50 días después de la Resurrección del Señor la Iglesia celebra la Pascua de Pentecostés: la venida del Espíritu Santo, el nacimiento de la Iglesia y la fiesta de todos los laicos comprometidos en ella.

 

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo”.
Hechos de los Apóstoles 2, 1-5

 

Al Espíritu Santo se le representa de diferentes formas:

  • Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.
  • Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.
  • Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.
  • Nube y luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.
  • Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.
  • La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el "don del Espíritu".
  • La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.

 

Dones

Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu. Estos dones son:

  1. Don de Ciencia: es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.
  2. Don de consejo: saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.
  3. Don de Fortaleza: es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural.
  4. Don de Inteligencia: es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse a Dios.
  5. Don de Piedad: el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.
  6. Don de Sabiduría: es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.
  7. Don de Temor: es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia divina.

Por otro lado, los frutos del Espíritu Santo son:

 

1. Caridad.
2. Gozo.
3. Paz.
4. Paciencia.
5. Longanimidad.
6. Bondad.
7. Benignidad.
8. Mansedumbre.
9. Fe.
10. Modestia.
11. Continencia.
12. Castidad. 

 

 

 

Desde el pasado 1 de mayo se puede modificar el borrador que Hacienda envía para realizar la declaración de la renta correspondiente al año 2014.

Junto con la campaña de la renta, propiamente dicha, que se inicia en mayo y termina en junio, este es un momento oportuno para recordar que se puede marcar la X a favor de la Iglesia Católica. Cada vez son más los que reciben el Borrador de Hacienda y que lo tramitan directamente desde su ordenador. De ahí la importancia de esta campaña. Si, además, se marca la casilla a favor de otros fines sociales también muchas asociaciones o grupos eclesiales que trabajan con los más necesitados se beneficiarán.


También es importante recordar que, si bien sigue siendo importante la cantidad económica que cada año recibe la Iglesia por este medio, no lo es menos el número de los que en su declaración marcan la X a favor de la Iglesia.

Todo cuenta: la aportación económica y el número de X.

A continuación se ofrecen los datos de la Asignación Tributaria a nivel nacional y a nivel provincial por si puede servirte de ayuda para concienciar a nuestras comunidades cristianas.

 

EVOLUCIÓN DE LA ASIGNACIÓN TRIBUTARIA A FAVOR DE LA IGLESIA A NIVEL NACIONAL 

 

AÑO

Nº DECLARACIONES A FAVOR IGLESIA CATÓLICA

% DECLARACIONES

IMPORTE

2005

5.706.000

33,41%

144.974.151

2006

6.483.180

33,45%

173.753.065

2007

6.958.012

34,38%

241.327.321

2008

7.195.155

34,31%

252.682.547

2009

7.260.138

34,75%

249.456.822

2010

7.454.823

35,71 %

248.294.002

2011

7.357.037

34,83 %

247.058.004

2012

7.339.102

34,87%

249.051.689

2013*

  1. 268.597

34,88%

  1. 563.076

 

 

 

 

EVOLUCIÓN DE LA ASIGNACIÓN A FAVOR DE LA IGLESIA CATÓLICA EN LA DECLARACIÓN DE LA RENTA EN LA PROVINCIA DE GUADALAJARA

 

AÑO

Nº DECLARACIONES A FAVOR IGLESIA CATÓLICA

% DECLARACIONES

IMPORTE

2005

38.171

42,38%

798.087

2006

39.711

40,81%

1.018.894

2007

44.220

42,35%

1.379.380

2008

46.978

41,72%

1.477.422

2009

48.050

42,33%

1.427.298

2010

50.145

43,97 %

1.432.992

2011

49.513

43,03 %

1.398.384

2012

50.604

42,64 %

1.439.687

2013*

  1. 218

42,87%

  1. 419.198

 

 

* A nivel nacional se observa un ligero descenso de los que marcaron la X a favor de la Iglesia Católica y en el importe total de la asignación, aumentando en una décima el porcentaje de las declaraciones.

A nivel provincial disminuye el nº de declaraciones a favor de la Iglesia Católica y el importe total de la asignación, mientras que aumenta el % de los declarantes.

 

Las causas están, principalmente, en la crisis económica y sus consecuencias a nivel impositivo: las declaraciones presentadas en toda España en 2014 (ejercicio 2013) han disminuido en 70.505.

 

MEMORIA ANUAL DE LA IGLESIA CATÓLICA

"Él ha sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus miembros".

San Agustín

 

"Subió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre"

"El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue levantado a los Cielos y está sentado a la diestra de Dios" (Mc 16, 19); "al día cuadragésimo de su resurrección subió a los Cielos con la carne en que resucitó y con el alma". Ascendió "por su propio poder", poder que tenía co­mo Dios y también poder de su alma glorificada so­bre su Cuerpo glorioso. "El que lo creó todo, subió por encima de todo y por su propio poder".

"Estar sentado" es una manera de decir que ha lle­gado al reposo que merece como guerrero vencedor. Es la postura del Rey y del Juez, lleno de poder y majestad.

La Ascensión de Cristo al Cielo, entre otras cosas, nos mueve a buscar siempre las cosas esenciales, que son invisibles a los ojos del cuerpo, y que son aquellas cosas que no pasan y que no mueren: "Aspirad a las cosas de arriba donde está Cristo... gustad las cosas de arriba, no las de la tierra", decía el apóstol San Pablo a los primeros cristianos (Col 3, 1-2).

Asimismo, la Ascensión del Señor debe llenarnos de inconmovible esperanza, ya que nos aseguró: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Voy a prepararos el lugar... De nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros" (Jn 14, 2-3). ¡Somos ciudadanos del Cielo! (Flp 3, 20). Y como los apóstoles, que tras la Ascensión quedaron "mirando al cielo", debemos tener "fija la vista en Él..." (He 1,10).
A la diestra del Padre

"Se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas" (Heb 1, 3), según San Juan Damasceno se refiere a "la gloria y el honor de la divinidad", o sea, significa que Cristo reina junto con el Padre y, además, tiene el poder judicial sobre vivos y muertos. El saber que el Señor está junto al Padre debe hacernos crecer, de manera inconmensurable, nuestra confianza en Él: "Todo lo puedo en aquél que me conforta" (Flp 4,13), debe decir un joven junto con San Pablo y con él también aquella otra magnífica expresión de confianza total: "¡Sé a quién me he confiado!" (2 Tim 1,12).


Catecismo de la Iglesia Católica

 

Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor

 

El tema de la familia está en el centro de una profunda reflexión eclesial y de un proceso sinodal que prevé dos sínodos, uno extraordinario –apenas celebrado– y otro ordinario, convocado para el próximo mes de octubre. En este contexto, he considerado oportuno que el tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales tuviera como punto de referencia la familia. En efecto, la familia es el primer lugar donde aprendemos a comunicar. Volver a este momento originario nos puede ayudar, tanto a comunicar de modo más auténtico y humano, como a observar la familia desde un nuevo punto de vista.

Podemos dejarnos inspirar por el episodio evangélico de la visita de María a Isabel (cf. Lc 1,39-56). «En cuanto Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”» (vv. 41-42).

Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera «escuela» de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.

Después de llegar al mundo, permanecemos en un «seno», que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia» (Exort. ap. Evangelii gaudium, 66): diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida. Es el vínculo el que fundamenta la palabra, que a su vez fortalece el vínculo. Nosotros no inventamos las palabras: las podemos usar porque las hemos recibido. En la familia se aprende a hablar la lengua materna, es decir, la lengua de nuestros antepasados (cf. 2 M 7,25.27). En la familia se percibe que otros nos han precedido, y nos han puesto en condiciones de existir y de poder, también nosotros, generar vida y hacer algo bueno y hermoso. Podemos dar porque hemos recibido, y este círculo virtuoso está en el corazón de la capacidad de la familia de comunicarse y de comunicar; y, más en general, es el paradigma de toda comunicación.

La experiencia del vínculo que nos «precede» hace que la familia sea también el contexto en el que se transmite esa forma fundamental de comunicación que es la oración.

Cuando la mamá y el papá acuestan para dormir a sus niños recién nacidos, a menudo los confían a Dios para que vele por ellos; y cuando los niños son un poco más mayores, recitan junto a ellos oraciones simples, recordando con afecto a otras personas: a los abuelos y otros familiares, a los enfermos y los que sufren, a todos aquellos que más necesitan de la ayuda de Dios. Así, la mayor parte de nosotros ha aprendido en la familia la dimensión religiosa de la comunicación, que en el cristianismo está impregnada de amor, el amor de Dios que se nos da y que nosotros ofrecemos a los demás.

Lo que nos hace entender en la familia lo que es verdaderamente la comunicación como descubrimiento y construcción de proximidad es la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se han elegido y que, sin embargo, son tan importantes las unas para las otras. Reducir las distancias, saliendo los unos al encuentro de los otros y acogiéndose, es motivo de gratitud y alegría: del saludo de María y del salto del niño brota la bendición de Isabel, a la que sigue el bellísimo canto del Magnificat, en el que María alaba el plan de amor de Dios sobre ella y su pueblo. De un «sí» pronunciado con fe, surgen consecuencias que van mucho más allá de nosotros mismos y se expanden por el mundo. «Visitar» comporta abrir las puertas, no encerrarse en uno mismo, salir, ir hacia el otro. También la familia está viva si respira abriéndose más allá de sí misma, y las familias que hacen esto pueden comunicar su mensaje de vida y de comunión, pueden dar consuelo y esperanza a las familias más heridas, y hacer crecer la Iglesia misma, que es familia de familias.

La familia es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo juntos la cotidianidad, se experimentan los límites propios y ajenos, los pequeños y grandes problemas de la convivencia, del ponerse de acuerdo. No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a escuchar a los demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin negar el de los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la sociedad.

A propósito de límites y comunicación, tienen mucho que enseñarnos las familias con hijos afectados por una o más discapacidades. El déficit en el movimiento, los sentidos o el intelecto supone siempre una tentación de encerrarse; pero puede convertirse, gracias al amor de los padres, de los hermanos y de otras personas amigas, en un estímulo para abrirse, compartir, comunicar de modo inclusivo; y puede ayudar a la escuela, la parroquia, las asociaciones, a que sean más acogedoras con todos, a que no excluyan a nadie.

Además, en un mundo donde tan a menudo se maldice, se habla mal, se siembra cizaña, se contamina nuestro ambiente humano con las habladurías, la familia puede ser una escuela de comunicación como bendición. Y esto también allí donde parece que prevalece inevitablemente el odio y la violencia, cuando las familias están separadas entre ellas por muros de piedra o por los muros no menos impenetrables del prejuicio y del resentimiento, cuando parece que hay buenas razones para decir «ahora basta»; el único modo para romper la espiral del mal, para testimoniar que el bien es siempre posible, para educar a los hijos en la fraternidad, es en realidad bendecir en lugar de maldecir, visitar en vez de rechazar, acoger en lugar de combatir.

Hoy, los medios de comunicación más modernos, que son irrenunciables sobre todo para los más jóvenes, pueden tanto obstaculizar como ayudar a la comunicación en la familia y entre familias. La pueden obstaculizar si se convierten en un modo de sustraerse a la escucha, de aislarse de la presencia de los otros, de saturar cualquier momento de silencio y de espera, olvidando que «el silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 enero 2012). La pueden favorecer si ayudan a contar y compartir, a permanecer en contacto con quienes están lejos, a agradecer y a pedir perdón, a hacer posible una y otra vez el encuentro. Redescubriendo cotidianamente este centro vital que es el encuentro, este «inicio vivo», sabremos orientar nuestra relación con las tecnologías, en lugar de ser guiados por ellas. También en este campo, los padres son los primeros educadores. Pero no hay que dejarlos solos; la comunidad cristiana está llamada a ayudarles para vivir en el mundo de la comunicación según los criterios de la dignidad de la persona humana y del bien común.

El desafío que hoy se nos propone es, por tanto, volver a aprender a narrar, no simplemente a producir y consumir información. Esta es la dirección hacia la que nos empujan los potentes y valiosos medios de la comunicación contemporánea. La información es importante pero no basta, porque a menudo simplifica, contrapone las diferencias y las visiones distintas, invitando a ponerse de una u otra parte, en lugar de favorecer una visión de conjunto.

La familia, en conclusión, no es un campo en el que se comunican opiniones, o un terreno en el que se combaten batallas ideológicas, sino un ambiente en el que se aprende a comunicar en la proximidad y un sujeto que comunica, una «comunidad comunicante». Una comunidad que sabe acompañar, festejar y fructificar. En este sentido, es posible restablecer una mirada capaz de reconocer que la familia sigue siendo un gran recurso, y no sólo un problema o una institución en crisis. Los medios de comunicación tienden en ocasiones a presentar la familia como si fuera un modelo abstracto que hay que defender o atacar, en lugar de una realidad concreta que se ha de vivir; o como si fuera una ideología de uno contra la de algún otro, en lugar del espacio donde todos aprendemos lo que significa comunicar en el amor recibido y entregado. Narrar significa más bien comprender que nuestras vidas están entrelazadas en una trama unitaria, que las voces son múltiples y que cada una es insustituible.

La familia más hermosa, protagonista y no problema, es la que sabe comunicar, partiendo del testimonio, la belleza y la riqueza de la relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. No luchamos para defender el pasado, sino que trabajamos con paciencia y confianza, en todos los ambientes en que vivimos cotidianamente, para construir el futuro.

 

 


Vaticano, 23 de enero de 2015
Vigilia de la fiesta de San Francisco de Sales.


Francisco

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