Por Ángel Moreno

(Vicaría para la Vida Consagrada)

 

Quizá sea por el clima, por las largas jornadas, sin apenas luz del sol, por los inviernos intensos, por la inclemencia exterior, por lo que se ha desarrollado en tierras germanas, de una manera especial, la iconografía románica y gótica con motivos marianos.

Fue, precisamente, en Colonia donde, en el siglo XIII, en uno de sus concilios, cuando se aprobó el culto a la virgen, en el paso del descendimiento, que toma el nombre de imagen de vísperas. La mayoría de las representaciones son muy dramáticas, a la vez que expresa una gran ternura. Guardo en mis archivos numerosas reproducciones fotográficas de la que nosotros llamamos Virgen de las Angustias, o Piedad.

Mas, a su vez, se pueden contemplar imágenes de la Virgen María, con expresión maternal, llenas de luz, con un rostro radiante, y una sonrisa insinuada, que atrae la mirada y la piedad de los fieles, que se detienen ante ellas y dejan una vela encendida, para que la llama prolongue la oración, que el peregrino no puede mantener.

Es verdad que muchas de estas imágenes se encuentran en los museos, y algunas de ellas como vestigios sagrados de iglesias derrumbadas, de enfrentamientos bélicos, de ruinas históricas. Ante ellas pienso en la devoción que en su día debieron atraer a tantos fieles, y las plegarias que habrán escuchado. 

Me ha impresionado, al visitar el Museum Schnügen, de Colonia, la cantidad de imágenes de la Virgen, procedentes de templos hundidos, que se muestran, aunque consolidadas, con las huellas de la violencia, algunas sin el Niño Jesús. No obstante, y  a pesar de que permanecen con la mano extendida o la mirada perdida, al no tener el Tú entrañado en su seno, aun en el caso de estar expuestas como objeto de arte, y despojadas del fruto bendito de su vientre, siguen ofreciendo a los visitantes el rostro luminoso y la sonrisa que traspasa la relación que mantienen con el Niño Jesús en sus brazos, o a pesar de haberles sido arrancado.

Impresiona el rostro de paz, y la mirada, que ahora de forma directa ofrece la Madre de Dios a quien se detiene a contemplarla, y creo en el servicio que presta la belleza, la muestra de lo trascendente, la mirada de los rostros de luz, en este mundo tan sombrío, y a veces tan violento.

Dios sigue ofreciéndonos el oasis de la mirada sonriente y entrañable de María.

Por Jesús de las Heras Muela

(Sacerdote y periodista)

 

 

El Rosario es el breviario del pueblo, la dulce cadena que nos une a Dios

Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, en el nº 2678, “la piedad medieval de occidente desarrolló la práctica del rosario en sustitución popular de la Liturgia de las Horas”.

Del final del Medievo data la representación más antigua de esta adoración: en un tríptico del siglo XV aparece la Virgen con el niño, que tiene en sus manos un Rosario. Algunos Ángeles coronan de rosas a la Virgen mientras Santo Domingo de Guzmán y San Pedro Mártir sostienen su manto protector sobre los fieles. Esta representación se encuentra en la Catedral de Colonia (Alemania).

 

Precedentes

El "Dios te salve, María" ya se encontraba en el Misal Romano desde el año 650, como oración o antífona en la Misa del Cuarto Domingo de Adviento.

Desde el año 1100 al 1200 ya el rezo del "Dios te salve, María" es muy frecuente en varios países y muchas personas que no pueden rezar los 150 salmos (o sea, el Salterio) tratan de reemplazarlos diciendo 150 veces esta oración mariana.

Con anterioridad, a finales del siglo X, el Obispo de Iria Flavia, la actual Santiago de Compostela, San Pedro de Mezonzo, compone, presumiblemente, el rezo de la "Salve, Regina", otra de las oraciones marianas más populares y hermosas y que posteriormente se incluiría como la plegaria conclusiva del rezo del Rosario.

 

El nombre y la forma del Rosario

Antiguamente se le llamaba "Salterio de la Virgen María" porque con su rezo reemplazaban las personas sencillas que no sabían leer o que no tenían libros, el rezo del salterio, o sea, los 150 salmos de la Biblia que los religiosos tenían que rezar cada semana.

Para poder llevar mejor la cuenta de las oraciones, hacían nudos en una cuerda o ensartaban en ella pequeñas pepitas. Después el nombre que se le dio fue el de Santo Rosario. La palabra Rosario significa colección de Rosas; la rosa ha sido siempre un regalo muy estimado para ofrecer especialmente a las mujeres, y la Iglesia ha creído que a nuestra madre del cielo le ofrecemos una verdadera “colección de rosas espirituales” muy agradables para ella, al rezarle 50 veces el Ave María, la oración que el Ángel Gabriel, Santa Isabel y la Iglesia Católica Antigua, compusieron en su honor.

El Rosario es una verdadera colección de “rosas de alabanzas” que obsequiamos a la más bondadosa de todas las madres, a la más bendecida de todas las mujeres y a la más gloriosa de todas las reinas.

El Rosario se compone de cincuenta y nueve pepitas o cuentas repartidas así: Cinco grupos de diez cuentas cada uno para ir contando las 10 Avemarías de cada misterio y entre una decena y otra una cuenta para rezar el Padre Nuestro que va al principio de cada Misterio; finalmente 5 cuentas al principio desde el crucifijo hasta donde empiezan las decenas. Estas cuentas son en honor de las cinco llagas de Cristo, o de los cinco misterios que se van a meditar.

 

Santo Domingo de Guzmán

Se suele considerar a Santo Domingo de Guzmán, religioso burgalés natural de Caleruega, fundador de la Orden de Predicaciones en el siglo XIII, como el autor o el inventor del rezo del santo Rosario, en torno a 1205-1208, como expresión de su amor a la Virgen María y  por inspiración de Ella.

Nos consta que este gran santo solía intercalar series de avemarías en la meditación de los misterios de la vida de Cristo. En su siglo, el siglo XIII, se fijó el número de avemarías –tres bloques de cincuenta, esto es, ciento cincuenta- en evocación de los 150 salmos. Su nombre –rosario- significa rosal, ramo de rosas, que se ofrendan a Santa María la Virgen.

Sea o no sea Santo Domingo el inventor del Rosario, y aunque en tiempo de este santo todavía no se rezaba el Rosario completo como se reza ahora, lo cierto es que él y sus misioneros –los frailes de la Orden de Predicadores, fundados por él y llamados inicialmente los frailes de la Virgen- recomendaron mucho a las personas el repetirle frecuentemente a la Santísima. Virgen el "Dios te salve, María" y el pensar en los Misterios de la Vida, Pasión y Resurrección de Nuestro Señor.

Ya en el año 1483 se ha extendido por muchos países la costumbre de añadir el "Santa María Madre de Dios", al "Dios te salve, María", pero todavía no era costumbre general en ese tiempo rezar el Avemaría completa.

 

Papa San Pío V

En el año 1569 el Papa Pío V prescribe y recomienda a todo el mundo el Rosario tal cual como se reza hoy: con sus Padrenuestros, Avemarías y Gloria. En ese mismo año de 1569, el Papa Pío V con una carta o Encíclica dirigida a todos los cristianos del mundo recomienda rezar el Rosario de la manera como se reza ahora. Con esto quedaba consagrada esta devoción como algo muy propio de los buenos católicos.

A raíz de la victoria cristiana en la Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), el Papa S. Pío V, que había pedido a la cristiandad el rezo del Rosario por este motivo, institucionaliza para toda la Iglesia la festividad del Rosario, en acción de gracias por esta victoria, de modo que la fiesta era conocida indistintamente como la Virgen del Rosario o la Virgen de la Victoria hasta que, en 1573, el Papa Gregorio XV estableció como nombre definitivo de la festividad el de Virgen del Rosario.

 

De Pío V  a León XIII

Desde que el Papa Pío V recomienda a todo el mundo el rezo del Santo Rosario, recordando que con esta oración se han obtenido grandes triunfos y el don de la paz y que esta devoción ha demostrado tener gran eficacia para detener las herejías y conseguir conversiones, y que toda persona fervorosa lo debe rezar frecuentemente, la costumbre de rezar el Rosario se vuelve popularísima en todas las naciones.

Al menos diez Papas lo siguen recomendando, y muchísimos santos lo difunden por todas partes. Uno de los Papas que más destacó en su devoción por el Rosario fue León XIII (1878-1903), quien en doce encíclicas y en otros veintidós documentos pontificios recomienda a los fieles el rezo del Rosario. Es llamado el "Papa del Rosario". El fue quien consagró el mes de octubre al rezo del Rosario.

 

Siglos XIX y XX

En Lourdes (Francia), en 1858, la Virgen María se aparecería en dieciocho ocasiones ante Santa Bernardette Soubirous, llamándola al rezo y a la difusión del Rosario. En las apariciones de Fátima (Portugal), en 1917, la Virgen volvería a aparecerse con el Rosario en sus manos y se presentaría como la Virgen del Rosario. A los tres niños, testigos de estos hechos, los ya Beatos Jacinto Francisca, y la monja Carmelita descalza Sor Lucía, fallecida en el mes de febrero de 2006, les recomendó el rezo y su divulgación a favor de la salvación del mundo.

Unos de los Apóstoles  más destacados de la promoción del rezo del rosario en el corazón del siglo XX fue el norteamericano Padre Patrick Peyton, quien afirmaba que "la familia que reza unida el rosario permanece unida". Realizó numerosas  campañas de difusión del Rosario y editó unas películas sobre los misterios del Rosario, que se emitieron en el mundo entero.

 

"El rosario es mi oración preferida"

Ha entrado ya en los anales de las páginas de la historia del Rosario el Papa Juan Pablo II (1978-2005). Poco después de su elección pontificia, el 16 de octubre de 1978, en el corazón del mes de rosario, el Papa Wojtyla afirmó que "el rosario es mi oración preferida". Y son numerosas las imágenes y los testimonios de Juan Pablo II rezando el Rosario.

Pero, si lo anterior fuera insuficiente para entrar en la historia del Rosario, el Papa Juan Pablo II dedicada el año 2002-2003 (de octubre a octubre) al Rosario, escribe la bellísima Carta apostólica "El Rosario de la Virgen María" y crea cinco nuevos misterios, los misterios de la luz o luminosos o de la vida pública del Señor, situando rezo semanal para los jueves, reordenando la distribución semanal de los otros misterios: Gozosos, los lunes y los sábados; dolorosos, los martes y los viernes; gloriosos, los miércoles y los domingos; y luminosos, los jueves.

 

La belleza de esta oración tan sencilla y profunda

En las palabras previas al rezo del Angelus del domingo 1 de octubre de 2006, el actual Papa Benedicto XVI enriqueció las frases y definiciones del Rosario con el siguiente y bien hermoso texto:"... Es como si cada año Nuestra Señora nos invitara a redescubrir la belleza de esta oración tan sencilla y tan profunda. El amado Juan Pablo II fue un gran apóstol del Rosario: le recordemos arrodillado con la corona entre las manos, inmerso en la contemplación de Cristo, como él mismo invitó a hacer con la carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae». El rosario es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la meditación de la Sagrada Escritura. Es la oración del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús precedido por María. Desearía invitaros, queridos hermanos y hermanas, a rezar el rosario durante este mes en familia, en las comunidades y en las parroquias por las intenciones del Papa, por la misión de la Iglesia y por la paz del mundo".

 

Francisco, papa también del Rosario

«Sería hermoso si, sobre todo en este mes de mayo, ¡se rezase juntos en familia, con los amigos, en la parroquia, el santo Rosario o alguna oración a Jesús y a la Virgen María! La oración todos juntos ¡es un momento precioso para hacer aún más sólida la vida familiar, la amistad! ¡Aprendamos a rezar cada vez más en familia y como familia!». Esta frase está tomada de la Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 2 de mayo de 2013.

Y he aquí dos mensajes en Twitter del Papa Francisco sobre el Rosario: «Sería hermoso, en este mes de mayo, recitar juntos, en familia, el Santo Rosario. La oración fortalece la vida familiar» (3-5-2013); y «El mes de mayo, dedicado a la Virgen María, es un momento oportuno para comenzar a rezar el Rosario todos los días»(17-5-2014).

 

Oración del Rosario

"Oh Bienaventurado Rosario de María,
dulce cadena que nos une a Dios,
vínculo de amor que nos une a los ángeles,
torre de salvación contra los ataques del infierno,
puerto seguro en nuestro naufragio universal,
nunca te abandonaremos.

Serás nuestro alivio en la hora de la muerte;
tuyo nuestro último beso mientras que nuestra vida se consume.
Y, la última palabra de nuestros labios será tu dulce nombre,
Oh Reina del Rosario de Pompeya,
Oh queridísima Madre, Oh Refugio de los Pecadores,
Oh Soberana Consoladora de los Afligidos.
Seas Tú bendecida en todas partes, hoy y por siempre, en la tierra y en el cielo".

Beato Bartolo Longo
(Apóstol del Santo Rosario)

Por Jesús Recuero
(Delegación Pastoral del Sordo)
 
 
 
 
 
Mi interés y preocupación por este sector pastoral arranca, cuando Odete, misionera de los Servidores del  Evangelio de la Misericordia, se presenta en la parroquia y me sugiere si como Delegado de Apostolado Seglar en aquellas fechas, me parece bien iniciar un trabajo Pastoral con sordos. Llevábamos un año iniciando con los invidentes (CECO) y dije inmediatamente y sin pensarlo dos veces que sí, aunque no conocía nada sino por referencias. A partir de aquí comienzo a interesarme. me entero que lleva muchos años presente en Madrid y Barcelona. Que hay un Departamento en la Conferencia Episcopal, etc, y se comienza la andadura en esta parroquia. La responsabilidad y animación  del grupo lo lleva Odete. Las reuniones son todos los miércoles a las 18h. Los primeros domingos de cada mes se celebra la Eucaristía adaptada con proyecciones y traducciones al lenguaje sígnico.

Miguel Torres

(Consiliario Diocesano de Apostolado Seglar)

 

La Iglesia española vuelve a lanzar su grito profético, esta vez con el documento «Iglesia, servidora de los pobres», aprobado en la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (CEE) donde afirman que: «la corrupción es una grave afrenta a nuestra sociedad, es una conducta éticamente reprobable y es un grave pecado».
 
En dicho documento denuncian los obispos “una economía sin rostro, unas ansias desmedidas por el dinero y una cultura del aquí y ahora”.Los obispos piden invitar a los empresarios a crear empleo, y lo mantengan y llegar a crear “un pacto social contra la pobreza”.
 
Los obispos piden a los responsables de los gobiernos nacional e internacionales que "pongan en marcha acciones de tipo fiscal, de distribución de los bienes, supervisión de las instituciones bancarias y humanización del trabajo" para lograr "erradicar las causas estructurales de la pobreza".
 
Tachan la corrupción de "pecado" y de "grave deformación del sistema político" y reclaman "atajarla" cuanto antes.
 
Quieren los obispos ofrecer desde la Doctrina Social de la Iglesia, una iluminación realista, pero a la vez esperanzada, sobre la situación social y política de España.
 
Afirman que los procesos de corrupción que se han hecho públicos, derivados de la codicia y la avaricia, provocan alarma social y despiertan gran preocupación. “Esas prácticas alteran el normal desarrollo de la actividad económica, impidiendo la competencia leal y el encarecimiento de los servicios. El enriquecimiento ilícito constituye una seria afrenta para los que sufren las estrecheces de la crisis.”.
 
Alertan también que por encima de la pobreza material, está otra más honda que es la espiritual. La indiferencia religiosa, el olvido de Dios, la ligereza con que se cuestiona su existencia...no dejan de tener influencia en el talante personal y en el comportamiento moral y social del individuo.”
 
Nos llaman a todos a la solidaridad.
 
Ojalá que este documento no caiga en el olvido, en el desuso, o en el total. Para ello, que sea conocido, discutido, comentado, predicado, rezado, pues es la única manera que la voz de la Iglesia siga siendo la voz de los que no tienen voz y la vez de los que no tienen vez.

Por el cardenal Stanislaw Rylko

(Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos)

 

«La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo misionero»1. Esta afirmación de la Christifideles Laici sigue siendo muy actual y continúa siendo insustituible el papel que juegan los laicos católicos en este proceso. La invitación de Cristo: «Id también vosotros a mi viña» (Mt 20, 3-4) ha de ser entendida por un número cada vez mayor de fieles laicos – hombres y mujeres – como un llamamiento claro de asumir la propia parte de responsabilidad en la vida y la misión de la Iglesia, es decir en la vida y en la misión de todas las comunidades cristianas (diócesis y parroquias, asociaciones y movimientos eclesiales). El compromiso evangelizador de los laicos, de hecho, ya está cambiando la vida eclesial2, y esto representa un gran signo de esperanza para la Iglesia.

La vastedad de la mies evangélica de hoy le da un carácter de urgencia al mandato misionero del Divino Maestro: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15). Lamentablemente hoy, también entre los cristianos, se impone y difunde una mentalidad relativista que genera no poca confusión con respecto a la misión. Veamos algún ejemplo: la propensión a reemplazar la misión con un diálogo en el que todas las posiciones son equivalentes; la tendencia a reducir la evangelización a una simple obra de promoción humana, con la convicción de que es suficiente ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a la propia religión; un falso concepto del respeto de la libertad del otro hace que se renuncie a cualquier llamamiento a la necesidad de conversión. A estos y otros errores doctrinales han contestado primero la encíclica Redemptoris Missio (1990), después la declaración Dominus Iesus (2000) y sucesivamente la Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización (2007) de la Congregación para la Doctrina de la Fe – todos documentos que merecen ser objeto de un estudio más profundo. Como un explícito mandato del Señor, la evangelización no es una actividad accesoria, sino la misma razón de ser de la Iglesia sacramento de salvación. La evangelización, asegura la Redemptoris Missio, es una cuestión de fe, «es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros»3. Como dice san Pablo «el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5, 14). Por ello, no está fuera de lugar subrayar que «no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor»4 mediante la palabra y el testimonio de vida, porque «el hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías»5. Quien conoce a Cristo tiene el deber de anunciarlo y quien no le conoce tiene el derecho de recibir tal anuncio. Esto lo ha entendido muy bien san Pablo cuando escribía: «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» ( 1 Cor 9, 16). A un bautizado siempre tiene que acompañarle tal inquietud misionera.

El futuro Papa Benedicto XVI, en una conferencia pronunciada en el año 2000, nos ha dejado en relación a esto indicaciones muy valiosas que nos invitan a retornar a lo esencial. Hablando de la evangelización, el cardenal Joseph Ratzinger partía de una premisa fundamental: El «verdadero problema de nuestro tiempo es “la crisis de Dios”, la ausencia de Dios, disfrazada de religiosidad vacía […]. Todo cambia dependiendo de si Dios existe o no existe. Por desgracia, también nosotros, los cristianos, vivimos a menudo como si Dios no existiera (si Deus non daretur). Vivimos según el eslogan: Dios no existe y, si existe, no influye. Por eso, la evangelización ante todo debe hablar de Dios, anunciar al único Dios verdadero: el Creador, el Santificador, el Juez (cf. Catecismo de la Iglesia Católica)»6. E insistía una vez más: «Hablar de Dios y hablar con Dios deben ir siempre juntos»7. De aquí parte el papel insustituible de la oración como seno de donde nace toda iniciativa misionera verdadera y auténtica. Entonces el tema de Dios se concreta en el tema de Jesucristo: «Sólo en Cristo y por Cristo el tema de Dios se hace realmente concreto: Cristo es el Emmanuel, el Dios con nosotros, la concretización del “Yo soy”, la respuesta al deísmo»8. Partiendo de esta premisa-base, el cardenal Ratzinger formuló tres leyes que guían el proceso de evangelización en la Iglesia que vale la pena recordar. La primera es la que llama ley de expropiación. Nosotros los cristianos no somos dueños, sino humildes siervos de la gran causa de Dios en el mundo. San Pablo escribe: «Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Cor 4, 5). Por ello, el cardenal Ratzinger subrayaba con fuerza que «evangelizar no es tanto una forma de hablar; es más bien una forma de vivir: vivir escuchando y ser portavoz del Padre. “No hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga” (Jn 16, 13) […] dice el Señor sobre el Espíritu Santo. […] El Señor, y el Espíritu construyen la Iglesia, se comunican en la Iglesia. El anuncio de Cristo, el anuncio del reino de Dios, supone la escucha de su voz en la voz de la Iglesia. “No hablar en nombre propio” significa hablar en la misión de la Iglesia»9. Por ello, la nueva evangelización jamás es un asunto privado, porque detrás siempre está Dios y siempre está la Iglesia. El cardenal Ratzinger añadió: «No podemos ganar nosotros a los hombres. Debemos obtenerlos de Dios para Dios. Todos los métodos son ineficaces si no están fundados en la oración. La palabra del anuncio siempre ha de estar impregnada de una intensa vida de oración»10. Esta certeza es para nosotros un gran sostén y nos da la fuerza y el valor necesarios para asumir los desafíos que el mundo presenta a la misión de la Iglesia.

La segunda ley de la evangelización es la que surge de la parábola del grano de mostaza, «al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrarla crece, se hace más alta que las demás hortalizas» (Mc 4, 31-32). «Las grandes realidades tienen inicios humildes»11, subrayaba el entonces cardenal Ratzinger. Es más, Dios tiene una especial predilección por lo pequeño: el “pequeño resto de Israel”, portador de la esperanza para todo el pueblo elegido; el “pequeño rebaño” de los discípulos a que el Señor exhorta a no temer porque el Padre ha tenido precisamente a bien darles el reino (cf. Lc 12, 32). La parábola del grano de mostaza dice que quien anuncia el Evangelio tiene que ser humilde, no tiene que pretender de obtener resultados inmediatos – ni cualitativos ni cuantitativos. Pues la ley de los grandes números no es la ley de la Iglesia. Porque el dueño de la mies es Dios y es él quien decide los ritmos, los tiempos y las modalidades de crecimiento de la siembra. Esta ley nos protege del dejarnos llevar por el desánimo en nuestro compromiso misionero, sin por ello dejar de eximirnos de hacer todo lo posible en nuestro esfuerzo, tal como nos lo recuerda el Apóstol de las gentes, «quien siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará» (2 Cor 9, 6).

La tercera ley de la evangelización es, por último, la ley del grano de trigo que muere para dar mucho fruto (cf. Jn 12, 24). En la evangelización siempre está presente la lógica de la Cruz. Decía el cardenal Ratzinger: «Jesús no redimió el mundo con palabras hermosas, sino con su sufrimiento y su muerte. Su pasión es la fuente inagotable de vida para el mundo; la pasión da fuerza a su palabra»12. Aquí vemos el peso que el testimonio de los mártires de la fe tiene en la obra de evangelización. Con razón escribe Tertuliano: «Segando nos sembráis: más somos cuanto derramáis más sangre; que la sangre de los cristianos es semilla»13. Frase más conocida en la versión: “La sangre de los mártires es semilla de los confesores”. El testimonio de la fe sellada con la sangre de tantos mártires es el gran patrimonio espiritual de la Iglesia y un signo luminoso de esperanza para su futuro. Con el apóstol Pablo los cristianos pueden decir: «Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados; llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 8-10).

El alcance de las tareas que la Iglesia tiene que enfrentar al inicio del tercer milenio de la era cristiana hace que a menudo nos sintamos ineptos e incapaces. La gran causa de Dios y el Evangelio en el mundo es constantemente obstaculizada y contrarrestada por fuerzas hostiles de diferentes signos. Pero nos alientan una vez más las palabras de esperanza de Benedicto XVI. En una homilía sobre los “fracasos de Dios”, que pronunció ante los obispos suizos en visita ad limina, decía: «Al inicio Dios fracasa siempre, deja actuar la libertad del hombre, y esta dice continuamente “no”. Pero la creatividad de Dios, la fuerza creadora de su amor, es más grande que el “no” humano. […] ¿Qué significa todo eso para nosotros? Ante todo tenemos una certeza: Dios no fracasa. “Fracasa” continuamente, pero en realidad no fracasa, pues de ello saca nuevas oportunidades de misericordia mayor, y su creatividad es inagotable. No fracasa porque siempre encuentra modos nuevos de llegar a los hombres y abrir más su gran casa»14. Esta es la razón por la que nunca debemos perder la esperanza. El Sucesor de Pedro nos asegura que Dios «también hoy encontrará nuevos caminos para llamar a los hombres y quiere contar con nosotros como sus mensajeros y sus servidores»15.

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