Por Raúl Pérez Sanz

(Delegación de Liturgia)

 

 

Terminando ya el primer mes del año nuevo vamos también avanzando en nuestro aprendizaje sobre la Misa. El tema en el cual nos centramos hoy es el lugar de la celebración. respondemos pues a la pregunta ¿Dónde celebrar?

Jesucristo con su muerte y resurrección, destruyó el viejo templo y edificó el templo nuevo. Así pues, Cristo es la nueva presencia del Dios vivo en donde Dios y el hombre entran en contacto y permanecen en contacto.

Ya tenemos claro que el punto de partida es Cristo. Así el misterio de Cristo es reflejado en la Iglesia. Está, sacramento de Cristo, nos ofrece los mismos rasgos del Maestro: una, jerarquizada, dinámica, activa, festiva, vivificante y escatológica. Estos mismos rasgos han de reflejarse en el templo cristiano.

El templo es el lugar especial de gracia. Y con ello no ignoramos el valor sagrado de la creación, sino que dentro de ella reconocemos espacios especialmente consagrados a Dios. Al hablar de lugares sagrados no lo hacemos por la vía de la exclusión, sino por la vía de la excelencia, para completar este estudio mirar los números 288 y 294 de la Ordenación General del Misal Romano.

Al entrar en un lugar sagrado (templo cristiano) ha de visualizarse que está compuesto por: un espacio, dos zonas y tres elementos. Un espacio, como una sola es la Iglesia de Cristo en donde caminamos todos hacia una misma santidad. Dos zonas, en donde hay cabida para personas de muy diversa procedencia, la universalidad de la Iglesia, la catolicidad, expresada en dos zonas: nave y presbiterio, unidad en la santidad, pero diferenciadas en las misiones encomendadas a cada uno dentro de la Iglesia. Tres elementos, en el presbiterio, encontraremos el altar, la sede y el ambón. La Iglesia pues no está descabezada, sino que Cristo es la cabeza, que es a la vez, sacerdote, rey y profeta. Esta capitalidad de Cristo se prolonga visiblemente por los Apóstoles y sus sucesores ahí la cuarta nota de la Iglesia, la apostolicidad.

Como vemos a partir de la arquitectura del templo podemos adentrarnos en el misterio de Cristo, el templo recibe de Él, su vida, valor, luz y hermosura. De ahí nos adentramos en un misterio mayor pues “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn14,9). Por tanto, al contemplar el templo contemplamos a Cristo y en él también a la Santísima Trinidad.

Hoy nuestra lección, aunque más larga, es pura mistagógica: pasar de lo visible a lo invisible, del signo al significado, de los “sacramentos” a los “misterios”.

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

-Aunque me vaya voy a permanecer contigo,

porque mi pensamiento pondrá alas donde estés

por llegar de inmediato mucho antes que los pies.

De forma que aunque vaya, aún junto a ti prosigo.

 

-Eres mi antes, mi ayer, mi hoy y eres mi después.

Es en tu recuerdo el calor más en que me abrigo.

El fervor vehemente en el cual más me prodigo.

El mundo que quiero recorrer todo a través.

 

En tu pecho, el dolor lo calmo, templo y mitigo.

En tu corazón, recta flecha ante lo al revés.

En tu pan del amor en hogazas me desmigo.

 

En tu cáliz de sangre, esperanza hay tras ciprés.

En tu palabra, el verbo no es resto ni es mendigo.

En tu parábola, hay respuestas a mis porqués.

 

 

Juan Pablo Mañueco, del libro "Los poemas místicos y otras estrofas novicias. Cantil de Cantos VIII" 

 

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Por Mere y Lourdes

Encuentro Matrimonial

 

 

Nuestro mundo, en permanente transformación, sigue soñando con el amor. Dice el Papa Francisco que “la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás” Estas palabras son una invitación a poner el amor en acción. 

El amor fuerte al estilo de Jesús, tiene un gran poder: el de transformar el mundo, empezando por quien tenemos más cerca. Todos lo hemos experimentado en mayor o menor medida: en nuestros hijos, con nuestros padres y hermanos, con nuestros amigos,.. Poniendo nuestro amor en acción estamos cambiando el mundo.

Es importante que reconozcamos que nuestro amor matrimonial nos hace “poderosos”, es decir, nos da la fuerza, el vigor y la capacidad para hacer, para transformar y para crear.

Frente a quien pueda creer que lo que mueve el mundo es el poder, el dinero o la fama, nosotros reivindicamos que lo que realmente mueve el mundo, lo que realmente lo transforma, es el amor.

El amor de pareja va más allá de las paredes del hogar, el amor de pareja trasciende la vida en relación. Y del mismo modo que nuestro amor transforma la realidad que está a nuestro alrededor, haciéndola un poco mejor, somos conscientes que a nosotros también nos transforma el amor de otros. 

El amor es imparable. Cada muestra de amor es un eslabón de una cadena que cambia el mundo. Lo que hoy somos, el amor que nos tenemos, es fruto del amor de otros que nos han precedido. Cuando amamos y ponemos nuestro amor en acción, estamos provocando en otros que amen. Poco a poco, pasito a pasito, cambiamos el mundo.

Todo este flujo de amor que recibimos es la forma en la que Dios se manifiesta entre nosotros, porque, en definitiva, todo este amor del que estamos hablando procede de Él. Todos somos instrumentos de Dios para hacer llegar su amor al mundo.

En resumen, este AMOR fuerte, que no se detiene, tiene el gran poder de transformar el mundo: empieza transformándonos a cada uno, continúa transformando nuestra relación y  a nuestras familias y termina haciendo de este mundo, de nuestra sociedad, e incluso de la Iglesia, lugares mejores donde merece la pena vivir. Y donde como creyentes podemos percibir que el AMOR de DIOS, Dios mismo, está entre nosotros. 

Está próximo el día de San Valentín, día de los enamorados; es una festividad de origen cristiano que nos invita a cuidar nuestras relaciones a través de la acogida, la cercanía, el diálogo y de pequeños detalles de amor y ternura de cada día,… Nos invita a celebrar el Amor.

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

Quienes nos leen a los que escribimos algo, aunque sea tan poco y tan pobremente como lo hago yo, agradecemos, como es humano, las felicitaciones o las palabras amables para con nuestros artículos y opiniones. Pero, siendo esto absolutamente cierto, en mi caso y sé que en otros muchos, aprecio más cuando me señalan errores que me hacen cuidar futuros escritos y repensar en lo mal escrito y en su porqué. 

Después de publicar el artículo del mes de septiembre 2018 titulado “Jacinto y él recoge colillas” un querido lector del otro lado del mar, me hizo llegar una severa crítica a través de un correo electrónico por otro lado muy amable y que agradecí mucho por lo señalado en el párrafo anterior. Como recordarán los que siguen estos artículos mensuales, en aquel, en el de septiembre, se trataba de contar cómo un consocio, llamado Jacinto, viendo a un ser humano en necesidad recoger colillas del suelo para fumárselas, acabó suministrándole un paquete cada día, para evitar que siguiera fumando los recogidos del suelo. Me señalaba mi crítico lector, que “sobraba el contar que le daba todos los días el paquete de tabaco que, sin duda, le dañaba”. Lo agradecí mucho, - el correo – pues me daba la ocasión como he indicado más arriba para releer y repensar lo escrito. Si lo volviera a escribir, me pregunté: ¿me influiría la opinión del lector y lo haría diferente? 

Posiblemente lo escribiría exactamente igual y no por “sostenella y no enmendalla”. No. No quiero caer en el defecto en el que seguramente tantas veces he incurrido y en el que se incurre con tanta frecuencia cuando se pretende ayudar a otro: decidir nosotros qué es lo que necesita sin ocuparnos de lo que él realmente desea y siente su falta. Sin preguntar al protagonista: al que sufre la carencia. 

Es cierto que fumar mata. Como tantas veces se nos dice hoy cuando huimos de alguien que lo hace a nuestro rededor. Es verdad. Pero ¿es así como hemos de actuar? ¿Somos nosotros llamados a obligar al que lo necesita a que su necesidad sea la que nosotros estimamos necesaria, buena y oportuna? 

Sin duda, será muy sano para su salud, que el amigo Jacinto y su compañero de Conferencia, (en las Conferencias de San Vicente siempre vamos en pareja a encontrarnos con el que sufre), será bueno que aconsejen a Roberto para que disminuya y hasta si es posible que suprima, el hábito del tabaco y así, seguramente, se lo aconsejaran. Pero ¿imponérselo? 

Si el Buen Dios no nos impone nada, si Él respeta hasta que le traicionemos, si Él no hace más que indicarnos el camino y nos invita a seguirlo: ¿quiénes somos nosotros para imponer nada al hermano, con frecuencia caído, que necesita cualquier tipo de ayuda? Es a su necesidad a la que tenemos que atender. Tal y como él la sienta. No como a nosotros nos gustara o quisiéramos que la sintiera. 

A veces, al que sufre y al que nos acercamos con intención de ayudarle, de acogerle, lo único que le queda es su derecho a equivocarse. ¡No se lo neguemos también! 

No le neguemos el buen consejo, desde luego, al que estamos en conciencia obligados, como nos recuerdan las Obras de Misericordia espirituales. Pero dejemos que sea él quien decida. Recordemos cómo me recordaba a su vez hace solo unas semanas en una magnífica intervención pública una buena amiga que: "no pretendamos tanto cambiar a los demás pues a la única persona a la que realmente podemos cambiar, es a nosotros mismos".  

Si me encontrara en la misma situación, intentaría actuar como mi consocio Jacinto. Le aconsejaría lo que considerara lo mejor para él, pero no se lo impondría. 

Pediría a María fuerzas para vencerme y ver al que sufre y no verme a mí mismo y sólo con mis valores.

Por Vicente Martín Muñoz

(Delegado episcopal de Cáritas Española)

 

 

 

Año nuevo, “odres nuevos”. Comenzamos un nuevo año y estamos llamados a renovar nuestro entusiasmo en el servicio a los más desfavorecidos porque sin entusiasmo no hay vida cristiana auténtica. No es cosa de optimismo fácil, sino algo propio de creyentes, portadores del don del Espíritu Santo, impulsados a vivir con entusiasmo el encuentro con Jesús para anunciar su Palabra, celebrar la fe y servir a los últimos de nuestra sociedad. 

Es prioritario renovar nuestra relación con los más pobres. No basta con atender y asistir, es necesario que los pobres estén más presentes en la vida de la Iglesia y de cada cristiano, ponerlos en el centro de la vida de la comunidad cristiana, escuchando sus clamores, reconociendo su fuerza salvífica, cuidando la calidad del compromiso desde un estilo evangélico, planteándose su atención espiritual y trabajando por la inclusión social. (cf. EG 186-216). 

Hay que reconocer que en la Iglesia se habla más de los pobres que con los pobres y cuando se habla con ellos frecuentemente se utiliza el lenguaje del trabajador o educador social: hablamos de empadronamientos, certificados, itinerarios de inserción, etc. No se puede reducir el pobre a un mero receptor de ayuda o a objeto de intervención social técnica. Hay que encontrar nuevos caminos para situar a los pobres en el corazón de la vida de la Iglesia, de su acción y misión. Hay que encontrar las palabras de la fe para hablar con los pobres, y las palabras de la fe empiezan con palabras de amistad y fraternidad. 

El episodio que narra los Hechos de los Apóstoles sobre la curación de un cojo es paradigmático de una nueva relación evangélica con los pobres. Pedro y Juan lo primero que dicen al hombre enfermo es: “míranos” (Hch 3, 1-10). Hay que mirar a los pobres, contemplarlos, establecer con ellos una relación personal para entenderles y escucharles. Debemos hablar con ellos como hermanos, no como usuarios de nuestros servicios. “Míranos” debe ser siempre la primera respuesta; es la clave para renovar nuestra relación con ellos (cf. EG 198). Y es que no se puede vivir el Evangelio lejos de los pobres: “Compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda”. Ellos no están ahí para nuestras buenas obras, no son, sin más, objeto de nuestra acción social, sino interlocutores del Evangelio que nos ayudan a acoger y vivir la esencia del Evangelio. (Mensaje 1ª Jornada Mundial de los pobres). 

Renovar la relación con los pobres pasa, dice Francisco, por tener pequeños gestos de cercanía que sean sinceros para que calen hondo; por cuidar el valor de estar juntos, desde un clima de igualdad, gozo y amistad; orar juntos en comunidad con la posibilidad de dirigirnos al mismo y único Dios desde lenguas, culturas y credos diferentes; compartir la comida, como hacía Jesús, anticipo de la mesa del Reino de Dios (cf. Mensaje II Jornada Mundial de los Pobres). Dichas acciones, siendo pequeñas y sencillas, pueden ser el inicio de procesos de dignificación y acompañamiento a las personas empobrecidas que lleven, incluso, hasta el encuentro personal con Jesús y su incorporación a la comunidad cristiana.   

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