Voy de visita... ¿te vienes?

 

Por Jesús Francisco Andrés

Delegado Pastoral de la Salud

 

 

El mes de diciembre va avanzando al igual que el frío -aunque todavía no estemos en invierno-.

Todos nosotros hacemos visitas durante todo el año. Visitamos museos, ciudades, pueblos. Todo ello hace que nuestro album de fotos y nuestras estanterías se llenen de recuerdos que nos hacen rememorar los buenos ratos pasados en esos lugares.

Cuando los días de la Navidad se acercan vienen a nuestra agenda otros tipos de visitas: visitas a los belenes repartidos por distintos lugares como nuestras casas, nuestras plazas, nuestras parroquias, etc.

Es momento de preparar también otros tipos de visitas: visitas a la familia, a los amigos y, cómo no, a los que quizá hace un montón de tiempo que no vemos para pasar con ellos un rato alrededor de un café o de una cerveza.

También es momento de visitar a aquellos amigos nuestros que están pasando por un momento de enfermedad y que -aunque no nos lo digan- están esperando nuestra visita-.

Posiblemente pasen por nuestra cabeza frases como: “Y para qué voy a ir, lo mismo hay un montón de gente”, “quizá no tenga ganas de ver a nadie”, “y ¿cómo me presento allí después de tanto tiempo?” y otras frases por el estilo.

 Las visitas inesperadas siempre son una sorpresa, no se esperan, por eso son inesperadas. Y yo no conozco a nadie al que no le gusten las sorpresas. Posiblemente no sepamos qué decir en esos momentos de dolor, de enfermedad, eso no importa. Lo realmente importante es nuestra presencia.

Dentro de unos días celebraremos la Navidad. El Hijo de Dios viene para ESTAR CON NOSOTROS. Es un niño pequeño, no sabe hablar, no nos puede decir nada, pero viene para ESTAR CON NOSOTROS.

Es verdad que, poco a poco, nuestras casas, calles, ciudades, se llenarán de luces de colores, los belenes abrirán sus puertas para que todos podamos admirar sus pequeñas figuras, el ambiente se llenará de villancicos... y nos encontraremos con personas que nos pregunten: “¿dónde vas?. Voy de visita, ¿te vienes?

Tiempo de villancicos

 

Por Sandra Pajares

Maestra

 

Durante el tiempo de Adviento y en especial en Navidad, nuestras calles y nuestras casas se llenan de música alegre para festejar en familia esta especial espera, se llenan de nuestros queridos villancicos.

El villancico en sus inicios, fue una forma poética española y significa “canción de villa” o “canción campesina”. Al parecer fue un canto rústico de villanos o aldeanos en sus fiestas y se remonta al siglo XIII. En sus orígenes sirvió para registrar la vida cotidiana de los pueblos, a manera de cronismo  musical.

La música de lo villancicos aparece, más tarde, hacia la época medieval, y en sus inicios estuvo conformada por un refrán que se repetía a modo de estribillo. Algunas de las melodías europeas de los villancicos formaron parte de los misterios y representaciones teatrales medievales del Ciclo de Navidad. Al prohibirse éstas en los templos, quedaron como cantos sueltos que se ejecutaban con motivo de la Navidad. Pronto los villancicos se trasladarían del pueblo a la corte, convirtiéndose en los siglos XIV y XV, junto con el romance, en las composiciones poético-musicales profanas más interpretadas.

Desde finales del siglo XIX el nombre ha quedado exclusivamente para denominar a los cantos populares religiosos o profanos que aluden al misterio de la Navidad y que se cantan con el acompañamiento de instrumentos musicales populares. A partir de esta época, el villancico sufre grandes cambios, pues su temática se va concentrando hacia la referencia de los elementos que intervienen en la fiesta de Navidad.

En la América hispanohablante los villancicos constituyen una parte importante de la festividad de la Navidad y en algunas regiones bilingües se cantan en español mezclado con palabras indígenas o directamente en estas lenguas, inspirados en melodías españolas o con aires de la región americana.

Sea como fuere, y sean de donde sean, los villancicos constituyen una riqueza en nuestras tradiciones y en el folclore de los pueblos, y por ello deben perdurar y transmitirse. La mayoría de ellos los hemos aprendido oyéndolos cada Navidad y traen asociados sentimientos de cariño y alegría. Nos recuerdan a nuestra familia y a nuestro hogar.

Para vivir el Adviento en la liturgia de las horas

 

Por Eduardo García

Delegado del Clero y vicario de Curia

 

Los sacerdotes y las Comunidades monásticas rezamos diariamente el Oficio Divino o Liturgia de las Horas. También lo hacen muchos laicos, y otros más se unen en los tiempos fuertes de Adviento-Navidad y Cuaresma-Pascua. Gracias a Dios, la oración oficial de la Iglesia forma parte cada día más de la vida de los católicos.

Es la oración pública y comunitaria del pueblo de Dios, que es uno de los principales cometidos de la Iglesia. La oración, que hacían los cristianos en común “a última hora del día ,cuando se hace de noche y se encienden las lámparas, o a la primera, cuando la noche se disipa con la luz del sol, se extendió a las restantes horas del día”, de manera que tales oraciones se fueron configurando como un conjunto definido de Horas.

Al iniciar el Año Litúrgico con el tomo primero del breviario, encontramos en él dos documentos fundacionales de la Liturgia de las Horas: Se trata en primer lugar de la Constitución Apostólica “Laudes canticum” (El cántico de alabanza) fechada el 1 de noviembre de 1970, con la que el Papa Beato Pablo VI promulgó el Oficio Divino reformado por mandato del Concilio Vaticano II, y en segundo lugar, la “Ordenación General de la Liturgia de las Horas”.

El antiguo breviario fue reformado con los criterios que se expresan en ellos, simplificándolo, adaptándolo a la nueva disposición del Año Litúrgico y a las condiciones de la vida actual y, al publicarse en las lenguas vernáculas o propias de cada país, favoreció su uso por toda clase de fieles pues es la oración de todo el pueblo de Dios. Se podría afirmar ya que la adopción del breviario, sea en su forma completa o solamente en el Diurnal, por los laicos, es uno de los mejores frutos del Concilio.

La Constitución Apostólica y la Ordenación pueden ser objeto de la lectura espiritual en este tiempo del Adviento. Al menos una vez al año (o cada pocos años) profundizamos en lo que la Iglesia ha buscado al proponernos la oración comunitaria de las Horas. Aprendiéndolo, meditándolo y poniéndolo en práctica, nos sentiremos un pueblo, una Iglesia que alaba a Dios, lo adora y le suplica, en Cristo y por Cristo.

Adviento es tiempo de espera, pero también es tiempo de ponerse en camino  

 

Por Ángela Carmona

Delegación de Juventud

 

Adviento es tiempo de espera, pero también es tiempo de ponerse en camino. Así comenzábamos la Delegación Diocesana de Juventud esta 30ª Marcha Diocesana de Adviento, bajo el lema “Deja nacer el Amor”. Cuatro semanas por delante para poner en marcha nuestros corazones, preparando así, de manera activa, la llegada del Señor a nuestras vidas.

Si durante este tiempo no cambiamos en algo, de poco habrán servido los calendarios, las coronas, las velas, etc. Prepararnos para el nacimiento de Jesús tiene que ser un cambio, en primer lugar, interior, algo que empiece en nosotros mismos. Por eso debemos ir, como anunciaba san Juan, preparando el camino al Señor, con las buenas obras de nuestra vida, con pequeños detalles que dejen nacer al “Amor” en el mundo.

Quizá convendría ir fijándonos pequeños objetivos que vayamos alcanzando semana a semana. Podríamos comenzar por amar a los demás, a través de detalles concretos: en casa, con los compañeros, con los amigos, o quizá con aquellos que no son tan amigos… Que podamos reflejar en ellos el amor que Dios nos tiene.

Otro pequeño escalón a conseguir, en la segunda semana: crecer en el amor a Dios, a través de lecturas, de una mejor participación en los sacramentos, cuidando momentos personales de oración, etc. Que en este tiempo aumente en la experiencia de ese Dios que nos ama con locura.

Un tercer escalón, que a veces nos cuesta subir, es el amor a uno mismo: cuidarnos, descansar, limpiar un poco nuestro corazón para que en él reine la alegría y la paz, tener pensamientos positivos, mirar con buenos ojos a todos, etc.

Si vivimos el adviento de esta manera, podremos ser, en la última semana, regalo para todos los demás, saber compartir con ellos la buena noticia que supone que Dios se hace hombre; compartir la dicha de saber que tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para salvarnos.

¡Feliz Adviento!

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