Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

Querido Amigo:

 

Hemos experimentado el límite. Hemos palpado la fragilidad. La prepotencia inconsciente ha chocado con los hechos inesperados. En este tiempo recio, en el que se palpa hasta dónde puede llegar un hombre, no nos tienen que predicar sobre la muerte ni sobre la vulnerabilidad de nuestra naturaleza. Mas, justo en estas circunstancias, o se despierta la trascendencia, por la que cabe transfigurar la Cruz, o se puede sucumbir por la pérdida de toda esperanza humana. 

Más que nunca necesitamos proyectar sobre la historia la verdad cristiana del Misterio de Pascua, la referencia a Quien ha triunfado sobre la muerte y convierte todo sufrimiento en semilla de gloria. 

Puede parecer un recurso débil tener que iluminar la noche de la prueba con la luz de la Pascua Cristiana, cuando la apelación a la técnica y a la ciencia se hace insoslayable. Y, sin embargo, resuena la oración del resto de Israel en tiempos del exilio: “En este momento no tenemos príncipes, | ni profetas, ni jefes; | ni holocausto, ni sacrificios, | ni ofrendas, ni incienso; | ni un sitio donde ofrecerte primicias, | para alcanzar misericordia. Por eso, acepta nuestro corazón contrito | y nuestro espíritu humilde. Ahora te seguimos de todo corazón, | te respetamos, y buscamos tu rostro; | no nos defraudes, Señor; trátanos según tu piedad, | según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso | y da gloria a tu nombre, Señor” (Dn 3, 38-39. 41-43). Y el salmista nos invita a confiar: “Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor” (Sal 26). 

Escribo desde el mundo rural, y desde un espacio monástico. Sorprendentemente, en estos momentos de intemperie, se descubre la sabiduría del modo de vida de quienes permanecen en el desierto y atraviesan las jornadas de manera rítmica, como si fuera una danza que gira del ora al labora.  La disciplina del horario, la dedicación equilibrada del tiempo al trabajo, a la oración, al descanso, a la convivencia, revela una forma de vida doméstica que supera el estrés, la ansiedad por lo novedoso y la agitación extrovertida, porque se ancla la vida en Dios y se vive en la esencialidad. 

El monacato se ha convertido en profecía. Pero los monjes y contemplativos viven de esa forma por amor. No es una norma la vida en el desierto, pero es testimonio que demuestra otra forma de vivir.  Anticipo de la vida que no acaba. 

Cristo resucitado es la razón de nuestra esperanza y motivo de afrontar las pruebas con serenidad, sabiendo que todo conduce al bien. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Por Jesús Montejano

(Delegación de Piedad Popular, Cofradías y Hermandades)

 

 

Nos encontramos, seguramente, en la Semana Santa más atípica de las que podamos celebrar a lo largo de nuestra vida.

Unos días en los que aflora la piedad popular en numerosas manifestaciones religiosas de las que, por las circunstancias en que nos encontramos, tenemos que prescindir.

La Piedad Popular es una auténtica espiritualidad, un medio para acceder al misterio de Dios a través de unas maneras de hacer y  de pensar, mediado por una serie de prácticas piadosas. Esto lo podemos ver con más objetividad con la distancia, en un momento en que no podemos realizar dichas prácticas, por razones mayores.

Que detrás de las cofradías y hermandades hay una auténtica espiritualidad se puede ver sobre todo por los frutos, una espiritualidad que une a personas muy diferentes en otros aspectos, en una piedad sincera y comprometida.

Y los frutos más sobresalientes son dos: acercar a los hombres a Dios y a María; y acercando a los hombres entre sí.

Acudir a nuestras imágenes, orar por los enfermos y difuntos de la pandemia, pedir fuerza y refugio en este momento difícil de incertidumbre e incluso miedo. Esto es un fruto típico de las cofradías y hermandades, que nos hace acudir a orar e interceder a las imágenes de nuestra devoción, en estos momentos de imposibilidad celebrativa.

Crear comunidad, llamar por teléfono, orar unos por otros, abrazar virtualmente, enviar un whatsapp, ayudar a Cáritas con las cuotas no invertidas, aliviar el sufrimiento de quien tenemos al lado en la medida de nuestras posibilidades, acercarnos unos a otros, son también fruto precioso de la piedad popular.

Esta Semana Santa, al contrario que otras veces, las personas que buscan exclusivamente lo exterior desaparecerán, dejando en un primer plano a aquellos que viven profunda y cristianamente su ser cofrade.

Que esta situación no nos impida vivir la Semana Santa con una auténtica piedad y devoción, aunque sea en nuestras casas y con nuestras familias. Expresemos nuestro ser cofrade en casa. Seguramente que nos ayudará a valorar lo que hicimos años pasados y lo que, Dios mediante, haremos en los próximos.

 ¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!

Dios habla en el silencio y la soledad de María; Dios habla en nuestras vigilias vespertinas del Viernes Santo junto al Cristo Yacente y su Madre, la Virgen de la Soledad; y en las vigilias de nuestras víctimas del coronavirus

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Remoto y actualizo, ante el Viernes Santo de 2020, en medio de los días de dolor y de furia del coronavirus,  el sermón y la plegaria que pronuncié hace unos años en la catedral de Sigüenza ante las imágenes del Cristo Yacente del Santo Sepulcro y de su Madre Santísima, la Virgen de la Soledad. Los Armaos seguntinos y cientos de fieles velaban armas y acompañaban al Hijo y a la Madre. Como en tantos lugares de nuestra Iglesia, de nuestra diócesis, que, precisamente, encuentran en la atardecida del Viernes Santo el epicentro de su Semana Santa y de su piedad popular. 

Así fue la escena: “Estaba la Dolorosa junto al leño de la Cruz. “¡Qué alta palabra de Luz! ¡Qué manera tan graciosa de enseñarnos la preciosa lección del callar doliente! Tronaba el cielo rugiente. La tierra se estremecía. Bramaba el agua... María <estaba> sencillamente".

Estad, pues, hermanos, con María. Contemplad, por ello, sí, a María, hermanos. Contempladla. Y contemplad a su Hijo muerto y yacente. Sus cicatrices y heridas son han curado: “¡Cuerpo llagado de amores, yo te adoro y yo te sigo! Yo, Señor de los señores, quiero compartir tus dolores, subiendo a la Cruz contigo. Quiero en la vida seguirte y por sus caminos irte alabando y bendiciendo, y bendecirte sufriendo y muriendo, bendecirte. Quiero, Señor, en tu encanto, tener mis sentidos presos, y, unido a tu cuerpo santo, mojar tu rostro con llanto, secar tu llanto con besos. Quiero, en este santo desvarío, besando tu rostro frío, llamarte mil veces mío... ¡Cristo de la Buena Muerte!”

“Mirad la Virgen que sola está”, cantamos. Su Soledad es holocausto perfecto a imitación del de su Hijo. Es oblación total. Es corredención. “Mirad la Virgen que sola está… “. Y en aquella soledad, en esta soledad, María adquiere una altura espiritual vertiginosa y definitiva. Nunca fue su sí tan pobre ni tan rico, tan doloroso ni tan fecundo. Nunca tan sola y tan acompañada. Es la Soledad. Es la Piedad. Es la Esperanza. Parecía una pálida sombra. Pero al mismo tiempo ofrecía la estampa más genuina de la Reina. En aquella noche, en esta noche, levantó su altar en la cumbre más alta de la historia y del mundo. Y el dolor y la paz, envueltos en silencio, se fundieron, aleteando ya para siempre la certeza y la esperanza que es y significa una existencia solo para Dios y a favor de los demás.

Mirad, sí, a María. Que vuestra mirada, hermanos, sea una plegaria. Una plegaria como esta: 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y mira los nuestros asolados por la pandemia, rotos de tanto llorar en soledad a nuestros difuntos; rasgados en espera de una noticia alentadora del hospital; nublados ante esta noche oscura que no entendemos y cuya luz al final al final del túnel no acabamos de ver. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este desierto del coronavirus y durante todo él, muéstranos a Jesús, fruto bendito de vientre, ¡oh, clementísima, oh, piadosa, oh, dulce, siempre Virgen María! 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, vuélvela, dirígela hacia la entera la comunidad médica y científica, que están arriesgando sus vidas por salvar las vidas de los demás. Mira, Madre Santísima, a transportistas, agricultores, hortelanos, ganaderos, carniceros, pescadores, pescaderos, pastores, tenderos, reponedores, dependientes y personal auxiliar de los supermercados. Vuelve tu mirada de amor y de esperanza a periodistas, suministradores de energía y de telecomunicación, agentes y fuerzas de seguridad, políticos y gobernantes, barrenderos, personal de desinfección y limpiadores de nuestras calles y plazas, asistentes domiciliarios y voluntarios en general en medio de la pandemia. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: míranos Tú también a nosotros y muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Muéstranos sus clavos y sus heridas. Muéstranos su corazón traspasado por la lanza. Muéstranos su amor. Y muéstranos también a nuestros hermanos heridos por la droga, por el alcoholismo, por el paro, por la pobreza, por la ancianidad, por la enfermedad, por los fenómenos migratorios. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: muéstrate a nuestros pequeños hermanos ya engendrados y aun no nacidos, a quienes el hedonismo, el materialismo, el secularismo, el relativismo y las leyes injustas no han permitido nacer y los han condenado a la más miserable de las muertes, sin defensa y sin justicia algunas, los ha condenado y los condenan al aborto. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: muéstrate a nuestros queridísimos ancianos, a nuestros héroes auténticos, a quienes superaron una, una postguerra y tantas dificultades y que lo han dado todo para que nosotros pudiéramos  vivir mejor y sin penurias y que ahora este maldito virus se los está llevando de un zarpazo inhumano, como si se tratara de una cruel guadaña, de una parca inmisericorde. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: vuelve nuestra mirada a nuestra historia de fe. Ayúdanos a ser fieles a ella. Somos lo que somos gracias a la herencia cristiana que puebla por doquier en nuestras ciudades y rincones. Somos lo que somos porque la fe cristiana ha irrigado las venas de nuestro corazón y las entretelas de nuestra alma. Aparta de nosotros las plagas de la apostasía silenciosa, del cristianismo a la carta,  de la fe acomodaticia y sin compromisos, de un vago catolicismo de boquilla, solo para cuando nos interesa. Ahuyenta de nosotros los espectros y las sombras de la secularización y de la comodidad aburguesada, atenazante y mortecina en el seno mismo de la Iglesia, de sus ministros y de sus consagrados. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: aleja de nosotros la tentación de un imposible Cristo sin su Iglesia. Tú, que eres testigo privilegiado de que Dios existe y es amor, ayúdanos a vivir en su santo nombre y en su santa ley. Dios no solo no nos estorba, sino que sin El nada somos y nada podemos, aunque nos creamos vana y estérilmente perfectos.  Haznos entender que ni Dios ni su Iglesia son nuestros enemigos sino nuestros mejores y más incondicionales amigos y amigos para siempre. Reaviva, sí, Virgen Santísima Señora Nuestra de la Soledad, nuestras raíces cristianas. Y que nunca tengamos miedo a proclamarnos como tales, como cristianos con todas sus consecuencias, defendiendo y promoviendo sus signos y símbolos como el de la Santa Cruz, como el Crucifijo. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: que nada ni nadie, María, nos quite la cruz de nuestros caminos y de nuestros espacios. Ni de nuestros corazones. Tú Hijo es la Cruz. Y su cruz adoramos y glorificamos porque por el madero, por la cruz, ha venido la alegría al mundo entero.      

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: “Yo fui, pecando, quien, Madre, trocó en tristeza vuestra alegría. Mis culpas fueron, vil pecador, las que amargaron tu corazón”. Ayúdanos, María de la Soledad, de la Soledad de Soledades, a ser más humildes, más sencillos, más serviciales, más misericordiosos. Ayúdanos a pensar menos y solo en nosotros mismos y a abrirnos a los demás, a su llanto y a su espera, a sus gozos y a sus sombras.  Haznos personas de palabra y, sobre todo, de escucha. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: ayúdanos a buscar la paz, la concordia, el entendimiento, la reconciliación. Qué no perdamos, María, la conciencia de que el pecado existe y de que todos somos pecadores. Y de que todos podemos y debemos  purificar y reconciliar con Dios nuestros pecados en el Sacramento del Perdón, a través de la Iglesia y mediante la Confesión, sacramentos ambos de la alegría y de la vida nueva.         

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: “No llores, Madre, no llores más. Que yo tu llanto quiero enjugar. Sufro contigo, triste penar. Perdón, oh Madre. ¡Os quiero amar!”. María de la Caridad y de la Solidaridad, haznos instrumentos visibles del Dios que es amor. Haznos testigos del Evangelio a través de las obras, el lenguaje que más y mejor reconoce y aprecia nuestro mundo. Llénanos de caridad y de verdad. Aumenta nuestra esperanza, la única esperanza que nos salva: Cristo y este crucificado y resucitado. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: haznos buenos prójimos, buenos samaritanos. Haznos solícitos con los demás.  Que enjuguemos no solo tu llanto, sino también el llanto de la humanidad herida. El llanto de las víctimas de la pandemia, todos los terrorismos y fanatismos; el llanto de los más damnificados por la crisis económica; el llanto de tantas mujeres viudas y solas como Tú; el llanto de madres que, como Tú, lloran al hijo perdido, al hijo alejado. El llanto de las mujeres maltratadas, el llanto de las mujeres explotadas laboral o sexualmente. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: que enjuguemos el llanto, María, de nuestro entorno rural, tan atardecido y tan arrugado, de nuestra España, tierra, provincia y diócesis vaciada; el llanto de nuestra querida ciudad, en inciertas e inquietantes horas; el llanto de nuestra patria y de nuestro mundo, tantas veces, aun sin querer saberlo, a la deriva. Que enjuguemos el llanto de nuestra Iglesia, estos años pasados apesadumbrada por pretéritos e inadmisibles errores de algunos -muy escasos- de sus ministros y zaherida por una virulenta e intoxicadora campaña contra el Papa y contra el sacerdocio ministerial. 

Virgen Santísima, Señora Nuestra de la Soledad: que, mediante un mayor y renovada vitalidad y compromiso de vida cristiana y eclesial, enjuguemos el llanto de nuestra hiriente crisis vocacional, de nuestras tan grandes dificultades en la pastoral juvenil y familiar. Ruega, sí, María, por las vocaciones, por los niños, por los jóvenes, por las familias. Por los niños crecidos y educados ya en la increencia práctica; por los jóvenes sin rumbo, fascinados y engañados por los falsos dioses a los que adora nuestro mundo; por las familias, singularmente por las familias rotas y desestructuradas.         

Que esta sea, hermanos, nuestra oración ferviente de esta noche, de mañana y de siempre. Que esta sea la brújula y el compás del paso que acompañe nuestro caminar esta noche. Que esta sea nuestra mirada a la Virgen de la Soledad para acompañarla, para amarla y para aprender de Ella en la escuela del Calvario y en la cátedra abierta, en el libro abierto de su corazón roto y cautivo de amor. Y luego, hermanos, volved a caminar. Transformados. Alentados. Transfigurados. Como Ella. Mirad y descubrid entre sus lágrimas la certeza de la resurrección, mientras sigue  y sufre sola, “con hondo dolor, pues ha muerto el Hijo que era su amor. Cual tierna rosa sobre el rosal. Troncó su vida fiero puñal”. “Mirad la Virgen, que sola está, triste y llorando su soledad”.         

Silencio, pues, hermanos, Dios habla en el silencio y en la soledad de María. Dios no es el que siempre calla. Está hablándonos a través de María. ¿No lo escucháis? Nos está pidiendo a través de Ella un “sí”, ahora en el Calvario, ahora el pie de la cruz. Y ojalá que como María, Reina de Reina de Soledades, nuestra respuesta sea: “¡He aquí, la esclava del Señor! ¡Hágase en mí según tu Palabra!”. 

“No llores, Madre, no llores más./ Que yo tu llanto quiero enjugar.

Sufro contigo, triste penar./ Perdón, oh Madre./ Os quiero amar”. Amén. 

Porque María de los Dolores y de la Soledad hoy llora por las víctimas del coronavirus. Lloremos con Ella y nuestras lágrimas mutuas serán enjugadas en la esperanza que jamás defrauda: en la esperanza infalible de la resurrección de su Hijo Jesucristo, el único y el permanente salvador del mundo.     

 

  

PUBLICADO EN NUEVA ALCARRIA el 7 de abril de 2020

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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Esta vez, aprovecho el artículo que me ha enviado una muy buena amiga y consocia de Guadalajara, Pilar Arnas, para compartirlo con tantos amigos por el mundo. Dice así: 

" Quien encuentra un amigo encuentra un tesoro" 

Este 2020 el Señor me ha permitido vivir la Cuaresma de una forma muy especial. El recuerdo de los buenos amigos ha estado acompañándome. El encontrarme ocasionalmente con mi consocio Jacinto el miércoles de ceniza, fue todo un regalo cuyo recuerdo me ha acompañado, todas estas semana de encierro forzoso. 

Fácilmente lo reconocí. Salía de su parroquia bien vestido, elegante a la vez que austero, como siempre se presentaba ante su mejor amigo El Señor. Un fuerte abrazo confirmaba nuestra amistad que se había iniciado en nuestra juventud. 

¡Cuánto debemos agradecer a los buenos amigos! 

El encuentro removió mi memoria y me centró en los tiempos de juventud compartidos. Jacinto fue el joven alegre que nos traía a todos de cabeza. Su carácter cordial y su vitalidad era todo un misterio. Mientras él se mantenía serenamente activo nosotros, sus jóvenes amigos, no podíamos evitar el nerviosismo ante cualquier nuevo servicio. 

Ambos somos miembros de las Conferencias de San Vicente de Paúl. 

Todos queríamos acompañarlo. No tardé en darme cuenta de que su gran atractivo era su sencillez. 

 No conocía el significado de la palabra "aburrimiento". Le bastaba mirar y ver lo que cada día le presentaba. Se dejaba empapar por la vida. ¡Eso era lo interesante! Disfrutaba con la escucha y el acompañamiento de los miembros más veteranos de su Conferencia.  

Con Jacinto fácilmente se llegaron a establecer lazos de fraternidad, de verdadera amistad. Era y es realmente entrañable. Las Conferencias  forjaron su carácter. Con esa habilidad que parecía innata se acercaba al pobre y al rico, al enfermo y al sano, al solitario y al que no lo era. 

Era y es un experto en el arte de la cordialidad. Los que tuvimos la suerte de ser acompañados por Jacinto en los años de juventud compartimos la necesidad de la oración sin la cual a los días les faltaba algo, algo importante. La oración se hacía imprescindible para vivir con la confianza de sabernos siempre atendidos por la mejor compañía. El mejor de los amigos. 

En Cuaresma a Jacinto lo veíamos menos pues nos decía que era "su tiempo fuerte" tiempo de recogimiento, de oración intensa. Ocasión propicia para renovar las pilas, para cargar el alma y la mente de paz y serenidad. 

Tiempo de renuncia y estrechez, pero con amplitud para dejarse impregnar de quien todo lo llena. Aprendimos a vivir la Cuaresma como tiempo de plenitud. 

La aparente bondad de Jacinto se estaba forjando con oración y trabajo

Con la mayor naturalidad, entablaba conversación con el más necesitado de su parroquia y se interesaba por sus inquietudes, fueran las que fuesen y las de sus amigos.  

Un cigarrillo y diez minutos de conversación hacían milagros. Sabía que todos los domingos le estaban esperando y todos disfrutaban del encuentro. A veces se establecía una pequeña “panda” de dos o tres que se unían a la celebración. 

La existencia de Jacinto siempre se ha visto acompañada por sus "amigos especiales" como el propio Roberto (1) que era su inseparable.

Estos fueron los primeros pasos de su vida que nos pueden ayudar a comprender su dedicación a personas como Roberto. 

Cuando uno piensa en la personalidad actual de Jacinto se da cuenta de las virtudes que, con trabajo y oración, ha ido adquiriendo. Son virtudes que transcienden y hacen que lo percibamos como un buen hombre. Un buen hijo de Dios y un ejemplo para tantos de nosotros. 

Un hombre que vibra y se conmueve ante el dolor ajeno, que se alegra con las bondades y alegrías de sus hermanos y que ha venido haciendo de la fraternidad su estilo de vida. No se concibe la vida de Jacinto sin su estrecha unión con la Iglesia, con su pequeña parroquia y con su pertenencia a las Conferencias de San Vicente de Paúl. 

Tiene el don de manifestar, como laico, la alegría de vivir el mandato del amor. 

Sus amigos de juventud damos gracias a Dios y a María de tenerlo entre nosotros como amigo y consocio............. 

Espero, queridos amigos, que les gustara como me gustó a mi

 

José Ramón Díaz-Torremocha

De las Conferencias de San Vicente de Paúl

en Guadalajara (España)

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  (1) Roberto, cómo los antiguos lectores conocen, es una persona con algunas facultades disminuidas, que vive en un Hogar de buenas Hermanas que le atienden y donde se reúne al menos semanalmente la Conferencia. Siempre está cerca del consocio Jacinto, al que adora.

 

                         

 

Please find below the text in english 

 

ENCOUNTER WITH JACINTO

 

This time, I take advantage of the article that a very good friend and fellow member of Guadalajara, Pilar Arnas, has sent to me, and share it with so many friends around the world. It reads as follows: 

"Who finds a friend finds a treasure" 

This year 2020, the Lord has allowed me to live Lent in a very special way. The memory of good friends has been with me. The casual encounter with my fellow member Jacinto on Ash Wednesday was quite a gift, the memory of which has been with me all these weeks of confinement.

I easily recognized him. He was leaving his parish well-dressed, elegant and at the same time austere, as he always presented himself to his best friend, the Lord. A strong embrace confirmed our friendship that had begun in our youth. 

How much we should thank the good friends! 

The meeting revived my memory and took me to the shared youth times. Jacinto was the cheerful young man who ‘drove us crazy’. His warm character and his vitality were quite a mystery. While he remained calmly active we, his young friends, could not avoid nervousness in the face of any new service. 

We are both members of the Conferences of St. Vincent de Paul. 

All of us wanted to go with him. It didn't take long for me to realize that his great charm was his simplicity. 

He did not know the meaning of the word "boredom." It was enough for him to look and see what each day brought to him. He let himself be imbued with life. That was what was interesting! He enjoyed listening to and accompanying the most senior members of his Conference. 

With Jacinto, the bonds of fraternity, of true friendship were easily established. He was and still is really endearing. The Conferences forged his character. With that skill that seemed innate, he approached the poor and the rich, the sick and the healthy, the lonely and the one who was not so. 

He was and still is an expert in the art of cordiality. Those of us who were fortunate enough to be accompanied by Jacinto in the years of youth, we shared the need for prayer without which the days were devoided of something, something important. Prayer became essential to live with the confidence of always being cared for by the best company. The best of friends.

 In Lent we saw Jacinto less often because he told us that it was "his tempo forte", a time of withdrawal, of intense prayer. A favourable opportunity to “recharge the batteries”, to fill the soul and the mind with peace and serenity. 

Time of renunciation and scarcity, but with openness to let yourself be imbued with the one who fills everything. We learned to live Lent as a time of fullness. 

Jacinto's apparent kindness was being forged with prayer and work.   

In the most natural way, he engaged in conversation with the most in need of his parish and was interested in their concerns, whatever they were, and those of their friends. 

A cigarette and ten minutes of conversation worked miracles. He knew that every Sunday they were waiting for him and everyone enjoyed the meeting. Sometimes a small "bunch" of two or three was formed who joined the celebration. 

Jacinto’s existence has always been accompanied by his "special friends", like Roberto himself (1) , who was his inseparable friend.

These were the first steps in his life that can help us understand his dedication to people like Roberto. 

When one thinks of Jacinto's current personality, one realizes the virtues that, with work and prayer, he has acquired. They are virtues that transcend and make us perceive him as a good man. A good son of God and an example to so many of us. 

A vibrant man who is moved by the pain of others, who rejoices in the joys and goodness of his brothers and sisters and who has made of fraternity his way of life. Jacinto's life is not conceived without his close bond with the Church, with his small parish and with his membership in the Conferences of St. Vincent de Paul. 

He has the gift of expressing, as a layman, the joy of living the mandate of love. 

His friends of youth we thank God and Mary for having him among us as a friend and fellow member................ 

I hope, my dear friends, that you have liked it as I have.

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conferences of Saint Vincent de Paul

in Guadalajara (Spain)

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(1) Roberto, as the former readers know, is a person with some diminished faculties, who lives in a Home of good Sisters that look after him and where the Conference meets at least once a week. He is always close to Jacinto, whom he adores.

José González Vegas

(Presidente de la Junta de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de Guadalajara)

 

 

Habiendo cerrado ya las puertas de la Cuaresma, el sol empieza a esbozar retazos de primavera cuya cancela se entreabre para llamar a la tradición. 

Una vez llegados a la Semana de Pasión, nuestra mirada interior y nuestra mirada exterior tienden a proyectar nuestros deseos más íntimos hacia el misterio más sublime que ha acontecido en la historia de la humanidad y en la creación. Son los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Misterios divinos que nos salvan del pecado y de una muerte para siempre. Misterios en los que Dios hecho hombre ha querido sufrir, entregarse y morir por amor a nosotros. Misterios que traen la salvación a todo aquél que lo cree y acepta, y a los que somos invitados a vivir en nuestra vida. 

Es tiempo de conversión, de replanteamiento en serio de nuestra fe, de caridad, de penitencia, para alcanzar a vivir en plenitud la vida de la gracia, para recibir en el día grande de la Pascua el Espíritu y la vida nueva de Cristo vivo que ha resucitado; una semana que cuenta el tiempo al revés pues la muerte engendra la vida. 

Pero también es tiempo marcado de Religiosidad Popular, es tiempo de Cofradías y Hermandades. El cofrade vive permanentemente en la frontera que separa la nostalgia de la espera. Ello hace que nuestra Pasión llegue hasta lo más profundo de nuestra memoria, está inscrita en las calles donde antaños pavimentos musitan oraciones con penar de cera y penitencia de asfalto, en las plegarias que impregnan el aire difuminado de incienso. Se saborea la espera del tiempo que sólo pretende detenerse en el cronograma comprimido de una semana de perfectos tiempos que recogen pasados heredados y presentes que van configurándose para perdurar en el tiempo. 

Las Cofradías cumplen una misión fundamental en la piedad del pueblo fiel y en la misión evangelizadora de la Iglesia y esta Semana Santa lo seguirán haciendo. Esta pandemia nos da la oportunidad de dar un paso importante en nuestra condición humana. En este tiempo se nos da la oportunidad de sanar de raíz el corazón, de sanarlo con meditación, oración y buenas acciones. De darnos cuenta lentamente, como siempre actúa el Espíritu, de que esta vida es temporal y que somos peregrinos. Ahora ha llegado el momento de mirarnos por dentro para que todo vaya colocándose en su sitio, abandonando los pensamientos obsesivos y estériles. En estos días, debemos vislumbrar que en las Cofradías existe una espiritualidad entendida como un modo concreto de acceder al misterio de Dios a través de unas maneras de hacer y de pensar, mediado por una serie de prácticas piadosas. Mediante esta mediación los cofrades debemos encontrar un camino para llegar a Dios de un modo más profundo y comprometido. 

En esta espiritualidad caben personas muy diversas, algunas que cruzan por primera vez el puente que tienden las Hermandades para llegar a una función evangelizadora e integrarse dentro de esa misión; otras que reafirman su fe, de diversos niveles, profundidad y compromiso en la vivencia de la misma. 

Además de sus postulados evangelizadores, piadosos, caritativos, formadores, etc., debemos buscar una doble vertiente: la unión con Dios y la unión con el prójimo, que podemos observar mejor que nunca en estos días. Unión con Dios, a través del acompañamiento y la oración; unión con el semejante para crear comunidad. 

En las cofradías y hermandades existe una espiritualidad abierta para aquellos que de verdad quieran vivirla y adentrarse por ella en la senda del evangelio. Seguramente este año, al no poder procesionar, podamos observarla con mayor claridad. Al contrario que otros años, las personas que solo buscan lo exterior desaparecerán quedando aquellos hermanos cofrades que viven de una manera muy profunda nuestra Semana Mayor. 

Volveremos a sumergirnos en los callejones de la añoranza, observando con curiosidad como se deshace el tiempo en la memoria, calles que surcan el alma en las que la veleidad del tiempo hará que el nazareno vuelva a su vértigo de soledad, a su encierro de tela, a su sueño de ojos entreabiertos. El gesto le llevará a la nostalgia, a recorrer el camino junto a aquellos que ya no están, a transitar por lugares propios de nuestros recuerdos, a oler a incienso y cera, a rosa y clavel. Creerán rezar de nuevo con los hombros, con la cerviz, con los pies descalzos o sujetando un cirio que iluminará el camino de regreso a una nueva Pascua por la que nacemos en el Señor para no morir jamás. 

Y así cerraremos el portalón de la capilla del alma, y tras un largo toque de matraca suspirar por el primer plenilunio de la próxima primavera.

 

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