Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

Al poner titular a estas palabras que escribo a primeros de julio, no pienso solo en los fuegos que ya han asolado parte de nuestra geografía peninsular, ni a los que dejarán, por desgracia, arrasadas grandes extensiones de terreno por culpa de malas gestiones políticas, intereses económicos de algunas personas y descuidos imperdonables.

La palabra incendio hace referencia a lo que arde, interna y externamente. Internamente podemos sentir fuego cuando tenemos una pasión impetuosa como el amor o la ira. Externamente, por culpa de esas mismas pasiones, podemos provocar conatos de incendio que, en ocasiones, pueden ser sofocados rápidamente o, por lo contrario, perdurar en el tiempo.

Además hay fuegos incontrolables. Los que se provocan a altos niveles. Los que mantienen “sofocada” a gran parte de la población de nuestro país. Algunas declaraciones de representantes de diversas instituciones o partidos políticos son incendiarias: les avala la libertad de expresión. Pero cuando vemos que esas manifestaciones se convierten en hechos visibles, lo que algunos califican de simples hechos reivindicativos, otros constatamos, con inquietud, que son agresiones a la libertad de conciencia y de expresión de la fe. Nos estamos acostumbrando a que así sea.

Nos queda poner, de nuevo, la otra mejilla. Los cristianos, temerosos de ser tachados de intolerantes, tímidamente alzan la voz. Ahí andamos, entre la pasión que nos pide una respuesta enérgica a los hechos vandálicos (o a los ataques continuos de corrientes ideológicas inmersas en nuestra sociedad, que embisten frontalmente a la fe cristiana), y el apagar fuegos con serenidad, y buscando la concordia, para que el incendio no se extienda más de lo necesario. Será bueno, si llega el caso, recordar tantas palabras de Jesús invitando al sosiego, la misericordia y el perdón.

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

En medio del camino de la vida

siempre estás, perdido entre selva oscura,

sombría, espesa, áspera, densa y dura;

sin saber cuál senda es recta, escogida.

 

Cada instante, otra nueva encrucijada…

 

¡Ninguna vía será huella segura

que guíe por evidente avenida

de la selva imprecisa a la salida!

¡Sólo jungla incierta, arriscada altura!

 

Eso ves siempre, en torno a tu mirada…

 

En lo alto, tenue cima revestida

de luz  de sol, que alumbra, en su carrera…

Pero impiden el acceso una pantera,

hosco un león; loba, en boca, fruncida.

 

A oscura selva empujan, por morada…

 

¡Que o Jesús o Virgilio senda afuera

muestren, hacia la claridad bruñida

y el monte deleitoso, en que la vida

se alumbra con luz firme y verdadera!

 

Siendo senda a ella, siempre, enrevesada.

 

 

Juan Pablo Mañueco (2017),

del libro "Cantil de Cantos. Los poemas místicos"

José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

Pregunto con alguna frecuencia a mis consocios en las Conferencias, aprovechándome del respeto que van guardando a la cantidad de años que voy alcanzando en mi imperfecto servicio a las mismas, si en su examen de conciencia de cada día, de cada semana o con la frecuencia que lo ejecuten, se preguntan, nos preguntamos: ¿si se han ganado, nos hemos ganado, el sueldo debido? El sueldo debido al Señor de quien hemos recibido la vida y la Salvación. 

Veamos y soñemos un poco. 

Imaginemos que de muy jóvenes, al terminar la preparación académica o cualquiera otra que alcance cada uno, imaginémonos repito, que encontráramos a un empresario que después de entrevistarnos, nos dijera: veo que puede usted servirme para los próximos treinta, cuarenta, etc años. Voy a contratarle. Saldríamos de aquella entrevista, la mar de contentos pues ya teníamos resuelta nuestra vida y la de nuestra familia, para un periodo tan largo que ni tan siquiera tuviéramos la seguridad de que íbamos a poder vivirlo entero. Saldríamos contentos como al despertar después de haber vivido el mejor de los sueños. 

Pero, sigamos soñando: 

¿Y si además el empresario contratante, nos adelantara por su propia voluntad la totalidad del sueldo de tantos años inmediatamente a la firma del contrato laboral? ¿Si dejara en nuestras manos corresponder en el mes a mes con la obligación laboral contraída? ¡Que simplemente esperara de nosotros que correspondiéramos a su buena voluntad, con la buena nuestra! Si nos diera y respetara nuestra libertad para cumplir o no con el compromiso más que adquirido, casi rogado. 

¿Cómo sería nuestra reacción y cómo cumpliríamos con esa obligación contraída por la bondad del empresario contratante? Sin duda la cumpliríamos y nos manifestaríamos contentos con su generosidad en cada ocasión que tuviéramos la oportunidad de encontrarnos con él y poder manifestárselo. 

Me pregunto a veces si los cristianos nos damos cuenta que esa es la situación exacta en la que nos encontramos, deudores, con respecto al Buen Dios. 

Él vino a regalarnos el más importante de los bienes que tenemos y que tendremos: nos regaló por su infinita misericordia esa segunda vida, la Vida de verdad, sin exigirnos a cambio absolutamente nada. Sólo que nos amáramos y que le amáramos a Él en todos aquellos de nuestros hermanos, que sufren por una u otra causa. Sin embargo y en virtud de aquel supremo sacrificio que fue necesario para ello, para que nos alcanzara su infinita misericordia, somos deudores de su amor. Hemos recibido, anticipadamente, un pago extraordinario, un pago de Amor divino, sólo por ostentar la condición humana. Por ser criatura humana. 

Creo que la mayoría de mis consocios, de los miembros de las Conferencias de San Vicente de Paúl, son conscientes de esa enorme deuda de Amor y que tratamos de decirle al Buen Dios que le amamos a través de la entrega a aquellos que Él mismo, nos señala como sus elegidos “En verdad os digo que en cuanto le hicisteis a uno solo de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25-40). 

La oración en las Conferencias y la meditación semanal de la Palabra de Dios comunitariamente en cada una de sus reuniones, nos debe llevar a la acción y que ésta, sea una acción de amor hacia el más débil. El más necesitado. Una acción por Amor a Dios, por imperfecto que este sea por nuestra parte. 

Seguro que María, siempre nos ayudará a lograrlo si se lo pedimos.

Por Santiago Moranchel

(Delegación de Enseñanza)

 

Santiago Moranchel, de la Delegación de Enseñanza, nos trae en esta ocasión en su colaboración mensual esta carta que, en colaboración, han escrito los obispos vascos y el de Navarra sobre la importancia de la educación. Para leerla o descargarla, sólo tienes que clicar en este enlace:

CARTA CONJUNTA SOBRE EDUCACIÓN

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