tu éxodo súbito, imprevisto,

si en la Tierra dejaste

de amargura provisto

tropel de almas que sólo te ha entrevisto.

 

Apenas fue tu luz

un raudo, alado, presto meteoro

que se clausuró en cruz;

nos privó del tesoro

que, cual toda alma del tropel, yo añoro.

 

Tu busca no demoro,

aun yendo en un oscuro contraluz,

con mi voz te rumoro,

buscándote al trasluz

de quien tapado a ciegas busca en capuz.

  

II. El Alma pregunta por su Amado

 

Pregunto por los montes,

llanos, vegas, vergeles y riberas…

Ascendiendo horizontes,

ruego a ríos y fieras,

caminantes que cruzan las fronteras

 

con sus voces ligeras

pongan fin a mi subir los desmontes,

den fin a mis carreras,

me digan si somontes

o llanuras le vieron en trasmontes.

 

¡Oh, arboleda y florestas

que Él mismo con certeza ha examinado,

tan de belleza prestas

luego las ha dejado

que aquí su paso noto enamorado.

 

Su aliento delicado

subió por estos valles y estas cuestas,

y de amor las ha hablado,

pasión que invita a gestas

de inquirir a quien sabe las respuestas. 

 

 

Juan Pablo Mañueco,

extraído del libro  "Cantil de Cantos VIII: Los poemas místicos y otras estrofas novicias”

http://aache.com/tienda/654-cantil-de-cantos-viii.html

Para información en vídeo. EL ESCRITOR MÁS PROLÍFICO DE 2017:

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0&feature=youtu.be

Por Odete Almeida

(Pastoral del Sordo)

 

 

La vocación a la vida consagrada es un don de Dios. A Dios le importa la nuestra vida y nuestra felicidad. La alegría de Dios es amarnos, que nos sintamos amados y queridos desde siempre. Que nuestro eje de vida sea Su Amor de Misericordia que nos impulsa siempre a su mirada de ternura, y de predilección. Dios nos dice: “Tu eres mía” (Is.43), es decir, que nuestra vida tiene un sostén, tiene una garantía, está totalmente “cubierta” por su amor, estamos comprados a “fondo perdido” desde de la cruz. Me amó, me ama y me amará siempre porque siempre su amor fue y es donación total, entrega total desde de la eucaristía y desde la cruz. Un amor gratuito, el cual nos llama a vivir esperando de Él y no de nuestros méritos.

La vocación y sea cual sea la entrega es Él que nos la da por puro amor. Somos una gotita de agua en el océano del amor de Dios. Él nos ha pensado para Él, en suma, para hacernos felices.

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

“…El Evangelio no puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los seglares” [1] 

El párrafo que antecede a estas líneas y que como se señala en la nota al pie está tomado de uno de los Decretos del Concilio Vaticano II, nos llama especialmente a los seglares, a los bautizados, a colaborar con los Pastores en las tareas de Evangelización, de llevar el Evangelio, la Buena Nueva, a aquellos que no la conocen. 

A lo largo de la Historia, con más frecuencia de la que hubiera sido deseable, se ha considerado la Evangelización, el llevar la Buena Nueva, como una obligación exclusiva de los consagrados y en particular, casi fundamentalmente, de los Presbíteros.  

Desde hace años, sin embargo, a partir del Concilio Vaticano II, cada día se es más consciente por parte de todos los que formamos parte de la Santa Iglesia, que también todos somos necesarios y estamos obligados a proclamar el Evangelio. El Papa Francisco, nos lo recuerda en la "Evangelii Gadium": "Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin temor y sin miedo" .

Una proclamación sin pulpito, sin ambón, discurriendo en la sencillez de la vida diaria y sin discursos pretendidamente apologéticos: con la normalidad de quien cree firmemente en lo que está contando. Quien lo vive e intenta hacerlo suyo. Quien lo comenta con un amigo querido, queriendo trasladarle su mejor regalo, su mejor experiencia. 

Y al pensar en este traslado al amigo para compartir con él lo mejor de nosotros mismos, nuestra experiencia de Fe, pienso siempre en el campo inmenso que para este apostolado, tenemos cada uno de los que no siempre con razón, no siempre viviendo su exigencia, nos proclamamos cristianos o católicos. 

Sé bien que, con cuánta frecuencia, cuando pretendemos ayudar a alguien que lo necesita, terminamos convirtiéndonos en meros repartidores de alimentos, dinero o cualquier otra clase de ayuda casi exclusivamente material. Que olvidamos el contacto personal con el que sufre como nos exige el Evangelio y que debía ser nuestro principal carisma. El carisma de todo buen cristiano o todo buen católico. De todo buen consocio vicentino que quiera ser seguidor de San Vicente y de los fundadores de las Conferencias de San Vicente, pues ese contacto personal con el que sufre, es el carisma característico de las Conferencias. 

La Regla de las Conferencias de San Vicente, en su artículo 1.9 al referirse a nuestro contacto con los que sufren, nos recuerda: "Los vicentinos se esfuerzan en establecer relaciones que se basen en la confianza y en la amistad. Conscientes de su propia fragilidad y debilidad - la de cada uno de nosotros - sus corazones laten al unísono con el de los pobres. No juzgan a los que sirven. Por el contrario, tratan de comprenderlos como a un hermano" . 

Todos los bautizados, como he indicado más arriba, tenemos la obligación de llevar la Buena Nueva. Algunos, sumergidos solo en los trabajos y obligaciones diarias, podríamos encontrar la falsa justificación de ¿a quién hablar de Jesús? ¿A quién transmitir su personal y gozosa experiencia de Fe? Nunca falta a quién en las Conferencias especialmente con aquellos a los que nos acercamos o se acercan a nosotros, todos tienen muy claro que somos un grupo de Iglesia. Un grupo de católicos. No les extrañará nada que hablemos con normalidad y naturalidad de nuestra Fe y de lo que ella nos aporta. La extrañeza vendría de lo contrario: de ocultar la Fe que nos mueve y nos conmueve. 

Hace años y durante una visita a una familia a la que ayudaba una determinada Conferencia, presencié la petición de la familia para hablar "un poco" dijeron, de Dios. Así lo hicieron los consocios a los que acompañaba, los que un poco avergonzados al salir, me contaron que no se habían decidido a hacerlo nunca, para no molestarlos.(sic). ¡Sin embargo ellos lo estaban esperando! 

No se trata, lo he indicado ya más arriba, pero conviene repetirlo, que cada consocio prepare una "homilía" para cada visita. No es, ni debe ser, nuestra aspiración pretender sustituir o constituirnos en sacerdotes. Sería espantoso, peligroso y una presunción banal. Sólo se trata de dejar entrar a Cristo como uno más entre nosotros y por lo tanto, manifestar lo que Él significa de importante en nuestras vidas. Sin forzar situaciones que tampoco serían lógicas, ni incluso bien recibidas. Sólo aprovechar el traslado de nuestras propias experiencias religiosas, cuando la ocasión se presente. 

Volvamos de nuevo al Papa Francisco en la  "Evangelii gaudium": 

"La actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera" . 

Que María, primera evangelizadora, nos ayude a cada consocio a saber poner a Cristo en nuestras conversaciones, con la frecuencia que el mundo necesita.

 

José Ramón Díaz-Torremocha

de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara

 

 1 Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia, 21a , Concilio Vaticano II

Agustín Bugeda Sanz

(vicario general)

 

 

Me ha impresionado la frase evangélica en la que se apoya este año el Papa para el mensaje cuaresmal, “al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría” (Mt 24, 12). Ciertamente no me había parado nunca en este versículo, pero la llamada atención que hace Francisco, me ha hecho caer en la cuenta de la veracidad actual de tal afirmación.

Constatamos de mil maneras –como también hace el Papa en el mensaje- que los falsos profetas, las soluciones fáciles y no reales, la mentira, envidia, etc… acampan libremente a nuestro alrededor y de alguna forma hasta nos podemos acostumbrar a ellas con cierta indiferencia, otro mal muy actual.

 Al comenzar la Cuaresma es muy bueno que nos paremos, entremos en el propio desierto y desterremos de nosotros esa mirada indiferente para ver todo de otra manera, para contemplar el mundo con la mirada de Cristo. Así la misma existencia y lo que nos rodea se convierte en un reto y una ocasión de cambio.

Y en esa mirada a nuestro mundo con tanto desencuentro e individualismo, no podemos sino hacer todo lo posible para que la maldad no enfríe el amor, que las tinieblas no venzan a la luz, que la mentira no venza a la verdad. No podemos ser espectadores pasivos y lamentalistas, sino agentes activos del aquí y ahora que Dios nos regala.

En nuestras manos y en nuestro corazón está poner un poco de amor en cada cosa, un poco de verdad o un mucho de verdad en todo lo que nos rodea. Lo hacemos sabiendo que Cristo ha vencido las tentaciones, el mal y la muerte y esa es nuestra confianza. En Dios –como también nos recuerda el Papa- no se enfría el Amor, y a Él nos hemos de acercar, en El hemos de vivir para llevar ese Amor a nuestro mundo.

Que ni el pesimismo estéril, el individualismo egoísta o las guerras fratricidas dominen nuestra existencia. Muy al contrario, la Cuaresma es un tiempo propio, unidos a toda la comunidad cristiana, para vencer todo ello y hacer posible que en nuestro mundo no domine la maldad, sino el Amor. Día a día, momento a momento, en lo pequeño y lo grande, con Cristo lo podemos hacer, estamos en el bando victorioso.

¡Qué no se enfríe el amor en el corazón de ningún hombre! ¡Y menos aún en el corazón de ningún cristiano!

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