Seguimos preparando y recorriendo el camino que lleva a Belén, a Navidad, de la mano del Papa Francisco y su carta apostólica sobre el Belén

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Ya la pasada semana comenzábamos a preparar la Navidad mediante la carta apostólica del Papa Francisco «Admirabile signum» (AS), escrita hace un valor sobre el sentido y valor del pesebre o del Belén.

El viernes pasado glosamos el triple simbolismo e interpelación del Belén y su potencialidad evangelizadora. Ahora nos detenemos en el entorno natural, paisajístico y urbanístico del pesebre de Belén y de sus figuras menores, que suelen acompañar a nuestros Belenes. Y el viernes próximo, el mismo día de Navidad, nos centraremos en el misterio central del Belén: Jesús, María y José.

 

Cielo estrellado, entera creación

Desde el cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche a  la luz incandescente de luces incandescentes que evoca y es siempre la fiesta de la Epifanía;  como la luz que los profetas (Isaías, 9, 1-2) anunciaron mientras el silencio, del que luego haré un nuevo comentario, se rompió en la Palabra, y el pueblo que caminaba en tinieblas se vio envuelto en una luz grande y resplandeciente y las estrellas palidecieron ante el alba de la luz tan esplendente, hasta desde las montañas y los riachuelos que Judea, tan hermosa, como a veces naifmente, recrean nuestros belenes; el entorno natural del otra verdad indiscutible de la verdad de la Navidad: toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías (cfr. «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Carta a los Romanos 8, 19).

Es por ello evidente que aquí resuene en nosotros la necesidad de hacer realidad y viva las reiteradas llamadas del Papa Francisco en pro de una ecología integral y de la ecología de los gestos sencillos e imprescindibles y de la vida cotidiana. Y sin afanes ni pruritos ni estar a favor o en contra de lo políticamente correcto…, sino de ser fieles a esta nueva verdad, que el Santo Padre nos ha dejado escrita en la «Laudato si`» y vivida y practicada en cientos de ejemplos.

Cinco días después de firmar esta carta apostólica, Francisco recibió el pesebre y árbol de Navidad de este año para la Plaza de San Pedro. Procede de las diócesis italianas de Trento, Padua, Vicenza, Treviso y Vittorio Véneto, que quedaron asoladas en el otoño pasado por unas  desoladoras inundaciones. Y a ello y al regalo del árbol y del pesebre se refirió Francisco el 5 de diciembre de 2019 con estas palabras: «Me ha gustado mucho saber que para sustituir las plantas removidas, se replantarán 40 abetos que reintegrarán los bosques gravemente perjudicados por la tormenta de 2018. El abeto rojo que habéis regalado representa un signo de esperanza, especialmente de vuestros bosques, para que se limpien lo antes posible y comenzar así el trabajo de reforestación».

«El belén, hecho casi en su totalidad de madera y compuesto de elementos arquitectónicos característicos de la tradición de Trento, ayudará a los visitantes a saborear la riqueza espiritual de la natividad del Señor. Los troncos de madera, procedentes de las zonas afectadas por las tormentas, que sirven de telón de fondo al paisaje, subrayan la precariedad en la que se encontraba la Sagrada Familia esa noche en Belén».

 

Y también el árbol de Navidad

Y es que, añade un servidor, no conviene olvidar tampoco que el significado del árbol –también símbolo cristiano de la Navidad- halla sus orígenes se remontan a la noche de los tiempos, pretéritos períodos de la historia.

El árbol expresa la fuerza fecundante de la naturaleza. Los rigores del otoño y del invierno no han podido con él, fuerte roble, árbol rey. Para suplir sus hojas caducas o heridas es preciso hacer pender objetos de adorno, cuajados de simbolismos: la luz, el obsequio, la sorpresa, el don de los dones, que es, en definitiva, el nacimiento de Dios en la carne.

El árbol de Navidad habla de perennidad, de fecundidad, de inmortalidad, de fortaleza. Es imagen de Cristo luz del mundo, el árbol de la vida. En un árbol fue perdida la inocencia, en un árbol fue reparada y redimida la humanidad.

 

El silencio de la noche y la estrella

Y en relación con el silencio de aquella Noche y de nuestros belenes hasta la misma Nochebuena, bueno será recordar que el silencio es tantas veces el lenguaje de Dios. Dios habla siempre en el silencio. «Mientras un silencio apacible lo envolvía todo, y en el preciso instante de la medianoche, tu omnipotente palabra, oh Señor, se lanzó desde los tronos del cielo», afirma el salmo 18. San Ignacio de Antioquía escribió que la Palabra de Dios, que es su Hijo, «procedió del silencio».

Cuando en Greccio, San Francisco de Asís se «inventó» el «Belén», hablaba del silencio de la Navidad.  -- «¿Qué es la Navidad?», le preguntó el hermano León a san Francisco en aquella noche de Greccio... -- Y Francisco le respondió, balbuceando: «Es Belén, es humildad, es paz, es intimidad, es gozo, es dulzura, es esperanza, es benignidad, es suavidad, es aurora, es bondad, es amor, es luz, es ternura, es amanecer... Es silencio». Y Dios vino esa noche.

Y a Dios, como último elemento bíblico y realidad belenista, lo anunciaba asimismo una estrella: una metáfora luminosa de los signos de Dios, que los pastores siguieron y los magos escrutaron y en su secuela se mantuvieron fieles y firmes hasta el final y que nos urge a estar siempre atentos y observantes al Dios que viene en cada persona y en cada acontecimiento (cfr. Prefacio III Adviento) y a  los todos los signos de los tiempos y de los mismos espacios (cfr. San Bernardo de Claraval: «Mira la estrella, invoca a María»).

 

Belén napolitano de 1784 de la Casa Ducal de Medinaceli

 

Simbolismo de las viviendas y palacios junto al pesebre

«Merecen también alguna mención –afirma literalmente el Papa en AS- los paisajes que forman parte del belén y que a menudo representan las ruinas de casas y palacios antiguos, que en algunos casos sustituyen a la gruta de Belén y se convierten en la estancia de la Sagrada Familia.

Estas ruinas parecen estar inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se narra una creencia pagana según la cual el templo de la Paz en Roma se derrumbaría cuando una Virgen diera a luz. Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido. Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original».

Y junto a las casas y demás edificaciones de nuestros belenes,  el palacio del rey Herodes: «El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado».

 

Figuras bíblicas menores y  figuras recreadas

En primer lugar, los ángeles y los pastores: alertados por los ángeles, «los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que viene a nuestro encuentro en el Nino Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro».

Los pastores pasaban la noche al aire libre en aquella región, en Belén, la más pequeña de las aldeas de Judá, aunque de ella había surgido el Rey David. Velaban por turnos su rebaño. Cuando el ángel les habló, envolviéndolos de resplandor con la luz de la gloria del Señor, quedaron sobrecogidos de gran temor. Pero reaccionaron ante las palabras del ángel y, creyendo, se pusieron presurosos en camino, tras decirse unos a otros: «Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor». Y, en efecto, «fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño, acostado en el pesebre. Al verlo les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores».

Los pastores nos hablan de la paradoja de la Navidad, de su fuerza transformadora, de su carga de misterio y de realidad, de su inequívoca dimensión anunciadora y misionera. Ellos fueron los primeros misioneros, los primeros testigos, los primeros orantes, los primeros adoradores, los primeros creyentes. «Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho».

Y los ángeles fueron, de nuevo, los mensajeros, los pregoneros de la buena nueva, de la presencia de Dios entre nosotros. Fueron los periodistas de la Navidad. Fueron la voz de la Palabra y la voz de los sin voz: «No temáis –dijo el ángel a los pastores–, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

Ellos compusieron el primero de los villancicos: «¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!». Ellos nos definieron así que Navidad es la gloria de Dios manifestada, revelada, encarnada, y que la paz es su don, su prenda y su rostro.

Asimismo, nuestros belenes están asimismo repletos de otras  figuras simbólicas, sobre todo, las de mendigos y de gente que no conocen otra abundancia que la del corazón. Ellos también están cerca del Nino Jesús por derecho propio, sin que nadie pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres a su alrededor no desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros.

Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació́ pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad.

Y, además, con frecuencia a los niños — ¡pero también a los adultos!— les encanta añadir otras figuras al belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan..., todo esto representa la santidad cotidiana (cf. Gaudete et exsultate), la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 18 de diciembre de 2020

Más allá de que estas Navidades, a causa de la pandemia, serán muy distinta, austera y auténtica, poner el Belén ha de seguir siendo guía para la Navidad

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

«El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Nino Jesús. Dios se presenta así́, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos» («Admirabile signum», AS, número 8).

En la tarde del domingo 1 de diciembre de 2019, primer domingo de Adviento, el Papa Francisco realizó una visita a la localidad italiana de Greccio, en el Valle del Rieti, en la provincia del Lacio. Greccio es mundialmente famoso porque allí, en la noche del 24 al 25 de diciembre de 1223, san Francisco de Asís realizó la primera representación viviente del Belén, recreando la gruta de Belén, colocando el heno y los animales del pesebre, para evocar y contemplar el nacimiento del Redentor, junto con otros frailes franciscanos y gentes de los lugares cercanos, llevando antorchas y formando un verdadero «belén viviente», y en aquel pesebre improvisado celebraron la eucaristía, volviendo a casa llenos de alegría.

Y ahora, en esta hora de pandemia a causa del coronavirus y sus restricciones y contenciones, poner el Belén no solo está autorizado, sino que es tan aconsejable o más que nunca ya que estas Navidades serán especialmente Navidades en nuestros hogares y han de serlo también en nuestros templos para las celebraciones religiosas, siguiendo todos los protocolos y consejos de las autoridades sanitarias.

 

Belén de la plaza Mayor y catedral de Sigüenza

 

El admirable signo del Belén

En su peregrinación a este santuario, Francisco, quien ya visitó Greccio privadamente el 4 de enero de 2016, firmó una breve carta apostólica, titulada «Admirabile signum», sobre el significado y el valor del belén o pesebre. En esta carta apostólica, Francisco destacaba la importancia del belén –«Evangelio vivo» y verdadero anuncio de la salvación–, cuya contemplación nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre y alienta a ponerlo en las casas y también en lugares de trabajo, escuelas, hospitales, cárceles, plazas, etc., haciendo visible el amor y la ternura de Dios que se hace hombre para nuestra salvación.

El Papa se detiene en algunos de los signos que suelen aparecer en nuestros belenes: la oscuridad y el silencio de la noche, las casas, los montes, el riachuelo, las ovejas, los pastores, la gente pobre y sencilla, el palacio de Herodes, etc. Después comenta el significado de las figuras principales, María, José y Jesús, las figuras secundarias y recreadas y también las figuras de los Magos y sus dones que, en la fiesta de la Epifanía, llegan hasta el pesebre.

Además, el belén –destaca Francisco– nos lleva también a tomar conciencia de la fe recibida y del deber y la alegría de transmitirla a los hijos y a los nietos.

 

Verdad de la Navidad, verdad del Belén

A luz de este texto y de un trabajo previo de un servidor, titulados «Los Decálogos de Navidad»,  propongo en este artículo (el primero de dos más, que serán publicados en las próximas semanas), desde la mirada y la intercesión de la Virgen María de la Esperanza, de la Oh o/y de la Expectación, una serie de reflexiones sobre el admirable signo de los belenes y su potencialidad e interpelación discipular, misionera y evangelizadora y, en suma, sobre la verdad de la Navidad, en cuyos umbrales –«Alegría de nieves (de brumas  o de hielos) por los caminos, Alegría. Todo espera la gracia del bien nacido»-, parafraseando a Jorge Guillén («NAVIDAD: Alegría de nieve/ por los caminos./ ¡Alegría!/ Todo espera la gracia/ del Bien Nacido./Miserables los hombres,/dura la tierra/ Cuanta más nieve cae,/más cielo cerca./¡Tú nos salvas,/criatura soberana!/ Aquí está luciendo/ más rosa que blanca./ Los hoyuelos ríen/ con risas calladas./ Frescor y primor/ lucen para siempre/ como en una rosa/ que fuera celeste./ Y sin más callar,/ grosezuelas risas/ tienden hacia todos/ una rosa viva./ ¡Tú nos salvas,/ criatura soberana!/ ¡Qué encarnada la carne/recién nacida,/con qué apresuramiento/ de simpatía!/ Alegría de nieve/por los caminos./ ¡Alegría!/Todo espera la gracia/ del Bien Nacido»)–   nos hallamos ya.

Así lo atestigua el evangelista san Lucas, el más prolífico en su relato sobre la Natividad del Señor:…  María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió́ en pañales y lo recostó́ en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (2,7).

 

Triple mensaje e interpelación

La verdad del pesebre o del Belén, como la verdad de que este tan extraordinario acontecimiento fuera, tuviera lugar en la pequeña y olvida aldea de Belén, nos transmite un triple mensaje e interpelación. En primer lugar, es una clara llamada y manifestación de humildad e incluso de humillación, pues el alumbramiento de Jesús es un pesebre porque no había sitió para su tan grávida, ni para José, oriundo de Belén, ni para Él en las posadas belemitas (cfr. Juan 1, 11-12). De este modo, el Hijo de Dios, viniendo a este mundo, solo encuentra sitio donde los animales van a comer.

El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Juan 6,41). Un simbolismo que ya san Agustín de Hipona, junto con otros padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió́ en alimento para nosotros» (Sermón 189,4).

Escribía san Ambrosio de Milán: «Él ha sido puesto en un pesebre para que tú puedas ser colocado sobre los altares. Él ha sido puesto en la tierra para que tú puedas estar entre las estrellas». Y Beda el Venerable, en su preciosa meditación sobre el Magníficat, afirmaba: «Porque quien rechaza la humillación, tampoco puede acoger la salvación, ni exclamar con el profeta: “Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida”».

En segundo lugar y ya queda indicado, el pesebre y singularmente en Belén es toda la profecía eucarística. Belén, lo sabemos bien todos, significa literalmente «casa del pan». Y Jesús es el Pan de vida. El pan, también es una obviedad que tampoco conviene olvidar, es la expresión básica del alimento. Es signo de Jesucristo, Pan de la vida. En Navidad adoramos el cuerpo de Jesús, que se nos dará después en la Eucaristía. Durante décadas existió la tradición que durante la adoración al Niño, en la Misa del Gallo, los fieles -particularmente, las mujeres- ofrecían y depositaban cestos llenos de pan bendecido, el Pan de la Navidad, que era llevado después a los pobres y a los enfermos.

Y en tercer lugar, el pesebre de Belén es asimismo toda una invitación y un estímulo –hasta un obligado y dichoso deber- de partir, compartir y repartir el pan.  El pesebre de Belén se convierte de este modo en la verdad de que Navidad es igualmente caridad. Y Navidad es también Cáritas. Es una llamada a vivir e intensificar en Navidad la dimensión esencial de la verdad de la Navidad que es la caridad. Se puede articular mediante las llamadas operaciones-kilo en las parroquias, mediante donativos especiales y mediante la colecta, muy aconsejable y recomendada, para Cáritas en las misas de la solemnidad de Navidad. Este año, el lema de la campaña de Navidad de Cáritas reza «Esta Navidad, más cerca que nunca».

Y con palabras literales del Papa Francisco en esta hermosa carta apostólica que nos guía, «el pesebre es una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió́ para sí mismo en su encarnación».  Y así es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, y que  ya desde la gruta de Belén (recordad que desde hace siglos para acceder a la basílica de la Natividad hay que agacharse, hacerse pequeño:  tan solo 1,20 metros de altura mide la gruta de Belén, la gruta que da acceso a la basílica de la Natividad de Belén, donde nació Jesús) conduce hasta la Cruz («Las pajas del pesebre, niño de Belén, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel…», Lope de Vega).

Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46)».

 

La verdad del Belén y de la Navidad y la transmisión de la fe

El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que El renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros. Qué sorpresa ver a Dios que asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la leche de su madre, llora y juega como todos los niños. Como siempre, Dios desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá́ de nuestros esquemas.

Así́, pues, el pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida.

Asimismo, el Belén nos lleva a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia.

No es importante como se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el Belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición.

Escribió san Bernardo de Claraval: «¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros...? Cuánto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y tanto más querido me es ahora».

Escribe el Papa Francisco en el final de la carta apostólica que nos guía: «Queridos hermanos y hermanas: el Belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con El, todos hijos y hermanos gracias a aquel Nino Hijo de Dios y de la Virgen Marina. Y a sentir que en esto está la felicidad».

Y concluye con esta hermosa frase: «Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos».

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 11 de diciembre de 2020

Adviento es preparar el camino al Dios que viene, el señor que sigue acercándose a nosotros y lo hace ayer, hoy y siempre a través de María para enviarnos a la misión

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

"/Los primeros días del Adviento discurren siempre en las fechas en las que la Iglesia se prepara y celebra a la Inmaculada Concepción de María, solemnidad del 8 de diciembre. La Inmaculada Concepción es, tras Santiago apóstol, patrona de España. Lo es desde 1760, por decisión del rey Carlos III.

Por ello, en este artículo, ofrezco dos decálogos, uno sobre lo que es el Adviento  otro  sobre María, la Inmaculada, como estrella y guía del Adviento y como estrella y camino de la evangelización. Y es que la misión de la Iglesia es la evangelización, la misión. El culto que la Iglesia tributa a Dios y a los santos, como María, es expresión también de evangelización.

Y es que el Adviento, todavía recién estrenado,  es el tiempo de María de Nazaret, la Inmaculada, que esperó, que confío en la palabra de Dios, que se dejó acampar por El y en quien floreció y alumbró el Salvador de mundo.

 

Decálogos de los contenidos y actitudes sobre el Adviento

1.- El Adviento es, en primer término, tiempo de preparación a la Navidad, donde se recuerda a los hombres la primera venida del Hijo de Dios.

2.- Es asimismo tiempo en el que se dirigen las mentes, mediante este recuerdo y esta espera, a la segunda venida de Cristo, que tendrá lugar al final de los tiempos.

3.- Por ello, el Adviento tiene una triple dimensión: histórica, en recuerdo, celebración y actualización del nacimiento de Jesucristo en la historia; presente, en la medida en que Jesús sigue naciendo en medio de nuestro mundo y a través de la liturgia celebramos, de nuevo, su nacimiento; y escatológica, en preparación y en espera de la segunda y definitiva venida del Señor.

4.- El  Adviento es, ya en su mismo término o vocablo, <presencia> y <espera>. Es tiempo, no tanto de penitencia como la Cuaresma, sino de esperanza gozosa y espiritual, de gozo, de espera gozosa. Toda la liturgia de este tiempo persigue la finalidad concreta de despertar en nosotros sentimientos de esperanza, de espera gozosa y anhelante.

5.- El Adviento es un tiempo atractivo, cargado de contenido, evocador, válido… Vivir el Adviento cristiano es revivir poco a poco aquella gran esperanza de los grandes pobres de Israel desde Abraham a Isabel, desde Moisés a Juan el Bautista… Vivir el Adviento es ir adiestrando el corazón para las sucesivas sementeras de Dios que preparan la gran venida de la recolección… La vida es siempre Adviento o hemos perdido la capacidad de que algo nos sorprenda grata y definitivamente.

6.-Durante este tiempo del Adviento se han de intensificar actitudes fundamentales de la vida cristiana como la espera atenta, la vigilancia constante, la fidelidad obsequiosa en el trabajo, la sensibilidad precisa para descubrir y discernir los signos de los tiempos, como manifestaciones del Dios Salvador, que está viniendo con gloria.

7.-A lo largo de las cuatro semanas del Adviento debemos esforzarnos por descubrir y desear eficazmente las promesas mesiánicas: la paz, la justicia, la relación fraternal, el compromiso en pro del nacimiento de un nuevo mundo desde la raíz.

8.-El Adviento nos dice que la perspectiva de la vida humana está de cara al futuro, con la esperanza puesta en la garantía del Dios de las promesas.

9.-Adviento es el camino hacia la luz. El camino del creyente y del pueblo que caminaban entre tinieblas y encuentran la gran luz en la explosión de la luz del alumbramiento de Jesucristo, luz de los pueblos.

10.-La esperanza es la virtud del Adviento. Y la esperanza es el arte de caminar gritando nuestros deseos: ¡Ven, Señor Jesús!

 

Decálogo de María, estrella de la evangelización

“Ella (María) es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización”, de esta Iglesia en salida y en conversión misionera.  María, afirma el Papa  Francisco en el número 284 de su primer gran y programático documento, la exhortación apostólica “Evangelii gaudium” (EG), es el gran regalo de Jesús a su pueblo, que solo, ya en la cruz, después de entregar a su madre al apóstol san Juan y con él a todos sus discípulos, exclamó el “todo está cumplido”.

Y María, por esto, nos proporciona y muestra un extraordinario estilo misionero y evangelizador “porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño”. “En ella, vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles, sino de los fuertes”.

Por todo ello, su estilo misionero, el modelo misionero mariano, significa y supone estas actitudes básicas:

(1) Una actitud de permanente discernimiento de la voluntad de Dios y presta a decir siempre “sí”, aunque humanamente no comprenda lo que se la ha sido pedido.       

(2)Una actitud orante y contemplativa, que proclama las maravillas y la grandeza de Dios, que conserva, meditaba y ora todas las cosas meditándolas en el corazón y que “sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles”.

(3) Una actitud de permanente escucha y discipulado de la Palabra de Dios, la mejor escuela para la vida y la misión cristianas.

(4)Una actitud pobre, para los pobres, con los pobres y comprometida para reestablecer la justicia.

(5)Una actitud siempre disponible, siempre pronta y atenta a las necesidades de los demás,  que sale con premura y sin demora para auxiliar y servir y que procura y media para que falte nunca el vino de la gracia en nuestras vidas.

(6)Una actitud siempre maternal y tierna que “sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura”.  Y “como a san Juan Diego, María nos da la caricia de su consuelo maternal y nos dice al oído: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?».

(7)Una actitud solidaria con los que sufren porque “Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas” y porque Ella, como su hizo con Jesús, siempre permanece al pie de la cruz de todos sus hijos e hijas de todos los tiempos.

(8)Una actitud cercana que “se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno”. Una cercanía la de María que se expresa asimismo “a través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios” y que “comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica”.

(9)Una actitud de perseverancia, confianza y comunión, como la que la mantuvo, junto a los apóstoles en oración en el cenáculo, en la espera de Pentecostés.

(10)Una actitud, en suma, un estilo de vida que aúna una “dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás” y “que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización”  y una garantía de que su Hijo hace nuevas todas las cosas, también la misión evangelizadora que ahora nos corresponde a todos.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 4 de diciembre de 2020

Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

Celebrar el Día del Seminario el día de San José o el día de la Inmaculada, no altera el sentido vocacional de una jornada en la que los cristianos tienen que vibrar con algo que es esencial en la vida de cada diócesis: la formación de los futuros sacerdotes.

Por eso, en este año 2020 marcado por una pandemia que lleva acechándonos desde finales de 2019, por culpa del Covid, la Iglesia en España no ha querido dejar de poner sus ojos en aquellos que, en un futuro próximo, deben ser discípulos misioneros.

El discípulo misionero, según el papa Francisco (que se ha referido a los sacerdotes y a todos los cristianos con esta denominación en varias ocasiones durante su pontificado) “no es un mercenario de la fe”, sino alguien que descubre que debe echar las redes mar adentro, todavía más, puesto que quedan muchos hermanos “con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala”.

Es verdad que el papa nos pide a todos los bautizados, especialmente en Evangelii Gaudium, que todos seamos discípulos misioneros, por tanto, los llamados al seguimiento en fidelidad a Jesús, por el orden sagrado, deberán vivir su vocación, más si cabe, en clave de espiritualidad misionera. Como nos recordó el Concilio Vaticano II, los cristianos hemos recibido dos llamadas o vocaciones: la santidad y la misión. No es algo opcional.

Pidamos para nuestros seminaristas la capacidad de decir siempre “sí”, como José y María, aun sin entender los planes de Dios. Pidamos también que haya jóvenes que sigan escuchando la llamada al sacerdocio en este tiempo de sequía vocacional. Pidamos ser colmados del amor de Jesús y sentirnos acompañados por el que nos envía a dar testimonio de nuestra fe para que otros lo conozcan.

No perdamos la esperanza ni el ánimo. Vigilemos, porque estar en vela es una actitud muy necesaria en este tiempo de Adviento, y no caigamos en la tentación de creer que la fe se impone y no se propone, porque entonces estaríamos muy lejos de vivir coherentemente esa espiritualidad del discípulo misionero.

Laura Lara y María Lara

(Profesoras de la UDIMA, Escritoras, Premio Algaba y Académicas de la Academia de la Televisión)

 

 

 

Además de las identidades nacionales, estamos seguras de que existe una patria en la que todos seguimos viviendo de adultos, ese espacio es la infancia. Nuestra abuela Pilar nos decía de niñas que las dos íbamos a ser periodistas.

"/“¿Por qué, abuela?”, le preguntamos el 18 de noviembre cuando salimos con el coche desde Azuqueca, camino de Guadalajara, para recibir los Premios COPE 2020.

“Porque hacíais muchas preguntas”.

Cuando éramos pequeñas, tendríamos 2 años de edad, creíamos que los objetos tenían vida. Y nos gustaba saber la historia de cada uno de ellos. En 2020, hay unos objetos que todos usamos y, de algún modo, portan vida. Son las mascarillas.

"Siempre hay un momento en la infancia cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro" (lo afirmaba hace unas décadas el guionista británico Graham Greene).

"/A partir de este 18 de noviembre, también el trofeo que nos entregó COPE como “Guadalajareñas Destacadas” tiene para nosotras vida. Hizo entrega del galardón en el auditorio “Buero Vallejo” el gerente del Centro Comercial Ferial Plaza, espacio adonde acudimos con frecuencia a firmar nuestros libros.

En un evento organizado al milímetro con las medidas de protección ante el coronavirus por el equipo de COPE en la provincia y en la región, pudimos saludar con la sonrisa de los ojos a las autoridades locales, provinciales, autonómicas y nacionales, a los compañeros de escenario, y también a los asistentes que nos comentaban anécdotas de nuestro espacio semanal en Cuatro.

Guadalajara es nuestra ciudad natal y allá donde vamos llevamos como bandera nuestra tierra.

En el guion de nuestra niñez están los micrófonos con los que grabábamos programas entre nosotras al regresar del Parvulario. Hoy, gracias a Dios, las Hermanas Lara podemos dedicarnos a las tres profesiones que siempre quisimos tener: profesoras, escritoras y comunicadoras. A la vez que escribimos el guion de los programas y los artículos de “Historia clínica”, vamos tejiendo cada jornada.

Porque estamos convencidas de que la Historia es maestra de la vida, y situarnos ante el micrófono de la radio, delante de la cámara o en el escritorio nos permite traer al presente a los personajes que se quedaron dormidos por los rincones del tiempo. Para nosotras, comunicar la Historia es nuestro día a día.

 

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