Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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¡Habían pasado tantos años! Aquel viaje emprendido, aunque duro y a veces con importantes dudas en su corazón, lo había hecho alegre al cabo de pocos minutos de iniciado, feliz por dejar atrás tanta y tan continua confusión. Con frecuencia, tanto dolor. Siempre da alegría volver a la casa de la que saliste de “correría” por el mundo.

Acababa de llegar a casa. Su padre, feliz, se esmeraba en que el hijo se sintiera bien recibido y que le llegara el calor de hogar de esa bienvenida. Pronto vería también a su madre. Charlando pues llevaban tiempo sin verse, se encaminaron a una cercana mesa camilla en cuyas faldas, cobijaron sus piernas y en cuya tabla, apoyaron sus brazos tomando asiento en simples y cómodos pequeños sillones de enea.

Primero, charlaron sobre lo que había sido durante aquel largo periodo en el que estuvo fuera de casa, el destino de tantos familiares y amigos con los que el hijo había perdido contacto años atrás. ¿Sería fácil localizarlos? El padre por toda respuesta, hizo un gesto ambiguo que tanto podía interpretarse como un sí o como un no. Satisfecha en parte, la curiosidad del recién llegado, se hizo un profundo silencio entre los dos. El padre, esperaba, como siempre.

Lentamente, como quitándose un gran peso de encima, el hijo comenzó a contar lo que habían sido todos esos largos años de ausencia. Los éxitos, los fracasos, sus dudas y sus vacilaciones. La vergüenza, también surgió en algún momento, propiciando incluso algunas lágrimas, por lo que suponía haber faltado del cuidado de su padre. Por haberle casi olvidado en ocasiones y a veces durante años. Por olvidar las necesidades de su padre.

El padre le dejó hablar. Tenía que desahogarse, soltar todo lo que le consumía. De los recuerdos de tantos años sembrados de ingratitud. Al hijo, al recién llegado, le sonaba como en falsete aquellas respuestas amortiguadas por el buen querer de su progenitor. Esperaba al menos algunas palabras de dura crítica y que entendía muy merecidas. Pero no aparecieron.

Alrededor de aquella mesa, de aquel brasero sólo encendido para que el hijo percibiera el calor de hogar, el calor de la bienvenida, el calor que recordaba de su niñez, continuaron hablando largo rato y al hijo, le sorprendía hasta qué punto estaba el padre al tanto de sus andanzas.

Le parecía curioso que su progenitor de quien bien conocía su genio, que le había visto aplicar con sus hermanos mayores, no estaba dejándolo aparecer para con él. Que sólo le observaba como con cierta comprensión. Con la comprensión de un padre.

Tenían sentimientos que parecían encontrados. El que debía aparecer enfadado, no lo estaba, todo lo contrario, y el que debía estar alegre, sentía un profundo malestar en su alma. Se preguntaba: ¿merecía aquel recibimiento por parte de su buen padre a quien le constaba cuánto había hecho sufrir? Recordó el artículo de la Regla de las Conferencias de San Vicente: “conscientes de su propia fragilidad y debilidad, sus corazones laten al unísono con los pobres. No juzgan a los que sirven”[i]

Ambos, roto el dique que el hijo había construido para justificarse ante sí mismo de su ausencia para con el progenitor, se levantaron con lo que el padre había deseado siempre: habiendo recuperado a aquel hijo y éste, a aquel padre, tantas veces olvidado.

Despertó acalorado y en contra de lo que le sucedía habitualmente, esta vez recordó el sueño completo y con absoluta nitidez. ¿Qué había sucedido? ¡Sólo había sido un sueño!

Recordó a Francisco, Obispo de Roma y cuánto le había marcado escucharle: que “somos mendigos de misericordia”[ii].

Así se había sentido él frente a su Padre: mendigo de Su infinita Misericordia. Empezó a entenderlo todo y no se le ocurrió más que musitar: gracias por Tus Gracias. Gracias por Tu Misericordia. Perdona mis continuas faltas de amor.

A Cristo por María, siempre en y con María.

 

[i] Regla de la Sociedad de San Vicente de Paúl, art. 1.9

[ii] Francisco, mensaje del Corpus de 2020,

Rafael C. García Serrano

(Conferencias de San Vicente de Paúl de Guadalajara)

 

 

 

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DE LOS DÍAS DE RECLUSIÓN: UNA LLAMADA PROVIDENCIAL

 

En aquellos días tuvo que ir haciéndose a vivir de otra manera; posiblemente algo triste por la falta de las habituales relaciones y algo más incómoda. Pero, a la vez, una oportunidad de cambiar usos, costumbres y formas de organizarse. Fue – y eso es importante – un tiempo de reflexión, en la paz obligada con muchas horas para leer, para meditar, para organizarse.

También para analizar la sociedad y el papel que uno tiene en ella: ¿qué he hecho, ¿qué hago y qué puedo hacer en adelante, cuando se normalice mi vida?, ¿cómo veo la sociedad en la que vivo y cual la que me gustaría?

Una opción era la crítica: cuestionar lo que se estaba haciendo, la actuación de los políticos y los gestores de los problemas de la crisis, la propia mala suerte, las incomodidades a las que nos obligan...

Otra analizar su vida, su postura ante las decisiones políticas, su actitud ante los problemas cotidianos, su relación espiritual consigo y con sus semejantes; podía ser tiempo de atender seriamente su compromiso con la sociedad, su espiritualidad.

Eligió la segunda. Pero no sabía por dónde empezar

La casualidad quiso que entre otras llamadas lo hiciera un antiguo amigo con el que hacía tiempo que no hablaba. Se interesaron ambos por su salud, recordaron viejos tiempos y se preguntaron por el día a día. El amigo le contó que pertenecía a una sociedad de ayuda al prójimo, que trabajaba en armoniosa compañía con mucha gente y su actividad era su dedicación a Dios a través de la ayuda al prójimo, fundamentalmente a los pobres. Había encontrado un sentido a su desordenada vida anterior y un camino de encuentro con la paz, y la alegría de su relación personal con el Santísimo.

Hacía tiempo que con nadie hablaba de esa espiritualidad, de esa entrega y de esa ilusionante paz interior. Aquello podía ayudarle a orientarse en lo que le estaba preocupando y no era capaz de resolver. Le preguntó cuál era esa organización y si podría ir a conocerla.                        

El amigo le dijo que eran Las Conferencias y que él mismo podría acompañarle para que las conociese, seguro que le ayudaría en su vida espiritual.

Quedaron en verse después de terminar la obligada y socialmente necesaria reclusión.    

Con María, siempre a Cristo por y con María

 

 

DAYS OF CONFINEMENT: A PROVIDENTIAL CALL

                  

In those days, he had to get used to living in a different way, possibly a bit sadder due to the absence of the usual relationships and somewhat uncomfortable. At the same time, it was nonetheless an opportunity to change habits, customs and ways of organizing oneself. It was – and that is important – a time of reflection, in forced peace, with many hours to read, to meditate, to organize oneself.

It was also an opportunity to analyse the society and the role one has in it: what have I done, what do I do and what can I do from now on, when my life will be back to normal? How do I see the society I live in and which society would I like?

One option was criticism: to question what was being done, the actions of politicians and managers of the crisis problems, the bad luck itself, and the inconveniences we are obliged to suffer.

Another option was to analyses his life, his stance before political decisions, his attitude to everyday problems, his spiritual relationship with him and his fellowmen; it could be a time to take seriously his commitment to society, his spirituality.

He chose the second one. However, he did not know where to start.

Fate decreed that he received, among others, the call of an old friend with whom he had not talked for a while. Both asked about their health, they remembered old times and inquired about their daily life. The friend told him that he belonged to an association aimed at helping your neighbour, which worked in harmonious collaboration with many people, and its activity was devotion to God through helping others, especially the poor. He had found a meaning to his messy former life and a path to find peace, as well as the joy of his personal relationship with the Most Holy. 

For a long time, he had not spoken with anyone about that spirituality, that dedication and that exciting inner peace. This could help him to find his way to solve what was worrying him and was unable to solve. He asked him what that organization was and if he could go and know it.                       

The friend told him that they were the Conferences and that he himself could accompany him to meet them, he was sure that they would help him in his spiritual life.

They decided to meet once the mandatory and socially necessary confinement was over.  

With Mary, always towards Christ with Mary

 

 

LES JOURS DE RÉCLUSION : UN APPEL PROVIDENTIEL

 

À cette époque, il dut s’habituer à vivre autrement ; un mode de vie peut-être un peu triste à cause de l’absence des relations habituelles et quelque peu inconfortable. Mais, en même temps, une occasion de changer les habitudes, les coutumes et les façons de s’organiser. C’était – et cela est important – un temps de réflexion, dans une paix obligée avec d’innombrables heures pour lire, méditer et s’organiser.

Aussi pour analyser la société et le rôle que l’on y tient : qu’ai-je fait, qu’est-ce que je fais et que puis-je faire dorénavant, quand ma vie deviendra normale ? Comment je vois la société où je vis et quelle est la société que j’aimerais ?

Un choix était la critique : remettre en question ce qui se faisait, les actions des politiciens et des gestionnaires des problèmes de la crise, la malchance, les inconvénients auxquels nous sommes forcés...

Il y avait aussi la possibilité d’analyser sa vie, sa position sur les décisions politiques, son attitude face aux problèmes quotidiens, sa relation spirituelle avec soi-même et avec ses semblables ; cela pourrait être le moment de s’occuper sérieusement de son engagement envers la société, de sa spiritualité.

Il a choisi la deuxième possibilité. Mais il ne savait pas par où commencer.

Le hasard fit que, parmi d’autres appels, il reçut celui d’un vieil ami à qui il n’avait pas parlé depuis longtemps. Les deux se sont intéressés par leur santé, ils se sont rappelés les bons vieux temps et se sont demandés sur leur vie quotidienne. L’ami lui dit qu’il appartenait à une société d’aide à son prochain, qui travaillait harmonieusement avec beaucoup de gens et dont l’activité était le dévouement à Dieu à travers l’aide des autres, principalement des pauvres. Il avait trouvé un sens à son ancienne vie désordonnée et un chemin de rencontre avec la paix, et la joie de sa relation personnelle avec Dieu.

Depuis longtemps, il ne parlait pas avec personne de cette spiritualité, de ce dévouement et de cette passionnante paix intérieure. Cela pouvait l’aider à trouver une orientation quand il était plongé dans des soucis qu’il n’arrivait pas à résoudre. Il lui a demandé quelle était cette organisation et s’il pouvait faire sa connaissance.                       

L’ami lui dit que c’était les Conférences et que lui-même pouvait l’y accompagner, elles l’aideraient certainement dans sa vie spirituelle.

Ils ont convenu de se rencontrer après la fin de ce confinement obligé quoique socialement nécessaire.

Avec Marie, toujours vers le Christ à travers et avec Marie.

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

“Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?” (Act 1, 11).

 

Liberación de proyecciones naturales

En el lenguaje común, el cielo significa el firmamento. Y en un sentido religioso, la imagen del cielo se ubica en el lugar más alto, de ahí que a los montes se les tenga por lugares sagrados, porque desde nuestras concepciones antropológicas religiosas, concebimos como más cercano del cielo, más cerca de Dios aquello que está más alto.

 

El cielo es un estado de vida diferente

“Más que de un lugar, se trata de un ‘estado’ del alma” (Francisco, Audiencia 26-XI-2014). “¿Y qué es el cielo?” ‘¿Será un poco aburrido estar allí, toda la eternidad?’. No, el cielo no es eso. Nosotros caminamos hacia un encuentro: el encuentro definitivo con Jesús. El cielo es el encuentro con Jesús” (Francisco, Homilía, 27-IV- 2018).

 

La ciudad de los seres celestes

Los relatos evangélicos de Pascua son una demostración de la contemporaneidad del cielo con la tierra. Jesús se hace compañero de los dos de Emaús, aparece en las orillas del Lago de Galilea. En la noche pascual, canta el pregón: “¡Qué noche tan dichosa, en que se une la tierra con el cielo, el cielo con la tierra!”

 

El cielo, una necesidad de justicia

Quienes creemos en la otra vida, no podemos pasar por esta de manera insensible y ajenos a los sufrimientos y esperanzas de nuestros contemporáneos. La Santa doctora mística señala: “Pues pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino. (M II, 1, 11).

 

La belleza, anticipo del cielo

Los artistas y contemplativos están sumergidos en el abrazo del amor infinito. El desierto es el mismo y los tiempos recios son iguales para todos. Es verdad la luz, no obstante la noche. Es verdad el abrazo, no obstante la herida. Para quienes creen todo está envuelto en gloria.

 

Profetas del cielo

“Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 3.9). Los místicos y los monjes son los que nos anticipan y muestran la vida celeste con frutos de santidad.

 

Testigos de los valores del cielo

En la historia de la Iglesia, han existido personas ungidas por el Espíritu Santo, que han deseado vivido de manera anticipada a la manera de los seres celestes. Jesús, en una ocasión les dice a los fariseos, les dice: “Estáis en un error por no entender las Escrituras ni el poder de Dios. Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo” (Mt 22, 29-30).

 

La hora del cielo

“No olvidéis una cosa, queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día” (2Pe 3, 8). Estamos hechos para lo eterno, para vivir sin nostalgia. Cabe vivir en Él, ya sin tiempo, y por la fe cabe vivir en anticipo lo que se espera.

 

Hoy estarás conmigo en el Paraíso

Gracias a la Redención, podemos vivir desde ahora con la certeza de que estamos destinados a compartir con Cristo el gozo de habitar en su Gloria. “Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Flp 3, 20-21).

Agustín Bugeda

(vicario general)

 

 

Permitidme en esta colaboración del mes de junio y en las Vísperas de la solemnidad de Pentecostés que invoque de una forma especial al Espíritu Santo para que siga actuando en su Iglesia, en este mundo, en cada uno de nosotros.

La fiesta de Pentecostés como culminación del tiempo pascual nos invita a considerar una vez más el protagonismo del Espíritu Santo en nuestras vidas y a celebrar su presencia siempre constante, pues vivimos desde hace ya más de dos mil años en el tiempo de la Iglesia, que es el tiempo del Espíritu.

 

¡Ven, Espíritu Santo a nuestro mundo! Y haz que movidos por Ti trabajemos por un mundo mejor para bien de cada hombre y gloria de Dios. Conviértenos para que intentemos construir una civilización del amor con Dios y para Dios, no en contra de Dios o como si El no estuviese, pues hacerlo así es construirlo en contra del hombre. Danos tu sabiduría para conocer la voluntad de Dios en cada momento y tu fuerza para cumplirla.

¡Ven, Espíritu Santo en este momento de pandemia! Y haznos descubrir la importancia de estos tiempos de sufrimiento para conocernos más y mejor, y para conocer más y mejor a Dios y lo que quiere de nosotros. Concédenos tu amor para poder estar cerca de todos los que por un motivo u otro lo pasan peor y así ofrecerles tu esperanza, tu vida y confianza.

¡Ven, Espíritu Santo a tu Iglesia! Y haz a todos hermanos, según tantas veces nos dice el Papa Francisco. Concédenos vivir en comunión entre nosotros y abiertos a las necesidades de todos los hombres, especialmente de los migrantes que deben salir de su tierra y cultura.

¡Ven, Espíritu Santo a esta tu Iglesia de Sigüenza-Guadalajara! Y escucha su oración en este tiempo sinodal para que podamos tomas las decisiones oportunas de cara a la nueva evangelización y así alentados por Ti caminemos con alegría en nuestra tierra alcarreña.

¡Ven, Espíritu Santo a cada uno de nosotros! Y derramo tus dones en nuestras vidas, el don de la piedad y de la fortaleza, el don del entendimiento y consejo, el don del santo temor de Dios… para que vivamos cada día en plenitud, para que cada instante que nos concedas vivir sea para cada uno una oportunidad de encontrase gozosamente con Dios y con los hermanos. Danos siempre tu gozo para que llene nuestras vidas y lo podamos trasmitir a los demás.

 

Podría continuar esta oración largamente al Espíritu Santo confiando siempre en su acción. Quede abierta para que cada uno de nosotros, cada uno de los lectores continúe orando, continúe en presencia del Espíritu, siendo consciente de que somos movidos por El en cada momento y circunstancia, sea la que sea y donde sea.

¡Soñemos y caminemos juntos! ¡Ven, santo Espíritu!

Pasado mañana, 16 de mayo, es el domingo de la Ascensión del Señor a los cielos y la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, instituida en 1967 por Pablo VI

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

El itinerario pascual (ocho semanas, cincuenta días)   inicia su  recta final. Pasado mañana, 16 de mayo, será ya en el séptimo domingo y semana. Es el domingo de la Ascensión del Señor y es la semana de preparación a Pentecostés. De este modo, Resurrección-Ascensión-Pentecostés forma así una unidad sucesiva, que es la cincuentena pascual.

Culminada su misión y fortalecida la fe de los apóstoles y discípulos, Jesús asciende al cielo ante la mirada, admirada y atónita, de estos (1ª lectura de la liturgia de la Palabra, ciclo B, de la Ascensión del Señor). Idea que, con gozo y alabanza, expresa y ora también el salmo responsorial.

¿Y adónde va Jesús? San Pablo, en la segunda lectura, y san Marcos, en el evangelio, nos lo dicen claramente: a sentarse a la derecha del Padre, en la Gloria de la eternidad y en la permanente asistencia a su Iglesia y a la entera humanidad.

Jesús se va, pero que se queda. Su misión queda ahora, bajo el impulso y la gracia del Espíritu Santo, que nunca nos fallarán,  en nuestras manos. Comienza nuestra misión.

 

 

Jornada Mundial Pontificia desde 1967

 

En el día de la Ascensión del Jesús, día en cuyas vísperas nos hallamos, y  tras una propuesta del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI instituyó, en 1967, la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Nada ajeno le es ajeno a la Iglesia y en absoluto le pueden ser ajenos los medios de comunicación social. Todo lo contrario.

San Pablo VI, que fue también un gran comunicador (era hijo de una abogado y periodista del norte de Italia) que el Señor donó a su Iglesia para su gobierno, decía que «la Iglesia se sentiría responsable y hasta culpable si no usara los medios de comunicación». Tal y como afirmara el Papa Montini a propósito de la publicidad y parafraseándole, podemos afirmar que «nadie puede escapar a la influencia de la comunicación».

Siguiendo con la paráfrasis («nadie puede escapar a la influencia de la comunicación»), la Iglesia, pues, anima a los medios de comunicación para que puedan llegar a ser un sano y eficaz instrumento de recíproca ayuda entre los hombres. La comunicación social, en sus distintos medios y expresiones, es quizás la revolución mayor y de más profundas consecuencias de la segunda mitad del siglo XX y desde todavía aún en estas dos primeras décadas del siglo XX, marcadas por la irrupción de internet y de las redes sociales.

 

Aldea global, comunicación social y evangelización

 

«El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola -como suele decirse- es una “aldea global”. Los medios de comunicación son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación y de inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales». Son palabras del Papa Juan Pablo II en su encíclica «Redemptoris missio», de 1991. Son suficientemente conocidas y elocuentes como para abundar en mayores comentarios. Como suficientemente conocida y elocuente fue la condición de san Juan Pablo II como extraordinario comunicador.

Afirmaba en el año 2000 el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, en su documento titulado «Ética en las comunicaciones sociales», que «la Iglesia asume los medios de comunicación social con una actitud fundamentalmente positiva y estimulante. No se limita simplemente a pronunciar juicios o condenas; por el contrario, considera que estos instrumentos no sólo son productos del ingenio humano, sino también grandes dones de Dios y verdaderos signos de los tiempos».

Y es que precisamente la misión y hasta identidad de la Iglesia es anunciar, comunicar la buena noticia, la mejor noticia, que no es otra que Jesucristo y este encarnado, crucificado y resucitado.

Por ello, la Iglesia sabe que debe evangelizar a los hombres y mujeres con los medios de hoy, entre los cuales emergen los poderosísimos medios de comunicación social: prensa, radio, televisión, internet, redes sociales, cine y demás plataformas comunicativas.

 

Entre el temor y la responsabilidad

 

No cabe, pues, la menor duda. Vivimos en la sociedad de la comunicación. Y no en vano, los modernos medios de comunicación social están insertos entre las maravillas de la creación, puesta al servicio y desarrollo del hombre. Son instrumentos de comunión y progreso y adelantado de la nueva era, en referencia a los títulos de los tres significativos documentos pontificios sobre los mass media.

Sin embargo, los medios de comunicación desconciertan, a menudo, a la Iglesia y a sus hombres y mujeres, pastores o fieles. Incluso, a veces, hasta son temidos y repudiados. ¡Podríamos aducir tantos y tantos ejemplos, muchos de ellos hasta justificados...! Como escribiera el arzobispo español Antonio Montero, uno de los más emblemáticos apóstoles de nuestra Iglesia en los mass media, la Iglesia vive su relación con ellos entre el miedo y la responsabilidad, más en clave de temor que de responsabilidad.

Incluso, el medio, el temor -humanísimo sentimiento donde los haya- muchas veces es tan grande que agarrota e impide la comunicación. ¿Cómo salir de esta situación, que tantas veces se convierte en un círculo vicioso y peligroso? Como manifestara el Papa Juan Pablo II en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales del año 1999, la Iglesia quiere, busca y necesita la amistad con los medios de comunicación. Y la Iglesia, que debe salir siempre al encuentro y al camino de hombre, no puede renunciar al aludido entendimiento. Con palabras, ya citadas de  san Pablo VI, habría de sentirse culpable.

 

¿Cuál es el mensaje del Papa Francisco para este año?

 

Habida cuenta del carácter pontificio de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales en la solemnidad de la Ascensión, esta jornada cuenta cada año con un mensaje papal, que en 2021, escrito por Francisco, papa comunicativo donde los haya, lleva por título  «”Ven y lo verás”» (Jn 1,46). Comunicar encontrando a las personas donde están y como son».

En su Mensaje para la 55ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, Francisco advierte del riesgo de una información siempre igual, exhortando a ir «donde nadie va». En su discurso tiene un gran peso la dinámica de ponerse en marcha con pasión y curiosidad y de salir «de la cómoda presunción de lo ya conocido».

El horizonte de la pandemia, que se extiende por el mundo desde principios de 2020, marca de forma decisiva este mensaje. El Papa advierte que se corre el riesgo de contarla, al igual que todas las crisis, «solo con los ojos del mundo más rico», de llevar una «doble contabilidad».

 

Oportunidades e insidias en internet y redes sociales

 

Escribe Francisco en este mensaje: «La red, con sus innumerables expresiones sociales, puede multiplicar la capacidad de contar y de compartir: tantos ojos más abiertos sobre el mundo, un flujo continuo de imágenes y testimonios. La tecnología digital nos da la posibilidad de una información de primera mano y oportuna, a veces muy útil: pensemos en ciertas emergencias con ocasión de las cuales las primeras noticias y también las primeras comunicaciones de servicio a las poblaciones viajan precisamente en la web. Es un instrumento formidable, que nos responsabiliza a todos como usuarios y como consumidores».

Y asimismo alerta de sus insidias: «Pero ya se han vuelto evidentes para todos también los riesgos de una comunicación social carente de controles. Hemos descubierto, ya desde hace tiempo, cómo las noticias y las imágenes son fáciles de manipular, por miles de motivos, a veces sólo por un banal narcisismo. Esta conciencia crítica empuja no a demonizar el instrumento, sino a una mayor capacidad de discernimiento y a un sentido de la responsabilidad más maduro, tanto cuando se difunden, como cuando se reciben los contenidos. Todos somos responsables de la comunicación que hacemos, de las informaciones que damos, del control que juntos podemos ejercer sobre las noticias falsas, desenmascarándolas. Todos estamos llamados a ser testigos de la verdad: a ir, ver y compartir».

 

Gracias a la valentía de tantos periodistas

 

Escribe asimismo Francisco: «También el periodismo, como relato de la realidad, requiere la capacidad de ir allá donde nadie va: un movimiento y un deseo de ver. Una curiosidad, una apertura, una pasión. Gracias a la valentía y al compromiso de tantos profesionales —periodistas, camarógrafos, montadores, directores que a menudo trabajan corriendo grandes riesgos— hoy conocemos, por ejemplo, las difíciles condiciones de las minorías perseguidas en varias partes del mundo; los innumerables abusos e injusticias contra los pobres y contra la creación que se han denunciado; las muchas guerras olvidadas que se han contado. Sería una pérdida no sólo para la información, sino para toda la sociedad y para la democracia si estas voces desaparecieran: un empobrecimiento para nuestra humanidad.

Numerosas realidades del planeta, más aún en este tiempo de pandemia, dirigen al mundo de la comunicación la invitación a “ir y ver”. Existe el riesgo de contar la pandemia, y cada crisis, sólo desde los ojos del mundo más rico, de tener una “doble contabilidad”. Pensemos en la cuestión de las vacunas, como en los cuidados médicos en general, en el riesgo de exclusión de las poblaciones más indigentes. ¿Quién nos hablará de la espera de curación en los pueblos más pobres de Asia, de América Latina y de África? Así, las diferencias sociales y económicas a nivel planetario corren el riesgo de marcar el orden de la distribución de las vacunas contra el COVID. Con los pobres siempre como los últimos y el derecho a la salud para todos, afirmado como un principio, vaciado de su valor real. Pero también en el mundo de los más afortunados el drama social de las familias que han caído rápidamente en la pobreza queda en gran parte escondido: hieren y no son noticia las personas que, venciendo a la vergüenza, hacen cola delante de los centros de Cáritas para recibir un paquete de alimentos».

 

Oración final del mensaje papal

 

«Señor, enséñanos a salir de nosotros mismos,

y a encaminarnos hacia la búsqueda de la verdad.

Enséñanos a ir y ver, enséñanos a escuchar,

a no cultivar prejuicios,

a no sacar conclusiones apresuradas.

Enséñanos a ir allá donde nadie quiere ir,

a tomarnos el tiempo para entender,

a prestar atención a lo esencial,

a no dejarnos distraer por lo superfluo,

a distinguir la apariencia engañosa de la verdad.

Danos la gracia de reconocer tus moradas en el mundo

y la honestidad de contar lo que hemos visto».

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 14 de mayo de 2021

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