Por Ángeles Pasadas

(Servidoras del Evangelio)

 

 

En este último año, entre tantas noticias diarias de guerras y ataques terroristas, seguramente  el nombre de cristianos del Medio Oriente, de Siria e Irak principalmente nos empiezan a sonar, pero quizás la realidad de esos hermanos cristianos nos queda demasiado lejos. ¿Cristianos en el Medio Oriente? Para que ese nombre nos llegue más allá del oído, al corazón, quería compartiros esta conferencia de un monje benedictino de Monserrat (Barcelona) especialista en Iglesias Orientales, que dio en octubre pasado, a raíz de los ataques del Estado islámico a estas minorías cristianas. Os transcribo un extracto de la charla, con el fin de de ayudarnos a nosotros, cristianos de occidente a dejar de participar, en lo que él llama “el martirio de la indiferencia”. Con ello, se refiere a la práctica ignorancia de la realidad de esas Iglesias hermanas, muchas no católicas, en el sentido de no pertenecer a la Iglesia católica Romana, pero sí cristianas y  apostólicas, es decir fundadas o vinculadas a  un apóstol.

Ojala nos ayude a todos a acercarnos y conocer más a estos hermanos que hoy en día sufren por su fe; que saber de ellos nos anime a llevarlos más en el corazón y en nuestra oración diaria. Sabemos que muchos de ellos están actualmente viviendo en campos de refugiados tras haber huido de sus tierras, sus ciudades y pueblos por conservar su nombre de cristianos. Que ellos cuenten con nosotros, que contemos también con ellos cuando nos vengan tentaciones de desanimo, de queja por una situación a veces difícil en nuestro entorno cultural y social.

 

  

LAS IGLESIAS ORIENTALES CRISTIANAS EN ORIENTE PRÓXIMO HOY

P. Manuel NIN

Barcelona, 1 de octubre de 2014

 

INTRODUCCIÓN

 

«Si el Señor no nos ayuda, para nosotros ya no hay futuro» Estas palabras del patriarca caldeo Rafael I Sakko reflejan lo que el pueblo iraquí y tantos otros cristianos en Oriente Próximo viven estos últimos meses —y años— de precariedades, sufrimiento y martirio. Hoy los cristianos de Irak ven cómo su historia bimilenaria se disipa, una historia que ha regado la tierra «entre los dos ríos»: Mesopotamia.

 Se trata de una presentación histórica y vivencial de una serie de Iglesias cristianas que han nacido y crecido —y florecido— en lo que llamamos Oriente Próximo hace casi dos mil años. Aparte de la fundación apostólica de las grandes sedes cristianas del Mediterráneo, en especial Alejandría, Antioquía y Roma, cabe observar que al inicio del siglo II ya hay cristianos en Tierra Santa, Siria y Egipto, que en el mismo siglo II ya hay una Biblia traducida al siriaco y que en Egipto ya hay una floreciente Iglesia griega y copta.

Esta conferencia está dividida en dos partes. La primera es de carácter histórico: en ella presentaré la realidad de las Iglesias del Oriente cristiano, tanto ortodoxas como católicas, para darlas a conocer y descubrir las riquezas que tienen y pueden ofrecer al Occidente cristiano hoy. Son Iglesias que quizás han permanecido desconocidas en Occidente hasta la segunda mitad del siglo XX, pero que el Concilio Vaticano II, por un lado, y la llegada a finales del siglo pasado de tantos inmigrantes provenientes del oriente de Europa y de Oriente Próximo, por otro, han puesto en contacto con nosotros.

 

 I PANORAMA HISTÓRICO

 

  1. Origen de las diversas Iglesias cristianas

Después de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, los apóstoles fueron a predicar la Buena Nueva del Evangelio. Estos dos hechos, movido el segundo por la fuerza y la gracia del Espíritu Santo, están en la base de la expansión de la fe cristiana.

El cristianismo arraiga y crece en diversas regiones del Mediterráneo, desde la península Ibérica, Roma, los Balcanes, Grecia, Asia Menor y todo el norte de África, hasta Egipto y Oriente Próximo (Palestina). Un Mediterráneo mayoritariamente griego: eran de cultura y liturgia griega Roma, Alejandría y Antioquía, y de cultura semítica Palestina y Mesopotamia.

Muy pronto se produce la fundación apostólica de las grandes sedes episcopales (patriarcales): Roma, Antioquía, Alejandría, Jerusalén y Constantinopla, en torno de las cuales se forman diversas Iglesias (y liturgias) cristianas. A partir de la segunda mitad del siglo II y de inicios del siglo III se van formando otras realidades eclesiales autóctonas: en Antioquía, el mundo siriaco; en Alejandría, el mundo copto.

A partir del siglo III la fe cristiana se expresa no sólo en griego, sino en latín, en siriaco y en copto, y al inicio del siglo IV, también en armenio. Hay una realidad plurilingüística a finales del siglo IV. Hasta el inicio del siglo V, estas realidades eclesiales diversas vivirán en plena comunión.

 En el siglo V, no obstante, dos concilios teológicamente importantes, supondrán la ruptura entre diversas Iglesias orientales: Concilio de Éfeso, y Concilio de Calcedonia.

En el año 1054 se produce el “cisma de Oriente”, que supone la ruptura oficial  entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla. La verdadera ruptura (cisma, si se quiere) viene del desconocimiento mutuo. Occidente deja de interesarse por Oriente.

 

¿Cuáles son las Iglesias cristianas que actualmente encontramos en Oriente Próximo? ¿Qué hay tras una serie de denominaciones como siriaco, caldeo, copto, armenio...?

 

a) Sirio-orientales. Se trata de cristianos de lengua siriaca (arameo) que ocupan la parte oriental del Imperio (el Líbano, Siria) y Mesopotamia (Irán, Irak), que entre el 362 y el 363, cuando esa parte pasó a manos de los persas y quedan totalmente separados de los otros cristianos. Viven épocas florecientes y épocas de persecución por parte de

los persas, pero será una Iglesia con una expansión misionera muy importante hacia el Extremo Oriente: hacia la India (todavía hoy existen muchos fieles cristianos sirio-malabares y siriomalancares en el sur-oeste de la India) y hacia China y hasta Mongolia (mención de la columna de Xin-Yang-Fu y del caso del patriarca sirio-oriental de origen mongol en el siglo XIII). La sede histórica de esta Iglesia será precisamente Bagdad.

Hoy en día, esta Iglesia está dividida entre Irak, Irán y los Estados Unidos de América, a causa de la diáspora empezada a inicios del siglo XX con las divisiones arbitrarias de los años veinte (tras la I Guerra Mundial) También hay cristianos sirio-orientales en Turquía y en Siria a causa de la diáspora del siglo XX. El lugar con mayor presencia de cristianos sirio-orientales es Irak.

 

b) Caldeos. Se trata de cristianos de lengua siriaca (arameo) que ocupan la parte occidental del Imperio romano (actual Líbano, Siria). Después del concilio del 451 se separan (no geográficamente) de la Iglesia imperial (bizantina), y en el siglo VI ya tienen una jerarquía propia. Es una Iglesia que a lo largo de los siglos V-IX alcanza una gran producción literaria, que todavía se puede encontrar en gran parte de las bibliotecas de los monasterios. Vive la misma situación que la Iglesia sirio-oriental en cuanto a la diáspora. Ambas Iglesias tienen centros culturales y religiosos en Francia, Holanda, Estados Unidos...

 

c) Coptos. Son cristianos de origen egipcio y sólo egipcio, con lengua propia (el copto) sólo cristiana. Son cristianos vinculados con el fenómeno monástico que nace en el siglo IV y que dura hasta hoy.

 

d) Armenios. Los cristianos de lengua y cultura armenias están presentes en Armenia ya a inicios del siglo IV. Sin entrar en la historia de la Iglesia y la nación armenias, indico la dimensión de persecución que ha caracterizado este pueblo hasta el inicio del siglo XX. En situación de diáspora, es la Iglesia que ha conseguido conservar mejor las propias tradiciones (lengua, cultura, liturgia...).

 

e) Hay una presencia latina nada despreciable en Tierra Santa, el Líbano e Irak. Tienen la custodia de Tierra Santa.

 

 II LA SITUACIÓN ACTUAL

La persecución no es una situación nueva para los cristianos. Todas estas Iglesias han vivido situaciones muy diversas a lo largo de dos mil años de cristianismo. En Oriente Próximo a veces han convivido con situaciones más dialogantes y a veces han sufrido  persecuciones, tanto del mundo islámico como del mundo turco después. En Egipto, la Iglesia copta ha vivido altibajos hasta el despertar espiritual y cultural de la segunda mitad del siglo XX, que va ligado al despertar, también en Egipto, del islam más intransigente.

 

  1. Oriente próximo

La convivencia de los cristianos en Oriente Próximo con el mundo musulmán (o judío) ha vivido altibajos. Los cristianos, en Oriente, son árabes de raza (no todo el mundo árabe es musulmán). En general, ha habido una buena convivencia hasta la segunda mitad del siglo XX. Algunos ejemplos de ello son los siguientes:

  • Un Líbano mayoritariamente cristiano, que vive una situación de buena convivencia hasta la guerra civil de los años setenta y ochenta del siglo pasado. Diáspora importante.
  • Siria mayoritariamente es musulmana, pero laica en el enfoque político.
  • Irak, hasta las dos guerras (la de los años noventa y la del 2004), es mayoritariamente musulmana pero laica y tolerante.
  • Irán es mayoritariamente musulmán, pero tolerante hasta finales de los años setenta.
  • Tierra Santa (Palestina-Israel).
  • Egipto es musulmán, pero viven allí casi 15 millones de cristianos coptos.

 

  1. La realidad árabe de muchos cristianos en Oriente próximo

Es necesario insistir en un hecho muy importante: en Oriente Próximo entre los cristianos hay un tanto por ciento muy elevado de árabes, o, si se prefiere así, la lengua y el pensamiento árabe son en Oriente un componente fundamental del cristianismo. Hasta las Iglesias y liturgias que en origen no eran árabes (siriacas, coptas o armenias), a finales del primer milenio son totalmente o casi totalmente arabizadas. Comprender esto es fundamental para evitar imponer modelos «occidentales», incluso en el ámbito eclesial, a realidades humanas y cristianas que no son ni quieren ser occidentales.

 

  1. Dos ejemplos: Siria e Irak
  • Quisiera concretar mi presentación en dos lugares: Siria y especialmente Irak. Siria vive una situación de guerra civil desde hace ya más de cuatro años, una guerra provocada por una «revolución» que debería llevar un cambio de régimen —una revolución que es, a su vez, un «espejo» del fracaso de las primaveras árabes. Siria, como el Líbano e Irak, es un país en el que la presencia cristiana es notable cualitativamente, una presencia cristiana multiétnica y multieclesial. Decir Siria hoy, para nosotros cristianos, es decir Damasco, Alepo, Homs, Antioquía (hoy en Turquía)
  • Hablar de Irak es situarnos en aquella tierra, Mesopotamia, situada entre los ríos Tigris y Éufrates, tierra bíblica y ya cristiana en el siglo II. Seguramente es uno de los países que más han sido puestos a prueba de Oriente Próximo: ya con la guerra entre Irán e Irak de los años ochenta del siglo pasado y con las guerras del Golfo de los años noventa y del 2004. Irak, como Siria, era un país tolerante (guiado por un rais, ciertamente; un guía, sin embargo, que, sin querer aquí justificar ninguno de los hechos acaecidos, va mucho más allá o, si lo prefiere, queda al margen los esquemas occidentales «democráticos»). Caído el régimen de Saddam Hussein e instaurado un estado de guerra civil, mayoritariamente entre facciones musulmanas, la continuidad de la existencia de una minoría cristiana es muy precaria; una precariedad que hacia el 2013 se ha tornado persecución, y a partir del 2014, con la instauración del Califato, una persecución a gran escala.

Por Sor María Cortes

(Delegación de Pastoral Penitenciaria)

 

Los días 6 y 7 de marzo la Delegación de Pastoral Penitenciaria celebró las XVII jornadas nacionales del Área Social, que este año se han dedicado a la intervención centrada en la persona. "Cada una de la ponencias que hemos escuchado y desarrollado en coloquios han supuesto un avance en el acercamiento y en la necesidad de poner rostro a los internos/@s con los que intervenimos, es decir tenemos que humanizar cada día más nuestra labor en los Centros Penitenciarios", sostienen desde la Delegación. "Lo importante de nuestras acciones es que la persona no pase por cada uno de nosotros, sino que nosotros pasemos por la persona. Nuestros modelos de acción social serán válidos, siempre que exista relación de tú a tú; los monólogos nos conducen a lo desconocido, y olvidamos que a través del otro también yo me reconozco. Las organizaciones tenemos que trabajar fuera con las familias puesto que los  internos son seres sociales que tienen que volver a algún lugar, y vienen de un lugar, donde el sufrimiento es duro para ellos y para los suyos. Acompañamos vidas con historia, y esa historia es la persona".

También se consideró el cambio de la sociedad, ya que se necesita compensar las políticas de recurso con políticas de sentido. Si no hay inclusión, el pobre nunca tendrá un lugar en la sociedad. Muchas fueron las aportaciones y datos que se transmitieron, incluido el número actual de voluntarios en los Centros Penitenciarios: 8374. "Esto debe de alentarnos para continuar la delicada tarea con esos hermanos/@s que esperan de nosotros el apoyo incondicional, incansable y esperanzador. Que las rejas y los muros nunca nos impidan dar ese abrazo fraterno que levanta, consuela y sana".

Desde esta página Diocesana también agradecemos a Juan Antonio Almonacid de Cáritas Española, y a Myriam Ortiz. Subdirectora General de Penas y Medidas Alternativas. Secretaria General de Instituciones penitenciarias, por ayudarnos a regenerar los desafíos de nuestra Pastoral.

Por Eloy Bueno

(Delegación Nueva Evangelización)

 

La Iglesia no es ante todo una institución. La Iglesia es una realidad personal: son las personas que la constituyen. La Iglesia no existe en abstracto: la Iglesia existe en un lugar, en un lugar humano, en un grupo de hombres y mujeres concretos. La Iglesia se hace carne y sangre en el cuerpo de los creyentes, que son considerados como el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu. Lo mismo vale para la parroquia.

 

Desde este punto de vista podemos comprender todo el alcance de lo que afirmaba Juan Pablo II de la parroquia: es la Iglesia en medio de las plazas y las calles de los hombres. Por eso podemos decir que desde su constitución más profunda es siempre una Iglesia de puertas abiertas: si la Iglesia somos las personas, en cada persona la Iglesia abre sus puertas al encuentro con todos.  La fe y la evangelización deben pasar a través de la biografía de cada uno de los creyentes. Es un error mortal la concepción que se tiene en ocasiones: cuando la “Iglesia” parece identificada con los obispos o con los sacerdotes. Esa es la visión clerical que ha dominado durante mucho tiempo, pero que es en realidad un estrechamiento de los datos que nos ofrece el Nuevo Testamento. Allí se nos dice con claridad que cada creyente, en virtud del bautismo, es una piedra viva del edificio que es la Iglesia y que está en permanente construcción gracias a la aportación de cada uno de los creyentes.

 

La Iglesia en lo concreto ha nacido y vive del dinamismo de la evangelización. Esta fue la experiencia originaria durante la actividad de los apóstoles. Llegaban a una ciudad y lanzaban el anuncio, el mensaje del Resucitado, como un Evangelio a partir del propio testimonio de vida. Sólo una minoría aceptaba con gozo ese anuncio y se reunían para celebrarlo y para tomar conciencia de su misión, de que cada uno de ellos era de nuevo enviado a la vida cotidiana entre sus conciudadanos. Cuando san Pablo, por ejemplo, acudió a Corinto encontró una respuesta de ochenta o noventa personas en una ciudad de medio millón de habitantes. Ese pequeño grupo experimentó lo que era evangelizar en sentido estricto y por ello desde el principio se sintieron implicados en ese dinamismo: ser evangelizadores desde su propia circunstancia.

 

En la actualidad esa experiencia es más cercana también para nosotros. Porque son pocos los que acogen de modo consciente y jubiloso el Evangelio. Pero lo importante no es la cantidad sino la calidad de la respuesta y de la novedad experimentada. Recuperar la experiencia de lo que es ser Iglesia lleva consigo experimentar también lo que es el aliento evangelizador.

 

En este dinamismo se entiende que el primer anuncio es algo inmediato, personal, experiencia de todos los días. Es el gesto de cada cristiano en su vida y en sus relaciones: en el trabajo, en la familia, en el círculo de amistades… se hace presente un modo de vida, un estilo, una esperanza, que en ocasiones (cuando surge el diálogo) se explica por medio de palabras o en el silencio de la escucha. Pero no hay primer anuncio si no es porque cada cristiano vive en la normalidad de sus relaciones la alegría de la fe.

 

Cada cristiano que vive la alegría de la fe no puede vivir de modo individual o aislado. Vive como Iglesia, con los otros y entre los otros. Por eso es un “nosotros” que comparten la misma identidad y la misma misión.  El Reino de Dios y la Pascua exigen un pueblo que lo hagan realidad en la historia y en la sociedad proponiendo no sólo un nuevo tipo de ser humano sino también un modo nuevo de socialidad: ya no hay judío o gentil, hombre o mujer… La relación entre los seres humanos no depende de la raza, de la sangre, del lugar… sino de un don que es capaz de crear un mundo nuevo.

 

La vida cristiana -como Iglesia- es por tanto comunitaria: es la Iglesia, la comunidad eclesial concreta, la que tiene que prolongar la novedad de la revelación: mediante la celebración y la oración (liturgia), mediante el testimonio y el servicio de la caridad y de la justicia (diakonía), mediante el anuncio y la proclamación (kerygma). Todas estas dimensiones y actividades deben ser tenidas en cuenta a fin de que la Iglesia refleje una imagen equilibrada. Por eso resulta una tarea permanente para la Iglesia un proceso de purificación y de conversión para que se vea en lo concreto lo que se dice de modo teórico.

 

La figura comunitaria sólo puede ser efectiva si se parte de dos principios que el Vaticano II presenta con toda claridad: todos los cristianos, en virtud del bautismo, son iguales en dignidad: las relaciones mutuas no deben estar regidas por los criterios de poder sino desde la experiencia de fraternidad, pues todos forman parte de la misma familia, en la que Jesús actúa como el primogénito, como el hermano mayor; por eso era habitual en los  primeros tiempos designarse “hermanos”. Y desde esta experiencia de fraternidad se explica también la corresponsabilidad: todo es de todos, y la misión debe ser compartida: cada uno a su modo debe contribuir a edificar la Iglesia y a evangelizar el mundo.

 

La igualdad en dignidad no significa que no haya diferencias. La gracia de Dios otorgada en el bautismo se manifiesta de modos muy diversos. Por eso en el Nuevo Testamento se habla de los carismas: los carismas son los dones que cada bautizado recibe. Los carismas son dones de carácter personal, pero no son individuales, como propiedad particular. El carisma es entregado para la edificación de la Iglesia a fin de  que esta cumpla su misión evangelizadora del modo más adecuado y significativo.

 

Los carismas son muy diversos: uno tiene carisma para el diálogo y la dirección espiritual, otro para la profecía, otro para acercarse a los pobres, otro para el servicio a los enfermos, otro para la catequesis, otro para la evangelización universal, otro para la profundización teológica, otro para la administración de los bienes económicos, otro para cantar o proclamar las lecturas en la liturgia comunitaria… Lo importante es que cada uno pueda ser desarrollado, pues cada cristiano –con su carisma- es piedra viva que realmente aporta algo original.

 

De los carismas se originan los ministerios, es decir, servicios de carácter permanente y estable: catequista, presbítero, diácono, doctor, viuda, apóstol, profeta… En la Iglesia todo es de todos; pero, como no todos podemos hacerlo todo, algunos, en nombre de todos y como servicio a todos, asumen determinadas tareas o responsabilidades.

 

En la parroquia hay carismas y, por ello, espiritualidades distintas, que pueden dar origen a diversos tipos de comunidades: los que sirven a los pobres, los jóvenes, la adoración nocturna, el equipo de liturgia, comunidades de base, catecumenados diversos… Pero todos deben sentirse en comunión, la cual se debe expresar también en las celebraciones eucarísticas en las que todos participen o en asambleas en las que todos toman parte.

 

A la luz de lo dicho, hemos podido percibir la grandeza de la parroquia: su enorme riqueza y sus inmensas posibilidades. Pero a la vez se pueden constatar también sus debilidades o sus llagas: el carácter anónimo, la práctica rutinaria, las homilías repetitivas, las catequesis poco significativas… La parroquia refleja en buena medida los rasgos de los cristianos. Precisamente por ello es tan necesaria la conversión pastoral y el discernimiento comunitario.

Por Agustín Bugeda

(vicario general)

 

 

Queridos amigos, escribo esta colaboración en el día de San José, nuestro santo protector y patrono de la Iglesia.

Precisamente elegí colaborar cada mes en nuestra web diocesana el día 19 en recuerdo de San José. No fue una fecha al azar ni sorteada.

Por eso en este mes querría hablar de él y cómo este hombre callado, trabajador, contemplativo, entregado… es nuestro gran intercesor y modelo de Iglesia.

Es el hombre del silencio y la confianza. No encontramos en el Evangelio ninguna palabra suya, pero si vemos la gran confianza, la gran fe que tiene en los designios del Señor en su vida y en la María. Movido por esa fe se entrega totalmente y cumple perfectamente la voluntad de Dios. Nadie estuvo más cerca de Jesús que José junto a María. A él nos podemos encomendar de forma particular para que nos de una fe como la suya, la necesitamos.

Es el hombre del trabajo. Vivió trabajando para mantener su humilde hogar de Nazaret. En el trabajo sencillo encontró la forma de realizar como persona en su abandono en las manos de Dios. Con su trabajo ayudó más si cabe a elevar la dignidad del trabajo humano en sí mismo. El nos ayude a ser buenos trabajadores, cada uno donde nos corresponde, en la viña del Señor. El nos consiga, se lo pedimos insistentemente, que tantas personas sin trabajo lo encuentren porque lo necesitan no sólo para comer, sino para ser precisamente personas.

Es el hombre de lo pequeño. El se ocupa en Nazaret de las pequeñas cosas, de lo más sencillo para que Jesús pueda crecer y extender el Reino, traer el Reino. Las pequeñas cosas, también materiales, que son necesarias muchas veces para que todo funcione: un libro, unos papeles, una megafonía, una luz… De todo ello está pendiente San José, pidámoselo.

Es el primer formador del primer sacerdote. No puede haber mejor patrón de los seminarios y de los que allí viven, formadores y seminaristas, que San José. El supo “cuidar” y “educar” a Jesús para que día a día cumpliera su misión hasta llegar a la Cruz. A él, al bueno de José, le pedimos que siga cuidando y educando, cuidando y acompañando a todos nuestros seminaristas y formadores. Que él nos conceda abundantes seminaristas en nuestra diócesis, en toda la Iglesia.

Y él es el primer “cristiano” perseguido. Con Jesús y María se ha de exiliar a otro país porque van a matar a su Hijo. Hoy, en este año 2015, con San José nos ponemos al lado de tantos hermanos nuestros perseguidos en tantas partes del mundo y también muy cerca de su tierra. Oramos para que tengan la fortaleza y confianza de José, para que cesen todo tipo de persecuciones.

“Id a José” fue la invitación constante de Teresa de Jesús. Todas sus fundaciones las ponía bajo el patrocinio de San José y sabía bien lo que hacía. Como Teresa de Jesús, como tantos y tantos a lo largo de la historia, también yo os invitó a ir constantemente e José, no nos va a fallar, muy al contrario os cuidará y e intercederá para que no os falte de nada, como nada faltó a Jesús.

                “Id siempre a José”

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