El sábado 25 de noviembre a las 7 de la tarde se celebrará en la parroquia de Humanes una eucaristía de acción de gracias por su beatificación.

 

Miguel Aguado Camarillo

Seglar, Caballero de la Virgen Milagrosa

 

Nacimiento:

Humanes (Guadalajara) 07/02/1903

Padres:

Dionisio y Práxedes

Bautismo:

Humanes, Parroquia de San Esteban 15/02/1903

Casado con:

María Merino Guisado 23-04-1927

Hijos:

Ángeles 6 años, Carmen 4, Miguel 2, y Gloria 6 meses

Martirio:

Paracuellos (Madrid) 28/11/1936

 

FORMACIÓN Y APOSTOLADO: En julio de 1936 el matrimonio vivía con sus cuatro hijos en una buhardilla en Ponzano, 38, esquina a Bretón de los Herreros, Estaba empleado de mozo en un almacén de recauchutados, calle Salustiano Olózaga, 12, Su recordatorio dice textualmente: Era un pobre obrero y pertenecía a las Compañías del Cerro de los Ángeles, Adorador Nocturno y Caballero de la Milagrosa.

 

MARTIRIO: Lo denunciaron los vecinos como católico, porque iba a misa todos los días. El 29 de octubre de 1936 fue apresado a traición y conducido a la comisaría de Buenavista, y dos días más tarde a la cárcel Modelo. La esposa era muy valiente y soportando las mayores humillaciones y groserías, acudía a la cárcel con los cuatro niños. El 16 de noviembre lo trasladaron a la cárcel de Porlier. Sin juzgarle y sin darle la menor posibilidad de defensa, el nombre de Miguel Aguado Camarillo, aparece en las listas de una de las sacas de la cárcel de Porlier, fechada el 26 de noviembre. El martirio tuvo lugar el 27 de noviembre de 1936, festividad de la Virgen Milagrosa, de la que él era congregante, en Paracuellos de Jarama con otros 25 compañeros. Las primeras noticias y los detalles sobre el martirio las tuvo la viuda directamente por el H. Joaquín Saldaña, portero de los Paúles y amigo de la familia, que había coincidido con Miguel en la prisión en Porlier.

La esposa del mártir es un buen ejemplo del perdón cristiano y de la fortaleza que Dios da a quienes se abandonan en Él. Viuda a los 30 años, con cuatro niños, sin más ayuda que la Providencia, nunca demostró odio ni sentimiento de venganza. De su hija Carmen es este testimonio actual y vivo: “La recuerdo siempre vestida de negro, trabajando en todo lo que podía para sacarnos adelante. Siguió muy devota de la Milagrosa y nos inculcó a todos a confiar en Dios. Todas las noches antes de acostarnos nos hacía rezar por nuestro padre para que esté en el Cielo y por el alma del asesino, para que Dios le convierta y le lleve al Cielo. Mi madre se confesaba en la basílica y también con el Jesuita hoy santo, P. José M.ª Rubio. No me cabe la menor duda de que mi padre aceptó la muerte por el Señor, porque era un buen cristiano”. Esta misma convicción perdura en la Asociación de la Virgen Milagrosa de la basílica de Madrid. Carmen nunca faltó a la novena de la Virgen Milagrosa. Falleció en la misma fecha de la beatificación de su padre, dos años antes.

 

(www.beatificacionmartiresvicencianos.org)

 

Con el lema "Dejad que los niños vengan a mí", la diócesis, mediante la Delegación Diocesana de Catequesis, y los Cooperatores Veritatis de la Madre de Dios han organizado unas jornadas dirigidas a catequistas, religiosos y sacerdotes, padres de familia y educadores, y cuantos se interesan por la iniciación de la fe en los niños.

Las jornadas se celebrarán en la parroquia San Juan de Ávila de Guadalajara del 24 al 26 de noviembre y se compondrán de experiencias espirituales, reflexiones teológicas, exposiciones pedagógicas y oraciones con los niños.

 

Queridos diocesanos:

 

Ante la grave sequía que padecemos en muchos lugares de España y también en nuestra provincia de Guadalajara  os invito a presentar al Señor nuestras súplicas, pidiendo al creador que nos conceda la lluvia abundante que necesitamos todos, puesto que no solo afecta a nuestros campos, y a las cosechas y pastos, sino también a las fuentes y embalses y, en consecuencia, al consumo humano e industrial.

Os invito a todos a intensificar la plegaria a Dios, compasivo y misericordioso, por esta intención. De manera especial pido a los sacerdotes que tengan presente esta petición en la oración de los fieles de cada eucaristía, utilizando los formularios adecuados. Igualmente pido incluir la misma en las preces laudes y vísperas, en el rezo del rosario y otras oraciones devocionales. Pido también que se celebre la eucaristía utilizando el formulario “Para pedir la lluvia”, cuyos textos se encuentran en el nª 35 de las Misas por diversas necesidades, en la página 1049 de Misal Romano. Invito también a que se tenga una oración especial en las comunidades de monjas contemplativas de la diócesis.

La necesidad que padecemos y nuestra oración moverán, sin duda, al Señor a concedernos lo que pedimos.

 

Con mi agradecimiento por vuestras oraciones os saluda y bendice vuestro obispo, Atilano Rodríguez.

 

El domingo 19 de noviembre la Iglesia celebra la I Jornada Mundial de los Pobres. Una invitación que el Santo Padre dirige a toda la Iglesia, así como a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para que escuchen el grito de ayuda de los pobres.

Esta Jornada nace hace un año. El 13 de noviembre se cerraban en todo el mundo las Puertas de la Misericordia y en la Basílica de San Pedro el Santo Padre celebraba el Jubileo dedicado a todas las personas marginadas. De manera espontanea, al finalizar la homilía, el papa Francisco manifiesta su deseo: “quisiera que hoy fuera la «Jornada de los pobres»”.

 “Precisamente hoy, cuando hablamos de exclusión, vienen rápido a la mente personas concretas; no cosas inútiles, sino personas valiosas. La persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que pasan. Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para preocuparse, cuando se adormece la conciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo… Hoy, en las catedrales y santuarios de todo el mundo, se cierran las Puertas de la Misericordia. Pidamos la gracia de no apartar los ojos de Dios que nos mira y del prójimo que nos cuestiona… especialmente al hermano olvidado y excluido, al Lázaro que yace delante de nuestra puerta. Hacia allí se dirige la lente de la Iglesia.… A la luz de estas reflexiones, quisiera que hoy fuera la «Jornada de los pobres»”.
(Papa Francisco,  13 de noviembre de 2016)

 

Materiales para la celebración de la I Jornada Mundial de los Pobres:

 

1.- PAUTAS PARA LA ANIMACIÓN DE LAS COMUNIDADES

Tras el Jubileo de la Misericordia, el papa Francisco invita a toda la Iglesia a celebrar la I Jornada Mundial de los Pobres el próximo domingo 19 de noviembre.

Le mueve el deseo de que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y más necesitados (Mensaje de la I Jornada Mundial por los Pobres, n.º 6).

Para ello, Francisco nos transmite un mensaje fuerte y rico que ofrece pautas concretas para la oración, la reflexión y la acción, con el objetivo de movilizar no sólo a las comunidades cristianas sino también a todas las personas de buena voluntad, de forma que se muestren solidarias y sensibles a las dificulta- des de las personas que viven en mayor pobreza y necesidad.

El papa Francisco nos invita a ser una Iglesia viva, donde la imaginación y la creatividad estén al servicio de lo mejor del ser humano para ponerlas al servicio de la solidaridad con los más pobres, al igual que hacía Jesús. No sólo se trata de realizar acciones para ellos sino con ellos y así dejarnos enseñar y evangelizar por la realidad que están viviendo.

Siguiendo las sugerencias de Caritas Internationalis a todas las Cáritas hermanas del mundo para celebrar esta Jornada, apuntamos algunas ideas.

¿Qué podemos hacer?

  • Celebrar la Eucaristía en un lugar simbólico aprobado por el Obispo diocesano, delegado episcopal, párroco… con la participación de las Cáritas diocesanas, parroquiales, comunidades, agentes y personas participantes de los programas.
  • Como sugerencia del Papa, que las comunidades parroquiales inviten a los pobres a sentarse en la mesa de la Eucaristía para hacer más vivo el significado de la comunión y la fraternidad.
  • Organizar momentos de encuentro y reflexión sobre el sentido de la iniciativa del Papa e identificar acciones y gestos concretos que todos puedan realizar en la vida cotidiana y que sean transformadores del estilo de vida de las personas y las comunidades.
  • Reunirse en algún lugar simbólico para la Iglesia local y las Cáritas diocesanas y otras entidades al ser- vicio de la caridad (hospitales, escuelas, centros escucha y atención, residencias de mayores, pisos de acogida, centros sin hogar, otras organizaciones sociales…) con la participación de las personas más pobres, como una ocasión especial para compartir y celebrar la vida, orar, comer, divertirse, ser solidario y testimoniar una nueva fraternidad.
  • Organizar espacios de escucha activa como mesas redondas, reuniones, encuentros donde las personas más pobres compartan su experiencia de vida, su visión de la realidad, sus deseos y sus sueños.
  • Organizar de forma expresa visitas a hospitales, centros penitenciarios, residencias y otros lugares donde poder encontrarse con las personas presentes y dedicarles tiempo y atención más allá de la formalidad cotidiana o de la atención habitual profesional.

En la medida de lo posible, la propuesta es poder ir organizando y pensando todos juntos las acciones a preparar para celebrar esta jornada mundial.

La celebración de esta Jornada es una ocasión especial para poner de manifiesto la participación y la aportación de los más pobres en la vida de las comunidades como un verdadero signo de evangelización y compromiso.

 

2.- SUBSIDIO LITÚRGICO

Con mandato o permiso del ordinario del lugar, puede decirse la misa «por el progreso de los pueblos» que se ofrece a continuación (Misal Romano, misas y oraciones por diversas necesidades, n.º 29, pág. 1041ss).

Antífona de entrada 1 Jn 3, 17

Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?

Monición de entrada

Hermanos:

Nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía, el sacramento de unidad y caridad. En este domingo, por expreso deseo del papa Francisco, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de los Pobres. Con ella se pretende que en nuestra conciencia se produzca un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda y de que los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.

El Santo Padre nos recuerda de esta forma que no amemos de palabra sino con obras. Hemos de ofrecer así la cercanía sincera, la oración y la ayuda generosa y efectiva a tantas personas que, cerca y lejos de nosotros, sufren las muy variadas formas de pobreza que se dan hoy en nuestro mundo. De esta forma estaremos cumpliendo la Palabra de Dios que hoy escucharemos haciendo el elogio de quien sabe abrir sus manos al necesitado y tender sus brazos al pobre.

En la Eucaristía que celebramos encontraremos en Jesucristo el modelo de amor y entrega, y la fuerza para vivir en la caridad cristiana con los pobres y necesitados.

Acto penitencial

  • Defensor de los pobres: Señor, ten piedad
    R. Señor, ten piedad
  • Refugio de los débiles: Cristo, ten piedad
    R. Cristo, ten piedad
  • Esperanza de los pecadores: Señor, ten piedad
    R. Señor, ten piedad

Oración colecta

Oh, Dios,
que has dado a todos los pueblos la misma procedencia, y
quisiste, con ellos, reunir en ti una sola familia,
llena los corazones de todos con el fuego de tu amor
y enciéndelos con el deseo del progreso justo de sus hermanos, para que, con
los bienes que generosamente repartes entre todos, cada uno alcance la plenitud humana como persona,
y, suprimida toda discriminación,
se afirmen en el mundo la igualdad y la justicia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles

Presentemos nuestra oración a Dios, que siempre escucha las súplicas de sus pobres.

  • Por la Iglesia, para que presente ante el mundo el testimonio auténtico del amor y del cuidado por los pobres. Roguemos al Señor.
  • Por los que dirigen las naciones y por los que tienen responsabilidades en el campo económico y social, para que pongan sus esfuerzos en la promoción de los más desfavorecidos. Roguemos al Señor.
  • Por las vocaciones al ministerio sacerdotal, a la vida religiosa o monástica, a la vida misionera y al laicado comprometido, para que quienes son llamados escuchen con generosidad la voz de Dios que les pide la entrega de sus vidas. Roguemos al Señor.
  • Por los que están en desempleo, los enfermos, los que carecen de cultura y formación, los que viven solos, los que no tienen alimentos o agua potable, los que no tienen un hogar digno, los que han tenido que migrar, para que encuentren en nosotros comprensión, consuelo y ayuda. Roguemos al Señor.
  • Por nosotros, reunidos en esta celebración, para que, al recibir el alimento del Cuerpo del Señor, nos sintamos más urgidos a orar y ayudar a nuestros hermanos que se encuentran en necesidad. Roguemos al Señor.

Escucha, Dios de misericordia, la oración de quien tenemos puesta nuestra confianza solo en ti y haz- nos cada día más generosos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas

Señor, escucha, misericordioso, las
súplicas de los que te invocan,
y, al aceptar la oblación de tu Iglesia, haz que
todos los hombres
se llenen del espíritu de los hijos de Dios,
de manera que, superadas las desigualdades por el amor, se forme
en tu paz la familia de los pueblos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio común VIII «Jesús, buen Samaritano» (Misal Romano, pág. 515).

Antífona de comunión Cf. Sal 103, 13-15

La tierra se sacia de tu acción fecunda, Señor: sacas pan de los campos y vino que alegra el corazón de los hombres.

O bien: Cf. Lc 11, 9

Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá, dice el Señor.

Oración después de la comunión

Alimentados con un solo pan,
con el que renuevas siempre a la familia humana, te
pedimos, Señor,
al participar del sacramento de la unidad, que
obtengamos un amor fuerte y generoso,
para ayudar a los pueblos en vías de desarrollo y realizar, en la caridad, la obra de la justicia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

3.- MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
19 de noviembre de 2017

No amemos de palabra sino con obras

 

  1. «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3,16).

Un amor así no puede quedar sin respuesta. Aunque se dio de manera unilateral, es decir, sin pedir nada a cambio, sin embargo inflama de tal manera el corazón que cualquier persona se siente impulsada a corresponder, a pesar de sus limitaciones y pecados. Y esto es posible en la medida en que acogemos en nuestro corazón la gracia de Dios, su caridad misericordiosa, de tal manera que mueva nuestra voluntad e incluso nuestros afectos a amar a Dios mismo y al prójimo. Así, la misericordia que, por así decirlo, brota del corazón de la Trinidad puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.

  1. «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34,7). La Iglesia desde siempre ha comprendido la importancia de esa invocación. Está muy atestiguada ya desde las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro pide que se elijan a siete hombres «llenos de espíritu y de sabiduría» (6,3) para que se encarguen de la asistencia a los pobres. Este es sin duda uno de los primeros signos con los que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más pobres. Esto fue posible porque comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se tenía que manifestar en una fraternidad y solidaridad que correspondiese a la enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del Reino de los cielos (cf. Mt 5,3).

«Vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda preocupación de los primeros cristianos. El evangelista Lucas, el autor sagrado que más espacio ha dedicado a la misericordia, describe sin retórica la comunión de bienes en la primera comunidad. Con ello desea dirigirse a los creyentes de cualquier generación, y por lo tanto también a nosotros, para sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en favor de los más necesitados. El apóstol Santiago manifiesta esta misma enseñanza en su carta con igual convicción, utilizando palabras fuertes e incisivas: «Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y sin embargo, ¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? [...] ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta» (2,5-6.14-17).

  1. Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por la mentalidad mundana. Pero el Espíritu Santo no ha dejado de exhortarlos a fijar la mirada en lo esencial. Ha suscitado, en efecto, hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida en servicio de los pobres. Cuántas páginas de la historia, en estos dos mil años, han sido escritas por cristianos que con toda sencillez y humildad, y con el generoso ingenio de la caridad, han servido a sus hermanos más pobres.

Entre ellos destaca el ejemplo de Francisco de Asís, al que han seguido muchos santos a lo largo de los siglos. Él no se conformó con abrazar y dar limosna a los leprosos, sino que decidió ir a Gubbio para estar con ellos. Él mismo vio en ese encuentro el punto de inflexión de su conversión: «Cuando vivía en el pecado me parecía algo muy amargo ver a los leprosos, y el mismo Señor me condujo entre ellos, y los traté con misericordia. Y alejándome de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo» (Test 1-3; FF 110). Este testimonio muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de los cristianos.

No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida. En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica. Y esta forma de vida produce alegría y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la carne de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles. Son siempre actuales las palabras del santo Obispo Crisóstomo: «Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez» (Hom. in Matthaeum, 50,3: PG 58).

Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma.

  1. No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 25-45).

Sigamos, pues, el ejemplo de san Francisco, testigo de la auténtica pobreza. Él, precisamente porque mantuvo los ojos fijos en Cristo, fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza evangélica que llevan impresa en su vida.

  1. Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada.

Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad.

Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» (Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29 septiembre 1963) y obligan a la opción fundamental por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.

  1. Al final del Jubileo de la Misericordia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. Quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecidas por mis predecesores, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidades, se añada esta, que aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres.

Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna.

  1. Es mi deseo que las comunidades cristianas, en la semana anterior a la Jornada Mundial de los Pobres, que este año será el 19 de noviembre, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, se comprometan a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta. Podrán invitar a los pobres y a los voluntarios a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo, de tal modo que se manifieste con más autenticidad la celebración de la Solemnidad de Cristo Rey del universo, el domingo siguiente. De hecho, la realeza de Cristo emerge con todo su significado más genuino en el Gólgota, cuando el Inocente clavado en la cruz, pobre, desnudo y privado de todo, encarna y revela la plenitud del amor de Dios. Su completo abandono al Padre expresa su pobreza total, a la vez que hace evidente el poder de este Amor, que lo resucita a nueva vida el día de Pascua.

En ese domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos. De acuerdo con la enseñanza de la Escritura (cf. Gn 18, 3-5; Hb 13,2), sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre.

  1. El fundamento de las diversas iniciativas concretas que se llevarán a cabo durante esta Jornada será siempre la oración. No hay que olvidar que el Padre nuestro es la oración de los pobres. La petición del pan expresa la confianza en Dios sobre las necesidades básicas de nuestra vida. Todo lo que Jesús nos enseñó con esta oración manifiesta y recoge el grito de quien sufre a causa de la precariedad de la existencia y de la falta de lo necesario. A los discípulos que pedían a Jesús que les enseñara a orar, él les respondió con las palabras de los pobres que recurren al único Padre en el que todos se reconocen como hermanos. El Padre nuestro es una oración que se dice en plural: el pan que se pide es «nuestro», y esto implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esta oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación.
  2. Pido a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos —que tienen por vocación la misión de ayudar a los pobres—, a las personas consagradas, a las asociaciones, a los movimientos y al amplio mundo del voluntariado que se comprometan para que con esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que sea una contribución concreta a la evangelización en el mundo contemporáneo.

Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.

Vaticano, 13 de junio de 2017

Memoria de San Antonio de Padua

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