Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

«Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa» (Mt 10, 42).

¿Qué se puede hacer ante el confinamiento perimetral por causa de la pandemia? ¿Qué cabe responder a quienes pierden la esperanza, se sumergen en la tristeza, se ven asaltados por la angustia y caen en la depresión?

En circunstancias tan dramáticas como nos exponen los medios de comunicación cada día, hasta el punto de que no parece que haya más noticias que el proceso de los contagios, atreverse a ofrecer un relato sereno, colmado de belleza y de armonía, a quienes andan fatigados por la atención a los enfermos o permanecen ingresados en las plantas de los hospitales, puede parecer una frivolidad.

La pandemia de la covid 19 lleva cortejo, y cada vez más se detectan efectos corrosivos en la convivencia familiar, y en quienes viven solos en sus casas sin poder salir por miedo al contagio o por incapacidad física.

Es necesario inventar el antídoto, no solo la vacuna, sino la defensa contra la melancolía, la desesperanza y el desengaño. Al igual que un vaso de agua fresca alivia al sediento, el saludo amistoso, el mensaje oportuno, la llamada atenta, se han convertido en terapia humanizadora contra el riesgo que supone el aislamiento, con efectos de ensimismamiento y de introversión.

 

Isabel Guerra

 

Cada día recibo mensajes que me piden que rece por alguna intención urgente, que encomiende a personas concretas. Comprendo que la promesa de hacerlo y la certeza de que lo hago, alivia, como el vaso de agua en hora de sed.

¡Cuántas personas anónimas han convertido la soledad en tiempo oportuno para orar por todos! Hay quienes han consagrado sus vidas a tener las manos levantadas en súplica, de manera especial por quienes más sufren y son tentados en su esperanza.

Es momento de ser creativos, y de ofrendar a la sociedad el servicio beneficioso de la buena noticia, del gesto amigable, de la comunicación afectiva, de la cita orante, del icono de la realidad trascendida, por saber ver luz en la materia, verdad en el corazón sincero, belleza en la naturaleza.

En medio del desierto humano, donde el viento, la lluvia, el hielo, la nieve, el tempero, el sol de plano o el cielo raso son contacto inmediato, vaya con pudor, por quienes deben permanecer encerrados, el recuerdo orante, solidario y gratuito. Rezo por ti. Un abrazo.

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

"/En estos tiempos de confinamiento, cada día bebo a sorbos la Palabra de Dios para aliviar la circunstancia adversa. Me ayuda el ritmo de la Liturgia de las Horas. Entrada la noche, rezamos el Oficio de Lecturas y me ha sorprendido el texto de san Bernardo: “¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo sino en las llagas del Salvador? Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me pone asechanzas, pero yo no caigo, porque estoy cimentado sobre piedra firme. Si cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor.”

San Juan llega a afirmar: “En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestro corazón ante él, en caso de que nos condene nuestro corazón, pues Dios es mayor que nuestro corazón y lo conoce todo” (1Jn 3, 19-20).

¡Cómo necesitamos introducir en nuestra mente la afirmación del abad Bernardo, y sobre todo el texto bíblico! En general nos entusiasmamos cuando nos sentimos cumplidores, como si por ello tuviéramos título que acreditara nuestro derecho a ser escuchados, defendidos y librados por Dios. Y si nos vemos frágiles,  nos hundimos.

La defensa, el lugar donde resguardarnos para quedar no solo protegidos, sino enamorados, nos lo señala el poema de amor divino, el Cantar de los Cantares: “Levántate, amada mía, | hermosa mía, y vente. Paloma mía, en las oquedades de la roca, | en el escondrijo escarpado, | déjame ver tu figura” (Ct 2, 13-14). El texto bíblico inspira el poema místico: “En la interior bodega/ de mi amado bebí. Y luego a las subidas/ cavernas de la piedra nos iremos/ que están bien escondidas/ y allí nos entraremos/ y el mosto de granadas gustaremos” (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual).

De santa Catalina de Siena se recuerda este testimonio: "Yo confieso a mi Criador que mi vida estuvo siempre en tinieblas; pero me esconderé en las llagas de Cristo crucificado, y en su preciosa Sangre lavaré mis iniquidades, y con santo deseo me gozaré en mi Creador" (Santa Catalina de Siena).

Debo reconocer que estoy lejos de sentir tanto cobijo y protección, pero si los santos lo testimonian, aunque no lo sintamos, estamos cobijados en el hondón de las entrañas divinas. Los místicos son regalos que nos hace la Providencia para comunicarnos aquello que el común de los mortales no vemos ni sentimos, pero ellos dan fe de que es verdad.

En tiempo de soledad, de confinamiento, cuando nos puede superar el aislamiento obligado, traer a la mente la experiencia que otros han tenido del amor de Dios nos puede ayudar, aunque a nosotros nos corresponda el papel del hno. León, quien cuando san Francisco de Asís entraba en éxtasis y se olvidaba de cenar y de dormir, y quedaba absorto en la vivencia de sentir que Dios era su Dios. Cuando volvía de sus arrobos y le preguntaba al hermano, este le decía: “Tú muy bien con tu Dios, pero yo sin cenar y sin dormir”. Sin embargo, consuela saber que Jesús se nos ha ofrecido como cobijo y defensa en nuestra intemperie, aunque no lo percibamos.

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

"/Cada día me llegan noticias dolorosas. En el desierto en el que vivo, intento leerlas y orarlas a la luz de la Palabra. Hoy, se acumulan las llamadas de quienes se han sentido aludidos y a la vez acompañados por la reflexión dominical, en la que aplicaba la radicalidad evangélica no solo a cuando libremente decidimos dejar todo por seguir a Jesús, sino también cuando aceptamos, no sin dolor, el despojo de seres queridos y la pérdida de bienes materiales.

Ante el zarpazo de la soledad, en el obligado aislamiento que impone la pandemia, mirando a Quien fue crucificado y está vivo, me ha venido al corazón y a la mente el recuerdo de las promesas de Dios a los patriarcas, comprometiéndose a ir con cada uno de ellos.

Destacan las alianzas que Dios pactó con Noé, con Abraham, con Isaac, con Jacob, con Moisés, con Josué. En todos los casos, la Palabra de Dios formula una expresión comprometida: “Yo voy contigo” (Gn 17, 1-2. 7; 21, 22). “Yo concertaré una alianza contigo”. “No temas” (Gn 26, 23). “Yo te guardaré dondequiera que vayas” (Gn 28, 15). “El Señor irá delante de ti. Él estará contigo, no te dejará ni te abandonará. No temas ni te acobardes».” (Dt 31, 8). Y sobre todo resuena la promesa profética de que Dios mismo se hará Emmanuel, compañero nuestro: “El Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel” (Is 7, 14).

Si hay que dar crédito a las promesas divinas, cumplidas en el Antiguo Testamento, cuánto más deberemos acoger las que nos asegura el Evangelio: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”» (Mt 1, 23).

En momentos recios, cuando los discípulos sentían el misterio de la misión del Maestro, viéndoles asustadizos, Jesús les aseguró: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14, 27).

Puede parecer mi reflexión un ejercicio de concurrencias, y que se quede a una distancia insalvable de quienes sufren los arañazos de la pandemia, la intemperie de la quiebra, y hasta parezca ofensivo, en tiempos tan recios, querer sublimar el dolor con palabras más o menos amables.

Pero estoy seguro de que si se deja entrar en el corazón la despedida de Jesús a los suyos, aunque cueste dar crédito a su promesa, se abrirá un portillo de luz en medio de tanta oscuridad. No es mía esta despedida, sino del Señor: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).

 

Nuevas reflexiones y aportaciones, tras el Domingo de la Palabra de Dios, para que, como María, escuchemos la Palabra de Dios y la vivamos y cumplamos

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

El pasado viernes esta página de NUEVA ALCARRIA estuvo dedicada a la Palabra de Dios ante la jornada instituida por el Papa Francisco del Domingo de la Palabra de Dios, que fue el 24 de enero. La riqueza de la Palabra de Dios no se agota nunca y los cristianos y la Iglesia hemos de ser cristianos e Iglesia de la Palabra Dios, como María, bienaventurada Ella porque escuchó y vivió la Palabra de Dios.  Por ello, hoy ofrezco nuevas consideraciones sobre la Biblia.

 

Quince rasgos esenciales de la Palabra de Dios

 

Y, en primer lugar, a la luz del Sínodo de los Obispos de 2008 dedicado a la Palabra de Dios, he aquí  quince claves, quince rasgos esenciales de la Palabra de Dios.

(1) Redescubrir la Palabra de Dios en su totalidad, en su grandeza y en su riqueza inagotables.

(2) Buscar la Palabra de Dios –como al cierva que busca las corrientes del agua pura- como alimento primero y  manantial de la vida cristiana.

(3) Promover una pastoral bíblica integral, transversal, robusta y creíble, aunar en la exégesis la realidad histórica y filológica de los textos sagrados con su verdad teológica, espiritual y existencial desde la analogía de la fe y desde la Tradición de la Iglesia, superando posibles dualismo entre exégesis y teología y superando actitudes extremas como las interpretaciones fundamentalistas o historicistas desmitologizadoras.

(4) Acercar la Escritura a todo el Pueblo Santo de Dios: la Biblia es un libro de un pueblo y para un pueblo.

(5) Promover en todos los miembros de la Iglesia una correcta, constante y permanente formación bíblica.

(6) Divulgar las Escrituras a través de los modernos medios de comunicación, asumiendo su lenguaje y sus técnicas.

(7) Integrar adecuadamente la Palabra de Dios en la liturgia y en la oración pública y privada. Es el reto de la potenciación de la liturgia de las horas y de hacer de la Palabra de Dios oración.

(8) Cuidar y potenciar la homilía como eco de la predicación de Jesús, sensible a los signos de los tiempos y a las necesidades de la comunidad y pensando para remover los corazones y actuar la conversión. Cuando la Palabra de Dios es proclamada debo preguntar lo qué me dice, que le dice a la comunidad y lo qué interpela para hacer más cristiana nuestra vida.

(9) Centrar la catequesis en las raíces de la revelación cristiana, tomando como modelo la pedagogía de Jesús en el camino de Emaús.

(10) Llevar la Palabra de Dios a las escuelas, colegios y centros educativos, enseñando ya desde ellos la Historia Sagrada y nutriendo de ella los contenidos y las programaciones de las clases de Religión.

(11) Leer, rezar, custodiar y amar la Palabra de Dios en y desde la familia, que ha de ser uno de sus ámbitos y espacios fundamentales.

(12) Aprovechar sus potencialidades ecuménicas y de diálogo interreligioso,

(13) Recordar y reactualizar  la capacidad de la Palabra de Dios como savia impregnadora y sazonadora de la cultura y para un cultura –como la actual- necesitada de fermento verdadero.

(14) Servir la misión “ad gentes” desde ella. La Palabra de Dios es un bien para todos los hombres, que todos los hombres deben conocer porque es la Palabra de la salvación. El “oro” y la “plata” del misionero es la Palabra de Dios, avalada y aquilatada por su vida coherente, entregada y fiel.

(15) Traducir a gestos y actitudes de amor la Palabra escuchada, contemplada, rezada, celebrada porque solo así se hace creíble el anuncio del Evangelio, compartiéndola con los pobres, los enfermos, los sufrientes y los oprimidos por cualquier causa. Es Palabra de Amor. Es Palabra de Salud. Es Palabra de Libertad. Es Palabra de Vida.

 

Entronización de la Palabra de Dios en San Pedro de Sigüenza

 

Así habla Dios en la Biblia, según Benedicto XVI

           

Un seminarista de la diócesis italiana de Oria preguntaba al Papa sobre cómo discernir la voz de Dios de entre las mil de voces que oímos cada día en nuestro mundo de sonidos, palabras y ruidos. "Dios habla con nosotros -comenzó afirmando el Santo Padre- de muy diferentes maneras. Habla por medio de otras personas, a través de amigos, de loa familia, de los sacerdotes... Habla a través de los acontecimientos de nuestra vida en los que podemos discernir un gesto de Dios; habla también a través de la naturaleza, de la creación, y habla, naturalmente y por encima de todo, en su Palabra, en la Sagrada Escritura, leída en la comunión de la Iglesia y leída personalmente en diálogo con El, con Dios, en la oración".

Para escuchar la Palabra de Dios, en su fuerza, en su gracia, en su don, es preciso, en primer lugar, ser asiduos a la lectura de la Sagrada Escritura. La Biblia no puede el gran desconocido de los cristianos, en particular, de los católicos.

En segundo lugar, debemos leer y contemplar la Sagrada Escritura no como la palabra de un hombre o como un documento del pasado, sino como Palabra de Dios que es siempre actual y que me habla a mí

Decía San Agustín: "He llamado varias veces a la puerta de esta Palabra hasta que he podido percibir lo que el propio Dios me decía". Necesitamos, pues, estar en contacto permanente con la Palabra de Dios mediante su lectura y oración personal y comunitaria en y desde la comunión la comunión de la Iglesia, es decir, junto a todos los grandes testigos de la Palabra, empezando por los primeros Padres y hasta los santos de hoy, hasta el Magisterio de Dios".

Dios nos abre la puerta del hontanar de vida y de su Palabra gradualmente y lo hace en el "nosotros" de la Iglesia, en el "nosotros" vivido y celebrado en la liturgia. Así crece el discernimiento y crece la amistad personal con Dios, la capacidad de percibir, en las mil voces de hoy, la voz de Dios, que está siempre presente y que habla siempre con nosotros. Se trata de sintonizarla bien, escucharla y seguirla, como María.

 

Mensajes de Twitter de Francisco este año sobre la Palabra

 

Para celebrar el Domingo de la Palabra de Dios, el Papa Francisco dejó escritas en su cuenta en Twitter seis mensajes, los días 23 y 24 de enero. Son estos:

1.-La #PalabradeDios se hizo Rostro, el Dios invisible se dejó ver, oír y tocar (Jn 1, 1-3). La palabra es eficaz solamente si se “ve”, si te involucra en una experiencia, en un diálogo. Por este motivo el “ven y lo verás” era y es esencial. #JMCS (23-1-2021)

2.-La #PalabradeDios nos consuela y nos anima. Al mismo tiempo, provoca la conversión, nos sacude, nos libera de la parálisis del egoísmo. Porque tiene el poder de cambiar la vida, hace pasar de la oscuridad a la luz. (23-1-2021)

3.-Jesús hablaba de Dios a todos, allí donde estuvieran: hablaba «mientras caminaba por la orilla del lago» a los pescadores que «echaban las redes» (Mc 1,16). Se dirigía a las personas en los lugares y tiempos más ordinarios. Esta es la fuerza universal de la Palabra de Dios. (24-1-2021)

4-Antes de cualquier palabra nuestra sobre Dios, está su Palabra para nosotros, que continúa diciéndonos: “No temas, estoy contigo. Estoy y estaré cerca de ti”. #DomingodelaPalabra (24-1-2021)

5-La Palabra de Dios, sembrada en el terreno de nuestro corazón, nos lleva a sembrar esperanza a través de la cercanía a los demás. Precisamente como hace Dios con nosotros. #DomingodelaPalabra (24-1-2021)

6.-¡No renunciemos a la Palabra de Dios! Es la carta de amor escrita para nosotros por Aquel que nos conoce como nadie más. Leyéndola, sentimos nuevamente su voz, vislumbramos su rostro, recibimos su Espíritu. #DomingodelaPalabra (24-1-2021)

 

Santa María de la Palabra de Dios

 

Si a lo largo de la historia, tantos y tantos cristianos han sobresalido en su vivencia de la Palabra de Dios, sin duda alguna, que entre todos ellos sobresale María de Nazaret, la Santísima Virgen María, la Madre de la Palabra hecha carne.

Parafraseando a su Hijo Jesús, bien podemos decir "dichosos quienes, como María, escuchan la Palabra de Dios y la cumple". Ella es la Madre de la Palabra, la Virgen de la escucha, el Modelo de la fidelidad a las Sagradas Escrituras. En ellas todas las palabras y profecías de Dios se cumplieron en plenitud y fueron reasumidas y vividas por Ella desde y para el amor.

Inmaculada desde su concepción, María vivió completamente absorta e inserta en la Palabra Dios, en su escucha y en su acogida. Conversaba y meditaba en su corazón todo lo que había visto y oído. Y María permaneció siempre fiel porque creyó en la Palabra: "Dichosa, tú, María, que has creído porque lo que se te ha dicho se cumplirá".

Desde la escucha orante y atenta de la Palabra de Dios fue posible su "sí" en la Encarnación y posterior visita de caridad a su prima Santa Isabel. Solo porque se fio de esta Palabra, la misma Palabra floreció en sus entrañas y germinó en el Hijo de Dios e Hijo suyo, Jesucristo nuestro Señor. Solo desde la confianza y la espera en el Dios de la Palabra, María recorrió los valles oscuros de su vida como la huida a Egipto, las palabras del anciano Simeón, que le anunciaba que un espada de dolor atravesaría su alma, y la escena de la perdida y hallazgo de su Hijo, todavía Niño, en el templo.

Y María siguió en la escuela de la Palabra durante los largos, cotidianos y anodinos años de la vida oculta de Jesús, recreando en su corazón aquellas palabras de la Anunciación, de la Visitación, de la Natividad y de la Presentación. En el silencio de aquellos interminables años, María siguió sintiendo y experimentado que Dios habla en soledad sonora y fecunda en el silencio, en la cotidianeidad y en la prueba.

María se convirtió, desde el tamiz de la Palabra, en la primera anunciadora e intercesora de su Hijo en las bodas de Caná cuando, por su mediación, se obró el milagro de la transformación del agua vino mediante aquel su "Haced lo que Él diga".

María fue presentada por Jesús como modelo de aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen y que, por ello, se convierten también en su nueva y definitiva familia.

Fiel a la Palabra, María acompañó a su Hijo en las horas más amargas del Vía Crucis y del Calvario, donde fue entregada al apóstol san Juan como Madre de la Iglesia, la nueva humanidad. Y a pie de la cruz y del descendimiento más doloroso permaneció María con el cuerpo muerto de su Hijo entre sus manos en plegaria viva y lacerada de esperanza. Y en una nueva escucha de la Palabra, tras la Resurrección de Cristo, María guio y acompañó a los apóstoles en Pentecostés. Y sin duda, antes, cuando todo comenzó, meditando todas estas cosas en su corazón, María fue hallada en el crespúsculo por el arcángel Gabriel que, en aquella hora de la tarde y de fin de labores, reclamaba, de nuevo, el "sí" ya definitivo para su Asunción.

Por ello, por todo ello, Santa María de la Palabra, Virgen de la Escucha y de la Plegaria, ruega por nosotros.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 29 de enero de 2021

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz, pues el Señor, vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores” (Dt 10, 16-17).

 

"/Cuando leemos o escuchamos la reacción de los primeros discípulos de Jesús de dejar la barca, las redes y la familia, solemos interpretar que tal exigencia corresponde a los que son llamados al seguimiento de Jesús más de cerca. “Jesús les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él” (Mc 1, 17-20).

El texto, en general, se aplica de manera exclusiva a los consagrados, a todos los que dejan la familia por seguir una vocación especial. Pero ¿cabría extender el sentido del texto a situaciones en las que se siente y se sufre el despojo de los seres queridos?

Sin duda que es un acto de generosidad, de oblación y de obediencia a la llamada el seguir los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, y ofrendar el legítimo deseo de tener descendencia en aras a dedicarse enteramente al culto divino y a los demás. Pero cuando se ha recibido el don de formar una familia y acontece el desprendimiento de los hijos, porque siguen una vocación especial, o cuando de manera inesperada y a veces dramática se pierde a un ser querido -a los padres, al esposo, a la esposa, a algún hijo, a un amigo- ¿significará también radicalidad evangélica, si se acepta, aun con dolor, el arrancón de aquellos a los que amas?

Esta reflexión me ha surgido al comprobar la selección de lecturas que hace la Iglesia en el tercer domingo del Tiempo Ordinario “B”, en el que a la vez que se proclama el evangelio de san Marcos, donde se alude a la llamada de Jesús a los primeros discípulos, se lee el texto paulino en el que el apóstol aconseja: “Digo esto, hermanos, que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina” (1Cor 7, 29-31)-

En tiempo de pandemia, cuando cada día acosan las noticias de fallecimientos de personas queridas, amigos, familiares, miembros de comunidad, ¿será momento de asumir el consejo paulino? Sentimos que se desnaturalizan las relaciones con la exigencia a la distancia, a la mascarilla, con el confinamiento; la soledad de los enfermos en los hospitales, la de los ancianos en sus casas, son despojos que obligan a circuncidar el corazón o a sentir el terrible zarpazo del aislamiento solitario. Estas circunstancias ¿se podrán aplicar las palabras de Jesús: “Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna”? (Mt 19, 29)

El Evangelio nos llama a formar la familia de los hijos de Dios, a las nuevas relaciones interpersonales, que no tienen fronteras, a superar los vínculos de la carne y de la sangre, y a sentir la comunión con Dios y con todos, en una referencia espiritual, con gestos entrañables. De lo contrario, viviremos este momento entristecidos, deprimidos, angustiados, cuando podríamos percibir la alegría del Evangelio.

 

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