Por Jesús Montejano

(Delegación de Piedad Popular, Cofradías y Hermandades)

 

 

Este es el lema sobre el que han trabajado los delgados diocesanos de Piedad Popular, Cofradías y Hermandades y los Rectores de Santuarios de España, celebrado en la casa Betania de San Juan de Aznalfarache (Sevilla) los días 28 al 30 de mayo.

Dicho encuentro ha sido organizado por el Departamento de Santuarios,  Peregrinaciones y Piedad Popular, dirigido por el sacerdote de nuestra diócesis D. Eugenio Abad Vega.

En la Inauguración estuvieron presentes D. Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo, presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral de la Conferencia Episcopal, así como D. Santiago Gómez Sierra, obispo auxiliar de Sevilla y responsable del Departamento de Santuarios, Peregrinaciones y Piedad Popular.

En las jornadas se reflexionó sobre cuatros temas: Sobre el peregrino y cofrade, protagonistas en la Iglesia;  sobre el Santuario y las Cofradías, como atrio de los gentiles; sobre la propuesta pastoral del Papa Francisco de “santuarizar” las parroquias; y sobre la formación de agentes para una mejor y adecuada evangelización.

En definitiva, se trata de profundizar en la comunión, en la evangelización de alejados en el marco de los santuarios y cofradías, en la riqueza que puede aportar –y aportan- los santuarios a la vida de la parroquia, y en la importancia de la formación para una mejor evangelización.

Por otro lado se compartieron diversas comunicaciones de  las cofradías en el ámbito social, de gran riqueza e interés: El centro de Estimulación Precoz que lleva a cabo en Sevilla la Hermandad del Stmo. Cristo del Buen Fin (http://www.hermandadbuenfin.es/sede-canonica/10-hermandad/25-centro-de-estimulacion-precoz-cristo-del-buen-fin); el Proyecto “Fraternitas” que lleva a cargo el Consejo General de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Sevilla, haciendo presente a la Hermandades sevillanas en las periferias (http://www.hermandades-de-sevilla.org/consejo/accion-social/proyecto-fraternitas); y la Misión Cofrade de la Hermandad de Ntra. Sra. de la Paz, con vista al acercamiento de personas alejadas de la fe (http://www.hermandaddelapaz.org/).

Asistieron a las jornadas 46 personas de toda la geografía nacional, y entre ellas D. Fernando Rojo, miembro de nuestra Delegación Diocesana de Piedad Popular, Cofradías y Hermandades.

 

Por Alfonso Olmos

(Director de la Oficina de Información)

 

 

Es un dicho popular, pero, como dice mi madre, “todos los refranes caminan”. El nuevo gobierno tiene prisa para determinadas cosas, y las prisas no son buenas. Se proponen nombres y personas que, nombrados o no, se apartan inmediatamente del oficio para el que habían sido propuestos con celeridad; se anuncian, sorpresivamente, iniciativas sobre temas que han de solucionarse cuanto antes, teniendo como protagonista a la Iglesia, sus instituciones o sus convicciones profundas; se cree oportuno arrinconar, cuanto antes, la religión; se pretende poner fin, en breve, a conflictos que necesitan una serena reflexión; se camina con decisión para legalizar acciones que van en contra, claramente, del “no matarás”, se pretende implantar en los centros educativos, sin posibilidad de elección, doctrina contraria a los principios de muchos y todo esto con mucha prisa, puesto que no se sabe cuánto durará la legislatura presente.

Ante las prisas de algunos conviene utilizar vocablos como diálogo, consenso, unanimidad, reflexión, prudencia, serenidad, paciencia o calma. Son palabras utilizadas, y actitudes puestas en práctica, por los demócratas del mundo entero. Nos viene bien a todos caminar por estos caminos para que la crispación social no crezca, y para que la convivencia pacífica sea la seña de identidad de nuestro pueblo.

Mientras tano la Iglesia seguirá trabajando, como hasta ahora, para combatirla pobreza, acogiendo a los que tienen que salir fuera de su tierra buscando una vida con más posibilidades, promoviendo el arte, la cultura y la educación integral y en valores, atendiendo a las personas enfermas y a los ancianos y buscando el bien común y la armonía entre todos.

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

Triángulo pleno de amor blanco, Amparo,

Reina coronada en aureola alba

Incienso en rosas y en flora y alma

Amparo brota de ti por todos lados

 

No sólo Amparo albo de tu manto mana,

Guadalajareña imagen, la del vestirse blanco:

Una diestra mano cetro que gobierna y brazo

Largamente hablan, sin usarse las palabras.

 

Oración tu rostro sereno y tus ojos altos

Parece que imploran, mientras nos muestras al Muchacho.

 

Levanto a ti mi rostro extenuado, y tú me lo bañas

En paz, sosiego, alivio, aliento y calma…

 

¡Oh fuente, oh río, oh clara

DIVINA MIRADA que desde arriba baja!

 

NOTO TU PRESENCIA AQUÍ, mientras que acaso

OYERA YO decirle a mi mente el primer verso de este árbol

 

DE AMOR, que estoy componiendo aquí, al ver tu cara,

BLANCO fulgor coronado, manto blanco que irradia

 

AMPARO de serenidad a quien anduviera desalentado.

Amparo de quietud y calma a quien mirase en busca de tu Amparo.

 

¿O fui yo,

triángulo pleno de amor blanco, Amparo,

o el propio Dios

quien imaginó el primer endecasílabo que ahora ha florecido en este rimado árbol?

 

 

Juan Pablo Mañueco

Del libro "Cantil de Cantos VIII. Poemas místicos" (2017)

 

 

Vídeo sobre autor: 

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0&feature=youtu.be 

 

Información sobre el libro "Cantil de Cantos VIII. Poemas místicos":  

http://aache.com/tienda/654-cantil-de-cantos-viii.html

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

Tenía una gran sensibilidad y era hombre de oración y de acción. A pesar de que vivía lejos del lugar en el que se publican estos artículos, le conocía bien. Una acción y una oración, que siempre iban dirigidas a pedir por evitar el sufrimiento o por ayudar a hacer frente a las necesidades de los otros. Ya fueran asistidos o lo fueran los consocios de su Conferencia por los que sentía una especial preferencia espiritual. Decía – Jacinto – que su deseo era estar siempre en oración. Estar en contacto con Él el mayor tiempo posible. 

Un día, un consocio de su Conferencia, cayó gravemente enfermo. El mucho trabajo de los hijos, todos viviendo fuera de la pequeña población en la que lo hacía Jacinto y el consocio enfermo, se convirtió en un suplicio para su pobre esposa que le velaba en la práctica día y noche, a la vez que atendía su casa. Se la veía, día a día, ir desmejorándose y adelgazando cómo si la enferma fuera ella y no el marido. 

La Conferencia, afortunadamente, era de las que, como es debido, se preocupaba antes de los propios consocios, que de llevar el amor hacia fuera del grupo. Decía Jacinto, que si entre ellos no lo tenían – el amor, el afecto, la fraternidad – difícilmente podrían extenderlo más allá de la Conferencia en su entrega por y para aquellos que sufrían. Por lo tanto, con frecuencia, se acercaba a ver al hermano enfermo. Un día, encontraron los dos consocios que le visitaban, uno de ellos era Jacinto, tan agotada a la esposa del consocio enfermo, que cuando acabaron la visita e iban a marcharse, Jacinto pidió permiso a la dueña de la casa para quedarse un rato más con el enfermo, que ya prácticamente no atendía y que así podría aprovechar ella, para dar una pequeña “cabezada” para reponerse un poco. La mujer, que  llevaba prácticamente varios días “maldurmiendo”, se retiró a su cuarto a la vez que el otro consocio, abandonaba la casa para atender otras gestiones de la Conferencia que ambos – Jacinto y él -  tenían asignadas. 

Jacinto, sacó el rosario y un pequeño librito de la “Imitación de Cristo” que siempre le acompañaba. Tranquilamente se puso a orar. 

Hacia el amanecer, con los primeros rayos de luz de la mañana del día siguiente, la agotada esposa se despertó y al ver la claridad del nuevo día, asustada por el tiempo que había dormido, imaginó que llegada cierta hora, Jacinto, sin hacer ruido para no despertarla, habría abandonado la casa. Su pobre marido estaría sin las medicinas necesarias que ella le proporcionaba de acuerdo a un calendario de pared y sin atender en el resto de sus necesidades. 

Salió precipitada al pequeño cuarto de estar y su sorpresa fue encontrarlo allí, un tanto adormilado, pero con su rosario en la mano desgranando avemarías. Le pidió perdón por haber dormido mucho más que una simple cabezada y le comento, su preocupación por las medicinas que suponía no tomadas por el enfermo. 

La tranquilizó Jacinto. Las había tomado todas de acuerdo a lo que indicaba el calendario de pared. Se levantó, pasó por la habitación del enfermo, rezo un poco en voz alta y casi como avergonzado de haber roto la intimidad de aquel matrimonio, marchó para su casa. Su servicio, había acabado por aquella noche. Pero su Rosario, seguía acompañándole en su mano. 

No fue la última vez que lo hizo. Comentó el asunto con el resto de sus compañeros de Conferencia y durante varias semanas, hasta que el Buen Dios acogió al consocio enfermo, al menos un par de veces cada siete días, algún consocio pasaba una mañana, una tarde o una noche, a su cabecera. El tiempo necesario para que su entregada esposa, pudiera descansar unas pocas horas o hiciese los recados imprescindibles y rompiendo la posible soledad que sintiera el consocio a quien todos, le hablaban sin saber muy bien si eran o no escuchados. Pero le hablaban. Sí que era por parte de todos, un acto de amor fraterno. 

Toda la Conferencia acudió al entierro. Alguno de los hijos agradecido a Jacinto, verdadero motor de aquella iniciativa de entrega, se acercó a abrazarle y darle las gracias. Jacinto, al liberarse del abrazo, solo le dijo mirando a sus consocios: “Misión cumplida. Ahora ya está todo él en las manos del Buen Dios. ¡Pero somos tan pocos y vamos siendo tan mayores!” En silencio y acompañado del resto de los consocios, se alejaron buscando el primer Sagrario ante el que postrarse para dar gracias por el servicio realizado. 

Dicen, que en unos meses, nació una nueva Conferencia en algún punto del mundo, que coincidía con el lugar del domicilio de un hijo del bueno de Jacinto. 

Otro día, quizás, contaré alguna otra historia de Jacinto. Tiene muchas. Todas de entrega. Todas de donación: de donarse. Seguro que el amable lector, el indulgente lector, me perdonará y en algún momento, puede que hasta le guste alguna de ellas. 

¡Que María nos acompañe! Siempre María.

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