Meditación para la Semana Santa 2021 en tiempo de pandemia desde el corazón de María Santísima Dolorosa, siempre solidaria con el sufrimiento de sus hijos

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Los siete dolores de María son un conjunto de sucesos de la vida de la Virgen María, de gran acogida y devoción popular y que se encuentran frecuentemente recogidos en el arte. ​ Estos siete dolores no se deben confundir con los cinco misterios de dolor del Rosario.

 

Los siete dolores de María son escenas bíblicas del Nuevo Testamento (excepto, expresamente aunque no de modo implícito, el cuarto, sexto y séptimo). La piedad popular estableció el viernes previo al Domingo de Ramos como la fiesta propia de la Virgen de los Dolores, que, tras el Concilio Vaticano II pasó a celebrarse, de modo único litúrgicamente hablando, el 15 de septiembre, al día siguiente de la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre): María, pues, al pie de la Cruz, junto a su Hijo crucificado.

 

Con todo,  se mantiene la tradición de evocar y celebrar también a la Virgen de los Dolores el viernes previo al Domingo de Ramos. De hecho, la quinta semana de Cuaresma es denominada  Semana de Pasión o Semana de Dolores. Además, el culto a la Virgen de los Dolores cuenta con novenarios o septenarios previos a la aludida fecha del viernes anterior a Ramos, así como también como preparación al 15 de septiembre.

Los siete Dolores de María se rezan enunciando cada uno de ellos, con su correspondiente referente bíblico, un silencio meditativo o breve predicación y rezó del Ave María y del Gloria. También pueden cantarse letrillas apropiadas a cada uno de estos dolores.

 

Origen del culto a los Dolores de María

La devoción a la Virgen Dolorosa empezó a arraigar en el pueblo cristiano, sobre todo, en la Orden de los Servitas o de los Siervos (fueron sus fundadores, en Florencia, el 15 de agosto de 1232), quienes se consagraron a la meditación de los 7 dolores de la Virgen María. De los siete fundadores de esta Orden, todos canonizados y con memoria litúrgica el 17 de febrero, es más conocido es el más conocido san Alejo Falconieri, quien vivió lo suficiente para ver expandida la orden. En el Aventino de Roma se halla la iglesia matriz de la Orden.

Después y tras las relevaciones a santa Brígida de Suecia (siglo XIV), que luego se comentan ampliamente, la devoción a la Virgen de los Dolores se extendió a toda la Iglesia por medio del Papa Pío VII en 1817, recibiendo, de este modo, un espaldarazo fundamental y que la ha hecho muy popular en toda la Iglesia.

 

Santa Brígida, la difusora de los Dolores de María

Y como queda indicado, hacia el año 1320, la Virgen María se manifestó a santa Brígida de Suecia. En esta ocasión, se veía su corazón herido por siete espadas. Estas heridas representaban los siete dolores de la Virgen vividos al lado de su Hijo Jesús.

Entonces la Virgen doliente dijo a santa Brígida que quienes hicieran oración recordando su dolor y pena, alcanzarían siete gracias especiales: paz en sus familias, confianza en el actuar de Dios, consuelo en las penas, defensa y protección ante el mal, así como los favores que a Ella pidan y no sean contrarios a la voluntad de Jesús. Y finalmente, el perdón de los pecados y la vida eterna  a quienes propaguen su devoción.

Santa Brígida quien reveló los 7 dolores de la Virgen María, nació en Finster, Upland (Suecia) en 1303.  Falleció en Roma (Italia) en 1373. Fue canonización por Bonifacio IX el 7 octubre 1391 y declarada compatrona de Europa por Juan Pablo II en 1999.

 Brígida Birgersdotter conocida como santa Brígida de Suecia fue una religiosa católica, mística, escritora y teóloga sueca. Fue declarada santa por la Iglesia católica en 1391; es considerada además la santa patrona de Suecia, una de los patronos de Europa y de las viudas. Fue también madre. Y una vez viuda, ingresó en la vida religiosa. Pertenecía a una familia aristocrática emparentada con el rey Magnus Ladulás. Por medio de sus padres y de su esposo alternó en los círculos políticos más influyentes de la Suecia medieval. Fue la fundadora de la Orden del Santísimo Salvador, vigente en la actualidad y popularmente conocidas como las Monjas de Santa Brígida.

Con ocasión del Jubileo de 1350 peregrinó a Roma, donde ya se afincó. Peregrinó también a Tierra Santa en 1371. Previamente y todavía acompañado por su esposo, peregrinó también a Santiago de Compostela, en el año 1342. Murió en Roma el 23 de julio de 1373, fecha en que se celebra su memoria litúrgica, actualmente, festividad.

 

Los tres primeros dolores de María en la infancia de Jesús

El primer dolor es ya en misma infancia primera de Jesús con la profecía de Simeón en la circuncisión de Cristo: “Simeón  tomó al Niño en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción -y a ti misma una espada te traspasará el alma- para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lucas 2, 28-35)​

La huida de la Sagrada Familia a Egipto, tras la matanza de los niños inocentes decretada por Herodes, celosos al saber del nacimiento de Jesús, es el segundo dolor de María: “Cuando ellos (los magos fueron a Belén a adorar al Niño Jesús) se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo». (Mateo 2, 13-15)​

Y ya con Jesús con 12 años, llega, en la escena de la pérdida y el hallazgo del Niño en el templo de Jerusalén (quinto misterio gozoso del Rosario), el tercer dolor. Así lo relata el Evangelio de Lucas 2, 42-51:”Cuando (Jesús) cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”.

 

Dolor cuarto en la Vía Dolorosa

El encuentro de María con Jesús en el Vía Crucis, escena no citada expresamente en los evangelios, pero no por ello inverosímil y sí lógico como a continuación se verá, es el quinto dolor.

La oración propia  o letrilla popular de este quinto dolor de María reza así: “Verdaderamente, calle de la amargura fue aquella en que encontraste a Jesús tan sucio, afeado y desgarrado, cargado con la cruz que se hizo responsable de todos los pecados de los hombres, cometidos y por cometer. ¡Pobre Madre! Quiero consolarte enjugando tus lágrimas con mi amor”.

 

En el Calvario, los tres dolores finales de María

“Y, cargando Él mismo Jesús) con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús... Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio8Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Evangelio de Juan 19, 17-30).

 

 Junto a Cristo crucificado, la Madre Dolorosa. San Pedro, Catedral de Sigüenza.

 

Este impresionante relato, la crucifixión y muerte de Jesús, es el quinto dolor de María Santísima. Y también se sitúan el sexto y el séptimo.

El sexto es el descendimiento del cuerpo muerto de Jesús de la cruz y su entrega, también muy verosímil y piadosa a María. Relata así la escena san Marcos, en su evangelio (15, 42-46): “Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea…; y se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro”.

 

 Descendimiento de Cristo de la cruz y entrega a María Dolorosa. Concatedral de Guadalajara.

 

Y ya, el séptimo dolor, la sepultura de Jesús: “Después de esto (la muerte de Jesús en la cruz), José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo... Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús” (Juan 19, 38-42).

 

 

 

Artículo publicado en el periódico Nueva Alcarria el 31 de marzo de 2021

Pío IX lo declaró patrono universal de la Iglesia; León XIII escribió una ecíclica, las letanías del santo y una preciosa oración; Pío XII, patrono de los trabajadores; Juan XXIII, patrono del Vaticano II; y Juan Pablo II, custodio del Redentor

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

En continuidad con los dos artículos anteriores de esta misma página de Religión de NUEVA ALCARRIA, centrados en la figura de san José al hilo de la carta apostólica “Patris corde” del Papa Francisco y del presente Año de San José, en el 150 aniversario de su proclamación como patrono universal de la Iglesia, he aquí hoy unas pinceladas históricas sobre el culto al santo promovido por los papas en el último siglo y medio, que bien podemos denominar la época dorada de la devoción a san José. Un trabajó, en la revista “Teresa de Jesús”, del carmelita descalzo Teófanes Egido, entre otras fuentes, guía este artículo

Antes, bueno será indicar que en el pontificado de Sixto IV (1471-1484), la fiesta de san José fue introducida definitivamente (su culto arranca en el siglo IV entre los cristianos coptos de Egipto y es difundida ya en toda la Iglesia gracias a la Orden del Carmelo, a partir del siglo XIII) en el calendario romano, que es el que ha llegado hasta nuestros días, en el día del 19 de marzo, por ser una semana antes de la solemnidad de la Anunciación y Encarnación de Jesucristo (25 de marzo).

 

Pío IX y el patrocinio o patronazgo universal de san José

 

El patrocinio de san José es celebrado en la Iglesia desde el siglo XVI, aunque no de manera oficial e institucional en toda ella, sino en distintos Estados y numerosas congregaciones religiosas, cofradías y otras realidades eclesiales.

Fue el beato papa Pío XI (1846-1878) quien oficializó e instituyó el patronazgo, haciéndolo extensivo a toda la Iglesia. La solemne declaración correspondiente de Pío IX tuvo lugar el 8 de diciembre de 1870, solemnidad de la Inmaculada Concepción, dogma de fe que el mismo definió el 8 de diciembre de 1854. Dieciséis años más tarde, la Iglesia, singularmente el pontificado romano, vivía una situación muy complicada y desoladora ya las fuerzas de la unificación de Italia (“Il Risorgimento”) habían tomado Roma, habían desaparecido los Estados Pontificios y el mismo Papa era un rehén dentro de los confines vaticanos. Además, la situación sociopolítica era muy convulsa y hasta revolucionaria como consecuencia de la fuerza con la que habían irrumpido el liberalismo anticristiano, el comunismo y el anarquismo.

En este contexto y acogidas numerosas peticiones e instancias al respecto, Pío IX proclamó a san José como patrono universal de la Iglesia. Además, numerosos padres conciliares del Concilio Vaticano I (1869-1870), que hubo de suspenderse precisamente con ocasión de la llegada a Roma del ejército unificador de Italia.

Y fue mediante el documento apostólico “Quedmadmodum Deum” y que comienza con estas palabras: “Del mismo modo que Dios constituyó al otro José, hijo del patriarca Jacob, gobernador de toda la tierra de Egipto para que asegurase al pueblo su sustento, así al llegar la plenitud de los tiempos, cuando iba a enviar a la tierra a su Hijo Unigénito para la salvación del mundo, designó a este otro José, del cual el primero era un símbolo, y le constituyó Señor y Príncipe de su casa y de su posesión y lo eligió por custodio de sus tesoros más preciosos” Y, ahora, continuaba Pío IX, del mismo modo “el Papa, conmovido por la recientísima y triste condición de los hechos, quiere coronar estos votos poniéndose él y todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del Santo Patriarca José. Y, por lo tanto, lo declara Patrono de la Iglesia Católica”.

Desde entonces y hasta 1955, la fiesta del Patrocinio de San José se celebró el miércoles de segunda semana de Pascua, con rango de solemnidad litúrgica.

 

San José en la Catedral de Sigüenza

 

León XIII, el Papa de san José por excelencia

 

El sucesor del beato Pío IX, que había sido arzobispo de Perugia, en cuya catedral se conserva una reliquia con el anillo de bodas de José y María, intensificó el ambiente de fervor y devoción en torno a san José. Y el pontificado de León XIII (1878-1903), espléndido en tantísimos aspectos, rebosó en gestos de amor y de difusión del culto de san José, a quien compuso sus propias letanías, que ya publicábamos íntegras en esta misma página de NUEVA ALCARRIA hace dos semanas,  y una de las hermosas oraciones, muy popular y rezada durante décadas, a él dirigidas: “A vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación; y después de invocar el auxilio de tu Santísima Esposa solicitamos también confiados tu patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, te tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades”.

Y la oración de León XIII prosigue: “Protege, Providentísimo Custodio de la Sagrada Familia la escogida descendencia de Jesucristo; aparta de nosotros toda mancha de error y corrupción; asístenos propicio, desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas: y, como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús del inminente peligro de la vida, así ahora, defiende a la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, ya cada uno de nosotros protégenos con el perpetuo patrocinio, para que, a tu ejemplo y sostenidos por tu auxilio, podamos santamente vivir y piadosamente morir y alcanzar en el cielo la eterna felicidad. Amén”.

Por otro lado, el 5 de Julio de 1883 el Papa León XIII aprobó la dedicación del miércoles como el día consagrado a la devoción de San José en toda la Iglesia universal. Y, además, durante el final del siglo XIX, el tiempo de su pontificado, proliferaron numerosas congregaciones religiosas, cofradías, revistas e instituciones puestas con el nombre del santo, y también templos como, por ejemplo, la Sagrada Familia de Barcelona de Gaudí. Y fue asimismo León XIII quien creó la festividad litúrgica de la Sagrada Familia, situada en el domingo después de Navidad.

Con todo, el principal legado que León XIII legó acerca del culto a san José fue una encíclica, la única encíclica (documento pontificio de muy alto rango, “Quamquam pluries”), dedicada al santo. Fue publicada el 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, del año 1889.

 

Pío X, Benedicto XV y Pío XI

 

Aunque no consta ningún hito especialmente significativo en la historia de la devoción a san José durante su pontificado, san Pío X (1903-1914) fue también muy devoto del santo y promovió su presencia en las catequesis y en la música sacra, tan celosa y oportunamente reformó y revitalizó.

Su sucesor, Benedicto XV (1914-1922) dotó a la Iglesia de un año santo especial josefino, con indulgencias jubilares, a 1920, con ocasión del 50 aniversario de la proclamación del patronazgo y patrocinio universal de san José.

Pío XI (1922-1939), el Papa de las misiones y de la Acción Católica, entre otros aspectos destacables, practicó e inculcó asimismo el amor a san José en el alma misional de la Iglesia y en el laicado.

 

Pío XII y san José obrero

 

En 1955 y con fecha en el día 1 de mayo, Jornada  Mundial del Trabajo, el Papa Pío XII (1939-1948) creó una nueva fiesta litúrgica: san José Obrero, san José considerado, contemplado como trabajador, como artesano, sumando, proponiendo así a san José como patrono de los trabajadores.

Con la creación de la memoria litúrgica en honor de san José como obrero, Pío XII decidió asimismo suprimir la fiesta del patrocinio de san José en el miércoles de la segunda semana de Pascua, como ya se dijo, y añadir a la solemnidad de san José, esposo de María, del 19 de marzo, el título de patrono de la Iglesia universal.

 

San José en la Concatedral de Guadalajara

 

Santos Juan XXIII y Pablo VI

 

Ambos papas, ya contemporáneos y santos, profesaron gran devoción a san José, a quien Juan XXIII (1958-1963) puso como patrono del Concilio Vaticano II y cuyo nombre incluyó, en 1962, en el canon romano (actual canon y plegaría eucarística 1) del Misal Romano.

Por su parte, Pablo VI (1963-1978) ofreció un protagonismo especial a san José en su visita a Tierra Santa en enero de 1962, sobre todo en su peregrinación a Nazaret.

 

Juan Pablo I y Benedicto XVI

 

Con apenas de 33 días de ministerio apostólico, Juan Pablo I (1978), también muy devoto del santo, como podía ser menos en una persona de tanta altura espiritual, no tuvo tiempo de dejar ningún gesto e hito singular en la historia de la devoción josefina.

Benedicto XVI  (2005-2013) llevaba y lleva el amor a san José en su propio nombre: Joseph Raztinger. Y ya como teólogo ofreció memorables páginas sobre el santo, a quien dedicó la fuente número 100 de los jardines vaticanos; y al consagrar y elevar al rango de basílica el templo de la Sagrada Familia de Barcelona, el 6 de noviembre de 2010, recordó expresamente que “es muy significativo que sea dedicado (el templo) por un Papa, cuyo nombre de pila es José.

 

Juan Pablo II y Francisco: nuevos e importantes hitos josefinos

 

En numerosas ocasiones, san Juan Pablo II (1978-2005) recordaba que su segundo nombre de pila era José (Karol Joseph Wojtyla). Y el 15 de agosto de 1989, a los cien años de la encíclica josefina de León XIII ya glosada, Juan Pablo II escribió la espléndida exhortación apostólica “Redemptoris custos” (El custodio del Redentor), un magnífico texto, en el que, además, otorga a san José el citado título de “Custodio del Redentor”; un texto en el que santa Teresa de Jesús (1515-1582), devota por antonomasia del santo, está muy presente.

Francisco, papa desde el 13 de marzo de 2013 y con misa de comienzo oficial de su ministerio precisamente el 19 de marzo, desde el primer momento comentó que san José es santo suyo de devoción primera y de cabecera. Así, mes y medio después, el 1 de mayo de 2013, decidió que el nombre de san José aparecería también (ya aparecía, por decisión citada de Juan XXIII, en la plegaria eucarística 1) en las otras tres plegarias eucarísticas ordinarias. Y cuando, el 5 de julio de 2013, al consagrar el Estado de la Ciudad del Vaticano al arcángel san Miguel, añadió a san José en el patronazgo.

Ha sido Francisco quien popularizó, en la Navidad de 2019, una imagen del santo cuidando al Niño Jesús mientras María duerme, tranquila, sabiendo que José cuida del niño.

Francisco tiene en su despacho una imagen del santo, junto a la cual hay una urna en la que el Papa deposita sus oraciones más apremiantes a la intercesión del santo. Y ha sido Francisco quien ha escrito la referida carta apostólica “Patris corde” y ha instituido, del 8 de diciembre de 2020 al 8 de diciembre de 2021, el Año de San José, lucrada con gracias jubilares especiales, con ocasión del 150 aniversario de la proclamación del santo como patrono universal de la Iglesia.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 26 de marzo de 2021

Por Pilar Arnas

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

 

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RECUERDOS DEL AYER

 

 

Jacinto y yo pudimos disfrutar, en nuestro último encuentro como sólo pueden hacerlo los amigos de siempre.

Ya cada uno en nuestros hogares, dimos rienda suelta a las vivencias compartidas y nos vimos envueltos en la necesidad de volvernos a reunir.

Con el pretexto de tomar, de vez en cuando, un cafecito hemos establecido ratos de ayuda y mutuo acompañamiento. Momentos de apertura entre personas que han compartido una misma formación y que fueron configurando su propia personalidad acompañados de amigos entregados al Sumo bien

Para este primer encuentro elegimos una acogedora terraza del Paseo de la Castellana, aquí en Madrid. 

Tras saludarnos conforme a la buena educación y la fraternidad exigen, enseguida nos acomodamos en una mesa que parecía que ni pintada para poder charlar sin ruidos ni interrupciones. 

Acompañados de un capuchino y un descafeinado, dos jóvenes setentañeros nos enredamos en un pasado que se presentaba con total nitidez.

Revivimos la innegable necesidad de sentirnos miembros activos de nuestra querida Iglesia y la ardiente búsqueda de un ambiente para poder reconducir y sosegar nuestra incipiente vocación. 

Gracias a la acogida de los que fueron grandes amigos durante años, Jacinto se incorporó a su Conferencia con la intención de ayudar al hermano que le pudiera necesitar.

Yo, que compartía los sentimientos de mi amigo, solicité el acceso a las Conferencias seis meses después. 

Pronto se encontró con la grandeza del ser humano sufriente que visitaba y al que deseaba ayudar, al tiempo que a Jacinto se le hacía presente su propia miseria que "El orfebre"(1) utilizaba para hacer el bien.

La formación se hizo indispensable.

En nuestros inicios la lectura de las "CONSIDERACIONES PRELIMINARES " al primer reglamento de 1835 nos permitió conocer, de dónde veníamos, dónde nos encontrábamos y hacia dónde nos dirigíamos. 

Llegados a este punto y disfrutando de la vehemente exposición de Jacinto permanecí en silencio.

No hubo interrupción alguna por mi parte. Ahora Jacinto abría, en canal, su corazón y conseguía emocionarme.

Hacía hincapié en la necesaria " abnegación de sí ", como virtud fundamental para la pervivencia de las Conferencias.

Me decía: " Sólo cuando pueda ver mi propia nada, cuando desconfíe totalmente de mí mismo podré abrazarme a la misericordia del Padre y viviré con la alegría que confiere la total confianza en ÉL "

Siempre suplicó al Buen Dios y lo sigue haciendo, que le concediera el acceso a la verdadera humildad.

¡Cómo disfrutamos aquella tarde!

Rememoramos lo vivido en el seno de una gran familia, extendida por todo el mundo, que se mueve recorriendo un sendero de santidad.

Llegó la hora de despedirnos y lo hicimos contentos por la vida compartida y con manifiestos deseos de volvernos a reunir con un ¡DIOS TE BENDIGA Y MARÍA TE ACOMPAÑE SIEMPRE!

 

(1) Se refiere la autora al Espíritu Santo.

 

 

ENGLISH

 

 

OLD MEMORIES

 

 

Jacinto and I enjoyed our last meeting as only the old time friends can do.

Once everyone at home, we unleashed our memories of shared experiences and felt the need of getting together again.

Under the pretext of having a coffee from time to time, we have established times of mutual help and company. Moments of frankness between people who have shared the same training and who shaped their own personality beside friends dedicated to the Supreme Good.

For this first meeting we chose a cosy terrace in Paseo de la Castellana, here in Madrid.

After greeting each other as required by good manners and fraternity, we immediately settled at a table that seemed ideal for chatting without noise or interruptions.

With a cappuccino and a decaf, we, both young seventy-year-olds, travelled to a past that we remembered with total vividness.

We relived the undeniable need to feel active members of our beloved Church and the burning search for an environment enabling us to reset and support our incipient vocation.

Thanks to the reception from those who became long-time friends, Jacinto joined his Conference with the intention of helping the brother who might need him.

I, who shared my friend's feelings, requested to join the Conferences six months later.

Soon, Jacinto found the greatness of the suffering human being that he visited and wished to help, while he realized his own misery, which the Creator (1) utilized to do good.

Training became indispensable.

In our beginnings, the reading of the "PRELIMINARY CONSIDERATIONS" to the first regulation of 1835 allowed us to know where we came from, where we were and where we were heading.

At this point and enjoying Jacinto's passionate exposition, I remained silent.

There was no interruption on my part. Now Jacinto opened up his heart and managed to move me.

He emphasized the necessary "self-denial", as a fundamental virtue for the survival of the Conferences.

He said to me, "Only when I can see my own nothingness, when I totally distrust myself will I be able to embrace the Father's mercy and live with the joy resulting from the total trust in Him."

He always prayed the Good God, and still does, for his having true humility.

How we enjoyed that afternoon!

We recalled what we had lived within a large family, spread throughout the world, which travels a path of holiness.

It was time to say goodbye and we parted, happy for the life shared and with the clear desire to meet again, with a “GOD BLESS YOU AND BE MARY ALWAYS WITH YOU!

 

(1) The author refers to the Holy Spirit

 

 

FRANÇAIS

 

 

SOUVENIRS D’HIER

           

 

Jacinto et moi avons pu profiter de notre dernière rencontre, comme seuls les amis de longue date peuvent le faire.

Une fois chacun chez soi, nous avons donné libre cours aux expériences partagées et nous avons ressenti le besoin de nous réunir à nouveau.

Sous prétexte de prendre un petit café de temps en temps, nous avons établi des moments d’aide et d’accompagnement mutuels. Des moments d’ouverture entre des personnes qui ont partagé la même formation et qui avaient façonné leur propre personnalité accompagnés d’amis dévoués au Bien Suprême.

Pour cette première rencontre, nous avons choisi une terrasse confortable du Paseo de la Castellana, ici à Madrid.

Après nous saluer comme la bonne éducation et la fraternité l’exigent, nous nous sommes immédiatement installés à une table qui semblait idéale pour pouvoir bavarder sans bruits ni interruptions.

Prenant un cappuccino et un décaféiné, nous deux, jeunes septuagénaires, sommes partis dans un passé qui se présentait avec une netteté totale.

Nous avons remémoré le besoin indéniable de nous sentir des membres actifs de notre Église bien-aimée et de l’ardente recherche d’un environnement permettant de reconduire et calmer notre vocation naissante.

Grâce à l’accueil de ceux qui furent de grands amis pendant des années, Jacinto avait rejoint sa Conférence avec l’intention d’aider le frère qui pourrait avoir besoin de lui.

Moi, qui partageais les sentiments de mon ami, j’avais demandé de joindre les Conférences six mois plus tard.

Il rencontra bientôt la grandeur de l’être humain souffrant qu’il visita et qu’il voulait aider. En même temps, Jacinto devenait conscient de sa propre misère, que « L’Orfèvre » (1) utilisait pour faire le bien.

La formation s’avéra indispensable.

À nos débuts, la lecture des « CONSIDÉRATIONS PRÉLIMINAIRES » du premier règlement de 1835 nous permit de savoir d’où nous venions, où nous nous trouvions et où nous allions.

À ce stade et en appréciant l’exposition véhémente de Jacinto, je suis restée en silence.

Il n’y a pas eu d’interruption de ma part. Maintenant Jacinto ouvrait complètement son cœur et réussissait à m’émouvoir.

Il mettait en exergue l’abnégation nécessaire, comme vertu fondamentale pour la survivance des Conférences.

Il me disait : « Ce n’est que lorsque je verrai mon propre néant, quand je me méfierai totalement de moi-même que je pourrai embrasser la miséricorde du Père et vivre avec la joie que donne la confiance totale en Lui. »

Il a toujours prié le Bon Dieu, et il continue à le faire, de lui accorder l’accès à la vraie humilité.

Que nous avons pris du plaisir à cet après-midi !

Nous avons remémoré l’expérience vécue au sein d’une grande famille, répandue dans le monde entier, qui parcourt un chemin de sainteté.

Le moment de nous dire au revoir arriva, et nous l’avons fait heureux pour la vie partagée et avec des désirs manifestes de nous réunir à nouveau avec un « QUE DIEU TE BÉNISSE ET QUE MARIE T’ACCOMPAGNE TOUJOURS ! »

 

(1) L’auteure se réfère au Saint Esprit.

 

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

Saeta del Henares y del Cristo del Amor y de la Paz 

(Viernes Santo por la mañana)

 

I. El milagro

 

Estaba andando el Henares

y, de pronto, se ha parado,

que hasta sus aguas ha llegado

clarín, trompeta y timbales…

 

Guadalajara sonando

y el río, que oye cantares,

saliendo de sus pilares

por ver lo que está pasando

 

ha empezado a subir cuestas

hasta donde está escuchando

a la ciudad, que atronando

ve a Jesús, que lleva acuestas

 

los pecados. Y clavando

-en cruz ya las tiene puestas

sus manos- nos da respuestas,

va su mensaje enseñando.

 

Del Henares la saeta

a un Cristo ya clavado

con miembros ensangrentados

le contempla la silueta.

 

Vestido de hábito blanco

y capuchón encarnado.

 

cíngulo igual colorado,

con un madero colgado,

 

va Henares encapuchado,

junto a los demás hermanos

 

de Dios el himno escuchando

mientras va procesionando.

 

II. La saeta

 

Oh, que está viendo el Henares

al Cristo de Amor y Paz

salir a procesionar

en medio de sus cofrades.

 

¡Saeta de Amor y Paz!

¡Oh, si todos te escucharan

como oye Guadalajara

los sones de este cantar!

 

¡Saeta en Guadalajara,

que el río viene a escuchar

y oye que “Amor y Paz”

son las palabras más claras!

 

¡Haz que, al verte desfilar,

Cristo de Guadalajara,

estas palabras trazaran

futuro de Humanidad!

 

¡Cristo de Guadalajara

el del Amor y la Paz,

que, junto con perdonar,

son palabras que sembraran

 

el bien de la Humanidad!

¡Cristo de Guadalajara,

si todos ya te escucharan

sabrían qué es la Verdad!

 

Yo. Yo bebo esa agua clara.

Yo no las quiero olvidar,

pues el Amor y la Paz

son la mejor alfaguara.

 

Nunca las quiero olvidar,

que este Cristo castellano

enseña a sentirse hermanos

entre el Amor y la Paz.

 

Es el mensaje cristiano

que aún está por sembrar

y que el del Amor y Paz

a todos nos ha enseñado.

 

Del Henares la saeta

sólo las ha recordado,

pues Cristo, el ensangrentado,

su veraz Dios fue. Y profeta.

 

III. El retorno

 

El Henares que ya está

a su cauce regresado

el mensaje ha meditado,

y lo quiere propagar.

 

Ooooh, Cristo de la Paz

y del Amor deseado

que Jesús ha enseñado

y en Guadalajara da.

 

Tú eres, Jesucristo amado,

la Verdad: Amor y Paz.

Henares te lleva ya,

hacia rumbos muy lejanos.

 

Tú también así llévala

y añádele la Piedad

 

para que esté completado

el mensaje de un cristiano.

 

Tú también, que esta saeta

ahora la has escuchado,

 

haz que en ti igual ella crezca

y que igualmente florezca

 

la Verdad clara y completa

que te cantó esta saeta.

 

La Verdad completa y clara

de Cristo, en Guadalajara.

 

 

 

Juan Pablo Mañueco

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016.

Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

Saeta extraída del libro: "Saetas a las Semanas Santas de España"
 

Vídeo autor:

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

Padre amado, padre en la ternura, padre en la obediencia, padre en la acogida, padre en la valentía creativa, padre trabajador, padre en la sombra

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Ya la pasada semana esta misma página de Religión de NUEVA ALCARRIA ofrecía, junto a otros materiales complementarios, la primera carta de la hermosísima carta apostólica del Papa Francisco, dedicada a san José, y mediante la cual instituía el Ano de San José, con ocasión del 150 aniversario de su proclamación como patrono de la Iglesia universal.

Hoy, en el mismo día de la fiesta litúrgico de este santo, 19 de marzo, completamos la presentación de dicha carta «Patris corde» (Con corazón de padre), a través de los siete rasgos claves, esenciales, identitarios de San José y su permanente gracia e interpelación para todos.

 

(1) Padre amado

La grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, «entró en el servicio de toda la economía de la encarnación», como dice san Juan Crisóstomo.

San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa».

Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le han dedicado numerosas iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos, hermandades y grupos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre; y que desde hace siglos se celebran en su honor diversas representaciones sagradas. Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros para que le fueran devotos.

 

San José en la sede del Obispado en Guadalajara

 

(2) Padre en la ternura

José vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lucas 2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Oseas 11,3-4).

Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Salmo 103,13).

La historia de la salvación se cumple creyendo «contra toda esperanza» (Romanos 4,18) a través de nuestras debilidades. Muchas veces pensamos que Dios se basa solo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad. Esto es lo que hace que san Pablo diga: «Para que no me engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un emisario de Satanás que me golpea para que no me engría. Tres veces le he pedido al Señor que la aparte de mí, y él me ha dicho: “¡Te basta mi gracia!, porque mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad”» (2 Corintios 12,7-9).

Si esta es la perspectiva de la economía de la salvación, debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura. Y san José nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia.

 

(3) Padre en la obediencia

José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería «denunciarla públicamente», pero decidió «romper su compromiso en secreto» (Mt 1,19). En el primer sueño, el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: «No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: «Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). Con la obediencia superó su drama y salvó a María.

En el segundo sueño, el ángel ordenó a José: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mateo 2,13). José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía encontrar: «Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes» (Mateo 2,14-15).

En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel para regresar a su país. Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino, después de haberle informado que los que intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una vez más obedeció sin vacilar: «Se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel» (Mt 2,21).

Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es la cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret» (Mt 2,22-23).

El evangelista Lucas, por su parte, relató que José afrontó el largo e incómodo viaje de Nazaret a Belén, según la ley del censo del emperador César Augusto, para empadronarse en su ciudad de origen. Y fue precisamente en esta circunstancia que Jesús nació y fue asentado en el censo del Imperio, como todos los demás niños (cf. Lucas 2,1-7).

San Lucas, en particular, se preocupó de resaltar que los padres de Jesús observaban todas las prescripciones de la ley: los ritos de la circuncisión de Jesús, de la purificación de María después del parto, de la presentación del primogénito a Dios (cf. Lucas 2,21-24).

 

(4) Padre en la acogida

La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Solo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo.  José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte.

La acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Colosenses 1,27), es «padre de los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6) y nos ordena amar al extranjero. Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso (cf. Luca 15,11-32).

 

San José en San Pedro de Sigüenza

 

(5) Padre de la valentía creativa

Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre.  Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar.

La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos como todas las demás familias, como muchos de nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy arriesgan sus vidas forzados por las adversidades y el hambre. A este respecto, creo que san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria.

 

(6) Padre trabajador

Un aspecto que caracteriza a san José y que se ha destacado desde la época de la primera Encíclica social, la «Rerum novarum»  de León XIII, es su relación con el trabajo. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo.

El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no solo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?

La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!

 

(7) Padre en la sombra

El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro  «La sombra del Padre», noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos.

Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él.

En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padre. También la Iglesia de hoy en día necesita padres.  Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 19 de marzo de 2021

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