Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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“…El Evangelio no puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de un >pueblo sin la presencia activa de los seglares” [1]

 

El párrafo que antecede a estas líneas y que como se señala en la nota al pie está tomado de uno de los Decretos del Concilio Vaticano II, nos llama especialmente a los seglares, a los bautizados, a colaborar con los Pastores en las tareas de Evangelización, de llevar el Evangelio, a aquellos que no lo conocen. También a los que están alejados. 

A lo largo de la Historia, con más frecuencia de la que hubiera sido deseable, se ha considerado la Evangelización, el llevar la Buena Nueva, como una obligación de los consagrados y en particular casi fundamental y exclusivamente de los Presbíteros.  

Hace años, sin embargo, a partir del Concilio Vaticano II, cada día se es más consciente por parte de los que formamos la Santa Iglesia, de que todos somos necesarios y estamos obligados a proclamar el Evangelio. El Papa Francisco, nos lo recuerda en la "Evangelii Gadium": "Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo" 

Una proclamación sin púlpito, sin ambón, discurriendo en la sencillez de la vida diaria y sin discursos pretendidamente apologéticos: con la sencillez de quien cree firmemente en lo que está contando. Quien lo vive e intenta hacerlo suyo. Quien lo comenta y comparte con un amigo querido, queriendo trasladarle su mejor regalo, su mejor experiencia. No hay que olvidar, como nos recordaba Benedicto XVI que “Con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios” (“Deus Caritas Est” 31 c) 

Y, al pensar en este traslado al amigo para compartir con él lo mejor de nosotros mismos, nuestra experiencia de fe, pienso siempre en el campo inmenso que, para este apostolado, tenemos cada uno de los que no siempre con razón, no siempre en verdad del corazón, nos proclamamos cristianos o católicos. Sé bien con cuánta desafortunada frecuencia, los laicos, cuando pretendemos ayudar a alguien que lo necesita, terminamos convirtiéndonos en meros repartidores de alimentos, dinero o cualquier otra clase de ayuda casi exclusivamente material que no nos obligue a ir más allá. Que olvidamos el contacto personal con el que sufre como nos exige el Evangelio y que debía ser nuestro principal carisma. El carisma de todo buen cristiano o todo buen católico. Especialmente, por ser su carisma fundamental y fundacional, de todo miembro de las Conferencias de San Vicente de Paúl. 

Dice la Regla de las Conferencias en su artículo 1.9 al referirse a nuestro contacto con los que sufren: "Los vicentinos se esfuerzan en establecer relaciones que se basen en la confianza y en la amistad. Conscientes de su propia fragilidad y debilidad - la de cada uno de nosotros - sus corazones laten al unísono con el de los pobres. No juzgan a los que sirven. Por el contrario, tratan de comprenderlos como a un hermano".      

Todos los bautizados, como he indicado más arriba, tenemos la obligación de llevar la Buena Nueva. Algunos, sumergidos sólo en nuestros trabajos y obligaciones diarias, podríamos encontrar la falsa justificación de ¿a quién hablar de Jesús? ¿A quién transmitir su personal y gozosa experiencia de Fe? Nunca falta a quién, particularmente en las Conferencias, a través del contacto personal con el que sufre, tan propio de nuestro carisma. Aquellos a los que nos acercamos o se acercan a nosotros, tienen muy claro que somos un grupo de Iglesia. Un grupo de católicos. No les extrañará nada que hablemos con normalidad y naturalidad de nuestra Fe y de lo que ella nos aporta. Todo lo contrario. 

Hace años y durante una visita a una familia a la que ayudaba una determinada Conferencia en un país extranjero, presencié la petición de la familia para hablar "un poco" -dijeron- de Dios. Así lo hicieron los consocios a los que acompañaba, los que un poco avergonzados al salir, me contaron que no se habían decidido a hacerlo nunca, “para no molestarlos, para no invadir su intimidad” (sic). ¡Sin embargo ellos lo estaban esperando, además de ser nuestra obligación! 

No se trata, lo he indicado ya más arriba pero conviene repetirlo, que cada consocio prepare una "homilía" para la visita al amigo en necesidad. Al hermano que sufre. Sería espantoso y una presunción banal, hasta ridícula. Sólo se trata de dejar entrar a Cristo como uno más entre nosotros y, por lo tanto, manifestar lo que Él significa de importante en nuestras vidas. Sin forzar situaciones que tampoco serían lógicas, ni incluso bien recibidas. Sólo aprovechar el traslado de nuestras propias experiencias religiosas, cuando la ocasión se presente. 

Volvamos de nuevo al Papa Francisco en la "Evangelii gaudium":"La actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera" . 

Que María, primera evangelizadora, nos ayude a cada consocio, a cada cristiano, a ser capaces de poner a Cristo en nuestras conversaciones, con la frecuencia que el mundo necesita sin vergüenzas y sin prepotencias. Con sencillez, con naturalidad, pues lo que sabemos, gratis lo hemos recibido y gratis hemos de darlo. (Mt. 10, 7)

 

 

 

(1) Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia, 21a , Concilio Vaticano II

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

Mimética presencia, hecha silencio.

Naturaleza pétrea, éxtasis pleno.

Belleza ante los ojos derramada.

La firma, sin dudarlo, es del cielo,

 

Presencia, hecha plegaria milenaria,

halo humano, al tiempo del misterio,

a la Mare de Deu, virgen morena,

el canto secular de monjes negros.

 

Montaña ¡qué bien guardas el secreto!

de anhelos y miradas escondidos

del corazón herido, peregrino,

De pies llagados, descalzos, ungidos.

 

No sé decir la atmósfera que envuelve

el recio santuario entre macizos,

de cárdenos, enhiestos roquedales,

entre soledades y recios pinos.

Quiero unirme al himno y a la danza,

a los haces de luz de voces blancas,

que traspasan la bóveda terrena,

a melismas de voces gregorianas.

 

Según recé en otros santuarios,

a la Señora le dejé los ruegos

Y ella reiteró lo prometido:

¡No tengas miedo! ¿Por qué tienes miedo?

 

 

                        Montserrat, 17 de febrero, 2020

Por la Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio Cisterciense de Buenafuente)

 

 

 

Queridos amigos:

¡Qué providencia, escribir esta reflexión el día de Nuestra Señora de Lourdes! Jornada Mundial del Enfermo, que este año tiene por lema: “Acompañar en la soledad”. La soledad, posiblemente sea la enfermedad del siglo XXI. 

Sí, providencia, porque los cistercienses hemos recibido de nuestros fundadores la devoción a nuestra Madre la Virgen María, y muchas veces escuchamos que nos dice: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5).

Desde el encuentro de enero, hemos celebrado dos solemnidades muy importantes para nuestra vida, que son de gran ayuda en nuestro camino de ser sólo para Dios. El 26 de enero, nuestros Padres Fundadores, los santos Roberto, Alberico y Esteban, y el 2 de febrero,  Día de la Presentación del Señor y la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Este año, en el día de los fundadores, hemos recordado la Carta de Caridad, documento fundacional de la orden cisterciense, que el pasado 23 de diciembre cumplió 900 años. Nuestro Abad General ha resaltado de forma particular una palabra de este documento: “Prodesse Omnibus”, que significa: servir o desear beneficiar a todos. Él, en su carta de Navidad nos  entregó esta palabra como regalo, diciendo: “Os la ofrezco como una pregunta que nos interroga y estimula, quizás sólo para darnos cuenta de que para beneficiar verdaderamente a todos necesitamos una gran caridad, que sólo Dios puede comunicarnos y que, por lo tanto, debemos suplicar juntos, con humildad y fe” (P. Mauro-Giuseppe Lepori). Este regalo nos trae a la memoria y al corazón las palabras de Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Rogamos al Dueño de la mies que lleve a término la obra que comenzó en nosotras, y le damos siempre gracias por su amor incondicional y gratuito, como decía Madre Teresita: “Gracias-Perdón” “Pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables” (Rm 11, 29). 

La Virgen, la Madre de Dios, modelo de acompañamiento para los enfermos, es guía para los cistercienses en nuestro deseo de beneficiar a todos. “La vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente”, es el lema de la Jornada de este año. Tal vez ahora más que en otros momentos de la historia, hemos de acogernos a nuestra Madre y pedir su ayuda e intercesión, para imitar su fe, su entrega confiada a la voluntad del Padre y vivir, como ella en Nazaret, en humildad, sencillez y alabanza.

 

Vuestras hermanas de Buenafuente del  Sistal

Por Ana I. Gil Valdeolivas

(Delegada de Apostolado Seglar)

 

 

 

El pasado fin de semana hemos vivido un grupo de nuestra diócesis, encabezado por nuestro obispo el congreso nacional de laicos, con el lema “PUEBLO DE DIOS EN SALIDA”

Donde el eje principal ha sido la vocación y misión

Se nos invitaba a vivir en esos días un pentecostés renovado, donde estamos llamados a ser protagonistas del rumbo de nuestra historia como Iglesia, sintiendo que es lo que quiere Dios de cada uno. Llamados a ser misioneros de nuestro mundo y enviados, caminando juntos sacerdotes, consagrados y laicos sin olvidar que es el Espíritu Santo el que nos impulsa, guía, acompaña y nos da la fuerza para realizar todo este camino de Santidad.

Sin duda alguna ha sido un DON, un regalo del Señor.

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

 

Me has dejado, Señor, contemplar la luz,

descalzarme ante la zarza ardiente,

al vislumbrar tu acción en el corazón

de aquellos que sienten la voz de tu llamada.

 

Es privilegio que alguien te abra el alma,

y comparta sincero toda su historia,

la que discurre al ir detrás de ti, Señor,

la de quienes hoy proclaman tu mirada.

 

Cómo no descalzarse ante el amor divino,

sentido en el corazón con gran deseo,

a pesar de la fidelidad herida,

mas en seguimiento enamorado.

 

He sido testigo de los pasos firmes,

de la mirada serena al horizonte,

del corazón atraído por tu rostro,

y de la voluntad decidida, confiada.

 

Cómo no sentir fascinación agradecida,

ante quienes hoy se sienten tus discípulos,

atraídos por tu Palabra trascendente,

y dejando atrás atractivos naturales.

 

Es constatación del axioma acreditado:

Al maestro lo hace en parte el que pregunta,

pues no cabe inventar respuesta,

ante la sed de verdad acrisolada.

 

Agradezco el ministerio recibido

de decir a otros la experiencia

del camino andado, aun con tropiezos,

mas siempre de la mano providente.

 

Es verdad la intervención divina

en la historia frágil de los hombres,

la evidencia de tu paso recio

que puede más que todas las tormentas.

 

                                      Solíus, 7 de febrero, 2020

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