Agustín Bugeda Sanz
(vicario general)
Me ha impresionado la frase evangélica en la que se apoya este año el Papa para el mensaje cuaresmal, “al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría” (Mt 24, 12). Ciertamente no me había parado nunca en este versículo, pero la llamada atención que hace Francisco, me ha hecho caer en la cuenta de la veracidad actual de tal afirmación.
Constatamos de mil maneras –como también hace el Papa en el mensaje- que los falsos profetas, las soluciones fáciles y no reales, la mentira, envidia, etc… acampan libremente a nuestro alrededor y de alguna forma hasta nos podemos acostumbrar a ellas con cierta indiferencia, otro mal muy actual.
Al comenzar la Cuaresma es muy bueno que nos paremos, entremos en el propio desierto y desterremos de nosotros esa mirada indiferente para ver todo de otra manera, para contemplar el mundo con la mirada de Cristo. Así la misma existencia y lo que nos rodea se convierte en un reto y una ocasión de cambio.
Y en esa mirada a nuestro mundo con tanto desencuentro e individualismo, no podemos sino hacer todo lo posible para que la maldad no enfríe el amor, que las tinieblas no venzan a la luz, que la mentira no venza a la verdad. No podemos ser espectadores pasivos y lamentalistas, sino agentes activos del aquí y ahora que Dios nos regala.
En nuestras manos y en nuestro corazón está poner un poco de amor en cada cosa, un poco de verdad o un mucho de verdad en todo lo que nos rodea. Lo hacemos sabiendo que Cristo ha vencido las tentaciones, el mal y la muerte y esa es nuestra confianza. En Dios –como también nos recuerda el Papa- no se enfría el Amor, y a Él nos hemos de acercar, en El hemos de vivir para llevar ese Amor a nuestro mundo.
Que ni el pesimismo estéril, el individualismo egoísta o las guerras fratricidas dominen nuestra existencia. Muy al contrario, la Cuaresma es un tiempo propio, unidos a toda la comunidad cristiana, para vencer todo ello y hacer posible que en nuestro mundo no domine la maldad, sino el Amor. Día a día, momento a momento, en lo pequeño y lo grande, con Cristo lo podemos hacer, estamos en el bando victorioso.
¡Qué no se enfríe el amor en el corazón de ningún hombre! ¡Y menos aún en el corazón de ningún cristiano!




En noviembre la oficina de Transparencia del Obispado y la Administración diocesana informaron del tema de la economía y la necesidad de formalizar las cuentas de las cofradías y el uso de las limosnas que se reciben de los fieles y miembros de las cofradías.
Queridos, hermanos todos en el Señor: ¡Qué gozo la nieve caída los días pasados! Hasta ahora, a pesar de las grandes nevadas en muchos lugares de España, aquí sólo caía una finísima capa de nieve. Ante la penuria de agua, sólo pedíamos con el salmista: “Lávame: quedaré más blanco que la nieve” (Sal 50, 9b). Ahora la espesa capa de nieve, el paisaje oculto por el manto blanco, es como si el Señor nos respondiese: “Voy a crear en tí un corazón puro, te voy a renovar por dentro con espíritu firme” (Cf. Sal 50, 12). Ya no va a ser un lavado superficial. Si Le dejamos, nos va a transformar desde dentro, como solo Él, nuestro Padre y Creador, puede hacer. Como telón de fondo de este temporal, tenemos la reciente solemnidad de la Presentación de Jesús en el Templo, celebración de la Vida Consagrada, un momento privilegiado para renovar nuestra entrega al Señor. Y acción de gracias por el gran don que es vivir sólo para Él. También, esta tarde es una oportunidad, para agradecer todos juntos, la llamada que hemos recibido en el Bautismo a participar de la vida divina: “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lv 19, 1).
El contrapunto, al entusiasmo producido por los paisajes nevados, lo vivimos en la proclamación diaria de la Regla de san Benito. Desde el pasado 25 de enero, día de la Conversión de san Pablo, estamos escuchando el capítulo séptimo de la Regla: “De la humildad”. El sábado, escuchamos el sexto grado de humildad, creemos que menos conocido, pero de gran ayuda para situarnos en nuestro sitio de criaturas: “El sexto grado de humildad consiste en que el monje se contente con las cosas más viles y abyectas, y se considere como obrero inepto e indigno para cuanto se le mande, diciéndose a sí mismo con el profeta: He quedado reducido a la nada; me he convertido en una especie de jumento en tu presencia, pero siempre estoy contigo”. Vivir nuestra vida con esta sabiduría, nos permite vivir con libertad, sin esclavitudes que terminan por asfixiarnos. Tal vez este pequeño párrafo pueda servirnos de reflexión para iniciar la Cuaresma. 












