Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

Corren los aplausos bien merecidos a quienes están en el frente de batalla: médicos, enfermeros, auxiliares, transportistas, conductores de ambulancia y de furgones fúnebres... Se reconoce el trabajo de los soldados, de quienes responsablemente deciden las acciones necesarias, aunque sean dolorosas, para frenar la terrible plaga de coronavirus. 

Se valora en los discursos oficiales el comportamiento ciudadano, la disciplina social, la obediencia al confinamiento, especialmente de los que viven en estrechos espacios familiares, tienen personas con algún síndrome especial, o están totalmente solos… Sobrecoge el sacrificio que en tantas familias está suponiendo la enfermedad y la muerte de seres queridos, el aislamiento en los hospitales y el fallecimiento en soledad. 

Muchos están siendo afectados, por no decir que lo estamos todos, por algo tan fuerte, que nos parece inimaginable. Y en medio de esta realidad heroica y dolorosa, existe una población discreta, silenciosa, humilde, creyente y orante, que cada día eleva sus brazos al cielo, intercede por nombres concretos y con sus manos elaboran equipamientos sanitarios. 

No se dice nada de los mensajes que llegan a los monasterios pidiendo oración, ni de los ruegos que suplican para que se ofrezcan sufragios por los muertos. No se habla de los miles de creyentes que en soledad, silencio, discreción y anonimato, rezan, imploran, se sacrifican porque Dios tenga misericordia de todos nosotros. Ahí están tantos sacerdotes celebrando en sus casas la Eucaristía por todos. Me decía un obispo: “Es verdad que no se nombra a Dios, pero tampoco se le está culpando”. 

Nunca sabremos si la providencia de una mascarilla a tiempo, la fortaleza de ánimo de un médico, el cariño y delicadeza de una enfermera, la generosidad de un donante, tienen relación con la plegaria de muchas personas, pero estoy seguro de que en las llamadas que se hacen a los monasterios, y de creyentes entre sí, se percibe la esperanza de quienes profesan confianza, porque sabemos que no estamos arrojados a un destino fatal. 

Pensamos que todo está siendo tan fuerte que habrá un antes y un después en nuestro modo de plantear la vida, la sociedad y  la convivencia. Quizá todos estamos esperando el milagro, y miramos al papa Francisco, al Cristo de San Marcelo, al icono de la Virgen, por ver si acontece el signo que indique el final del “diluvio”, el término de la “plaga”. Sin embargo, hay un texto evangélico que nos advierte sobre la ineficacia de los signos extraordinarios si no cambia el corazón. Es el diálogo que se establece entre el rico Epulón y Abraham: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”» (Lc 16, 27-31). 

La Biblia asegura que Dios escucha la oración del justo, del pobre, del humilde, del que tiene fe… Es muy importante que llegue el material que se necesita, que aterricen los aviones con equipamiento sanitario, y también es muy urgente pedir al cielo misericordia.  En los días que celebramos la Pasión de Cristo, en silencio, adoramos, confiamos y creemos que todo tendrá sentido y todo participará de la luz pascual.

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

Jesús parece que lleva prisa, sube decidido y remonta la pendiente que va de Jericó a la ciudad santa de Jerusalén. Ya no hay tregua. El Maestro confía a los suyos la razón de ir a la ciudad: su próxima Pasión. 

El miedo acosa a los discípulos, y en el aturdimiento rehúyen las palabras del Señor y especulan acerca de quién puede ser más y primero, sin querer enterarse del drama que guarda Jesús en su interior.

Dicen que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Estos días, no resistimos tantas noticias dolorosas. Como higiene mental nos evadimos hablando de dinero o de política, porque no soportamos tanta muerte. 

Jesús sube a Jerusalén para dar la vida, y no porque se la quiten, ni por accidente, sino por ofrenda de amor. “Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”, y Él nos llega a decir: “Vosotros sois mis amigos”. 

La mente nos trae la hipótesis del contagio, de la pérdida de seres queridos: un horizonte terrible. Jesús nos invita a ir detrás de Él, pero no porque desee nuestro mal, sino para que podamos comprender nuestra mortalidad y transformar nuestro dolor con el suyo. 

Este año no hay procesiones, ni ramos, ni borriquita. Para qué estrenar el traje, o vestir de fiesta. Esta es la tentación. Sin embargo, viendo subir a Jesús a Jerusalén, cabe reaccionar como el ciego de Jericó, y levantarnos de un salto, soltar el manto del pesimismo escéptico, de la tristeza depresiva, y pedirle al Hijo de David que nos abra los ojos de la fe, ojos que se atreven a vislumbrar salvación detrás de sus pisada, de los pasos de Aquel que se encamina a la entrega total por amor. 

No dejemos pasar este momento, lo podremos vivir evadidos, por miedo; aturdidos, por dolor; pero también podemos llevar el ramo del testigo, del mártir, de quien toma la palma de la entrega personal y solidaria. 

Cada uno podemos gritar, si es preciso, y con ello descansa el corazón, no solo: “Hosanna al Hijo de David, Bendito el que viene en nombre del Señor”, sino también, como el ciego: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de nosotros”.

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

1ª Estación: A María el ángel le anuncia su maternidad 

“¿Cómo será eso, pues no conozco varón?” (Lc 1, 34). José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado” (Mt 1, 18-19). 

Si tú te sientes afectado por el virus, y estigmatizado por la enfermedad, mira a María, de quien se sospecha lo peor, y atrévete a decir: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38). 

¿Encuentras en el comportamiento de María y de José luz para tus dudas y tus miedos?

 

2ª Estación: María tiene que dejar su casa 

“Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta” (Lc 2, 4-7).

 Si tú, o alguien de los tuyos, habéis sido evacuados al hospital, o estáis aislados, si vives el confinamiento como un secuestro, mira a María, que estando a punto de dar a luz tiene que dejar su casa y alumbrar a su Hijo en un establo. “María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). 

¿Estás hundido, deprimido? ¿Te justificas en tus necesidades para no levantarte?

 

3ª Estación: María atravesada de dolor 

“Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción, y a ti misma una espada te traspasará el alma»” (Lc 2, 34-35). 

Si tu mente está invadida por hipótesis negativas, si tu imaginación adelanta situaciones dolorosas, y hasta sospechas que no podrás con tanto sufrimiento. Mira a María, ella permaneció de pie delante del anciano Simeón. Ella es la zarza ardiente. (Ex 3, 2-3) 

¿Por tu bautismo, te sientes consagrado por Jesucristo? ¿Has decidido ser enteramente suyo?

 

4ª Estación: María sufre el exilio 

«Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto” (Mt 2, 13-14). 

Si has quedado separado de los tuyos, si te encuentras como exiliado, sin poder ver a los que más quieres, mira a María que tiene que esconderse, huir perseguida, con miedo de que hagan daño a su Hijo. 

¿Qué actitud tienes ante las personas que viven sin tierra, sin casa, sin trabajo o sin familia? ¿Eres sensible ante el maltrato de los niños y de la mujer?

 

5ª Estación: María sufre angustia 

“(Sus padres), al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2, 48). 

Si las noticias te llegan a producir angustia, tristeza o llanto, no creas que por ello pecas por falta de fe. Mira a María, que cuando se le perdió el Niño Jesús no pudo contener la angustia y acudió al templo. 

¿En estos momentos de dificultad, acudes a la oración? ¿Tienes experiencia de haber sido escuchado por Dios en tus pruebas?

 

6ª Estación: María despojada de los afectos 

«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mt 12, 47-50) 

Si en esta hora sientes que te arrancan las entrañas, que sufres la distancia de los tuyos, que el silencio y la soledad te introducen la sospecha de que no te quieren, mira a María; ella tuvo que asimilar un nuevo modo de saberse amada, desde el amor de Dios. 

¿En qué fundas tus relaciones personales, en la simpatía, en la ideología, en la coincidencia religiosa… o en que todos somos hijos de Dios, sacramentos de Jesús?

 

7ª Estación: María, herida en su Hijo 

Los escribas le dijeron a Jesús: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que él me ha enviado” (Jn 8, 39-42) 

Si en esta hora padeces por bulos, infundios, mentiras, sospechas o rechazos, mira a María, a la que le llegan los insultos que dirigen a su Hijo respecto a ella. 

Cada día nos llegan noticias de violencia y de maltrato social por la fe.  ¿Qué relación tienes con la Iglesia perseguida?

 

8ª Estación: María en la vía dolorosa

“Las calzadas de Sión están de luto, que nadie viene a las solemnidades. Todas sus puertas desoladas, sus sacerdotes gimiendo, afligidas sus vírgenes, ¡y ella misma en amargura! De la hija de Sión se ha ido todo su esplendor” (Lm 1, 4-6). 

Si estos días te llegan noticias de amigos, conocidos o seres queridos que están infectados y no puedes acudir a ellos, mira a María que ve a su Hijo avanzar hacia el Calvario y no puede socorrerlo, pero le envía con los ojos todo su amor. 

 ¿Sales al encuentro de los que sufren? ¿Estás comprometido con alguna circunstancia dolorosa?

 

9ª Estación: María, testigo del despojamiento de Jesús

La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: «No la rompamos, sino echemos a suertes a ver a quién le toca», para que se cumpliera la Escritura: Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica” (Jn 19, 23-24). 

Si te sientes desprotegido, sin los mínimos auxilios para defenderte de la pandemia, como si estuvieras desnudo, a la intemperie, mira a María que asiste al despojo de su Hijo, sin poder acercarse. Revístete de su fortaleza y cuídate. 

¿Cómo tratas tu corporeidad? ¿Cómo miras a los demás?

 

10ª Estación: María al pie de la Cruz donde crucifican a su Hijo 

“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena” (Jn 19, 25). 

Si te ha sucedido que han ingresado en el hospital a algún ser querido y no lo puedes acompañar, mira a María, quien desde lejos acompaña a su Hijo clavado en la Cruz y se mantiene de pie sin derrumbarse, sostenida por la fe. 

En estos momentos tan recios, ¿te derrumbas? ¿Permaneces de pie, como María?

 

11ª Estación: La nueva maternidad de María 

“Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27). 

No hay parto sin dolor. Si te cuesta asumir la prueba, si te parece que sobrepasa tu capacidad, mira a María, a quien su Hijo le encomienda la maternidad universal. Acógete a su amparo. 

¿Te sientes acompañado por la mirada maternal de María? ¿Acudes a la Virgen en los momentos de riesgo?

 

12ª Estación: María presencia la muerte de su Hijo en la Cruz 

“Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19, 28-30). 

Si has perdido a un ser querido, a un amigo o a algún conocido, mira a María, la Madre del Crucificado. Ella te acompaña sin palabras, y sabe de tu dolor. Ella se mantuvo en esperanza. 

¿Te reconoces en la actitud de María? ¿Te da valor su testimonio?

 

13ª Estación: María abraza el cuerpo muerto de su Hijo 

-“Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo; entre ellas, María la Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los hijos de Zebedeo”- (Mt 27, 55-56) 

Se puede suponer que entre las mujeres estuviera también María, la Madre de Jesús, pues no la dejarían marcharse sola. Quizá tú no has podido despedirte de algún ser querido, o de algún amigo, ni has podido acercarte al hospital. Mira a María. La piedad cristiana ha imaginado que abrazó a su Hijo, bajado de la Cruz. Seguro que ella también ha estado junto a los que han muerto en el momento supremo. 

¿Te sientes acompañado por María en tus pruebas? ¿Descargas en ella tu dolor?

 

14ª Estación: Jesús es colocado en el sepulcro 

“Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo” (Lc 23, 55). 

En estos días, impresiona asistir a un entierro, sin que la familia ni los amigos puedan acompañar en esos momentos. Mira a María; no consta que ella estuviera entre las mujeres que ven el lugar donde ponen a Jesús. Ella sabe de soledad, de silencio y hasta de angustia, y espera confiada. 

¿Eres más proclive a encerrarte en tu dolor, o te atreves a confiar en la Providencia divina en lo recio de la prueba?

 

15ª Estación: María la mujer creyente 

“Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá»” (Lc 1, 45). 

María ya no volverá al sepulcro. La mujer creyente espera a su Señor al alba. Es la hora de la fe, de apostar por Dios, de fiarse de Él, de no renunciar al cristianismo por pensar que es un placebo, un consuelo barato. Jesús murió, asumió toda nuestra mortalidad, pero creemos lo que escucharon las mujeres: “El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y, entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas quedaron despavoridas y con las caras mirando al suelo y ellos les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado (Lc 24, 1-6).

 ¿Crees esto?

El Vía Crucis es escuela para sumar a la pasión redentora de Jesucristo nuestros propios sufrimientos en favor de los más necesitados y de la redención universal

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

Un viernes, uno de los días más importantes de la historia de la humanidad –junto a los días de la Encarnación, de la Natividad y de Resurrección-, Jesús de Nazaret fue juzgado, condenado a muerte, hecho cargar con una cruz, recorrer el camino el Calvario y allí sufrir la muerte, una muerte cruel, pero salvadora y redentora para toda la humanidad. Fue un viernes, el 14 de Nisán del calendario hebrero, probablemente el 7 de abril o una fecha próxima a esta. Desde entonces, el viernes es ya Viernes con mayúscula porque es el día de la cruz y de la redención. Y desde entonces, los cristianos de todos los tiempos conmemoran esta jornada con distintos modos y prácticas. Una de ellas es el ejercicio de piedad o el rezo del Vía Crucis.

Entre los numerosos materiales que en estos dificilísimos días de turbación se suceden y hasta se aglomeran en las redes sociales, he encontrado un Vía Crucis, firmado por Charles Singer. Lo hago mío, con algunos añadidos por mi parte.

“El coronavirus –escribe el autor de principal del Vía Crucis que ahora reproduzco- ante unas de la cruces que los seres humanos tenemos que afrontar a lo largo de nuestra vida: la cruz de la enfermedad”. Es una cruz que, además, nos ha sacudido más a todos por de su carácter inédito, global y pandémico. Y prosigue Charles Singer en la introducción al Vía Crucis  que ahora utilizo: “Una cruz que puede llegar a trastocar todos  de la existencia: el ámbito personal, el familiar, el social e incluso el mundial, como está ocurriendo”. Y concluye en su introducción: “Oramos, junto a la cruz de Jesús, para que el Señor nos ayude en esta circunstancia tan excepcional, que requiere de la colaboración de todos. Que encontremos luz y paz en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”.

          A continuación, el texto con las oraciones del Vía Crucis y una invitación a los lectores de NUEVA ALCARRIA a que lo recen solos o en familia a lo largo del día de hoy, viernes 28 de marzo de 2020, cuarto viernes de una Cuaresma tan singular y dolorosa, que nunca olvidaremos.

Primera estación: Jesús es condenado a muerte

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pedimos en esta estación por todas las personas. Somos frágiles. Estamos expuestos a virus, enfermedades, pecados, peligros… Es la “condena” de nuestra limitación y debilidad humana.  Es la “condena” de todos los que sufren en el cuerpo o el alma. De este modo, podemos completar lo que le falta a la pasión de Cristo, que es la salvación de todos. Que asumamos esa condición de fragilidad que nos identifica: no somos dioses, somos de carne y hueso, con lo que esta realidad conlleva.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Segunda estación: Jesús carga con la cruz

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pedimos en esta estación por todas las autoridades políticas y sanitarias que tienen la responsabilidad de gestionar esta crisis del coronavirus, buscando el bien común de la sociedad. Les toca cargar a sus espaldas la cruz de velar por la salud de las personas. Que Dios les ilumine y les guíe en la toma de decisiones, que lo hagan con responsabilidad y ejemplaridad. Ellos, políticos y comunidad sanitaria, deben experimentar nuestra oración y confiar en ella.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Tercera estación: Jesús, cargado con la cruz, cae por primera vez

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pidamos en esta estación para que no caigamos en la tentación de la frivolidad, de no tomarnos en serio las recomendaciones que se nos hacen para evitar posibles contagios, poniendo en riesgo nuestra salud y la salud de los demás. Pidamos asimismo evitar la tentación de entrar en pánico. Y pidamos para que sepamos distinguir la verdad de los bulos.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Cuarta estación: Jesús, cargado con la cruz, se encuentra en la Vía Dolorosa de Jerusalén a su santísima madre María

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pidamos en esta estación la intercesión de la Virgen María, y para que confiemos en la tarea de tantos profesionales que velan “como madres” por nuestra salud y nuestro bienestar. Oremos singularmente por todas las profesionales que son madres. Y pidamos para el resto de ellos, entrañables maternales y que todos ellos encuentran en los demás esas mismas entrañas de madre.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Quinta estación: El Cirineo ayuda a Jesús a cargar la cruz

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pidamos en esta estación por los profesionales sanitarios: médicos, enfermeras, auxiliares… por todo el personal de los hospitales que son los cirineos que ayudan a los enfermos a vencer la enfermedad. Que Dios les proteja, les cuide, les fortalezca y les ayude en esta hora difícil. Recemos igualmente por aquellos profesionales de sanidad que, por ser cirineos, ya han fallecido o han sido contagiados.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro ensangrentado de Jesús

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pidamos en esta estación por las personas que, de manera altruista, ayudan, colaboran, se solidarizan, aportan su tiempo y sus dones para aliviar tantas necesidades como acarrea una situación como ésta. Que aprendamos a estar siempre al lado de los que sufren, sin estigmatizar a nadie. Y que sepamos aprovechar bien, al respecto, las nuevas vías, plataformas y redes de comunicación.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez bajo el peso de la cruz

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pidamos en esta estación para que no caigamos en el miedo, en la histeria, en la desesperanza… que no conducen a nada. Que el Señor nos dé serenidad para afrontar esta situación de emergencia que nos toca vivir. Y oremos singularmente por quienes caen bajo el peso de la cruz del pánico, de la hipersaturación de información y de los bulos.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pidamos en esta estación por tantos creyentes como en estos días rezamos para que Dios aparte del mundo este mal del coronavirus. Que Dios escuche y atienda nuestras oraciones. Que nuestras plegarias, como las de las mujeres de Jerusalén, sean enjugados en la misericordia de Dios y hallemos consuelo en la oración individual y comunitaria.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Novena estación: Jesús con la cruz a cuesta cae por tercera vez

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pidamos en esta estación por quienes sufren los daños colaterales de esta crisis. De un modo especial, por los empresarios que ven peligrar su medio de subsistencia y por los obreros que, como consecuencia, se quedan sin trabajo. Y quienes han de seguir trabajando para servirnos a los demás. Que pronto todo pueda volver a la normalidad.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Décima estación: Jesús con la cruz a cuesta llega al Calvario y es despojado de sus vestiduras

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

 Pidamos en esta estación por los investigadores que buscan un remedio de curación eficaz, para que sus trabajos pronto puedan dar fruto. Que la comunidad médica y científica aúne fuerzas. No se trata de saber qué país y qué científicos logran primero la vacuna, sino que unir esfuerzos.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pidamos en esta estación por todos los que guardan cuarentena médica, bien por tener el virus, bien por haber convivido con personas infectadas. Que el Señor les dé paciencia, y que este tiempo les sirva de provecho para reflexionar sobre la propia vida y sobre la necesidad que tenemos de Dios. Y para que también se sientan acompañados, desde la distancia, por la fraternidad universal.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Duodécima estación: Jesús muere en la cruz

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”. Unos minutos de silencio interior.

Pidamos en esta estación por todos los que han fallecido con coronavirus, para que Dios les acoja en el cielo donde ya no hay ni enfermedad, ni luto ni dolor. Cristo murió por ti y por mí. Murió por todos. Murió por ellos. Sigue muriendo cada día por ellos y por todos. Y su muerte nos abrió a ellos y a todos las puertas de la Vida con mayúscula y para siempre.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Decimotercera estación: El cuerpo muerto de Jesús es descendido de la cruz y entregado a su Madre Santísima

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pidamos en esta estación por todos los familiares de quienes han padecido o están padeciendo la enfermedad del coronavirus, para que el Señor les acompañe y fortalezca en medio de la situación familiar que están viviendo.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Decimocuarta estación: Jesús es sepultado

“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Pidamos en esta estación para que aprendamos a asumir tantas realidades dolorosas como nos toca afrontar a lo largo de la vida, incluida esta del coronavirus, desde la luz de la fe, en la esperanza de que todo es pasajero, de que Dios tiene siempre la última palabra.

PADRE NUESTRO…

“Pequé, Señor, ten piedad y misericordia de mí, pecador”

Decimoquinta estación: Jesús resucita de entre los muertos y vence la muerte

“Tu Cruz adoramos, Señor, u tu santa resurrección glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”.

Oración final: Oh, Dios, que sabes que no podemos subsistir por nuestra fragilidad, asediados por tantos peligros, como ahora padecemos con la pandemia del coronavirus. Concédenos la salud del alma y del cuerpo, para superar con tu ayuda este peligro. Cura a los enfermos y danos la paz. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

El Vía Crucis comienza poniéndose en el nombre del Dios, del Hijo y del Espíritu Santo, y el rezo del “Señor mío, Jesucristo”. Puede concluir con un nuevo Padre Nuestro, Ave María y Gloria por las intenciones  del Papa y el rezo del Credo.

 

Texto publicado en NUEVA ALCARRIA el viernes 27 de marzo de 2020

 

Por Alfonso Olmos Embid

(director de la Oficina de Información de la Diócesis)

 

 

En tiempos de pandemia Guadalajara no se queda sin su semana de pasión, porque la procesión va por dentro y los misterios de la fe, además de expresión pública, también tienen corazón. Por eso viviremos unidos estos días de fervor con recuerdo emocionado y memoria agradecida.

María se queda en casa. Jesús también se quedan en casa, solidarizándose así con nuestro mundo enfermo y sufriente. Pero en nuestras calles vacías, más que nunca, su presencia perpetua y su amor misericordioso lo inundará todo, porque todo lo impregna su rostro y su figura.

Por eso el domingo, al comienzo de estos días santos y tras una cuarentena diferente y hostil, en Guadalajara, muchos niños acompañarán desde su confinamiento a la Borriquilla, y estrenarán ilusiones y entonarán con júbilo el “hosanna” de este domingo sin ramos y acompañado de otras palmas, las de los balcones, el “resistiré” de otras décadas que se ha convertido ahora en un himno triunfal, expresión de nuestros mejores deseos.

Y a la tarde miraremos hacia el camposanto y rezaremos, con lágrimas en los ojos, por los que expiran a causa de este virus letal. Y sin entender muy bien lo sucedido, pero con fe y pasión en nuestros labios, le musitaremos al Padre como Cristo en Getsemaní: “si es posible, que pase de mí este cáliz” o “por qué nos has abandonado”. Y si guardamos silencio lo entenderemos.

Entenderemos que su mejor regalo es la misericordia que nos regala y nos sana. Misericordia que no se adquiere en los supermercados ni a granel, sino que se nos obsequia por pura gracia. Por eso aceptamos esa merced indulgente que el papa nos ofrece cordialmente en este tiempo, deseando que así la obtengan los que la pidan de corazón, a falta de un perdón confinado. María: vuelve a nosotros y a todos tus hijos necesitados, tus ojos misericordiosos.

El sufrimiento nos ha visitado. Sin preverlo, sin quererlo siquiera y sin darnos cuenta. Y nuestra ciudad vive un calvario, su particular vía crucis no en la calle con los jóvenes como protagonistas cada martes santo, sino en muchos hogares, en el hospital, en los centros de salud o en las residencias de ancianos. Allí “cirineos” y “verónicas” con nombres propios, ayudan a llevar la cruz y enjugan rostros: sanitarios y trabajadores, héroes de nuestro tiempo, que ahora reciben a diario la ovación de una sociedad volcada y agradecida.

Salud es lo que pedimos. Hasta los que oraban poco ahora la piden e insisten con fe. Salud es lo que deseamos Cristo, hermano nuestro, para los que viven atados a la columna del dolor y de la enfermedad. Pisa nuestras calles, acércate a nuestras casas, toca nuestros corazones y concédenos, a todos, la salud del cuerpo y del alma. Confiamos y esperamos. La esperanza es lo último que se pierde, porque la esperanza no defrauda. Esperamos con paciencia el fin de esta pandemia, esperamos absortos la recuperación de los afectados, esperamos mirando a María que es “vida, dulzura y esperanza nuestra” y le suplicamos por todos los que en sus casas esperan buenas noticias de sus seres queridos. También con esperanza le pedimos que interceda para que los que sucumben obtengan el descanso eterno.

Pasión, entrega y sacrificio: amor fraterno. Comunión espiritual a falta de pan. Adorar “en espíritu y en verdad”. Se nos pide aún más fe. Creer sin ver que se sigue haciendo presente Cristo y que, a puerta cerrada, la eucaristía se celebra a diario por el pueblo. Hemos descubierto que los apóstoles de nuestra sociedad, son los que nos siguen asistiendo desde sus trabajos en servicios esenciales. Sin duda que merecen monumentos este jueves santo.

Maniatado Nazareno, Jesús amigo y hermano, detén tu camino hacia el calvario. Quédate en casa este año, pero no dejes de dar la vida por amor; como tantos que serán recordados por su entrega silenciosa y reconocidos por cargar con la cruz de los crucificados por el sufrimiento. Jesús, con su cruz a cuestas, como tantos miles de afectados e infectados: pasión de nuestro mundo enfermo que grita pidiendo favores, que grita pidiendo piedad. Piedad hecha indulgencia como regalo papal, como prueba del amor de Dios y para que se quede el alma con paz. Amor y paz necesita nuestro mundo: el consuelo infinito de la fe. Amor y paz que restaure vidas, familias y corazones devastados.

Dolor y soledad ante el calvario, que es la quinta angustia que muchos están viviendo junto a la cruz en este tiempo. Dolor y soledad, o impotencia, ante el yacente muerto. Dolor y soledad de muchos que se han dejado la vida en el intento y a los que no se ha podido ni velar: cruz desnuda, abandono infinito, desgarro del corazón.

Sufrimiento, orfandad aparente y desamparo que necesita ver la luz. Pascua florida para el estado de alarma. Procesión del resucitado por las calles tras el confinamiento. Abandono del “quédate en casa” cuando se eclipse el temor, cuando superemos el miedo a un contagio sin vacuna.

Pero sobre todo la vida. En un mundo marcado por la cultura de la muerte, somos testigos de que la vida vale la pena, de que la gente quiere vivir y resistir al virus letal. La vida cuenta, la pascua es un regalo. La esperanza no se pierde. La pandemia nos hará mejores. ¿Comprenderemos lo sucedido? ¿Obraremos en consecuencia? La respuesta es la fe: “creed en Dios y creed también en mí”. La respuesta es la esperanza: “espera en el Señor que volverás a alabarlo”. La respuesta está en el corazón: “amarás a Dios y al prójimo”, porque tras esta crisis profunda nuestro mundo necesitará más caridad.

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