Por Luciano Matilla y Esperanza Torres

(Delegación de Familia y Vida)

 

 

En el momento tecnológico y de nuevas comunicaciones que vivimos la iglesia católica  no se mantiene al margen.

El Papa ha impulsado a la iglesia para que se ocupe y mantenga su presencia en este mundo virtual y como ya dijo Juan Pablo II: “La Iglesia (...) no está llamada solamente a usar los medios de comunicación para difundir el Evangelio sino, sobre todo hoy más que nunca, a integrar el mensaje de salvación en la “nueva cultura” que estos poderosos medios crean y amplifican. La Iglesia advierte que el uso de las técnicas y tecnologías de comunicación contemporáneas forman parte de su propia misión en el tercer milenio” (Juan Pablo II, El rápido desarrollo, 2005, n.2).

Por Alfonso Olmos

(Director de la Oficina de Información)

 

 

Es el grito de la Pascua, Aleluya. Es la expresión de la alegría, Aleluya. Es signo de sentirse liberado de la atadura del mal y de la muerte, Aleluya.

Ojalá el canto se repitiera en tantos lugares del mundo donde no es fácil sentir el triunfo de la vida. Quisiera que este Aleluya se pudiera cantar en Irak, o en los barrios marginales de las grandes ciudades. En Centroáfrica o en cualquier otro lugar donde reina la intolerancia.

Por Alfonso Olmos

(Director de la Oficina de Información)

 

 

Temblorosos y expectantes, como cada año, nos acercamos a celebrar los misterios de la pasión muerte y resurrección de Jesucristo.

Temblorosos porque una vez más nos ponemos frente a frente con el sufrimiento del inocente, sabiéndonos culpables, sintiéndonos pobres y pequeños.

Expectantes porque, aunque sabemos cómo termina el relato, la novedad siempre nos interpela y, al ir avanzando el calendario existencial y recorriendo etapas de la vida, sentimos curiosidad por ver cómo seremos capaces de asumir la entrega de Cristo en nuestras propias vidas.

Vagamos, tantas veces, por la oscuridad, que la luz se nos antoja pasajera. Damos tantos pasos inciertos a lo largo de nuestra existencia, que tenemos miedo a que el tambaleo constante nos lleve a de nuevo a la caída.

Miremos a Cristo en estos días de Semana Santa. Él calmará nuestra sed y nos ayudará a reconducir nuestro vacilante caminar. Es tiempo de conversión, es tiempo de amar y sentirse amado. Es tiempo de recogimiento para realizar la introspección penitente de nuestro corazón. Es tiempo de pedir perdón y, con más temblor que temor, asumir nuestras culpas que esperan la misericordia entrañable de un Dios que envió a su Hijo al mundo, para salvarnos por medio de la cruz.

Por Ángel Moreno

(Buenafuente)

 

Querido amigo:

 

Deseo salir a tu paso, pues quizá vas en dirección a Emaús, camino oscuro; o hacia el lugar donde aún guardabas las antiguas redes, como refugio ante la pena que te embarga o como alivio de la angustia, porque no has sentido el paso del Señor resucitado, a pesar de ser la Pascua.

 

Yo, este año, he tomado consejo de la maestra del alma, Teresa de Jesús, y llevo en mi bolsillo, metida en la herramienta que hoy usamos tanto, la imagen de Cristo, que me muestra las palmas de sus manos, aunque llagadas, como saludo de paz, sin evasión del drama de la vida.

 

Dice la santa de Ávila que es bueno para los tiempos recios avivar el amor, trayendo ante los ojos el semblante de Aquel a quien queremos bien. No solo llevarlo en la cartera, para nunca mirarlo, sino que es bueno cruzarse con sus ojos, y sentir que te mira.

 

Te confieso que está siendo algo providente este consejo práctico de la monja andariega, y me despierto sorprendido, como si tuviera cerca al Señor, aun sin verlo, que espera, paciente y sereno, un gesto de amor y que lo siga.

 

Y da un vuelco el corazón por ser tan cierto que es así, aunque no lo veamos. Que Él sale a nuestro paso, y nos aguarda hasta que superamos la torpeza y la ceguera. Yo espero a que me diga algo, y también le hablo, y así comienza la jornada, ¡tan distinta!, sabiendo que me acompaña Jesucristo vivo, que me enseña, por gesto solidario, las heridas.

 

No te cuento estas cosas por invento, ni por compromiso de escribirte en Pascua. Quizá tú no necesites tener ante los ojos el rostro de luz de Jesucristo, porque lo sientes dentro. Si es así, seguro que en eso me adelantas. Pero por si acaso te sucede que entras en la duda por no sentir el paso del Señor que te acompaña, te recomiendo lo que nos enseña la monja castellana: que no hay puerta mejor para gustar después el trato con Aquel que nos ama y nos habita, que entrar por lo visible, pues somos de momento solo humanos.

 

Te deseo vivamente que encuentres el medio a tu alcance para saberte acompañar del mejor modo, con la verdad mas cierta, la de que Jesucristo nos quiere y espera a que lo reconozcamos vivo. Cabe que sea en el compañero, en quien convive junto a ti, cabe que sea en el Sacramento, o que te produzca atracción la imagen que veneras, o aquella que llevas en estampa más adentro.

 

Deseo que experimentes el paso del Señor. Todo será distinto, como les ocurrió a los suyos, que caminaban hacia la noche, y se volvieron llenos de luz a sus amigos. ¡Feliz Pascua!

Por Jesús de las Heras

(Sacerdote y periodista)

 

 

La Semana Santa es corazón de la fe cristiana. A lo largo de estos días, hacemos memoria y actualización de los misterios más grandes del amor del Dios de Jesucristo. La Semana Santa no son vacaciones de primavera, ni tan solo tradición y cultura.  No se trata de descalificar con ello el necesario y oportuno descanso, siempre preciso para recuperar fuerzas y para potenciar otras dimensiones de la vida como la familia y el ocio y tiempo libre. Se trata de decir y recordar que si son vacaciones, lo son precisamente por ser Semana Santa y para así poder dedicar también más tiempo a la verdad de la Semana Santa.

Bienvenidas sean las procesiones que durante estas jornadas recorren los cuatro puntos de nuestra geografía. Bienvenidas sean las declaraciones de interés turístico de los distintos ámbitos, y todo el afán y el empeño que en ellas ponen hermandades y cofradías. Bienvenidos sean los jóvenes que a ellas se suman, prologando de este modo una venerable historia sagrada. Y ojalá que, entre todos, sepamos hacer de ellas –seguir haciendo de ellas, las procesiones- profesiones públicas de fe en medio de un mundo que tantas veces se obstina en vivir como si Dios no existiera.

Pero Semana Santa es también mucho más. Semana Santa es celebración. La riqueza, la hondura, la sobriedad y a la par solemnidad de los oficios litúrgicos de la Semana Santa son caminos indispensables para vivir la verdad de estos días sacros. No habrá Semana Santa, no habrá Pascua, sin la asistencia y participación en las celebraciones litúrgicas de estas intensas y hermosísimas jornadas. Una celebración sentida, participativa, sosegada, fructuosa.  Los sacerdotes deberán esmerarse, con celo y olfato pastoral, en la preparación y en el desarrollo de estos cultos, que los fieles deberán secundar con veneración, prontitud y apertura. Jamás son más de lo mismo, lo mismo que otros años. Los días del amor más grande se actualizarán, de nuevo, en estas celebraciones litúrgicas, y no debemos perdernos su inagotable potencial de gracia.

Semana Santa es igual y esencialmente caridad. Es la historia del amor más grande jamás contada. Es la gran caridad de Dios hacia con nosotros, que tanto nos amó que nos entregó a su propio Hijo y lo hizo, por nuestra salvación, hasta su muerte y muerte de cruz. No hace, pues,  faltar “reinventar” la caridad en Semana Santa. Es preciso, sí, implementarla, aplicarla, vivirla.  Desde que el Jueves Santo es, es el día del amor fraterno. Y el amor fraterno y la caridad son más necesarios que nunca.

De aquí, que también Semana Santa –mediante iniciativas como la del emergente “cofrade solidario” u otras- haya de ser tiempo de justicia social y de caridad. Y tiempo de la solidaridad, una solidaridad que encuentra tantos y tantos motivos en la actualidad y en la vida de cada para que nos la apliquemos. ¿Un ejemplo? Ojalá que en esta Semana Santa 2015 practiquemos la solidaridad recordando y extrayendo lecciones de la reciente desastre aérea.

¿A qué lecciones me refiero?  A ser respetuosos con el dolor ajeno, a acercarnos y a compartir de corazón el llanto y el gemidos ajenos, a poner todos los medios para evitar las desgracias naturales, técnicas o provocadas, a socorrer a los necesitados y, en definitiva, a saber hallar las respuestas, humanamente inexplicables –más allá de la locura suicida y homicida de su autoría, sin ir más lejos en la catástrofe aérea del martes 24 de marzo en los Alpes o en la barbarie que no cesa del yihadismo- que sucesos como estos demandan, precisamente en Aquel sin el cual no habría Semana Santa: en Jesucristo crucificado y resucitado.  Y es que nada necesitamos nada que la Pascua, nada necesitamos que a Jesucristo crucificado y resucitado.

Buena y cristiana Semana Santa.

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