Por Alfonso Olmos Embid

(Director de la Oficina de Información)

 

 

 

 

Los lemas se convierten en emblemas que, normalmente, identifican una marca. La Iglesia solo tiene un lema propio, que nos encomendó Jesucristo: el amor. Dios es amor. Lo dice la sagrada escritura. El amor luego se jalona con actitudes que lo expresan incondicionalmente. Así surge otro aforismo: ama y haz lo que quieras.

Podríamos decir que servir y amar es lo mismo. Por eso la palabra que se ha empleado para titular el último cuaderno de trabajo de los grupos sinodales de la diócesis es: Servimos.

Servir y amar siempre y en todo, pero de una forma especial en cuatro ámbitos en los que ahora la diócesis quiere hacer hincapié, en su último periodo de reflexión: la dimensión social y caritativa de la Iglesia, la movilidad humana, el cristiano en la vida pública y la comunicación.

Hoy, más que nunca, nuestra Iglesia será más creíble si crece en servicio a la sociedad en estos aspectos, tan actuales como vitales. Se reflexionará sobre la caridad, la escucha y el acompañamiento a los más pobres y necesitados, a los que viven solos, a los mayores o a los que tienen distintas carencias; también sobre la acogida a los que vienen de lejos buscando un mundo mejor, que muchas veces no terminan de encontrar. El servicio se hace público en la vida política y asociativa y en el compromiso por la verdad en los medios de comunicación y las redes sociales, los dos últimos temas a tratar.

Seguimos teniendo por delante un reto llamado sinodalidad, que ahora está más de moda y es más universal por los trabajos que se están llevando a cabo en Roma. Que acertemos, con la ayuda del Espíritu.

 

 

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

Las dos pasadas semanas ofrecíamos las dos primer entregas de los tres artículos (este es el último) sobre la identidad, misión y eclesialidad de las cofradías

 

 

 

 

En nuestra primera entrega, ofrecimos al respecto siete epígrafes con sus correspondientes contenidos. Presentábamos al mundo cofrade como camino de fe en nuestra tierra, recordábamos su esencial naturaleza religiosa y su triple finalidad originaria y principal. Peligro y antídoto frente a la secularización era el cuarto apartado y las luces y oportunidades para la Pastoral Juvenil, el quinto. En sexto lugar, hablábamos de lo que es importante y decisivo, y que no lo es tanto, en el mundo cofrade. Y en el séptimo epígrafe, proponíamos a las cofradías y hermandades como oratorio, escuela y taller.

En la segunda entrega, considerábamos otros cuatro aspectos: espiritualidad, renovación y sinodalidad, compromiso cristiano y apostólico y comunión y misión. Hoy lo completamos con otras cinco reflexiones.

 

 

 

(12)   Hogares de unidad, fraternidad y reconciliación

Un valor importante a cultivar en el seno de cada Hermandad es su unidad y cohesión interna. La comunión no es un valor tangencial en la vida de la Iglesia, sino algo que pertenece a su entraña más profunda. Las Hermandades aprobadas y erigidas por la Iglesia han de hacer honor a su nombre, vivir la fraternidad y hacerse acreedoras al elogio que sus conciudadanos hacían de los primeros cristianos: "Mirad cómo se aman".

Las divisiones y personalismos son siempre un antitestimonio, un descrédito para la Iglesia y un freno a la evangelización.  Y cuando se busca que esas divisiones transciendan a la opinión pública o a los Medios de comunicación social, quien padece es la Iglesia, se daña a la toda Iglesia.

Todos los miembros de las cofradías, especialmente sus directivos y sacerdotes, han de tutelar la unidad interna, propiciar el diálogo y el entendimiento y ser aceite y bálsamo que suaviza y ayuda a cicatrizar las heridas. Ellos, más que nadie, están llamados a ser sembradores de paz, artesanos humildes de la paz.

 

(13) Servidoras de los pobres

El cristiano cofrade no es una isla o un solitario, sino un solidario, un hermano, que no puede ser, pues, ser insensible a los dolores, carencias y sufrimiento de sus semejantes. Todo lo contrario, ha de vivir con los ojos bien abiertos a las necesidades de los más pobres.

La comunión con el Señor y el culto a las imágenes de los titulares han de llevarles espontáneamente a vivir la comunión con aquellos hermanos nuestros que han quedado en las cunetas del desarrollo y que son imágenes vivientes del Señor.

En los pobres y en los que sufren, habéis de descubrir el rostro ensangrentado de Cristo. Porque amáis a Cristo, no podéis ser indiferentes a ninguna necesidad y dolor, pues como nos dice el Apóstol San Juan, "nadie puede decir que ama a Dios a quien no ve, si no ama al prójimo a quien ve" (1 Jn 4,20).

 

(14)   Entraña religiosa de las procesiones y fidelidad a la liturgia

Nuestras hermosísimas procesiones, despojadas del misterio, quedan vaciadas del contenido original que está en su origen y que es lo que las acredita y legitima. La dimensión cultural no es la única, ni siquiera las más relevante. De ahí que debamos cuidar especialmente este aspecto. No debemos consentir que los intereses económicos, turísticos o el simple renombre de una ciudad o villa solapen lo que primariamente es un acto de piedad y de penitencia, de catequesis y evangelización y también llamada a la conversión, ya que la contemplación de la belleza de un Cristo barroco, descoyuntado, lacerado y exangüe o de una imagen de María Santísima nos interpela, conmueve y suscita en nosotros la compunción del corazón, pues la via pulchritudinis tiene este incontestable valor evangelizador. No debemos dejar que esto se pierda o se desvirtúe.

Además, la piedad popular ha de vivirse en armonía con la liturgia de la Iglesia y vinculada a los sacramentos. Las procesiones, siendo importantes, no suplen la riqueza y la hondura espiritual de la hermosa liturgia de los días de Semana Santa y de las fiestas del Señor, de la Virgen María o de los santos, que actualizan los acontecimientos redentores. Hay que cuidar y participar en las procesiones y hacerlo con la emoción a flor de piel, pero como complemento de una participación previa, activa y gozosa en las celebraciones litúrgicas (santa misa, rosario, triduo, novena, etc.) y en la recepción del sacramento de la confesión.

 

(15) Hermandades, no seducidas por la emulación, sino fraternas, libres, ejemplares y serviciales

 Nunca nos dejemos llevar por el afán de emulación ni el deseo de hacer más cosas que otras Hermandades cercanas o lejanas. La vida de las Hermandades no es un pugilato para mostrar quien es el mejor, el más fuerte o el que más cosas hace. No nos obsesionemos por la cantidad de las cosas que programamos, sino por la calidad.

Las Hermandades han de ser también libres en relación con los poderes políticos, económicos y mediáticos. La búsqueda exagerada de subvenciones de instituciones, sean del signo que sean, casi siempre suponen un cierto enfeudamiento con quienes las otorgan, coartan la libertad de los responsables y, casi sin darnos cuenta, ahondamos la secularización interna de las Hermandades.

No nos debe importar ser más pobres, hacer menos cosas, que nuestros pasos sean menos ostentosos y nuestras revistas más modestas, para ser más libres y para salvaguardar la verdadera identidad y las buenas esencias de las Hermandades.

Todo ello conduce a la ejemplaridad.  Y es que, como haya escrito el arzobispo emérito de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, si hubiéramos de trazar el retrato ideal del cofrade,  se describiría de esta manera: un cofrade es un cristiano que acepta y vive el mensaje del Evangelio y el estilo de vida propuesto por la Iglesia, tanto en su vida familiar como en su vida profesional, social y religiosa; un cofrade es un cristiano que encuentra y degusta en la piedad popular y en todas sus expresiones y manifestaciones uno de los lugares de referencia en la comunidad cristiana y eclesial y que nutre en buena medida su vida de fe en la religiosidad propia de estas expresiones, pero que no lo hace de modo excluyente o exclusivo, ni aisladamente en relación con el resto de los contenidos de la fe y de las praxis de la Iglesia; un cofrade es un cristiano inserto en su parroquia, que participa en la eucaristía dominical, reza, se alimenta con los sacramentos, especialmente la eucaristía y la penitencia, y colabora en las  actividades e iniciativas de la diócesis y de su comunidad parroquial; un cofrade es un cristiano que en su vida pública no oculta su condición de cristiano, sino que la muestra con alegría y convicción; un cofrade es un cristiano que vive el amor cristiano y la fraternidad y es sensible a los problemas y necesidades de sus hermanos.

Y si esto es exigible a cualquier cofrade, lo es mucho más a los Hermanos Mayores y a los miembros de sus Juntas de Gobierno, que deben ser especialmente ejemplares en su vida pública y privada y no solo porque así lo preceptúan los documentos de la Iglesia, sino porque también lo pide el sentido común.

Y junto a la ejemplaridad, el servicio. Quien aspire a ser Hermano Mayor no debe buscar el brillo social, el poder o el medro ante sus conciudadanos, sino servir humildemente al Señor, a la Iglesia y a sus hermanos, tomando buena nota de aquello que nos dice el Señor en el evangelio de San Marcos, 10,43-45: "Quien quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos, pues el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos".  Por ello, tanto el Hermano Mayor, como sus compañeros de Junta de Gobierno, deben ser los primeros servidores de la Hermandad.

 

(16) Abiertas, acogedoras y disponibles a la guía de los pastores de la Iglesia

La figura del sacerdote guiando a una cofradía, como capellán, abad, consiliario o director espiritual, ha de ser clave en la vida de las Hermandades, no para anular a los cofrades y a sus juntas directivas, sino para animarlas y guiarlas. El sacerdote no lo puede ser todo en una cofradía, pero tampoco nada, pero tampoco una figura decorativa.

Y él, el sacerdote, ha de evitar la tentación de acaparar la cofradía, una tentación a evitar por los equipos directivos de las Hermandades es considerarlo como una figura prescindible o un mero objeto decorativo. Las Hermandades deben utilizar sus servicios y recabar su consejo y los sacerdotes deben brindarse a colaborar con ellas con generosidad, pues es mucho el bien que pueden hacer.

El sacerdote actúa en la vida de la Hermandad con autoridad delegada del obispo, la acompaña para que viva su auténtica identidad cristiana y eclesial, procura la formación de sus miembros, comparte con ellos el pan de la palabra y de la eucaristía, discierne entre las distintas opciones, aconsejando aquellas que están más en sintonía con el Evangelio y la doctrina de la Iglesia, es servidor y ministro de la unidad interna de la Hermandad, artesano de la paz, hermano entre hermanos, a la vez que pastor y padre de sus miembros.

Es, además, vínculo de conexión entre aquella y la Iglesia particular y universal, preservándola de un sectarismo estrecho y abriéndola a la catolicidad. Es, por último, testigo del Absoluto de Dios.

En una época como la nuestra en la que se niegan cada vez más los derechos de Dios sobre el hombre, hoy más que nunca es necesario el servicio del profeta, del abogado de los derechos de Dios. Ese es el papel de los directores espirituales, nada más y nada menos.

Y lo mismo y como instancia suprema, cabe decir en relación con el obispo, cuya responsabilidad y deber es acompañarlas, estar cerca de ellas, ayudarles para que se impregnen de espíritu cristiano y procurar que sus actividades, programas y vida asociativa esté en coherencia con ese espíritu.  No es misión del obispo coartar la legítima autonomía ni la libertad de iniciativa que la Iglesia reconoce a las asociaciones de fieles. Pero el obispo no puede ocultarse cuando estime que tiene que corregir con prudencia y mesura algo que se aparta del Evangelio.

 

 

Publicado en Nueva Alcarria el 29 de septiembre de 2023

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

Cazando el amor terreno

yo me hice cazador,

pero me cazó el amor

dándome a mí tan de lleno.

Entré en el monte sereno

de Cupido, pero su arco

me vio, y a su flecha fui el marco

que la herida recibió.

Creí que cazaba yo,

pero el que caza es Amor.

 

Cazando el amor divino

yo me hice cazador,

pero me cazó de amor,

con un rumor angelino

entrándome en alma Dios,

nada más vernos los dos.

Su atracción es absoluta.

Tanto atrae su camino

que es recorrerlo ya es fruta

de amor para el peregrino.

 Creí que cazaba yo:

Cazáronme Amor y Dios.

 

 

 

Del libro "Romancero castellano y otros poemas"

https://aache.com/tienda/es/641-romancero-castellano-y-otros-poemas.html

 

Sobre el autor:

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

 

Por Jesús Montejano

(Delegación de Piedad Popular, Cofrafías y Hermandandes)

 

 

Los días 18 al 20 de septiembre, los Delegados Diocesanos de Piedad Popular, Cofradías y Hermandades de las distintas diócesis españolas, así como los rectores de santuarios hemos sido convocados por la Comisión Episcopal para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado de la Conferencia Episcopal Española.

En la ciudad de Santander se han tratado temas de gran interés como la identidad cristiana hoy (por D. Ángel Cordovilla Pérez, profesor de dogmática en la universidad de Comillas de Madrid), la religiosidad popular e identidad cristiana (por Mons. D. Manuel Sánchez Monge, obispo de la diócesis de Santander), santuarios e identidad cristiana (por D. José María Lucas, Ofm., Hno. Guardián de la fraternidad franciscana de Santo Toribio) y Cofradías y Hermandades e identidad cristiana (por D. Daniel Cuesta Gómez, SJ, Encargado de la Pastoral Juvenil y Universitaria de Santiago de Compostela y Vigo.

Jornadas que han servido para reflexionar y compartir experiencias sobre el mundo cofrade y de santuarios. Además se celebró la Eucaristía jubilar en el Santuario de Santo Toribio de Liébana, que se encuentra en Año Santo.

 

 

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

Precisamente, mañana, sábado 23 de septiembre, Sigüenza acoge la VI Jornada Diocesana de las cofradías y hermandades de Sigüenza-Guadalajara

 

 

 

 

La pasada semana comenzábamos una serie de tres artículos sobre la identidad, misión y eclesialidad de las cofradías y hermandades y, en suma, sobre el gran valor, tan pujante en nuestra Iglesia, de la religiosidad o piedad popular.

En nuestra primera entrega, ofrecimos al respecto siete epígrafes con sus correspondientes contenidos. Presentábamos al mundo cofrade como camino de fe en nuestra tierra, recordábamos su esencial naturaleza religiosa y su triple finalidad originaria y principal. Peligro y antídoto frente a la secularización era el cuarto apartado y las luces y oportunidades para la Pastoral Juvenil, el quinto. En sexto lugar, hablábamos de lo que es importante y decisivo, y que no lo es tanto, en el mundo cofrade. Y en el séptimo epígrafe, proponíamos a las cofradías y hermandades como oratorio, escuela y taller.

Hoy, en la víspera de la jornada que cada año dedica nuestra diócesis al encuentro de las cofradías en una ciudad (este año, Sigüenza, desde las 11 a las 20 horas y bajo la presidencia del obispo) y en un ambiente de convivencia, fiesta, cultura y celebración, abundamos con otras cuatro consideraciones.

 

 

 

(8) Cofradías y Hermandades, espacio de encuentro con el Señor

Cuando el Concilio Vaticano II, hace ya seis décadas, quiso esclarecer el ser y la naturaleza de la Iglesia, la definió como el sacramento de Jesucristo, el sacramento del encuentro con Dios (LG 1,9,48; SC 5). Ese es el fin casi exclusivo de la Iglesia, ser transparencia de Jesucristo, ser camino para el encuentro con el Señor, ser sacramento universal de salvación.

Por ello, la misión de la Iglesia no es otra que "mostrarnos a Cristo, llevarnos a Él, comunicarnos su gracia". "La Iglesia -ha escrito un gran teólogo del siglo XX- tiene la única misión de hacer presente a Jesucristo ante los hombres. Ella debe anunciarlo, mostrarlo y darlo a todos. Todo lo demás... no es más que sobreañadidura" (Henri de Lubac).

Si este es el fin de la Iglesia, sus instituciones, por ejemplo, un colegio, un asilo, una universidad dirigida por la Iglesia no pueden tener un fin distinto del de la propia Iglesia. Ellas deben ser para sus miembros sacramento y escalera de nuestra ascensión hacia Dios (San Ireneo).

Este es el caso también de una Hermandad, que debe ser ocasión e instrumento para que sus miembros vivan en gracia de Dios, vivan con gozo su condición de hijos de Dios y su vocación cristiana y se encuentren con el Señor, que es mucho más que una idea, un sentimiento, unas tradiciones e, incluso, que un sistema de valores éticos y morales. Como nos dijera en 2006 el Papa Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est, Jesucristo es la opción fundamental de nuestra vida, pues "no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (n. 1).

Si todo esto no se da en una determinada Hermandad o Cofradía, aunque sus procesiones sean muy hermosas, aunque organice brillantes actos culturales y publique una bellísima revista en papel couché, no cumple el 95 % de su misión, no está respondiendo a lo que exige su propia naturaleza y no está viviendo la verdad más profunda de la vida de las Hermandades, porque los árboles de lo accidental no le dejan ver el bosque de lo esencial.

El relieve social o la dimensión cultural no es sino sobreañadidura y será algo bueno y apreciable en la medida en que ayude a vivir aquello que está en los orígenes y en los propósitos fundacionales de las Hermandades, es decir, aquello que constituye su mística, su corazón, su razón de ser, el núcleo que les confiere autenticidad como escuelas de vida cristiana y talleres de santidad, como las definió el Papa Benedicto XVI, que ayudan a sus miembros a conocer y a amar más a Jesucristo, a vivir la experiencia de Dios, a aspirar a la santidad, a cultivar la vida interior, la oración, la amistad y la intimidad con el Señor, a participar con asiduidad en los sacramentos, especialmente la eucaristía y la penitencia.

Y si todo esto que es exigible a cualquier buen cristiano, es mucho más exigible a un cristiano cualificado, como es el cofrade por formar parte de una asociación de fieles erigida y aprobada por la Iglesia. En este sentido, suscribo de corazón la afirmación del Papa Francisco en su encuentro con las Hermandades de todo el mundo el 5 de mayo de 2013: en las Hermandades tiene la Iglesia un tesoro porque son un espacio de “encuentro con Jesucristo”.

 

(9) Testigos y promotoras de la auténtica renovación y sinodalidad      

En los últimos treinta o cuarenta años, en muchas partes de España, se ha recorrido un camino apreciable en la clarificación y robustecimiento de la genuina identidad religiosa de las Hermandades, de acuerdo con el espíritu del Concilio Vaticano II y el Código de Derecho Canónico de 1983.

Pero hemos de reconocer que queda todavía un largo camino por hacer. En ello estamos todos.

En la vida de la Iglesia desde sus orígenes ha existido siempre la conciencia de que la Iglesia debe estar en actitud perenne de reforma. Este principio sigue conservando hoy toda su validez. La Iglesia, efectivamente, ha de estar en una actitud perenne de renovación para ser cada día más fiel a su fundador, para ser cada día más transparencia cabal de Jesucristo.

De esta renovación nos habla el Papa Francisco, en tantas ocasiones al igual en su tan emblemática y programática exhortación apostólica Evangelii Gaudium (nn.25-28), al decirnos que por fidelidad a Jesucristo la Iglesia ha de estar siempre en actitud reforma, renovación y conversión.  Y la reforma y renovación de la Iglesia es para todos, también para las cofradías.

Y en la hora presente de la sinodalidad, del caminar juntos, sinodalidad y cofradías, que ya de, por sí son conceptos muy próximos, han todavía de identificarse más. Dicho de otro modo: las cofradías y hermandades están llamadas a vivir, servir, estimular y fomentar la sinodalidad dentro de toda la Iglesia.

Como Iglesia que son y como cualquier otra institución eclesiástica, las Hermandades deben estar también en actitud permanente de renovación. También a las Hermandades, en su devenir histórico, se les pega el polvo de los caminos y algunas adherencias que no responden a su identidad religiosa más neta y profunda.

Por ello, igual que toda la Iglesia, sus pastores, fieles y estructuras, también las hermandades y cofradías han de estar siempre dispuestas a la reforma y a la renovación. Esto es, la reforma de la Iglesia no es para los otros, para los demás: es para todos.

 

(10) Hermandades y Cofradías discípulas y misioneras, impulso de compromiso apostólico 

Desde la fuente de la vida interior y de la formación, surgirá otra expresión clave de eclesialidad en las cofradías y hermandades como es su propia misión, misión también evangelizadora. Lo decía antes: la Iglesia es para evangelizar. Y todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a ser evangelizadores. Pero nadie da lo que no tiene. De ahí, la importancia de espiritualidad y de la formación. Y es como repite el Papa Francisco la doble y simultánea condición de discípulos y misioneros: conocer y ahondar nuestra fe y esperanza para dar razones creíbles con la vida de ellas.

Por ello, también los miembros de las Hermandades están llamados a ser apóstoles y evangelizadores en su hogar, en su trabajo, en su profesión, en su quehacer cofrade y en todas las circunstancias y ambientes que entretejen sus vidas. Su comunión con el Señor debe traducirse en dinamismo apostólico y misionero: han de anunciar a Jesucristo con obras y palabras. En primer lugar, con su testimonio, con sus criterios verdaderamente evangélicos, con su vida intachable, con su rectitud moral en vuestro trabajo y con la ejemplaridad en el cumplimiento del deber y de sus obligaciones cívicas.

Pero han de anunciar a Jesucristo también con la palabra. No les debe dar miedo ni vergüenza hablar del Señor a nuestros hermanos, mostrándoles a Jesucristo como único Salvador, único camino para el hombre y única esperanza para el mundo. En esta hora, más que en épocas anteriores, ante el avance del laicismo militante, es urgente también robustecer la presencia confesante de los católicos en la vida pública, sin complejos, sin vergüenza, con valentía y decisión.

 

(11)   Hermandades y Cofradías, en la comunión y en la misión de la Iglesia  

Una tarea importante que urge a todos los miembros de las Hermandades, y muy especialmente a los Hermanos Mayores, Juntas de Gobierno y Directores Espirituales (abades o consiliarios), es propiciar la eclesialidad y el amor a la Iglesia y favorecer la comunión de las Hermandades con la diócesis y con la parroquia.

Las Hermandades no son islas, entes autónomos e independientes que caminan por libre, desconectadas de la Iglesia diocesana o de la comunidad parroquial.

Todo lo contrario, deben buscar la comunión y la comunicación con las otras Hermandades, con los demás grupos cristianos, con el sacerdote, con la parroquia, con el obispo, con todos lo que buscamos el Reino de Dios.

La Iglesia, que aprecia las sanas tradiciones, las singularidades, fines y actividades propias de las Hermandades, les pide al mismo tiempo en el Directorio de la piedad popular y la liturgia, publicado por la Santa Sede el 17 de diciembre de 2001, que "evitando toda forma de contraposición y aislamiento, estén integradas de manera adecuada en la vida parroquial y diocesana" (n. 69).

El cristiano cofrade no puede ser un solitario, sino un solidario, un hermano, que sabe trabajar en equipo, que participa en la vida de la parroquia, que se implica en la catequesis, en la vida litúrgica, en la Cáritas parroquial, o en el Consejo de Pastoral parroquial, compartiendo sus dones con sus otros hermanos cristianos. En la diócesis y en la parroquia no sobra nadie. No cabe, pues, automarginarse. Todos somos necesarios a la hora de anunciar a Jesucristo a nuestros hermanos.

Hoy más que nunca, por la peculiar situación que está viviendo la Iglesia en España, es preciso robustecer nuestra mutua comunión, aunar fuerzas, abandonar las propias piraguas particulares para remar dentro de la barca grande y magnífica que es la Iglesia, todos con el mismo ritmo y en la misma dirección. Y esto es también sinodalidad.

 

 

Publicado en Nueva Alcarria el 22 de septiembre de 2023

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