Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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"Queridos amigos:  sobre un buen amigo y consocio muy querido,  Michael Thio con el que servimos durante la XV presidencia general de las Conferencias de San Vicente de Paúl que él ostentó, nos llega la triste noticia de que su esposa, nuestra amiga Rosalind, se encuentra muy gravemente enferma y con paliativos en casa.

Rogamos oraciones por los dos: por Rosalind para que, si es la disposición del Señor como le pedimos, la sane según Su Voluntad,  y por Michael para que le llene de  Esperanza ".

Para todos, nuestro agradecimiento por las oraciones, y el abrazo fraterno de Jean Tirado y José Ramón Díaz-Torremocha

Que María cuide siempre a nuestras Conferencias”

 

 

ALEGRIA Y CELEBRACIÓN

 

Estamos a las puertas de volver a reunirnos para celebrar la venida del Hijo del Hombre que acampó entre nosotros. Hemos dejado atrás el Adviento y hemos llegado al Tiempo de Navidad.

Estamos, no lo olvidemos, un año más, celebrando el nacimiento del Hijo de Dios que se hizo hombre para darnos la Salvación. Ya me perdonarán los queridos lectores, que no me refiera a la Navidad que engloba todo ello. Hemos repetido tanto y tan poco honor hemos hecho con frecuencia de los valores que representa, - la Navidad - que parece que la hemos vaciado un tanto de contenido y debemos repetir y hacer hincapié en lo que debería ser obvio.

Desafortunadamente, para tantos, ¿qué significa Navidad más allá de compras compulsivas y regalos para dar o recibir? De comidas o cenas ya sea de amigos o familiares, a las que tantos van forzados y a disgusto. ¡Un periodo en el que aumentan las disputas familiares e incluso los divorcios! ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Cómo hemos llegado a esta situación los cristianos? ¿Somos conscientes de que estamos celebrando que el Hijo de Dios vino a nosotros, se entregó y nos regaló la Salvación?

¿Es esa venida, ese regalo, lo que celebramos los cristianos? Sinceramente creo que sí. Aunque solo sea por intentar ver la botella “medio llena”. Aunque solo sea por mí, afortunado, continuo, optimismo por el que doy permanentemente gracias al Buen Dios que me lo regaló.

La alegría del nacimiento del Hijo de Dios debe curtirnos el alma al pensar, incluso en términos puramente humanos, ¿qué va a ser de Él? ¡Que vamos a hacer los hombres con Él! Con quien vino a hablarnos del Perdón y del Amor, sabiendo que sólo venía a sembrar y a sufrir.

Pero ese sufrimiento, ese dolor inmenso, todavía va a tardar en llegar. En alcanzarnos su conmemoración. Hoy toca la alegría de celebrar aquel “fiat” sin el que nada hubiera sido posible. De celebrar que aquella jovencísima muchacha, de la edad de mi nieta, limpia, transparente en su goce, en su alegría que va a compartir con su prima que también ha sido bendecida, le dijera sí al Señor que va a hacer “en ella maravillas”, como nos recuerda Lucas en el Magníficat (Lc 1,46-55).  

Nada hubiera sido posible sin Ella. Cuando esta Navidad, nos sentemos alrededor de la mesa de la celebración familiar o amical, no olvidemos qué si todo partió de un regalo del Misericordioso para nuestra salvación, nada hubiera sido posible sin el “sí” de aquella muchachita en cuyo vientre Él quiso refugiarse y venir a nosotros. Necesitó su “permiso” pues Él siempre respeta nuestra libertad.

Cuando ella canta, cuando ella visita a su prima para compartir su alegría, cuando escucha en el Templo la dura predicción del anciano Simeón (Lc 2, 21-35), es consciente de que el camino que le ha pedido recorrer el Buen Dios, no va a ser fácil. Pero, seguramente sin ser plenamente consciente de toda su importancia, la intuye y la recorre apurando con el Hijo hasta la última gota del dolor materno.

Cuando nos juntemos para celebrar la Pascua, el paso del Señor, no olvidemos que Él llego gracias a la veneración y respeto de María hacia la misión que le encomienda el Creador.

¡Qué bueno será que se lo enseñemos así, aunque sea en medio de los regalos, a nuestros hijos y nietos!

Que Ella nos ayude a dejar en los que nos sucedan, el recuerdo de una verdadera Nochebuena en la que sintamos a María con nuestras familias.

¡¡María, siempre María!!

 

José Ramón Díaz-Torremocha

de las Conferencias de San Vicente de Paúl

Guadalajara (España)

 

 

“Dear friends: our good friend and beloved Brother Michael Thio, with whom we have worked closely during his term as XV president general of the Conferences of Saint Vincent de Paul, shared with us the sad news that his spouse, our friend Rosalind, is seriously sick and on palliative cares at home.

We beg everyone to pray for both: for Rosalind, so that the Lord hearing our plea give her strength and peace, and for Michael so he may find some Hope.”

To everyone, our gratitude for your prayers and a fraternal hug from Jean Tirado and José Ramón Díaz-Torremocha.

May Mary keep always our Conferences alive.

 

 

JOY AND CELEBRATION

 

We are about to meet again to celebrate the coming of the Son of Man who was among us. We have left Advent behind and reached Christmas Time.

Let us not forget that, one more year, we are celebrating the birth of the Son of God who became man to bring us the Salvation. My dear readers will forgive me for not referring to Christmas, which encompasses all of this. Christmas, we have repeated it so much and we have honoured so little the values it represents, that somehow, we seem to have emptied it of its content and we must repeat and emphasize what should be obvious.

Unfortunately, what does Christmas mean for so many beyond compulsive shopping and gifts to give and receive? Beyond meals or dinners either from friends or family, to which so many feel obliged and not at ease. A period in which family disputes and even divorces increase! How did we get to this situation? How we, Christians, have come to this situation? Are we aware that we are celebrating that the Son of God came to us, gave himself to us, and offered us the Salvation?

Is it this coming, this gift, what we Christians celebrate? I honestly think so. If only for trying to see the bottle "half full". If only for my fortunate continuous optimism for which I permanently thank the Good Lord who gave it to me.

The joy of the birth of God’s Son should harden our souls as we think, even in purely human terms, what will become of Him? What are we going to do, we human beings, with Him! With who came to tell us about Forgiveness and Love, knowing that he only came to sow and suffer.

But that suffering, that immense pain, is still going to take long time to come, long time to reach us for its commemoration. Today we have the joy of celebrating that "fiat" without which nothing would have been possible. To celebrate that this very young girl, the age of my granddaughter, clean, transparent in her joy, in her bliss to share with her cousin who has also been blessed, would say yes to the Lord that will do "great things for her", as Luke reminds us in the Magnificat (Lk 1:46-55).

Nothing would have been possible without Her. When this Christmas, we sit around the celebration table with family or friends, let us not forget that if all started with the gift of the Merciful for our salvation, nothing would have been possible without the "yes" of that young girl in whose womb He wanted to take refuge and come to us. He needed her "permission" because He always respects our freedom.

When she sings, when she visits her cousin to share her joy, when she hears in the Temple the harsh prediction of the elder Simeon (Lk 2:21-35), she is aware that the path that God has asked her to walk is not going to be easy. But, surely without being fully aware of all her importance, she senses it and lives with the Son up to the last drop of maternal pain.

When we come together to celebrate Easter, the passage of the Lord, let us not forget that He came thanks to Mary's veneration and respect for the mission entrusted to her by the Creator.

How good it will be that, even surrounded by presents, we teach it this way to our children and grandchildren!

May she help us to leave in those who come after us the memory of a true Christmas Eve on which we feel Mary with our families.

Mary, always Mary!!

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conferences of Saint Vincent de Paul

Guadalajara (Spain)

 

 

“Chers amis. Notre bon ami et très cher confrère Michael Thio, avec qui nous avons travaillé pendant son mandat en tant que XVème président général des Conférences de Saint Vincent de Paul, nous a appris la triste nouvelle que son épouse, notre amie Rosalind, se trouve dans un état grave et en soins palliatifs à la maison.

Nous implorons vos prières pour tous les deux : pour Rosalind, afin que si le Seigneur veut bien exaucer nos prières et selon sa Volonté, IL lui redonne la santé, et pour Michael afin qu’il retrouve l’Espérance”.

A tous, nos remerciements pour vos prières, et les sentiments fraternels de Jean Tirado et José Ramón Díaz-Torremocha.

Que Marie protège toujours nos Conférences.

 

 

JOIE ET CÉLÉBRATIOÓN

 

Nous sommes proches de nous réunir à nouveau pour célébrer la venue du Fils de l’Homme qui a vécu parmi nous. Nous avons laissé l’Avent derrière nous et avons atteint le temps de Noël.

Nous célébrons une année de plus, ne l’oublions pas, la naissance du Fils de Dieu qui est devenu homme pour nous donner le Salut. Mes chers lecteurs me pardonneront de ne pas parler de Noël qui englobe tout cela. Noël, nous avons tellement répété ce mot et nous avons si peu honoré les valeurs qu’il représente, qu’il semble que nous l’avons un peu vidé de contenu et nous devons répéter et souligner ce qui devrait être évident.

Malheureusement, que signifie Noël pour beaucoup au-delà des achats compulsifs et des cadeaux à donner ou à recevoir ? Des repas ou des dîners d’amis ou de famille, auxquels tant de gens vont obligés et à contrecœur. Une période où les conflits familiaux et même les divorces augmentent ! Comment sommes-nous arrivés à cette situation ? Comment les chrétiens en sont-ils arrivés à cette situation ? Sommes-nous conscients de célébrer que le Fils de Dieu est venu à nous, s’est donné à nous, et nous a offert le salut ?

Est-ce cette venue, ce cadeau ce que nous, chrétiens, célébrons ? Honnêtement, je le pense. Ne serait-ce que pour essayer de voir la bouteille « à moitié pleine ». Ne serait-ce que pour mon heureux et permanent optimisme pour lequel je remercie constamment le Bon Dieu qui me l’a offert.

La joie de la naissance du Fils de Dieu doit aguerrir nos âmes quand nous pensons, même en termes purement humains, qu’adviendra-t-il de Lui ? Qu’allons-nous faire avec Lui ! Avec celui qui il est venu nous parler du Pardon et de l’Amour, sachant qu’il ne venait que pour semer et souffrir.

Mais cette souffrance, cette immense douleur, va encore prendre du temps à venir, à nous apporter sa commémoration. Aujourd’hui, c’est le moment de célébrer la joie de ce « fiat » sans lequel rien n’aurait été possible. Pour célébrer que cette très jeune fille, de l’âge de ma petite-fille, propre, transparente dans sa jouissance, dans sa joie qu’elle va partager avec sa cousine qui a également été bénie, dise oui au Seigneur qui va faire « pour elle de grandes choses », comme Luc nous le rappelle dans le Magnificat (Lc 1, 46-55).

Rien n’aurait été possible sans elle. Quand ce Noël, nous nous assoirons autour de la table de la célébration familiale ou amicale, n’oublions pas que si tout a commencé avec un don du Miséricordieux pour notre salut, rien n’aurait été possible sans le « oui » de cette jeune fille dans le ventre de laquelle Il a voulu se réfugier et venir à nous. Il avait besoin de sa " permission " parce qu’Il respecte toujours notre liberté.

Quand elle chante, quand elle rend visite à sa cousine pour partager sa joie, quand elle entend dans le Temple la dure prédiction de l’ancien Siméon (Lc 2:21-35), elle est consciente que le chemin que le Bon Dieu lui a demandé de parcourir ne va pas être facile. Mais sûrement, sans être pleinement consciente de toute son importance, elle la pressent et vit avec le Fils jusqu’à la dernière goutte de douleur maternelle.

Lorsque nous nous réunirons pour célébrer Pâques, le passage du Seigneur, n’oublions pas qu’Il est venu grâce à la vénération et au respect de Marie pour la mission que lui a été confiée par le Créateur.

Comme il sera bon que, même entourés de cadeau, nous l’apprenions de cette façon à nos enfants et petits-enfants !

Qu’elle nous aide à laisser dans ceux qui nous succèdent, le souvenir d’un vrai Réveillon de Noël où nous puissions sentir Marie à côté de nos familles.

 

Marie, toujours Marie !

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conférences de Saint Vincent-de-Paul

Guadalajara (Espagne)

 

Seguimos preparando y recorriendo el camino que lleva a Belén, a Navidad, de la mano del Papa Francisco y su carta apostólica sobre el Belén

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Ya la pasada semana comenzábamos a preparar la Navidad mediante la carta apostólica del Papa Francisco «Admirabile signum» (AS), escrita hace un valor sobre el sentido y valor del pesebre o del Belén.

El viernes pasado glosamos el triple simbolismo e interpelación del Belén y su potencialidad evangelizadora. Ahora nos detenemos en el entorno natural, paisajístico y urbanístico del pesebre de Belén y de sus figuras menores, que suelen acompañar a nuestros Belenes. Y el viernes próximo, el mismo día de Navidad, nos centraremos en el misterio central del Belén: Jesús, María y José.

 

Cielo estrellado, entera creación

Desde el cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche a  la luz incandescente de luces incandescentes que evoca y es siempre la fiesta de la Epifanía;  como la luz que los profetas (Isaías, 9, 1-2) anunciaron mientras el silencio, del que luego haré un nuevo comentario, se rompió en la Palabra, y el pueblo que caminaba en tinieblas se vio envuelto en una luz grande y resplandeciente y las estrellas palidecieron ante el alba de la luz tan esplendente, hasta desde las montañas y los riachuelos que Judea, tan hermosa, como a veces naifmente, recrean nuestros belenes; el entorno natural del otra verdad indiscutible de la verdad de la Navidad: toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías (cfr. «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Carta a los Romanos 8, 19).

Es por ello evidente que aquí resuene en nosotros la necesidad de hacer realidad y viva las reiteradas llamadas del Papa Francisco en pro de una ecología integral y de la ecología de los gestos sencillos e imprescindibles y de la vida cotidiana. Y sin afanes ni pruritos ni estar a favor o en contra de lo políticamente correcto…, sino de ser fieles a esta nueva verdad, que el Santo Padre nos ha dejado escrita en la «Laudato si`» y vivida y practicada en cientos de ejemplos.

Cinco días después de firmar esta carta apostólica, Francisco recibió el pesebre y árbol de Navidad de este año para la Plaza de San Pedro. Procede de las diócesis italianas de Trento, Padua, Vicenza, Treviso y Vittorio Véneto, que quedaron asoladas en el otoño pasado por unas  desoladoras inundaciones. Y a ello y al regalo del árbol y del pesebre se refirió Francisco el 5 de diciembre de 2019 con estas palabras: «Me ha gustado mucho saber que para sustituir las plantas removidas, se replantarán 40 abetos que reintegrarán los bosques gravemente perjudicados por la tormenta de 2018. El abeto rojo que habéis regalado representa un signo de esperanza, especialmente de vuestros bosques, para que se limpien lo antes posible y comenzar así el trabajo de reforestación».

«El belén, hecho casi en su totalidad de madera y compuesto de elementos arquitectónicos característicos de la tradición de Trento, ayudará a los visitantes a saborear la riqueza espiritual de la natividad del Señor. Los troncos de madera, procedentes de las zonas afectadas por las tormentas, que sirven de telón de fondo al paisaje, subrayan la precariedad en la que se encontraba la Sagrada Familia esa noche en Belén».

 

Y también el árbol de Navidad

Y es que, añade un servidor, no conviene olvidar tampoco que el significado del árbol –también símbolo cristiano de la Navidad- halla sus orígenes se remontan a la noche de los tiempos, pretéritos períodos de la historia.

El árbol expresa la fuerza fecundante de la naturaleza. Los rigores del otoño y del invierno no han podido con él, fuerte roble, árbol rey. Para suplir sus hojas caducas o heridas es preciso hacer pender objetos de adorno, cuajados de simbolismos: la luz, el obsequio, la sorpresa, el don de los dones, que es, en definitiva, el nacimiento de Dios en la carne.

El árbol de Navidad habla de perennidad, de fecundidad, de inmortalidad, de fortaleza. Es imagen de Cristo luz del mundo, el árbol de la vida. En un árbol fue perdida la inocencia, en un árbol fue reparada y redimida la humanidad.

 

El silencio de la noche y la estrella

Y en relación con el silencio de aquella Noche y de nuestros belenes hasta la misma Nochebuena, bueno será recordar que el silencio es tantas veces el lenguaje de Dios. Dios habla siempre en el silencio. «Mientras un silencio apacible lo envolvía todo, y en el preciso instante de la medianoche, tu omnipotente palabra, oh Señor, se lanzó desde los tronos del cielo», afirma el salmo 18. San Ignacio de Antioquía escribió que la Palabra de Dios, que es su Hijo, «procedió del silencio».

Cuando en Greccio, San Francisco de Asís se «inventó» el «Belén», hablaba del silencio de la Navidad.  -- «¿Qué es la Navidad?», le preguntó el hermano León a san Francisco en aquella noche de Greccio... -- Y Francisco le respondió, balbuceando: «Es Belén, es humildad, es paz, es intimidad, es gozo, es dulzura, es esperanza, es benignidad, es suavidad, es aurora, es bondad, es amor, es luz, es ternura, es amanecer... Es silencio». Y Dios vino esa noche.

Y a Dios, como último elemento bíblico y realidad belenista, lo anunciaba asimismo una estrella: una metáfora luminosa de los signos de Dios, que los pastores siguieron y los magos escrutaron y en su secuela se mantuvieron fieles y firmes hasta el final y que nos urge a estar siempre atentos y observantes al Dios que viene en cada persona y en cada acontecimiento (cfr. Prefacio III Adviento) y a  los todos los signos de los tiempos y de los mismos espacios (cfr. San Bernardo de Claraval: «Mira la estrella, invoca a María»).

 

Belén napolitano de 1784 de la Casa Ducal de Medinaceli

 

Simbolismo de las viviendas y palacios junto al pesebre

«Merecen también alguna mención –afirma literalmente el Papa en AS- los paisajes que forman parte del belén y que a menudo representan las ruinas de casas y palacios antiguos, que en algunos casos sustituyen a la gruta de Belén y se convierten en la estancia de la Sagrada Familia.

Estas ruinas parecen estar inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se narra una creencia pagana según la cual el templo de la Paz en Roma se derrumbaría cuando una Virgen diera a luz. Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido. Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original».

Y junto a las casas y demás edificaciones de nuestros belenes,  el palacio del rey Herodes: «El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado».

 

Figuras bíblicas menores y  figuras recreadas

En primer lugar, los ángeles y los pastores: alertados por los ángeles, «los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que viene a nuestro encuentro en el Nino Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro».

Los pastores pasaban la noche al aire libre en aquella región, en Belén, la más pequeña de las aldeas de Judá, aunque de ella había surgido el Rey David. Velaban por turnos su rebaño. Cuando el ángel les habló, envolviéndolos de resplandor con la luz de la gloria del Señor, quedaron sobrecogidos de gran temor. Pero reaccionaron ante las palabras del ángel y, creyendo, se pusieron presurosos en camino, tras decirse unos a otros: «Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor». Y, en efecto, «fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño, acostado en el pesebre. Al verlo les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores».

Los pastores nos hablan de la paradoja de la Navidad, de su fuerza transformadora, de su carga de misterio y de realidad, de su inequívoca dimensión anunciadora y misionera. Ellos fueron los primeros misioneros, los primeros testigos, los primeros orantes, los primeros adoradores, los primeros creyentes. «Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho».

Y los ángeles fueron, de nuevo, los mensajeros, los pregoneros de la buena nueva, de la presencia de Dios entre nosotros. Fueron los periodistas de la Navidad. Fueron la voz de la Palabra y la voz de los sin voz: «No temáis –dijo el ángel a los pastores–, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

Ellos compusieron el primero de los villancicos: «¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!». Ellos nos definieron así que Navidad es la gloria de Dios manifestada, revelada, encarnada, y que la paz es su don, su prenda y su rostro.

Asimismo, nuestros belenes están asimismo repletos de otras  figuras simbólicas, sobre todo, las de mendigos y de gente que no conocen otra abundancia que la del corazón. Ellos también están cerca del Nino Jesús por derecho propio, sin que nadie pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres a su alrededor no desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros.

Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació́ pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad.

Y, además, con frecuencia a los niños — ¡pero también a los adultos!— les encanta añadir otras figuras al belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan..., todo esto representa la santidad cotidiana (cf. Gaudete et exsultate), la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 18 de diciembre de 2020

Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

Celebrar el Día del Seminario el día de San José o el día de la Inmaculada, no altera el sentido vocacional de una jornada en la que los cristianos tienen que vibrar con algo que es esencial en la vida de cada diócesis: la formación de los futuros sacerdotes.

Por eso, en este año 2020 marcado por una pandemia que lleva acechándonos desde finales de 2019, por culpa del Covid, la Iglesia en España no ha querido dejar de poner sus ojos en aquellos que, en un futuro próximo, deben ser discípulos misioneros.

El discípulo misionero, según el papa Francisco (que se ha referido a los sacerdotes y a todos los cristianos con esta denominación en varias ocasiones durante su pontificado) “no es un mercenario de la fe”, sino alguien que descubre que debe echar las redes mar adentro, todavía más, puesto que quedan muchos hermanos “con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala”.

Es verdad que el papa nos pide a todos los bautizados, especialmente en Evangelii Gaudium, que todos seamos discípulos misioneros, por tanto, los llamados al seguimiento en fidelidad a Jesús, por el orden sagrado, deberán vivir su vocación, más si cabe, en clave de espiritualidad misionera. Como nos recordó el Concilio Vaticano II, los cristianos hemos recibido dos llamadas o vocaciones: la santidad y la misión. No es algo opcional.

Pidamos para nuestros seminaristas la capacidad de decir siempre “sí”, como José y María, aun sin entender los planes de Dios. Pidamos también que haya jóvenes que sigan escuchando la llamada al sacerdocio en este tiempo de sequía vocacional. Pidamos ser colmados del amor de Jesús y sentirnos acompañados por el que nos envía a dar testimonio de nuestra fe para que otros lo conozcan.

No perdamos la esperanza ni el ánimo. Vigilemos, porque estar en vela es una actitud muy necesaria en este tiempo de Adviento, y no caigamos en la tentación de creer que la fe se impone y no se propone, porque entonces estaríamos muy lejos de vivir coherentemente esa espiritualidad del discípulo misionero.

Más allá de que estas Navidades, a causa de la pandemia, serán muy distinta, austera y auténtica, poner el Belén ha de seguir siendo guía para la Navidad

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

«El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Nino Jesús. Dios se presenta así́, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos» («Admirabile signum», AS, número 8).

En la tarde del domingo 1 de diciembre de 2019, primer domingo de Adviento, el Papa Francisco realizó una visita a la localidad italiana de Greccio, en el Valle del Rieti, en la provincia del Lacio. Greccio es mundialmente famoso porque allí, en la noche del 24 al 25 de diciembre de 1223, san Francisco de Asís realizó la primera representación viviente del Belén, recreando la gruta de Belén, colocando el heno y los animales del pesebre, para evocar y contemplar el nacimiento del Redentor, junto con otros frailes franciscanos y gentes de los lugares cercanos, llevando antorchas y formando un verdadero «belén viviente», y en aquel pesebre improvisado celebraron la eucaristía, volviendo a casa llenos de alegría.

Y ahora, en esta hora de pandemia a causa del coronavirus y sus restricciones y contenciones, poner el Belén no solo está autorizado, sino que es tan aconsejable o más que nunca ya que estas Navidades serán especialmente Navidades en nuestros hogares y han de serlo también en nuestros templos para las celebraciones religiosas, siguiendo todos los protocolos y consejos de las autoridades sanitarias.

 

Belén de la plaza Mayor y catedral de Sigüenza

 

El admirable signo del Belén

En su peregrinación a este santuario, Francisco, quien ya visitó Greccio privadamente el 4 de enero de 2016, firmó una breve carta apostólica, titulada «Admirabile signum», sobre el significado y el valor del belén o pesebre. En esta carta apostólica, Francisco destacaba la importancia del belén –«Evangelio vivo» y verdadero anuncio de la salvación–, cuya contemplación nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre y alienta a ponerlo en las casas y también en lugares de trabajo, escuelas, hospitales, cárceles, plazas, etc., haciendo visible el amor y la ternura de Dios que se hace hombre para nuestra salvación.

El Papa se detiene en algunos de los signos que suelen aparecer en nuestros belenes: la oscuridad y el silencio de la noche, las casas, los montes, el riachuelo, las ovejas, los pastores, la gente pobre y sencilla, el palacio de Herodes, etc. Después comenta el significado de las figuras principales, María, José y Jesús, las figuras secundarias y recreadas y también las figuras de los Magos y sus dones que, en la fiesta de la Epifanía, llegan hasta el pesebre.

Además, el belén –destaca Francisco– nos lleva también a tomar conciencia de la fe recibida y del deber y la alegría de transmitirla a los hijos y a los nietos.

 

Verdad de la Navidad, verdad del Belén

A luz de este texto y de un trabajo previo de un servidor, titulados «Los Decálogos de Navidad»,  propongo en este artículo (el primero de dos más, que serán publicados en las próximas semanas), desde la mirada y la intercesión de la Virgen María de la Esperanza, de la Oh o/y de la Expectación, una serie de reflexiones sobre el admirable signo de los belenes y su potencialidad e interpelación discipular, misionera y evangelizadora y, en suma, sobre la verdad de la Navidad, en cuyos umbrales –«Alegría de nieves (de brumas  o de hielos) por los caminos, Alegría. Todo espera la gracia del bien nacido»-, parafraseando a Jorge Guillén («NAVIDAD: Alegría de nieve/ por los caminos./ ¡Alegría!/ Todo espera la gracia/ del Bien Nacido./Miserables los hombres,/dura la tierra/ Cuanta más nieve cae,/más cielo cerca./¡Tú nos salvas,/criatura soberana!/ Aquí está luciendo/ más rosa que blanca./ Los hoyuelos ríen/ con risas calladas./ Frescor y primor/ lucen para siempre/ como en una rosa/ que fuera celeste./ Y sin más callar,/ grosezuelas risas/ tienden hacia todos/ una rosa viva./ ¡Tú nos salvas,/ criatura soberana!/ ¡Qué encarnada la carne/recién nacida,/con qué apresuramiento/ de simpatía!/ Alegría de nieve/por los caminos./ ¡Alegría!/Todo espera la gracia/ del Bien Nacido»)–   nos hallamos ya.

Así lo atestigua el evangelista san Lucas, el más prolífico en su relato sobre la Natividad del Señor:…  María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió́ en pañales y lo recostó́ en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (2,7).

 

Triple mensaje e interpelación

La verdad del pesebre o del Belén, como la verdad de que este tan extraordinario acontecimiento fuera, tuviera lugar en la pequeña y olvida aldea de Belén, nos transmite un triple mensaje e interpelación. En primer lugar, es una clara llamada y manifestación de humildad e incluso de humillación, pues el alumbramiento de Jesús es un pesebre porque no había sitió para su tan grávida, ni para José, oriundo de Belén, ni para Él en las posadas belemitas (cfr. Juan 1, 11-12). De este modo, el Hijo de Dios, viniendo a este mundo, solo encuentra sitio donde los animales van a comer.

El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Juan 6,41). Un simbolismo que ya san Agustín de Hipona, junto con otros padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió́ en alimento para nosotros» (Sermón 189,4).

Escribía san Ambrosio de Milán: «Él ha sido puesto en un pesebre para que tú puedas ser colocado sobre los altares. Él ha sido puesto en la tierra para que tú puedas estar entre las estrellas». Y Beda el Venerable, en su preciosa meditación sobre el Magníficat, afirmaba: «Porque quien rechaza la humillación, tampoco puede acoger la salvación, ni exclamar con el profeta: “Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida”».

En segundo lugar y ya queda indicado, el pesebre y singularmente en Belén es toda la profecía eucarística. Belén, lo sabemos bien todos, significa literalmente «casa del pan». Y Jesús es el Pan de vida. El pan, también es una obviedad que tampoco conviene olvidar, es la expresión básica del alimento. Es signo de Jesucristo, Pan de la vida. En Navidad adoramos el cuerpo de Jesús, que se nos dará después en la Eucaristía. Durante décadas existió la tradición que durante la adoración al Niño, en la Misa del Gallo, los fieles -particularmente, las mujeres- ofrecían y depositaban cestos llenos de pan bendecido, el Pan de la Navidad, que era llevado después a los pobres y a los enfermos.

Y en tercer lugar, el pesebre de Belén es asimismo toda una invitación y un estímulo –hasta un obligado y dichoso deber- de partir, compartir y repartir el pan.  El pesebre de Belén se convierte de este modo en la verdad de que Navidad es igualmente caridad. Y Navidad es también Cáritas. Es una llamada a vivir e intensificar en Navidad la dimensión esencial de la verdad de la Navidad que es la caridad. Se puede articular mediante las llamadas operaciones-kilo en las parroquias, mediante donativos especiales y mediante la colecta, muy aconsejable y recomendada, para Cáritas en las misas de la solemnidad de Navidad. Este año, el lema de la campaña de Navidad de Cáritas reza «Esta Navidad, más cerca que nunca».

Y con palabras literales del Papa Francisco en esta hermosa carta apostólica que nos guía, «el pesebre es una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió́ para sí mismo en su encarnación».  Y así es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, y que  ya desde la gruta de Belén (recordad que desde hace siglos para acceder a la basílica de la Natividad hay que agacharse, hacerse pequeño:  tan solo 1,20 metros de altura mide la gruta de Belén, la gruta que da acceso a la basílica de la Natividad de Belén, donde nació Jesús) conduce hasta la Cruz («Las pajas del pesebre, niño de Belén, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel…», Lope de Vega).

Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46)».

 

La verdad del Belén y de la Navidad y la transmisión de la fe

El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que El renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros. Qué sorpresa ver a Dios que asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la leche de su madre, llora y juega como todos los niños. Como siempre, Dios desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá́ de nuestros esquemas.

Así́, pues, el pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida.

Asimismo, el Belén nos lleva a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia.

No es importante como se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el Belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición.

Escribió san Bernardo de Claraval: «¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros...? Cuánto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y tanto más querido me es ahora».

Escribe el Papa Francisco en el final de la carta apostólica que nos guía: «Queridos hermanos y hermanas: el Belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con El, todos hijos y hermanos gracias a aquel Nino Hijo de Dios y de la Virgen Marina. Y a sentir que en esto está la felicidad».

Y concluye con esta hermosa frase: «Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos».

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 11 de diciembre de 2020

Adviento es preparar el camino al Dios que viene, el señor que sigue acercándose a nosotros y lo hace ayer, hoy y siempre a través de María para enviarnos a la misión

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

"/Los primeros días del Adviento discurren siempre en las fechas en las que la Iglesia se prepara y celebra a la Inmaculada Concepción de María, solemnidad del 8 de diciembre. La Inmaculada Concepción es, tras Santiago apóstol, patrona de España. Lo es desde 1760, por decisión del rey Carlos III.

Por ello, en este artículo, ofrezco dos decálogos, uno sobre lo que es el Adviento  otro  sobre María, la Inmaculada, como estrella y guía del Adviento y como estrella y camino de la evangelización. Y es que la misión de la Iglesia es la evangelización, la misión. El culto que la Iglesia tributa a Dios y a los santos, como María, es expresión también de evangelización.

Y es que el Adviento, todavía recién estrenado,  es el tiempo de María de Nazaret, la Inmaculada, que esperó, que confío en la palabra de Dios, que se dejó acampar por El y en quien floreció y alumbró el Salvador de mundo.

 

Decálogos de los contenidos y actitudes sobre el Adviento

1.- El Adviento es, en primer término, tiempo de preparación a la Navidad, donde se recuerda a los hombres la primera venida del Hijo de Dios.

2.- Es asimismo tiempo en el que se dirigen las mentes, mediante este recuerdo y esta espera, a la segunda venida de Cristo, que tendrá lugar al final de los tiempos.

3.- Por ello, el Adviento tiene una triple dimensión: histórica, en recuerdo, celebración y actualización del nacimiento de Jesucristo en la historia; presente, en la medida en que Jesús sigue naciendo en medio de nuestro mundo y a través de la liturgia celebramos, de nuevo, su nacimiento; y escatológica, en preparación y en espera de la segunda y definitiva venida del Señor.

4.- El  Adviento es, ya en su mismo término o vocablo, <presencia> y <espera>. Es tiempo, no tanto de penitencia como la Cuaresma, sino de esperanza gozosa y espiritual, de gozo, de espera gozosa. Toda la liturgia de este tiempo persigue la finalidad concreta de despertar en nosotros sentimientos de esperanza, de espera gozosa y anhelante.

5.- El Adviento es un tiempo atractivo, cargado de contenido, evocador, válido… Vivir el Adviento cristiano es revivir poco a poco aquella gran esperanza de los grandes pobres de Israel desde Abraham a Isabel, desde Moisés a Juan el Bautista… Vivir el Adviento es ir adiestrando el corazón para las sucesivas sementeras de Dios que preparan la gran venida de la recolección… La vida es siempre Adviento o hemos perdido la capacidad de que algo nos sorprenda grata y definitivamente.

6.-Durante este tiempo del Adviento se han de intensificar actitudes fundamentales de la vida cristiana como la espera atenta, la vigilancia constante, la fidelidad obsequiosa en el trabajo, la sensibilidad precisa para descubrir y discernir los signos de los tiempos, como manifestaciones del Dios Salvador, que está viniendo con gloria.

7.-A lo largo de las cuatro semanas del Adviento debemos esforzarnos por descubrir y desear eficazmente las promesas mesiánicas: la paz, la justicia, la relación fraternal, el compromiso en pro del nacimiento de un nuevo mundo desde la raíz.

8.-El Adviento nos dice que la perspectiva de la vida humana está de cara al futuro, con la esperanza puesta en la garantía del Dios de las promesas.

9.-Adviento es el camino hacia la luz. El camino del creyente y del pueblo que caminaban entre tinieblas y encuentran la gran luz en la explosión de la luz del alumbramiento de Jesucristo, luz de los pueblos.

10.-La esperanza es la virtud del Adviento. Y la esperanza es el arte de caminar gritando nuestros deseos: ¡Ven, Señor Jesús!

 

Decálogo de María, estrella de la evangelización

“Ella (María) es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización”, de esta Iglesia en salida y en conversión misionera.  María, afirma el Papa  Francisco en el número 284 de su primer gran y programático documento, la exhortación apostólica “Evangelii gaudium” (EG), es el gran regalo de Jesús a su pueblo, que solo, ya en la cruz, después de entregar a su madre al apóstol san Juan y con él a todos sus discípulos, exclamó el “todo está cumplido”.

Y María, por esto, nos proporciona y muestra un extraordinario estilo misionero y evangelizador “porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño”. “En ella, vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles, sino de los fuertes”.

Por todo ello, su estilo misionero, el modelo misionero mariano, significa y supone estas actitudes básicas:

(1) Una actitud de permanente discernimiento de la voluntad de Dios y presta a decir siempre “sí”, aunque humanamente no comprenda lo que se la ha sido pedido.       

(2)Una actitud orante y contemplativa, que proclama las maravillas y la grandeza de Dios, que conserva, meditaba y ora todas las cosas meditándolas en el corazón y que “sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles”.

(3) Una actitud de permanente escucha y discipulado de la Palabra de Dios, la mejor escuela para la vida y la misión cristianas.

(4)Una actitud pobre, para los pobres, con los pobres y comprometida para reestablecer la justicia.

(5)Una actitud siempre disponible, siempre pronta y atenta a las necesidades de los demás,  que sale con premura y sin demora para auxiliar y servir y que procura y media para que falte nunca el vino de la gracia en nuestras vidas.

(6)Una actitud siempre maternal y tierna que “sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura”.  Y “como a san Juan Diego, María nos da la caricia de su consuelo maternal y nos dice al oído: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?».

(7)Una actitud solidaria con los que sufren porque “Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas” y porque Ella, como su hizo con Jesús, siempre permanece al pie de la cruz de todos sus hijos e hijas de todos los tiempos.

(8)Una actitud cercana que “se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno”. Una cercanía la de María que se expresa asimismo “a través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios” y que “comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica”.

(9)Una actitud de perseverancia, confianza y comunión, como la que la mantuvo, junto a los apóstoles en oración en el cenáculo, en la espera de Pentecostés.

(10)Una actitud, en suma, un estilo de vida que aúna una “dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás” y “que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización”  y una garantía de que su Hijo hace nuevas todas las cosas, también la misión evangelizadora que ahora nos corresponde a todos.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 4 de diciembre de 2020

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