Por Jesús de las Heras Muela
(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)
De la Hora de Prima a la Hora de Nona del Viernes Santo
Este artículo, esta meditación para la Semana Santa de 2025, es la evocación de aquellas horas de la noche y del despuntar del día (Hora de Prima) del día más largo –o más corto, según se mire, porque atardeció a las tres de tarde (la Hora de Nona) …-, del día más doloroso, del día más fecundo y fecundador del tiempo y de la historia: el Viernes Santo.
De las negaciones de Pedro al pueblo manipulado
Esta meditación es, así, el tiempo para recordar a Pedro y a sus tres negaciones mientras el gallo cantaba. El tiempo de la desesperación suprema de Judas, ojalá abierta a la misericordia de Dios. El tiempo de preguntarnos que dónde y por dónde se hallaban los otros diez apóstoles. El tiempo de la mentira y de la blasfemia del hipócrita juicio religioso; el tiempo de la primera fase del injusto e inicuo juicio civil; el tiempo de la farsa y de la burla de un Herodes Antipas desbordado, frívolo e impotente.
Es el de tiempo de la desgana primero, de la búsqueda –tímida búsqueda- después de Pilatos y finalmente de su cobardía, trufada de relativismo y de pragmatismo, siempre plegado a lo políticamente correcto y a los intereses personales.
Es el tiempo del pueblo manipulado, embravecido, variable y pendular: el mismo pueblo que el Domingo de Ramos aclamó con vítores y hosannas al que llamaban bendito el que viene en el nombre del Señor, en esta mañana de pasión de pasiones, pide la muerte en cruz de Jesucristo.

Encarnizamiento y ensañamiento homicida y deicida
Es el tiempo del encarnizamiento y ensañamiento homicida y deicida de los soldados de unos y de otros, de los judíos y de los romanos, que afrentan y zahieren hasta la saciedad y la extenuación el cuerpo humano y sacrosanto del Señor: en su espalda lo flagelan hasta el fin y hasta abrir sus carnes ensangrentadas; sobre sus sienes colocan una corona de espinas punzantes; abofetean y llenan de salivazos sin cesar su hermoso rostro hasta dejarlo sin apariencia humana.
Visten sus espaldas escarnecidas con un manto rojo de oprobio y golpean sin piedad este cuerpo malherido y atado, este rostro ensangrentado y partido. Clavan sus pies y sus manos al madero; sin pudor besan con vinagre sus labios; sacian con hiel su sed y su garganta.
Juegan y reparten a los dados su túnica inconsútil y hasta, ya muerto, al no poder quebrar sus piernas, hieren su pecho amante del que brotan al instante la sangre –quizás la poca sangre que todavía le quedaba- y el agua.
Silencio y dignidad sublimes de Jesús
Y es también, y, sobre todo, y, ante todo, el tiempo del silencio y de la dignidad sublimes de Jesús. Es su hora, preludio ya último de su hora definitiva: la hora de la obediencia total, la hora de la entrega radical, la hora del abandono supremo, la hora del servicio sin límites, la hora del amor hasta el extremo, la hora de la salvación.
Y, por todo ello, esta meditación de Pasión sigue siendo fiel reflejo del más hondo palpitar humano, de la verdad más cierta de su alma y de su peripecia, de la caracterización más aguda de su realidad, de nuestra realidad. Porque, al igual que en Getsemaní tú y yo -todos- estábamos allí, también lo estamos en esta Hora de Prima de la Pasión, también lo estamos en la Hora de Tercia, de Sexta y de Nona de aquel Viernes Santo y de todos los Viernes Santos de la entera historia del hombre. Como también lo estamos en la Hora del Prima, en al alba del día sin ocaso de la Pascua donde el Señor hace nuevas y ya siempre todas las cosas.
Todos estamos en estas horas de la Pasión
Como Pedro, también nosotros negamos tantas veces a Jesús y nos avergonzamos de Él. Incluso como Judas, lo traicionamos y vendemos al mejor postor porque cómo es posible que las voraces crisis en que llevamos sumidos desde hace años todavía no haya hecho recapacitar en sus causas más hondas y más verdaderas, que son causas morales y éticas, causas de ausencia, abandono y apostasía práctica de la fe cristiana.
Como los otros diez apóstoles –apenas Juan aparece a última hora al pie de la Cruz, junto a María y otros dos o tres mujeres-, también nosotros nos escondemos despavoridos, desconcertados, desnortados y aterrados.
Como los sumos sacerdotes, los fariseos y los letrados, también nosotros hacemos juicio sumarísimo a lo que de Él no nos gusta o nos resulta demasiado comprometedor, demasiado desestabilizador, demasiado exigente.
Como Herodes Antias, la frivolidad anida en exceso en nuestros corazones, en nuestras mentes y en nuestras conductas.
Como Pilatos, nos rendimos ante el poder –ante tantos poderes establecidos, poderes de hecho o de derecho, ante quienes rendimos la pleitesía de la comodidad y del conservar nuestros privilegios y nos rendimos a mitad de camino en la búsqueda de la verdad, escuchando más los cantos de sirena de quienes dicen y aseguran que no hay verdad, que todo es relativo y acomodaticio, de todo depende de color del cristal con que se mira.
Como el pueblo jerosolimitano, también nosotros cambiamos de parecer como las veletas, también nosotros nos dejamos llevar por la incoherencia y la inconsistencia, por la ira, por el influjo de los poderosos, por las seducciones de la mundanidad.
Y como los soldados, nuestros pecados –los pecados de toda la humanidad de ayer, de hoy y de mañana- vuelvan a dejar al cuerpo de Jesús, su semblante y su figura ya adelantadas por el profeta Isaías en sus cantos del Siervo, del varón de dolores probado en sufrimientos, desfigurado, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza, sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, desestimado, leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros errores, maltratado, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecido, sin defensa, sin justicia.

¿Qué cuándo lo hacemos, qué cuándo actuamos así?
Recordemos el capítulo 25 del evangelio según San Mateo. Sí, cada vez que así lo hacemos y así actuamos –y son tantas veces- con nuestros hermanos menores los pobres, los enfermos, los ancianos, los parados, los necesitados. Cada vez que desconectamos del llanto de la humanidad gimiente.
¿Qué cuándo lo hacemos, que cuándo así actuamos? Cuando dejamos, por ejemplo, que los símbolos religiosos, los símbolos que forman parte de nuestro patrimonio del alma, se puedan ver expuestos al vaivén de lo políticamente correcto, al único juego de mayorías o minorías, de consensos o contrapartidas.
¿Qué cuándo lo hacemos, que cuándo así actuamos? Cuando, en la teoría o en la práctica, optamos por una vida a la carta, indolora, blanda, solo para sanos y “perfectos”, de “calidad”, estúpida e irrealmente feliz solo para mí y los míos.
¿Qué cuándo lo hacemos, que cuándo así actuamos? Cuando queremos y creemos en un Cristo sin su Iglesia, en un Cristo a mi medida, a la medida del hombre y no a la medida de Dios.
¿Qué cuándo lo hacemos, que cuándo así actuamos? Cuando queremos y creemos en una Iglesia y en un cristianismo light, bajo en calorías, descafeinado, edulcorado. En una Iglesia a mi gusto, medida y manera. En una Iglesia en rebajas que necesariamente tiene que hacerse atractiva no desde la verdad sino desde el relativismo de la moda, de la cultura y de las apetencias y gustos coyunturales. En una Iglesia donde yo me confieso solo con Dios, donde yo participó en la misa dominical solo cuando toca… y, eso sí, tengo todos los derechos del mundo y muy poquitas –por no decir ninguna- obligaciones.
La somnolencia de los discípulos, la fuerza de la Pasión
En la segunda parte de su libro sobre Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger-Benedicto XVI nos alerta sobre el mal que devoró el Jueves Santo en Getsemaní a los apóstoles y que sigue planteando con tanta fuerza también entre nosotros: “La somnolencia de los discípulos sigue siendo a lo largo de los siglos una ocasión favorable para el poder del mal. Esta somnolencia es un embotamiento del alma que no se deja inquietar por el poder del mal en el mundo, por toda la injusticia y sufrimiento que devastan la tierra. Es una insensibilidad que prefiere ignorar todo eso; que se tranquiliza pensando que, en el fondo, no es tan grave, para poder permanecer así en la autocomplacencia de la propia existencia satisfecha. Pero esta falta de sensibilidad de las almas, esta falta de vigilancia, tanto por lo que se refiere a la cercanía de Dios como al poder amenazador del mal, otorga un poder en el mundo al maligno”.
Sin embargo, la Pasión de Cristo es, sigue siendo, nuestra fuerza. Y seguimos teniendo motivos para gritar a Dios en esta hora, para orar en esta hora a Dios, para comprometernos en esta hora (entre la Hora de Prima y la Hora de Nona del Viernes Santo y siempre es Viernes Santo) para sentir, vivir y transmitir que solo la Pasión de Cristo nos salva y que solo en la Pasión despertamos a la vida nueva y que nada más que la Pasión de Cristo es lo que necesitamos.
Alma de Cristo, Santifícame
Cuerpo de Cristo, Sálvame
Sangre de Cristo, Embriágame
Agua del Costado de Cristo, Lávame
Pasión de Cristo, Confórtame
Oh buen Jesús, Óyeme
Y dentro de tus llagas, Escóndeme
No permitas que me aparte de Ti
Del enemigo, Defiéndeme
En la hora de mi muerte, Llámame
Y mándame ir a Ti para con tus santos
Te alabe por los siglos de los siglos.
Publicado en Nueva Alcarria el 16 de abril de 2025