El consejero de Educación, Cultura y Deportes de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Ángel Felpeto, junto con el vicario general de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara, Agustín Bugeda, y el alcalde de Molina de Aragón, Jesús Herranz, inauguraron el día 12 de julio dos exposiciones con interesantes obras de arte e instrumentos musicales, contemporáneos a Cervantes y alusivos a su obra. En la inauguración participaron también los vececonsejeros de educación y cultura, los vicarios episcopales y los párrocos de Tartanedo y Peralejos de las Truchas, Jesús del Castillo y Moisés Tena, respectivamente.

Ambas muestras se exhibirán en la Casa de la Cultura de San Francisco de Molina hasta el próximo 28 de agosto, y repasarán parte de las diferentes expresiones artísticas contenidas en el libro del genial escritor, y algunas obras religiosas de las localidades de Peralejos de las Truchas y Tartanedo. 

En el acto se puso de relieve el trabajo realizado por el Centro de Restauración de Castilla-La Mancha, encargado de la reparación de las obras contenidas en la muestra ‘Los siglos del Barroco en el Señorío de Molina’, y agradeció la aportación hecha por un músico, cantante, investigador y folklorista de la zona, que ha cedido una muestra de su nutrida colección de instrumentos para esta exposición.     

La muestra ‘Los siglos del Barroco en el Señorío de Molina’, ofrece la posibilidad de ver, a su vez, reunidos dos grupos de obras relevantes del patrimonio religioso comarcal y que nunca se habían podido contemplar en Molina. Por un lado, los doce cuadros que integran el conocido como Apostolado de la parroquia de San Mateo de Peralejos de las Truchas. Y por otro lado, otro grupo de piezas que, también en número de doce, forman parte de dos retablos fingidos en trampantojo, ubicados en la capilla de los Montesoro de la iglesia parroquial de San Bartolomé, en Tartanedo. La exposición ‘Entre Albogues y Clarines. Instrumentos Musicales en la Obra de Cervantes’, muestra más de 120 instrumentos que nombra el genial escritor en El Quijote y en su teatro, novelas y entremeses.

 

 

La Iglesia, con amor entrañable, ha colocado en los domingos siguientes a la Pascua de Pentecostés, celebraciones especiales, en honor de la Santísima Trinidad, y del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, además de la invocación al Sagrado Corazón de Jesús, Sacratísima Humanidad, que diría Santa Teresa de Jesús.

Creo que el calendario litúrgico introduce estas celebraciones como pedagogía de acompañamiento, para que afrontemos el largo camino del Tiempo Ordinario con las provisiones necesarias.

El ángel del Señor, cuando se acercó al profeta Elías, que estaba tendido en el suelo, desanimado y sin ganas de vivir, lo despertó y le mostró pan y agua, para que lo comiera, tomara fuerzas, y siguiera por el largo camino del desierto.

La Iglesia nos ofrece, como el ángel del Señor, la provisión de los sacramentos, el agua regeneradora del perdón y de la misericordia, y el pan de la Palabra y de la Eucaristía, provisiones que fortalecen y posibilitan avanzar por el camino de la existencia.

La presencia real de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía es la concreción más sobrecogedora de la promesa de Jesús a los suyos, cuando les aseguró: “Yo estaré con vosotros, todos los días, hasta la consumación del mundo”. El tabernáculo, presente en las iglesias, señalado con lámpara encendida, como faro de puerto, se convierte para tantos cristianos en referencia y acompañamiento espiritual.

Necesitamos estar en adoración, y necesitamos la oración silenciosa y la visita personal al Santísimo Sacramento, de manera especial en momentos de soledad, de angustia, de quiebra de la salud, de conflictos familiares, de necesidad de misericordia.

Adorar la Eucaristía es el signo más noble del creyente.

Adorar la Eucaristía es la forma más expresiva de amor al Señor.

Adorar la Eucaristía concede la experiencia de saberse mirado por el Señor.

Adorar la Eucaristía concentra la expresividad creyente en la presencia real de Cristo.

Adorar la Eucaristía de manera habitual es un hito de camino seguro.

Adorar la Eucaristía es tiempo en el que se deja modelar el corazón en las manos del Señor.

Adorar la Eucaristía es privilegio de la fe, por el que se experimenta la cercanía histórica de Cristo resucitado.

“Practica la justicia y la misericordia. Deja tu huella”, es una llamada a poner la mirada en el hecho de que practicar la justicia, velar y hacer posibles los derechos fundamentales de todas las personas, es imprescindible para erradicar la pobreza en el mundo. 

Te invitamos a adoptar un estilo de vida solidario y sostenible con las personas y el medio ambiente y a tener un compromiso activo con la práctica y defensa de los derechos de las personas. 

No dejes pasar esta oportunidad de largo. Sal al encuentro del otro, practica la justicia y la misericordia. ¡DEJA TU HUELLA!, con este lema la Campaña del Día de Caridad del día 29 de mayo, nos invita a la solidaridad y al compromiso. Siguiendo el espíritu de este día grande en que salimos a la calle y mostramos qué es Caritas Diocesana Sigüenza-Guadalajara y lo que hacemos, podemos dejar una huella de esperanza practicando la justicia, velando y haciendo posibles los derechos fundamentales de todas las personas, con pequeñas acciones, con huellas positivas que lleven el bien a los demás.

Han sido 6.856 personas a lo largo del año 2015 las que han sido acogidas, orientadas, apoyadas y acompañadas a través de las Caritas Parroquiales y Arciprestales de toda la diócesis y de los diversos programas de Caritas Diocesana.

761 voluntarios comprometidos con las personas que más lo necesitan, son los que han hecho posible estas acogidas y atenciones, estas huellas de esperanza. Las personas voluntarias son el motor de nuestra institución, pues con su generosidad y entrega caminan junto a los que más lo necesitan.

Con la solidaridad y el compromiso de todos, podemos cambiar la difícil realidad de muchas personas y familias, dejando nuestra huella de justicia y misericordia; si somos capaces de lograr un equilibrio entre nuestra forma de vivir, de pensar y de actuar, lograremos mejorar nuestro entorno haciendo posible que nuestra huella sea sostenible y solidaria, capaz de transformar la realidad.

 

DÍPTICO DE LA CARIDAD (clicar enlace)

REVISTA CÁRITAS MAYO 2016 (clicar enlace)

 

Cáritas Diocesana Sigüenza-Guadalajara

La Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que la Iglesia católica celebra en la fiesta de la Ascensión del Señor, alcanza el medio siglo de existencia. El Concilio Vaticano II promovió la iniciativa para “vigorizar” el valor de los medios de comunicación en las comunidades cristianas y en los fieles, como es realidad cada vez con más incidencia en las sociedades y en los individuos. La Jornada  

Para la 50 Jornada de Comunicaciones Sociales, que es el 8 de mayo, la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social ha preparado los materiales orientadores que distribuye por diócesis y parroquias. El lema de este año se inspira en el Jubileo de la Misericordia y dice: “Comunicación y Misericordia: un encuentro fecundo”. Sobre él reflexiona el papa Francisco en su mensaje, que titula “Llamados a quitarse las sandalias”. Como es habitual todos los años, los obispos de la Comisión Episcopal de Medios de la CEE han publicado otro mensaje que trata sobre la piratería en el cine. En él analizan el fenómeno desde la doctrina social católica y dan una valoración de tal comportamiento.

 

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA 50 JORNADA MUNDIALDE LAS COMUNICACIONES SOCIALES 

 

Comunicación y Misericordia: un encuentro fecundo

 

Queridos hermanos y hermanas:

El Año Santo de la Misericordia nos invita a reflexionar sobre la relación entre la comunicación y la misericordia. En efecto, la Iglesia, unida a Cristo, encarnación viva de Dios Misericordioso, está llamada a vivir la misericordia como rasgo distintivo de todo su ser y actuar. Lo que decimos y cómo lo decimos, cada palabra y cada gesto debería expresar la compasión, la ternura y el perdón de Dios para con todos. El amor, por su naturaleza, es comunicación, lleva a la apertura, no al aislamiento. Y si nuestro corazón y nuestros gestos están animados por la caridad, por el amor divino, nuestra comunicación será portadora de la fuerza de Dios.

Como hijos de Dios estamos llamados a comunicar con todos, sin exclusión. En particular, es característico del lenguaje y de las acciones de la Iglesia transmitir misericordia, para tocar el corazón de las personas y sostenerlas en el camino hacia la plenitud de la vida, que Jesucristo, enviado por el Padre, ha venido a traer a todos. Se trata de acoger en nosotros y de difundir a nuestro alrededor el calor de la Iglesia Madre, de modo que Jesús sea conocido y amado, ese calor que da contenido a las palabras de la fe y que enciende, en la predicación y en el testimonio, la «chispa» que los hace vivos.

La comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el encuentro y la inclusión, enriqueciendo de este modo la sociedad. Es hermoso ver  personas que se afanan en elegir con cuidado las palabras y los gestos para superar las incomprensiones, curar la memoria herida y construir paz y armonía. Las palabras pueden construir puentes entre las personas, las familias, los grupos sociales y los pueblos. Y esto es posible tanto en el mundo físico como en el digital. Por tanto, que las palabras y las acciones sean apropiadas para ayudarnos a salir de los círculos viciosos de las condenas y las venganzas, que siguen enmarañando a individuos y naciones, y que llevan a expresarse con mensajes de odio. La palabra del cristiano, sin embargo, se propone hacer crecer la comunión e, incluso cuando debe condenar con firmeza el mal, trata de no romper nunca la relación y la comunicación.

Quisiera, por tanto, invitar a las personas de buena voluntad a descubrir el poder de la misericordia de sanar las relaciones dañadas y de volver a llevar paz y armonía a las familias y a las comunidades. Todos sabemos en qué modo las viejas heridas y los resentimientos que arrastramos pueden atrapar a las personas e impedirles comunicarse y reconciliarse. Esto vale también para las relaciones entre los pueblos. En todos estos casos la misericordia es capaz de activar un nuevo modo de hablar y dialogar, como tan elocuentemente expresó Shakespeare: «La misericordia no es obligatoria, cae como la dulce lluvia del cielo sobre la tierra que está bajo ella. Es una doble bendición: bendice al que la concede y al que la recibe» (El mercader de Venecia, Acto IV, Escena I).

Es deseable que también el lenguaje de la política y de la diplomacia se deje inspirar por la misericordia, que nunca da nada por perdido. Hago un llamamiento sobre todo a cuantos tienen responsabilidades institucionales, políticas y de formar la opinión pública, a que estén siempre atentos al modo de expresase cuando se refieren a quien piensa o actúa de forma distinta, o a quienes han cometido errores. Es fácil ceder a la tentación de aprovechar estas situaciones y alimentar de ese modo las llamas de la desconfianza, del miedo, del odio. Se necesita, sin embargo, valentía para orientar a las personas hacia procesos de reconciliación. Y es precisamente esa audacia positiva y creativa la que ofrece verdaderas soluciones a antiguos conflictos así como la oportunidad de realizar una paz duradera. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. […] Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,7.9).

Cómo desearía que nuestro modo de comunicar, y también nuestro servicio de pastores de la Iglesia, nunca expresara el orgullo soberbio del triunfo sobre el enemigo, ni humillara a quienes la mentalidad del mundo considera perdedores y material de desecho. La misericordia puede ayudar a mitigar las adversidades de la vida y a ofrecer calor a quienes han conocido sólo la frialdad del juicio. Que el estilo de nuestra comunicación sea tal, que supere la lógica que separa netamente los pecadores de los justos. Nosotros podemos y debemos juzgar situaciones de pecado –violencia, corrupción, explotación, etc.–, pero no podemos juzgar a las personas, porque sólo Dios puede leer en profundidad sus corazones. Nuestra tarea es amonestar a quien se equivoca, denunciando la maldad y la injusticia de ciertos comportamientos, con el fin de liberar a las víctimas y de levantar al caído. El evangelio de Juan nos recuerda que «la verdad os hará libres» (Jn 8,32). Esta verdad es, en definitiva, Cristo mismo, cuya dulce misericordia es el modelo para nuestro modo de anunciar la verdad y condenar la injusticia. Nuestra primordial tarea es afirmar la verdad con amor (cf. Ef 4,15). Sólo palabras pronunciadas con amor y  acompañadas de mansedumbre y misericordia tocan los corazones de quienes somos pecadores. Palabras y gestos duros y moralistas corren el riesgo hundir más a quienes querríamos conducir a la conversión y a la libertad, reforzando su sentido de negación y de defensa.

Algunos piensan que una visión de la sociedad enraizada en la misericordia es injustificadamente idealista o excesivamente indulgente. Pero probemos a reflexionar sobre nuestras primeras experiencias de relación en el seno de la familia. Los padres nos han amado y apreciado más por lo que somos que por nuestras capacidades y nuestros éxitos. Los padres quieren naturalmente lo mejor para sus propios hijos, pero su amor nunca está condicionado por el alcance de los objetivos. La casa paterna es el lugar donde siempre eres acogido (cf. Lc 15,11-32). Quisiera alentar a todos a pensar en la sociedad humana, no como un espacio en el que los extraños compiten y buscan prevalecer, sino más bien como una casa o una familia, donde la puerta está siempre abierta y en la que sus miembros se acogen mutuamente.

Para esto es fundamental escuchar. Comunicar significa compartir, y para compartir se necesita escuchar, acoger. Escuchar es mucho más que oír. Oír hace referencia al ámbito de la información; escuchar, sin embargo, evoca la comunicación, y necesita cercanía. La escucha nos permite asumir la actitud justa, dejando atrás la tranquila condición de espectadores, usuarios, consumidores. Escuchar significa también ser capaces de compartir preguntas y dudas, de recorrer un camino al lado del otro, de liberarse de cualquier presunción de omnipotencia y de poner humildemente las propias capacidades y los propios dones al servicio del bien común.

Escuchar nunca es fácil. A veces es más cómodo fingir ser sordos. Escuchar significa prestar atención, tener deseo de comprender, de valorar, respetar, custodiar la palabra del otro. En la escucha se origina una especie de martirio, un sacrificio de sí mismo en el que se renueva el gesto realizado por Moisés ante la zarza ardiente: quitarse las sandalias en el «terreno sagrado» del encuentro con el otro que me habla (cf. Ex 3,5). Saber escuchar es una gracia inmensa, es un don que se ha de pedir para poder después ejercitarse practicándolo.

También los correos electrónicos, los mensajes de texto, las redes sociales, los foros pueden ser formas de comunicación plenamente humanas. No es la tecnología la que determina si la comunicación es auténtica o no, sino el corazón del hombre y su capacidad para usar bien los medios a su disposición. Las redes sociales son capaces de favorecer las relaciones y de promover el bien de la sociedad, pero también pueden conducir a una ulterior polarización y división entre las personas y los grupos. El entorno digital es una plaza, un lugar de encuentro, donde se puede acariciar o herir, tener una provechosa discusión o un linchamiento moral. Pido que el Año Jubilar vivido en la misericordia «nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación» (Misericordiae vultus, 23). También en red se construye una verdadera ciudadanía. El acceso a las redes digitales lleva consigo una responsabilidad por el otro, que no vemos pero que es real, tiene una dignidad que debe ser respetada. La red puede ser bien utilizada para hacer crecer una sociedad sana y abierta a la puesta en común.

La comunicación, sus lugares y sus instrumentos han traído consigo un alargamiento de los horizontes para muchas personas. Esto es un don de Dios, y es también una gran responsabilidad. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad». El encuentro entre la comunicación y la misericordia es fecundo en la medida en que genera una proximidad que se hace cargo, consuela, cura, acompaña y celebra. En un mundo dividido, fragmentado, polarizado, comunicar con misericordia significa contribuir a la buena, libre y solidaria cercanía entre los hijos de Dios y los hermanos en humanidad.

Vaticano, 24 de enero de 2016

Francisco

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